Donde los ángeles se atreven - El Sacristán

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I. “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.” – Mateo 5:9

—Murphy…Murphy, habla Enright… salida señalada según su posición, ¿ me copia?— El agente del Servicio Secreto con cara de halcón, Jake Enright, transmitió puntualmente por su radio de comunicación desde el interior de su camioneta negra blindada Chevrolet Suburban mientras la caravana del presidente estadounidense partía desde el Hotel Rey David hacia la ciudad antigua de Jerusalén. —Enright, habla Murphy... entendido... tenemos una multitud esperando pero todo el sector está asegurado — A través de sus gafas de sol marca Maui Jim, la experimentada Agente de Avanzadas, con 10 años de servicio, Margaret Ann Murphy, observó la mezcla ecléctica de paparazzi y turistas autorizados detrás de la baranda móvil, cerca al sitio de llegada de la caravana, justo adentro de la famosa Entrada de Jaffa. Murphy, una morena escultural graduada de la UCLA en ciencias políticas, era uno de varios agentes de avanzada del Servicio Secreto asignados a este complicado sitio de dos paradas, donde el presidente tenía planeado caminar desde la parte baja de la Entrada de Jaffa hasta la Iglesia del Santo Sepulcro. El trabajo de Murphy consistía en unirse a la caravana en la acera y liderar la avanzada del “diamante de protección” guiando al presidente por las calles angostas de la ciudad antigua, por donde su monstruo negro blindado no podía pasar. Otros agentes estaban ubicados estratégi-


camente a lo largo de la precaria ruta sin su limosina protectora, mientras que otros esperaban en la iglesia más sagrada del cristianismo, construida sobre el lugar de la crucifixión de Cristo y su tumba. —Enright... Enright, Murphy… recomiendo que solamente el paquete seguro entre por la puerta o sino se van a atascar dentro del sitio, ¿ me copia?— —Entendido, Murph... recibido. ¡Estamos a dos minutos! —, respondió Enright, el minucioso pero experimentado líder de turno y antiguo oficial de SWAT en Baltimore. A sus espaldas, los agentes se referían a Enright como Rapiña debido a sus facciones angulares de reptil y sus rápidos movimientos de cabeza que le daba la apariencia de estar siempre en busca de su presa. Ahora Enright rápidamente volteó su cabeza y miró hacia atrás, desde el puesto de copiloto de la Suburban seguidora, que viajaba directamente detrás de la lisa y brillante limosina del presidente, mientras que la aparentemente interminable caravana, culebreaba atravesando las calles de Jerusalén. Durante las cruzadas, el arduo viaje de muchos peregrinos llegaba a su emotivo final al pasar el umbral de la Entrada de Jaffa, significativo portal occidental de la antigua ciudad. Aquellos quienes emprendían el peligroso viaje de dos días desde la ciudad portuaria de Jaffa, hoy Tel-Aviv, a veces caían arrodillados, por su humildad y cansancio, al tocar la tierra dentro de los monumentales muros que protegían el epicentro terrenal de sus creencias religiosas. En esta mañana del siglo XXI, bajo el sol brillante del Medio Oriente, el presidente estadounidense, Will Colson, decidió tomar un respiro de su gestión en las negociaciones de paz entre Palestina e Israel. Él quiso pasar el día como un peregrino cualquiera con su elegante primera dama, Susan Colson, visitando


los numerosos sitios venerados dentro de estos antiguos muros los cuales han sido destruidos y reconstruidos desde hace miles de años. A medida que los ojos hambrientos de las fuerzas Israelíes, sobre los tejados y las calles, sofocaban la ciudad antigua con anillos concéntricos de seguridad apoyando a la visita, la caravana cruzaba por la Entrada de Jaffa y se preparaba para el descenso a mano derecha, cerca a la entrada del sendero peatonal llamado la Calle de David. —¡Solamente el punta, limosina, y seguidor! — ladró Enright por el radio, mientras que los siempre presentes buses de transporte público amenazaban a entrometerse detrás del paquete de tres carros. Las antiguas calles fueron diseñadas para peatones y caballos, no para un convoy obsceno de Suburbans estilo tanque recientemente descargadas del cielo por medio de monumentales aviones C-5. La agente Murphy, con su cabello que se mecía suavemente en la misericordiosa brisa del desierto, estaba parada en la acera, luciendo su entallado traje italiano, el cual había comprado en su último viaje a Milán. Ella ahora indicaba, con su mano estirada y su manicure francés, el sitio exacto donde debía quedar el parachoques delantero de la limosina. El paquete de la caravana presidencial, con su preciosa carga americana abordo, ahora ingresaba a la ciudad antigua por la Entrada de Jaffa mientras que la multitud se lanzaba hacia adelante para ver mejor o poder tomar fotografías. A medida que la limosina arribaba, Murphy revisaba una vez más el área inmediata y los tejados contiguos, los cuales estaban regados con equipos contra francotiradores.


—Águila PM… Águila PM… Enright... Tenemos la llegada de Lobo Gris. ¡Agentes, pasen al 4! — Enright ladró la llegada por el radio, se deshizo de este sin esperar la respuesta del PM y se preparó para desembarcar de su Suburban seguidora. —Copio llegada, Enright,— respondió el agente en el Puesto de Mando quien controlaba todo el tráfico radial desde el Rey David. Los agentes del destacamento se aseguraron de estar todos en el canal 4 de sus Motorolas, los cuales colgaban de sus cinturones, cubiertos por las chaquetas de sus vestidos. Este era el canal “agente a agente” para una comunicación rápida, inmediata, sin tener que esperar a que la señal rebotara de las repetidoras como se hacía en los canales 1 ó 2. Antes que la limosina se detuviera bajo la mano derecha de Murphy, Enright estaba parado sobre los estribos de la Suburban, con la puerta abierta, apareciendo entre la muchedumbre, como un militar conquistador victorioso, entrando en la ciudad en carroza... una imagen evocativa, a la cual la ciudad hace tiempo estaba acostumbrada. —¡Grupo de protección! — gritó Enright por su micrófono de solapa, incitando a los agentes de atrás izquierda y derecha, a que saltaran de la Suburban. Dejaron sus subametralladoras MP5 apuntando hacia el suelo, al tiempo que saltaron, corrieron y luego trotaron a ambos lados de las puertas traseras de la limosina. Grant Kelso, el agente líder de avanzadas, jefe directo de Murphy, también saltó de la Suburban de vanguardia, en frente de la limosina, con dos agentes adicionales, bien vestidos, quienes parecían como sacados de un catálogo de Bloomingdale’s. Kelso asintió con la cabeza hacia Murphy, quien esperaba en el extremo de la Calle de David donde, dentro de poco, iniciaría la caminata de diez minutos hacia el Santo


