Wardstone 02

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Joseph Delaney

La maldición del Espectro

Capítulo 9 Saliva de niña

Sin dudarlo un segundo, agarré el bastón y apagué la vela, sumiendo la bodega en la oscuridad, y me dirigí rápidamente hacia la puerta que daba a las catacumbas. Detrás de mí se oía un gran tumulto: gritos, chillidos y el ruido del forcejeo. Miré atrás y vi que uno de los guardias entraba a la bodega con una antorcha, así que me escondí detrás de los botelleros, que me separaban de la luz, al tiempo que me dirigía hacia la puerta de la pared opuesta. Me sentí muy mal por dejar atrás al Espectro y a Alice. Haber llegado hasta aquí y no ser capaz de rescatarlos me hacía sentir fracasado. Mi única esperanza era que de algún modo hubieran conseguido escapar entre el tumulto. Los dos veían bien en la oscuridad y, si yo podía encontrar la puerta a las catacumbas, ellos también. Noté que algunos de los prisioneros se movían conmigo, huyendo de los guardias hacia los recovecos más oscuros de la bodega. Me pareció que tenía algunos delante. A lo mejor entre ellos estaban mi maestro y Alice, pero no podía arriesgarme a llamarlos y atraer la atención de los guardias. Mientras me abría paso entre los botelleros, me pareció ver frente a mí la puerta que daba a las catacumbas abriéndose y cerrándose rápidamente, pero estaba demasiado oscuro como para estar seguro. Un instante después, había atravesado la puerta. En cuanto pasé y la cerré, me sumergí en una oscuridad tan intensa que por unos segundos no podía verme ni las manos. Me quedé allí, en lo alto de las escaleras, esperando impacientemente que los ojos se me adaptaran a la falta de luz. En cuanto distinguí los escalones, bajé con cuidado y recorrí el túnel todo lo rápido que pude, consciente de que en cualquier momento alguien podía ir a comprobar la puerta: yo no la había cerrado tras de mí por si Alice o el Espectro me seguían de cerca. Normalmente veo bien en la oscuridad, pero en aquellas catacumbas parecía que cada vez la oscuridad era mayor, así que me detuve y saqué la cajita de yesca del bolsillo de la chaqueta. Me arrodillé y coloqué un montoncito de yesca sobre las piedras. Usé la piedra y el metal para crear una chispa y unos segundos más tarde conseguí encender la vela. C011 la luz de la vela pude desenvolverme mejor, pero el aire a mi alrededor era cada vez más frío y algo más allá vi unos siniestros brillos en la pared. Unas formas

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