Runner 02

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James Dashner

Prueba de Fuego

41 Una vez más, al despertar se encontró con una luz blanca y deslumbrante. En esta ocasión, brillaba desde arriba, directamente sobre sus ojos. De inmediato se dio cuenta de que no se trataba del sol; era diferente. Además, se encontraba a una distancia corta. Aun cuando cerró los ojos con fuerza, la imagen de un foco quedó flotando en medio de la oscuridad. Oyó voces que susurraban. No pudo entender ni una palabra. Hablaban muy suavemente y se hallaban fuera de su alcance. No podía descifrarlas. Sintió el repiqueteo leve de metal golpeando contra metal y lo primero que pensó es que se trataba de instrumental quirúrgico. Bisturíes y esas pequeñas varillas metálicas con un espejo en el extremo. Esas imágenes nadaron hacia afuera de las aguas turbias de su banco de memoria y, al combinarlas con la luz, comprendió. Lo habían llevado a un hospital. Un hospital. Lo último que se hubiera imaginado que habría en el Desierto. ¿O lo habían trasladado lejos? ¿Muy lejos? ¿Quizá a través de una Trans-Plana? En el momento en que una sombra pasaba por delante de la luz, Thomas abrió los ojos. Alguien lo estaba mirando desde arriba, vestido con el mismo atuendo ridículo de los que lo habían llevado hasta ahí. Con la máscara de gas o lo que fuera. Lentes enormes. Detrás del vidrio protector, vio un par de ojos oscuros lijos en él. Eran ojos de mujer, aunque no podía explicar por qué estaba tan seguro. —¿Puedes oírme? —preguntó ella. Sí, a pesar de que la máscara apagaba su voz, se trataba de una mujer. Thomas intentó asentir, pero no sabía si lo había logrado o no. No le suponía que esto debía pasar —ella apartó un poco la cabeza y miró hacia otro lado, lo cual le hizo pensar que ese comentario no había sido dirigido a él—. ¿Cómo pudo futrarse una pistola en la ciudad? ¿Pueden imaginarse la cantidad de óxido y mugre que debe haber tenido esa bala? Por no hablar de gérmenes. Sonaba muy irritada. Un hombre respondió. -Sigue trabajando. Tenemos que mandarlo de vuelta. Rápido. Thomas apenas tuvo tiempo de procesar lo que estaban diciendo: un nuevo dolor brotó en su hombro, intolerable. Se desmayó por enésima vez.

Otra vez estaba despierto. Algo había cambiado. No podía decir qué era. La misma luz brillaba desde arriba y estaba ubicada en el mismo sitio. Esta vez, en lugar de cerrar los ojos, echó una mirada al costado. Podía ver mejor y con mayor nitidez: cuadrados plateados de cerámica en el cielo raso, un artefacto de acero con todo tipo de discos, interruptores y monitores. Nada de eso tenía sentido. Entonces comprendió. El impacto y el asombro fueron tan tremendos que apenas podía creer que fuera verdad. No sentía dolor alguno. Nada de nada. No había gente a su alrededor. Ni trajes verdes ridículos ni lentes ni nadie introduciéndole bisturíes en el hombro. Parecía estar solo, y la ausencia de dolor era puro éxtasis. No sabía que fuera posible sentirse así de bien. No podía ser cierto. Tenía que ser una droga. Se quedó dormido.

Se movió al escuchar el sonido de voces suaves, a pesar de que le llegaban a través de la nebulosa del sopor causado por la medicación.

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