Relato de un náufrago (para uso escolar)

Page 54

XIII Seiscientos hombres me conducen a San Juan Volvió, como lo había prometido. Antes de que empezara a esperarlo -no más de quince minutos después- regresó con el burro y los canastos vacíos y con la muchacha negra de la ollita de aluminio, que era su mujer, según supe más tarde. El perro no se había movido de mi lado. Dejó de lamerme la cara y las heridas. Dejó de olfatearme. Se echó a mi lado, inmóvil, medio dormido, hasta cuando vio acercarse al burro. Entonces dio un salto y empezó a menear la cola. -¿No puede caminar? -me dijo el hombre. -Voy a ver -le dije. Traté de ponerme ,en pie, pero me fui de bruces. "No puede", dijo el hombre, impidiéndome que me cayera. Entre él y la mujer me subieron en el burro. Y sosteniéndome por debajo de los brazos hicieron andar al animal. El perro iba delante dando saltos. Por todo el camino había cocos. En el mar había soportado la sed. Pero allí, sobre el burro, avanzando por un camino estrecho y torcido, bordeado de cocoteros, sentí que no podía resistir un minuto más. Pedí que me diera agua de coco. -No tengo machete -dijo el hombre. Pero no era cierto. Llevaba un machete al cinto. Si en aquel momento yo hubiera estado en condiciones de defenderme le habría quitado el machete por la fuerza y habría pelado un coco y me lo habría comido entero. Más tarde me di cuenta por qué rehusó el hombre darme agua de coco. Había ido a una casa situada a dos kilómetros del lugar en que me encontró, había hablado con la gente de allí y esta le había advertido que no me diera nada de comer hasta cuando no me viera un médico. Y el médico más cercano estaba a dos días de viaje, en San Juan de Urabá. Antes de media hora llegamos a la casa. Una rudimentaria construcción de madera y techo de zinc a un lado del camino. Allí había tres hombres y dos mujeres. Entre todos me ayudaron a bajar del burro, me condujeron al dormitorio y me acostaron en una cama de lienzo. Una de las mujeres fue a la cocina, trajo una ollita con agua de canela hervida y se sentó al borde de la cama, a darme cucharadas. Con las primeras gotas me sentí desesperado. Con las segundas sentí que recobraba el ánimo. Entonces ya no quería beber más, sino contar lo que me había pasado. Nadie tenía noticias del accidente. Traté de explicarles, de echarles el cuento completo para que supieran cómo me había salvado. Yo tenía entendido que a cualquier lugar del mundo a donde llegara se tendrían noticias de la catástrofe. Me decepcionó saber que me había


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.