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Teresa Huaquil | Textilería

Teresa Huaiquil, el tejido en la memoria

La artesana mapuche Teresa Huaquil se crio en el campo, a las afueras de Lumaco, localidad ubicada al noroeste de la Región de la Araucanía, a 120 km. de Temuco. Lumako en mapudungun se traduce como “agua de luma”, nombre que recibe un árbol nativo (Amomyrtus luma), que en la primavera se cubre con flores blancas y fragantes, las que en verano se convierten en bayas moradas y negras, que son empleadas en la elaboración de mermeladas y bebidas alcohólicas1. Su madera dura y resistente ha sido usada tradicionalmente en la confección de utensilios de labranza y herramientas, en la construcción de palafitos y en los bastones empleados por carabineros, popularmente conocidos como “lumas”2 .

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La comuna de Lumaco se encuentra emplazada en una accidentada geografía, la que hace “difícil la conectividad local y global”3. Por el oeste, está flanqueada por la cordillera de Nahuelbuta “una de las zonas de la Cordillera de la Costa que posee los niveles más altos de biodiversidad y endemismo (especies únicas en un lugar)”, pero que actualmente ha sufrido fuertes alteraciones medioambientales4. En tiempos prehispánicos el territorio era habitado por los nagche o “gente del bajo”, pueblo que formaba parte del universo multicultural mapuche5. La zona fue el escenario de la resistencia a los conquistadores españoles y tres siglos después a las tropas chilenas durante la ocupación de los territorios al sur del río Bío-Bío. A partir de 1884 siguió un proceso de radicación de las comunidades mapuche en pequeñas reservas o reducciones, que transformaría profundamente el modo de vida tradicional y originaría “buena parte de los actuales conflictos territoriales mapuches”6 . Los habitantes de la comuna de Lumaco se establecieron principalmente en el espacio rural, el que los últimos treinta años ha sufrido una rápida transformación “que evidencia fuertes cambios en lo económico, lo ambiental, lo político y lo sociocultural. Esto se relaciona con temas como la expansión forestal en la comuna, migración campo-ciudad, disminución de la biodiversidad y de las fuentes de agua, desigualdades económicas, entre otros”7 . La artesana deja a un lado el gorro de lana que está tejiendo para contar de su vida y su amor por la artesanía.

Herencia de los antepasados

Teresa nació en una familia de artesanos mapuche: “Mi papá era artesano y mi mamá igual, así como mis abuelos y mis bisabuelos. Mi papá y mi mamá aprendieron de mis abuelos, de los antepasados” relata y agrega: “Todo el quehacer, en cuanto al telar y la greda es herencia de mi padre y mi madre. Es lo que tengo yo, el trabajo, lo que aprendí”. La artesanía forma parte de la vida de Teresa, como explica:

Yo me crie en ese rubro, de nacimiento. Cuando estaba en el vientre de mi madre, mi mamá trabajaba en eso ya hace mucho tiempo. Entonces uno abre los ojos y ya ve que es lo que está haciendo la mamá y el papá y así uno va creciendo y aprendiendo por sí solo, porque todos los días está mirando cómo trabajan los padres. A final, no cuesta aprender o memorizar eso en la mente, porque ya todos los días lo está mirando, uno va a haciendo lo mismo casi, pero en miniatura chica y después va haciendo cosas más grandes. Así yo fui aprendiendo […] Entonces yo no tenía para qué capacitarme o participar en un curso en otro lado, porque yo en mi casa tenía a los maestros.

Una de las características del aprendizaje en las familias mapuche es que los niños están presentes desde muy pequeños en las actividades familiares y las imitan, “incorporando progresivamente y de forma inconsciente esquemas de percepción, estrategias de actuación y convencionalismos sociales del grupo”8. Así ocurrió con Teresa: “Nadie me capacitó para hacer los trabajos, es la sabiduría que tenían mis padres no más”, sostiene orgullosa.

