Mortales 01

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Capítulo catorce FEYN ENTRÓ EN LA Cámara del Senado. El salón estaba vacío, los mullidos asientos del auditorio y la elevada plataforma del director solamente la ocupaban fantasmas. No era ningún secreto que la entrada al costado de la plataforma daba a túneles bajo tierra que finalmente se extendían hacia las mazmorras cien metros al oeste. Pero el pasaje estaba cerrado con llave y lo usaban solo unos pocos alquimistas... Saric entre ellos. Aparentemente ella había aceptado a Saric, pero la lógica que este defendía era extraña, llena de giros poco característicos en él. Además había algo no muy claro respecto de su hermano, y no menos importante fue su conversación acerca de un supuesto custodio en los calabozos. Feyn había tomado la única otra llave de la que estaba enterada: la de su padre. Ninguna cerradura de la Fortaleza podía poner freno a un soberano. O, en este caso, a una futura soberana. Una solitaria tea ardía por encima del estrado del senado. Su llama la alimentaba constantemente un suministro de gas: la llama del Orden, que nunca se extinguía. Feyn llegó a la puerta y la cruzó. Como a veinte pasos hacia el fondo llegó hasta un atrio en forma de campana. Siguió por la izquierda a lo largo de un pasaje que llevaba a una pequeña habitación hexagonal, que según los rumores fue el salón en que el mismo Sirin había sido martirizado. El interior estaba oscuro, los muros adornados con armas antiguas y tapices en ruinas. El calor era atroz en este salón, como si nunca se hubiera extinguido el fuego que casi lo destruyera, o como si quizás lo hubieran ocupado recientemente una cantidad de cuerpos, sudando como Saric lo había hecho en la habitación de Feyn. No, se estaba imaginando cosas. Simplemente nunca había entendido la afinidad de Saric por estos niveles inferiores con su hedor a caos y a humo de antorcha. Eso era todo. Feyn se acercó a una puerta pesada, introdujo la llave en la cerradura y abrió el pasadizo sellado, cerrándola otra vez después de entrar. El túnel que había al otro lado tenía la anchura justa para que pasara una sola persona. Cables eléctricos corrían a lo largo del muro, instalaciones fijas que alimentaban la iluminación del túnel en puntos de pálida luz. En algunos lugares, la parte superior del túnel era tan baja que Feyn debió agacharse para no rasparse la cabeza contra la piedra toscamente tallada en la roca hace miles de años.


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