IMPERIO DE LAS SOMBRAS 1

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Traducciones Independientes El libro que ahora tienen en sus manos, es el resultado del trabajo final de varias personas que sin ningún motivo de lucro, han dedicado su tiempo a traducir y corregir los capítulos del libro. El motivo por el cual hacemos esto es porqué queremos que todos tengan la oportunidad de leer esta maravillosa saga lo más pronto posible, sin tener que esperar tanto tiempo para leerlo por el idioma en que fue hecho. Como ya se ha mencionado, hemos realizado la traducción sin ningún motivo de lucro, es por esto que este libro se podrá descargar de forma gratuita y sin problemas. También les invitamos que en cuanto esté el libro a la venta en sus países, lo compren. Recuerden que esto ayuda a la escritora a que siga publicando más libros de esta maravillosa saga.

Disfruten de su lectura.

Saludos, Traducciones Independientes.


Créditos Traductores s Sergio Palacios s Cotota s Anto Raffaele s Sandra Martin s Akasha San s Luisa Tenorio s Andiie RS s Mary Aguilar s Karla Sbraccia s Irais A. Galvez s Yunnu Heedz s Roxana Bonilla s Isa Martinez s Stephany Sojo s Carolina Suarez s Alina Montoya s Cecilia García s Tay Paredes s Idrys s Marina Martinez s Genesiis Mediina s Lu Na s Laura Yépez s Mafer Torres


Correctores S Cotota S Reshi S Sandra Martin S Anto Raffaele

Diseño S Lu Na

Corrección Final S Reshi


Sinópsis “Una lucha por su trono. Una guerra contra la oscuridad”.

El largo camino hacia el trono apenas ha comenzado para Aelin Galathynius. Lealtades se han roto y comprado, amigos se han perdido y ganado, y aquellos que poseen magia se encuentran en contra de los que no. Mientras los reinos de Erilea se van fracturando a su alrededor, los enemigos deberán convertirse en aliados si Aelin desea mantener a los que ama alejados de caer en las fuerzas oscuras listas para reclamar su mundo. Con la guerra cerniéndose sobre todos los horizontes, la única posibilidad de salvación está en una búsqueda desesperada que puede marcar el fin de todo lo que es querido para Aelin. El viaje de Aelin desde Asesina a Reina ha fascinado a millones en todo el mundo, y en esta quinta entrega dejará a los fans sin aliento. ¿Tendrá Aelin éxito en mantener su mundo desde los fragmentos, o todo se derrumbará abajo?


Para Tamar, Mi campeรณn, hada madrina y caballero de brillante armadura. Gracias por creer en esta saga desde la primera pรกgina



Anochecer Traducido por Sergio Palacios Corregido por Reshi

Los tambores habían sonado a través de las dentadas colinas de las Montañas Negras desde la puesta del sol. Desde el afloramiento rocoso en el que su tienda de guerra se agitaba con el viento, la Princesa Elena Galathynius había monitoreado el ejército del enemigo toda la tarde mientras limpiaba a través de esas montañas en olas de ébano. Y ahora que el sol tenía tiempo que se fue, las hogueras del enemigo brillaban sobre las montañas y valles debajo como una sábana de estrellas. Tantos fuegos, tantos, comparados con aquellos ardiendo de su lado del valle. Ella no necesitaba el don de sus oídos Hada para escuchar las oraciones de su ejército humano, algunas habladas y otras en silencio. Ella misma ofreció algunas en las horas pasadas, aunque sabía que no iban a ser contestadas. Elena nunca había considerado que podría morir, nunca consideró que iba a ser tan lejos de las tierras verdes de Terrasen. Que su cuerpo podría no ser quemado, sino devorado por esas bestias del ser oscuro. No iba a haber una señal o marca que le indicara al mundo donde la Princesa de Terrasen había caído. No iba a haber ni una marca, nada ninguno de ellos. —Necesitas descansar—le dijo una voz madura y masculina, desde la entrada de la tienda atrás de ella. Elena miró sobre su hombro, sobre su pelo suelto plateado, colgando de la piel y capas de su armadura. Pero la mirada penetrante de Gavin estaba ya puesto en los dos ejércitos extendiéndose bajo ellos. En esa estrecha marca negra de demarcación, que muy pronto sería cruzada. A pesar de toda su charla de descanso, Gavin no se había quitado su armadura al entrar a su tienda hace horas. Sólo hace unos minutos sus líderes de guerra habían finalmente salido de la tienda, sosteniendo mapas en sus manos y ni una pizca de esperanza en sus corazones. Ella lo podía sentir en ellos, el miedo. La desesperación. Los pasos de Gavin crujieron en la tierra rocosa y seca mientras se aproximaba su solitaria vigilante, en silencio gracias a sus años recorriendo la selva del Sur. Elena una vez más observó los interminables fuegos del enemigo. —Las fuerzas de tu padre aún pueden lograrlo—dijo él ásperamente.


La esperanza de un tonto. Su inmortal audición había escuchado cada palabra de las horas de debate dentro de la tienda detrás de ellos. —Este valle es ya una trampa de muerte—dijo Elena. Y ella los había guiado a todos ahí. Gavin no le contestó. —Llegado el amanecer —continuó—Todo será manchado de sangre. El líder al lado de ella siguió en silencio. Tan raro, de Gavin, ese silencio. Ni un parpadeo de esa indomable fiereza brilló en sus ojos abiertos, y su larga cabellera café colgaba. No podía recordar la última vez que tomaron un baño. Gavin se giró hacia ella con esa mirada evaluadora que la había conquistado desde el momento que lo conoció por primera vez en el salón de su padre años atrás. Vidas atrás. Tan diferente tiempo, tan diferente mundo, cuando las tierras habían estado llenas de cantos y luz, cuando la magia no había comenzado a crecer en la sombra creciente de Erawan y sus soldados demoniacos. Se preguntaba cuando tiempo Orynth aguantaría una vez la masacra de aquí del Sur terminara. Se preguntaba si Erawan destruiría primero el palacio brillante de su padre, o si quemaría la librería real, quemaría el corazón y conocimiento de una eternidad. Y luego quemaría a su gente. —El amanecer está a horas aún—dijo Gavin, pasando saliva—Suficiente tiempo para ti para intentarlo. —Nos van a hacer pedazos antes de que podamos despejar los caminos… —No nosotros. Tú—la fogata iluminando su rostro en un parpadeante alivio— Sólo tú. —No abandonaré a esta gente—sus dedos encontrando los de él—O a ti. El rostro de Gavin no se inmutó. —No hay forma de evadir el mañana. O el baño de sangre. Escuchaste lo que el mensajero dijo, sé que lo escuchaste. Anielle es un matadero. Nuestros aliados del norte se han ido. El ejército de tu padre está demasiado lejos. Todos moriremos antes de que el sol esté arriba de nosotros. —Todos moriremos algún día de todos modos. —No—Gavin estrujo su mano—Yo moriré. Esas personas ahí abajo, ellos morirán. Ya sea por espada o tiempo. Pero tú…—su mirada se dirigió a sus orejas puntiagudas, la herencia de su padre—Tú podrás vivir por siglos. Milenios. No tires eso a la basura por una ya perdida batalla. —Prefiero morir pronto mañana que vivir por cientos de años con la vergüenza de un cobarde. Pero la mirada de Gavin estaba puesta de nuevo en el valle. En su gente, la última línea de defensa contra la horda de Erawan.


—Ponte detrás de las líneas de tu padre—le dijo—y continúa la pelea desde ahí. —No será de ningún uso—tragó pesadamente. Lentamente, Gavin le miró. Y después de todos estos meses, de todo este tiempo, ella confesó. —El poder de mi padre comienza a fallar. Está cerca ya, unas décadas de perecer. La luz de Mala se atenúa dentro de él con cada día que pasa. No podrá enfrentarse a las fuerzas de Erawan y ganar. —Las últimas palabras de su padre antes de que ella se embarcará en esta misión condenada “Mi sol se está poniendo, Elena. Debes encontrar un camino donde asegurar que el tuyo aún se levante. —¿Y escogiste este momento para decírmelo? —el color de la piel del rostro de Gavin se había ido. —Elijo ahora, Gavin, porque no hay esperanza para mí tampoco, ya sea si huya hoy o pelee mañana. El continente va a caer, Gavin se acercó hacia las docenas de tiendas en el afloramiento. Amigos de él. Amigos de ella. —Ninguno de nosotros va a salir de aquí mañana—dijo él. Y fue la forma en la que sus palabras quebraron, la forma en la que sus ojos brillaron, que le hicieron acercarse a sus manos una vez más. Nunca, ninguna vez en todas sus aventuras, en todos los horrores que habían soportado juntos, le había visto llorar. —Erawan ganará y dominará estas tierras, y todas las demás, eternamente—Gavin susurró. Los soldados se movieron en las tiendas debajo. Hombres y mujeres, murmurando, jurando, llorando. Elena observó la fuente de su terror, por todo lo largo a través del valle. Uno por uno, como si una grande mano de oscuridad los barriera, los fuegos del campamento del ser oscuro se apagaron. Los tambores latieron aún más fuertes. Él había llegado al fin. Erawan mismo había llegado para ver la última lucha del ejército de Gavin. —No van a esperar hasta el amanecer—dijo Gavin, una mano extendiéndose hacia donde Damaris estaba envainada a su lado. Pero Elena tomó su brazo, ese músculo fuerte como granito debajo de su armadura. Erawan había venido. Tal vez los dioses aún estaban escuchando. Tal vez la fiereza del alma de su madre los había convencido.


Elena tomó el rostro salvaje de Gavin, ese rostro que había llegado a amar sobre todos los demás. Y le dijo —No vamos a ganar esta batalla. Y no vamos a ganar esta guerra. Su cuerpo tembló ante la resistencia de ir a donde sus líderes de guerra, pero él le dio ese respeto de escucharla. Siempre se habían dado eso mutuamente, lo habían aprendido a la difícil. Con su mano libre, Elena giró sus dedos en el aire entre ellos. La magia en sus venas ahora bailaba, de flamas a agua a vid a hielo. No un abismo eterno como el de su padre, pero un versátil y ágil don de magia. Dado por su madre. —No vamos a ganar esta guerra— repitió Elena, el rostro de Gavin radiante en la luz de su incesante poder—Pero podemos retrasarla por un momento. Puedo llegar al otro lado del valle en una hora o dos—volvió sus dedos un puño, cortando su magia. —Lo que buscas hacer es una locura, Elena—le dijo Gavin, frunciendo sus cejas— es un suicidio. Sus tenientes te van a atrapar antes de que puedas deslizarte a través de sus líneas. —Exactamente. Van a llevarme justo ante él, ahora que ha llegado. Me considerarán su valioso prisionero, no su asesina. —No—sonada cómo una orden y una súplica al mismo tiempo. —Mata a Erawan, y sus bestias entrarán en pánico. Lo suficiente para que las fuerzas de mi padre lleguen, para que se unan con lo que quede de las nuestras, y rompan las fuerzas del enemigo. —Dices “Mata a Erawan” como si fuera una fácil tarea. Él es un Rey del Valg, Elena. Incluso aunque te llevarán ante él, te tendría bajo su poder incluso antes de que hagas un movimiento. Su corazón se encogió, pero aun así forzó las palabras fuera de sus labios. —Es por eso que…—no podía detenerse en sus labios temblorosos—Es por eso que necesito que vengas conmigo, en lugar de pelear con tus hombres. Gavin sólo le siguió mirando. —Porque necesito…—lágrimas corrían por sus mejillas—Te necesito como una distracción. Necesito que me compres tiempo para pasar por sus defensas internas. —Justo como la batalla de mañana les iba a comprar tiempo. Porque Erawan iría tras Gavin primero. El guerrero humano que había sido un bastión contra las fuerzas del Señor Oscuro por tanto tiempo, quien había peleado contra él cuando ningún otro podía… el odio de Erawan hacia el príncipe humano era sólo comparado contra el mismo odio que tenía hacia el padre de Elena. Gavin la estudió por un largo momento, entonces con sus dedos limpió las lágrimas de sus mejillas. —No se le puede matar, Elena. Escuchaste al oráculo de tu padre decirlo.


