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Tres años más tarde, en 1844, la prensa montevideana mencionaba al “retratista al daguerrotipo” Eugène Tandonnet, quien en el marco de la Guerra Grande habría abandonado su salón artístico ubicado en Piedras Blancas para huir al Paraguay. La noticia informaba que su estudio había sido saqueado y entre los objetos robados se encontraba “el famoso daguerrotipo que aquemaba los ojos, caldeaba las narices, endemoniaba las fisionomias y aligeraba los bolsillos”. Apelando al humor, la mención en este artículo refleja de manera acertada las dificultades técnicas (irritación de los ojos y enrojecimiento de la nariz producto de la potente luz solar recibida en los espejos reflectores) y el aspecto generalizado del tipo de imágenes resultantes en esta primera época (expresiones adustas o “endemoniadas” tras la pose prolongada), así como el elevado costo de las piezas. 2 A juzgar por los avisos publicados en la prensa, a partir del año 1845 comenzaron a ofrecerse retratos al daguerrotipo con cierta frecuencia, lo que podría indicar un inicio en la conformación de un pequeño mercado en torno a esta práctica. A su vez, Florencio Varela, uno de los aficionados tempranos a la daguerrotipia, viajó a Europa entre 1843 y 1845 y adquirió una cámara de daguerrotipo que trajo a Montevideo y empleó para retratar a sus parientes y amigos.3 Prácticamente en su totalidad quienes ofrecían este servicio eran extranjeros procedentes de Europa o de América del Norte, que ejercían su profesión de modo itinerante estableciéndose por pocos meses en distintos países y, en algunos sitios, cubriendo varias ciudades. Varios de ellos emprendían verdaderas giras a través de diversos países o regiones del continente latinoamerica-
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no. Partiendo de este carácter trashumante, que representó un rasgo característico del trabajo y de la actividad fotográfica en las primeras dos décadas, José Antonio Navarrete ha propuesto para América Latina que este período sea conocido como la “época de los fotógrafos viajeros”.4 Entre los primeros daguerrotipistas itinerantes que tomaron retratos en Uruguay en la segunda mitad de la década de 1840 se encontraban Aristide Stephani (1845), John Bennet,(1846) Thomas C. Helsby (1846), Amadeo Gras (1846) y Henry North (1847). Éste último en 1847 ofrecía instruir a los interesados “en el arte de dorar y platear por galvanismo”, consistente en el recubrimiento por electrólisis de la superficie del daguerrotipo con una fina capa protectora de oro. Los “retratos electrotípicos” o “electrotipos” fueron muy apreciados en la década siguiente, cuando generaron disputas entre varios fotógrafos que se jactaban de ser sus introductores o quienes mejor aplicaban la técnica. Todos ellos ofrecían sus servicios como retratistas por poco tiempo (aunque algunos retornaban a Uruguay con cierta regularidad), ubicados en algún estudio improvisado, por lo general en la planta alta de locales céntricos, o trasladándose a las casas de los interesados.5 Los gabinetes fotográficos de esta primera época se montaban en la planta alta, para aprovechar al máximo la luz natural a través de estructuras vidriadas en las que se regulaba el pasaje lumínico mediante el uso de cortinados y otros filtros, dependiendo de la estación del año, el tipo de clima y la hora del día. En la carrera por ganar la simpatía del público hacia una actividad poco placentera para los retratados era común que los fotógrafos promocionaran “novedades” (técnicas, aprovechamiento de la luz, mejoras en
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Entre el daguerrotipo y la pintura: los artistas del retrato Durante la época de predomino del daguerrotipo incursionaron en la fotografía artistas dedicados al retrato bajo otras modalidades, como la pintura al óleo, la miniatura o el grabado En una primera etapa el retrato al daguerrotipo se integró como alternativa entre otras posibilidades iconográficas, pero a medida que fue ganando terreno en las preferencias del público, varios pintores y artistas sustituyeron sus ocupaciones iniciales por este nuevo oficio. En Uruguay este fenómeno se reconoce en los itinerarios de algunos artistas, entre los que sobresalen Amadeo Gras, Felix Rossetti y Alfonso Fermepin, destacados retratistas al óleo que se volcaron a la práctica de los retratos al daguerrotipo, introduciendo novedades tecnológicas e imprimiendo un sello muy personal a sus trabajos. Amadeo Gras (Francia, 1805 - Argentina, 1871)
