Contar a Jesús

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2. RELEER DESDE LA MEMORIA *

2.1. A la luz del contexto bíblico... La propiedad de los bienes es una de las principales encrucijadas de la vida, el lugar donde se genera lo mejor y lo peor del ser humano. A la relación con ellos podría aplicarse el aviso del Deuteronomio: «El Señor dijo a Moisés: Mira, hoy te pongo delante la vida y la muerte, el bien y el mal (...) te pongo delante bendición y maldición. Elige la vida y viviréis tú y tu descendencia amando al Señor, tu Dios, pegándote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que había prometido dar a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob» (Dt 30,15.19-20). Los «caminos de vida o de muerte» a la hora de ejercer la posesión reciben diferentes nombres, aparecen descritos bajo mil imágenes y son el tema de infinidad de narraciones. A través de éstas el lector aprende modelos de comportamiento y sus personajes se convierten en iconos en los que se ve reflejado. Estas son algunas de las «líneas de fuerza» que recorren el AT en relación con la posesión de los bienes: — Toda posesión es un don de Dios y el creyente debe reconocerlo y agradecerlo. La narración del maná (Ex 16) que reflexiona en torno a la manera de relacionarse con los bienes, habla en términos de revelación («esta tarde conoceréis y mañana veréis...») que permite conocer mejor a Dios y comprender muchas reacciones humanas ante la posesión. Por un lado revela nuestra carencia e insuficiencia radicales: la vida, significada en el alimento, no procede de nosotros

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sino que la recibimos de Otro. Dios se da a conocer, no como «el que hace morir en Egipto», sino como quien está siempre a favor de la vida de su pueblo, sacándolo de la esclavitud, cuidándolo y alimentándolo en el desierto, como una madre a sus hijos. Y da a conocer su gloria precisamente en ese gesto de posibilitar y conceder la vida; es el mismo signo que dará Jesús en la multiplicación de los panes y en el don de la Eucaristía. Enseña a su pueblo la sabiduría de «recoger sólo lo necesario», porque todo lo que se retiene se pudre; les conduce hacia el gozo del Sábado, esa dimensión de la vida humana que no se sacia con el alimento corporal; el maná, convertido en «memorial» de lo que hizo por ellos en el pasado, alimentándoles en tiempo de hambre, hace posible a los israelitas caminar libres sin acumular posesiones. — La propiedad está siempre marcada por sus consecuencias sociales. La tierra pertenece a Yahvé que la ha creado (Lv 25,23; Jos 22; Jer 16,18...) y por los propietarios humanos que, aunque reciban ese nombre, son sólo administradores que deben respetar siempre la voluntad del auténtico dueño: Dios. Y Él quiere que quienes se hayan visto obligados a vender sus tierras, las recuperen al llegar el año jubilar: «La tierra no puede venderse para siempre, porque la tierra es mía» (Lv 25,23). La función social de la propiedad se manifestaba igualmente al prohibir a los propietarios de la tierra recoger la cosecha entera, con el fin de que también los pobres pudieran beneficiarse de los que producían los campos del Padre común (Dt 24,19-22; Lv 19, 9-10; 23,22). Cada siete años las tierras debían quedarse en barbecho y todos podían recoger lo que creciera espontáneamente en ellas (Ex 23,10-12). Además, durante los años sabáticos prescribían las deudas israelitas (Dt 15,1-3.9).

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