Runner 00

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James Dashner

Virus Letal

29 Esta vez Mark no permitió que el pánico se apoderara de él, pero se quedó mudo. Estaba helado por dentro y tenía las manos resbaladizas por el sudor. Pensó que su cara también debía estar pálida, pero se obligó a mantener la calma mientras Alec se levantaba y caminaba siguiendo las huellas que habían encontrado. Con creciente desaliento, señaló más manchas de sangre por el sendero. No eran muchas, pero suficientes. —Es difícil decir si se trata de una herida grave o leve. Yo he visto narices lanzar esta misma cantidad de sangre, pero también contemplé a un tipo al que le habían volado el brazo, que apenas perdió una gota. La explosión había cauterizado la herida con total limpieza. —No me estás ayudando —balbuceó Mark. —Perdóname, muchacho —repuso Alec—. Estoy tratando de decir que no creo que esto sea todo malo. Quien esté herido, debe haber recibido un corte feo, pero la gente sobrevive a pérdidas de sangre mucho peores que esta. Por lo menos nos servirá para seguirles el rastro. Alec siguió adelante moviendo la cabeza de un lado a otro para estudiar toda la zona. Mark avanzó pegado a sus talones, haciendo un gran esfuerzo para no mirar las huellas de sangre. No podía. No hasta que sus nervios se calmaran. Esperaba que aquella no fuera una búsqueda inútil o, peor aún, una trampa. —¿Hay algo más que nos asegure que son ellas? —preguntó. El soldado se detuvo y se inclinó sobre un arbusto pisoteado para examinar la tierra. —Basándome en las huellas, yo diría que es nuestro hermoso grupito el que pasó por aquí. Puedo ver las pisadas con mucha nitidez... —hizo una pausa y lanzó una mirada nerviosa hacia atrás. —¿Y? —Bueno... hace un rato que ya no veo a Deedee. Yo diría que, a partir de allí, alguien comenzó a llevarla en brazos. —Entonces es posible que sea ella la que está herida —concluyó Mark, y de solo pensarlo se le fue el alma a los pies—. Quizá se cayó y... se lastimó la rodilla y nada más. —Sí —respondió Alec distraído—. Pero la otra cosa es... Mark nunca lo había visto vacilar tanto. —¿Por qué no lo sueltas de una vez, hombre? ¿Qué pasa? —Cuando atravesaron estos arbustos —dijo lentamente, como ignorando las palabras del joven—, está claro que iban corriendo. Y de manera desesperada. Están todos los indicios de que fue así: el largo de las pisadas, las ramas quebradas y los matorrales destrozados —sus ojos se encontraron—. Como si las estuvieran persiguiendo. A Mark se le hizo un nudo en la garganta hasta que recordó algo: —Pero acabas de decir que solo veías tres pares de pisadas. ¿Hay algún indicio de que alguien corriera tras ellas?

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