—Lo sé—asintió ella. —E incluso si lográramos contenerlo, atraparlo… —Gavin consideró las palabras—Sabes que sólo estamos moviendo la guerra hacia alguien más –a quien sea que gobierne estas tierras algún día. —Esta guerra—dijo con calma—es sólo el segundo movimiento de un juego que ha estado siendo jugado desde aquellos antiguos días a través del mar. —Vamos a detenerla para que alguien más la herede si él escapa. Y no va a salvar a esos soldados de ser asesinados mañana. —Si no actuamos, no va a haber nadie que herede esta guerra—dijo Elena. La duda brillaba en los ojos de Gavin—. Incluso ahora—prosiguió ella—nuestra magia está fallando, nuestros dioses nos abandonan. Huyen de nosotros. No tenemos aliados Hadas fuera de esos en las fuerzas de mi padre. Y su poder, como el nuestro, está desvaneciéndose. Pero quizás, cuando ese tercer movimiento venga… tal vez los jugadores en nuestro juego sin terminar serán diferentes. Tal vez será un futuro en donde Hadas y humanos pelean lado a lado, unidos en poder. Tal vez encontrarán una forma de terminar esto. Así que vamos a perder esta batalla, Gavin—dijo—nuestros amigos morirán en ese campo de batalla al venir el amanecer, y lo vamos a usar como nuestra distracción para contener a Erawan para que Erilea pueda tener un futuro. Los labios de Gavin se tensaron, sus ojos color zafiro, abiertos. —Nadie debe saberlo—ella dijo, su voz quebrándose—. Incluso si tenemos éxito, nadie debe saber qué hicimos. La duda se reflejaba en las líneas de su rostro. Ella apretó su mano aún más fuerte. —Nadie, Gavin. La agonía se notaba en su rostro. Pero asintió. Mano en mano, miraron hacia la oscuridad revistiendo las montañas, los tambores retumbantes del ser oscuro sonando como martillos en hierro. Muy pronto, esos tambores iban a ser ahogados en gritos de soldados muriendo. Muy pronto, los campos del valle iban a estar bañados en ríos de sangre. —Si vamos a hacer esto, necesitamos irnos ahora—dijo Gavin, su atención de nuevo puesto en las tiendas cercanas. Sin despedidas. Sin últimas palabras—Le daré la orden a Holdren para liderar mañana. Él sabrá que decirle a los demás. Ella asintió, y fue confirmación suficiente. Gavin soltó su mano, dirigiéndose a la tienda más cercana a la de ellos, a donde su querido amigo y más leal líder de pelea estaba de seguro aprovechando lo mejor que podía sus últimas horas con su nueva esposa. Elena giró sus ojos lejos antes de que los hombros de Gavin empujaran a través de las pesadas mantas.


Miró sobre los fuegos, a través del valle, a la oscuridad puesta en el otro lado. Podía jurar que le miraba de vuelta, que escuchaba las miles de piedras mientras las bestias del ser oscuro afilaban sus garras venenosas en ellas. Levantó sus ojos hacia el cielo bañado de humo, las columnas de humo separándose por un latido para revelar una noche salpicada de estrellas. El Líder del Norte parpadeó de vuelta a ella. Tal vez su último regalo de Mala a estas tierras, en esta era, al menos. Tal vez un gracias a Elena misma, y una despedida. Porque para Terrasen, para Erilea, Elena caminaría hacia la eterna oscuridad acechando a través del valle para comprarles a todos una oportunidad. Elena mandó una última plegaria en un pilar de humo levantándose del suelo del valle para que los no nacidos, lejos de esta noche, herederos de una carga que podría salvar o consumir Erilea, le pudieran perdonar por lo que estaba a punto de hacer.


Parte 1


Capítulo 1 Traducido por Cotota Corregido por Reshi

La respiración de Elide Lochan quemó su garganta con cada jadeo inhalado mientras cojeaba hasta el bosque empinado en la colina. Debajo de las hojas empapadas que cubrían los suelos de Oakwald, las sueltas piedras grises hacían una pendiente traicionera, los imponentes robles estirándose demasiado alto por encima de ella como para agarrar las ramas que caían por abajo. Haciéndole frente a la potencial caída aprovechando la velocidad, Elide pasó por encima del borde de la escarpada cumbre, su pierna hormigueando de dolor cuando se dejó caer de rodillas. Las colinas arboladas rodaron en todas direcciones, los árboles como barrotes de una jaula sin fin. Semanas. Habían pasado semanas desde que Manon Blackbeak y las Trece la habían dejado en este bosque, la Líder del Ala ordenándole que se dirigiera hacia el norte. Para encontrar a su reina perdida, ahora ya adulta y poderosa y también para encontrar a Celaena Sardothien, quienquiera que fuese, así Elide pudiera pagar la deuda que le debía la vida de Kaltain Rompier. Incluso semanas más tarde, sus sueños estaban plagados de esos momentos finales en Morath: los guardias que habían intentado arrastrarla para ser implantada con la descendencia Valg, la completa masacre de la Líder del Ala hacia ellos, y Kaltain Rompier en su último acto –tallando la extraña, oscura piedra que había sido cosida en su brazo y ordenándole a Elide que se la llevara a Celaena Sardothien. Justo antes de que Kaltain volviera a Morath una ruina humeante. Elide puso una sucia y temblorosa mano en la dura protuberancia metida en su bolsillo de pecho de cuero volante que todavía llevaba. Podría haber jurado sentir un tenue palpitar que se hizo eco en su pie, un contra latido de su propio corazón acelerado. Elide se estremeció en la luz del sol acuosa que goteaba a través del verde dosel. El verano pesaba sobre el mundo, el calor ahora lo suficientemente opresivo que el agua se había convertido en lo más preciado. Había sido así desde el principio –pero ahora su día entero, su vida, giraba alrededor de ello. Afortunadamente, Oakwald estaba plagado de corrientes después de la última de las nieves de las montañas que se derritió corriendo como serpientes de las cimas. Por desgracia, Elide había aprendido de la manera difícil sobre qué agua beber.


Tres días atrás, había estado a punto de morir con vómitos y fiebre después de tragar agua de una charca estancada. Tres días atrás, sufrió de temblores tan gravemente que pensó que sus huesos se agrietarían. Tres días atrás, lloró en silencio por la desesperación triste de que iba a morir aquí, sola en este bosque sin fin, y nadie lo sabría. Y a pesar de todo, esa piedra en el bolsillo del pecho vibraba y latía. En sus febriles sueños, podría haber jurado que le susurró, que le cantaba canciones de cuna en idiomas que no creía que las lenguas humanas podían pronunciar. No había oído de eso, pero todavía se preguntaba. Se preguntaba si la mayoría de seres humanos habrían muerto. Se preguntaba si portaba un don o una maldición hacia el norte. Y si esta Celaena Sardothien sabría qué hacer con él. Dile que puedes abrir cualquier puerta, si tienes la llave, Kaltain había dicho. Elide a menudo estudiaba la piedra negra iridiscente cuando se detuvo para un necesario descanso. Ciertamente, no se parecía a una llave: áspera-cortada, como si hubiera sido cortada de un trozo más grande de piedra. Tal vez las palabras de Kaltain eran un enigma que tenía un significado solo para su destinatario. Elide se descolgó la mochila demasiado ligera de los hombros y abrió la tela de lona. Se había quedado sin alimentos hace una semana y empezó a hurgar en busca de bayas. Todas ellas eran ajenas, pero un susurro de una memoria de sus años con su niñera, Finnula, le habían advertido frotarlas en la muñeca primero, para ver si producía alguna reacción. Muchas veces, además de una gran parte del tiempo, lo hacían. Pero de vez en cuando se topaba con un arbusto flácido con las correctas, y se había saciado a sí misma antes de llenar la mochila. Buscó en el interior de la lona de colores rosa y azul, Elide excavando por el último puñado, envuelto en una camisa de repuesto, la blanca tela manchada ahora de rojo y púrpura. Un puñado, que debía durar hasta que encontrara su próxima comida. El hambre roía en ella, pero Elide comió solo la mitad. Tal vez encontraría más al avanzar antes de detenerse para pasar la noche. No sabía cómo cazar y el pensamiento de capturar a otro ser vivo, de romper su cuello o golpear su cráneo con una roca… Todavía no estaba tan desesperada. Tal vez ella no era una Blackbeak después de todo, a pesar de la línea de sangre oculta de su madre. Elide lamió sus dedos para limpiar el jugo de la baya, la suciedad y todo, y jadeó cuando se puso de pie con las piernas tiesas, doloridas. No duraría mucho tiempo sin la comida, pero no podía arriesgarse a aventurarse en un pueblo con el dinero que Manon le había dado, o hacia cualquiera de los fuegos de los cazadores que vio estas últimas semanas. No, ella había visto suficiente de la bondad y misericordia de los hombres. Nunca olvidaría como esos guardias la miraron de forma lasciva hacia su cuerpo desnudo, porqué su tío la vendió al Du-


que Perrington. Haciendo una mueca, Elide echó su mochila sobre los hombros y con cuidado anduvo hacia la pendiente de la colina alejada, abriéndose paso entre las rocas y raíces. Tal vez dio un giro equivocado. ¿Cómo iba a saber cuándo habría cruzado la frontera de Terrasen, de todos modos? ¿Y cómo encontraría alguna vez a su reina, a su corte? Elide alejo estos pensamientos, manteniéndose en las sombras oscuras y evitó las manchas de luz solar. Solo la pondrían más sedienta, más caliente. Encontrar agua, tal vez era más importante que buscar bayas, antes de que la oscuridad llegara. Llegó al pie de la colina, suprimiendo un gemido ante el laberinto de madera y piedra. Parecía que ahora se encontraba en un arroyo seco encaminado entre las colinas. Torcía bruscamente hacia delante –hacia el norte. Un suspiro la sacudió. Gracias Annieth. Al menos la Señora de las Cosas Sabias no la había abandonado aún. Habría seguido el cauce del río durante el tiempo que fuera posible, permaneciendo en el norte, y entonces… Elide no sabía qué sensación, exactamente, se levantó en ella. No olía o veía u oía, por nada más allá de la pudrición de la marga y la luz del sol y las piedras y el susurro de las hojas altas por encima que estaban fuera de lo común. Pero lo había. Como un hilo en un gran tapiz que la había enganchado, encerrando su cuerpo. El zumbido y crujido de la selva guardaron silencio un instante después. Elide escaneó las colinas, el lecho del río. Las raíces de un roble alto de la colina más cercana sobresalían por un lado de la pendiente cubierta de hierba, proporcionando una mata de madera y musgo sobre el arroyo muerto. Perfecto. Fue cojeando por ello, dañando su pierna herida, las piedras estrepitosas y desgarradoras en sus tobillos. Ella casi podía tocar las puntas de las raíces cuando el primer boom ahuecado se hizo eco. No un estruendo. No, ella nunca olvidaría éste sonido en concreto, también, persiguiendo sus sueños tantos despiertos y dormidos. El batir de poderosas alas correosas. Wyverns1. Y tal vez lo más mortal: brujas Ironteeth2 que los montaban, con los sentidos tan agudos y afinados como sus monturas. Elide se lanzó a por la saliente de raíces gruesas cuando los aleteos se acercaban, el bosque silencioso 1

Wyverns: dragones heráldicos o guivernos

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Brujas Ironteeth: brujas dientes de hierro.


como un cementerio. Piedras y palos rotos en sus propias manos, las rodillas golpeando la tierra rocosa que se apretaba en la ladera y escudriñó la cubierta a través del entramado de raíces. Un latido –entonces el otro ni siquiera fue un latido después. Tan sincronizadas que nadie en el bosque podría creer que era solo un eco, pero Elide lo sabía: dos brujas. Había recogido información suficiente en su tiempo en Morath para conocer a las Ironteeth que estaban bajo las órdenes de mantener sus números ocultos. Volarían en la perfecta, reflejada formación, por lo que podrían escuchar sus oídos solo a un wyvern. Pero estas dos, fueran quienes fuera, estaban descuidadas. O tan descuidadas como una de las brujas inmortales, letales podrían ser. Miembros de un aquelarre de nivel inferior, quizás. En una misión de exploración. O a la caza de alguien, susurró en su cabeza una pequeña y petrificada voz. Elide se presionó más fuerte contra el suelo, las raíces cavándose en la espalda, mientras supervisaba la cubierta. Y ahí. La falta de definición de un veloz movimiento, una forma enorme deslizándose justo encima de la cubierta, haciendo sonar las hojas. Una correosa, y membranosa ala, su borde inclinado en una garra curvada, el veneno deslizándose, brillando en la luz del sol. En raras ocasiones –tan raramente– se mostraban a la luz del día. Cualquier cosa que ellas cazaban –tenía que ser importante. Elide no se atrevió a respirar demasiado fuerte hasta que esos aleteos se desvanecieron, navegando hacia el norte. Hacía el campamento en la Brecha Ferian, donde Manon había mencionado que la segunda mitad de su hueste acampaba. Elide solo se movió cuando los zumbidos y los chillidos de la selva se reanudaron. Por permanecer inmóvil durante tanto tiempo logró que sus músculos sufrieran calambres, y ella se quejó mientras estiraba sus piernas, luego los brazos, luego rodó sus hombros. Sin fin –este viaje era sin fin. Daría cualquier cosa por un techo seguro sobre su cabeza. Y una comida caliente. Tal vez buscarla, aunque solo fuera por una noche, valía la pena el riesgo. Abriéndose paso a lo largo del cauce totalmente seco, Elide dio dos pasos antes de que la sensaciónesa-no es-una-sensación vibrara de nuevo, como si una calidad, femenina mano se hubiera apoderado de su hombro para detenerla. La madera enredad murmuró con vida. Pero podía sentirlo –sentir algo ahí. No brujas o wyverns o animales. Pero alguien –alguien la estaba observando. Alguien la estaba siguiendo. Elide casualmente desenvainó el cuchillo de lucha que Manon le dio a la salida de este bosque miserable.


