Valor del mes de abril

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VALOR DEL MES DE ABRIL

HUMILDAD

Humildad. (Del lat. humilĭtas, -ātis). 1. f. Virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento. Sencillez. 1. f. Cualidad de sencillo. Sencillo. 6. adj. Dicho de una persona: Natural, espontánea, que obra con llaneza. 8. adj. Ingenuo en el trato, sin doblez ni engaño, y que dice lo que siente. —Diccionario de la Real Academia Española.

La humildad de los niños y las niñas Algunas personas piensan que la humildad significa actuar como si valiéramos menos que los demás, como si no fuéramos importantes, como si nuestros logros carecieran de mérito. Según este punto de vista, la gente humilde es aquella que rechaza el aplauso y el reconocimiento porque cree que no los merece, ni siquiera cuando hace algo muy bien. El término se utiliza, además, para aludir a personas con pocos recursos, es decir, como sinónimo de pobreza. En el terreno de los valores, sin embargo, la humildad quiere decir algo muy distinto: es la virtud de aquellos que no se sienten por encima de los demás, ni van por la vida presumiendo de lo que saben o de lo que son. La humildad bien entendida distingue a quienes se valoran a sí mismos


en su justa medida; es decir, que no se creen superiores ni inferiores a los otros. También son los que reconocen su valía, pero no se ufanan de ella ni se pavonean frente a sus semejantes porque saben que no es necesario. Un buen estudiante no necesita alardear, ya que sus calificaciones hablan por sí mismas. Un gran futbolista no tiene que estarle recordando a la gente sus triunfos, pues lo que ha hecho en la cancha es testimonio de su grandeza. Los padres que se han preocupado por educar bien sus hijos no tienen que publicarlo en los periódicos, pues la armonía familiar que reina en su casa es la mejor prueba de su labor. En el cuento anterior, Justino no tiene que decirle a todo el mundo que es un excelente panadero. Sus numerosos clientes son la mejor prueba de su talento. Alfonso, en cambio, presume de ser un experto: afirma que no necesita que nadie le enseñe a hacer pan. Los hechos demuestran lo contrario y, al final, se ve obligado a aceptar que tiene mucho que aprender de su tío. Esto último es, también, otra característica de la verdadera humildad. Nos referimos a la capacidad para aceptar que todos los seres humanos — sin importar nuestra edad, títulos, premios o grados académicos— siempre podemos aprender más. El físico Albert Einstein, uno de los científicos más inteligentes que ha dado la humanidad y también uno de los más modestos, nunca dejó de reconocer lo mucho que ignoraba y cuánto le faltaba por aprender. Concebía al aprendizaje como un placer, no como un deber. “Nunca consideres el estudio como una obligación — decía—, sino como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber.”

¿Y tú qué piensas…? • ¿Cuál es la primera imagen que llega a tu mente cuando piensas en la palabra “humildad”? ¿Cómo se relaciona esta imagen con lo que acabas de leer? • ¿Cómo te valoras a ti mismo? ¿Piensas que eres más importante que los demás o, por el contrario, consideras que vales menos? • ¿Qué opinas de aquellas personas que se sienten superiores y desprecian al prójimo?


• ¿Te consideras bueno en algo?

LA HUMILDAD ES MI VALOR Con frecuencia pensamos que la palabra “humildad” se refiere a la pobreza en que viven algunas personas. Esto es un error. La humildad es un valor que puede extenderse a todas aquellos hombres y mujeres dispuestos a reconocer que, aunque tienen una dignidad y un valor que nadie puede quitarles, y tal vez algunas cualidades propias (como la belleza, la inteligencia o determinada habilidad), no se encuentran por encima de los demás. Una persona humilde se reconoce como un integrante más de la humanidad al mismo nivel que cualquiera de sus semejantes, sin discriminar a ninguna de ellos. En vez de usar sus talentos propios para ponerse por encima de los otros, los emplea para ponerse al servicio de los demás y construir una auténtica comunidad humana en la que no tienen cabida el orgullo, la presunción o el desprecio por quienes se encuentran en desventaja.

