EL CONSEJO DE LA SUNAMITA

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EL CONSEJO DE LA SUNAMITA

Este relato contiene los consejos de la Sunamita, para todas las mujeres que quieren vivir, no solo un milagro, sino una vida de milagros.

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El Consejo de la Sunamita, Por Janet Pernett Bauzzan

Capitulo1. La Sunamita

Capítulo 2 ¿Quién es la Sunamita?

Capítulo 3 El Tiempo de la prueba

La Sunamita.

Capítulo 4 El Milagro

Capítulo 5

El Testimonio de la Sunamita ante el Rey

Capítulo 6 El Consejo de la Sunamita

Capítulo 7 El Fin de la Vida de Giezi

Capítulo 8 Eliseo vence al ejército enemigo

El Consejo de la Sunamita, Por Janet Pernett Bauzzan

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Capítulo 1. La Sunamita

Muchas cosas se hablan de mí, creo que soy exaltada por la forma en que actué en una ocasión especial de mi vida; tan exaltada he sido y sigo siendo, que muchas mujeres quisieran hoy escuchar mi consejo.

Les digo hoy a ustedes, mujeres que leen mi relato, que mientras estamos en la tierra, en ese corto lapso, es definitivo aprender a vivir; cada palabra cuenta, cada gesto también; de quien recibimos consejo y a quien acudimos cuando estamos pasando por momentos difíciles, es algo de vital importancia y es precisamente lo que deseo compartir con ustedes.

Cuando estamos atravesando situaciones dificultosas, ¿Con quién podemos hablar?

Cuando pasé mis difíciles pruebas, gracias a las enseñanzas que estaban guardadas en mí, obtuve la victoria.

Pude discernir los pensamientos, y con solo escuchar hablar a mis consejeros, supe en quien confiar.

Conocer a las personas; yo le llamo cualidad, otros le llaman don, y escucho a otros que le llaman virtud, pero en todo caso, hace parte del carácter, y gracias a esa cualidad aprendí a reaccionar frente a las circunstancias de la vida, y esto cambió mi destino.

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Hubiese podido ser una más de las muchas mujeres que gimen porque perdieron a sus seres queridos, y hubiese sido una más, de las que se lamentan día y noche culpando a Dios y a los hombres de sus desdichas, al perder lo que tenían, o al no lograr lo que querían.

Pero, he entendido que está en nosotros el buscar la sabiduría, para aprender a vivir. Si actuamos sabiamente nuestro destino tendrá un buen resultado.

Existen leyes espirituales que rigen al hombre, y depende de nosotros sí creemos en ellas o no, pero les digo que estas leyes espirituales absolutas, sobrepasan lo material.

Su poder es superior a nuestro entender, es algo maravilloso cuando las conoces y entiendes, porque entonces no temes; pase lo que pase y vivas lo que vivas, no hay temor, y esto fue precisamente lo que me ocurrió a mí.

Una vez actué, llena de fe, confiando en las leyes espirituales divinas, no quedé en vergüenza; me sostuve con todas mis fuerzas, haciendo lo que las leyes dicen que debemos hacer en esos casos y les digo; ¡pude vencer!

Empezaré mi relato contándoles quien soy y de dónde vengo.

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Capítulo 2. ¿Quién es la Sunamita?

¿Quién es la Sunamita?

Nací en un lugar de Israel llamado Sunem, está ubicado a unos 13 kilómetros de Nazaret y a unos 8 kilómetros del monte de Tabor, desde donde se observa una bella vista y puede apreciarse el monte Carmelo, es una tierra hermosa.

La mujer de Sunem, siempre se destaca por su belleza y, además, en mi región, una Sunamita se caracteriza por ser prudente y apacible. Los habitantes de Sunem descendemos por línea directa de Jacob, de quien nació Isacar, padre de Sunem. Siempre recordamos de dónde venimos, porque desde pequeños a todos en Sunem, además de la historia de nuestros antepasados, se nos enseña a creer en nuestras raíces y apreciarlas, lo cual me agrada, porque nos da un sentido de pertenencia.

Isacar nació de la unión de Lea con Jacob, fue su quinto hijo, porque, aunque Lea era esposa de Jacob, el corazón de él suspiraba por su hermana Raquel, y entonces pocas noches Lea dormía con su marido.

La época en que vivió Jacob, la tierra estaba poco poblada y era común ver a un hombre tener dos esposas, y ese fue el caso de Jacob quien se casó con dos hermanas, quienes eran hijas de Labán hermano de su madre Rebeca, en otras palabras, sus esposas, eran sus primas hermanas.

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Lea, que era muy inteligente y amaba a Jacob, sabía que el corazón de su esposo estaba prendido del corazón de Raquel su hermana, y en muchas ocasiones tenía que ingeniárselas para lograr pasar una noche con Jacob, su marido. En una oportunidad, Lea prácticamente negoció con su hermana Raquel una noche con Jacob, porque su hijo Rubén le había traído unas mandrágoras que había encontrado, y Raquel, que sabía las propiedades de esa planta y su fruto, no dudó en pedirle, casi rogando a su hermana Lea, que le diera las mandrágoras, porque ellas tienen cierta propiedad contra la esterilidad.

Lea, para ese entonces, tenía 4 hijos de Jacob, sin embargo, Raquel no tenía ninguno, y sufría mucho al ver que no podía tener hijos, y cuando Raquel vio las mandrágoras, no dudo en pedir a Lea que le diera un poco de ellas. Raquel dijo a Lea en tono suplicante – Por favor dame algunas de las mandrágoras que ha traído tu hijo Rubén, pero Lea, que añoraba a Jacob, vio la oportunidad de negociar, el pasar una noche con su marido, ya que Jacob pasaba más tiempo con Raquel, y así le contestó a su hermana Raquel: –¿Te parece poco que hayas tomado a mi marido, para que quieras tomar también las mandrágoras de mi hijo Rubén? Lea pensó que era el momento de ajustar cuentas, el momento justo para tomar para ella un poco de amor, y tiempo con Jacob.

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Raquel le contestó, – Entonces que él duerma contigo esta noche, a cambio de las mandrágoras de tu hijo Rubén.

Así fue como nació nuestro Padre Isacar, el quinto hijo de Lea y Jacob, y quien llegó a ser padre del territorio de Sunem, territorio en el que yo nací. Cuando era niña mis padres me contaban esta historia y nunca la pude olvidar; aprendí una ley, que algo debe hacerse o darse, para obtener una bendición. Aprendí que no hay milagro sin esfuerzo, y que hay que actuar en fe, porque las bendiciones y las maldiciones no vienen sin causa, ambas llegan como consecuencia de nuestros hechos. Aprendí otra ley, “si das recibes”; no solamente hay que pedir y pedir como la sanguijuela, y nada dar. Para obtener una promesa, que por las leyes divinas nos pertenece, hay que actuar.

En ciertas ocasiones, no obtenemos lo que esperamos, porque no queremos dar nada a cambio, pero es una ley, como la siembra y la cosecha, en la cual se siembra una semilla, que es la acción, para que en su tiempo se pueda recoger la recompensa. Así aprendí esta ley de mis antepasados. En el libro de Libros quedó escrita la historia de Lea, por lo valiosa que es, y también mi historia quedó escrita, porque aprendí las leyes divinas y las apliqué a mi vida; y déjame decirte, como un consejo de mi parte, que esas leyes no fallan; y que es mejor conocerlas y entenderlas, que estar ciego y vivir en continuos tropiezos.

