Marina - Carlos Ruiz Záfon

Page 201

CAPÍTULO | 23 Mijail deseaba que aquel día fuese especial para mí. Hizo que toda la ciudad se transformase en el decorado de un cuento de hadas. Mi reinado de emperatriz en aquel mundo de ensueño acabó para siempre en los peldaños de la avenida de la catedral. Ni siquiera llegué a oír los gritos del gentío. Como un animal salvaje que salta de la maleza, Sergei emergió de entre la multitud y me lanzó un frasco de ácido a la cara. El ácido devoró mí piel, mis párpados y mis manos. Desgarró mi garganta y me segó la voz. No volví a hablar hasta dos años más tarde, cuando Mijail me reconstruyó como a una muñeca rota. Fue el principio del horror. Se detuvieron las obras de nuestra casa y nos instalamos en aquel palacio incompleto. Hicimos de él una prisión que se alzaba en lo alto de una colina. Era un lugar frío y oscuro. Un amasijo de torres y arcos, de bóvedas y escaleras de caracol que ascendían a ninguna parte. Yo vivía recluida en una estancia en lo alto de la torre. Nadie tenía acceso a ella excepto Mijail y, a veces, el doctor Shelley. Pasé el primer año bajo el letargo de la morfina, atrapada en una larga pesadilla. Creía ver en sueños a Mijail experimentando conmigo igual que lo había estado haciendo con aquellos cuerpos abandonados en hospitales y depósitos. Reconstruyéndome y burlando a la naturaleza. Cuando recobré el sentido, comprobé que mis sueños eran reales. Él me devolvió la voz. Rehízo mi garganta y mi boca para que pudiese alimentarme y hablar. Alteró mis terminaciones nerviosas para que no sintiese el dolor de las heridas que el ácido había dejado en

| 201 |


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.