Galicia, o sorriso de Daniel

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Daniel Castelao: la sonrisa del dolor político

de años de oscurantismo, regresa y enseguida se transforma en nacionalismo pleno. Castelao está presente desde el principio en esta nueva andanza, pues ingresa en las Irmandades antes de que las grandes figuras del nacionalismo tradicionalista (Antonio Losada, Vicente Risco) y lo hace atendiendo al llamamiento galleguista, de orientación democrática, regeneradora y republicanizante de los primeros promotores: Antón y Ramón Villar Ponte, Manuel Lugrís, Lois Porteiro, etc. Debemos tener esto en cuenta para valorar mejor sus posturas ulteriores y, sobre todo, el verdadero alcance de la innegable influencia que ejercerían sobre él Antonio Losada y Vicente Risco entre 1918 y 1923. En este primer trayecto del nacionalismo gallego, Castelao es un militante destacado y disciplinado que asiste a las Asambleas y participa en algún mitin, pero que nunca ocupa primeros puestos de responsabilidad política ni sobresale como teórico. Su función es otra: ser “nuestro artista genial”, el hombre de gran popularidad y prestigio que contribuye a divulgar el movimiento con caricaturas, dibujos y conferencias. Ni por formación ni por vocación fue nunca Castelao un ideólogo. Acostumbrado a captar y representar realidades, problemas y sentimientos muy concretos, estaba muy acostumbrado a los conceptos teóricos o las formulaciones abstractas. Las usaba, pero siempre tomadas de otros. En cambio tenía una gran capacidad para adoptar en cada momento la posición política más coherente con las principales metas que perseguía. Por eso, en los momentos decisivos, se guió siempre, no por las teorías, sino por imperativos

de justicia o de eficacia coyuntural, por aquello que reclamaba cada situación para la mejor defensa de Galicia y de su pueblo. De aquí que no deba sorprendernos que, mientras en el plano estrictamente ideológico asumía a veces elementos contradictorios entre si, en el plano político su actuación fue siempre nítidamente rectilínea, aún siendo al precio de negar en la práctica algunos de esos elementos o, por lo menos, las consecuencias políticas de ciertas ideas. Por supuesto entre los ingredientes ideológicos nunca negados, ni en la teoría ni en su aplicación práctica, estaban los que para él siempre fueron centrales: el nacionalismo gallego democrático y lo que, a falta de otro término más preciso, llamaremos populismo de izquierdas. El primero lo lleva, como a todos sus compañeros de las Irmandades da Fala primero y del Partido Galeguista después, a afirmar que Galicia es una nación y que España es un Estado formado por cuatro naciones (Castilla, Cataluña, País Vasco y Galicia), a atribuir a la hegemonía opresora de la nación castellana los males del Estado y de la sociedad, a proponer la libre federación de esas cuatro naciones en un Estado federal que sería el primer paso para la integración de Portugal en una confederación ibérica. Lo lleva también a pedir la galleguización del sistema político, de la Administración (con especial énfasis en la enseñanza y en la justicia) y de la Iglesia; a exigir la cooficialidad de la lengua gallega y la regalleguización de toda la vida cultural y científica del país, así como el reconocimiento en los Códigos del derecho privativo de Galicia y de la personalidad jurídica y administrativa de la

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