Vida sin vida. CRÓNICAS SOBRE VÍCTIMAS EN COLOMBIA

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Sus ojos claros, llenos de esperanza, reflejan el temple de su personalidad; como si los vestigios de la guerra no hubieran dejado marca en su interior, Gloria Elcy Ramírez decidió enfrentarse a sus fantasmas e incluso a los prejuicios de su propio esposo para empezar a reclamar sus derechos, esos que durante muchos años le habían sido ajenos. Gloria Elcy, aradora de la tierra que la vio nacer, es una de las líderes de su comunidad que, más que una familia, son un grupo de líderes que inspiran y que trabajan por la paz. Un pacto de reconciliación los trajo de nuevo a sus ‘finquitas’, a esos pastales que de generación en generación se heredaban y que más allá de las pertenencias materiales, resguardan invaluables tesoros de sus infancias, de sus antepasados y de su vida misma. Ella, con otras mujeres y hombres del municipio, empezó a organizarse en una asociación que, junto a instancias de la Personería y el Comité Municipal de Reconciliación, busca un espacio en el que se clame por verdad, justicia, reparación y, ante todo, la no repetición. La falta de recursos, experiencia o educación, no fue una excusa para abandonar el camino; porque aún cuando Granada era un pueblo “frustrado y sembrado en el dolor, la verriondera y las ganas de salir adelante”, pesaban más que el propio miedo que los mantuvo sumidos en el silencio.

Con un pronunciado acento paisa y una voz envuelta en seguridad, Gloria Elcy cuenta con orgullo cómo, el trabajo conjunto de cada uno de los integrantes de la Asociación de Víctimas del conflicto armado del Municipio de Granada (ASOVIDA), empezó a generar frutos desde el principio, cuando fue pensada y posteriormente al conformarse legalmente el 30 de agosto de 2007. Los caminos de herradura que por muchos años fueron desérticos, nuevamente se colmaron de huellas que habían perdido su marca y que regresaban para quedarse. Los galopes de los caballos y las mulas se perdían entre las risas y los cánticos de esperanza que retumbaban en el ambiente. Las lágrimas que habían sido reprimidas o que solo salían en medio de la privacidad de la noche, sobre aquella almohada que las contenía, que las acumulaba, salieron en una explosión de una alegría reprimida por la melancolía y el dolor que un día los hizo abandonar ese lugar. Los rostros marchitos de los ancianos parecían haber rejuvenecido y desvanecido las marcas de la violencia; de nuevo las expresiones tanto de felicidad como tristeza salieron a la luz. Cada uno de los habitantes de Granada tuvo que realizar un proceso para volver a confiar, para salir de nuevo a la calle y, sobre todo, para aceptar la tragedia que los marcó y no dejarla morir en el olvido.


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