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Cuando queremos algo justo, como tener un hijo, que es justo porque es una promesa que nos da la vida, y sin embargo, algo estorba el poder obtenerla, debemos entonces examinar y revisar nuestros actos y entender que es lo que faltó o hace falta hacer, esto es el inicio para activar la ley de la recompensa. Conocer la ley de la recompensa es valioso para toda persona, porque sabrá entonces lo que debe sembrar, para recoger lo que se propone; tan sencillo como sembrar una semilla de higo, porque eso es lo que quieres recoger. Aprendí a sembrar buenas acciones en el prójimo, y por ello obtuve mi recompensa, como la obtuvo Lea; “un hijo”. Desde pequeña escuché las hermosas promesas que podemos vivir en esta tierra, y hoy quiero hablarles de ellas. Llevo estas leyes escritas en mi corazón, y ellas me han enseñado a obtener las promesas que ofrecen las leyes divinas, sin embargo, requieren conocimiento, y en ciertas ocasiones, se requiere de ingenio. Les contaré que yo también actué de manera ingeniosa, como Lea, y aproveché una oportunidad que me brindó la vida, para impregnarme de la fe de un profeta, sí, de un verdadero hombre de Dios. De la misma manera que mí antepasada Lea fue ingeniosa con las mandrágoras para lograr un tiempo con Jacob, de igual manera yo también lo fui, para lograr tener la oportunidad de estar cerca de un verdadero hombre de Dios, y aprender de él y de las leyes divinas, al oírle hablar y verle actuar las muchas maravillas que operaban en su vida.

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Yo, como Lea, en el fondo de mi corazón quería un hijo, pero no me atrevía a pedirlo, pensaba lo difícil, y casi imposible que era para mí recibirlo, porque mi marido y yo éramos mayores, y ya había pasado esa edad donde las mujeres rápidamente concebimos, así que yo perdí las esperanzas, no tenía mandrágoras en mi territorio como Raquel para comerlas, pensando que ellas me ayudarían, y tampoco mi fe alcanzaba para obtener tan grande petición, así que decidí hacer de mi vida un hogar feliz, y de alguna manera olvidé el no tener hijos.

Entonces justo cuando había soltado mi deseo, justo cuando lo había dejado ir, en ese momento, es cuando comienza la historia de los milagros en mi vida.

Un milagro en la vida puede llegar en un abrir y cerrar de ojos, y en muchas ocasiones en el momento menos esperado. Lo importante para recibir un milagro, es que la mente entienda que los milagros existen, que la vida los brinda y que se requiere estar atentos para saber actuar.

Esa atención para actuar, algunos le llaman intuición o ingenio, pero para mí, se trata de sabiduría, el conocimiento requerido para dar los pasos correctos en esas pruebas, que pasamos en nuestra vida y que seguro también tocaran en cualquier momento a tu vida

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Capítulo 3. La Historia de Un Milagro

Por las tardes me sentaba frente a la puerta de mi casa, es una costumbre en mi pueblo, y saludaba a nuestros vecinos que pasaban junto a nuestra casa.

Yo varias veces había observado que el profeta Eliseo, llamado por todos en Sunem, el hombre de Dios, y quien generalmente permanecía en el monte Carmelo, estaba pasando frente a mi casa, cosa que había hecho en varias oportunidades y pensé; ¡Estas son mis mandrágoras! Tal vez si pudiera invitarle a mi casa, sería una buena oportunidad de conocer a este hombre de Dios, del cual todos oíamos hablar las maravillosas historias que se contaban no solo en Sunem, sino en todo Israel.

De inmediato llamé a mi marido, hombre creyente y muy trabajador, que consentía mis peticiones con solo abrir mi boca, y esto me halagaba mucho porque me sentía protegida y además amada, y le dije textualmente:

– Entiendo que este hombre que siempre pasa por nuestra casa es varón santo de Dios.

Y le dije además en tono suplicante – Te ruego que hagamos un pequeño aposento de paredes, y pongamos allí una cama, una mesa, una silla y un candelero, para que cuando él viniere a nosotros, se quede en él

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Yo no quería solamente saludarlo, yo quería que morara en mi casa, que el poder que vivía en él, de alguna manera llenara mi casa, y pensaba ¿Quién pudiera estar cerca del profeta Eliseo, para sentir la presencia, y el poder, del que todos en Sunem hablan?

Justamente en esos días un servidor de los campos de mi marido me comentó la historia que sucedió con el profeta Eliseo, en el rio Jordán, cuando varios hombres estaban trabajando con la madera, con troncos de árboles, para la construcción de una vivienda.

Cuando los habitantes de mi Región construían una vivienda siempre se pedía que el profeta estuviera, para que apoyara al pueblo con sus oraciones y obtener la bendición de Dios. Me contó entonces, que uno de los trabajadores, había prestado un hacha a un vecino de Sunem y se dirigió al rio para ayudar con la construcción de la vivienda. Mientras el joven cortaba la madera, se le cayó el hacha al rio, y por supuesto que un hacha pesa mucho y por lo tanto se fue al fondo del rio, y el joven se preocupó mucho y lo primero que hizo fue clamar ¡Maestro! ¡Esa hacha no es mía, me la prestaron! Y el profeta solamente preguntó, ¿Dónde cayó? El joven me contaba lo admirado que estaba de la manera de reaccionar del profeta, frente a circunstancias difíciles, me decía, que mientras todos corrían y trataban de buscar solución a su manera, el profeta solo hizo una pregunta:

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¿Dónde cayó? Y cuando le indicaron el lugar, cortó un pedazo de un palo y lo lanzó en el lugar señalado, como si el pedazo de palo tuviese mayor peso e hiciera subir el hacha , y lo que ocurrió fue que, sencillamente el hacha salió a la superficie y de manera natural y con la confianza que caracterizaba al profeta, le dijo al joven; sácala del rio.

Esta historia cuando algunas personas la escuchan, la imaginan como un cuento o sencillamente que es algo irreal, tal vez esta historia ni siquiera pueda entrar en la mente de algunos que no entienden las leyes espirituales, pero yo si la creo. Esta historia me impactó, sabía que ese hombre que obró ese milagro era el mismo que estaba pasando por frente de mi casa, y el cual yo tenía planeado que vendría a vivir a mi hogar. No tenía que hacer mucha inversión, y así tuviera que hacerla, también valía la pena.

Se trataba de construir una habitación en un segundo piso, algo sencillo cómodo para que el profeta descansara de su largo viaje que realizaba, caminando por varios kilómetros, desde el monte Carmelo. Me sentía dichosa, porque mi marido estuvo de acuerdo y yo sabía a quién estaba invitando a mi hogar, era al mismo poder de un Espíritu superior habitando en mi casa. Diligentemente, construimos un pequeño aposento de paredes, y puse allí una cama, una pequeña mesa, una silla y un candelero, para que cuando él viniera por estos lados se quedara ahí. Era una habitación solo para él, nadie entraba en ella, ni siquiera yo, todo el tiempo que el profeta no estaba, la habitación permanecía cerrada

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El profeta estaba agradado porque podía descansar del largo camino y de alguna manera quería compensarme, porque mandó a su criado Giezi a preguntarme, que pedía yo a cambio.

