Runner 00

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57 Sus palabras fueron como una andanada de golpes fulminantes a su corazón. Trató de convencerse de que había un millón de razones por las cuales ella podría haber dicho eso. Quizá la habitación no tenía suficiente luz; tal vez le habían golpeado la cabeza o su visión estaba borrosa. Pero la realidad de la situación se encontraba en esos ojos: ella no tenía la menor idea de quién era él. —Trina... —buscó las palabras exactas—. Soy yo, Mark. Se escuchó un estrépito de objetos que se rompían en el piso superior. Luego una serie de golpes y pisadas. —Tenemos que irnos —bramó Alec—. Ahora. Trina continuaba mirándolo, con el gesto fruncido por la confusión. Tenía la cabeza inclinada hacia un costado como si, en su mente, estuviera tratando de dilucidar quién podría ser ese tipo que tenía frente a ella. Pero también había una expresión inquietante de miedo y de pánico. —Tal vez exista un tratamiento —Mark se sorprendió susurrando como en una suerte de trance. Era la única persona del mundo que quería tener sana y salva a su lado—.Tal vez... —¡Mark! —gritó Alec—, ¡Ayúdalas a levantarse! ¡Ahora! Echó una mirada hacia atrás y vio a su amigo al final de la escalera con el arma en alto, dispuesto a dispararle a quien se atreviera a bajar primero. Por encima de sus cabezas, el ruido se había intensificado. La gente corría y gritaba. Se oía el estruendo de objetos que se estrellaban contra el piso. Después divisó un movimiento rápido por la ventana: dos pies que desaparecieron en un segundo. —Todo se va a arreglar —repuso volviendo la vista a las chicas—. Vamos, tenemos que salir de aquí. El volumen creciente del ruido estuvo a punto de conducirlo al borde del descontrol, pero sabía que debía ser muy cuidadoso con Trina. Ignoraba cuál podía ser su reacción si intentaba apresurarla. —¿Deedee? —la llamó lo más dulcemente que pudo. Tomó el arma y se colocó la correa en el hombro—. Ven aquí, cariño. Dame la mano y ponte de pie. Desde la escalera, un ruido atronador surcó el aire: alguien había abierto violentamente una puerta y la había estrellado contra la pared. Los gritos alcanzaban un tono de histeria. Escuchó el silbido inconfundible de la descarga eléctrica del arma de Alec. De inmediato distinguió los alaridos ahogados a causa del estupor del grupo al contemplar a uno de sus camaradas esfumándose en una ráfaga de bruma gris. Se imaginó la escena mientras continuaba con la mano estirada e intentaba mantenerse calmado para no asustar a Deedee. La niña lo miró durante unos segundos desesperantes: miles de pensamientos debían estar cruzando por su mente. Mark se mantuvo inmóvil, con la mano extendida y la sonrisa perfecta. Finalmente, ella se estiró, tomó la mano y permitió que la levantara. Sin soltarla, se inclinó, deslizó el otro brazo por la espalda de Trina y la sujetó con fuerza. Utilizó toda la energía que le quedaba

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