La sombra john katzenbach

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John Katzenbach

La sombra

aire alegre y divertido. Cuando pararon delante del Palacio de Justicia, apenas podían contener las risitas. Espy bajó del coche y se inclinó hacia la ventanilla. —¿Me llamarás? —Por supuesto. Esta tarde. No quiero olvidarme del señor Jefferson. Ya deben de tener los resultados de las otras huellas dactilares. Te llamaré para comentarte el informe de Harry Harrison. —Unidos por Leroy Jefferson. Si lo supiera... —Me pregunto qué diría —comentó Robinson tras soltar una carcajada. Se miraron un instante, sintiendo lo mismo, que estaban en la línea de salida de algo. Y en medio de ese silencio oyeron que alguien la llamaba por su nombre. —¡Espy! Ella se giró y Robinson se inclinó hacia el asiento del pasajero para ver quién gritaba. Y en lo alto de la escalinata del enorme Palacio de Justicia vieron la figura larguirucha de Thomas Alter, que los saludó con la mano y bajó los peldaños de dos en dos. —Hola, Walt, qué suerte encontrarte aquí. —Hola, Tommy. ¿Has soltado algún asesino hoy? —Yo también me alegro de verte. Todavía no. Pero nunca se sabe, aún es temprano. —Sonrió de oreja a oreja. —Dime, Espy, ¿habéis preparado el caso? ¿Vais a apretarle las clavijas a Jefferson? —Ya sabes la política de la fiscalía sobre las conversaciones, Tommy. Tienen que ser formales, con taquígrafo. Pero extraoficialmente puedo decirte que te va a costar llegar a algún acuerdo, especialmente con Lasser. No le gusta que estrangulen a ancianas, le estropea el día. Así que me da la impresión de que será imposible. Totalmente imposible. —¿De verdad? —Ya me has oído. No pareció que la noticia lo afectara. —Bueno, imagino que no os gustará ver esto, entonces. —Sacó un fajo de papeles del maletín. —¿Qué es? —preguntó Robinson. Había salido del coche para ponerse al lado de la ayudante del fiscal. —La prueba del polígrafo —respondió Alter con brusquedad. —¿Y? —¿A que no sabéis qué? —Ve al grano, Tommy. ¿Qué quieres decirnos? —Quiero deciros que, en esta prueba concreta, mi cliente no mostró signos de engaño. Ninguno. ¿Y sabéis qué le preguntamos? —¿Qué? —Una pregunta clara y sencilla: «¿Mató usted a Sophie Millstein en su 163


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