Kinfairlie 02o

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CLAIRE DELACROIX

LA ROSA DE HIELO

Capítulo 13 Vivienne aún estaba despierta cuando Rosamunde descendió a la bodega, hecho que la señora detectó de inmediato. Llamó por señas a su sobrina para que la siguiera a la cubierta. Para sorpresa de Vivienne, ya había amanecido. En la bodega a oscuras había perdido la noción del tiempo. El cielo aún estaba cubierto, aunque las nubes tenían la pátina suave de una bandeja de peltre y el viento era suave. Había promesa de chubascos, pero por el momento no llovía. El mar aún estaba agitado y no se veía la silueta de la tierra hacia ningún lado. Rosamunde debió de percibir la inquietud que eso le causaba. —Durante una tormenta es preferible mantenerse lejos de las rocas y los bajíos de la costa, si no se está familiarizado con ella —dijo en tono consolador. Luego sonrió con aire melancólico. La joven notó que tenía ojeras; no cabía sorprenderse, después de una noche como la que acababan de pasar, pero la impresionaron las ligeras líneas de envejecimiento que revelaba esa luz en la cara de su tía. Rosamunde siempre había lucido muy joven y vital, pero ahora Vivienne caía en la cuenta de que debía tener unos treinta veranos más que ella. Los años parecían haberse posado de súbito en sus facciones. La señora sonrió con tristeza. —En verdad, no creía que el viento nos alejara tanto mar adentro. —¿Dónde estamos? —No lo sé de seguro —respondió Rosamunde, con más despreocupación de la que Vivienne creía posible—. El Mar del Norte es vasto. Esta noche, cuando veamos las estrellas, podremos planear el curso. La muchacha alzó la mirada a las nubes. —¿Y si están cubiertas? —Entonces esperaremos hasta que aparezcan a la vista. —La tía le dirigió una mirada penetrante—. Comprendes que es mejor estar lejos de la costa, ¿verdad? —Supongo que tiene sentido, sí. Le rodeó los hombros con un brazo. —Anoche debiste de pensar mucho en tus padres y en su lamentable desaparición. Has de recordar que conozco los mares mejor que la mayoría de quienes los navegan. He sobrevivido a un millar de tempestades; algunas, mucho peores que las de anoche. Y sobreviviré a otro millar. El fulgor decidido de sus ojos convenció a Vivienne como ninguna otra cosa habría podido hacerlo. Permaneció ante la barandilla junto a su tía, tranquilizada a su pesar por el ritmo de las ondulaciones marinas. Estaba exhausta, quizá más que

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