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EL ORDEN DE LA MEMORIA

del infierno, del purgatorio y del paraíso que, las más de las veces, deben considerarse los «lugares de memoria», cuyas casillas recuerdan las virtudes y los vicios. Es «como los ojos de la memoria», afirma Yates [ibid.] como deben verse los frescos del Giotto en la capilla de los Scrovegni de Padua, los del Buongoverno y del Malgoverno de Ambrogio Lorenzetti en el Palacio comunal de Siena. El recuerdo del paraíso, del purgatorio y del infierno encontrará su máxima expresión en el Congestorium artificiosae memoriae (1520) del dominico alemán Johannes Romberch, quien conoce todas las fuentes antiguas del arte de la memoria y se basa sobre todo en Tomás de Aquino. Romberch, después de haber llevado a su grandeza el sistema de los loci y de las imagines, bosqueja un sistema de memoria enciclopédica donde la experiencia medieval se abre al espíritu del Renacimiento. Pero, entre tanto, la teología había transformado la tradición antigua de la memoria como parte de la retórica. En la línea de san Agustín, san Anselmo y el cisterciense Ailred de Rievaux retoman la tríada intellectus, voluntas, memoria, de las que Anselmo hace las tres «dignidades» (dignitates) del alma; pero en el Monologion la tríada se convierte en memoria, intelligentia, amor. Puede darse memoria e inteligencia sin amor; pero no puede darse amor sin memoria y sin inteligencia. Análogamente, Ailred de Rievaux, en su De anima, está preocupado sobre todo por colocar la memoria entre las facultades del alma. En el siglo XIII los dos grandes dominicos, Alberto Magno y Tomás de Aquino, conceden un puesto importante a la memoria. A la retórica antigua, a Agustín, le añaden sobre todo Aristóteles y Avicena. Alberto trata de la memoria en el De bono, en el De anima y en su comentario al De memoria et reminiscentia de Aristóteles. Activa la distinción aristotélica de memoria y reminiscencia. Está en la línea del cristianismo del «hombre interior», incluyendo la intención (intentió) en la imagen de memoria; él intuye el rol de la memoria en lo imaginario concediendo que la fábula, lo maravilloso, las emociones que conducen a la metáfora {metaphoricá) ayudan a la memoria, pero, ya que la memoria es un subsidio indispensable de la prudencia, es decir de la sabiduría (imaginada como una mujer con tres ojos, capaz de ver las cosas pasadas, las presentes y las futuras), Alberto insiste sobre la importancia del aprendizaje de la memoria, sobre las técnicas mnemónicas. Por último, Alberto, como buen «naturalista», pone la memoria en relación con los temperamentos. Para él el temperamento más


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