Trabajando la lana

De pequeña Teresa fue aprendiendo las distintas etapas que tiene una pieza artesanal. En aquella época sus padres compartían los ovinos, como explica la artesana:

Mis papás tenían ovejas que eran a medias, no eran de ellos. Por ejemplo: una persona tiene hartas ovejas y las da en medias. Uno tomaba unas diez o quince ovejas, ya adultas, para que el próximo año dieran crías. Entonces ellos tomaban a medias las ovejas y en octubre, noviembre, diciembre se esquilaban las ovejas, se les sacaba la lanita y de ahí se repartía. Por ejemplo: si son diez, cinco lanas para cada uno y los corderos lo mismo. Entonces ahí mi mamá sacaba lana y podíamos empezar a trabajar. Desde cuando se esquilaba la oveja, ya empezaba ella: lavar la lana, sacarle el veri [la grasa del animal], después secarla…

Entusiasmada, la artesana detalla la preparación de la lana:

Cuando se esquilaba, se cosechaba la lana y mi mamá comenzaba a trabajar: a lavarla, secarla, limpiarla ¡que no tenga ni una basurita! Se escarmenaba la lana, se abría como un algodón, para que salga la basura, todo, y si estaba muy sucia había que aporrearla con un palo, una varita, encima de un saco y de ahí se sacudía para que saliera la basurita ¡Es un trabajo grande la lana de la oveja! Al final uno puede hacer la prenda. Cuando uno tiene hilada la lana, está torcida y todo. Entonces uno empieza a pensar ¿qué voy a hacer con esto? ¿voy a hacer una manta? ¿voy a hacer un camino de mesa? ¿voy a hacer un suéter o una bajada de cama? Entonces ahí uno puede decidir qué hacer con ella.

Actualmente, Teresa vive en Lumaco, pero en la ciudad, por lo que ya no tiene ovejas y debe comprar la lana, a veces incluso ya hilada: “ahí nos la arreglamos como podemos. Como artesana uno lo hace como puede, buscando materiales por acá y por allá”, afirma.

Los colores de la lana

Respecto a la tintura de la lana, la artesana describe primero los colores naturales:

Hay lana blanca, de color y también negra, pero son muy escasas las ovejas que tengan negrita la lana. El color gris lo dan harto las ovejas. No se tiene para qué teñir, incluso se puede revolver con la blanca y queda un color pitío que le llaman, pero el blanco- blanco uno lo tiñe del color que quiera para hacer una prenda.

Para obtener otros tonos, Teresa emplea tinturas naturales y también anilinas, dando a sus clientes a elegir qué prefieren: “Yo hago los trabajos no más, entonces el que quiera comprar lo ve, le gustó ese, o ese otro. Las personas eligen”. Para los tintes naturales, algunos de los productos que la artesana emplea son: cáscaras de cebolla, hojas de maqui, pasto, cáscara de nueces, almendras y castañas. “Uno busca todas las plantas naturales para hacer teñidos diferentes. Las hojitas del durazno, cuando se están cayendo en el otoño, se ponen amarillas. Entonces yo las recojo, tiño la lana y da color amarillo pato”, sostiene Teresa. La artesana emplea dos tipos de ollas, según la tintura a usar: “Todo lo que es natural hay que echarlo a cocer en una olla de fierro, no de aluminio. La de aluminio la uso para las anilinas, porque se usa un fijador, entonces la olla de fierro no conviene, porque se echa a perder. Por eso yo tengo olla de fierro y olla de aluminio para teñir”, indica.

Según la pieza a tejer, es el color de lana que Teresa empleará: “Las mantas, por ejemplo, no se pueden hacer como un camino de mesa, porque son de colores más fuertes, pero la manta no, puede ser lana pitío, color gris o a veces blanca, con aplicado negro y blanco”, señala.

Urdiendo con la memoria

En la cultura mapuche, el trabajo a telar es una tarea esencialmente femenina, como destaca Teresa: “Por acá los hombres no se meten en el telar, hacen platería o sillas, muebles en madera”. De su madre, aprendió a tejer en el telar mapuche o witral, el que, como ella afirma “tiene más salida” entre sus clientes. No obstante, también trabaja en telar de mesa, en telar con pedal, en telar de clavos -en el que confecciona pequeños ponchos de cuatro piezas- y también teje a palillos. Cuando es momento de comenzar el tejido, Teresa diseña los motivos:

La persona que trabaja tiene en la memoria todo ese trabajo. Yo urdo no más, urdo […] Como que uno tiene grabados en la mente los dibujos, los tiene en la memoria, como un disco […] Porque cuando yo tengo listo el telar, ahí yo creo mis dibujos. Yo digo: ‘este dibujo voy a hacer’. Porque lo pienso: ‘¡Ah! Este diseño lo hago’. Pero no es que tenga un libro y esté mirando: ‘este hay que hacerlo así, o hacerlo asá’. No, en la mente, en la memoria uno tiene eso ¡A lo mejor para otros es difícil de entender!