Deseaba que la bruja le hubiera enseñado cómo matar.

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Lorcan Salvaterre había estado huyendo de aquellos animales malditos desde hace dos días. No los culpaba a ellos. Las brujas habían sido molestas cuando se coló en su campo del bosque en la oscuridad de la noche, sacrificando a tres de sus centinelas sin que ellas o sus monturas lo notaran, y arrastró a una cuarta contra los árboles para ser interrogada. Le llevó dos horas para romper a la bruja Yellowlegs, escondidos tan profundamente en la garganta de una cueva que incluso sus gritos fueron ahogados. Dos horas, y luego estuvo cantando para él. Ejércitos de brujas gemelas ahora estaban a punto de tomar el continente: uno en Morath, uno en la Brecha Ferian. Las Yellowlegs no sabían nada de lo que el poder del Duque Perrington ejercía –no sabían nada de lo que Lorcan ya cazó: las otras dos Llaves del Wyrd, sus hermanas que llevaban una larga cadena alrededor de su cuello. Tres astillas de piedra de la ruptura de una Puerta del Wyrd profana, cada llave capaz de un poder tremendo y terrible. Y cuando se unieran las tres Llaves del Wyrd… podrían abrir esa puerta entre los mundos. Destruir esos mundos, o llamar a sus ejércitos. Y mucho, mucho peor. Lorcan le concedió a la bruja el regalo de una muerte rápida. Sus hermanas lo habían estado buscando desde entonces. Agazapado en un matorral metido en la ladera de una cuesta empinada, Lorcan observó a la chica ocultándose en las raíces. Él había estado escondiéndose aquí en primer lugar, escuchando el clamor de su torpe acercamiento, y había visto su tropiezo y debilidad cuando finalmente escuchó el barrido hacia ellos. Ella fue delicadamente construida, lo suficientemente pequeña como para que él pudieran pensar que apenas había pasado el primer sangrado si no fuera por los completos pechos debajo de sus cueros ceñidos. Esas prendas habían atrapado su interés inmediatamente. Las Yellowlegs llevaban otras similares –todas las brujas las tenían. Sin embargo, esta chica era humana. Y cuando se volvió en su dirección, sus ojos oscuros recorrieron el bosque con una evaluación que era demasiado vieja, demasiado practicada, que no pertenecía a un niño. Al menos dieciocho –tal vez más. Su cara pálida estaba sucia, flaca. Probablemente había estado aquí por mucho tiempo, luchando por encontrar comida. Y el cuchillo que empujó se sacudía lo suficiente como para sugerir que probablemente no tenía idea de qué hacer con él. Lorcan se mantuvo oculto, observándola escanear las colinas, la corriente, la cubierta. Ella sabía que estaba ahí fuera, de alguna manera.


Interesante. Cuando quería permanecer oculto, pocos podían encontrarlo. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, pero terminó escaneando la hondonada, forzando una suave respiración a través de los labios fruncidos, y siguió adelante. Lejos de él. Con cada paso cojeaba; probablemente se hizo daño a sí misma estrellándose a través de los árboles. La longitud de la trenza se sacudía contra su mochila, su oscuro cabello sedoso más que el suyo. Más oscuro. Negro como una noche sin estrellas. El viento cambió, soplando su aroma hacia él, y Lorcan aspiro, permitiendo que sus sentidos Fae –sentidos que había heredado de parte de su padre– evaluaran y analizaran, como lo habían hecho durante más de cinco siglos. Humana. Definitivamente humana, pero… Él conocía el olor. Durante los últimos meses, había sacrificado muchas, muchas criaturas que llevaban su olor. Bueno, esto no era conveniente. Tal vez un regalo de los dioses: alguien útil para interrogar. Pero más tarde –una vez que tuviera la oportunidad de estudiarla. Aprender sus debilidades. Lorcan cruzó la espesura, ni siquiera un murmullo de ramita en su paso. La niña poseída por el demonio cojeó hasta el lecho del río, el cuchillo inútil todavía fuera, su agarre en la empuñadura de forma totalmente ineficaz. Bien. Y así Lorcan comenzó su cacería.


Capítulo 2 Traducido por Luisa Tenorio Carpio Corregido por Cotota

El golpeteo de la lluvia goteando a través de las hojas y la neblina baja del Bosque Oakwald casi ahogaba la creciente corriente entre los baches y huecos. Agachada junto al arroyo, de pieles vacías olvidadas en el banco cubierto de musgo, Aelin Ashryver Galathynius extendió una mano llena de cicatrices sobre el agua corriendo y dejó que la canción de la tormenta matutina la limpiara. El crujido que rompía las nubes de tormenta y la ardiente respuesta del rayo había sido un violento y frenético golpe una hora antes del amanecer, ahora extendiéndose más a lo lejos, calmando su furia, así como Aelin calmaba su propio centro quemado de magia. Respiraba en la fría neblina y lluvia fresca, arrastrándolos profundamente en sus pulmones. Su magia parpadeó en respuesta, como un bostezo de buenos días y cayera de vuelta a dormir. De hecho, alrededor del campamento a la vista, sus compañeros seguían durmiendo, protegidos de la tormenta por un escudo invisible que había hecho Rowan, y al abrigo del frío del norte que persistía incluso en pleno verano por una alegre llama rubí que ella había mantenido encendida toda la noche. Era la llama la cosa que había dificultado trabajar alrededor –cómo mantenerla chisporroteando mientras también convocaba al pequeño regalo de agua que su madre le había dado. Aelin flexionó sus dedos sobre el arroyo. Al otro lado del arroyo, en lo alto de una roca cubierta de musgo metida en los brazos de un nudoso roble, había un par de pequeños huesos –blancos dedos flexionados y agrietados, un espejo de sus propios movimientos. Aelin sonrió y dijo en voz tan baja que apenas era audible sobre el arroyo y la lluvia: —Si tiene algunos consejos, amigo, me encantaría escucharlos. Los dedos larguiruchos se lanzaron hacia atrás sobre la cima de la roca –así como tantos otros en estos bosques, que fueron tallados con símbolos y espirales. La Gente Pequeña los había seguido desde que cruzaron la frontera hacia Terrasen. Escoltando, había insistido Aedion cada vez que ellos se dejaban ver, profundos ojos parpadeando desde una maraña de zarzas o mirando de cerca a través de un racimo de hojas sobre uno de los famosos árboles de Oakwald. Ellos no se habían acercado tanto a Aelin para obtener un aspecto sólido de ellos.


Pero habían dejado pequeños regalos a las afueras de la frontera de los escudos nocturnos de Rowan, de alguna manera depositados sin alertar a cualquiera de ellos que estaba de guardia. Una mañana, había sido una corona de violetas silvestres. Aelin se la había dado a Evangeline, quién había llevado la corona sobre su cabeza dorada rojiza hasta que ésta se vino abajo. A la mañana siguiente, dos coronas esperaban: una para Aelin, y una más pequeña para la chica con cicatrices. Otro día, la gente pequeña dejó una réplica de Rowan en su forma de halcón, elaborado de plumas de gorrión, bellotas, y cáscaras de escarabajo. Su Príncipe Fae había sonreído un poco cuando lo había encontrado –y la llevaba en su alforja desde entonces. Aelin sonrió ante el recuerdo. A pesar de saber que la gente pequeña les estaba siguiendo cada uno de sus pasos, escuchando y observando, habían hecho cosas algo… difíciles. No es como si le importara de alguna manera, pero el deslizamiento entre los árboles con Rowan era ciertamente menos romántico sabiendo que tenían audiencia. Especialmente cuando Aedion y Lysandra se habían hartado de sus silenciosa, intensas miradas que los dos dieron endebles excusas para sacar fuera de vista y escena por un rato a Aelin y Rowan durante un tiempo: la Lady había dejado caer su pañuelo inexistente sobre una ruta inexistente muy atrás; o que ellos necesitaban más leña para un fuego que no necesitaba madera que quemar. Y en cuanto a su audiencia actual… Aelin extendió los dedos sobre el arroyo, dejando que su corazón se convirtiera en un estanque del bosque calentado por el sol, dejando que su mente se sacudiera libre de sus límites normales. Una cinta de agua ondeaba arriba del arroyo, gris y clara, y ella la movió a través de sus dedos extendidos como si estuviera enhebrando un telar. Inclinó su muñeca, admirando la forma en que podía ver su piel a través del agua, dejando que se deslizara bajo su mano y curvándose alrededor de su muñeca. Le dijo al hada mirando desde el otro lado de la roca: —No hay mucho que informar a sus compañeros, ¿verdad? Las hojas empapadas crujieron detrás de ella, y Aelin sabía que era sólo porque Rowan quería que oyera que se acercaba. —Cuidado, o ellos dejarán algo húmedo y frío en tu saco de dormir la próxima vez. Aelin se obligó a soltar el agua dentro del arroyo antes de mirar por encima del hombro. —¿Crees qué aceptan peticiones? Porque dejaría mi reino por un baño caliente justo ahora. Los ojos de Rowan bailaron mientras ella se levantaba. Ella bajó el escudo que se había puesto a sí misma para mantenerse seca –el vapor esfumándose de la llama invisible mezclándose con la niebla a su alrededor. El Príncipe Fae arqueó una ceja. —¿Debería estar preocupado por qué estés tan cariñosa tan temprano en la mañana? Ella rodó sus ojos y se volvió hacia la roca donde el hada había estado monitoreando sus intentos


chapuceros para dominar el agua. Pero sólo las hojas salpicadas de lluvia y la niebla serpenteante permanecieron. Manos fuertes se deslizaron por su cintura, tirando de ella con intensidad, mientras los labios de Rowan rozaron su cuello, justo debajo de su oreja. Aelin arqueó la espalda contra él mientras su boca vagaba a través de su garganta, calentando su piel de la niebla helada. —Buenos días —respiró. El gruñido en respuesta de Rowan hizo que doblara los dedos del pie. No se habían atrevido a parar en una posada, incluso después de cruzar a Terrasen hace tres días, no cuando todavía había tantos ojos enemigos fijos en las carreteras y las tabernas. Cuando todavía corrían filas de soldados de Adarlan marchando fuera de tu territorio maldito gracias a los decretos de Dorian. Especialmente cuando esos soldados muy bien podrían marchar de vuelta aquí, y muy bien podrían optar por aliarse ellos mismos con el monstruo en Morath en lugar de su verdadero rey. —Si quieres tomar un baño —murmuró Rowan contra su cuello—, vi una piscina a un cuarto de milla atrás. Podrías calentarla… para los dos. Ella corrió sus uñas por el dorso de las manos de él, por sus antebrazos hacia arriba. —Podría hervir a todos los peces y las ranas dentro. Dudo que fuera muy agradable después. —Al menos tendríamos el desayuno preparado. Ella se rió en voz baja, y los dientes de Rowan rascaron el punto sensible en su cuello que se encontraba con su hombro. Aelin clavó los dedos en los poderosos músculos de sus antebrazos, saboreando la fuerza allí. —Los señores no van a estar aquí hasta el atardecer. Tenemos tiempo —sus palabras fueron sin aliento, apenas más que un susurro. Al cruzar la frontera, Aedion había enviado mensajes a los pocos señores de su confianza, coordinando la reunión que iba a pasar hoy –en este claro, que Aedion mismo había utilizado para reuniones de rebeldes encubiertas estos largos años. Habían llegado temprano a investigar el terreno, las trampas y ventajas. Ni rastro de cualquier ser humano merodeando: Aedion y la Perdición1 siempre se habían asegurado de que cualquier prueba fuera limpiada lejos de miradas hostiles. Su primo y su legendaria legión ya habían hecho tanto para garantizar la seguridad de Terrasen esta última década. Pero ellos todavía no estaban tomando ningún riesgo, incluso con los señores quienes antes habían sido hombres de la corte de su tío. —Podría ser tentador —dijo Rowan, mordiendo su oreja de una manera que hizo difícil pensar—. Necesito estar en mi camino en una hora —para explorar el terreno por delante por cualquier 1 La Perdición/The Bane: se refiere al ejército de Aedion.


