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Lucy Huincateo | Cestería

Lucy Huincateo, reencuentro con los orígenes

Entre suaves lomas, en un campo salpicado de árboles se encuentra la casa de la artesana Lucy Huincateo. Lucy vive en las cercanías del Lago Budi, en la costa de la Región de la Araucanía, en una localidad llamada Coninbudi. Este lago de aguas saladas es el hogar de las comunidades lafkenche o gente de la costa, uno de los grupos que conforman el universo multicultural mapuche1. En las tierras aledañas, las comunidades lafkenche se han dedicado tradicionalmente a la cestería de fibras vegetales, entre las que destacan el chupón (Greigia sphacelata), el voqui o voqui pilpil (Boquila trifoliolata) y la ñocha (Bromelia sphacelata). Una de las piezas más emblemáticas es la pilwa, una bolsa o malla elaborada de hebras de hojas de chupón, que se tejen empleando una técnica que ha sido traspasada por generaciones.

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La pilwa: una larga historia

Durante siglos, la pilwa fue usada por las mujeres de las comunidades costeras como morral para la recolección de machas u otros mariscos, para guardar alimentos y cargar objetos livianos2. Estas piezas también constituían un medio de intercambio y una importante fuente ingresos para las familias, como explica Lucy:

Acá muchas personas ya de edad dicen que siempre han trabajado las pilwas, era el sustento que tenían, porque ellos las vendían y podían comprar sus mercaderías en el pueblo o a veces también las cambiaban por mercadería, porque mi mami iba al almacén y el caballero le compraba las pilwas. Las cambiaba por comida, por mercadería, pan. Así que había varias personas que las compraban, pero nosotros nunca supimos a dónde se iban las pilwas, porque eran muchas… ¡Muchas!

Según le contaba su mamá, en aquel entonces existían personas que compraban los tejidos: “un caballero recorría los campos. Andaba trayendo muchas pilwas al hombro, porque él no tenía vehículo. Él caminaba muchos, pero muchos kilómetros para salir a comprar las pilwas a la gente […] Hay mucha gente que hace pilwas en sus casas y uno no sabe que están trabajando”. En la década de 1970 era aún frecuente el uso de la pilwa en las ferias y mercados del sur del país para transportar las compras. Sin embargo, a partir de la década siguiente, con la introducción masiva de las bolsas de plástico, estas piezas cayeron en desuso, hasta fueron redescubiertas

como artesanía, lo cual también significó un cambio en la valoración de las piezas y del trabajo que hay detrás. Lucy recuerda muy bien ese vuelco:

Antes toda la gente hacía pilwas. Eran el sustento del hogar, para comprar la mercadería, comida y bueno uno después, cuando adulta, uno ya no quería hacerlo…. uno lo veía como una obligación de la gente mapuche que trabajara solo eso para comer. Por lo menos, a mí de niña no me gustaba, como que era algo de pobreza… personas pobres lo hacían y no les pagaban bien, pagaban poco y no valoraban el trabajo. Entonces yo me alejé, nosotros dejamos muchos años de trabajar. Yo salí a los 14 años a Santiago a trabajar y ahora volví después de 27 años, volví a mi casa acá en el campo y lo volví retomar, pero ya no como esa necesidad que antes tenía mi mamá, sino que ahora se complementa con otras cosas. Mi esposo es maestro soldador, es carpintero, hace casas, entonces para mí esta artesanía es algo que uno hace, no es tanto por la necesidad de trabajar rápido porque hay que comer. No, uno la hace más tranquila, como para ahorrar y por eso a mí ahora me gusta. Lo encuentro algo bonito y ahora aprecian el trabajo.

Aprendizaje traspasado a lo largo de generaciones

Así como otras artesanas, Lucy heredó el oficio de su madre, quien a su vez lo aprendió de sus padres. “La artesanía, lo que es la pilwa, siempre la hemos hecho” indica Lucy y añade: “Entonces yo de niñita, cuando ya podía ayudar a mi mamá, empecé a hacer lo que es la soga y mis papás hacían las pilwas”. Tal como señala Lucy, la cestería es una actividad familiar, donde hombres y mujeres participan a la par: “Siempre trabajan los dos, porque para las pilwas hay que hacer las sogas, el cordel que le dicen. Siempre las mujeres hacían las sogas y los varones tejían. Y ahora igual: yo aquí lo hago así con mi esposo. Yo hago las sogas y él teje las pilwas”.