NO SE VALE PRESUMIR En el mundo de hoy todos parecemos estar participando en una competencia para ser el más rico, el más inteligente, el más guapo, el más exitoso… El orgullo hace que muchas personas busquen esas metas, se crean superiores a los demás y cometan una serie de equivocaciones: creen que lo pueden todo, imponen sus decisiones y desprecian a las otras personas. Es un mal que puede ocurrir en la casa, con la familia, y en el trabajo, con los compañeros. También ocurre en la escuela: en cada una de ellas hay niños y niñas presumidos porque son los más aplicados y los mejores deportistas, o porque sus papás tienen tal y tal cosa. Esa actitud de soberbia es contraria a la generosidad, la empatía y la amistad porque impide comprender a los demás y les hace pensar que no necesitamos de ellos. Por otra parte, frena el crecimiento personal: cuando creemos que lo sabemos y lo podemos todo, dejamos de esforzarnos para alcanzar nuevos logros. El remedio a esos peligros es el valor de la humildad que consiste en reconocer que no somos “los mejores del mundo”, en aceptar nuestros defectos y reconocer las


virtudes de los otros. En ese intercambio a veces nosotros somos el ejemplo a seguir y a veces lo son ellos. Sumando nuestras virtudes, podemos corregir juntos nuestros defectos. La humildad va de la mano con la sencillez que nos enseña a valorar las cosas simples, por ejemplo, la naturaleza, las pequeñas alegrías de cada día, las expresiones de afecto de nuestros amigos y los logros que obtenemos. Muchas personas dejan de apreciar eso y se sacrifican buscando una vida llena de supuestos atractivos como los viajes, los bienes materiales y las constantes diversiones. Nada de eso es garantía de la felicidad, ni asegura el bienestar, ese camino es sólo un laberinto dónde cada vez se buscan cosas más raras y complicadas que nunca nos satisfacen y en ocasiones puede llegar a ser la puerta de entrada a graves problemas como la drogadicción o el alcoholismo. Una persona sencilla es una persona abierta, dispuesta a aprender, que se sorprende con lo que le aportan los demás. Al liberarse de las barreras del orgullo, es capaz de disfrutar y valorar en su medida la riqueza del mundo. Tú puedes expresar la humildad y la sencillez de mil maneras: habla de forma clara y da la palabra a los demás, no intentes aleccionar a tus amigos, no presumas lo que sabes o lo que tienes con personas que están en desventaja, viste con ropa sencilla, entrénate en tareas como lavar y barrer, adquiere sólo lo necesario y nunca seas necio o caprichoso. Con estos mínimos cambios serás cada día más sencillo y despertarás el cariño y la comprensión de los demás. Tu máximo orgullo será ayudar a los otros y tu mayor muestra de humildad, pedirles su ayuda.

LA HUMILDAD EN SÍMBOLOS

Estar de rodillas es una forma de manifestar que somos sencillos y humildes y que tenemos capacidad de admirar, respetar y reconocer el valor de lo que está delante de nosotros. Los fieles de muchas religiones usan esta postura para demostrar su reverencia ante el universo, la naturaleza o dios.


Las religiones suelen asociar la humildad al reconocimiento de la superioridad divina; todos los seres humanos son iguales ante los ojos de Dios y deben actuar en consecuencia. Para el budismo, la humildad es la conciencia respecto al camino que se debe seguir para liberarse del sufrimiento. Desde la filosofía, Emmanuel Kant afirma que la humildad es la virtud central de la vida ya que brinda una perspectiva apropiada de la moral. Para Friedrich Nietzsche, en cambio, la humildad es una falsa de virtud que esconde las decepciones que una persona esconde en su interior.

FRASES DE HUMILDAD

“Cuando somos grandes en humildad, estamos más cerca de lo grande.” -

Rabindranath Tagore, escritor hindú (1861-1941) “Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; mas donde hay humildad, habrá sabiduría.”

