La conquista del pan-Piotr Kropotkin

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mientos ya en uso en los grandes establecimientos industriales para extraer el carbón y los minerales, obtener el acero y pulirlo, fabricar lo que se requiere para la vestimenta, etc., para darse cuenta de que en lo que concierne a los productos de nuestras manufacturas, nuestras fábricas, nuestras minas, no hay duda posible. Nosotros podríamos ya cuadriplicar nuestra producción, y aun economizar sobre nuestro trabajo. Pero nosotros vamos más lejos. Afirmamos que el caso de la agricultura es el mismo que el de la industria: el labrador, como el trabajador fabril, posee ya los medios para cuadruplicar, sino de decuplicar su producción, y podrá hacerlo desde que sienta la necesidad y proceda a la organización societaria del trabajo, en reemplazo y lugar de la organización capitalista. Cada vez que se habla de la agricultura, uno siempre se imagina al campesino encorvado sobre el arado, echando al voleo unos granos de trigo mal seleccionado y esperando angustiado lo que la estación, buena o mala, le traiga. Se ve a una familia trabajando de la mañana a la noche y teniendo por toda recompensa un jergón, pan duro y vino picado. Se ve, en una palabra a “la bestia salvaje” de La Bruyère. Allí para ese hombre, sujeto a la miseria, a lo más se habla de aligerar el impuesto a la renta. Pero no se atreven a siquiera imaginar a un cultivador por fin digno, tomándose su tiempo libre y produciendo en pocas horas por día de qué alimentar, no solamente a su familia sino, por lo menos, a cien hombres. En el máximo de sus sueños para el futuro, los socialistas no osan ir más allá del gran cultivo americano que, en al fondo, es sólo la infancia del arte. El agricultor de hoy tiene ideas más amplias, conceptos más grandiosos. No demanda más que una fracción de hectárea para hacer que crezca todo el alimento vegetal de una familia; para alimentar veinticinco cabezas de ganado vacuno ya no se necesita más espacio que el que en otro tiempo se necesitaba para alimentar una sola. Quiere llegar a hacer el suelo, a desafiar a las estaciones y al clima, a calentar el aire y la tierra en torno de la planta joven; en una palabra, a producir en una hectárea lo que antes no conseguía recolectar en cincuenta hectáreas; y todo eso sin fatigarse de un modo excesivo y reduciendo mucho la suma total de trabajo anterior. El agricultor aspira a que se 200 / PIOTR KROPOTKIN


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