MUFF - Vivencia

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Mario Schettini Riéndose, Mario Schettini dice de sí mismo que es un fotógrafo muy bagual. Alude a su escaso interés por la historia de la fotografía y el estudio de autores. Hay que recordar que los fotógrafos de su generación que permanecieron en Uruguay, reunidos en el Foto Club de principios de los setenta, se formaron en un entorno escasísimo de información al que siguió el aislamiento de los años de dictadura: las fotos que veían eran, en buena parte, las que ellos mismos tomaban. Es cierto que otros de aquel pequeño grupo, como su hermano Roberto o Diana Mines, fueron ávidos de la historia de la fotografía y de lo que se hacía afuera hasta convertirse, con el tiempo, en divulgadores locales de una cultura fotográfica validada fuera del país. Ese aporte junto al de quienes regresaron del exilio a mediados de los ochenta actualizó de alguna manera el ambiente local. No obstante, aquel aislamiento propiciaba, también, el trabajo autodidacta, orientado a una experimentación intuitiva y lúdica, y abierto a influencias que podían provenir de otros campos, como el de la música popular o la literatura, que Mario reconoce. A las condiciones generales hay que agregar una circunstancia personal que parece haber sido un marco constante de su trabajo: la complicidad de su esposa Hilda Bonilla, que aparece en muchas de sus fotos. En Mario lo autodidacta se desarrolló muchas veces como un juego para ver qué salía, qué pasaba si hacía tal cosa o tal otra tanto en el momento de la toma como en el laboratorio. Y ese juego fue, casi siempre, con su esposa en sesiones donde, según sus palabras, “nos seguíamos el tren uno al otro”. ¿Cómo surgió la foto en la que se ve a Hilda por encima de los silos? Un día íbamos caminando cerca de la Estación Artigas y había unos silos. Me gustó la estructura y le saqué unas fotos sin ninguna idea de lo que iba a hacer con ellas. La otra [del montaje] es una foto de Hilda surgida de esas experiencias que hacíamos, “a ver tirate el pelo para atrás...”. Creo que toda la producción fotográfica mía es así. Saco una cosa y de repente después se junta con otra y se arma como una magia. Siempre me gustó probar y ver cómo quedaba y esto salió así: juntando dos negativos y haciendo una copia. Totalmente intuitivo. Hoy creo que sería incapaz de hacerlo porque soy mucho más racional, más de pensar las cosas. ¿Y la foto en que se ve a Hilda escribiendo? También fue así, probando. ¿Como si fuera un juego? Sí, es lúdico. Es como toreando el momento. Le dije: “con los ojos cerrados escribís una carta”. Se me ocurrió en el momento y estoy seguro de que se me ocurrió porque Hilda estaba ahí, porque ella me llevó a eso de alguna manera en el sentido de que nos seguíamos el tren uno al otro. Ella siempre con una bondad total. No es mi modelo, para nada. Sería como decir que yo soy el fotógrafo de Hilda. No tiene nada que ver con eso. Así como cocinamos y hacemos las cosas juntos, hacemos las fotos. Las fotos casi que son tanto de Hilda como mías. Decime algo acerca de la foto de los choclos. Estábamos ahí afuera (señala el pequeño patio de su casa). Los choclos los habíamos traído de la casa de la mamá de Hilda, en Canelones. Estábamos contentos, eso te da mucha energía y a mí, particularmente, me dan ganas de sacar fotos para revivir el momento después. Es como una reafirmación de la vida. Puse un trípode y le dije: “Flaca vamos a sacarnos una foto con los choclos” [risas]. Y no sabía qué podía quedar porque estás mezclando cosas muy raras. Es la intuición y el chiveo. Y contar con que Hilda nunca me dice que no. Abril, 2017.

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Mirada Interna


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