La artesana ha dictado numerosos cursos y sabe que resulta difícil para otras personas comprender cómo teje: “Uno urde no más y cuenta las hebras que van a hacer el dibujo, porque son dos hebras que van acompañadas, una de un color y una de otro, que hacen como una franja. Entonces ahí uno tiene que imaginar, así debe trabajar la memoria, para ver qué dibujo hacer”. La maestría que ha alcanzado Teresa se refleja en la finura y detalle de cada uno de sus tejidos, la acertada elección de colores y sus hermosas grecas.

Platería y cántaros de greda

Pese a que la platería era un oficio masculino, Teresa aprendió a hacer aros y anillos de su padre: “Incluso tengo un anillo que hice, que lo tengo en mi dedo aquí y a dónde ando yo por ahí, yo digo ‘este anillo que tengo, lo confeccioné yo’. Me quedan mirando, no sé si se convencen de que lo hice yo. Entonces les digo: ‘es que mi papá era platero’”.

La artesana recuerda con orgullo el oficio de su padre: “hacía anillos, trapelacuchas, prendedor que le dicen, todas esas cosas de platería, aros, todo eso hacía él […] hacía hasta bombillas para tomar mate y también arreglaba los arados de la gente del fundo…”. Si bien su especialidad es el tejido, Teresa también aprendió a trabajar la greda de su madre:

En cuanto a la greda, yo aprendí también por mi mamá porque ella hacía cántaros esos para hacer muday. Se hacían unos cántaros grandes que hacían muday, que era la bebida de mapuche antigua de antes, que ahora ya no se ve por acá. Ella trabajaba de octubre para adelante, cuando había más sol y no llovía mucho, porque la greda necesita calor para poder hacer una vasija. Yo me metía igual a hacer cositas chicas. A veces hacía unas bolitas primero con la masa y me pillaban y me las quitaban, me pegaban igual. Yo sacaba a escondidas y me iba a otro lugar a hacerlas, unas bolitas como para polca, así para jugar. Así fui aprendiendo.

La zona de Lumaco cuenta con una larga tradición alfarera que ha sido heredada de madres a hijas durante generaciones9. La alfarería mapuche data de tiempos prehispánicos y se caracteriza por su gran conservadurismo en las formas y decoraciones10. De este modo, la técnica -que se distingue por el trabajo manual que prácticamente no requiere de herramientas- ha variado poco a lo largo de los siglos. Dentro del dominio cerámico mapuche, destaca la tradición de los grandes cántaros o fücha metawe, que servían para envasar agua y licor11 . Los envases empleados para fermentar y conservar el muday –licor de maíz– contaban con asas y se colocaban en un lugar permanente dentro de la ruka o vivienda. El contenido se extraía introduciendo un artefacto más pequeño12. La producción y el consumo de este licor estaba “vinculado a las fiestas y rituales más importantes”13. Tal como señala Teresa, actualmente ha caído en desuso, lo cual también ha significado la desaparición de estos contenedores. La artesana recuerda que en los meses de invierno su madre trabajaba en el telar al interior del hogar, mientras que en el verano se dedicaba más a la greda. Tradicionalmente, las alfareras mapuche no trabajan en el invierno, ya que la arcilla se enfría y existe la creencia que puede hacer mal o causar enfermedades14 . Tal como observara Teresa de niña, las vasijas de greda que hacía su madre -al igual que otras alfareras mapuche-, se moldean a partir de bolas de arcilla15. La primera de ellas se aplasta hasta obtener un disco, el cual se modela con las manos, otorgándole una forma circular. Esta base