Salomón, rey hebreo (970-931 a. C.) “Humildad es andar en la verdad.”

Teresa de Ávila (1515-1582)


Estoy convencido que la primera prueba de un gran hombre consiste en la humildad. John Ruskin La humildad es nuestro contacto con la realidad. Doménico Cieri Estrada Cuando somos grandes en humildad, estamos más cerca de lo grande. Rabindranath Tagore La humildad es verdad, y la verdad es humildad. Pío de Pietrelcina La humildad tiene dos polos: lo verdadero y lo bello. Víctor Hugo Los más generosos acostumbran a ser los más humildes. René Descartes Cuando no hay humildad, las personas se degradan. Agatha Christie No nos creamos necesarios. Don Bosco El secreto de la sabiduría, el poder y el conocimiento es la humildad. Ernest Hemingway Tener gran confianza... Quiere su majestad y es amigo de ánimas animosas, como vayan con humildad y ninguna confianza en sí. Santa Teresa De Jesús


La verdadera humildad consiste en estar satisfecho. (Henry F. Amiel) Saber que no se sabe, eso es humildad. Pensar que uno sabe lo que no sabe, eso es enfermedad. Lao-tsé Entre todos los vestidos que yo he visto poner al orgullo, el que más me subleva es el de la humildad. Henry Mackenzie El orgullo divide los hombres, la humildad los une. Anónimo A ti te pido humildad, con el fin de reconocer mis errores y así poderlos enmendar. Anónimo Se puede ser grande con humildad. Anónimo La humildad es la llave que abre todas las puertas. Cantervill Lo único que el hombre debiera tener en exceso, es la humildad. Anónimo La humildad, solo es patrimonio de los inteligentes. Francisco Rubio Bermejo El servicio sin humildad es egoísmo. Mahatma Gandhi


ACCIONES DE HUMILDAD

La ruta de la humildad Seguramente conoces personas que son incapaces de reconocer sus errores. Es posible que entre tus compañeros y compañeras haya algunos que pretenden tener siempre la razón, incluso cuando no es así. Por lo general, estos individuos no acostumbran disculparse ni admitir que se equivocaron. Casi siempre le echan la culpa a los demás o a las circunstancias. La humildad significa, entre otras cosas, aceptar nuestros errores y pedir perdón cuando es el caso. El problema es que esto requiere valor: no siempre es fácil decirle a alguien que actuamos de manera


equivocada, que nos arrepentimos de haberlo hecho y que trataremos de que no vuelva a suceder. Hay quien piensa que decir todo esto es una debilidad. Sin embargo, se trata precisamente de lo contrario: es una muestra de fortaleza, valentía y seguridad en nosotros mismos. Significa que no tememos decir la verdad y que poseemos la madurez suficiente para rectificar el camino y seguir adelante.

Valores en acción • No temas aceptar tus errores y aprende de ellos. • Aprende a pedir disculpas. • Escucha y respeta los puntos de vista de los demás. • Evita juzgar a los otros basado en prejuicios, chismes o rumores.

Padres con valor Formar hijos seguros de sí mismos, chicos y chicas que se sientan orgullosos de lo que son y de lo que han logrado (o pueden lograr) es una de las tareas más importantes de los padres. Sin embargo, ¿dónde termina el orgullo personal y comienza la arrogancia y la fatuidad? El valor de la humildad supone un reconocimiento objetivo de lo que realmente somos y de lo que hemos hecho, sin caer en la presunción ni la altanería. Estas últimas actitudes, lejos de facilitar las interacciones sociales, provocan rechazo y dificultan que nuestros hijos se relacionen con otras personas. • Acostumbre a sus hijos, mediante el ejemplo, a tratar a toda la gente como sus iguales, sin menospreciar ni discriminar a nadie. • Enséñeles a cuidar de sus objetos personales y a evitar actitudes consumistas. • Construya un hogar en el que prive la gratitud por los bienes recibidos. • Cultive la humildad de los hijos asignándoles desde pequeños tareas en casa.


