COMMODITIES Venezolanos- Edición 19

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Metal humano

Por: Lcda. Rosinella Troisi Delgado. Msc. en Desarrollo Organizacional – rosinella.troisi@commoditiesvenezolanos.com

Conocer a Karucita -así la llamaban sus hermanos y amigos- era mirar el arte en persona, siempre imaginando qué y cómo dibujar sobre el asfalto, en la calle Mariño de Guasipati, con los pedazos de tierra roja que se cuajaban en los cauchos de los camiones del papá: “Mi lienzo era la calle”, acota. Vio la luz por primera vez el 04 de octubre de 1969, en El Callao, pero vivió en Guasipati, estado Bolívar. Es la menor de ocho hermanos, (seis hembras y dos varones), una familia unida. Su vida transcurrió entre el grupo escolar Dalla Costa, la Iglesia y la escuela de música. “Pertenecí al conjunto de aguinaldos de la Iglesia, y a la banda municipal “Thelmo Almada”, sonando el clarinete, bajo la dirección del maestro Pedro Hernández. Tenía oído musical pero no la pasión necesaria para definirme como músico”. Dios le regaló el don de pintar, el cual era alimentado por la familia cada día. Su padre, Miguel, hacía los muebles de la casa, tallaba piedras y sacaba escultura de un tronco. La mamá, Violeta, buscaba embellecer el entorno y le relataba acerca del Museo de Louvre y de la Opera de Nueva York, entre otros. He allí el origen de la creatividad y belleza en el trabajo artístico de Gruber.

Karuz es sensible y genuina. Para ella, un virtuoso de la pintura debe contar con pasión, honestidad y perseverancia. “La primera es el motor para el trabajo creativo, la segunda ha de estar en la esencia de toda obra, el creador debe ser fiel a su mundo interior para que lo realizado sea válido para la sociedad que refleja. Decía A. Camus que ‘toda creación auténtica es un regalo para el futuro’ y la última, no por eso menos importante, se traduce en firmeza y constancia”. Gruber piensa que en tiempos de crisis “el artista sufre porque conseguir los materiales es cuesta arriba, ya que se considera que el arte es un gasto superfluo, pero es en esos momentos donde se pone a prueba el poder creativo con recursos escasos y la fibra sensible con la cual percibe el entorno para nutrir su creación. Dios mediante vendrán épocas mejores y la obra estará allí como testigo del tiempo”.

Con un toque de nostalgia recuerda que tenían obras de un pintor llamado Moncho Ray quien fue recluso de la cárcel de El Dorado, donde su padre era Director. “Teníamos además reproducciones extraordinarias de Rembrandt, Caravaggio y Goya que tomábamos de la revista Vanidades que compraba mi madre”. Aunque con alma inquieta por el arte, sus progenitores hacían hincapié que debía prepararse en otra área, por lo que el primer título fue en Banca y Finanzas, más adelante con 35 años, resolvió estudiar y graduarse en la Universidad Nacional Experimental de las Artes (UNEARTE). Para esta guayanesa, la música es su hobby y con la familia lo disfruta: “Mi esposo es intérprete lírico e ilustrador de este género, es sacerdote de la Iglesia Ortodoxa, cuya Divina Liturgia es cantada enteramente. Mi hijo Igor canta, toca la guitarra y a Iván le gusta pintar. Así que en mi casa se escucha desde ópera, rock, salsa, música religiosa y merengues porque me encanta bailar”, comenta. Foto: José Rosero 80 Commodities


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