se coloca sobre una tabla, doblando sus extremos. Para confeccionar el cuerpo y la boca del cántaro, las bolas de arcilla se aplastan y alargan hasta obtener cintas de greda, las que se enrollan sobre la base hasta que la alfarera logra la forma requerida. Finalmente se moldean las asas, las que se agregan a la altura del cuello. El paso siguiente es el secado que dura varios días y el bruñido de la superficie con cantos rodados. Ya secas, las piezas se acercan al fuego para que se calienten, lo cual evita que se tricen durante la cocción. Como último paso se realiza un baño con líquidos calientes, como por ejemplo agua hervida con locro -espesante de caldos y cazuelas en base a trigo triturado16- que tiene como objetivo sellar los poros al interior de las vasijas. En los últimos años la alfarería se ha ido transformando en una actividad marginal, siendo practicada por un reducido número de mujeres, cuya media de edad supera los 50 y 60 años17. Sin embargo, algunas piezas, como el “jarro pato” y otros motivos zoomorfos se siguen confeccionando, “dada su fuerte carga simbólica en ceremonias”18 .

Cuando se hablaba mapudungun

A sus 71 años, la artesana ha sido testigo de los grandes cambios que ha vivido el pueblo mapuche las últimas décadas: “Las personas ya no se visten como el mapuche de antes con chamal [paño tejido negro]… Pero cuando hay una fiesta, por ejemplo, un ngillatun [rogativa] o un palin [juego tradicional con una pelota], las personas se visten, pero para un ratito no más” comenta pensativa y agrega: “Igual eso se está perdiendo, ya no se recupera, lo que está quedando es la artesanía”. Teresa recuerda que en su infancia todo era muy diferente:

Los viejitos hablaban puro mapuche. Mi papá, mi mamá hablaban puro mapuche no más, no hablaban castellano, porque no sabían pronunciar bien las palabras. Hasta a los animalitos les hablaban en mapuche y los animalitos entendían igual, pero si tú ahora les hablas así en mapuche, por ejemplo, a los perritos y a los gatitos ¡no te van a entender!

Entre risas Teresa agrega:

Los perritos antes entendían mapuche. Tú les decías: ‘Anda a buscar las ovejas allá, al cerro arriba’ y allá iban los perritos. En la casa hacían así, les indicaban, mira: ‘Allá están en la falda están las ovejas, anda a buscarlas’. Y allá iban corriendo, rodeaban las ovejas y las traían, pero se les hablaba en palabras mapuche, no en castellano.

La vivienda en la que se crío la artesana era una ruka:

El techo arriba era de pajita, al lado un poco de madera con tierra, así como hacen las casas para el norte, pero no con adobe sino tierra amasada con paja. Después le colocaban así paraditos unos palitos más o menos gruesecitos y entonces entremedio iban colocando la tierra, amasada con paja […] Esa paja, era de cuando se cosechaba el trigo y ahí se hacía la masa, entonces quedaba muy abrigadora y súper calentita la casa. Uno hacía un fuego en el suelo, abajo en la tierra.

Tal como describe Teresa, la vivienda mapuche o ruka, cuenta con una estructura de madera, diseñada para soportar los vientos de la zona. Las capas de paja, con las que se cubre el armazón, junto con constituir “un formidable aislante de las temperaturas exteriores, protege de las lluvias por tener buena capacidad de escurrimiento”19. Así lo recuerda también la artesana: “No se sentía cuando llovía fuerte tampoco, porque la pajita como que apaciguaba las gotas de la lluvia. Corría viento fuerte y no se sentía, era muy suave”. En este sentido, la ruka es expresión del conocimiento y la extraordinaria adaptación del pueblo mapuche a su medio ambiente20 . Si bien existen distintas formas y tamaños de viviendas, cada ruka tiene como centro el fogón -foco de la vida cotidiana- y cuenta con una entrada orientada al este, por donde sale el sol y “desde donde viene la vida según la cosmología mapuche”21. Era aquí, donde la mujer instalaba su telar para tejer en los meses de invierno. Opuesto a la entrada, se guardaban los cántaros de chicha y de muday, junto a los sacos de grano, bultos o baúles con ropas y utensilios22. Actualmente, la mayoría de estas viviendas tiene función de cocina, sala de estar o lugar donde se desarrollan las actividades artesanales23 . Teresa recuerda que la vida entonces era muy sacrificada:

La gente andaba a pie no más, venía al pueblo a comprar cosas, pero a patita no más y si ibas cargadito con cosas, igual no más, porque no había locomoción. Ha cambiado mucho, era muy sacrificado. Ahora hay buses que corren pal’ campo, liebres que recorren las comunidades y la gente toma el bus y llega a Lumaco y hace cosas, casi no caminan, antes se caminaba a patita pelada igual, no había zapatos, era muy sacrificado antes.

