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dan ganas de cantar, cuando piensas que lo que te cantarán serán las tripas en invierno.

Me acercaba a una.

Allí estaba el viejo Juan trillando, ¡mi amigo…!, con su rostro hundido en un sombrero marrón de paja y un pañuelo alrededor de su frente adsorbiendo los sudores. Al verme, los surcos de los años en su cara se alegraban, parecía rejuvenecer. Le pedía las riendas y montaba en el trillo de a pié, el más raudo y ligero, durante horas y al solano; él sonreía complacido mientras yo volaba por mares color del oro deslizándome por las olas de paja y grano, lo contrario de lo que les pasaba a los mulos, que al verme llegar, sabían que acababa su tranquilad.

Entonces, él se repechaba sobre un ribazo a la sombra, donde corriera la brisa que a veces ardía, se enfrentaba al "pitero" y bebía un largo trago del botijo, le metía unas "calaíllas" al cigarro que él mismo se liaba, se cubría la cara con el sombrero y nunca supe si soñaba o roncaba; permanecía como muerto durante horas.

A veces al atardecer, cuando la trilla ya había domado a las olas de las mies, llegaban mis hermanos a la era. Entonces las carreras eran desenfrenadas, con las brisas de 86


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