Sepulcro. Los agentes revoloteaban alrededor de la limosina, como avispas furiosas después que patearan su nido. Mientras tanto, otra docena de agentes, junto con el equipo Contra Ataque del Servicio Secreto, fuertemente armados, trotaban alrededor del no muy atlético personal de la Casa Blanca, desde sus vehiculos hasta la entrada. El presidente tomó nota. —Mira querida, un símbolo digno de un presidente americano —susurró Will Colson a la primera dama, mientras miraban a través del grueso vidrio blindado, hacia el séquito que rápidamente se acercaba. “Potencia de fuego y burocracia americana juntas”. Colson sacudió su cabezota grisácea, mientras daba palmaditas a su familiar, el agente especial a cargo Tom Hanratty, en su hombro izquierdo. —Tom, quiero espacio para respirar durante nuestra pequeña caminata, ¿entiendes? —Sí señor, haremos lo que podamos —dijo Hanratty mientras volteaba hacia su Jefe, quien recalcó sus deseos usando su ya conocida impasible mirada. —Hablo en serio Tom. Voy al Santo Sepulcro, no a una fiesta de pueblo. —Sí señor. Eso haremos —contestó Hanratty, el pelinegro ex jugador de básquetbol de Notre Dame, conocido por los otros agentes como Abelardo, debido a su cuerpo largucho y su familiar modo de caminar, con sus grandes pies abiertos a cuarenta y cinco grados. —Muy bien Tom... — dijo Colson mientras volteaba a mirar a su elegante esposa quien había logrado apaciguar las arrugas después de cincuenta y cinco años. Colson tocó su suave mano —¿Estás lista, querida?


Mientras Enright dio la señal de “despejado” al tocar sobre la ventana del copiloto, Hanratty rápidamente saltó de la limosina, cerró la puerta y reconoció a sus agentes Enright y Murphy. La posición de Agente a Cargo, conocida entre los agentes como el “puesto del maniquí ”, tenía pocas funciones durante el movimiento de la caravana. Él no podía disparar a través del grueso vidrio blindado hacia un atacante, ni podía ladrar continuamente por su radio sin enfadar al Comandante en Jefe. Por lo tanto, Hanratty se sentaba en el puesto del copiloto sin pronunciar palabra mientras que su Líder de Turno, quien viajaba detrás de él en el vehículo seguidor, hacía malabares con sus dos radios sintonizados en diferentes canales mientras sostenía su MP5 buscando blancos en la carretera. Sólo estando fuera del vehículo, el Agente a Cargo tenía la responsabilidad suprema de cubrir y evacuar al Presidente en caso de una amenaza o atentado, igual que hizo el agente Jerry Parr con el presidente Ronald Reagan afuera del Washington Hilton en 1981. Hoy, Hanratty se veía nervioso por alguna razón pensó Enright. Rapiña observaba a su jefe y compañero ocasional de tomatas de Buchanan’s, salir de la limosina, posiblemente consternado por un reciente regaño presidencial o un posible incidente durante su caminata hacia el sitio sagrado. Sin la seguridad de la limosina al alcance, el factor culillo estaba especialmente elevado en esta mañana. Enright y Hanratty ambos habían visto peores situaciones durante una caminata de alto riesgo por los tugurios de Puerto Príncipe, en Haití, cuando el Presidente y su anillo interno de agentes fueron engullidos por una voraz multitud. A estos pequeños terroristas bastardos más les vale tener un excelente plan si van a intentar algo contra nosotros hoy” pensó el experimentado Enright, mientras el


Presidente se preparaba para estar cubierto hasta el cuello de personal altamente entrenado en seguridad, por parte de ambas naciones. —Oído señores —dijo Hanratty hacia su solapa, —Lobo Gris quiere espacio para respirar... así que hagan su magia sin la actitud de alto perfil, ¿eh? —Entendido! —fue la respuesta ligera de Enright, aunque no pensaba abrir espacio apenas vio la puerta del Presidente en su perímetro. Antes que la puerta del Presidente se abriera el Jefe de Estado de la Casa Blanca, Del Scurvin, se metió dentro del anillo interno de seguridad, tratando de “ganar algo de tiempo” manteniéndose cerca al Presidente y a la Primera Dama durante su trascendental visita. El ex compañero de cuarto del presidente en Harvard, dotado con habilidades de organización sin igual, era conocido como el Chico rata dentro del Servicio. Parcialmente por su apariencia y parcialmente por sus manierismos; Scurvin se ganó su apodo por su larga nariz que protuberaba de su cara gordita y ancha, y además, por su personalidad obsesiva que lo hacía correr de un lado a otro durante cualquier evento. En el sitio de la llegada estaba el anciano patriarca, un griego ortodoxo del barrio cristiano de Jerusalén con su traje de capota negro, junto con el decoroso y bien vestido Ministro del interior israelí, esperando ansiosamente en la acera que saliera el presidente Colson. Después de un último vistazo a su alrededor, Hanratty abrió la puerta de la limosina y el sol, de media mañana, por fin se reflejó en la cara rosada y jovial de Colson. La multitud, bien vigilada, dividida en opiniones políticas, aplaudía y abucheaba,