La artesanía como terapia

A Teresa le gusta tejer y es algo que necesita en su día a día: “Me gusta trabajar en artesanía, porque es mi rubro. No me gusta cocinar, hacer comida… tengo que hacerlo porque es una obligación, pero no es que

me guste [se ríe], no es lo mío hacer aseo, lavar… no es para mí, pero es mi deber, porque soy dueña de casa igual”. Es por ello, que cada momento libre es bien aprovechado:

Trabajo por ratos, hago las cosas, por ejemplo: el aseo, el almuerzo. Mi marido también me ayuda a hacer aseo, si me queda tiempo me voy al telar a trabajar, después lo dejo ahí, tengo que hacer el almuerzo, lo dejo y después me voy al telar otra vez. O si no, trabajo a palillos haciendo gorritos de lana de oveja o tejo suéteres con diseño mapuche igual. Y si estoy mirando tele... estoy con mi tejido a palillo.

Las sobrinas y las hijas Teresa aprendieron a trabajar la artesanía: “mi hija menor me ayudaba a hacer caminos de mesa cuando me hacían pedidos para mandar a Santiago, pero cuando ella no tenía trabajo, pero ahora ya no me ayuda porque tiene trabajo. Ella trabaja en una oficina, entonces yo sola tejo en mi casa no más”, afirma resignada. En opinión de la artesana, la causa de la falta de interés de la gente joven por la artesanía es simple: “Ellos quieren ganar dinero, pero más fácilmente no con tanto sacrificio”. Pensativa, agrega:

Ha habido harta capacitación acá, pero la gente lo deja, como que no tiene mucho interés, porque no se vende mucho y porque cuesta hacerlo, uno tiene que saber que cuesta hacer los trabajos. Por ejemplo: si no tiene lana hilada, hay que hilar para hacer una pieza a telar después y se demora el hilado y hacer los ovillos, entonces cuesta.

Además de ser una ardua tarea, la artesanía no siempre se vende, lo que frustra a las mujeres más jóvenes, algo que para Teresa no es un problema: “Yo tengo trabajos aquí que voy haciendo, a veces me vienen a comprar porque saben que yo trabajo en telar. Tengo cosas hechas, para que el que venga a comprar pueda llevar, pero también me sirve harto para que mi mente esté ocupada”, comenta y agrega: “Si yo no hiciera nada, estaría sentada, haría las cosas de la casa ¿y después que...? ¿Me quedo horas mirando tele?”. Entre risas Teresa añade: “Eso no me da ganancia. Cuando uno tiene trabajo hecho, en un tiempo más puede cantar el gallo y llega alguna moneda. Como se dice: ‘no llueve, pero goterea’”. Más que un trabajo, Teresa ama su oficio: “A mí me gusta, no pueden quitármelo. Si me lo quitan yo me decaigo, porque me gusta trabajar en lana.” También ha encontrado en la artesanía un más sentido profundo: “Venda o no venda, yo igual trabajo, porque a uno le sirve como una terapia eso, porque así uno no está pensando cosas por acá, por allá, sino que se dedica a trabajar con la lana, la mente está concentrada en eso”.