Maestros con valor La adolescencia es, como sabemos, un periodo de cambios durante el cual los chicos y las chicas suelen ser víctimas de complejos e inseguridades, los cuales acostumbran ocultar bajo la máscara de la altanería, la soberbia o la autosuficiencia. Frente a ello, la humildad (en el sentido moral del término) constituye un antídoto que contribuye a que las relaciones entre los adolescentes sean más armónicas y pacíficas. Ello en virtud de que la humildad supone aceptar al otro como un igual y reconocer las propias limitaciones. • Organice actividades en beneficio de su comunidad e invite al grupo a participar en ellas. • Evite la soberbia y el autoritarismo frente a sus estudiantes. Ejerza su autoridad sin arrogancia. • No olvide que el profesor también tiene cosas que aprender de los alumnos. • La humildad supone reconsiderar nuestras decisiones y cambiar de opinión cuando es necesario.

Educando en la humildad El hogar es el laboratorio para construir hombres y mujeres humildes, y los adultos responsables deben considerar esta tarea como una de sus misiones más importantes. Formar una familia y mantenerla unida es un acto de amor y de compromiso, pero también un acuerdo práctico de ayuda mutua. En ese acuerdo es fundamental conocer y reconocer las limitaciones de sus integrantes, pero también las propias, y trabajar juntos para superarlas en un modelo vertical que elimine la ofensa, el desprecio y el autoritarismo. Deben evitarse las críticas de un miembro frente a los otros, las comparaciones que busquen devaluar, pero también los elogios desmedidos


o fuera de lugar. En ese proceso, adultos y mayores aprenderemos que tenemos ciertas capacidades y carecemos de otras, pero que estamos juntos en un esfuerzo común en el que resulta indispensable reafirmar a los otros miembros en lo que realmente valen.

Escuela de valores La escuela ha de ser un centro educativo para la humildad, y el maestro un guía firme en esa misión con estrategias sencillas y un ejemplo permanente. En la superficie no resulta tan claro, pero la labor que usted realiza con sus alumnos es, entre otras cosas, un ejercicio de humildad para ambas partes. La presencia de cada uno en el aula contiene un reconocimiento tácito de todo aquello que no saben o pueden. La presencia de usted responde a la necesidad de tener un empleo. Aceptarlo con alegría puede infundir nueva vida al trabajo en el aula. 

Evite elogiar o criticar desmedidamente a cualquiera de los chicos. Entienda mejor el potencial de cada uno.

Evite poner a alguno como ejemplo positivo o negativo. Hágales entender que lo importante de cada uno es sacar el máximo potencial de sus facultades.

Mantenga su papel de autoridad (siempre conviene por razones prácticas), pero renuncie a cualquier idea de superioridad. ¿Se ha puesto a pensar en todo lo que usted no sabe?

Aprenda de ellos: escuche sus experiencias, anécdotas y vivencias. Una perspectiva distinta enriquece y alecciona.

Con ganas de triunfar 

Selecciona a un personaje de tu comunidad a quien no concedes mayor importancia y descubre cuáles son sus ventajas y atributos positivos.

Distingue cuáles son tus propias cualidades y aprovéchalas pero nunca presumas de ellas. Siempre habrá alguien que haga las cosas mejor que tú.

Ser humilde no significa permitir que te humillen. Sirve y ayuda a los otros siempre y cuando se mantengan claros los límites que exige el respeto.


Separa aquellos valores que son propios de las personas, como los que tratamos en este libro, y distínguelos de “valores inventados” como la ropa que usan o la posición social que ocupan. Los primeros son los que importan.

Palabras para las familias La familia y el ámbito doméstico ofrecen el campo ideal para el entrenamiento en el valor de la humildad. Gracias a ustedes los chicos pueden alcanzar la meta. 

Evite exaltar el bienestar económico, propio o de los demás, como marca del éxito. Promueva una idea de éxito consistente en alcanzar logros perdurables y sencillos, como la armonía familiar.

