La sombra john katzenbach

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John Katzenbach

La sombra

Frieda Kroner tardó unos instantes en reaccionar: —Qué nombre tan raro para ponérselo a una persona... Y Espy se percató de que había bautizado automáticamente al sospechoso sin tener en cuenta los oídos más delicados de gente mayor que no utilizaba calificativos malsonantes con la misma frecuencia que todos los relacionados con el sistema penal. —Perdone, señora Kroner —se disculpó—. Leroy Jefferson es el hombre al que el inspector Robinson acusó inicialmente del asesinato de Sophie Millstein. Al parecer, estaba en su piso, o justo fuera de él, y presenció cómo este hombre, la Sombra, entraba y cometía el crimen. —De modo que puede decirnos el aspecto que tiene la Sombra en la actualidad —dijo el rabino despacio—. ¿Puede describirlo? —Sí. Creo que sí. —Un retrato robot —concluyó Winter—. Un dibujante de la policía podría trabajar con él y obtener una imagen actual. Sería un buen principio. ¿Jefferson puede aportar más información? ¿Una matrícula, quizá? —No lo sé —contestó la joven—. Aún no. El precio de la cooperación del señor Jefferson es alto. —¿Cómo de alto? —repuso Robinson. —Quiere irse de rositas. —¡Mierda! —masculló el inspector. —¿De rositas? —preguntó Frieda Kroner—. ¿Le gustan las flores? —Lo que quiere es que se retiren todos los cargos en su contra. Quedar libre. —Ah, comprendo. ¿Y esto es un problema? —Disparó e hirió a un policía —explicó Espy Martínez. —Tiene que ser un mal hombre para hacer algo así —comentó la mujer. —Ya. —Si tuviéramos un buen retrato —intervino Winter, que pensaba con rapidez—, algo que se le pareciera razonablemente... —¿Sí? —Espy se volvió hacia él—. ¿Qué está pensando? —Bueno, en primer lugar, facilitaría mucho las cosas al rabino y a la señora Kroner. Les permitiría estar preparados. No estarían de brazos cruzados esperando a reconocer a alguien que sólo vieron unos segundos hace cincuenta años. Sabrían cómo es el hombre que los está acechando. Supondría una ventaja enorme y permitiría nivelar la balanza. —Es verdad —corroboró la señora Kroner—. No seríamos tan vulnerables. —Pero, además, me da una o dos ideas. —Me parece que sé lo que está pensando —dijo Robinson despacio—. Que hay una cosa en este mundo a la que ese hombre teme, y que le hace actuar deprisa. Una sola cosa: perder el anonimato. ¿Es así? Winter asintió y sonrió. —Parece que pensamos igual. 208


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