Yo solo quería esa dulce presencia espiritual que sentíamos en nuestro hogar cuando él hombre de Dios venía y reposaba en esa habitación, parecía que ángeles de Dios rondaran mi casa y eso era más que cualquier cosa que pudiera pedir. Desde que el profeta llegó a nuestro hogar no había vacío en mi corazón por un hijo, Mi esposo y yo nos sentíamos plenos al saber que la paz se dejaba sentir en nuestros corazones, sabíamos que había una presencia superior que estaba en el profeta, y de alguna forma, todos buscábamos estar cerca de él.

Pero un día el siervo del profeta me dijo, – El profeta te llama, y yo de inmediato subí y no me atreví entrar en su habitación, solo me quedé de pie en la puerta, y sin yo pedir nada, y sabiendo él lo que estaba guardado en el fondo de mi corazón, me dijo;

– El año que viene, por este tiempo, abrazarás un hijo. Estas palabras, pronunció el profeta y cada una de ellas penetró dentro de mi ser- Palabras que recibí y creí. No sabía si reír o llorar, me quedé inmóvil y sentí, que se fueron mis fuerzas, y solo atiné a decirle – No, Señor mío, varón de Dios, no hagas burla de tu sierva.

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Comprendí la ley divina, que estaba cobrando vida en mí, por haber sembrado mis buenas semillas en la vida del prójimo. ¡Estaba recibiendo recompensa!

La ley estaba operando vida en mí. Si en verdad creía esa promesa que me dio el varón de Dios, entonces no habría obstáculos para que se cumpliese.

Mi edad y la de mi marido ya no eran un impedimento, creía y tenía la oportunidad de experimentar un milagro, solamente debía tener paciencia y esperar unos meses y vería a mi hijo, el que siempre estuvo en mi mente, como una ilusión.

Ahora sería una realidad. Yo creí y con paciencia lo esperé y el día llegó, nació un varón, un hermoso y sano niño al que arrullábamos junto con mi marido, ambos ya un poco viejos, pero con esta personita en nuestra casa nos sentíamos revividos y enteramente felices.

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Capítulo 4. El Milagro.

Vivíamos tiempos de paz, de armonía, nuestro hogar cambió y ahora había y alegría y se escuchaban risas, y el niño crecía saludable y lleno de inteligencia. Estando mi niño de aproximadamente nueve años, su padre empezó a llevarlo con él a los campos, a la siembra del trigo, y siendo nuestro único heredero le enseñábamos a cultivar los campos, que era el oficio de la mayoría de los hombres de Sunem.

Pero un día, estando el niño en los cultivos con mi marido, grito: – ¡Mi cabeza, mi cabeza! Y su padre de inmediato lo envió con un siervo a que lo trajeran a casa, y yo de inmediato lo recibí, y lo puse sobre mis piernas y lo abracé y pasaba mi mano delicadamente sobre su cabecita, cuando de pronto lo vi expirar y murió. El hijo que anhelaba, y que no pedí, porque Dios mismo me lo envió, se moría entre mis brazos, y yo mujer de fe, que creía en las leyes espirituales, y en el poder de Dios, y en su profeta, mantenía mi fe, por encima de las circunstancias. De inmediato recordé todas las enseñanzas de mis padres, y lo que había aprendido de las leyes divinas y reaccioné, y puse al niño en la misma cama donde dormía el profeta, en la habitación donde yo misma no me atrevía a entrar. En esta ocasión subí, abrí la puerta y acosté a mi niño en la cama del varón de Dios, eche llave a la habitación y me fui en busca del que me profetizó que tendría un hijo.

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Me acordé de una ley “No creer en las palabras, ni en sus hechos mentirosos” recordé que cuando crees en un poder superior y tienes fe, no hay lugar a la duda, recordé que no podía pronunciar la palabra muerte, porque entonces, la estaba aceptando. Era el momento de mi prueba de fe, era el momento clave de mi vida, o lo tenía todo o lo perdía todo, y no dependía de mi marido, quien estaba en los campos haciendo su labor, no dependía del profeta que estaba en el monte Carmelo sirviendo al Señor, dependía de mí, comprendía que estaba siendo probada. ¿Cómo debía actuar? ¿Que debía decir? ¿Era verdadera mi fe? ¿Era verdad que yo creía en el poder de Dios? En mi mente pasaban muchos cuestionamientos, fue un momento decisivo, porque por medio de mi conducta, por medio de mi manera de reaccionar, pude vislumbrar mi fe y se operó el milagro. Todo esto que viví, quedó registrado en el libro de libros, que hoy todos leen de mí, y muchas mujeres dicen; ¡Quiero una fe como la de la Sunamita! Sabía que mi boca no podía declarar que mi hijo estaba muerto, ni siquiera por mi mente podía pasar ese pensamiento, por eso de inmediato me dije; él duerme.

Con la fe en mi corazón, prontamente alisté lo necesario y caminé hasta llegar a los campos donde se encontraba mi marido,

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y le dije: – Te ruego que envíes conmigo a alguno de los criados y una de las asnas, para que yo vaya corriendo al varón de Dios, y regrese. Esa fue mi reacción, no había afán, no había temor, no había llantos, ni gritos, solo recordaba: El que fue fiel para prometerme esa bendición, es fiel para sostenerla. Así que no le di ni un segundo a mi mente para que dudara, simplemente creí que dormía, y actué como tal. Me imagino que mi marido pensó; Ah ¡ella va a buscar oración del varón de Dios, para que ore por el malestar del niño. Le di orden al siervo y le dije; – Anda; y no me hagas detener en el camino, sino cuando yo te lo dijere. Esa fue mi orden, muy consciente de lo que instruía, porque cuando salía en mi carruaje por las calles de mi barrio, muchos se detenían a saludarme, era una costumbre, detenerse un poco, para un breve saludo. Yo sabía que no podía detenerme a hablar con nadie, no era el momento de hablar ni saludar, tenía que guardar mi fe, y no escuchar las palabras de lamento. Me fortalecía con solo creer que Dios tenía el poder y yo confiaba en él. ¿Para qué detenerme en el camino y hablar con los faltos de fe, podrían ayudarme? ¡Seguro que no! Pero en cambio, si podían debilitarme, y angustiar mi alma. Partimos, pues, hacia el monte el Carmelo y de lejos pude ver al hombre de Dios y observé como con su báculo le indicaba a Giezi que viniera hacia el camino a recibirme, y éste corriendo prontamente me detuvo y me pregunto: – ¿Te va bien a ti?

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¿Le va bien a tu marido, y a tu hijo?, Muchas preguntas me hacía, en un mismo momento, y solo le dije: – Bien, todo está bien. No iba a descubrir mi corazón a un hombre en el cual no yacía el poder de Dios. ¿Qué podía hacer Giezi por mí? Así que no vi la razón de explicarle lo sucedido, solo me baje del carruaje y camine hacia el profeta de Dios y cuando ya estuve cerca, me lance a sus pies, y llore amargamente.

Sabía que el profeta Eliseo era hombre de Dios, que en él moraba el poder del Espíritu Santo. Él era el único a quien yo conocía que tenía la presencia de Dios viviendo en él. Nadie más tenía el poder de Dios que yo necesitaba, que yo buscaba, era el profeta de Dios, quien podía revivir a mi hijo, quien podía hacer que mi hijo volviera a la vida. Así como el poder de Dios se manifestó en él, para darme esa promesa maravillosa de que tendría un hijo, así mismo, ese poder se volvería a manifestar nuevamente.