Recolección del chupón

La elaboración de la pilwa es un proceso largo, que comienza con la recolección de la materia prima: el chupón, también conocido como quiscal. Esta planta es una especie endémica o nativa de las zonas templadas de Chile y se distribuye entre la Región del Maule y la Región de los Lagos. El chupón carece de tallo y se caracteriza por hojas largas, gruesas y espinosas en los bordes. En su centro, brotan flores rosadas que se convierten en aromáticos frutos, muy apetecidos por su dulzor y que se comercializan en las zonas urbanas durante los meses de verano3 .

El chupón utilizado por los conocedores de la artesanía, crece principalmente en los bosques nativos, a la sombra o semi-sombra de especies arbóreas como el ulmo, el laurel y el boldo, porque en estas condiciones sus hojas son más flexibles y resultan más fáciles de utilizar. El chupón puede crecer expuesto al sol, pero estas fibras no sirven para la artesanía. Es por ello, que Lucy y quienes se dedican a este oficio, tienen que hacer un largo viaje en busca de la planta:

Se sale a las montañas a recolectar los chupones porque son muchas hojas que hay que recolectar para poder hacer un par de pilwas, porque hay que buscar hojas que sean buenas. Acá hay harto material, pero no todo sirve, entonces hay que salir a buscarlo debajo de las montañas, en lo que es el bosque nativo, ahí sale mucho por debajo […] y esas hojas son suavecitas para trabajarlas.

La recolección se suele hacer en familia, en pareja o bien los varones solos, como detalla Lucy:

El chupón salimos a recolectarlo. Tiene que ser de a dos o los varones pueden salir solos, porque ellos pueden cargar, porque igual es pesado. A veces uno va a bosques donde es complicado entrar y después salir cargado…. Entonces siempre es bueno andar con alguien que pueda ayudar, porque son cerros, montañas en las que uno anda […] Es difícil sacarlo, porque uno entra en lugares en los que nadie entra, porque ahí donde crecen, están protegidas y no se las comen los animales. Por eso siempre es bueno andar de a dos. Nosotros salíamos en familia, andábamos cinco.

Tal como señala Lucy, hallar el chupón no es tarea fácil y es uno de los principales problemas que enfrentan los artesanos en la actualidad, ya que la materia prima se ha hecho cada vez más escasa. Entre las principales causas se encuentran el alarmante retroceso del bosque nativo desde fines del siglo XIX y el avance de las plantaciones forestales con especies exóticas -como el pino y el eucalipto- introducidas a partir de la década de 1980. El chupón también se ha visto afectado por el ganado vacuno que consume los brotes de las plantas, el uso de los terrenos para la agricultura y la creencia de algunas familias que en el chupón se encuentran nidos de ratones y culebras, razón por cual eliminan este vegetal reemplazándolo por otros cultivos. Debido a la escasez de chupón y la falta de acceso al bosque nativo, algunos artesanos incluso se aventuran en terrenos de propiedad privada, a la que no siempre está permitido ingresar. En este sentido, este tipo de cestería muestra la estrecha relación que una planta nativa tiene con la comunidad y lo importante que resulta asegurar y proteger la flora endémica para que pueda seguir proveyendo de materia prima la gente que vive alrededor4 .