No señale en forma agresiva o burlona las desventajas o defectos de algún miembro de la familia. Trabajen en conjunto para corregirlos.

Estimule a sus hijos con un reconocimiento explícito por sus logros. Manténgalo en un nivel sensato para evitar que se sientan por encima de los demás.

Evite las actitudes prepotentes en la convivencia diaria. Sus hijos deben verlo defender sus puntos de vista, pero jamás humillar o someter a los demás.

Palabras para los docentes La escuela es el espacio más adecuado para fortalecer las competencias relacionas con el valor de la humildad y ustedes, los mejores entrenadores técnicos para chicos de “alto rendimiento”. 

Genere con ellos una actitud de confianza que permita a cada uno reconocer sus defectos y ventajas, en comparación con los demás.

Evite señalar a alguno de los educandos como el “mal ejemplo” o el “buen ejemplo” del salón, pues podría incitar a los demás al acoso.

Detecte y rechace cualquier actitud infantil basada en la prepotencia que algunos padres inculcan en el hogar por su fuerza física, su posición social o sus propiedades.

Contribuya a construir una comunidad escolar armónica en la que exista un esquema horizontal de autoridad y se reconozca el valor de todos los actores (desde el señor que barre la banqueta hasta la directora) en la experiencia educativa.


CUENTO DE HUMILDAD

El aprendiz A finales del siglo XVIII, vivía en la capital de la Nueva España un maestro panadero llamado Justino. Durante las primeras horas de la madrugada, mientras todos en la ciudad dormían, él se afanaba elaborando el pan que las familias disfrutarían en el desayuno. Aunque su negocio era modesto (contaba sólo con dos ayudantes), gozaba de mucha fama en el barrio. Desde muy temprano la gente hacía cola frente a su establecimiento para comprar panes de sal, birotes y cocoles olorosos a anís y a canela. También llegaban los repartidores, quienes acomodaban las piezas en cestos que cargaban sobre la cabeza para venderlas en las calles. Una mañana se presentó en la panadería la prima de Justino. Venía acompañada de un chico de unos doce años. La mujer le informó que su marido acababa de morir y que le traía a su hijo Alfonso para que, por favor, lo empleara como aprendiz. Justino le dio el pésame a su prima y aceptó darle trabajo al muchacho. “Comenzarás mañana”, le dijo. La noche del día siguiente, llegó Alfonso. Tras mostrarle el lugar, Justino le explicó cuáles serían sus obligaciones: “Cargarás los sacos de harina y te ocuparás de barrer y limpiar la panadería”. El sobrino interrumpió a su tío y le dijo que, con todo respeto, no estaba allí para hacer la limpieza, sino para preparar pan. Afirmó que no era necesario que le ensañara nada, pues él había visto cómo se hacían las distintas piezas. “Soy un experto”, aseguró el muchacho en tono arrogante. Justino