amenaza. Besos como lengüetas de fuego cepillaron su mandíbula, su mejilla—. Y mantengo lo que dije. No te tomaré contra un árbol la primera vez. —No sería contra un árbol, sería en una piscina —una risa oscura contra su ahora ardiente piel. Fue un esfuerzo no tomar una de sus manos y guiarla hasta sus pechos, para rogarle que la tocara, que la tomara, que la probara—. Sabes, estoy empezando a pensar que eres un sádico. —Confía en mí, no me parece fácil, tampoco —tiró de ella un poco más fuerte contra él, dejándola sentir la evidencia empujando con impresionante demanda contra su trasero. Casi gimió ante eso, también. Entonces Rowan se apartó, y ella frunció el ceño ante la pérdida de su calor, por la pérdida de esas manos y ese cuerpo y esa boca. Se dio la vuelta, encontrando los ojos verde pino puestos en ella, y provocó una chispa a través de su sangre más brillante que cualquier magia. Pero él dijo: —¿Por qué estás tan coherente tan temprano? Ella le sacó la lengua. —Me hice cargo de la guardia de Aedion, desde que Lysandra y Ligera roncaban suficientemente fuerte como para despertar a los muertos —la boca de Rowan se crispó hacia arriba, pero Aelin se encogió de hombros—. No podía dormir de todos modos. Su mandíbula se tensó mientras miraba hacia donde el amuleto estaba oculto debajo de su camisa y la chaqueta de cuero oscuro encima de ella. —¿Está la Llave del Wyrd molestándote? —No, no es eso —había tenido que usar el amuleto después de que Evangeline lo hubiera robado directo de sus alforjas y se puso el collar. Sólo lo habían descubierto porque la niña había regresado de lavarse con el amuleto de Orynth mostrándolo con orgullo sobre sus ropas de viaje. Gracias a los dioses que habían estado profundamente en Oakwald en ese momento –pero Aelin no iba a tomar más riesgos. Especialmente ahora que Lorcan aún creía que tenía el auténtico. No habían oído del guerrero inmortal desde que salieron de Rifthold, y Aelin a menudo se preguntaba cuán lejos al sur había ido, si es que todavía no se había dado cuenta de que tenía una Llave del Wyrd falsa dentro del amuleto de Orynth igualmente falso. Si él había descubierto dónde estaban los otros dos escondidos por el rey de Adarlan y el Duque Perrington. No Perrington, sino Erawan. Un escalofrío se deslizó por su espalda, como si la sombra de Morath hubiese tomado forma detrás de ella y un dedo con garras la recorriera a lo largo de su columna vertebral. —Es sólo… esta reunión —dijo Aelin, agitando una mano—. ¿Podríamos haberla hecho en Orynth?


Fuera en el bosque es parecido a como estar a… capa y espada. Los ojos de Rowan se volvieron de nuevo al horizonte del norte. Al menos otra semana se extendía entre ellos y la ciudad –el único glorioso corazón de su reino. De este continente. Y cuando llegaran allí, sería un sinfín de consejos y preparativos y decisiones que sólo ella podía tomar. Esta reunión que Aedion había dispuesto no sería más que el comienzo todo. —Es mejor ir hacia la ciudad con los aliados establecidos que entrar sin saber lo que puedas encontrar —dijo Rowan al final. Él le dio una sonrisa irónica y dirigió una mirada mordaz a Goldryn, enfundada a través de su espalda, y a los diversos cuchillos atados a ella—. Y además pensé que ‘capa y espada’ era tú segundo nombre. Ella le ofreció un gesto vulgar a cambio. Aedion había sido tan cuidadoso con sus mensajes mientras armaban la reunión –había elegido este lugar lejos para evitar bajas de cualquier tipo posibles o los ojos de espías. Y a pesar de que él confiaba en los señores, de quien él a ella había familiarizado en estas últimas semanas, Aedion aún no los había informado de cuántos viajaban a su reunión, ni de los talentos que tenían. Solo por si acaso. No importaba que Aelin fuera portadora de un arma capaz de acabar con todo este valle, junto con las grises montañas Staghorn sobre él. Y eso era sólo su magia. Rowan jugó con un mechón de su cabello, que había crecido casi hasta sus pechos de nuevo. —¿Estás preocupada porque Erawan aún no ha hecho un movimiento? Ella succionó un diente. —¿Qué es lo está esperando él? ¿Estamos locos por esperar una invitación para marchar contra él? ¿O es que está dejando reunir nuestras fuerzas, dejándome volver con Aedion para conseguir a La Perdición y levantar a un ejército más grande alrededor, solo así él pueda disfrutar de nuestra total desesperación cuando fallemos? Los dedos de Rowan se detuvieron en su pelo. —Has oído al mensajero de Aedion. Esa explosión se llevó una buena parte de Morath. Él podría estar reconstruyéndose a sí mismo. —Nadie se ha atribuido la explosión así como que haya sucedido. No creo eso. —Tú no confías en nada. Ella lo miró a los ojos. —Confío en ti. Rowan rozó un dedo por su mejilla. La lluvia era intensa nuevamente, su golpeteo suave el único sonido por millas.


Aelin se puso de puntitas. Sintió los ojos de Rowan sobre ella todo el tiempo, sintió que su cuerpo le seguía con atención depredadora, mientras ella besaba la comisura de su boca, el arco de sus labios, la otra esquina. Suaves, burlones besos. Diseñados para ver cuál de ellos cedía en primer lugar. Rowan lo hizo. Con una inhalación brusca, la agarró por las caderas, tirando de ella contra él mientras inclinó su boca sobre la de ella, profundizando el beso hasta que sus rodillas amenazaban con doblarse. Su lengua rozó perezosamente –hábiles caricias que le decían a ella lo que él era capaz de hacer en otro lugar. Brasas chisporrotearon en su sangre, y el musgo debajo de ellos silbó mientras la lluvia se convertía en vapor. Aelin rompió el beso, con la respiración entrecortada, satisfecha de encontrar el propio pecho de Rowan subiendo y bajando en un ritmo irregular. Tan nuevo –lo que había entre ellos seguía siendo tan nuevo, tan… crudo. Absolutamente incontenible. El deseo era sólo el comienzo del mismo. Rowan hacía a su magia cantar. Y tal vez esa era la unión carranam entre ellos, pero… su magia quería bailar con la suya. Y por la escarcha chispeante en sus ojos, ella sabía que la de él exigía lo mismo. Rowan se inclinó hacia delante hasta que estuvieron frente a frente. —Pronto —prometió, con la voz ronca y baja—. Vamos a un lugar seguro en algún lugar defendible. Debido a que su seguridad siempre era lo primero. Para él, mantenerla protegida, mantenerla viva, siempre era lo primero. Él había aprendido de la manera difícil. Su corazón se tensó, y se echó hacia atrás para levantar una mano a su cara. Rowan leyó la suavidad de sus ojos, su cuerpo y su propia ferocidad inherente se deslizó en una dulzura que pocos podían ver. Su garganta le dolía por el esfuerzo de mantener las palabras. Había estado enamorada de él desde hace tiempo. Más de lo que quería admitir. Trató de no pensar en ello, si él sentía lo mismo. Esas cosas, esos deseos estaban en el fondo de una lista de prioridades muy, muy larga y sangrienta. Así que Aelin besó a Rowan suavemente, sus manos otra vez entrelazadas en su cadera. —Corazón de Fuego —dijo sobre su boca. —Buitre —murmuró en la suya. Rowan rió, el ruido resonando en su pecho. Desde el campamento, la dulce voz de Evangeline sonó a través de la lluvia:


—¿Ya es hora del desayuno? Aelin resopló. Efectivamente, Ligera y Evangeline ahora estaban empujando a la pobre Lysandra, tumbada como un leopardo fantasma junto al fuego de leña inmortal. Aedion, enfrente del fuego, estaba tan inmóvil como una roca. Ligera podría probablemente saltar sobre él a la próxima. —Esto no puede terminar bien —murmuró Rowan. Evangeline aulló: —¡Cooooomida! —Ligera contestó con un aullido un segundo más tarde. Entonces un rugido de Lysandra onduló hacia ellos, silenciando a la niña y perra. Rowan rió de nuevo y Aelin pensó que nunca podría cansarse de ello, esa risa. Esa sonrisa. —Debemos hacer el desayuno —dijo, volviéndose hacia el campamento—, antes de que Evangeline y Ligera saqueen todo el sitio. Aelin rió, pero miró por encima de su hombro a la selva que se extendía hacia Staghorns. Hacia los señores que eran la esperanza de hacer su camino hacia el sur –para decidir cómo iban a proceder con la guerra… y la reconstrucción de su reino roto. Cuando volvió a mirar, Rowan estaba a la mitad de camino al campo, el pelo dorado rojizo de Evangeline parpadeando mientras ella se dirigía a través de los árboles empapados, el príncipe pidiendo por tostadas y huevos. Su familia –y su reino. Dos sueños que creía perdidos, se dio cuenta cuando el viento del norte le revolvió el cabello. Que ella haría cualquier cosa –estropearse a sí misma, venderse a sí misma– para protegerlos. Aelin estaba a punto de dirigirse al campamento para alejar a Evangeline de la cocina de Rowan cuando notó el objeto en lo alto de la roca a través del arroyo. Despejó la corriente en un salto y estudió cuidadosamente lo que le habían dejado las hadas. Fabricado con las ramitas, telarañas, y escamas de pescado, el pequeño wyvern era alarmantemente precioso, sus alas extendidas y los colmillos de espinas rugiendo. Aelin dejó el wyvern donde estaba, pero sus ojos se desplazaron hacia el sur, hacia la antigua corriente de Oakwald, y Morath acechando mucho más allá de allí. Con Erawan renacido, esperando por ella con su horda de brujas Ironteeth y soldados Valg de infantería. Y Aelin Galathynius, Reina de Terrasen, sabía que el tiempo llegaría pronto para probar lo mucho que ella podría sangrar por Erilea.

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Era útil, Aedion Ashryver pensó, viajar con dos dotados con manipuladores mágicos. Especialmente durante el mal tiempo. Las lluvias se detuvieron durante todo el día, mientras se preparaban para la reunión. Rowan había volado hacia el norte dos veces para seguir el progreso de los señores, pero no los había podido rastrear por su olor. Nadie le hacía frente a los caminos notoriamente fangosos de Terrasen en este tiempo. Pero con Ren Allsbrook en su compañía, Aedion tenía pocas dudas de que ellos se quedarían ocultos hasta la puesta del sol de todos modos. A menos que el tiempo les hubiera retrasado. Lo que era una buena posibilidad. Un trueno retumbó, tan cerca que los árboles se estremecieron. Los relámpagos llegaron apenas un segundo después, haciendo parecer a las hojas empapadas con plata, iluminando el mundo con tal intensidad que sus sentidos Fae estaban cegados. Pero al menos estaba seco. Y cálido. Habían esquivado tanto a la civilización que Aedion apenas había presenciado o sido capaz de rastrear cuántos manipuladores mágicos se habían escapado escondiéndose, o quien ahora estaba disfrutando el regreso de sus dones. Sólo había visto a una niña, de no más de nueve, tejiendo zarcillos de agua por encima de la fuente en solitario de su pueblo para entretenerse y el placer de un grupo de niños. Caras de piedra, adultos con cicatrices habían mirado desde las sombras, pero ninguno había interferido para bien o para mal. Los mensajeros de Aedion ya habían confirmado que la mayoría de la gente ahora sabía que el rey de Adarlan había ejercido sus poderes oscuros para reprimir la magia estos últimos diez años. Pero aun así, dudaba que quienes habían sufrido su pérdida, luego del exterminio de su especie, pudieran cómodamente revelar sus poderes en cualquier momento. Al menos hasta que la gente como sus compañeros, y esa chica en la plaza, les mostraran al mundo que era seguro hacerlo. Que una chica con un don del agua podría garantizar a su pueblo y sus tierras de cultivo prosperidad. Aedion frunció el ceño hacia el cielo oscuro, girando distraídamente la Espada de Orynth entre sus manos. Incluso antes de que la magia hubiera desaparecido, se había producido un tipo de miedo por encima de todo, los portadores de magia siendo parias en el mejor de los casos, muertos en el peor de ellos. Cortes en cada territorio los habían buscado como espías y asesinos durante siglos. Pero su corte… Un ronroneo gutural encantado retumbó a través de su pequeño campamento, y Aedion desvió su mirada al tema de sus pensamientos. Evangeline estaba arrodillada sobre su colchoneta de dormir, tarareando mientras cepillaba suavemente el pelaje de Lysandra. Le había llevado días para acostumbrarse a la forma de leopardo fantasma. Años en los Staghorns acostumbrado a la reacción intensa de terror en él. Pero era Lysandra, garras replegadas, tendida sobre su vientre como en su sala de cepillado.