1. Sebastián Cordero, Lucía Abello y Francisca Galvez, Plantas silvestres comestibles y medicinales de Chile y otras partes del mundo. Guía de Campo. Concepción, Ed. Corporación Chilena de la Madera, 2017, p. 30. 2. Pedro Soto, Reproducción vegetativa por estacas en Amomyrtus luma (luma), Amomyrtus meli (meli) y Luma apiculata (arrayán) mediante el uso de plantas madres jóvenes y adultas, Tesis para optar al Título de Ingeniero Forestal, Universidad Austral, Valdivia, 2004. Disponible en http://cybertesis.uach.cl/tesis/uach/2004/fifs718r/doc/fifs718r.pdf [fecha de consulta: mayo de 2022]. 3. Pamela Donoso, “Modalidades de participación en los reclamos territoriales de los pueblos indígenas en Chile: el caso de las comunidades mapuche del Lof Butakura de Lumako (20112014)” en Rocío N. Comas et al. Maestría en derechos humanos y democratización en América Latina y el Caribe: tesis destacadas del año académico 2014-2015, San Martín, UNSAM EDITA, 2016. Disponible en https://www.unsam.edu.ar/ciep/wp-content/uploads/2016/12/ Modalidades-de-participacion-en-los-reclamos-territoriales-de-los-pueblos-indigenas-enChile-el-caso-de-las-comunidades-mapuches-del-Lof-Batakua-de-Lumako-2011-2014.pdf [fecha de consulta: mayo de 2022]. 4. Alexia Wolodarsky-Franke y Susan Díaz, Cordillera de Nahuelbuta. Reserva Mundial de Biodiversidad. Valdivia, WWF Herrera, 2011. Disponible en http://awsassets.panda.org/ downloads/nahuelbuta2011_1.pdf [fecha de consulta: mayo 2022]. 5. Carlos Ruiz Rodríguez, “Antecedentes históricos y ambientales de Lumako y la identidad nagche” en Revista de Historia Indígena, N° 5, Universidad de Chile, Facultad de Filosofía y Humanidades, 2001, p. 84. 6. Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato con los Pueblos Indígenas, Informe de la Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato con los Pueblos Indígenas, Santiago, Comisionado Presidencial para Asuntos Indígenas, 2008, p. 361. 7. Pamela Donoso, op.cit., p. 245. 8. Jaume García Rosselló, “Cerámica, prácticas técnicas y estructura social mapuche: un caso de dinamismo cultural” en Complutum, Vol. 28, N° 2, 2017, p. 354. Disponible en https:// revistas.ucm.es/index.php/CMPL/article/view/58434 [fecha de consulta: mayo de 2022]. 9. Jaume García Rosselló y Gonçalo de Carvalho Amaro, “La cerámica mapuche a mano. una aproximación etnográfica basada en las técnicas”, en Trabalhos de Antropologia e Etnologia, N° 53, 2013. Disponible en https://www.academia.edu/12134995/La_cerámica_mapuche_a_ mano_Una_aproximación_etnográfica_basada_en_las_técnicas [fecha consulta: mayo 2022]. 10. Aldunate, El mapuche…, op. cit. 11. Margarita Alvarado, “La tradición de los grandes cántaros: reflexiones para una estética del ‘envase’”, en AISTHESIS, N° 30, Santiago, 1997, p. 116. 12. Ibid., p. 110. 13. Ibid., p. 117. 14. Marianela Cartés, El arte cerámico mapuche: su enseñanza y elaboración en la comunidad y en la escuela, Tesis para optar al Título de Magister en Educación Intercultural Bilingüe con la Mención Planificación y Gestión, Universidad Mayor de San Simón, Cochabamba, 2001, pp. 69 y 70. Disponible en http://biblioteca.proeibandes.org/wp-content/uploads/2016/11/8. Tesis_Marianella_Cartes.pdf [fecha de consulta: mayo de 2022]. 15. La descripción de la técnica fue tomada de García Rosselló y de Carvalho Amaro, op. cit. 16. Paula Chavarría y Paula Fuentealba, Patrimonio alimentario de Chile. Productos y preparaciones de la Región de La Araucanía. FIA, Santiago, Chile, 2008, p. 81. 17. García Rosselló, Cerámica, prácticas…, op. cit. 18. Ibid. 19. Aldunate, El mapuche…, op. cit. 20. Ibid. 21. Juan Carlos Skewes, “Residencias en la cordillera. La lógica del habitar en los territorios mapuche del bosque templado lluvioso en Chile” en Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. No. 26, 2016. Disponible en http://dx.doi.org/10.7440/antipoda26.2016.06 [consulta: mayo de 2022]. 22. Carlos Aldunate del Solar, Mapuche, Semilla de Chile. Santiago, Museo Chileno de Arte Precolombino, 2009, p. 99. 23. García Rosselló, Cerámica, prácticas…, op. cit.

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