La conciencia en el cerebro - Dehaene, Stanislas

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la descarga de corrientes en las neuronas corticales. Tanto el EEG como la MEG pueden registrarse de modo muy sencillo, ubicando ya sea electrodos en la cabeza (EEG) o detectores muy sensibles de campos magnéticos alrededor de ella (MEG). Con la fMRI, el EEG y la MEG a disposición, ya podemos rastrear la secuencia completa de la activación cerebral a medida que un estímulo visual viaja desde la retina hasta los puntos más distantes del lóbulo frontal. En combinación con las técnicas de la psicología cognitiva, estas herramientas abren una nueva ventana hacia la mente consciente. Como analizamos en el capítulo 1, muchos estímulos experimentales proveen contrastes óptimos entre los estados conscientes e inconscientes. Por obra del enmascaramiento o de la inatención, podemos hacer que cualquier imagen visible se desvanezca de la vista. Incluso podemos ubicarla en el umbral, de modo que sólo la mitad de las veces podamos verla y por eso varíe sólo en su percepción subjetiva. En los mejores experimentos, el estímulo, la tarea y el desempeño están estrictamente equiparados. Como resultado, la conciencia es la única variable que se manipula de manera experimental: el sujeto informa ver en un caso y no ver en otro. Así, todo lo que queda es examinar qué diferencia demuestra la conciencia en el nivel cerebral. ¿Qué circuitos específicos, si es que los hay, se activan sólo en los ensayos conscientes? ¿La percepción consciente provoca eventos cerebrales únicos, ondas específicas u oscilaciones? Este tipo de marcadores, si se pudieran encontrar, servirían como marcas de la conciencia. La presencia de estos patrones de actividad neural, como la firma al pie de un documento, sería un indicador confiable de la percepción consciente. En este capítulo vamos a ver que pueden encontrarse varios sellos de la conciencia. Gracias a las imágenes cerebrales, por fin se reveló el misterio de la conciencia. La avalancha de la conciencia En el año 2000, la científica israelí Kalanit Grill-Spector, que en ese momento investigaba en el Instituto Weizmann de Ciencias en Tel Aviv, realizó un experimento sencillo de enmascaramiento (Grill-Spector, Kushnir, Hendler y Malach, 2000). Proyectó imágenes durante un breve lapso de tiempo, que variaba de un cincuentavo a un octavo de segundo, e inmediatamente después una imagen rota y desordenada. Como resultado, algunas imágenes seguían siendo detectables, mientras que otras se volvían por completo invisibles: estaban por encima o por debajo del umbral de la percepción consciente. En el gráfico final, las respuestas de los participantes trazaban una curva hermosa: las imágenes presentadas por debajo de los cincuenta milisegundos eran difíciles de ver, mientras que las exhibidas durante cien milisegundos o más eran visibles. Después, Grill-Spector escaneó la corteza visual de los participantes (en ese momento no era fácil escanear el cerebro completo). Lo que observó fue una clara disociación. En las áreas visuales tempranas se notaba actividad, sin importar la


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