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Jo s é A n to n i o Nava r r e t e
ideologías políticas en pugna, arrancando con el gobierno conservador de Porfirio Díaz (1830-1915), cuyo dominio sobre la vida política del país se extiende de 1877 a 1910, pasando por la gesta revolucionaria y llegando hasta la institucionalidad posrevolucionaria68. Siempre presentes ambos en una abundante iconografía fotográfica. Estas representaciones arquetípicas de la identidad nutrirán el imaginario local —en sus respectivos países— e internacional, como caracterizaciones nacionales específicas69. No obstante, la aparición de un arquetipo nacional es un indicador de las transformaciones, en la vida social, de un sujeto real en un sujeto de ficción cuya manera de supervivencia más conspicua no puede ser otra que la escénica: del desfile patriótico al teatro, del cine a la fiesta infantil de disfraces. Marzo, 2001 Septiembre, 2005
68 En las impresiones de su paso por la Ciudad de México en 1893, vertidas en su libro Del Plata al Niágara, el escritor franco-argentino Paul Groussac (1848-1929) se refirió a los “ridículos trajes de ‘charros’, exhibidos por los hijos de familia”. Paul Groussac. “Impresiones de Méjico (1893)”. En: Estuardo Núñez (compilación, prólogo y bibliografía). Viajeros hispanoamericanos (temas continentales). Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1989, p. 97. 69 El charro y la china mexicanos habrían de alcanzar larga vida como arquetipos de la identidad mexicana, mientras que en Argentina el arrabal, el compadrito y el tango formarían más tarde una nueva mitología de la argentinidad definitivamente urbana, sin necesariamente desplazar del todo la tradición gauchesca.