La sombra john katzenbach

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John Katzenbach

La sombra

eso. Decidió dar un paseo para ver si el movimiento lograba estimularle alguna idea sobre una línea de investigación productiva, así que cogió su desgastada gorra de los Dolphins y, cuando tenía la mano en el pomo, sonó el teléfono. Se detuvo, pensando si debería dejar que saltara el contestador automático. Decidió que no, y cruzó rápidamente la habitación, con lo que consiguió descolgar justo cuando la máquina empezaba a reproducir su mensaje grabado. —No; estoy aquí, espere —dijo sobre su propia voz metálica en la cinta. —¿Señor Winter? —Era Frieda Kroner. —Sí, señora Kroner, ¿qué sucede? —Irving —contestó con crudeza—. En la caseta de socorrismo de South Point. La última antes del embarcadero. Nos reuniremos allí con usted.

Vio tres coches patrulla estacionados en una franja arenosa junto a la entrada de acceso a la playa. A un lado había un pequeño parque con una pista deportiva que lo recorrería serpenteante; disponía de media docena de áreas de picnic, y de una zona de columpios y balancines; era un lugar concurrido los fines de semana, ya que muchas de las familias inmigrantes que ocupaban pisos pequeños en el extremo de South Beach lo usaban como lugar de recreo. También era uno de los parques favoritos de los indigentes, porque no estaba bien vigilado de noche, y también de los paparazzi, ya que daba al Government Cut, el ancho canal que utilizaban los cruceros para salir a mar abierto. Algunas veces, contaba con momentos teatrales, cuando algún hombre, cuyas esperanzas y cuyas ropas estaban igualmente hechas trizas, observaba hambriento cómo se asaban pollos y plátanos, y cómo los niños jugaban a pocos metros de donde una modelo que lucía un traje de noche y unas joyas que costaban miles de dólares se contoneaba y pavoneaba ante una cámara. Desde el largo embarcadero, uno podía ver kilómetros de mar, o volverse para admirar el claro perfil de rascacielos de la ciudad. Al otro lado del Government Cut estaba Fisher Island, un complejo urbanístico que disponía de su propio servicio de ferry y en el que vivía la gente rica, la muy rica y la escandalosamente rica. El embarcadero era también muy frecuentado por los pescadores, aunque la playa recibía menos atención que los demás puntos de South Point. Debido a que estaba en el extremo de Miami Beach, tenía el agua más embravecida y las corrientes de retorno más peligrosas. A algunos surfistas les gustaba. Solía advertirse a los turistas que iban a la playa que se situaran a un kilómetro y medio de allí más o menos. Había un paseo marítimo entarimado que conducía al embarcadero. Una vez que estuvo en él, vio enseguida la solitaria caseta de socorrismo al final de la playa. Observó que había media docena de agentes de policía arremolinados cerca de la caseta de madera verde descolorido. Al mismo tiempo, divisó a Frieda Kroner y al rabino Rubinstein a unos cinco metros de distancia, contemplando a 186


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