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Liderar más allá de la influencia
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”.
(Filipenses 2:5; léase también los vv. 3–8)
Varios autores y oradores señalan correctamente que el liderazgo es influencia; la habilidad de persuadir a la gente para actuar sin fuerza ni exigencia. Esto es cierto, y lo vemos en el rey David. En 2 Samuel 23:1, 2, David se identificó a sí mismo como el hijo de Isaí, el hombre que fue levantado en alto, el ungido de Dios y el dulce salmista de Israel. Dios le habló y el Espíritu del Señor habló a través de él, y la palabra del Señor estaba en su lengua. Era un líder en todo el sentido de la palabra y tenía una gran influencia sobre los demás.
La influencia de David era tan grande que poseía la habilidad de motivar y persuadir a la gente a actuar en su favor. En 2 Samuel 23:13-17, David se encontraba en medio de una batalla contra los filisteos. Mientras estaba sitiado por los filisteos y escondido en la cueva de Adulam, tuvo un deseo momentáneo de aquello que le era conocido — las comodidades de su tierra natal. En su anhelo, dijo con vehemencia: “¡Quién me diera a beber del agua del pozo de Belén que está junto a la puerta!” (23:15). Solo expresó su deseo y, sin pensarlo dos veces, sus tres mejores valientes entraron en acción. Inmediatamente irrumpieron por el campamento enemigo y accedieron al pozo de Belén, y echaron agua en un recipiente y se la llevaron para que bebiera.
Estos hombres respetaban a David. Tal vez fuera por sus victorias en las batallas, su título de rey y su valentía; pero David sabía muy bien que la gloria por sus victorias le pertenecía únicamente a Dios. La lealtad que demostraron estos hombres valientes, la voluntad de entregar la vida por otro era algo de lo cual solo Dios era digno. En esta escena, David no solo demostró el poder de la influencia, más allá de ello, demostró el valor de liderar a través del ejemplo.
El liderazgo requiere humildad, discernimiento, sacrificio y sabiduría. El rey David poseía estas características. Cuando los tres valientes le llevaron el agua, en su sabiduría y discernimiento, no bebió. En cambio, valoró las vidas de aquellos que voluntariamente sacrificaron su seguridad por la comodidad de él, y honró sus esfuerzos reconociendo todo lo que habían hecho. David también entendió que todo le era lícito, mas no todo le convenía (1 Corintios 10:23), así que en su lugar ofreció un sacrificio. Con humildad, eligió no ser tan egoísta como para beber el agua, aunque tenía todo el derecho a hacerlo como rey y líder. En su lugar, así como los tres valientes habían sacrificado su seguridad, él sacrificó su comodidad y deseo derramando el agua como ofrenda al Señor.
El liderazgo se trata de ser un ejemplo para los demás —humillarnos ante el Señor, participar primero, liderar desde la vanguardia, vivir lo que predicamos y enseñamos. Ese día, David hizo exactamente eso mismo. No se concentró en sí mismo ni en sus deseos; sino que, “con humildad de espíritu”, ¡estimó el esfuerzo de los tres valientes más importante que su deseo personal!
Esta actitud también la vemos en Jesús: Con humildad, estimó a los demás como superiores a Sí mismo. No miró Sus propios deseos –Sus propios intereses–, sino que se preocupó por los intereses de los demás. Pablo lo describe, diciendo:
“…el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:6–8).
El liderazgo es más que influencia. El liderazgo es sacrificio amoroso, servicio, humildad y sumisión a una autoridad mayor que la de uno mismo.
Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús Filipenses 2:3-8.