Sentí a mis espaldas las manos de Giezi tratando de levantarme, de quitar mis manos de los pies del profeta, pero yo le dije al varón de Dios, ¡– Te juro que no te suelto hasta que no vengas a mi casa! Y desgarré mi corazón, ante él, sentía que el mismo Espíritu de Dios me escuchaba.

Creo que no habría poder humano que hubiese quitado mis manos de sus pies.

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Pasaban por mi mente todas las historias que había escuchado del profeta Eliseo y sabía que yo también recibiría un milagro, y lo estaba peleando, yo estaba dispuesta a no soltarlo hasta que subiese conmigo en el carruaje y viniera a mi casa y orara por mi hijo.

El profeta entonces vino conmigo, junto con su siervo Giezi y llegando a casa, subió a la habitación donde estaba mi hijo y lo encontró como se encuentran los que yacen muertos; sin embargo, la palabra muerte jamás la acepté.

Le dije al profeta; – El niño no tiene voz ni sentido. El profeta, conocía el poder de las palabras y yo jamás iba a declarar que él estaba muerto. Desde mi embarazo, hasta que el niño creció, durante muchos años tuve la oportunidad de tener al profeta visitando mi hogar, y muchas sabias cosas aprendí de él, mis conocimientos y fe aumentaron en todos esos años en que moró en mi hogar. Yo imitaba su conducta, actuaba y hablaba como él, entonces mis reacciones, eran parecidas a las suyas. Él hablaba cuando tenía que hablar y callaba cuando tenía que callar, era prudente y sensato, era un hombre sabio.

Siempre observé que el profeta era de poco hablar, y entonces de igual forma yo aprendí a cuidar las palabras de mi boca y eso salvó la vida de mi hijo. A veces pienso que hubiese sucedido si yo le cuento a mi marido lo sucedido, pienso que tanto él, cómo los siervos, me hubiesen quitado a mi niño de mis manos, y metido en un ataúd, lo habrían enterrado, y junto con él mi alma.

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Muchas mujeres viven pruebas diferentes a la mía, no exactamente el experimentar la muerte de uno de sus hijos, pero en ocasiones tienen problemas que parecen muertos, sin vida, sin solución, pero cuando ellas mismas declaran la falta de solución, pierden la oportunidad de obtener un milagro. Por eso hoy escribo este relato, porque sé que Dios existe y tiene el poder de obrar milagros en todo tiempo, pero es de nosotros aprender sus leyes divinas.

Una ley es, que las palabras de la boca tienen poder. Lo que hablamos tiene poder, y cada cual recibe del fruto de su boca. La sabiduría nos enseña a hablar de acuerdo con el poder de Dios.

Mis padres, cuando yo estaba niña, me contaban repetidamente la historia de Jacob, nuestro antepasado, la forma en que él luchó para que un ángel le bendijera, luchó por su bendición hasta la madrugada, hasta que el ángel le bendijo, y entonces lo dejó. Y yo sabía que tenía que luchar hasta obtener la bendición, no podía creer lo que mis ojos veían, yo tenía que pasar por encima de las circunstancias y ver con la mente sobrenatural, como el profeta veía, ver las promesas de Dios, que aún no son, como si ya fueran, igual a como veía el hombre de Dios.

Entonces el profeta entró en la habitación y encontró a mi hijo sin sentido, nos hizo salir y cerró la puerta. Y mientras tanto, Giezi y yo, esperábamos en el primer piso sin pronunciar palabra, esperando que el hombre de Dios orara y sucediera un milagro.

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Estábamos solos porque mi marido junto con sus siervos, aún no habían regresado de los campos, y no contaba con una persona en la cual sostenerme, solo me sostenía mi fe. El profeta entonces oró a Dios, y salía de la habitación y caminaba y volvía y subía y se tendió sobre el niño, poniendo su boca sobre la boca de él, y sus ojos sobre sus ojos, y sus manos sobre las manos suyas; así se tendió sobre él, y el cuerpo del niño entró en calor.

Entonces pensé, es cuestión de tiempo, solo debo tener paciencia y esperar, y me hice a un lado, en mi sala, esperando que el niño hablara y me llamara, estaba convencida de que mi hijo despertaría.

El cuerpo del niño se calentaba, pero aún no podía abrir sus ojos, entonces el profeta salió otra vez y bajó a donde estábamos y no hablo nada, se paseó por la casa a una y otra parte, y después subió, y se tendió sobre él nuevamente, y el niño estornudó siete veces, y abrió sus ojos. Cuando oí los estornudos, pensé; Salió el mal, salieron los demonios de muerte, y de enfermedad de mi hijo.

Cuando escuchamos los siete estornudos, uno tras otro, Giezi y yo de repente nos miramos.

Yo distinguía que era mi pequeño que estaba estornudando, así que corrí y subí y entré, y tomé a mi hijo entre mis manos y le abracé y no dejaba de abrazarlo y repararlo y sentir que estaba vivo, y el profeta de Dios solamente me dijo: – Toma tu hijo. Lo tomé y salí rápidamente.

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Ya estaba oscureciendo cuando mi marido volvió de los campos, con algunos de sus siervos que le acompañaban a casa. Lo primero que siempre hacía, era besar al pequeño y luego a mí, y me preguntó; – Cómo está el dolor de cabeza, ya le pasó? Y yo contesté, si ya le pasó, él está bien.

Nunca se enteró de lo sucedido, y así como tampoco nunca declaré a nadie que mi hijo había muerto, y en verdad no quería hablar de ello, pero el plan de Dios es diferente al nuestro, porque un testimonio como este no podía quedar oculto, sin que nadie lo supiera, una enseñanza como esta debía salir a la luz, y el Señor permitió que todo el pueblo, incluso el rey, se enteraran de lo sucedido, y así fue como yo estuve frente al rey y varios de mi pueblo, declarando sobre lo sucedido.

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Capítulo 5. El Testimonio de la Sunamita ante el Rey.

Después que el profeta realizó este poderoso milagro en mi vida, se fue a Gilgal, y allí permaneció. Pasado un tiempo, en Sunem las cosas cambiaron mucho, los tiempos se sentían pesados, la cosecha estaba disminuyendo, yo no entendía lo que estaba sucediendo.

Un día el hombre de Dios vino a mi casa y me trajo una palabra profética, la cual yo de inmediato creí, él me dijo: – Levántate, vete tú y toda tu casa a vivir donde puedas; porque Dios ha llamado el hambre, la cual vendrá sobre la tierra por siete años. Hable con mi marido y obedecimos a la palabra profética, cerramos todo y nos fuimos a la tierra de los filisteos, hasta que pasaron siete años como el profeta me declaró. Nuestra casa, nuestras tierras las abandonamos, y sabíamos que, pasados los siete años, volveríamos. Siete años, siete años, me repetía en mi mente ¿Porque siete años?

Entonces recordé que mi antepasado Isacar padre de Sunem, tuvo un hermano llamado José, a quien Dios le declaró el sueño del faraón de Egipto y gracias a esa revelación, fue el segundo en Egipto, después del Faraón.

El Sueño que interpretó, revelaba ciclos de tiempos de siete años. Mis padres me enseñaron que la escasez o la abundancia en la tierra se da por ciclos.