mientras él y la educada Primera Dama, se tomaban su tiempo para devolver los saludos. Scurvin, con gran sonrisa, rápidamente hizo las presentaciones mientras que el radiante ministro y el patriarca señalaron la dirección en que caminarían. —Por acá, señor presidente — dijo Murphy, quien casi se veia forzada a gritar por el ruido de la multitud. Grant Kelso trotó a la posición de Murphy liderando el diamante de protección y ella se adelantó rápidamente para guiar al séquito unos metros más hacia el frente. Kelso, el líder definitivo de avanzadas, reconocido por sus colegas más como un agente cariñoso que agresivo, asintió con la cabeza hacia Murphy para indicarle que estaba marcando un buen paso y dirección. El patriarca de negro que charlaba con mucho entusiasmo con el presidente Colson y con la Primera Dama, se lanzó en un discurso histórico mientras Murphy los guiaba por la Calle de David.. Los tenderos palestinos y dueños libaneses de restaurantes miraban desde sus pequeños escaparates, muchos aclamaban mientras que otros sólo miraban al líder americano mientras frotaban sus negras y bien pulidas “cuentas de la preocupación”. Ahora Murphy, guiaba al presidente por las calles de Jerusalén pavimentadas en piedra hacia lo más sagrado de la Cristiandad. Ella lo guiaría a través del souk, o fila de tiendas; sobre la Calle David, giraría hacia la izquierda por la estrecha calle del Barrio Cristiano; y luego a la derecha, bajando por la Calle Helena, nombrada así por la madre del “siempre venerado” Constantino el Grande. El viaje terminaría en el Santo Sepulcro donde el Presidente rezaría en el sitio de la crucifixión dentro de la iglesia conocida como Golgotha o calavera en ara-


meo. La agente Murphy estudió este itinerario, algo sencillo, más de una docena de veces con sus colegas. Sin embargo, también existía otro itinerario... otro plan que ella había ensayado más de cien veces... un plan no conocido por Kelso, Enright, o el Servicio Secreto… Un plan que pronto sería llevado a la acción después de rigurosos años de sacrificio y entrenamiento implacable. En este día caluroso de Jerusalén, la agente Murphy guiaba nerviosamente al presidente de los Estados Unidos hacia uno de los sitios más sagrados en la Tierra donde ella, y un puñado de hombres, serían claves para cambiar el rumbo de la historia de la humanidad. —Gerard, Gerard... Enright… vamos hacia Uds., ¿me copia? —Entendido, le copio perfectamente —respondió el pecoso pero fornido agente de avanzadas de casi cuarenta años — El sitio está asegurado… algunos turistas reunidos en el patio detrás de las rejas pero, repito, el sitio está asegurado. Matt Gerard, compañero de Murphy en la academia, y el otro agente de avanzadas asignado a asegurar la iglesia sagrada, esperaban con otros dos agentes de guardia en sus puestos y una docena de soldados israelíes por fuera de las gigantescas y ominosas puertas de roble de la iglesia sagrada. Gerard y Murphy habían solicitado trabajar juntos en Jerusalén, alejándose así de los casos de falsificación de dinero que tenían en la oficina sucursal de Washington, o WFO. El TDY, o Servicio Temporal, se presentó para la visita de Colson al Medio Oriente tanto Gerard como Murphy fueron llamados para apoyar los equipos de salto de la avanzada, haciendo saltaciones de Jerusalén a Amman y a la ciudad de Kuwait.


Los agentes de la WFO, pronunciado Wufo sabían, ya hacía rato, que Gerard y Murphy eran pareja desde el FLETC, el Centro Federal de Capacitación para las Fuerzas del Orden Público. Conocidos como el dúo dinámico, trabajaban juntos, iban a disparar juntos, y vacacionaban juntos en las Montañas Rocosas. Ahora, por fin, ambos lograban tener buenos puestos de protección para este viaje crítico. —¿Cuánto falta por llegar, Murph?— preguntó Enright mientras que el destacamento se apretujaba por las pequeñas tiendas de la Calle Antigua del Barrio Cristiano que parecía, más bien, un callejón colorido que una avenida principal de la antigua ciudad. —Unos cinco minutos, jefe, —le dijo Murphy por radio a su líder de turno mientras que el presidente Colson sonreía con aquella sonrisa millonaria y elegible, y extendía su mano hacia varios tenderos palestinos quienes se paraban con orgullo en las entradas de sus tiendas llenas de íconos religiosos. Equipos caninos y de la EOD, División de Cargas Explosivas, habían barrido la ruta mientras que el equipo de avanzadas detrás de ellos iba depositando agentes de guardia por el camino. Colson, como siempre, definitivamente quería “figurar en los diarios” así que los comerciantes bien requisados eran observados cuidadosamente una vez el séquito comenzaba su desplazamiento por las calles angostas y congestionadas. Jake Enright sacudía su cabeza perfectamente peinada mientras pensaba en la pesadilla de seguridad que ahora se agitaba a sus alrededores mientras que, una vorágine creciente de gente, se acercaba al séquito. Aislados de la protección que brindaba la caravana, el diamante reforzado de protección hacía rato había perdido su integridad de posiciones mientras que los


soldados israelíes se pegaban al anillo interno, alrededor del Presidente, creando así una monstruosa fuerza de seguridad que pronto no podría maniobrar por las pequeñas calles. El patriarca griego fue empujado accidentalmente dos veces por la culata del M16 de un soldado y Colson volteó furiosamente hacia el agente Hanratty que iba directamente detrás de él. —Dénos espacio, Tom... ¡ahora, por favor! Hanratty ladró las órdenes dentro de su solapa pero, los agentes altamente perceptivos del anillo interno, ya habían escuchado al Presidente y diplomáticamente empujaron a las tropas israelíes más adelante o más hacia atrás. Dentro del Sepulcro, Gerard comenzó sus preparaciones finales, acercándose a los agentes de guardia mas jóvenes, Rocco Marzzoli y Foster Williams, ubicados en el segundo piso sobre el acceso directo al mosaico de Cristo clavado en la cruz. Justo a la izquierda, estaba el pequeño altar, encima de un agujero oscuro donde los peregrinos metían la mano para tocar la punta superior de la cruz partida en Golgotha. —Ustedes quédense abajo y cubran la entrada. Lobo Gris quiere algo de espacio acá arriba —explicó Gerard mientas empujaba sus nuevas gafas formuladas que cargaba a media nariz. Los jóvenes agentes se miraron uno al otro mientras Williams respondió: —Lo que necesites, Gerard. Somos los agentes de guardia,... sólo ubicanos. Gerard ahora sólo debía encargarse de los otros dos en el segundo piso. El Padre Kalistos, una figura amenazadora con ojos intensos, tan oscuros como su barba


