SALUD Y MEDICINA TRADICIONAL A diferencia de Bolivia, la chilenización redujo a la marginalidad las prácticas habituales de la medicina ancestral aymara. Lo que se puede rescatar es la farmacopea herbolaria, tanto en zonas rurales como en las ciudades donde se conserva un vínculo fluido con las comunidades rurales y principalmente a través de los mercados de productos naturales. Normalmente son las mujeres quienes portan estos conocimientos. Entre las herbóreas, la hoja de la planta de coca ha sido la de uso más característico. Es un arbusto de 3 metros de altura y pertenece a la familia de las eritroxiláceas (eritroxilon-coca). No se cultiva en territorio chileno pero formó parte de los intercambios andinos en la antigüedad. Se usaba en la vida cotidiana incorporada a la alimentación, los rituales y la medicina. Sus propiedades son múltiples: masticar hojas de coca calma el dolor de estómago, ayuda a resistir el hambre, la sed y la somnolencia. Una infusión de cinco hojas de coca elimina el “soroche” -o mal de altura- así como el dolor de cabeza. En compresas, alivia el dolor de muelas. Hasta su prohibición, desde siempre fue consumida por campesinos y mineros en sus trabajos difíciles para resistir la falta de agua, de comida y los efectos de la altura. Otra hierba de uso común es la retama (sorathamus scoparia, spartium scoparium, genista scoparía). Es una planta que crece predominantemente desde los 2500 a 3500 sobre nivel del mar, en quebradas, a las orillas de los caminos. Tiene flores amarillas, el tallo es nudoso, erguido y duro y las hojas son pequeñas, lanceoladas. Su fruto es una vainita negra con semilla diminuta. Sus propiedades medicinales se relacionan con las enfermedades hepáticas. Se utiliza en forma de cataplasmas florales para los abscesos ayudando acelerar el
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proceso y expulsar la infección. También se pueden hacer infusiones con sus hojas y flores, las que son útiles para las enfermedades del corazón, reumatismo, gota, ciática, afecciones a la piel y herpes. Si bien la farmacopea se conserva de manera residual, lo que pervive es el personaje tradicional que asume el rol de sanador: el Yatiri. Sana el espíritu o el alma del aymara, y también restablece los equilibrios dentro de la comunidad. Es muy buscado en las comunidades, sus redes y sus conocimientos son resguardados. Los resultados de sus atenciones dependen mucho de la disposición psicológica del afectado y según algunos autores, la expansión del pentecostalismo en el altiplano de Tarapacá, ha permitido establecer una relativa continuidad de su rol, aún cuando hay claras diferencias entre la concepción de la medicina andina y la pentecostal. Otra expresión híbrida contemporánea, es la teoyatría -que es una visión tradicional de la terapia según la cual dios o la divinidad sana al enfermo-, es propia de la antigua cosmovisión andina pero persiste en los santuarios populares de Tarapacá que son mixturados y verdaderos “centros de práctica médica popular”. Los peregrinos emigran regularmente hacia ellos y el proceso subjetivo de sanación se acompaña de cantos que juegan un rol protagónico para lograr su eficacia. El análisis del contenido de los himnos de los peregrinos sugiere que éstos incrementan estas condiciones subjetivas transmitiendo la comprensión de cuatro elementos pre-cristianos presentes en esta forma de cuidado de la salud: la madre-todo, el pecado, el concepto de vida y salud, y la “manda”. El mito andino de la salud entonces, se ha modificado, pero estaría vivo en muchos santuarios populares del norte de Chile donde se expresa de manera combinada con prácticas de origen cristiano.
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