el collar del tigre

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Vincennes. Me quedé allí, parado ante el túmulo durante varias horas, leyendo los poemas que tanto amábamos, meditando, haciendo la digestión de mi dolor… Teo murió en la casa y en la cama de la mujer que había sido mi novia hasta pocos meses antes. Ella era hija de un padre ausente. Era mayor que Teo, sin duda representaba un arquetipo materno para él. Se enamoraron en París justo después de mi marcha a Chile. Nunca fue un problema para mí, ya que nuestra relación sentimental había terminado con armonía. Sin embargo, en un lenguaje simbólico, Teo tomaba mi territorio, la casa, la cama donde yo hacía el amor con ella. Además, quedó embarazada de él, de modo que la identificación fue completa, pues Teo poseyó simbólicamente a nuestro arquetipo materno, tal como Benjamín le robó la madre a Jaime, o Alain a Valerie. Para acabar de rematar el proceso, murió a los veinticuatro años, como José, el violinista. Valerie experimentó un enorme sentimiento de culpa al escuchar mis reflexiones. «¡Yo lo maté!», repetía sin cesar. Hablaba desde su conflicto con Alain, su hermano. «Cuando no hay conciencia, nadie es culpable», la consoló Alejandro. Ese día recordé una frase de Pablo Neruda: «Si eres un buen guerrero, no te culparás, pero tampoco dejarás que tus errores se repitan». Y, para no repetir los nuestros, preparé un ritual psicochamánico con Alejandro, Dante y Damián que me confirmó la exactitud de mis ideas. Me vestí con un traje antiguo, réplica de los que usaba Jaime. Coloqué una foto de Benjamín sobre el corazón de Alejandro. Yo hice lo mismo con la foto de Jaime. A Dante le coloqué fotos de Benjamín, Alejandro y Teo. A Damián, una de Jaime y otra mía. Después amarré a mis hijos con una cuerda negra a la altura del pecho, como si fueran prisioneros (por supuesto, con su consentimiento), y los senté para que observaran todo lo que Alejandro y yo nos disponíamos a realizar. Alejandro me habló: —Cristóbal, has cargado el inmenso peso de mi padre toda tu vida. Por un lado te hice a ti lo que él me hizo, por otro, te pedí que fueras mi padre y colmaras mi dolor. Como un verdadero chamán, te has sanado y ahora sanas a tu familia. Te admiro y siento sinceramente todo el pasado. Una profunda emoción se apoderó de mí y contesté: —Alejandro, tú también has cargado con el fantasma de Benjamín como una inmensa flecha envenenada en tu espalda. Ese conflicto ya trajo bastantes desgracias. Aquí, a través de nosotros, vamos a hacer hablar a los fantasmas de Benjamín y Jaime para que se reconcilien y cese este desastre.

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