negra, estaba de servicio como el monje griego ortodoxo asignado al segundo piso para ser el guardián de la Cruz Sagrada en Golgotha. Al lado de una ventana en el sitio de la Clavada a la Cruz, se sentaba una mujer etíope misteriosa y silenciosa, cubierta con un manto fluente quien representaba a los cristianos coptos en su puesto de la ventana. Sus ojos oscuros, sentimentales, reflejaban hacia la actualidad, siglos de dolor y sufrimiento humano. Sólo a través de la gentil diplomacia del padre Kalistos, se había logrado que la mujer desafiante, vestida de negro, se dejara requisar por Murphy una hora antes. Aunque su figura era más bien redonda, la mujer etíope tenía un porte de belleza nubia obsesionante. Ella no le respondía a Gerard, ni lo miraba a los ojos por estar en un estado de “luto perpetuo por la Tierra”, según comentó el padre Kalistos. —Gerard, habla Murphy, ¿ me copia? Gerard respondió la llamada por radio mientras estaba de pie, frente al pequeño altar encima de la cruz, sobre la baldosa que mostraba un sol blanco con un fondo tenebroso que significaba el eclipse que siguió a la muerte de Cristo. —Adelante, Murph. —Estamos a dos minutos... ¿estamos preparados? Enright, quien siempre controlaba el tráfico radial, echó un vistazo adelante, hacia Murphy, como lo haría un actor a quien acababan de robarle unas frases. Luego miró rápidamente al prematuramente canoso Kelso, de quien Enright sentía que les permitía demasiada libertad operativa a sus agentes de avanzadas. —Afirmativo —dijo Gerard, quien ahora vigilaba a su alrededor y sacaba un pequeño teléfono celular del bolsillo interno de su chaqueta, que no era parte del equipo


de dotación, y empezaba a hablar con su contacto... un individuo sin autorización y desconocido del Destacamento de Protección Presidencial. —Tango 3... Tango 3, ¿me copia? —Tango 3 copio —respondió una voz masculina temblorosa y desprendida del radio privado de Gerard. —Preparado Tango 3, estamos a dos minutos. —Entendido Tango 1... Estoy en posición. El padre Kalistos, parado a un lado del pequeño altar sobre Golgotha, observó al apuesto agente del Servicio Secreto sin alarmarse mientras Gerard guardaba su celular no autorizado y se arrodillaba para rezar en privado frente al sitio de la crucifixión. Al otro lado de la gran rotonda del Sepulcro que había sido reconstruido hacia el año 1100, sobre la tumba y el jardín amurallado donde se dice que Cristo se levantó, existe un antiguo portal que lleva a una vieja tumba, como una cueva-escondida para todos menos para los más curiosos. Esta pequeña tumba en la que si un turista quiere entrar debe hacerlo gateando, data de la época del Rey David además, debido a su camuflada ubicación rara vez es revisada con cuidado por los guardias o los normalmente celosos monjes griegos. Desde la hora que cerraron la iglesia sagrada un día antes de la visita del Presidente, el ex abogado de impuestos de treinta y cinco años Jason Baumgartner, estaba en cuclillas con gran incomodidad dentro de la recámara más profunda de la tumba casi sin poderse mover. Jason, o mejor dicho, Tango 3, ahora se colocaba el manto negro de un monje sacado de su mochila, junto con un incensario de cobre y


una máscara antigás pequeña, mientras esperaba nerviosamente la señal fatídica de Gerard, o Tango 1 Jason había esperado toda la oscura y emocionalmente agotadora noche, escuchando los cantos solitarios o los pasos de un monje desvelado que caminaba por fuera de la pequeña tumba solitaria. Jason repasó su vida y su plan suicida, una y otra vez, durante la eterna noche, mientras emitía un sollozo ocasional y pensaba en su esposa Trish, y sus bellas hijas gemelas que había dejado en Phoenix… y las cuales jamás volvería a ver. El presidente de los Estados Unidos pronto estaría justo en este sitio y la misión, para la cual él y los otros habían entrenado por años, pronto terminaría... de alguna manera u otra. Suspiró profundamente y pensó “Están a dos minutos... que Dios nos ayude.”

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La glamorosa ex actriz de películas de bajo presupuesto, Holly Meadows, estaba parada detrás de una sección de barandas portátiles bien custodiadas, esperando a ser requisada por la policía israelí. En la esquina del patio pequeño más alejado de la entrada sur del Sepulcro, ella formaba parte de otra multitud mixta de turistas y prensa. Ellos se habían agrupado ahí para dar un vistazo al presidente Colson, mientras bajaba las escaleras de la Calle Helena junto con sus agentes, equipo y dignatarios, rumbo a la iglesia sagrada por el patio, junto a la multitud de curiosos. El perro antiexplosivos israelí no le puso atención a la bella actriz de treinta y siete años con larga cabellera


mona rojiza, quien el año anterior había, casi, alcanzado la fama en su papel de la frívola novia del protagonista en la extraña película sobre trabajadores de mudanzas llamada “PackRats”. A cambio, el escrutinio intenso sí lo hizo un coqueto agente del Servicio Secreto, vestido de civil, quien se le acercó observándola desde sus piernas bronceadas hasta sus brillantes ojos miel. —Es un día caluroso, ¿no? —Podría estar más caliente, ¿sabes?— Holly respondió mientras inmediatamente se regañaba a sí misma por usar una respuesta tan “preparada”. —Estoy seguro que podría —sonrió el agente de cabello rubio arenoso y de buen estado físico —, ¿Le molesta si reviso su bolso, señora? —No… claro que no!— Holly le entregó su bolso al presumido agente quien revisó y tocó el espalda de camello (recipiente para portar agua ) que ella tenía amarrado a la espalda. —No te vayas a deshidratar, ¿no?— añadió él, mientras Holly tomaba agua desde el pitillo que salía de la espalda de camello. Luego él se acercó más y le susurro al oído —Ven al lobby del Rey David a las diez esta noche... te invitaré un trago y no tendrás que tomar de tu espalda de camello. Con la confianza experta, que había desarrollado a través de sus numerosas conquistas, siguió su camino, revisando a los espectadores mientras sonreía y miraba hacia atrás sobre su hombro. Holly devolvió la sonrisa predecible y miró hacia las puertas de la iglesia que habían sido reforzadas con agentes y policía israelí. Su sonrisa rápidamente se desvaneció mientras miraba hacia el patio pequeño, más o menos del


