Kinfairlie 01

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que las palabras. Es hora de ayudar a Rhys. Madeline estaba aterrorizada. Ella y Alexander bajaron discretamente la empinada cuesta a fin de poder deslizarse en el mar sin que nadie los viera. A cada paso que daban ella tenía la certeza de que los detectarían, de que algún arquero lanzaría una flecha con mortífera puntería. Y así acabaría la gesta. Pero llegaron a la costa sin más inconvenientes que unos rasguños en las manos y las rodillas. Dejaron la mayor parte de la ropa escondida en la costa, hasta quedar sólo en camisa. Alexander insistió en que debían conservar el cinturón y un pequeño puñal. —Debes darte prisa —aconsejó, ceñudo por la preocupación—. No sabemos dónde acaba la alcantarilla, aunque es probable que esté en las zonas más bajas del torreón. —¿En las mazmorras? —adivinó ella. Su hermano hizo una mueca. —Confiemos que no sea dentro de una celda. Madeline meneó la cabeza, aunque estaba lejos de la certidumbre. —No puede ser. Así los prisioneros escaparían con facilidad. —A menos que esté bien cerrada por una reja. —Se acentuó la arruga en la frente de Alexander—. Dentro de la alcantarilla habrá aire, pues para salir del torreón al mar debe de circular a la altura del suelo. Recuerda mantener la cara hacia arriba si se produce alguna descarga de agua. —¿Crees que puede suceder? —Quién sabe. —Cogió a su hermana por los hombros—. Ojalá pudiera hacerlo yo. Así no estarías en tan grave peligro. —Pero el paso puede ser estrecho. Y tal vez sea necesario contener la respiración por mucho tiempo... —Lo sé, lo sé. —Alexander se obligó a sonreír—. Ojalá lo que dices no tuviera tanto sentido común. —La abrazó con fuerza. Sus palabras sonaron roncas—. Ten cuidado. Date prisa. Dios te acompañe en esta tarea. Antes de que ella pudiera responder, ese hermano que con tanta facilidad le oprimía el pecho, de tanto cariño como le tenía, la cogió de la mano para entrar con ella en el mar, con las olas tirando de ellos o empujándolos. Mantenían solamente la cabeza por encima de la superficie, aunque las olas los cubrían a menudo. Se aferraron a las rocas de la costa como percebes al casco de un navío. Madeline confiaba en que esas dos cabezas mojadas podrían pasar por nutrias o focas, de modo de no provocar alarma si alguien reparaba en ellas. Para hallar la abertura de la alcantarilla les bastó con guiarse por el olfato. Al acercarse al gran agujero vieron flotar los excrementos duros en la superficie del océano. La salida se abría en los acantilados, libre de toda reja. - 223 -


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