Espía y asesina de hecho. Una sonrisa tiró de sus labios en los ojos verdes pálido, párpados pesados con placer. Eso sería un buen espectáculo para los señores cuando llegaran. La cambiadora de forma había utilizado estas semanas de viaje para probar nuevas formas: pájaros, animales, insectos que tenían una tendencia a vibrar en su oído o morderlo. En raras ocasiones –tan raramente– Lysandra había tomado la forma humana que él había conocido de ella. Teniendo en cuenta todo lo que le habían hecho a ella y todo lo que se había visto obligada a hacer en ese cuerpo humano, Aedion no la culpaba. A pesar de que tendría que tomar forma humana pronto, cuando fuera presentada como una dama en la corte de Aelin. Se preguntó si ella usaría esa exquisita cara, o encontraría otra piel humana que le convendría. Más que eso, a menudo se preguntaba lo que se sentía ser capaz de cambiar hueso y piel y color, aunque él no había preguntado. Sobre todo porque Lysandra no había estado en forma humana el tiempo suficiente para hacerlo. Aedion se parecía a Aelin, sentada frente al fuego con Ligera tumbada en su regazo, jugando con las largas orejas de la perra –esperando como todos ellos. Su prima, sin embargo, estaba estudiando la antigua espada –la espada de su padre– que Aedion con tan poca ceremonia giraba y lanzaba de mano en mano, cada pulgada de la empuñadura de metal y el pomo de hueso roto tan familiar para él como su propia cara. El dolor brilló en sus ojos, tan rápido como el rayo encima, y luego desapareció. Ella le había regresado la espada a él en cuanto salieron de Rifthold, eligiendo mantener a Goldryn en su lugar. Había intentado convencerla para mantener la espada sagrada de Terrasen, pero ella había insistido en que estaba mejor en sus manos, que merecía el honor más que nadie, incluyéndola a ella. Se estaba volviendo más tranquila cuanto más al norte viajaban. Quizás semanas en la carretera la habían minado. Después de esta noche, dependiendo de lo que reportaran los señores, él intentaría encontrarle un lugar tranquilo para descansar por un día o dos antes de hacer el último tramo de la caminata a Orynth. Aedion desenroscó sus pies, envainando la espada al lado del cuchillo que Rowan le había regalado, y se dirigió a ella. La cola de Ligera lo golpeó a modo de saludo mientras se sentaba al lado de su reina. —Podrías necesitar un corte de pelo —dijo. De hecho, su pelo había crecido más de lo que él acostumbraba mantener—. Esta casi del mismo largo que el mío —Ella frunció el ceño—. Hace parecer que nos pusimos de acuerdo. Aedion resopló, acariciando la cabeza de la perra. —¿Y qué si lo hicimos? Aelin se encogió de hombros.


—Si quieres empezar a usar conjuntos a juego, estoy dentro. Él sonrió. —La Perdición nunca me dejaría olvidarlo. Su legión ahora acampaba en las afueras de Orynth, donde les había ordenado reforzar las defensas de la ciudad y esperar. Esperar a matar y morir por ella. Y con el dinero que Aelin había conseguido maquinando el asesinato de su antiguo maestro esta primavera, podrían comprarse un ejército para ayudar a La Perdición. Quizás mercenarios, también. La chispa en los ojos de Aelin murió un poco como si ella también considerara todo lo que implicaba estar al mando de su legión. Los riesgos y costos –no de oro, sino de sus vidas. Aedion podría haber jurado que la fogata parpadeó también. Ella se había sacrificado y luchado y casi muerto una y otra vez durante los últimos diez años. Sin embargo, él sabía que se resistía a enviar soldados –enviarlo a él– a luchar. Que, por encima de todo, sería su primera prueba como reina. Pero antes de eso… esta reunión. —¿Recuerdas todo lo que te dije acerca de ellos? Aelin le dio una mirada plana. —Sí, lo recuerdo todo, primo —ella le dio un golpecito en sus costillas, justo donde aún se seguía curando el tatuaje que Rowan le había pintado hace tres días. Todos sus nombres, entrelazados en un complejo nudo de Terrasen a la derecha cerca de su corazón. Aedion hizo una mueca mientras ella pinchó la carne dolorida, y él golpeó lejos sus manos mientras ella enumeraba—. Murtaugh era el hijo de un granjero, pero se casó con la abuela de Ren. A pesar de que no nació en la línea Allsbrook, sigue contando con un asiento, a pesar de tu insistencia en que Ren tome el título —ella miró hacia el cielo—Darrow es el propietario más rico después de su servidor, y más que eso, él controla a los pocos señores que sobreviven, principalmente a través de años de cuidadosa manipulación durante la ocupación de Adarlan —le dio una mirada lo suficientemente afilada para cortar la piel. Aedion levantó las manos. —¿Me puedes culpar por querer asegurarme de que todo vaya bien? Ella se encogió de hombros, pero no mordió el anzuelo. —Darrow era amante de tu tío —añadió, estirando las piernas delante de él—. Por décadas. Él nunca me ha hablado ni una vez sobre tu tío, pero… ellos eran muy cercanos, Aelin. Darrow no lamenta públicamente a Orlon más allá de lo necesario después de la muerte de un rey, pero se convirtió en un hombre diferente después. Es un duro bastardo ahora, pero aun así es una persona justa. Gran parte de lo que ha hecho ha sido por su amor eterno por Orlon y Terrasen. Su propia maniobra nos


mantuvo lejos de morir de hambre y en la miseria. Recuerda eso —de hecho, Darrow estaba en la delgada línea entre servir al Rey de Adarlan y debilitarlo. —Yo. Lo. Sé —dijo ella con fuerza. Empujó demasiado lejos –ese tono era probablemente su primera y última advertencia de que estaba empezando a enojarse. Se había pasado muchas de las millas que habían viajado en esos últimos días hablándole de Ren, y Murtaugh, y Darrow. Aedion sabía que ella podía probablemente ahora recitar sus tierras, sus cultivos y el ganado y los bienes que producían, sus antepasados, y los miembros de la familia muertos y sobrevivientes de esta última década. Pero presionarla una última vez, para asegurándose de que lo sabía… No podía eliminar sus instintos para asegurarse de que todo iría bien. No cuando había tanto en juego. Desde donde había estado posado en una rama alta para vigilar el bosque, Rowan chasqueó su pico y aleteo en la lluvia, navegando a través de su escudo como si se abriera para él. Aedion descansó a sus pies, explorando el bosque, escuchando. Sólo el goteo de la lluvia en las hojas llenó sus oídos. Lysandra se estiró, dejando al descubierto sus largos dientes mientras lo hacía, sus garras como agujas patinándose libres y brillando en la luz del fuego. Hasta que Rowan diera el visto bueno, hasta que fueran sólo los señores y nadie más, los protocolos de seguridad se mantendrían. Evangeline, como le habían enseñado, se arrastró al fuego. Las llamas se separaron como cortinas para permitirle el paso a ella y a Ligera, que sintiendo el miedo de la niña se mantuvo cerca, pasando a través de un anillo interior que no la quemaba. Pero que derretiría los huesos de sus enemigos. Aelin simplemente echó un vistazo a Aedion en una orden silenciosa, y él dio un paso hacia el lado occidental del fuego, Lysandra ocupó un lugar en la parte sur. Aelin tomó el norte, pero miraba al oeste, hacia donde Rowan aleteaba. Una brisa seca y caliente fluía a través de su pequeña burbuja, y las chispas bailaban como luciérnagas en los dedos de Aelin, su mano colgando casualmente a su lado. La otra tomaba a Goldryn, el rubí en su empuñadura brillaba como una llama. Las hojas se movían ligeramente y las ramas chasqueaban y la Espada de Orynth brillaba en oro y rojo a la luz de las llamas de Aelin mientras él desenvainaba. Ladeó la antigua daga que Rowan le había regalado en su otra mano. Rowan había estado enseñándole a Aedion –enseñándoles a todos ellos, en realidad– sobre las viejas costumbres estas semanas. Acerca de las tradiciones y códigos olvidados hace tiempo de los Fae, en su mayoría abandonadas, incluso en los tribunales de Maeve. Pero que renacerían aquí, y se sancionarían a partir de ahora, mientras caían en los roles y deberes que ellos habían resuelto y decidido para sí mismos. Rowan salió de la lluvia en su forma Fae, su cabello plateado pegado a la cabeza, su tatuaje marcado en su rostro bronceado. No había señales de los señores. Pero Rowan sostenía su cuchillo de caza contra la garganta desnuda de un hombre joven y de delgada nariz y lo condujo hacia el fuego –el extraño viajero estaba manchado con la ropa empapada y sostenía el escudo de Darrow con notable fastidio. —Un mensajero —dijo Rowan entre dientes.


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Aelin decidió en ese mismo momento que no le gustaban las sorpresas. Los ojos azules del mensajero estaban muy abiertos, pero su cara pecosa mojada por la lluvia estaba en calma. Estable. Incluso cuando vio a Lysandra, sus colmillos dorados con la luz del fuego. Incluso cuando Rowan lo empujó al frente, con ese cruel cuchillo todavía en su garganta. Aedion señaló con la barbilla hacia Rowan. —No puede entregar el mensaje con un cuchillo en su garganta. Rowan bajó su arma, pero el príncipe Fae no envainó el cuchillo. No se movió a más de un pie del hombre. Aedion demandó: —¿Dónde están? El hombre se inclinó ligeramente a su prima. —En una taberna, a cuatro millas de aquí, General. Las palabras murieron cuando Aelin al fin dio la vuelta a la curva del fuego. Mantuvo la flama alta, mantuvo a Evangeline y Ligera en su interior. El mensajero dejó escapar un pequeño ruido. Él sabía. Por la manera en que él mantenía la mirada entre ella y Aedion, viendo los mismos ojos, el mismo color de pelo… él sabía. Y como si el pensamiento le había golpeado, el mensajero se inclinó. Aelin observó la forma en que el hombre bajó los ojos, vio la parte trasera de su cuello expuesta, su piel brillaba con la lluvia. Su magia se calentó en respuesta. Y esa cosa –ese horrible poder colgando entre sus senos– parecía abrir un antiguo ojo en toda la conmoción. El mensajero se puso rígido, con los ojos abiertos ante la cercanía silenciosa de Lysandra, retorciéndose los bigotes mientras olía su ropa mojada. Él fue lo suficientemente inteligente como para permanecer quieto. —¿Está cancelada la reunión? —dijo Aedion de modo cortante, explorando el bosque de nuevo. El hombre hizo una mueca. —No, General, pero quieren que vayan a la taberna donde se están quedando. Debido a la lluvia. Aedion rodó los ojos.


—Ve a decirle a Darrow que arrastre su cuerpo hasta aquí. El agua no lo va a matar. —No es Lord Darrow —dijo el hombre rápidamente—. Con el debido respeto, Lord Murtaugh no ha estado bien este verano. Lord Ren no lo quería afuera en la oscuridad y la lluvia. El viejo había recorrido los reinos como un demonio del infierno esta primavera, recordó Aelin. Tal vez le había pasado factura. Aedion suspiro. —Sabes que necesitaremos explorar la taberna primero. La reunión será más tarde de lo que quieren. —Por supuesto, General. Ellos cuenta con eso —el mensajero se encogió cuando por fin vio a Evangeline y a Ligera dentro del anillo de fuego seguras. Y a pesar del príncipe Fae armado junto a él, a pesar del leopardo fantasma con las garras desenvainadas que lo olía, la visión del fuego de Aelin hizo su cara palidecer—. Pero ellos están esperando y Lord Darrow es impaciente. El estar fuera de las paredes Orynth lo pone ansioso. Nos pone a todos ansiosos, en estos días. Aelin resopló suavemente. Por supuesto.