tamaño de dos canchas de tenis, custodiado por una docena más de soldados vigilantes. Ella miró luego hacia la iglesia medieval fortificada, con una expresión de anticipación nerviosa y temor puro. —Gerard... ¡vamos hacia Usted!—

dijo Enright dentro de su solapa mientras

que el séquito bajaba los últimos escalones de la Calle Helena y quedaba a plena vista de la multitud, ubicada al otro lado del patio. La mayoría aplaudía y saludaba mientras los fotógrafos oportunistas realizaban su labor. Aprovechando el tumulto del patio, Holly sacó un llavero de caucho con el personaje de Cartman, del conocido dibujo animado South Park. Mientras ella manipulaba el muñeco de caucho, se le cayó al piso a la vez que el presidente Colson y su séquito entraron a la iglesia. Enright, en el puesto de “Líder de Turno” en la retaguardia del diamante, junto con dos agentes asignados, físicamente empujaban a los soldados mientras trataban de seguir por las gigantes puertas desgastadas. —Tango 3, muévase— ordenó Gerard rápidamente por su pequeño celular, al llegar el presidente. Él asintió con su cabeza hacia Murphy mientras ella subía por las angostas y empedradas escaleras hacia el altar del segundo piso construido sobre Golgotha. Ella se situaba cerca a la ventana donde terminan las escaleras y donde estaba la monja etíope sentada en luto. Con el corazón acelerado y las palmas de las manos sudadas, Murphy ahora quedó ubicada en su posición planeada. En la antigua tumba al otro lado de la iglesia, a casi cincuenta metros de Gerard y Murphy, el puño de Jason Baumgartner se sacudía descontroladamente mientras, finalmente, encendía el modificado incensario al halar un pin. Desde la catatumba


oscura y angosta, se puso la máscara antigás y luego la capucha negra sobre su cabeza y su cara. Bajó su cabeza y, lentamente, salió mientras mecía el incensario por su lado derecho y se emitían los poderosos gases. Inició así su lenta caminata hacia el presidente y su destacamento de seguridad, justo en la entrada de la iglesia como lo había practicado en la réplica del sepulcro que su equipo tenía escondida en el monte de Colorado. Para esta caminata... la caminata de verdad, su sincronización tendría que ser impecable. —…Sr. Presidente, este es el bloque donde se puso el cuerpo de Cristo después que José de Arimatea lo bajó de la cruz — El patriarca luego señaló con su mano izquierda hacia el segundo piso donde Gerard y Murphy esperaban con el padre Kalistos y la mujer etíope. —Ahora ascendamos al sitio de la crucifixión en sí— continuó el patriarca. El presidente Colson apretó suavemente la mano de la Primera Dama mientras se sonrieron con anticipación. El pequeño séquito conformado por Del Scurvin y su imprescindible celular, Gail Henning, el patriarca, y el ministro del interior israelí comenzaron su solemne ascenso por las escaleras. Directamente detrás del Presidente y la primera dama, Hanratty rápidamente miró hacia atrás, a su “Líder de Turno”, Enright, y agitó su cabeza para indicar que el resto del destacamento se quedara abajo. —Dénles un poco de espacio acá, muchachos— susurró Enright al ver la señal de Hanratty mientras que los agentes del diamante permanecieron abajo, al lado del venerado bloque de Cristo, cerca de la entrada de la iglesia.


Afuera en el patio de la iglesia, Holly Meadows recogió su muñeco llavero mientras que un soldado israelí la observaba cuidadosamente. El agente del Servicio Secreto vestido de civil que la había abordado, estaba dentro de la multitud vigilando un fotógrafo moreno de mirada sospechosa. Holly cuidadosamente desatornilló la cabeza del muñeco y sacó un cartucho de CO2. Lentamente sostuvo la punta del pequeño cartucho contra la parte inferior de la espalda de camello hasta encontrar la rosca para desatornillarlo. Había practicado esta maniobra cientos de veces antes, con los ojos vendados, pero ahora debería realizarla bajo presión, mientras que el soldado israelí la estudiaba sin permitirle determinar exactamente lo que ella estaba haciendo. Encontró la pequeña abertura y la rosca para el diminuto tanque de CO2. Atornilló el pequeño contenedor hasta que se escuchó una rápida fuga de gas, que no fue oída por la multitud ruidosa. El soldado dirigió la mirada hacia los otros espectadores pero rápidamente volvió a mirarla mientras Holly, mentalmente, se regañaba a sí misma otra vez, por su traje llamativo de verano. Ahora que estaba asegurado el cartucho en su lugar, cuidadosamente sacó otro tubo negro con un botón obturador, del estuche de la espalda de camello. Este tubo estaba conectado a otra bolsa oculta, de vinilo reforzado, que contenía un líquido totalmente diferente dentro del mismo estuche de la espalda de camello. El corazón de Holly tronaba dentro de su pecho mientras que el soldado curioso caminaba lentamente hacia ella. En el segundo piso sobre Golgotha, el patriarca guiaba al Presidente y a la Primera Dama hacia el sitio donde Cristo fue clavado a la cruz debajo del mosaico que mostraba esta misma escena con María Magdalena llorando a sus pies. El normal-


mente locuaz Colson permaneció en silencio y escuchó atentamente. El patriarca presentó el Presidente al padre Kalistos quien primero miró con desaprobación a Del Scurvin pues trataba de ocultar su conversación por celular. Cuando el presidente dio una mirada feroz hacia su irrespetuoso jefe de personal, Scurvin rápidamente guardó su aparato mientras el padre Kalistos señaló de nuevo el sitio de la Cruz Sagrada, a solo unos metros del lugar de la horrible clavada. —Aquí, Sr. Presidente, es el sitio de la crucifixión de Cristo— pausó el patriarca —. —Usted puede tocar parte de la cruz partida a través de la pequeña abertura, debajo del altar. La Primera Dama invitó a su esposo a ir primero. Mientras todas las miradas estaban sobre el presidente de EE.UU., él se apoyó sobre su rodilla derecha para poder meter su gran cuerpo debajo del imponente altar y por encima del orificio recubierto en metal, dentro del cual debería meter su mano. Gerard miró a Murphy quien estaba parada con sus manos cruzadas e inquietas. Gerard por fin vio de reojo a Tango 3 vestido como un monje, cerca de los otros agentes que esperaban abajo. Jason Baumgartner, con su cabeza bien agachada, caminó hasta el bloque de Cristo mientras los fuertes gases rebozaban de su péndulo incensario. Grant Kelso y los otros cuatro agentes sintieron los primeros efectos de los gases ardientes mientras se frotaban los ojos. Jason, con su cabeza cubierta agachada para esconder su máscara, instantáneamente levantó sospecha de los agentes entrenados, especialmente Enright. Sin embargo, Jason aún pudo acercarse a los agentes porque