Preparación y tejido de las fibras

Una vez de vuelta en la casa, se procede a la limpieza de las hojas de chupón. “Entonces se saca la espina con un trapo, se va limpiando y después de limpiar uno usa una peineta, que nosotros llamamos ‘partidor’. Son unas tablitas que son igual que una peineta y con eso uno va rompiendo las hojitas. Ahí va quedando como una hilacha”, señala Lucy. De su madre aprendió a luego secar las hojas. Posteriormente, cuando se comienza a trabajar, es necesario volver a poner la fibra en agua: “Entonces uno la remoja en agua y de ahí se empieza a hacer la soga, para que no esté tiesa al trabajarla, ahí ya se pone suavecita y húmeda”, indica la artesana. Actualmente Lucy agregó un nuevo paso que aprendió y que, si bien es un poco más lento y requiere de leña, permite que las fibras queden más blandas y menos quebradizas. Luego de partir las hojas, hace un fogón y hierve las fibras en un fondo grande con un poco de ceniza y detergente. Posteriormente, las retira y las seca. Gracias a este paso, sus piezas quedan especialmente flexibles, revela con orgullo. Luego se procede al entramado: “El tejido lo hace mi esposo y yo hago la soga, pero yo igual lo sé hacer. Trabajamos igual, sólo que para avanzar más, trabajamos los dos” afirma al artesana. El tejido de la pilwa es similar al de los calcetines chilotes, explica Lucy: “la diferencia es que uno pone la pierna. Uno empieza redondo y después uno lo pone en las piernas y empieza a tejer”. Según el tipo de pilwa es el tiempo que se ocupa en su confección aclara la artesana:

Hay pilwas que son corrientes, uno puede hacer dos en el día […] Si yo hiciera las sogas y después las pilwas, yo creo que haría una por día […] A veces estoy dos a tres horas haciendo las sogas y puedo hacer una pilwa. Y están las pilwas finas y esas se demoran sus dos días para hacerlas, porque llevan más materiales, como para cuatro pilwas corrientes. Son más finas, los ojitos son más chiquititos y se demoran más.

Actualmente Lucy y su marido tejen en el living de su casa, pero sueñan con un taller en el futuro. Una vez terminadas las piezas, Lucy pone especial cuidado en el secado, a fin de evitar que proliferen hongos.

Descubriendo el voqui

Si bien Juana Paillafil, la madre de Lucy, tejió únicamente mallas de chupón durante muchos años, aprendió a hacer canastos de voqui con una vecina que le transmitió conocimiento a ella y a su familia. “Todo

lo que hemos aprendido aquí ha sido por mi mami... aprender a tejer el voqui, hacer canastos con lo que es el chupón. Después hemos ido haciendo otras cosas que mi mami no hace y uno va aprendiendo”, explica Lucy. Tradicionalmente el voqui era empleado para tejer cestos con el fin de almacenar alimentos, hacer bandejas para limpiar los granos, receptáculos para lavar el mote, entre otras necesidades vinculadas a la agricultura y ganadería5. En los últimos decenios, además de los cestos, han surgido nuevos objetos ornamentales como “cuelgas de pájaros, pescados de diferentes tamaños, gallinas, cuelgas de copihues, entre otros”6. Por otra parte, a partir de la década de 1960, los artesanos fueron integrando otras innovaciones en el diseño de las piezas, como por ejemplo el teñido las hebras para hacerlas más atractivas para el comercio y la venta a los turistas7 . Al igual que la cestería en chupón, la recolección, elaboración y tejido del voqui se desarrolla al interior de la familia y la mayoría de los artesanos trabaja junto a su pareja.

Recolección del voqui

El voqui o pilpil voqui es una enredadera que se distribuye desde la Región del Maule a la Región de Los Lagos. Esta planta trepadora crece en bosques y matorrales nativos con elevaciones medias a bajas. Ya que requiere de alta humedad, es común encontrar sus raíces “cercanas a cursos de agua permanentes, vegas, lagos o pantanos”8. Los tallos, que se desarrollan apoyados en los árboles o a ras del suelo, pueden alcanzar varios metros de longitud. Lucy recolecta principalmente aquellos que crecen en altura:

El voqui está como a lo largo, es una enredadera que sube entremedio de los árboles y va para arriba creciendo, enredándose en las ramas. Entonces, después cuando uno la va a recolectar, uno la corta de abajo, la tira y se corta, porque como está toda enredada arriba, se corta y el pedazo que uno saca, ese se lo trae. Queda la mata abajo, porque el voqui crece en la parte de abajo del arbolito y sale. Y de ahí crece por el arbolito pa’ arriba.

El voqui se puede recolectar en cualquier época del año, si bien no siempre se encuentra, sostiene Lucy: “Es más difícil encontrar, porque ese tiene su tiempo. Ahora por lo menos, en primavera podemos encontrar harto, pero más pal’ verano es más difícil encontrar, como que se va secando. Se seca y vuelve a producir”.