sonrió y le dijo: “Muy bien, pues ya que eres un experto, te ocuparás de elaborar unos pambazos”. Dicho esto, le dio medio saco de harina, catorce huevos, manteca, sal y lo dejó solo. Un par de horas después, Alfonso abrió la puerta del horno de adobe y sacó el pan que había hecho. Aquéllos no parecían pambazos, sino pedazos de carbón. “No es culpa mía —se defendió Alfonso—, la harina que me dio usted era de muy mala calidad. Además, los huevos estaban podridos.” El tío guardó silencio. Al día siguiente, le ordenó a su sobrino que preparara cemitas. El resultado fue aún peor. Sin embargo, el chico tampoco admitió su error. “No es culpa mía —se justificó—, la chimenea de su horno está llena de hollín y lo ahúma todo. Además, la manteca estaba rancia.” Justino volvió a guardar silencio. Al tercer día, el panadero le anunció a su sobrino: “El virrey, don Miguel José de Azanza, duque de Santa Fe, nos ha hecho un pedido especial. Quiere tres docenas de rosquetas, pues tendrá invitados a desayunar. Y como eres un experto, tú las prepararás. Te daré harina de calidad, huevos frescos y manteca recién comprada”. Cuando Alfonso escuchó esto se puso nervioso. “Por cierto, querido sobrino, no sé si sepas que el virrey tiene muy mal carácter. Un día compró un tonel de vino y como éste no fue de su agrado, mandó encerrar en una mazmorra al comerciante que se lo había vendido. Pero, claro, eso no es ningún problema para ti, ¿verdad?” Estas últimas palabras hicieron que Alfonso se pusiera aún más nervioso. Comenzó a sudar y las piernas le flaquearon. Con voz temblorosa, le preguntó a su tío cuánto tiempo había permanecido preso el comerciante de vinos. “Creo que tres meses”, respondió Justino con fingida inocencia. Entonces Alfonso le pidió perdón a su tío. Reconoció que no era ningún experto y que con gusto barrería el negocio y le ayudaría a cargar los sacos de harina mientras aprendía el oficio. El panadero sonrió y juntos se ocuparon de hornear las rosquetas para el virrey. ¿Y tú qué piensas…? • ¿Crees que a Justino le gusta el oficio de panadero? • ¿Qué opinas de la respuesta de Alfonso cuando su tío le explicó cuáles serían sus obligaciones?


• ¿Qué piensas de la conducta de Justino? ¿Crees que hizo bien al dejar que su sobrino quemara los pambazos y las cemitas? • ¿Crees que Alfonso aprendió algo al final del cuento?

Una lección para el maestro El profesor Julián Arvide era uno de los matemáticos más notables de aquel tiempo, y la figura más sobresaliente de la Universidad. Impartía el curso de trigonometría avanzada, había publicado varios libros y pasaba buena parte del año dando seminarios y conferencias en el extranjero. Merecedor de medallas, premios y reconocimientos, los había colocado en una vitrina de su biblioteca. Le fascinaba sentarse a contemplarlos y recordar cada uno de sus éxitos. Luego se miraba en el espejo y se decía: “¡Pero qué bárbaro, soy extraordinario!”. En los inicios de curso reía de sus alumnos y les informaba: “No ha nacido el que no me entienda, pobres ineptos. Nadie de ustedes me interesa, pero bueno, tengo que hacer mi obra de caridad…”. Aconteció que un día estaba explicándoles el triángulo obtusángulo isósceles, cuando una comisión universitaria visitó su salón. El rector y sus asesores llamaron a la puerta, él los miró con desprecio por la ventanilla y le indicó a uno de los estudiantes: “Tú, como te llames, dile a esa gentuza que se aleje de aquí. Están interrumpiendo las palabras de un genio y su impertinencia perjudicará a la humanidad”. Ofendidos, los funcionarios se retiraron, y el rector decidió aplicarle una medida correctiva: enviarlo por un semestre a El Pirulí, un alejado pueblo dedicado a la producción de esos caramelos, para dar clases de regularización a niños de una escuela primaria. No tuvo más remedio que aceptar o sería expulsado por el Consejo de su Universidad. Todo en El Pirulí le parecía espantoso. Cuando empezó a trabajar con los niños casi se desmaya. “¿Cuánto es dos más dos?”, le preguntó a Jimena. “Siete”, respondió ella. “¿Cuántos lados tiene un cuadrado?”, le preguntó a Jorgito. “Seis”, dijo él.