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En la vida pasamos por medio de guerra, hambre, escasez y no son consecuencias de nuestra conducta. Pero la ley dice que, aunque pasemos por medio de estos diversos ciclos, si hemos vivido haciendo el bien, estas situaciones no nos tocaran. Aunque pasáramos por el fuego, aun así, no nos tocará, siempre y cuando hayamos cuidado la manera de vivir, conforme a las leyes espirituales establecidas.

Y me preguntaba: Porque yo fui tan afortunada de que me envíen un profeta, solo a mí en todo Israel, para prevenirme del ciclo de hambruna que se aproximaba. Y recordé las buenas semillas que en el pasado yo había sembrado.

Semillas de piedad, de generosidad, de misericordia, dadas por medio de mi conducta hacia el prójimo, y que después de haber sembrado esas semillas, a su tiempo, cumplido su ciclo, recibía la buena recompensa, y esa es otra de las leyes de la vida, que no fallan. Ley que dice: Pon tu pan sobre las aguas, porque cuando fuere el tiempo volverá a ti. Yo creía, porque entendía cómo funcionaban las leyes, y por ello, escribo este mensaje hoy, porque mi relato permanece escrito en el Libro de libros, con vida y poder y sé que tengo autoridad para hablarles desde cualquier tiempo y enviar mensaje a mujeres como tú, que hoy leen mi historia, con el fin, de que sean conscientes de esas leyes de la vida.

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Lo que hablas, lo que piensas, cómo actúas con el prójimo, a la vuelta del ciclo de un tiempo, es lo que vas a recibir No recibimos lo que creemos que merecemos, sino, que se recibí un pago como recompensa de cómo se haya actuado en la vida

Cuando habían pasado los siete años, volví a mis tierras y a mi casa, y me vi en la necesidad de ir a donde el rey para que me regresaran todas mis tierras, junto con mis pertenencias. Encomendé mi viaje al Señor, rogando para que cuando estuviera cerca del rey, me escuchara y me ayudara, era mi petición de cada día. Fui donde el rey dando por hecho que cuando él me escuchara, me haría justicia devolviéndome mis tierras, pero lo que pasó fue mayor que eso. Cuando fui al rey, y fui recibida en palacio, me encontré que Giezi, el siervo del hombre de Dios, quien también estaba hablando en esos momentos con el rey, justamente contaba las maravillas de los milagros del profeta, y hablaban de cuando hizo revivir a mi hijo de la muerte. Cuando Giezi me vio, le dijo al rey: – Rey señor mío, ella es la mujer y su hijo de quien te hablo, ella es la que recibió un milagro, por medio del profeta Eliseo. Y preguntándome el rey, le conté todo, tal como había sucedido. El rey estaba perplejo, creía la historia, pero la grandeza del milagro, de que un niño muerto reviviera, le hacía hacerme preguntas una y otra vez de lo sucedido, y yo le conté todo sin omitir detalle

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Y entonces girando un poco, mirando a su oficial le ordenó diciéndole:

– Hazle devolver todas las cosas que eran suyas, y todos los frutos de sus tierras desde el día que dejó sus tierras hasta ahora.

Y así todo se me fue devuelto.

Yo serví a ese profeta sin esperar recompensa, pero de alguna manera fui un instrumento en su camino, porque estaba facilitando los planes que Dios tenía con él, y no me negué a hacer el bien, pensé que yo iba a bendecir al profeta Eliseo, y él me bendijo a mí al ciento por uno. Hoy les doy mi especial consejo a todas las mujeres.

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Capítulo

6.

El consejo de la Sunamita.

Mi especial consejo hoy para ustedes es que actúen siempre haciendo el bien, y aprendan a conocer cómo operan las leyes espirituales, porque todas las leyes tienen recompensa, hacemos el bien en muchas ocasiones, sin esperar nada a cambio, pero la misma ley de la vida lo regresa multiplicado.

De igual manera, si nos oponemos a los planes de Dios, siendo estorbo de los mismos, ya sea, porque se ha endurecido el corazón para ayudar, o por cerrar los ojos frente a las injusticas, o por participar de ellas, igual se recibirá su recompensa.

¿Cómo sabemos cuándo nos estamos oponiendo a Dios?

Al no conocer los planes que tiene Dios, tampoco se sabe cuándo nos oponemos a ellos, por eso, mi consejo es, que siempre seamos instrumento de bien a los demás. Giezi nunca aprendió esta ley, a pesar de pasar días y años al lado del profeta, varón de Dios. Pobre Giezi, y digo pobre, porque el final que vivió en esta tierra no fue el mejor para él, como se espera de un siervo de un profeta.

Ya sabemos que, aunque se conozcan las leyes espirituales, como Giezi tuvo la oportunidad de conocer, aun así, si no se obedecen y se traspasan esas leyes, se paga un precio, y entonces hubiese sido mejor no haberlas conocido que, conociéndolas ignorarlas, porque grande maldición llega.

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Las leyes espirituales no tienen acepción de personas, el que las incumple recibe lo que la ley dispone y el que las cumple vive en victoria. El mejor tiempo invertido es el que utilizamos aprendiendo las leyes espirituales de la vida. Al terminar mi relato les hablaré un poco de como Giezi se atrevió a pasar por encima de las leyes espirituales, pensando que ningún precio pagaría y como terminaron sus días. Aprendiendo a ver lo sobrenatural

En una ocasión, cuando él rey de Siria tenía guerra contra el rey Israel, consultando con sus siervos, dijo: – En tal y tal lugar estará mi campamento. Y Eliseo, el varón de Dios enviaba prontamente a Giezi a decir al rey de Israel; – Mira que no pases por tal lugar, porque los sirios van allí. Entonces el rey de Israel de inmediato actuaba según la advertencia del hombre de Dios y así lo hizo todas las veces que el profeta le advertía, y por eso no podían vencer a Israel, porque el mismo Espíritu de Dios, cuidaba de los suyos, y por medio del hombre de Dios, la ciudad permanecía en paz. Pero el corazón del rey de Siria se turbó por esto; y llamando a sus siervos, les dijo: – ¿No me declararéis vosotros quién de los nuestros es del rey de Israel? El rey de Siria pensó que tenía un traidor. .

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Él, en una pequeña cámara con sus hombres de confianza, hablaba en voz baja los planes de ataque a Israel, y justo cuando los iban a ejecutar, se encontraban al rey de Israel prevenido y contraatacando. El rey de Siria se preguntaba, como iban a conocer sus pensamientos, y concluyó que alguno de sus generales le estaba traicionando Los reunió y les preguntó, cuál de ellos era el que iba y contaba al rey de Israel. Entonces uno de los siervos del rey de Siria dijo: – No, rey señor mío, sino que el profeta Eliseo está en Israel, él es quien declara al rey de Israel las palabras que tú hablas en tu cámara más secreta.

Y él dijo: – Id, y mirad dónde está, para que yo envíe a prenderlo. Y le fue dicho: – He aquí que él está en Dotán, respondió prontamente un siervo. Entonces envió el rey allá gente de a caballo, y carros, y un gran ejército, los cuales vinieron de noche, y sitiaron la ciudad. Todos los ciudadanos de la ciudad se amedrentaron al ver por las calles tanto ejercito enemigo, entraban en casa por casa y no había forma humana de que Eliseo y su siervo Giezi salieran de esta situación. Giezi tenía tanto miedo, que no dejaba de temblar y de decir al hombre de Dios; – Nos van a matar, – Nos van a matar. Decía: –Todo el ejército está en las calles, acampan a nuestro alrededor, ¡en cualquier momento entran! !!¡Ah, señor mío! ¿Qué haremos?

