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Lo que se veía de lejos: La promesa, la gloria y la iglesia de hoy
Introducción
Desde los días de Abraham hasta los profetas del Antiguo Testamento, el pueblo de Dios ha vivido con una visión puesta en algo aún no alcanzado: una promesa, una tierra, un reino. Hebreos 11:13 declara con solemnidad y esperanza: “Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra”. Esta cita resalta la fe de los antiguos al esperar las promesas sin recibirlas. Uno de los momentos más gloriosos en el que esa esperanza eterna se hizo visible en la historia humana es la transfiguración de Jesús (Mateo 17:1–8). Este es el relato de la transfiguración de Jesús con Moisés y Elías en el monte. En ese monte, lo eterno se entrelazó con lo temporal, y la gloria futura resplandeció delante de tres testigos humanos.
Hebreos 11 y la fidelidad sin recompensa inmediata
Hebreos 11 nos presenta un desfile de hombres y mujeres que caminaron por fe, muchos de ellos sin ver la realización de las promesas que Dios les hizo. Entre ellos se encuentra Moisés, quien guió al pueblo hasta los límites de la Tierra Prometida, pero no la cruzó (Deuteronomio 34:1–4); y Elías, quien fue arrebatado sin haber visto el cumplimiento pleno del reino mesiánico que proclamó (1 Reyes 19:11–13). Ambos fueron testigos y portadores de la esperanza futura, pero no receptores inmediatos de su cumplimiento. Esto no debilitó su fe, sino que la fortaleció, porque sabían que el cumplimiento final vendría del Dios fiel.
El cumplimiento glorioso en la transfiguración
En Mateo 17, Jesús llevó a Pedro, Jacobo y Juan a un monte alto, y allí se transfiguró delante de ellos. Su rostro resplandeció como el sol, y Sus vestiduras se hicieron blancas como la luz. Aparecieron con Él, Moisés y Elías, conversando. Esta escena no es un acto simbólico sin propósito; es una declaración gloriosa de que la promesa, aquella que los antiguos saludaron desde lejos, había llegado. Moisés, quien solo vio la Tierra Prometida desde lejos, ahora estaba de pie en la presencia del verdadero cumplimiento de la promesa: Jesucristo. Elías, quien buscó la voz de Dios en el Horeb, ahora escuchó al Padre declarar: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17:5). La transfiguración revela a Cristo como el centro de la historia, el puente entre la fe esperada y la gloria manifestada.
La Iglesia de Dios de la Profecía como testigo de lo eterno
La Iglesia de Dios de la Profecía, como movimiento nacido con el anhelo por la restauración apostólica, entiende profundamente este llamado a vivir en el umbral entre lo visible y lo invisible. Fundada sobre la base del Nuevo Testamento, como única regla de fe y práctica, su historia está marcada por la oración ferviente, la santidad práctica y la esperanza en el regreso glorioso de Cristo. La transfiguración, desde nuestra perspectiva pentecostal, es una afirmación poderosa de que no trabajamos en vano. El reino que predicamos, la cosecha que recogemos y los líderes que formamos, todo tiene sentido porque apuntamos a una gloria eterna. Así como Moisés y Elías fueron llamados a estar presentes en el monte glorioso, así también nosotros seremos testigos del cumplimiento completo [de las promesas de Dios] en la venida del Señor.
Conclusión
La transfiguración no fue solo una visión para tres discípulos asombrados; fue una proclamación para toda la iglesia: la promesa es real, la gloria es futura, y Cristo es el centro de todo. En tiempos de prueba o aparente retraso, la iglesia está llamada a mantener su vista en el monte, sabiendo que aquello que se vio de lejos, un día será plenamente nuestro en Cristo. Vivamos, como Moisés y Elías, con la certeza de que nuestra fe no es en vano. Y como Pedro, Jacobo y Juan, bajemos del monte con una visión renovada y con oídos atentos a la voz del Padre: “A Él oíd”.
JIMMY MEJÍA DIRECTOR DEL MINISTERIO DE CABALLEROS
DEL DISTRITO 1, REGIÓN SURESTE HISPANA DE EE.UU.