Lautaro Núñez
localidades precordilleranas que ya están al tanto de lo que aquí sucedió. Aspiran a replicar sin los errores, en términos de buscar protagonismo para conducir los procesos de cambios abiertos a todos, pero bajo la perspectiva de un prisma local. Después de todo, son los herederos de estos ambientes naturales y culturales (Anta 2007). Desde la arqueología monumental y las artesanías, ha sido posible probar que en San Pedro de Atacama fue factible activar las iniciativas privadas de escalas grandes a pequeñas, con el estímulo de la municipalidad y el rol académico, en un marco de crecimiento sostenido del interés turístico asociado a la población local. Queda fuera de duda que cultura y desarrollo regional es posible combinarlos en lugares que nominamos pueblos patrimoniales. En México se les llama “pueblos mágicos”, enclaves que pueden generar un foco atractivo por la asociación de múltiples recursos que constituyen un “paisaje cultural”, esto es “todo lo que la vista alcanza y la mente consigna de un asentamiento, un sitio o un territorio vinculado con la presencia y la obra de grupos humanos, cuya contemplación complace por los valores estéticos que encierra y por los mensajes históricos que trasmite” (Aceves 2001: 146). El Estado mexicano a través de la Secretaría de Turismo elige a los “pueblos mágicos”, cuando están rodeados de sitios turísticos, con ciudades cercanas, junto a buenas vías de comunicación, con sitios de alto valor arqueológico, histórico, religioso, antropológico y cultural, donde, por cierto, sus habitantes aspiran a ser apoyados con fondos para sus propuestas de desarrollo turístico cultural. Reciben además asistencia técnica para que las pequeñas empresas puedan desarrollar proyectos de gastronomía, artesanías, comercio turístico y trasporte, incluyendo el mejoramiento de sus infraestructuras, optimizando vías y señalización de los lugares de interés, evitando la migración rural–urbana y, de paso, logrando que el derrame económico sea lo más generoso posible (Hedding 2001). El Estado durante la década de los 80 no aplicó respuestas como las referidas, de modo que el rol de la sociedad atacameña no fue protagónica. No se contaba con un atlas turístico medianamente documentado (Guía 2005), no se sabía cómo obtener préstamos, al tanto que la municipalidad no pudo conciliar los recursos culturales con un modelo armónico del manejo turístico entre capitales externos y empresas privadas intermedias y pequeñas, incluyendo organizaciones civiles locales. Se careció de diagnósticos explícitos que pudieron proponer rutas turísticas culturales, conciliando políticas nacionales con los intereses regionales y locales. Es decir, no se inició un proceso destinado a proponer un programa de turismo cultural (Perea 2002), donde el rol de las entidades locales pudo percibirse como una realidad emergente tan válida como cualquier otra. A pesar del tiempo perdido y del avance irreversible del turismo se espera que todavía sea posible proponer nuevas y mejores expectativas válidas para los unos y los otros.
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