lo percibieron como otro monje inofensivo que ya había sido autorizado por el agente de avanzadas, Gerard. —Carajo, ¿qué demonios tiene el incienso de ese monje?—tosió el agente Williams. —¡Mis putos ojos están ardiendo!— dijo el agente Marzzoli a la vez que Williams y los agentes de atrás izquierda y derecha se doblaban y se atragantaban violentamente. Instintivamente, Enright sacó rápidamente un pañuelo, —¡Mierda! ¡Es CS! Desatento de la situación en el primer nivel, el Presidente se agachó para meter la mano en el orificio hacia la legendaria cruz partida de Cristo. Gerard asintió ansiosamente la cabeza hacia Murphy y sacó de su cinturón una lanza de estocadas de doble filo, muy bien afilada. Murphy, simultáneamente, desenfundó una pistola no autorizada de la parte más estrecha de su espalda mientras Del Scurvin gritó, —¡Ella tiene un arma!... ¡¿Qué está haciendo, agente?! —¡ARMA! ¡ARMA! ¡ARMA! Enright gritó al micrófono de su radio al oir el aviso de Scurvin, mientras él y Kelso, con sus ojos llorosos, torpemente subieron saltando por las escaleras borrosas hacia su Presidente. Afuera, Holly podía ver a los agentes y soldados que corrían hacia la entrada del Sepulcro. Ella se salió de la multitud para evitar que entraran los refuerzos mientras que, el soldado que se le acercaba, empezó a levantar el cañón de su M-16 hacia ella. Tal como lo había ensayado tantas veces, ella apuntó el tubo y oprimió el botón con su


pulgar derecho, prendiendo así una pequeña llama. Volvió a oprimir, apuntando abajo, hacia los pies del soldado, y escupió una bola de fuego de napalm, en frente del soldado, quien saltó para cubrirse junto con los espectadores que gritaban. Holly oprimió el botón activador otra vez mientras un arco anaranjado de fuego líquido se disparó veinte yardas hacia las puertas de la iglesia, frenando en seco a los agentes que corrían, mientras escudaban sus caras del calor intenso que emanaba de las llamas. La multitud se dispersó en pánico total mientras los soldados buscaban sus fusiles, tratando de alinear sus miras sobre Holly a través de las llamas intensas. Holly disparó otro brillante chorro ardiente en frente de las puertas, el cual creó un corredor para ella, pero un callejón sin salida para la seguridad. Ella corrió hacia las puertas, sin percatarse que el calor le quemaría la piel, y disparó un último arco de 180 grados de líquido ardiente hacia el patio para que ningún agente o soldado pudiera pasar sin incinerarse. Adentro, al lado del bloque de la muerte de Cristo, Jason Baumgartner se quitó su manto y sacó su pistola modificada de dardos. Mientras comenzó a correr hacia las escaleras del segundo piso para bloquearlas, el agente Williams, aún atragantado y acostado de lado, tuvo la suficiente fuerza para hacerle traspié al falso monje. Mientras Jason cayó hacia adelante, su arma se deslizó por el piso de piedra pulida. Él se afanó por recuperar su pistola, caminando sobre sus manos y rodillas, mientras que el agente Williams torpemente desenfundó su pistola Sig Sauer 9mm y apuntó el cañón hacia Jason en la penumbra humeante. El agente atragantado, con su visión borrosa, disparó cuatro cartuchos hacia el monje falso, dos de los cuales penetraron la espalda de Ja-


son, perforando su corazón y su riñón izquierdo, a la vez tumbándolo hacia adelante sobre las escaleras que llevaban a Golgotha. Jason yacía mortalmente herido sin poder moverse. Antes de entrar en shock, su dedo tembloroso encontró una cápsula pegada con cinta en su cuello. Buscando terminar su dolor y para asegurarse que no pudieran interrogarlo si lograra sobrevivir, Jason Baumgartner, Tango 3, querido esposo y padre de dos hijos, mordió fuertemente la cápsula de cianuro, terminando así, para siempre, su sufrimiento y su papel en la misión. Gerard realizó su movimiento a la vez con Hanratty y ambos agentes se abalanzaron sobre el Presidente que aún se agachaba bajo el altar. Entre los gritos de la primera dama y la ayudante de Scurvin, Enright y Kelso, aún tosiendo el CS, aparecieron, al final de las escaleras, con sus Glock .40 desenfundadas, sólo para ser enfrentados por su colega Murph quien tenía alineadas las miras sobre las piernas de Enright, que no estaban protegidas por su chaleco antibalas. —¡Murph!... ¿Qué putas...? Sin mostrar emoción, Murphy le hizo un “doble disparo” a Enright con dos dardos cargados con una mezcla delicada de pentotal sódico y curare. Enright alcanzó a disparar erradamente una vez en frente de Murphy, volando un pedazo del muro de piedra que se fragmentó hacia la mujer etíope, quien gritó con un tono agudo, fantasmal. Murphy disparó rápidamente dos veces más hacia Kelso, uno de los disparos impactó sobre su bícep izquierdo. A medida que la droga tranquilizante paralizaba su lado izquierdo, el cariñoso Kelso instintivamente disparó su Glock, usando sólo su mano derecha, destrozando a Murphy con el cartucho de punta hueca, rasgando la parte su-