“¿Cuáles son los números decimales?”, le preguntó a Lorena. “Los esquimales viven en el Polo Norte”, explicó ella con orgullo. Y aparte de eso estaban todas las incomodidades del lugar… En una ocasión algo le sentó mal y se presentó a la clase con un fuerte dolor de estómago. “Ay, profe —le dijo Jimena—, es que usted no está acostumbrado a la leche recién ordeñada. ¡Hiérvala primero!” Otro día llegó con decenas de piquetes. “Ay, maestro —le dijo Jorgito—, es que tiene que ponerse mentol para que los moscos no lo piquen.” Una tarde su auto se atascó en el lodo. “Ay, don Juli, póngale unas tarimas en las llantas para sacarlo”, le explicó Lorena. Los chicos jamás aprendieron matemáticas porque él, después de todo, no era tan buen maestro. Siguieron creyendo que los conjuntos eran los grupos de música que tocaban en la fiesta del pueblo, que los quebrados eran los trastes que se rompían y que el álgebra era una medicina para la tos. Pero en aquel semestre inolvidable don Juli aprendió, gracias a ellos, a reconocer en el cielo cuándo habría tormenta, a ahuyentar a los perros que se juntaban en la calle para morder gente y a ponerse periódico dentro de los zapatos cuando calaba el frío. Y cuando las autoridades le escribieron para decirle que debía regresar a la Universidad, él les respondió con una breve nota: “No, gracias, quiero quedarme aquí para seguir estudiando”.

Tres monedas de plata Camila Darién tenía todo lo que cualquier joven de la Nueva España podía desear: belleza, fama, fortuna y dos padres que la adoraban. Como hija única de un matrimonio mayor, había recibido todos los mimos posibles. Aunque era una mujer de corazón noble, siempre había pensado que se hallaba por encima de los demás, en especial de la gente sencilla que atendía las innumerables tareas de su mansión en la Ciudad de México, a quienes solía tratar con desprecio. Aquella tarde era muy especial, pues se llevaría a cabo su petición de mano. Don Luis de las Heras la amaba, aunque sufría al ver la forma en que maltrataba a la gente sencilla. Así ocurrió durante la fiesta de ese día. “Este ponche es repugnante”, le dijo a la Mariana, la cocinera, enfrente de los demás. “El sillón está lleno de polvo”, le gritó


a Julia, la recamarera. “Tú no estás invitado a la fiesta” informó a Marcos, el cochero, que se había atrevido a entrar al gran salón a escuchar la música. Don Luis observó todo esto con disgusto y cuando llegó el momento de la petición los invitados, entre quienes se hallaban las personas más notables del Virreinato, quedaron sorprendidos pues el novio hizo algo inesperado. “Te amo y te respeto Camila” —le dijo—. Sin embargo, para que se realice nuestro matrimonio necesito que me regales una corbata de seda que vi en el Parián. Sin ella, simplemente, no puede haber boda.” Camila rompió a reír frente a todos. “¿Una corbata, querido? Las más caras cuestan apenas tres monedas de plata y tú sabes que yo tengo cientos de ellas.” “Más despacio, Camila, —repuso el novio— lo que te solicito es que la compres con una moneda que te dé Mariana, otra que te dé Julia y una más que te dé Marcos y que se las pidas aquí frente a todos nosotros”. Los invitados, incluyendo a los padres de la novia, quedaron en silencio mientras Camila derramaba un par de lágrimas que sabían a coraje y desesperación; sin embargo, su amor por don Luis era más grande que su orgullo. “¡Que por favor vengan Mariana, Julia y Marcos!” solicitó con un dulce tono de voz desacostumbrado en ella. Los tres empleados de la casa entraron al salón atemorizados temiendo un nuevo regaño. Camila les explicó la situación. “Ahora mi felicidad está en manos de ustedes —les dijo—, ¿no me dan una moneda, por favor?”. Mariana, Julia y Marcos sonrieron como si se hubieran puesto de acuerdo y mientras sonreían buscaban en el fondo de sus bolsillos aquellas monedas que significaban la felicidad de Camila. Marcos y Julia le entregaron las suyas. Sin querer Mariana dejó caer la tercera en el suelo y Camila se agachó para recogerla con dificultad por su elaborado vestido. “Gracias —les dijo al incorporarse— ¿Aceptarían ustedes una invitación para la fiesta de mi boda?”. “Y con respecto a ti, Luis —le dijo a su prometido— espero que aprendamos juntos muchas cosas en nuestra vida de casados”.


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