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Pero el hombre de Dios tenía una gran fe, entendía que, aunque estaba en la tierra, vivía en un Reino que no era terrenal. Vivía en un Reino superior, que requiere entendimiento y ojos y oídos abiertos para ver y entender la ley espiritual. Por eso no se agradaba de la actuación de Giezi, y para que pudiera aquietarse le dijo: – No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos. Pero estas palabras, aunque poderosas, no eran suficientes para Giezi, quien continuaba temblando y lleno de pánico. Entonces al hombre de Dios oró al Señor para que Giezi pudiera ver, aunque fuese por una vez, lo mismo que él podía ver, y que lo hacía estar tan seguro. Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh, Señor, que abras sus ojos para que vea. Giezi ahora podía ver el Reino con sus ojos, lo que antes oía de la boca del profeta y no entendía, los milagros que le maravillaban, pero que no comprendía quien los hacía. Entonces Dios abrió los ojos del criado, y este miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo. Esta gente de caballo alrededor del Profeta era en número superior al ejército enemigo, los carros eran veloces y de fuego, nada comparado al carruaje de los sirios. Eran carros que prácticamente se desplazaban, como volando, con gran rapidez, y los jinetes de los caballos eran hombres con rostro de ángeles, numerosos e incontables.

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¿Qué era esta visión, la cual el profeta Eliseo estaba acostumbrado a ver?, Porque él era el único hombre en Israel, y me atrevería a decir que, en toda la tierra, que tenía ojos abiertos para ver el Reino espiritual ¿Porque los vivientes no podemos ver cómo veía el profeta Eliseo, quien tuvo que orar a Dios para que le concediera a Giezi el privilegio de ver?

Esta historia quedo escrita en el Libro de libros, para que aprendamos a ver de manera espiritual. Podemos ver en fe, todo lo que está escrito y es lo que nos da la seguridad y la confianza, como al profeta, quien oró para que por unos segundos Giezi pudiera ver la realidad espiritual, existente e invisible a los ojos humanos, pero visible con los ojos de la fe.

Esas leyes son precisamente las que quiero que conozcas tú, mujer, que lees este relato hoy, porque entonces aprenderás a ver el Reino espiritual superior, poderoso y justo en el cual puedes creer y puedes vivir. Es un Reino con leyes absolutas e infalibles, en las cuales te puedes sostener, porque nunca fallan. Un Reino que cuenta con ejércitos de ángeles, que siempre están al lado de los que hacen parte de él y obedecen sus leyes.

Si crees, puedes ver igual a como pudo ver Giezi, por un momento, ver a tu lado, a un ejército de ángeles en carros de fuego, alrededor de tu vida y tu casa,

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La mente humana, incrédula, no puede ver ni distinguir este Reino espiritual, pero los que viven en ese Reino pueden ver y entender.

Si alguien conoce la dimensión de las leyes espirituales de Dios, como las conocía y las veía el profeta Eliseo, con seguridad tendrá la misma tranquilidad y confianza que tenía el varón de Dios.

No importa que vivas en este tiempo ciclos difíciles, ni que un ejército enemigo acampe alrededor de ti, no temerás mal alguno, porque un ejército de ángeles acampa alrededor de ti.

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Capítulo 7 Eliseo vence al ejército enemigo

El varón de Dios había solucionado el temor de Giezi, pero ahora, ¿Cómo se libraría del ejército enemigo?

El Profeta era amigo de Dios, y todo lo solucionaba orando, suplicando, una sola oración a Dios era suficiente para que pasaran milagros, como cuando el hacha flotó, o cuando mi hijo revivió, o cuando me profetizó la hambruna que se aproximaba para azotar la tierra.

Los Sirios llegaron justo a la casa en donde se encontraba el profeta Eliseo, y cuando ya estaba rodeado, nuevamente oró Eliseo y dijo: – Te ruego que hieras con ceguera a esta gente. Y los hirió Dios con ceguera, conforme a la petición de Eliseo.

Era la oración perfecta, en la necesidad que vivían, “orar para cegarlos”, para pasar inadvertidos a la vista del enemigo, para que no pudieran verlos ni identificarlos. La importancia de saber orar, según las necesidades que vivimos, es algo que se aprende. Yo justamente aprendí del profeta Eliseo a orar, conforme a la necesidad. Antes yo oraba diciendo, ayúdame, y que me vaya bien en todo.

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Mi oración era solo palabras sin dirección, nada concreto sobre lo que necesitaba. Pero, aprendí y obtuve un cambio; Un antes y un después de haber conocido al profeta Eliseo. Sí, yo soy una mujer de una fe firme, después de haber aprendido del hombre de Dios, aprendí a orar específicamente como el hacía, la palabra justa a la necesidad vivida, ahora tengo una relación con las leyes espirituales divinas y aprendí a conocerlas y cómo funcionan.

Es fundamental tener los ojos abiertos para ver la vida espiritual, por medio de la conciencia despierta a las leyes divinas que rigen al hombre.

El profeta Eliseo fue único varón de Dios que conocía este secreto, y yo le aprendí a él, y ahora quiero y espero que ustedes aprendan.

Me esmero en escribir mi relato, con el fin de que sean conscientes de la existencia del Reino espiritual superior y sus leyes, que vale la pena conocer y entender, que es un Reino vivo, justo y pacífico, dentro del cual existen los ángeles, y en gran número.

Eliseo sabía orar de manera específica y concreta, y su oración era respaldada por el poder de Dios.

El profeta Eliseo salió de la casa donde lo tenían sitiado, y confiando que el ejército del rey de Siria no lo reconocería, según su oración, les dijo con toda seguridad: – No es este el camino, ni es esta la ciudad; seguidme, y yo os guiaré al hombre que buscáis. Y los guio a Samaria.

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Y cuando llegaron a Samaria, oró nuevamente el profeta Eliseo y dijo: Señor, abre los ojos de éstos, para que vean, y se les abrieron los ojos y se encontraron frente al ejército de Israel en Samaria.

El profeta de Dios daba sus pasos conscientes de lo que hacía, y de lo que quería, sabía orar y entendía que estaba relacionándose con Dios en todo el proceso que estaba viviendo.

Él profeta Eliseo guió al ejército enemigo hacia donde estaba el ejército de Israel, para entregarlos en sus manos, y justo cuando llegó a ese lugar volvió a orar, para que el Señor abriera los ojos de los enemigos y se dieran cuenta donde estaban.

Cuando aprendemos a orar de esta manera, lo importante es ser consciente de lo que estamos pidiendo, el plan que tenemos para derrotar a los enemigos. Se trata de saber orar de modo específico, conforme a un plan. Una petición clara para la solución de un problema.

Cuando el Rey de Israel los vio en su territorio, le preguntó al varón de Dios: ¿Los mataré, padre mío?

Él le respondió: –No los mates. ¿Matarías tú a los que tomaste cautivos con tu espada y con tu arco?

Pon delante de ellos pan y agua, para que coman y beban, y vuelvan a sus señores.

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Entonces se les preparó una gran comida; y cuando habían comido y bebido, los envió, y ellos se volvieron a su señor. Y nunca más vinieron bandas armadas a llevarse cautivos a los Israelitas, a la tierra de Siria.