perior del esternón, justo sobre su chaleco antibalas. El segundo disparo impactó el chaleco golpeando a Murphy, su colega respetada, y tumbándola hacia la monja histérica. El cuerpo flácido de Murphy se deslizó por el cuerpo y el manto de la mujer, untados de sangre, y cayó sin moverse más. ¡¡NO!! gritó Gerard al mirar fijamente los ojos de su amante sin vida. El haló la chaqueta Brioni del Presidente para sacarlo arrastrando del altar, sobre el sitio de la crucifixión, mientras Hanratty desenfundó su arma. La Primera Dama y la asistente de Scurvin fueron tumbadas por el monje griego Kalistos mientras que el patriarca y el ministro israelí se escondieron a la vuelta de un claustro oscuro, hacia la derecha del altar. El jefe de personal, en pánico total, se encogió en posición fetal bajo el mosaico de la crucifixión, tratando frenéticamente de marcar el inservible “ 911” buscar la ayuda que no llegaría. —¡Hagan que esto pare! ¡Hagan que esto pare! —gritó Scurvin mientras el padre Kalistos reaccionó y agarró la mano derecha de Gerard, la mano que sostenía la lanza. Afuera de la iglesia, a Holly Meadows se le agotó la mezcla ardiente de napalm mientras las llamas masivas en el patio disminuyeron lo suficiente, como para que un joven soldado israelí lograra alinear sus miras sobre su bello torso. El sonido del disparo del cartucho calibre 5.56mm hizo eco a través del patio mientras que la sangre de Holly salió en chorro de su espalda y salpicó las puertas antiguas que anteriormente habían sido ensangrentadas muchas veces por cristianos y musulmanes. Soldados y agentes del Servicio Secreto saltaron entre las llamas restantes y se abrieron paso


atravesando de la entrada de la iglesia, en tanto botas de combate y zapatos de vestido saltaban sobre el cuerpo de Holly, quien quedó con una sonrisa pacífica en su bello rostro. El presidente Colson luchó ferozmente, pateando con sus fuertes piernas de corredor, mientras Gerard se esforzaba por sacarlo arrastrado del altar. El gas CS de abajo ahora flotaba hacia arriba hasta el altar de la crucifixión, quemando los ojos y aumentando la confusión. —¡Tom! Dispárale, maldita sea, ¡dispárale! —gritó el Presidente. Hanratty por fin pudo reconocer el torso de Gerard, mientras éste luchaba contra las dos manos desesperadas del valiente monje Kalistos que quería quitarle el cuchillo brillante. Sin ser visto por el Presidente, Hanratty luego cambió su blanco y su propia pistola modificada disparó dos veces al pecho de Kalistos, quien se alejó de un giro mientas se agarraba su torso y, aturdido, caía al piso. Agentes y soldados ahora se amontonaban al pasar por la entrada de la iglesia, buscando al presidente. Kelso, apenas consciente, se arrastró por los últimos dos escalones hasta el segundo piso, mientras que la droga rápidamente se apoderaba de él. Su mano temblorosa y su arma sobrepasaron el último escalón mientras que su visión borrosa distinguió a Gerard con la daga al tiempo que Hanratty agarraba a Colson. Kelso alineó sus miras sobre la imagen doble de Gerard, quien lo vio antes de tratar de apuñalar al Presidente. Cuando Gerard volteó de nuevo hacia el Presidente y hacia Hanratty, Kelso disparó contra ambas imágenes: dos disparos de 9mm impactaron al piso, otro impactó el chaleco de Gerard, mientras que el disparo final atravesó su


cráneo, forzándolo a girar y caer muerto sobre el piso de mármol. Los gritos enloquecidos escalofriantes de la monja generaban eco por toda la iglesia sagrada. —¡Ya terminó, señor!... ¡Ya terminó! —gritó Hanratty e inmediatamente alcanzó la lanza afilada puntiaguda que había dejado caer Gerard. Ofreció su mano izquierda para ayudar a levantar al Presidente. —¿¡Dónde está Susan!?— gritó enfurecido el Presidente mientras su “Agente a Cargo” lo ayudaba a levantarse. Soldados y agentes empezaron a correr por las escaleras hasta el segundo piso, aún inundado de gas, mientras Hanratty volteó de nuevo hacia el Presidente que ahora estaba de pie, aunque temblando. Hanratty rápidamente miró hacia los agentes que se acercaban y luego volteó de nuevo hacia el presidente con sus ojos ahora lagrimosos. —Perdóname señor, pero no te das cuenta quién eres. Hanratty apretó su puño poderoso alrededor del mango de la cuchilla mientras un nuevo miedo se apoderó del Presidente, ahora con sus ojos azules bien abiertos de incredulidad. Mientras agentes, soldados y la Primera Dama corrían hasta ese lugar, Hanratty enterró el cuchillo hasta el fondo mientras que el sorprendido presidente se retorció por instinto. La cuchilla le entró al bazo. Hanratty rápidamente lo sacó e intentó otra puñalada al corazón del horrorizado jefe de Estado. —¡NO! El grito de la Primera Dama fue silenciado inmediatamente con el sonido de disparos de armas cortas de los agentes y soldados quienes, desde el final de las escaleras, penetraron el chaleco blindado de Hanratty destrozándole el corazón y los pulmones. El Presidente se deslizó hacia el piso, agarrándose su torso malherido,


mientras Hanratty se rehusaba a caer, hasta que otra serie de disparos lo arrasaron. Su cuerpo, destrozado y sin vida, cayó sobre el presidente lavado en sangre, a quien había protegido durante los últimos tres años. Enright, con su cuerpo y mente parcialmente paralizados, se esforzó por subir las escaleras llenas de humo y gas CS, llegando torpemente hasta el cuerpo de Hanratty, mientras otros agentes que tosían, lo arrastraban para alejarlo del Presidente. Enright miró a Kelso, quien también se arrastraba por las escaleras, en shock y total asombro. Mientras media docena de agentes le aplicaban los primeros auxilios al Presidente para detener la hemorragia, el agente Enright, totalmente aturdido, tomó el extraño cuchillo de la mano muerta, pero inusualmente fuerte, de Hanratty. —¡Sáquenlo!— ordenó Enright a la multitud de hombres de seguridad — ¡Muévanse! ¡Rápido! ¡Muévanse! Recreando así los eventos de hace dos mil años, otro líder destrozado es conducido por las escaleras, alejándolo del horror del Golgotha, hacia el refugio temporal de la tumba de Cristo. Mientras el personal médico, afanosamente, atiende al presidente de EE.UU., el agente Enright, con su cabello normalmente pulcro, ahora despeinado, camina por fuera de la iglesia sagrada en total asombro y con la lanza en sus manos. El cielo se torna oscuro al occidente al tiempo que un silencio inquietante desciende sobre la ciudad santa.