Capítulo 3 Traducido por Sergio Palacios Corregido por Cotota

Manon Blackbeak estaba de pie con su atención fija hacia un extremo del largo y, oscuro puente en Morath, mientras observaba a las brujas de su abuela descender de las nubes grises. Incluso con las columnas y pilares de humo de las incontables forjas, los ropajes color obsidiana de la Gran Bruja del Clan de Brujas Blackbeak era inconfundible. Nadie más se vestía como la Matrona. Su grupo de brujas barrió sobre la cobertura de nubes, manteniendo una respetable distancia de la Matrona, y un jinete extra flanqueando su masivo ser. Manon, sus Trece en rango detrás de ella, no hicieron ningún movimiento mientras los wyverns y sus jinetes aterrizaban en las piedras negras del patio a través del puente. A lo lejos, el murmullo de un inmundo y arruinado río rugía, haciendo competencia con el ruido del roce de piedras y el crujir de alas. Su abuela había venido a Morath. O lo que quedaba de ello, cuando un tercio no era nada más que escombros. Asterin silbó mientras la abuela de Manon desmontaba en un suave movimiento, frunciendo el ceño hacia la negra fortaleza que se asomaba arriba de Manon y sus Trece. El Duque Perrington estaba esperando en su cámara de consejo, y Manon no tenía duda de que su mascota, Lord Vernon, haría su mejor intento para socavar y sacudirla en cada vuelta. Si Vernon fuera a hacer un movimiento para deshacerse de Manon, sería ahora, cuando su abuela estaba viendo por ella misma lo que Manon había logrado hacer. Y fallado en hacer. Manon mantuvo su espalda recta mientras su abuela se encaminaba a través del ancho puente, sus pasos ahogados por la corriente del río, el aleteo de alas distantes, y de esas forjas trabajando día y noche para equipar a su ejército. Cuando ella vio el blanco en los ojos de su abuela, Manon hizo una reverencia. El crujir de ropas agitándose le hizo saber que sus Trece habían hecho lo mismo. Cuando Manon levantó su cabeza, su abuela estaba frente a ella. Muerte, crueldad y astucia, esperaba en esa mirada de ónix y motas doradas. —Llévame con el duque —le dijo la Matrona en forma de saludo.


Manon sintió a sus Trece ponerse rígidas. No por las palabras, sino por el grupo de brujas de la Gran Bruja siguiéndole sus talones. Extraño, tan extraño de ellas el seguirla, el protegerla. Pero esta era una ciudadela de hombres, y demonios. Y esta podía ser una estancia extendida, si no es que permanente, a juzgar por el hecho de que su abuela había traído consigo a la hermosa joven bruja de pelo negro que actualmente calentaba su cama. La Matrona sería una tonta si no hubiera traído protección extra. Incluso si las Trece habían sido siempre suficiente. Debían ser suficiente. Era un esfuerzo no mostrar sus uñas de hierro ante la amenaza imaginable. Manon hizo una reverencia una vez más y se giró hacia las imponentes puertas abiertas de Morath. Las Trece se separaron de Manon y la Matrona mientras ellas pasaron, y luego se cerraron en rango como un velo letal. No había oportunidades de error, no cuando se trataba de la heredera y la Matrona. Los pasos de Manon eran casi silenciosos mientras guiaba a su abuela a través de los pasillos oscuros, las Trece y el grupo de brujas de la Matrona siguiéndolas de cerca. Los sirvientes, haya sido por espiar o instinto humano, no estaban por ningún lado. La Matrona habló mientras descendían la primera de las muchas escaleras en forma de espiral hacia la nueva cámara de consejo del duque: —¿Algo que reportar? —No, Abuela —Manon evitó el impulso de mirar de soslayo a la bruja, al pelo negro con rayas grises, los pálidos rasgos tallados con viejo odio, los dientes oxidados permanentemente mostrados. La cara de la Gran Bruja que había marcado a la Segunda de Manon. Aquella que había lanzado al fuego al hijo muerto de Asterin, negándole el derecho de sostenerlo siquiera una vez. Aquella quien había golpeado y quebrado a su Segunda, aventándola a la nieve a morir, y mentido a Manon por casi un siglo. Manon se preguntaba qué pensamientos ahora se agitaban en la mente de Asterin mientras caminaban. Se preguntaba qué pasaba por la mente de Sorrel y Vesta, quienes habían encontrado a Asterin en la nieve. Y luego la sanaron. Y nunca le dijeron nada a Manon sobre ello, tampoco. La criatura de su abuela, eso era lo que Manon era. Nunca se había visto como algo odiable. —¿Descubriste la causa de la explosión? —las ropas de la Matrona se remolinaban detrás de ella mientras entraban al largo y estrecho pasillo hacia la cámara de consejo del duque. —No, Abuela. Esos ojos oscuros con motas doradas le miraron. —Que conveniente, Líder del Ala, que te quejes sobre los experimentos de crianza del duque, sólo para que las Yellowlegs se hayan incinerado días después —le espetó su abuela.


A buena hora, Manon casi dijo. A pesar de los grupos de brujas perdidos en la explosión, fue una maldita, buena suerte que esos engendramientos de esas brujas de Yellowlegs-Valg hayan parado. Pero Manon sintió, más que escuchar, la atención de sus Trece puesta en la espalda de su abuela. Y quizás algo como miedo se asentó en Manon. Hacia la acusación de la Matrona, y la línea que sus Trece estaban marcando. Que habían marcado desde hace mucho tiempo. Desafío. Eso es lo que había sido en estos meses pasados. Si la Gran Bruja sabía de ello, ataría a Manon a un poste y la azotaría hasta que su piel estuviera colgando en tiras. Haría a las Trece observar, para probar su carencia de poder para defender a su heredera, y después les haría lo mismo a ellas. Tal vez echando agua salada en ellas una vez terminado. Y después hacerlo de nuevo, día tras día. Manon dijo fríamente: —Escuché el rumor de que fue la mascota del duque, esa humana. Pero como fue incinerada en el fuego, nadie lo pudo confirmar. No quise desperdiciar tu tiempo con chismes y teorías. —Ella estaba atada a él. —Parece que su Fuego Sombra no lo estaba —Fuego Sombra, el enorme poder que habría derretido a sus enemigos en cuestión de latidos cuando lo combinaran con esas torres de espejos alineados que las tres Matronas habían construido durante la Brecha Ferian. Pero con Kaltain muerta… también lo estaba la amenaza de aniquilación pura. Incluso si el duque no sufriría con otro maestro ahora que su rey estaba muerto. Rechazaría la reclamación del Príncipe Heredero al trono. Su abuela no dijo nada mientras continuaron su camino adelante. La otra pieza del tablero, el príncipe de ojos zafiro quien había estado esclavizado a un príncipe Valg. Ahora libre. Y aliado con la joven reina de pelo dorado. Llegaron a las puertas del concejo, y Manon borró todo pensamiento de su cabeza mientras los guardias con la cara blanca les abrían las puertas negras para ellas. Los sentidos de Manon se afinaron a una calma asesina en el momento que puso sus ojos en la piedra de ébano y a quien estaba de pie frente a ella. Vernon: alto, larguirucho, con su sonrisa de satisfacción, vestido del verde de Terrasen. Y un hombre de pelo rubio, con su rostro blanco como el marfil. No había señal del duque. El extraño se giró hacia ellos. Incluso su abuela hizo una pausa. No a la belleza del hombre, no a la fuerza de su esculpido cuerpo y las finas prendas negras que vestía. Pero a esos ojos dorados. Gemelos a los de Manon.


Los ojos de los Reyes del Valg.

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Manon observó las salidas, las ventanas, las armas que podía usar cuando pelearan hacia su salida. El instinto la tenía dando un paso delante de su abuela; el entrenamiento la tenía palpando dos cuchillas antes de que los ojos dorados del hombre parpadearan siquiera. Pero el hombre fijó esos ojos del Valg en ella. Sonrió. —Líder del Ala —miró a su abuela e inclinó su cabeza—. Matrona. La voz era carnal y dulce y cruel. Pero el tono, la demanda en él… Algo en la sonrisa de Vernon ahora se veía más tenso, su piel tan pálida. —¿Quién eres tú? —le dijo Manon al extraño, más una orden que una pregunta. El hombre movió su barbilla bruscamente a los asientos vacíos en la mesa. —Tú sabes perfectamente quien soy, Manon Blackbeak. Perrington. En otro cuerpo, de alguna forma. Porque… Porque esa cosa mística, asquerosa que ella algunas veces vislumbró al mirar a esos ojos… ahí estaba, en carne y hueso. La dura cara de la Matrona le dijo que ella ya había adivinado. —Crecí cansado de vestir esa carne flácida —dijo, deslizándose con gracia felina hacia la silla al lado de Vernon. Una ola de largos y poderosos dedos—. Mis enemigos saben quién soy. Mis aliados lo saben también. Vernon inclinó su cabeza y murmuró: —Mi Señor Erawan, si te complace, permíteme ofrecerle a la Matrona una bebida. Su viaje ha sido largo. Manon juzgó al hombre alto. Dos regalos había ofrecido: respeto a su abuela, y el conocimiento sobre el verdadero nombre del duque. Erawan. Se preguntó que sabría sobre él Ghislaine, quien hacía guardia en el pasillo más allá. El rey Valg asintió en aprobación. El Lord de Perranth se empujó a la pequeña mesa de buffet contra la pared, agarrando un jarro mientras Manon y la Matrona se deslizaban hacia los asientos frente al rey demonio.


Respeto, algo que Vernon no le había ofrecido sin hacerle caras primero. Pero ahora… Tal vez ahora que el Lord de Perranth se había dado cuenta del tipo de monstruo que sostenía su correa, estaba desesperado por aliados. Sabía, quizás, que Manon… que Manon había de hecho formado parte de esa explosión. Manon aceptó la copa tallada en forma de cuerno de agua que Vernon puso frente a ella pero no bebió. Tampoco su abuela. Al otro lado de la mesa, Erawan sonrió vagamente. Ni oscuridad, ni corrupción salían de él, como si fuera lo suficientemente poderoso para mantenerla contenida, oculta y sin ser notada, salvo por sus ojos. Los ojos de ella. Detrás de ellos, el resto de las Trece y el grupo de su abuela permanecían en el pasillo, sólo sus Segundas se mantuvieron en el cuarto una vez que las puertas fueron selladas de nuevo. Atrapándolas con el rey Valg. —Entonces —dijo Erawan, mirándolas en una forma que tuvo a Manon apretando sus labios para evitar mostrar sus dientes—. ¿Están las fuerzas en la Brecha Ferian preparadas? —Se moverán a la puesta del sol —dijo su abuela, dando una breve inclinación de su barbilla—. Estarán en Rifthold dos días después de eso. Manon no se atrevió a girar en su asiento. —¿Estás mandando al ejército a Rifthold? —Te estoy mandando a ti a Rifthold —el rey demonio le dio una mirada estrecha—, a que tomes de vuelta la ciudad. Cuando hayas terminado tu tarea, la legión de Ferian se estacionará ahí bajo el comando de Iskra Yellowlegs. A Rifthold. A finalmente, finalmente pelearían, para ver qué cosas podían hacer sus wyverns en batalla– —¿Ellos sospechan del ataque? Una sonrisa sin vida. —Nuestras fuerzas se moverán lo suficientemente rápido para que cualquier voz los alcance —sin duda por qué esta información había sido guardada hasta ahora. Manon golpeó su pie contra el suelo, estando ya ansiosa por moverse, para comandar órdenes a las otras en preparaciones. —¿Cuántos grupos de brujas debo llevar al norte? —Iskra vuela con la segunda mitad de nuestra legión aérea. Creo que sólo unos pocos grupos de brujas de Morath serán necesarios —un reto, y una prueba.