Actualmente, la cosecha de los tallos o “hebras” del voqui, no solo la realizan los artesanos, sino que también se han sumado “recolectores” o personas que, ante la demanda de materia prima, la buscan y venden. Sin embargo, muchos de ellos no poseen el conocimiento de cómo realizar el trabajo sin dañar la planta. La correcta recogida del voqui implica un profundo conocimiento que ha sido traspasado por generaciones y que Lucy conoce perfectamente:

El voqui hay que saber sacarlo, porque si uno lo hace de raíz no va a dejar que siga creciendo. Entonces para que no se termine no hay que cortarlo de raíz, hay que dejar las raíces, porque el voqui tiene muchas raíces. Después vuelven a brotar, entonces no hay que hacerle daño a la raíz. En eso hay que tener cuidado. Nosotros después volvemos el próximo año y ahí encontramos el mismo voqui. Entonces no se muere, por eso hay que saber recolectarlo.

Al igual que el chupón, Lucy cuece el voqui, luego pela los tallos, los remoja y finalmente los seca: “después de una semana está sequito. Para trabajarlo uno después tiene que volver a remojarlo”, explica. El voqui pilpil se teje con la técnica del entramado que consiste en entrecruzar las fibras sobre una urdimbre o esqueleto de fibras más gruesas o resistentes. En sus canastos, la artesana frecuentemente utiliza tallos de voqui entremezclados con hojas de chupón.

Reencuentro con la artesanía

Han pasado ocho años desde que Lucy volvió al campo y decidió dedicarse a lo que hoy la apasiona: “Me gusta todo lo que hago, el canasto con el voqui, hacer las pilwas, a mí me gusta todo lo que trabajo en la artesanía… me encanta estar trabajando, si no tengo pedidos igual trabajo, hago cosas para mi casa”, afirma. Una de las razones por las que Lucy ama su oficio es la independencia que tiene para trabajar:

Cuando yo tengo un pedido, yo trabajo y si no puedo trabajar en el día, lo dejo para la tarde, para después de la once o me acuesto más tarde […] Yo pongo mi horario, cuando estoy más tranquila para trabajar y si en el día tengo trámites, hago mis trámites, hago todo, porque yo pongo mi horario.

Otro de los aspectos que motiva a Lucy es el interés que actualmente hay por la artesanía:

La gente empezó a conocer nuestra artesanía y empezaron a pedir de diferentes lugares de Chile, desde el sur, el norte, hasta a Iquique mandamos, inclusive ha salido nuestra malla para allá a España… entonces nuestras cosas han salido a diferentes lugares, ahí vemos que las quieren, las encuentran bonitas y por eso las siguen pidiendo.

Venta de la artesanía

La venta de la artesanía no era tarea fácil, tal como recuerda Lucy. Durante muchos años su madre salía a vender sus mallas y canastos recorriendo la playa de Puerto Saavedra, hasta que la municipalidad le otorgó un terreno, donde con ayuda de un proyecto FOSIS9 pudo construir un pequeño local. Dos décadas después, Mercedes, la hermana de Lucy, logró mejorar las instalaciones gracias a fondos proporcionados por INDAP10. Actualmente Lucy y otras artesanas cuentan con seis locales y una ruca para los turistas, donde ofrecen especialidades gastronómicas como tortillas o catuto, el tradicional pan mapuche de trigo cocido. Todos los fines de año, Lucy y otras artesanas trabajan en los locales: “Hay hartas artesanas: hay seis locales y son dos artesanas por local. Todas llegamos con nuestros productos y hemos conocido gente que ha apreciado nuestro trabajo” indica Lucy, y agrega: “Ahora le llaman artesanía, antes nosotros no teníamos idea cómo la llamaban. Yo ahora aprendí que es artesanía lo que se hace, antes eran las pilwas no más”.

Futuro incierto

En opinión de Lucy, uno de los principales problemas que enfrenta la labor artesanal es que las nuevas generaciones no se interesan por el oficio:

Los jóvenes no se interesan mucho, porque ya tienen su profesión, se van del lugar donde ellos se criaron, se van pal’ pueblo. Mis hijas no están interesadas en lo que es la artesanía. En este momento tengo una hija que se casó y nunca le gustó […] A ella yo la crie en el pueblo.

