Revista Ágora del Programa de Comunicación Social

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Una historia lo que la neblina

se llevó

En un pueblo, en donde la neblina cobija sus almas y las hace suyas, despuntando un nuevo amanecer, los rayos del sol se esconden en el inoportuno pensamiento, de quien sus palabras se manchan de sangre y sus manos de maldad. Día domingo del año 2007, en aquel pueblo “faldudo” y frío, unas gotas de lluvia, eran el sin sabor de una trágica noticia. Todos los habitantes llegan puntuales a la iglesia; empezando la misa, una joven comienza a cantar una melodía dulce, embelleciendo los oídos de los creyentes y aún más el deseo del seminarista. Al terminar la misa, cada uno se dirige a casa; aquella joven de ojos claros, rubia, cabello ondulado, labios perfectos, con sus lentes negros; guarda el piano, arregla sus cosas antes de ir a casa a compartir un tiempo con su familia. El seminarista la sorprende llamándola con una voz temerosa, ansiosa y una mirada desviada; ella en su inocencia, se apresura y se dirige a la casa cural, en donde él se encontraba. El seminarista cierra la puerta, después, de unos segundos, se levanta de la silla, su mirada revelaba pasión, deseo, ella empieza a notar que algo raro, y es así como él en una esquina de la oficina la acorrala, la golpea. Ella, Catalina, respondía a la defensiva, lloraba, gritaba, pero nadie la escuchaba ya todos se habían ido, hasta el sacerdote. La deja inconsciente de tantos golpes, su alma se fuga, pero su cuerpo no, besándola, acariciaba su frágil cuerpo, llega a sus senos, se excita, ella siente un dolor, un dolor más, un orgasmo, un asqueroso orgasmo, pero ni ella entendía por qué se producía. Despierta, llora, y cada lágrima está llena de odio, de rencor, intenta quitarlo una vez más, pero ya era tarde, la había despojado de su ropa, de su inocencia, le quitó la sonrisa, le arruinó la felicidad. Aquel monstruo, aquel seminarista, limpia sus labios, como se limpian el hocico los perros después de saciarse. Se viste, se marcha y aquella niña, botada en un rincón, llora y llora, se toca, se siente sucia, se echa la culpa de lo sucedido, se viste como puede, corre, llega a casa, se baña, mientras un intento de suicido llega a su mente. Su madre se da cuenta que su hija está triste, sufriendo y la consuela, la abraza, quiere ayudarla, pero ya es tar-

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de, Catalina decide callar, y llevar su secreto a la tumba. Pasan los años, su sonrisa se esfuma, su inocencia desapareció, sus miradas son fugitivas del amor, llenas de odio, de rencor. Lidiar sola con los recuerdos y comportarse de manera extraña, hizo que ella inventara un mundo, su mundo. Sus padres piensan que está loca, sus hermanos cargan con el odio que ella expele sin querer en los seres donde el cariño es una llama que no se apaga. Catalina olvidó la magia de la vida, ya no canta en la iglesia, decidió olvidar el piano, la música, decidió sumergirse en dolor, y más aún cuando su abuela, parte a la eternidad, se enfada y llena de ira, grita y pide al cielo a un Dios en el que no dejó de creer. Se lamenta el no haberla acompañado pero es tarde ya, la muerte ya se había ido sin ella. Los hombres como los dulces la complacen, son efímeros para ella, intentar amar, es como intentar viajar al pasado. Los años pasan y los chicos pierden su color, para ella todos son iguales, todos tienen un monstruo, que algún día su más filosa e insaciable arma de la pasión y de la devastación seguirá rompiendo y destruyendo vidas. Catalina se hace más atractiva al paso de los años, pero ella aprovecha sus atributos, para desquitarse un poco de todo aquello, que aquel seminarista había hecho con su cuerpo, con su vida. Al admirar su belleza, era casi imposible no enamorarse de ella, era perfecta. Llega el día de la graduación y recuerda como a los 10 años le da un adiós rotundo a la felicidad. El hombre que le gustaba, la invita a bailar, le regala una rosa, siente magia en su mirada, pero su odio y rencor eran más grande que terminaron destruyeron su vida y la vida de muchos, y es así como el secreto se va a la tumba, se esfuma, y se queda densa como la neblina, triste como la lluvia, en aquella esquina, en aquella iglesia.

Tatiana Barajas Flórez Estudiante segundo Semestre - Comunicación Social. Ejercicio para Taller de Lecto-escritura a cargo del docente Fabián Molinares


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