—Volaré con mis Trece y con dos grupos de brujas como escoltas —consideró Manon. No había necesidad para sus enemigos el tener un buen conteo de cuántos grupos de brujas volaban en la legión aérea, o para la totalidad de ir cuando ella apostaría buen dinero de que incluso las Trece serían suficientes para saquear la capital. Erawan sólo inclinó su cabeza en acuerdo. Su abuela le dio un muy apenas perceptible asentimiento, lo más cerca que podía recibir de ella como un tipo de aprobación. Manon preguntó: —¿Qué hay sobre el príncipe? —Rey. Rey Dorian. Su abuela le disparó una mirada, pero el demonio dijo: —Quiero que tú personalmente lo traigas a mí. Si él sobrevive el ataque. Y con la fiera reina ahora fuera, Dorian Havilliard y su ciudad estaban indefensas. Importaba poco para ella. Esto era la guerra. Pelea esta batalla, y ve a casa a los Wastes1 al final de ella. Incluso si este hombre, el rey demonio, podría muy bien incumplir su palabra. Se encargaría de eso después. Pero primero… batalla abierta. Ella ya podía escuchar su canto salvaje correr por sus venas. El rey demonio y su abuela estaban hablando de nuevo, y Manon mandó lejos la melodía de escudos chocando y espadas desenvainadas lo suficiente para procesar sus palabras. —Una vez que la capital esté asegurada, quiero esos botes en el Avery. —¿Los hombres del Lago Plateado están de acuerdo? —su abuela estudió el mapa acomodado en la mesa con suaves piedras. Manon siguió la mirada de la Matrona al Lago Plateado, y el otro fin del Avery, y a su ciudad, ubicada contra los Colmillos Blancos: Anielle. Perrington –Erawan– encogió sus hombros. —Su lord no ha declarado aún una alianza conmigo o con el niño rey. Sospecho que cuando la palabra le llegue de la perdición de Rifthold, encontraremos a sus mensajeros arrastrándose a nuestras puertas —hubo destello de una sonrisa—. Su Fortaleza a lo largo de las Cascadas Occidentales del lago aún tiene cicatrices de la última vez que mis ejércitos marcharon por ahí. He visto los interminables monumentos en Anielle de esa guerra, su lord sabrá que tan fácil puedo convertir su ciudad en un osario2. Manon estudió de nuevo el mapa, guardando para sí las preguntas. Viejo. El rey Valg era tan viejo que la hacía sentir joven. Que hacía ver a su abuela como un niño, 1

Los Wastes son las tierras a las que pertenecían las Brujas Ironteeth pero las Brujas Crochan se las arrebataron, desterrándolas.

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Osario: lugar donde se depositan los huesos. Usualmente encontrado en cementerios.


también. Tonta, quizás su abuela había sido una tonta por venderlas a una alianza involuntaria con esta criatura. Se obligó a sí misma a encontrarse con la mirada de Erawan. —Con fortalezas en Morath, Rifthold, y Anielle, eso sólo cubre la mitad de Adarlan del sur. ¿Qué hay del norte de la Brecha Ferian? ¿O el sur de Adarlan? —Bellhaven se mantiene bajo mi control, sus señores y mercaderes aman su oro demasiado. Melisande… —los ojos dorados del rey demonio se fijaron en la zona occidental del país a través de las montañas—. Eyllwe permanece destrozado debajo de ella, Fenharrow es un caos árido hacia el este. El mejor interés de Melisande es continuar aliando sus fuerzas con las mías, especialmente cuando Terrasen no tiene ni un cobre de su nombre —la mirada del rey deambuló hacia el norte—. Aelin Galathynius habrá llegado a su lugar ahora. Y cuando Rifthold se haya ido, ella también encontrará que tan sola está en el Norte. La heredera de Brannon no tiene aliados en este continente. Ya no. Pero Manon notó la manera en la que los ojos del rey demonio se lanzaban hacia Eyllwe, sólo por un parpadeo. Miró a su abuela, quien permanecía pasiva aún, mirando a Manon con una expresión que prometía una muerte segura si seguía empujando más lejos. Pero Manon le dijo a Erawan: —Tu capital es el corazón de tu comercio. Si desato mi legión sobre él, vas a tener pocos aliados humanos… —La última vez que miré, Manon Blackbeak, era mi legión. Manon sostuvo la mirada de Erawan, a pesar de que le hacía sentirse vulnerable. —Vuelve Rifthold una completa ruina —dijo secamente—, y los gobernantes como el Lord de Anielle o la Reina de Melisande o los Señores de Fenharrow podrían muy bien encontrar que vale la pena el intentar arrasar contra ti. Si destruyes tu propia capital, ¿Por qué habrían ellos de creer tus reclamaciones hacia una alianza? Envía un mensaje delante de nosotros que el rey y la reina son enemigos del continente. Establécenos como liberadores de Rifthold, no conquistadores, y tendrás a los otros gobernantes pensando las cosas dos veces antes de aliarse con Terrasen. Saquearé la ciudad lo suficiente para ti para mostrar nuestro poder, pero mantén a las brujas Ironteeth lejos de convertirlo en escombros. Esos ojos dorados se abrieron en consideración. Ella sabía que su abuela estaba a una palabra más de clavar sus uñas bajo la mejilla de Manon, pero mantuvo sus hombros hacia atrás. A ella no le importaba la ciudad, o la gente. Pero esta guerra podría de hecho tornarse contra ellos si la aniquilación de Rifthold unía a sus enemigos dispersados. Y retrasar a las Blackbeak de regresar a los Wastes. Los ojos de Vernon destellaron para encontrarse con los de ella. Miedo, pero cálculo. —La Líder del Ala tiene un punto, mi señor —le murmuró a Erawan. ¿Qué sabía Vernon que ella


no? Pero Erawan ladeó la cabeza, deslizando su dorado cabello sobre su frente. —Es por eso que eres mi Líder del Ala, Manon Blackbeak, y por qué Iskra Yellowlegs no ganó la posición. El disgusto y el orgullo se pelearon en ella, pero solo asintió. —Una cosa más. Ella permaneció quieta, esperando. El demonio rey se acomodó en su asiento. —Hay una muralla de cristal en Rifthold. Imposible no verla —ella lo sabía, se había puesto en lo alto de ella—. Daña a la ciudad lo suficiente para infundir miedo, para mostrar nuestro poder. Pero esa muralla… derrúmbala. Lo único que pudo decir fue: —¿Por qué? Esos ojos dorados hirvieron lento como carbones calientes. —Porque destruir ese símbolo quebrará los espíritus de los hombres tanto como lo haría un baño de sangre. Esa muralla de cristal, el poder de Aelin Galathynius. Y la misericordia. Manon mantuvo la mirada el tiempo suficiente para asentir. El rey apuntó su barbilla hacia las puertas indicando un silencioso despido. Manon estaba fuera del cuarto antes de que él se girara hacia Vernon. No se le ocurrió hasta que estaba muy lejos que debió haberse quedado a proteger a su Matrona.

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Las Trece no hablaron hasta que llegaron a su armería personal en el campamento del ejército abajo, ni habían arriesgado una palabra mientras ensillaban a sus wyverns en su nuevo nido. Barriendo a través del humo y la oscuridad que siempre envolvía Morath, los dos grupos de brujas escolta que Manon había seleccionado –ambos Blackbeak– se dirigieron a sus propias armerías. Bien. Ahora de pie en el barro del piso del valle afuera del adoquinado laberinto de forjas y tiendas, Ma-


non le dijo a sus Trece: —Volamos en treinta minutos —detrás de ellas, herreros y personal estaban apresurándose para poner la armadura a los wyverns encadenados. Si ellos eran inteligentes, o rápidos, no se moverían entre esas fauces. De inmediato, el wyvern azul cielo de Asterin estaba con sus ojos midiendo al hombre cerca de ella. Manon se vio medio tentada de ver si le daría una mordida, pero le dijo a su grupo de brujas: —Si tenemos suerte, llegaremos antes que Iskra y estableceremos la línea de como un saqueo se lleva a cabo. Si no lo somos, buscaré a Iskra y su grupo de brujas al llegar y detendré la masacre. Dejen al príncipe para mí —no se atrevió a mirar a Asterin mientras lo decía—. No tengo duda alguna de que las Yellowlegs intentarán reclamar su cabeza. Detengan a cualquier que se atreva a tomarla. Y quizás ponerle un fin a Iskra también. Los accidentes ocurren todo el tiempo en batallas. Las Trece hicieron una reverencia en consentimiento. Manon sacudió su cabeza sobre su hombro, a la armería bajo las tiendas con lonas de mala calidad. —Completamente armadas —les dirigió una amplia sonrisa—. No queremos hacer nuestra gran aparición si no vamos a vernos de otra forma que con nuestro mejor aspecto. Doce sonrisas iguales respondieron la suya, y se fueron, dirigiéndose hacia las mesas y maniquíes donde su armadura había sido cuidadosa y meticulosamente construida los meses pasados. Sólo Asterin permaneció a su lado mientras Manon agarraba a Ghislaine por un brazo cuando la centinela de pelo rizado pasó a su lado. Ella murmuró sobre los golpes metálicos de la forja y los rugidos de los wyverns: —Dime lo que sabes sobre Erawan —Ghislaine abrió su boca, de piel oscuro pálido, y Manon espetó—. Concisamente. Ghislaine tragó saliva, asintiendo mientras el resto de Las Trece se preparaba detrás de ellas. La guerrera susurró de manera que sólo Manon y Asterin pudieran escuchar. —Él era uno de los tres reyes del Valg quienes invadieron el mundo en el inicio de los tiempos. Los otros dos fueron ya sea asesinados, o enviados de vuelta a su mundo oscuro. Se quedó varado aquí, con un pequeño ejército. Huyó a este continente después de que Maeve y Brannon aplastaran sus fuerzas, y duró miles de años reconstruyendo sus números en secreto, muy en lo profundo de los Colmillos Blancos. Cuando él estuvo listo, cuando se dio cuenta que la flama del Rey Brannon estaba atenuándose, Erawan lanzó su ataque para reclamar el continente. La leyenda cuenta que fue derrotado por la misma hija de Brannon y su pareja humana. —Parece que la leyenda es falsa —resopló Asterin. —Alístate —dijo Manon soltando el brazo de Ghislaine—. Diles a las otras cuando puedas. Ghislaine inclinó su cabeza y se dirigió hacia el arsenal.


Manon ignoró la mirada de Asterin. Ahora no era momento para tener esa conversación. Encontró al herrero mudo en su forja usual, sudor corriendo por su frente manchada en hollín. Pero sus ojos eran fuertes, tranquilos, mientras él hacía a un lado la lona de la carpa de su mesa de trabajo para revelar su armadura. Pulida, lista. El traje de metal oscuro había sido formado como un wyvern a escala. Manon corrió un dedo a través de las placas superpuestas y levantó un guante, perfectamente formado para su propia mano. —Es hermoso. Horrible, pero hermoso. Se preguntó qué diría él del hecho de que había forjado esa armadura para ella que vestiría mientras iba a terminar las vidas de sus compatriotas. Su rostro colorado no reveló nada. Se despojó de su capa roja y comenzó a ponerse la armadura pieza por pieza. Se deslizó sobre ella como una segunda piel, flexible y maleable donde necesitaba serlo, inflexible donde su vida dependía de ello. Cuando hubo terminado, el herrero le miró y asintió, después se agachó debajo de su mesa para poner otro objeto sobre ella. Por un momento, Manon sólo pudo quedarse viendo su casco coronado. Había sido forjado del mismo metal oscuro, la nariz y frente formadas para que la mayoría de su cara permaneciera en sombras, salvo por su boca. Y sus dientes de hierro. Las seis lanzas de la corona sobresalían hacia arriba como pequeñas espadas. El casco de un conquistador. El casco de un demonio. Manon sintió los ojos de Sus Trece, ya armadas, sobre ella mientras escondía su cabello en el cuello de su armadura y se colocaba el casco sobre su cabeza. Encajó fácilmente, el interior frío contra su piel caliente. Incluso con las sombras que escondían la mayoría de su rostro, podía ver al herrero con perfecta claridad mientras su barbilla bajaba en aprobación. Ella no tenía idea de porqué se molestó, pero Manon se encontró a sí misma diciendo: —Gracias. Otro gesto poco profundo fue su única respuesta antes de que ella se retirara de su mesa. Los soldados se hicieron a un lado de su camino mientras ella señalaba a Sus Trece y montaba a Abraxos, su wyvern brillando en su nueva armadura. No miró hacia atrás a Morath mientras se elevaba a los cielos grises.


Capítulo 4 Traducido por Sergio Palacios Corregido por Cotota

Aedion y Rowan no dejaron que el mensajero de Darrow se fuera para advertirles a los señores de su llegada. Si ésta era una maniobra para mantenerlos en pasos desiguales, a pesar de todo lo que Murtaugh y Ren habían hecho por ellos esta primavera, entonces ellos iban a tomar ventaja de cualquier forma que pudieran. Aelin supuso que debía haber tomado el clima tormentoso como un presagio. O tal vez la edad de Murtaugh proveía una excusa conveniente para Darrow para ponerla a prueba. Controló su temperamento ante el pensamiento. La taberna estaba erigida en un cruce justo dentro de la maraña de Oakwald. Con la lluvia y la noche llegando, estaba lleno, y tuvieron que pagar el doble para guarecer a sus caballos. Aelin estaba claramente consciente de que una palabra de ella, una chispa delatora de su fuego, habría vaciado no sólo los establos, sino la taberna misma. Lysandra se había retirado poco más de medio kilómetro atrás, y para cuando ellos llegaron, se escabulló por los arbustos y asintió con su cabeza empapada. Todo despejado. Dentro de la posada, no había ni un cuarto disponible para renta, y la taberna misma estaba llena de viajeros, cazadores, y quienes escapaban del aguacero. Algunos inclusive se sentaban contra las paredes, y Aelin suponía que así sería como más o menos sus amigos y ella pasarían la tarde una vez concluyera la reunión. Varias cabezas se giraron hacia ellos cuando entraron, pero las capuchas y mantas cubrían sus rostros y armas, y esas cabezas rápidamente se giraron de vuelta a sus bebidas, cartas, o canciones de borrachos. Lysandra finalmente había vuelto a su forma humana, y fiel a su juramento meses atrás, sus una vez pechos grandes eran ahora pequeños. A pesar de lo que les esperaba en el comedor privado en la parte trasera de la posada, Aelin volteó a ver la mirada de la cambia-formas y sonrió. —¿Mejor? —le murmuró sobre la cabeza de Evangeline mientras el mensajero de Darrow, con Aedion a su lado, pasaban entre la multitud. —Oh, no tienes una idea —la cara de Lysandra era un tanto salvaje. Detrás de ellos, Aelin podía jurar que escuchó a Rowan reírse entre dientes.


