Boletin Mes de Junio

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BOLETÍN: HACIA UNA AUTÉNTICA PASTORAL EDUCATIVA ACADÉMICA Si me remito a una referencia tan lejana en lugar de partir de alguna de las nociones actuales sobre la ciencia, es porque Platón subrayó muy bien que el movimiento inicial y fundamental de toda ciencia es un movimiento crítico. De manera similar Gastón Bachelard, un teórico moderno, nos expone el proceso de construcción de la ciencia, no como la acumulación pasiva de informaciones nuevas, sino como un procedimiento de ruptura crítica con un saber anterior. Toda ciencia se establece en una lucha con una ideología que la antecede siempre; no comienza nunca por un “tete a tete” de la conciencia vacía con la cosa desnuda; no es un conocimiento puro y desprejuiciado del mundo externo ajen a la mediación de una interpretación. La ciencia siempre comienza por la crítica de una interpretación previa; su primer movimiento es crítico.

La ciencia avanza poco a poco en un mundo de incógnitas. Para llegar a aceptarla es necesario aprender a vivir en un mundo de preguntas abiertas que todavía no tienen una respuesta. La ideología, por el contrario, responde a todo y en tal sentido es mucho más cómoda, completa y sobre todo tranquilizadora. Una ideología que permita consolarse con una respuesta a cualquier planteamiento, aunque no esté demostrada y sea muy misteriosa y muy vaga, es mucho más tranquilizadora que una ciencia en la que gran parte de las preguntas carece aún de respuesta y se formulan como hipótesis en proceso de investigación. Es preciso distinguir dos actitudes ante el saber. La ciencia es siempre un conocimiento demostrable, parcial e indefinido, porque de lo contrario sería

PÁGINA 4 acabado, sino la felicidad concebida como lucha, como conquista, como búsqueda y como trabajo.

LA IDEOLOGÍA COMO FORMA DE VIDA

una opinión. En lugar de gratificar con una respuesta definitiva cada vez que hace un descubrimiento, abre nuevas perspectivas en lo desconocido. Es cierto que fue muy importante llegar a conocer el movimiento planetario. Sin embargo, este descubrimiento, si bien es la respuesta a una serie de incógnitas, es al mismo tiempo la apertura de una nueva e inmensa serie de preguntas. El descubrimiento del átomo resuelve una serie de problemas muy importantes en química y en física, pero crea una cantidad inmensa de interrogantes que hasta entonces no existían. Y así ocurre con el desarrollo de todo tipo de conocimientos. La ciencia no tiene punto final. No busca un estado de descanso, de reposo absoluto de la mente en una respuesta global y definitiva; por el contrario, multiplica las inquietudes y las preguntas cada vez que llega a un nuevo descubrimiento. El conocimiento requiere por tanto de una disposición distinta a la que impone la ideología: exige romper con la actitud de satisfacción y descanso en la apariencia de un saber probado y asumir la valoración del gusto por la búsqueda misma de un saber cuyos resultados no se conocen de antemano. Conlleva además una distinta imagen de la felicidad, como dice Nietzsche en el prefacio de La gaya ciencia: no la felicidad concebida como reposo, droga, sueño, cielo o muerte, es decir, como un estado definitivo y

La ideología tiene una fuerza inmensa, porque no es simplemente un error subjetivo. Si se tratara de un simple desenfoque personal, una demostración sería suficiente para disolverla. Cuando una ciencia se establece lo hace contra una interpretación de su objeto y de sus problemas, que siempre la precede, asía sea mágica (la química se constituye contra la alquimia, la astronomía contra la astrología, etc.). sin embargo, a pesar de que el fundamento de la ciencia sea la demostración, su constitución no hace desaparecer fácilmente la interpretación anterior porque ésta tiene fundamentos muy profundos, que no se reducen a un simple error subjetivo. La ideología es lo que podríamos llamar un “error encarnado”. Los filósofos materialistas y racionalistas franceses del siglo XVIII se imaginaban, por ejemplo, que la religión era o una equivocación o una maniobra de los curas y de los señores feudales para engañar al pueblo, o ambas cosas. Y en tal sentido creían que era muy fácil refutarla para “disipar las tinieblas de la ignorancia”, como solían decir en esa época. Pero no habían logrado comprender que la religión no se puede considerar un resultado simple de la ignorancia, ni reducir tampoco a una mentira o a una maniobra voluntaria. Por el contrario, es un conjunto muy complejo de ideas y de prácticas profundamente arraigadas en la vida, que no es suficiente con refutar. Frente a este hecho fueron insensibles, como lo fueron entre nosotros en el siglo XIX los famosos liberales radicales, ateos (“comecuras”), que estaban inspirados por las mismas ideas. A nadie se le puede ocurrir ahora que un


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