12 CULTURA
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El Vals Venezolano, Itinerario De Un Sentimiento (II)
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ambién dentro de la corriente popular una serie de valses --constituidos de dos y cinco partes-van imprimiendo una identidad a las composiciones, tanto los valses populares como los valses de concierto, llamados brillantes. De esa primera generación de compositores cultos citamos a Manuel Guadalajara, Rogerio Caraballo, Manuel Azpúrua y Rafael Izasa. Así, en ciudades capitales como Valencia, Barquisimeto, Maracaibo y Caracas, --a fines del siglo XIX y comienzos del XX-- nuestro vals ya ha alcanzado una peculiaridad criolla que se muestra tanto en la corriente culta como en la popular. En Coro, Ciudad Bolívar, Cumaná, San Cristóbal, Trujillo o San Felipe los autores de valses se multiplicarían incesantemente. Las reuniones y fiestas familiares, los eventos sociales siempre tendrían al vals como centro de la expresión íntima y sentimental. Comienzan a aparecer compositores representativos de cada estado, y difundirse cada vez más a través de conciertos y grabaciones. Valses andinos emblemáticos como los de Pedro Elías Gutiérrez (Laura, Celajes), los de Laudelino Mejía (Conticinio), José Ángel Rivas (Brisas del Mucujún), Rigoberto Arellanos (Apartaderos), Pedro José Castellanos (Linda merideña) en Trujillo; los de los larenses Antonio Carrillo (Como llora una estrella) y Juancho Lucena (Las tres rosas, María Elena), Juan Ramón Barrios (Pablera, Barquisimeto) y Pastor Giménez, Pablo Canela (Gavilán tocuyano), Juan Pablo Ceballos (Un cielo de ilusiones), Félix Sánchez Durán (Ecos del alma) en Lara; Rafael Andrade (Morir es nacer) y Pedro Pablo Caldera (Visión porteña) Armando Arteaga (Rumor yurubiano, El aceituno), Teófilo Domínguez (Sol yaracuyano, Cocorotico ), Eloy Moreno (San Felipe El Fuerte), Julián León (Las muchachas lindas), Francisco Quero (Mi terruño), Bartolomé Romero (Un vals para ti), Franklin Sánchez, (Hermoso
POR GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN
Yaracuy, Mi San Felipe), Félix Pifano (El tábano) y sobre todo uno de los innovadores del la música popular venezolana, el yaritagüeño Otilio Galíndez (Son chispitas, Ahora, Candelaria, Sin tu mirada) en Yaracuy; del carabobeño Augusto Brandt (Dulce ensueño, Recuerdos de mi tierra), o el falconiano Rafael Ángel “Rafuche” López (Sombra en los médanos, Crepúsculo coriano) y del tachirense Luis Felipe Ramón y Rivera (Brisas del Torbes), los marabinos Ulises Acosta (El alacrán), Lionel Belasco (Luna de Maracaibo), Rafael Rincón González (Maracaibo Florido), Luis Soto Villalobos (Catatumbo), Amable Espina (Brisas del Zulia) y los caraqueños Francisco de Paula Aguirre (Dama antañona, Qué bellas son las flores) son algunos ejemplos de compositores reconocidos, y que deberían ser motivo de orgullo para músicos posteriores. En el estado Miranda nos encontramos con Ángel María Landaeta (Adiós a Ocumare), Adelo Alemán (Me ausento), mientras que en el oriente del país tenemos a Juan Bautista Rosendo (El carreto de hilo), Josefa Almenar (Y tu pesar cual es?), Oscar Domingo Hernández (Tardes guayanesas) e Iván Pérez Rossi (En la mano traigo), entre tantos otros. Pero el gran innovador del vals venezolano es el bolivarense Antonio Lauro, quien compuso piezas magistrales para guitarra que fueron conocidas mundialmente (la mayoría de ellas difundidas en un primer momento por el gran guitarrista larense Alirio Díaz, y quien ha puesto a dicho instrumento en el cenit de la música latinoamericana en el mundo) como Natalia, Vals venezolano, El marabino, Angostura, Carora, María Luisa y María Carolina, entre muchas otras. Otros valses célebres de Venezuela son Adiós a Ocumare (Ángel María Landaeta), Noches de Naiguatá (Eduardo Serrano) Merideña (Pablo J. Castellanos) y Las bellas noches de Maiquetía (Pedro Areila Aponte).
Luis Felipe Ramón y Rivera, excelente compositor e historiador de nuestra música, señala que el cuatro es el instrumento que imprime el elemento criollo principal en el vals nuestro, aun cuando la pieza mantenga una estructura armónica europea. Pero también el bandolín, el violín y la guitarra y el arpa criolla, e instrumentos percusivos como la maraca terminan formando grupos de sonoridad especial en cada región. La guitarra, por supuesto, el instrumento popular por excelencia de toda la historia de la música occidental, suele ser en el vals un instrumento básico. Particularmente creo que el bandolín fue, durante los años 40, 50 y 60 del siglo XX, el instrumento solista donde mejor se expresó la sensibilidad popular del vals venezolano. Durante mi infancia y juventud en Caracas, Caraballeda, San Felipe y Barquisimeto, el vals amenizó las reuniones en las que mi padre, acompañado de otros músicos, solían reunirse para interpretar composiciones en los recibos de las casas de familia. Se ponían de acuerdo varios músicos y se daban cita en alguna casa, y yo consideraba entonces una suerte que eligiesen la nuestra. Iban llegando poco a poco y nosotros nos animábamos a recibirlos. Afinaban sus instrumentos, venía mi madre Narcisa con vasos, hielos y pasapalos, los músicos ponían su botella de whisky en el centro de la mesa, y entre valse y valse, el whisky con hielo y soda, se refrescaban los músicos, sonriendo con una especial felicidad que les inspiraba a seguir. Por aquellas cálidas casas desfilaron músicos extraordinarios como Rodrigo Riera, Alirio Díaz, Pastor Giménez, el Catire Durán, Enrique Tirado, Martin Jiménez, Raúl Freites, Gerardo Aular, Luis Salcedo, Luis Serrano, y mis hermanos Ennio e Israel, músicos y poetas; a todos ellos a menudo recuerdo con un estremecimiento de tristeza feliz. Por cierto, vale la pena recordar la anécdota de la composición del famoso valse larense Cómo llora una estrella, cuya música es de Antonio Carrillo y su letra original de Elisio Jiménez Sierra, y que fue escuchada por vez primera en las serenatas de los estados Lara y Yaracuy. Dicho vals se hizo muy famoso en la década de los años 60 y 70 del siglo XX en versiones que popularizaron los cantantes Marco Antonio Muñiz y Jesús Sevillano con letras distintas, pero la letra original de mi padre, Elisio Jiménez Sierra, nunca fue grabada y por ello casi nadie la sabe. La transcribo a continuación como un acto de justicia: Estrella de la noche equinoccial /Amiga del errante corazón / Que vaga por la hora en soledad / Herida por las penas del amor / Estrella del silencio tú serás / La compañera azul de mi canción / Que de mi alma brota / Henchida de romántica ansiedad / Como una dolorosa ternura de amor / Tú que por tu ventana puedes ver / El brillo de sus ojos cuya luz / Compite con la tuya dile que / Por ella pena y muere el trovador / Díle que una palabra nada más / De sus cálidos labios puede ser / La dicha de mi corazón / O la infelicidad. Siempre me sentí tocado en lo profundo por estos valses criollos, a ellos debo buena parte de mi sensibilidad lírica, de esa que nació del corazón ingenuo de aquel joven enamorado o nostálgico que alguna vez fui.