La oración es poderosa cuando hemos construido una relación de amistad con Dios, cuando estamos conscientes de a quien estamos elevando las peticiones del alma.

Para ser guiados espiritualmente, hay que desarrollar la mente que ve, hay que abrir los ojos espirituales para ver lo espiritual, para entender el camino y las leyes de la vida. ¿Acaso el profeta Eliseo sería una excepción? ¿Lo que él entendía nadie más podía entenderlo? ¡No!, por supuesto que no. Así como aprendí del profeta, ustedes pueden aprender de él y de mí, por eso he titulado mi mensaje; “El consejo de la Sunamita” porque lo sucedido es tan real, como tan real es lo contenido en el libro de libros y que está al alcance de sus manos.No se trata entonces de que nadie pueda tener el conocimiento de las leyes divinas, sino, de quiénes quieren entender esas leyes. Depende de nosotros buscar la sabiduría, que está al alcance de todos.

Mi pregunta es: ¿Quién busca la sabiduría? ¿Quién la quiere? ¿Dónde la buscan? Es más fácil para los hombres amar la simpleza y la mentira, que se ve, que buscar la verdad, que no se ve. Sin embargo, como dice la ley divina, cada cual obtiene el fruto de lo que tiene. Cada árbol por su fruto se conoce, porque tendrá el fruto que le corresponde.

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Capítulo 8 El Fin de la Vida de Giezi

Les prometí que al terminar mi historia les contaría el triste final de la vida de Giezi.

Fue un siervo al principio leal, y tuvo la oportunidad, de haber podido ser el sucesor del varón de Dios, pero en cambio sus días terminaron en maldición.

Siempre me pregunto: ¿Qué pasó con él? En varias ocasiones compartí con Giezi y en mi opinión, no era un hombre de malos pensamientos, sin embargo, la codicia le ganó.

Todo comenzó en Siria, era una nación violenta, y corrupta, existían muchas bandas armadas que, cuando tenían la oportunidad, entraban a Israel y se llevaban a los niños y a las jóvenes cautivas, para emplearlas o tenerlas como esclavas al servicio de Siria. Ese fue el caso de una joven cautiva, que, a pesar de su desgracia, tuvo la fortuna de ir a vivir en la casa de un general y su esposa, quienes eran de buenos sentimientos.

La joven servía en la casa del general, y tanto él como su esposa sabían que la joven era cautiva, y que no tenía medios de regresar a su nación.

Naamán, general del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su rey, y le tenían en alta estima, porque por medio de él habían obtenido salvación para la nación de Siria.

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Este hombre era valeroso en extremo, pero sufría de una enfermedad llamada lepra, que poco a poco le comía su carne, y se le había manifestado en su cuerpo, manteniéndole la piel blanca, mal oliente y con dolor.

Había gastado dinero en busca de una cura, pero nadie pudo ayudarle en su sufrimiento, y la cautiva israelita que servía en su casa se enteró del secreto bien guardado de Naamán y su esposa.

Y dijo a su señora: - Si rogase mi señor al profeta varón de Dios de la ciudad de Samaria, él lo sanaría de su lepra. La cautiva israelita hablaba del mismo varón de Dios, que yo invité a mi casa, de Eliseo el profeta, por medio de quien el poder de Dios obraba milagros.

La esposa del general Naamán había escuchado antes las historias y maravillas del único Dios de Israel, y rápidamente pasó la voz a su esposo, y éste atendiendo a la voz de su joven esposa, de inmediato se dirigió a su rey quien conocía la situación que vivía su general.

Y le respondió el rey de Siria: –Anda, ve, y yo enviaré cartas al rey de Israel. – Ve confiado porque manejaremos esto de rey a rey, y de seguro que con mi carta el hará que el profeta te atienda.

Y Naamán se apresuró a tomar consigo diez talentos de plata, y seis mil piezas de oro, y diez mudas de vestidos.

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Era un obsequio grande a la vista de cualquier hombre, pero para el general Naamán cualquier tesoro parecía poco, habría dado todo lo que tenía, para ser sanado. Tomó los obsequios y junto a las cartas del rey, partió con varios hombres del ejército, hacia Israel.

Cuando se presentó ante el rey de Israel le entregó la carta del rey de Siria que decía algo así: Cuando lleguen a ti estas cartas, sabe por ellas que yo envío a ti mi siervo Naamán, para que lo sanes de su lepra.

Por su puesto que el rey de Israel no lo podía sanar, y se turbó, y dijo en voz alta delante de toda su gente: – Cómo voy yo a sanar a un leproso?

– Porque lo manda a mí? rasgó sus vestidos, y agregó: –¿Soy yo Dios, que mate y dé vida, para que éste envíe a mí a que sane un hombre de su lepra? – Considerad ahora, y ved cómo busca ocasión contra mí. Pero lo sucedido llegó a oídos del Varón de Dios, quien envió a decir al rey: – ¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel. Y vino Naamán con sus caballos y con su carro, y se paró a las puertas de la casa de Eliseo.

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Entonces Eliseo le envió a Giezi su siervo diciendo: – Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio. Una lepra de años, que nadie en Siria podía sanar, ¿Podría ser vencida solo con un baño en el rio? Muy fácil lo que el profeta le ordenó, pero requería de fe para obedecerse. Y entonces Naamán se fue enojado, diciendo: –He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra.

Muchos piensan, como pensaba el general, que un milagro opera, alzando las manos, invocando en alta voz como si Dios estuviera sordo, pero la humildad de Eliseo le estaba enseñando que no era él quien, hacia los milagros, le estaba dando a conocer el poder de Dios, que se manifiesta cuando das una palabra y si ella se recibe y se cree, Dios la respalda. Para los hombres es difícil creer en las palabras cuando su carne está siendo tocada por una enfermedad. Y agregó el general Naamán diciendo: – Pero como este profeta, no sale a verme, y manda a un mensajero a decirme que me bañe en el rio Jordán, acaso Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado.

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No pudo creer la palabra que le envió el profeta y se marchó enojado, diciendo dentro de sí; tantos días de viajes de Siria a Egipto, tanto gasto y favores ante el rey, para que el varón de Dios, me envíe a bañar siete veces al rio y enojado se dirigió a su carruaje. Más sus criados se le acercaron y le hablaron diciendo al general Naamán: – Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio-

El entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios;

El carruaje se quedó a la orilla del rio con sus hombres, mientras el descendió y entró una vez y salió igual, dos veces, treces veces, y aún seguía la lepra pegada a su piel, pero contaba y contaba hasta llegar a la séptima vez y entonces su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio.

Sus hombres le observaban y le tocaban, lloraban y reían de alegría sin poder entender como operaba ese Dios.

¿Si ellos hubiesen podido ver cómo veía Eliseo, que creen ustedes que ellos hubiesen visto? Creo, que hubiesen visto a los ángeles quitándole la lepra, y además sanando su alma.

Hay que aprender a ver ese Reino espiritual por fe, hay que estar seguros de que, aunque no vemos una imagen, el poder de Dios opera como una persona en nuestras vidas.

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Cuando se logra tener el entendimiento del Reino espiritual, entonces no hablaríamos con palabras de muerte, sino vida y poder. No temeríamos, sino que tendríamos fe, no botaríamos las bendiciones, y nos fortaleceríamos en la fe, por medio del conocimiento de las leyes espirituales que dan vida.