La migración de los jóvenes ha tenido como consecuencia la falta del traspaso de los conocimientos a las generaciones venideras en torno a la recolección sustentable y el correcto uso de las fibras vegetales, como el chupón o el voqui. No obstante, en algunos casos, como ocurrió con Lucy, luego de pasar una temporada en otras ciudades,

los jóvenes vuelven a sus tierras de origen para continuar con el oficio. Muchas veces, estos “jóvenes que retornan, traen ideas innovadoras que permiten desarrollar nuevos diseños y aplicaciones”11. Para la artesana, haber regresado a su tierra natal significó también el reencuentro con una parte de sus raíces: “estuve en Santiago hartos años y lo que es mío, yo lo llevaba en la sangre. Yo empecé de chiquitita a hacer la soga. Mi mamá me enseñó a hacerla con mi papá, entonces yo hacía sogas, a lo mejor no bien hechas, pero ellos las ocupaban igual. Entonces recuerdo que de chiquitita yo siempre aprendí eso”. Hoy en día la artesana exhibe con una sonrisa cada pilwa y canasto. Cada una de las piezas, da cuenta de un oficio en el que se ha podido reencontrar con su historia y su identidad, con el profundo conocimiento del territorio, del bosque nativo y sus recursos que le legaron sus antepasados y con un arte que ha sido traspasado al calor de los hogares de generación en generación.

1. En mapudungun Lafken se traduce como mar y che como gente. 2. Olga Piñeiro, La cestería chilena, Santiago, Editorial Universitaria, 1967 y testimonio de una artesana de la familia Chihuaicura Paillafil, citado por Yessenia Aedo, Sistema Socioecológico del Lago Budi, bajo el contexto del uso artesanal del chupón (Greigia sphacelata) en la comuna de Saavedra, Región de La Araucanía, Chile, Tesis para optar al grado de Ingeniera en Conservación de Recursos Naturales, Universidad Austral de Chile, Valdivia, 2017. Disponible en http://cybertesis.uach.cl/tesis/uach/2017/fifa246s/doc/fifa246s.pdf [fecha de consulta: noviembre de 2021]. 3. El nombre chupón deriva del verbo “chupar” los dulces frutos de la planta. 4. Dawn Ward, “Una Mirada Antropológica hacia el Mundo del Artesano del Voqui Fuco en un Contexto de Desarrollo Sostenible: San Juan de la Costa, X Región de Chile”, en Revista Mad, N° 9, Santiago, Departamento de Antropología de la Universidad de Chile, 2003. Disponible en http://rehue.csociales.uchile.cl/publicaciones/mad/09/paper07.pdf [fecha de consulta: noviembre de 2021]. 5. Juana Palma, Catalina Mekis y Bastienne Schlegel, Recolección de Tallos de Pil-Pil Voqui para Cestería. Relato de una tradición originaria del pueblo Lafkenche de Alepúe, Santiago, Instituto Forestal (INFOR) / Fundación para la Innovación Agraria (FIA), 2016. Disponible en http:// bibliotecadigital.fia.cl/bitstream/handle/20.500.11944/145875/Libro%20Pil-Pil%20Voqui. pdf?sequence=1&isAllowed=y [fecha de consulta: noviembre de 2021]. 6. Ibid. 7. Ibid. 8. Ibid. 9. El Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP) es un servicio del Ministerio de Agricultura, que tiene por objeto: “Promover el desarrollo económico, social y tecnológico de los pequeños productores agrícolas y campesinos, con el fin de contribuir a elevar su capacidad empresarial, organizacional y comercial, su integración al proceso de desarrollo rural y optimizar al mismo tiempo el uso de los recursos productivos”. Véase: INDAP, ¿Qué es INDAP?, Santiago, 2022. Disponible en https://www.indap.gob.cl/que-es-indap [fecha de consulta: abril de 2022]. 10. El Fondo de Solidaridad e Inversión Social (FOSIS), está vinculado a la Presidencia de la República a través del Ministerio de Desarrollo Social y Familia. Su misión es “contribuir a la superación de la pobreza y la vulnerabilidad social de personas, familias y comunidades”. Véase: FOSIS, Sobre nosotros, Santiago, 2022. Disponible en https://www.fosis.gob.cl/es/sobrenosotros/ [fecha de consulta: abril de 2022]. 11. Aedo, op. cit.

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