Alfonso Fermepin (Francia, 1805 – Argentina, 1871)
El pintor y músico francés Amadeo Gras vino al Río de la Plata a comienzos de la década de 1830, alternando estadías en Montevideo y Buenos Aires en donde realizó retratos pictóricos de varias figuras públicas y sus familias. Tras una gira de más de diez años por América Latina en la que recorrió las provincias del interior argentino, Bolivia y Perú, se asentó en Montevideo con taller propio. Se ha afirmado que fue uno de los que le compró una cámara fotográfica al abate Louis Comte -quien también le habría instruido en su uso-, con la que instaló un gabinete de daguerrotipo en enero de 1846. Ese mismo año habría retratado a Manuel Oribe en el campo del Cerrito de la Victoria. En 1847 ejercía como “retratista” en su taller, ubicado en la calle Cerro N°30. Hacia fines de 1848, al regresar de un viaje a Francia donde se había perfeccionado en el manejo del daguerrotipo y en especial en el novedoso “arte del colorido”, anunciaba la apertura de un nuevo taller en la calle Ituzaingó N° 181 y promocionaba especialmente los “retratos al daguerrotipo con colores”. Poco tiempo después introdujo el sistema de “fondos opacos” para los daguerrotipos advirtiendo que presentaban la “gran ventaja de dejar percibir el retrato al momento, quitándole el relumbramiento de la lámina” pudiendo además aplicarse a los ya realizados. Por esta época estilaba presentarse como “retratista al óleo” o “profesor de pintura”. Entre 1851 y 1852 cambió en otras dos oportunidades el domicilio de su estudio a las calles Rincón N° 62 e Ituzaingó N° 119, respectivamente. Radicado en Montevideo, viajaba con frecuencia a Buenos Aires y al interior de Argentina, así como a otros puntos de la región como Rio Grande do Sul. A juzgar por los avisos de prensa, la fotografía parece haber ido adquiriendo cada vez más preponderancia en su ejercicio profesional, llegando en los últimos años en que se documenta su actividad a ofrecer exclusivamente “retratos electrotípicos”. En 1852 partió a Entre Ríos, donde trabajó intensamente para el General Justo José de Urquiza, permaneciendo allí hasta su muerte en 1871.
Coincidiendo con Amadeo Gras no solo en su origen y profesión, sino también en sus fechas de nacimiento y de muerte, Alfonso Fermepin, llegado a Buenos Aires a mediados de la década de 1830, desarrolló una larga trayectoria en el campo del retrato fotográfico en Montevideo. En 1852, a su regreso de Francia, se presentaba como “retratista de París” y anunciaba la apertura de su establecimiento en la calle Cerrito N° 96 en los altos de la casa del Sr. Marino, donde se hacían retratos al daguerrotipo, al óleo y en miniatura. En 1854 se mudó a la calle Rincón N° 44, casa de Miguel Delfino ofreciendo “retratos de todas clases”. Instalado en el que será su establecimiento definitivo en la calle 25 de Mayo N° 211 en los altos de la mercería nueva de Maricot, en 1856 incorporó entre sus servicios a la “photografía con colores sobre papel y cristal”, señalando no haber estado antes de esa fecha en condiciones de practicarla por no tener “la localidad propia para esa clase de retratos”. Su nuevo estudio era “digno de Londres o de París […] cuya luz, dimensión y disposición permit[ía]n sacar grupos hasta de 15 o 20 personas.” En sus anuncios correspondientes al año 1857, los retratos fotográficos en sus diversas técnicas concitaban el grueso de la atención. Para la realización de daguerrotipos ese año se asoció con Roberto Offer, “profesor distinguido, muy conocido en el Brasil y en todos los departamentos de la República”. En 1865 reprodujo fotográficamente el óleo de Juan Manuel Blanes “Retrato del General Flores”, a partir del cual confeccionó tarjetas de visita con su nombre. Todavía por esta fecha se presentaba como “pintor” y “retratista de Paris” y continuaba ofreciendo diversidad de técnicas y formatos en materia de retratos fotográficos. Abandonó Montevideo y, tras un nuevo viaje a Francia, se instaló en Buenos Aires en el estudio que compró al pintor y fotógrafo francés Federico Artigue. Después de su muerte en 1871 este estudio quedó en manos de sus hijos. En Montevideo, su taller fue ocupado por la Fotografía Nueva que anunciaba contar con más de “más de 2.000 planchas conservadas”.
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