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En un centro de mando de alta tecnología, muy por debajo de un “hotel de paso”, a veinte millas de Pagosa Springs, Colorado, un equipo ecléctico de individuos se sentaba en silencio mientras miraban y escuchaban el reporte de Fox News. Una reportera perturbada, en vivo, desde Jerusalén le informaba al mundo, con una voz emotiva, sobre los sucesos recientes e increíbles. “...los detalles aún están llegando... pero ha habido un atentado contra el presidente estadounidense, Will Colson. Se dice que fue realizado por sus propios agentes del Servicio Secreto, entre quienes hubo varios muertos. Repito, no tenemos todos los detalles pero sí se ha confirmado que el presidente Colson, aparentemente, fue apuñalado por sus propios agentes mientras visitaba la Iglesia del Santo Sepulcro aquí en Jerusalén...” Todos los presentes en el gran salón observaban atonitos al gigantesca pantalla de plasma, mientras la reportera en la televisión sostenía su audífono contra su oído y asentía con la cabeza. “...listo. Más noticias emergentes: se reporta que el Presidente está en condición crítica pero estable en un hospital de Jerusalén. Repito, el Presidente está vivo y en condición estable después de haber sido apuñalado en la Iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén.” La gran pantalla se apagó a control remoto, desde la parte de atrás del recinto, mientras las dos docenas de personas presentes voltearon y miraron hacia los rasgos fuertes del canoso, pero fornido, Cal O’Rourke. Esperaron en silencio sus palabras


normalmente medidas. Con mucha deliberación, O’Rourke prendió un Camel sin filtro e inhaló lentamente antes de dirigirse, sin emoción, a su subordinado de la fila de atrás. —Spaz, reune a los de reclutamiento en mi oficina ahora, por favor... debemos encontrar el último equipo de cinco personas. Un técnico en computadores de treinta y cinco años, con cola de caballo, se paró de un salto y se fue del recinto sin esperar un momento. Algunos individuos bajaron sus cabezas, otros se frotaban los ojos, pero todos permanecieron en silencio ante el ruido blanco. Hasta el financiero anciano del grupo, James Bryant, se paró al lado de O’Rourke, cabizbajo por su pesadumbre y su duda. Después de otra larga inhalada de cigarrillo, O’Rourke hizo su movimiento. Lentamente caminó hacia un desocupado terminal de sistemas en frente del recinto, mientras todas las miradas lo seguían. Miró fijamente a la pantalla por un momento, con las manos en sus caderas, luego se acercó, levantó el monitor, y lo lanzó hacia la pared pintada de verde institucional, mientras todos saltaron en sus asientos. Luego dio pasos por un momento antes de volver a hablar en un tono controlado. —Todos saben la razón por la cual falló esta misión... perdimos personas buenas... y perdimos nuestros amigos... la lanza sí encontró su marca gracias a Tom o Matt, así que teóricamente hicimos todo bien... pero el presidente sobrevivió... por lo tanto obviamente estábamos muy equivocados... no era Colson. O’Rourke caminó en silencio un minuto completo y luego tocó suavemente el hombro de una tecnóloga quien no podía controlar más sus emociones. El veterano,


con su enfurecido rostro, habló suavemente de nuevo, en tanto la rabia ardía bajo tras sus ojos. —Acabamos de iniciar nuestros movimientos... ahora él... o ella... sin duda sabrá que, de hecho, lo estamos buscando…— O’Rourke dio unos pasos mientras organizaba sus pensamientos. —Sus federales y los medios de comunicación le darán todas las respuestas de las investigaciones que están en camino …Tom, Maggie, Matt, Holly y Jason eran intachables e imposibles de rastrear... así que... me imagino que sólo tenemos un par de meses para encontrar a nuestro blanco... antes que él nos encuentre a nosotros —. O’Rourke se detuvo y miró el destrozado monitor del computador. Levantó la mirada y cuidadosamente examinó las caras miedosas que le rogaban mostrar algún sentido reconfortante en su dirección. —Todos Uds. saben mi historia, señores... y el tiempo que llevo en esto... así que permítanme darles un consejo comprobado por el tiempo... confíen en su propio razonamiento e intuición humana para encontrar a nuestro blanco... por eso es que están todos aquí... Recuerden, nosotros compramos estos computadores pero yo los recluté a ustedes. O’Rourke dio unos pasos más mientras suavemente pateó un cableado hacia el monitor destrozado. Luego se detuvo y miró fijamente al silencioso grupo, otra vez. —Una oportunidad más, muchachos... no nos podemos conformar si no estamos cien por ciento seguros de tener nuestro hombre. ¿Entendido? Ahora, canalicen su du-


elo hacia su trabajo... ¡y vamos a encontrar a ese pequeño hijo de puta... el último round the esta pelea acaba de empezar! O’Rourke luego giró, apagó su cigarrillo en un vaso de icopor que estaba medio lleno con café frío, y salió caminando del silencioso recinto mientras una lágrima caia suavemente por la mejilla de otra técnóloga. Por el corredor árido de cemento caminaba O’Rourke temblando, mientras parpadeaba una luz fluorescente sobre su cabeza. Al final del corredor, entró a su oficina llena con el aroma de French Roast quemado en su cafetera aún prendida, y haló la cadena de su lámpara de escritorio, iluminando las paredes de pino irregular con una luz ámbar suave. Cayó en su silla giratoria detrás de su escritorio de roble sin barniz. Instintivamente prendió otro Camel, se recostó en la silla, y analizó las antiguas reliquias y artefactos de todo el mundo que adornaban sus paredes al estilo de un museo. Pasó la mirada desde una pipa medicinal de nativos americanos, hecha de zumaque de cuerno, a una espada medieval tallada. Su atención, luego, pasó a un reloj de madera del siglo XVIII mientras estudiaba el constante tictac del péndulo metálico que se mecía de derecha a izquierda, recordándole sobre el poco tiempo que él y su equipo tenían ahora para completar su misión increíble. De nuevo inhaló profundamente el cigarrillo, mientras entrecerraba los ojos, se inclinaba hacia adelante, frotaba su sien y retumbaba el sonido del pequeño reloj en su atormentada mente. Lentamente levantó su apuesta y ruda cara, siguiendo el péndulo en movimiento, mientras le daba una mirada penetrante al reloj y al reino nebuloso de la eternidad.


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