Entender un Reino espiritual que no se ve, que existe y tiene leyes, pero ninguna imagen que hacernos en la mente, no es fácil para los hombres, quienes en el día a día se acostumbran al reino material y que en ocasiones quisieran palpar dioses de piedra, como hacían los Sirios con Rimón.

Pero resulta indispensable conocer y entender las leyes divinas que no se ven, porque a la llegada de una difícil prueba como la que yo viví con mi hijo muerto, o como la enfermedad que vivió el general Naamán, tendremos que pasar por encima de la incredulidad y esforzarnos en creer. Les aseguro que había en Israel muchos enfermos de lepra en tiempos del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán el Sirio.

La diferencia la hizo la fe, que el accionó, pudo haberse quedado en su tierra y no creer, y no emprender su viaje de varios días, pero actuó en fe, y se esforzó por su milagro. Mi consejo insisto, es conocer el Reino y aprender a verlo como el varón de Dios veía.

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Por eso lo invité a mi casa, y no me arrepiento, porque aprendí a ver como el veía

Oh mujer, que ahora lees mi relato y escuchas mi consejo, te digo; Aprende a ver lo que no es como si fuera. Aprende a conocer al Dios que nos ve, y no dudes cuando te halles frente a pruebas difíciles, recuerda que estas siendo probada y recuerda como debes hablar, pensar y actuar. Y volvió el general Naamán al varón de Dios, él y toda su compañía, y se puso delante de él, y dijo: –He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel. Regresó a testificar su milagro.

Pocos leprosos sanos regresan a testificar, muchos al recibir el milagro se olvidan de hacerlo, hasta cuando les toca la siguiente prueba, y ahí si recuerdan quien les puede ayudar.

¿Quién era Naamán?

¿Quién fue ese hombre que recibió un grande milagro, que no recibieron los leprosos de Israel en tiempos de Eliseo?

Las bandas de los Sirios durante muchos años se llevaban cautivos a nuestros jóvenes y niños, por eso algunos pensamos que el mismo Naamán podría haber sido un cautivo llevado desde niño, porque su nombre era de origen Israelita. Isacar padre se Sunem, hijo de Jacob, tuvo un hermano menor llamado Benjamín y uno de los varios hijos de Benjamín se llamaba Naamán.

Si pertenecemos al Reino espiritual, nuestros hijos también le pertenecen y las leyes los cobijan.

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Así que el general Naamán, aunque vivía como Sirio, pertenecía al Reino espiritual porque su verdadera madre sembró semillas, que alcanzaron a su hijo, Entender las leyes espirituales es entender que éstas nunca fallan. Podemos orar confiados, como oraba Eliseo, porque la ley espiritual de la vida se cumple, aunque no sepamos cómo.

Y agregó el general Naamán al varón de Dios – Te ruego que recibas algún presente de tu siervo, más él dijo: No lo aceptaré.

Y le instaba que aceptara alguna cosa, pero él no quiso. Entonces Naamán dijo, después de haber experimentado ese encuentro: -Te ruego, pues hombre de Dios, ¿De esta tierra no se dará a tu siervo la carga de un par de mulas? Porque de aquí en adelante tu siervo no sacrificará holocausto ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino a tu Dios, al Dios de Eliseo.

En esto perdone tu Dios, a tu siervo: – Que cuando mi señor el rey entrare en el templo de Rimón para adorar en él, y se apoyare sobre mi brazo, si yo también me inclinare en el templo de Rimón; cuando haga tal, Dios perdone en esto a tu siervo. Porque es mi trabajo y debo cumplirlo, más no estará puesto mi corazón en ello, porque hoy reconozco a un solo Dios sobre el cielo y la tierra. Y él varón de Dios le dijo: – Ve en paz. Se fue, pues, y caminó como media legua de tierra.

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Entonces Giezi, criado de Eliseo el varón de Dios dijo para sí: He aquí mí señor estorbó a este sirio Naamán, no tomando de su mano las cosas que había traído, correré tras él y tomaré de él alguna cosa, y la esconderé, y la enterraré para mí.

Y siguió Giezi a Naamán; y cuando vio Naamán que venía corriendo tras él, se bajó del carro para recibirle, y dijo: – ¿Va todo bien? Y él dijo: – Bien.

Y agregó; – Mi señor, el profeta Eliseo, me envía a decirte: –Envíame un talento de plata, y dos vestidos nuevos. Dijo Naamán: – Te ruego que tomes dos talentos.

Y le insistió, y ató dos talentos de plata en dos bolsas, y dos vestidos nuevos, y lo puso todo a cuestas a dos de sus criados para que lo llevasen delante de él. Y así que llegó a un lugar secreto, él lo tomó de mano de ellos, y lo guardó en la casa; luego mandó a los hombres que se fuesen.

Y Giezi entró, y se puso delante de su señor.

Y Eliseo el varón de Dios que ya sabía lo sucedido, porque Dios se lo había declarado, le dijo: – ¿De dónde vienes, Giezi? Y él dijo: – Tu siervo no ha ido a ninguna parte. El entonces le dijo: – ¿No estaba también allí mi corazón, cuando el hombre volvió de su carro a recibirte? ¿Es tiempo de tomar plata, y de tomar vestidos, bueyes y presentes?

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Y el hombre de Dios cuya palabra era profética, porque Dios la respaldaba, le dijo – Por tanto, la lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu descendencia para siempre.

Desde aquel mismo momento que el profeta pronunció esas palabras, la lepra que había salido de Naamán se le pegó en la carne a Giezi y cuando se vio así, salió delante del profeta, leproso blanco como la nieve. Ese fue su amargo final, porque después de haber conocido el poder de las leyes divinas, se fue tras las mentiras mundanas, dejando la verdad y siguiendo la ilusión mentirosa de su mente.

Un hombre que había conocido la gracia y las maravillas de Dios, y las había cambiado por telas y talentos de oro, por cosas materiales, ahora quedaría leproso, él y toda su generación. Recuerdo ahora un proverbio que dice: “Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza”, y eso fue Giezi, un insensato, vivió al lado del poder de las leyes de Dios y no lo quiso ver, ni entender, no lo recibió ni lo creyó, y por la ignorancia de la ley, pago su alto precio.

Oh mujeres, justamente aquí es cuando digo ¡pobre Giezi! porque su ambición fue más grande que el amor a la sabiduría que había recibido.

No entendió que recibir presentes por hacer el bien, ciega a los hombres la luz de sus ojos, y pagó el precio con la ceguera, la enfermedad y muerte En él se cumplió la ley que dice; Que por la falta de conocimiento el pueblo perece.

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Las invito a continuar sin desfallecer, a buscar ese Reino que no se ve, pero que es real, y vivir en él, y alimentar la mente y corazón con las leyes divinas, para obtener los milagros que con seguridad llegan cuando se vive en el Reino de Dios.

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Bibliografía. La Biblia, Segundo Libro de los Reyes, capítulo 4, versículos 18-37, Segundo Libro de los Reyes Capitulo 5, Primer libro de los reyes capítulo 19, Este libro fue inspirado en la vida real de una mujer de la tierra de Sunem conocida como la Sunamita, cuya mente sobrenatural y vida de fe, sigue inspirando a muchas mujeres.

2018

El Consejo de la Sunamita, Por Janet Pernett Bauzzan

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EL CONSEJO DE LA SUNAMITA

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El Consejo de la Sunamita, Por Janet Pernett Bauzzan
AUTOR : JANET PERNETT BAUZZAN

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