El mensajero y Aedion tomaron un pasillo, la lámpara oscura parpadeando entre las gotas de lluvia todavía deslizándose sobre el redondo y marcado escudo colocado atrás de la espalda de su primo. El Lobo del Norte, quien, aunque había ganado batallas con su velocidad y fuerza Fae, se había ganado el respeto y la lealtad de su legión como un hombre, como un humano. Aelin, aun en su forma Fae, se preguntó si debió haberse cambiado de forma. Ren Allsbrook esperaba ahí. Ren, otro amigo de la infancia, a quien ella casi mataba, a quien intentó matar este invierno pasado, y quien no tenía idea de quién realmente era ella. Quien se había quedado en su apartamento sin saber que le pertenecía a su reina perdida. Y Murtaugh... ella tenía vagas memorias del hombre, en su mayoría recuerdos de él sentado en la mesa de su tío, deslizándole a ella tartas de moras. Cualquier bien que quedaba, cualquier pizca de seguridad, era gracias a Aedion, las abolladuras y marcas estropeando su escudo como prueba absoluta de ello, y de los tres hombres que la esperaban. Los hombros de Aelin comenzaron a inclinarse hacia dentro, pero Aedion y el mensajero hicieron una pausa ante la puerta de madera, tocando una vez. Ligera acarició su pantorrilla, con su cola meneándose, y Aelin le sonrió al can, quien se sacudió de nuevo, lanzando gotas de agua. Lysandra resopló. Traer un perro mojado a una junta secreta, muy de la realeza. Pero Aelin se había prometido a ella misma, meses y meses atrás, que no iba a pretender ser nadie más que ella misma. Se había arrastrado a través de la oscuridad, la sangre y la desesperación, y ella había sobrevivido. E incluso Lord Darrow podía ofrecer hombres y fondos para la guerra... ella tenía ambas cosas, también. Más serían mejor, pero ella no traía las manos vacías. Había logrado esto por ella misma. Para todos ellos. Aelin enderezó sus hombros mientras Aedion se paraba en el cuarto, hablando ya con las personas que estaban adentro. —Solo ustedes bastardos nos harían caminar hasta aquí bajo la lluvia porque no se quisieron mojar. Ren, te ves apagado, como siempre. Murtaugh, siempre es un placer. Darrow... tu cabello luce tan mal como el mío. Alguien dentro dijo con una voz fría y cortante: —Dada la discreción con la que arreglaste esta reunión, uno pensaría que te estás escabullendo entre tu propio reino, Aedion. Aelin llegó a la puerta entreabierta, debatiéndose sobre si valía la pena interrumpir la conversación para decirles a esos tontos dentro que mantuvieran su boca cerrada, pero… Lo hicieron. Con sus oídos Fae, ella podía percibir más sonidos que los humanos promedio. Dio un paso delante de Lysandra y Evangeline, dejándoles entrar detrás de ella mientras hacia una pausa en la entrada de la puerta para inspeccionar el comedor privado. Una ventada, agrietada para calmar el sofocante calor de la posada. Una larga mesa rectangular ante una crepitante chimenea, plagada de platos vacíos, migas, bandejas vacías de comida. Dos ancianos estaban sentados ahí, uno con un mensajero susurrando algo tan quedo para sus oídos


Fae para escucharlo, antes de que hiciera una reverencia a todos y se saliera del cuarto. Ambos ancianos se enderezaron mientras miraban pasando donde Aedion estaba en la mesa, hacia ella. Pero Aelin enfocó su mirada al hombre de pelo negro quien estaba por la chimenea, un brazo apoyado contra el mantel, su aperlada cara llena de cicatrices y pozos. Recordaba esas espadas gemelas en su espalda. Esos oscuros y quemantes ojos. Su boca se había secado para cuando se hizo para atrás la capucha. Ren Allsbrook comenzó. Pero los ancianos se habían levantado de sus sillas. Ella conocía a uno de ellos. Aelin no sabía cómo no reconoció a Murtaugh aquella noche cuando había ido al almacén para matar a tantos de ellos. Especialmente cuando había sido él quien detuvo la masacre. El otro anciano, sin embargo... aunque con arrugas, su rostro se mostraba fuerte, resistente. Sin mostrar sorpresa o felicidad o calidez. Un hombre quien solía salirse con la suya, quien era obedecido sin cuestionamiento. Su cuerpo era delgado pero fuerte, y su columna seguía recta. Un guerrero no de espada, sino de mente. Su tío abuelo, Orlon, había sido ambas. Y amable, nunca había escuchado una palabra de coraje o severidad de Orlon. Este hombre, sin embargo... Aelin sostuvo la mirada en esos ojos grises de Darrow, un predador reconociendo a otro. —Lord Darrow —dijo ella, inclinando su cabeza. Ella no pudo evitar su sonrisa torcida—. Luce tostado. El rostro de Darrow permaneció impasible. Nada impresionado. Muy bien, entonces. Aelin observó a Darrow, esperando, negándose a romper su mirada hasta que le hiciera una reverencia. Un leve movimiento de su cabeza fue todo lo que pudo ofrecerle. —Un poco más abajo —le ronroneó. Darrow no hizo tal cosa. Fue Murtaugh quien se inclinó profundamente hasta la cintura y dijo: —Majestad. Nos disculpamos por enviar al mensajero a buscarles, pero mi nieto se preocupa por mi salud —dijo con un intento de sonrisa—. Para mi disgusto. Ren ignoró a su abuelo y retiró el mantel, los sonidos de sus botas el único sonido mientras rodeaba la mesa. —Lo sabías —le dijo a Aedion.


Lysandra, sabiamente, cerró la puerta y le ofreció a Evangeline y a Ligera el irse a la ventana, a observar si habían ojos escudriñando. Aedion le dirigió a Ren una breve sonrisa. —Sorpresa. Antes de que el joven lord pudiera replicar, Rowan se posó al lado de Aelin y se quitó la capucha. Los hombres se pusieron rígidos mientras el guerrero Fae era revelado en su gloria, violencia brillando ya en sus ojos. Estos puestos ya en Lord Darrow. —Vaya, esa es una mirada que no había visto en años —murmuró Darrow. Murtaugh controló su sorpresa, y quizás su miedo, lo suficiente para extender una mano hacia las sillas vacías frente a ellos. —Por favor, siéntense. Mil disculpas por el desorden. No nos habíamos dado cuenta de que el mensajero los iba a traer tan rápido —Aelin no hizo ningún gesto para sentarse. Tampoco sus compañeros. Murtaugh agregó—. Podemos ordenar comida fresca si lo desean. Deben estar hambrientos —Ren le disparó a su abuelo una mirada incrédula que le dijo a ella todo lo que necesitaba saber sobre la opinión del rebelde hacia ella. Lord Darrow la estaba mirando de nuevo. Evaluándola. Humildad, gratitud. Ella debía intentarlo; ella podría intentarlo, maldita sea. Darrow se había sacrificado por su reino; él tenía hombres y dinero que ofrecer en esta batalla acechante contra Erawan. Ella había llamado para esta reunión; ella había pedido a estos señores el reunirse y verlos. ¿A quién le importaba si era en otro lugar? Ellos estaban aquí. Eso era suficiente. Aelin se forzó a sí misma a caminar hacia la mesa. Para reclamar la silla frente a Darrow y Murtaugh. Ren permaneció de pie, monitoreándola con una mirada de fuego. Le dijo suavemente a Ren: —Gracias, por ayudar al Capitán Westfall esta primavera. Un músculo parpadeó en su mandíbula, pero dijo: —¿Cómo está? Aedion mencionó su herida en su carta. —Lo último que supe, es que estaba en camino a los sanadores en Ántica. Hacia Torre Cesme. —Bien. —¿Podrían molestarse en iluminarme sobre el cómo se conocen? —dijo Lord Darrow—. ¿O deberé recurrir a adivinar? Aelin comenzó a contar hasta diez ante el tono. Pero fue Aedion quien dijo mientras se sentaba:


—Cuidado, Darrow. Darrow entrelazó sus nudosos pero cuidados dedos y los puso sobre la mesa. —¿O qué? ¿Me reducirá a cenizas, Princesa? ¿Derretirá mis huesos? Lysandra se deslizó en la silla al lado de Aedion y preguntó con dulce y delicada educación como había sido entrenada: —¿Queda un poco de agua en esa jarra? Viajar a través de la tormenta fue algo agotador. Aelin podía haber besado a su amiga por el intento de romper la cortante tensión. —¿Quién, si se puede saber, eres tú? —Darrow frunció el ceño ante la exquisita belleza, sus ojos abiertos que no se volvieron tímidos a pesar de sus palabras amables. Bien, él no sabía quiénes viajaban con ella o Aedion. O con qué dones contaban. —Lysandra —contestó Aedion, quitándose su escudo y colocándolo en el suelo detrás de él con un golpe seco—. Lady de Caraverre. —No hay ningún Caraverre —dijo Darrow. —Lo hay ahora —Aelin se encogió de hombros. Lysandra se había decidido por un nombre hace una semana, sea lo que significara, corriendo como un rayo a mitad de la noche y prácticamente gritándoselo a Aelin una vez que había logrado controlarse a sí misma lo suficiente para volver a su forma humana. Aelin dudó si alguna vez olvidaría la imagen del leopardo fantasma con los ojos bien abiertos intentando hablar. Ella le sonrió a Ren, aun viéndola como un halcón—. Me tomé la libertad de comprar la tierra que tu familia cedió. Parece que van a ser vecinos. —¿Y de qué linaje —reguntó Darrow, su boca apretándose al ver el tatuaje de Lysandra, la marca visible sin importar que forma tomara— procede nuestra Lady Lysandra? —No organizamos ésta junta para discutir linajes y herencias —contestó Aelin de vuelta. Ella miró a Rowan, quién le dio un asentimiento de confirmación que la posada estaba lo suficientemente lejos del cuarto y no había nadie dentro de un margen para escuchar. Su Príncipe Fae se dirigió a la mesa de servir ubicada contra la pared para ir por el agua que Lysandra había pedido. La olió, y ella supo que su magia pasó por la jarra, probando el agua ante cualquier veneno o droga, mientras él levitaba cuatro vasos sobre ellos con un viento fantasma. Los tres señores observaron silenciosamente con sus ojos abiertos. Rowan se sentó y como si nada vertió el agua, después trajo otro vaso, lo llenó, y lo llevo flotando a Evangeline. La niña brillo de emoción ante la magia y se enfocó de nuevo a mirar hacia la ventana empapada por la lluvia. Escuchando mientras pretendía ser hermosa, inútil y pequeña, como Lysandra le había enseñado. Lord Darrow dijo: —Al menos tu guerrero Fae es bueno para algo más que violencia. —Si esta reunión es interrumpida por fuerzas enemigas —dijo Aelin suavemente—, estará más que


agradecido por esa violencia, Lord Darrow. —¿Y qué de tú particular don? ¿Deberé de estar agradecido de él, también? A él no le importó cómo lo supo. Aelin enderezó su rostro, escogiendo cada palabra, forzándose a sí misma a pensar en lo que debía. —¿Hay algún tipo de habilidades que preferiría que poseyera? Darrow sonrió. La sonrisa no llegó a sus ojos. —Un poco de control le caería bien a Su Alteza. Del otro lado de ella, Rowan y Aedion estaban tensos como cuerdas de arco. Pero si ella podía controlar su temperamento, ellos también podían. Su Alteza. No Majestad. —Tendré eso en consideración —le dijo con una sonrisa en su rostro—. En lo que a mi corte respecta y yo, nos quisimos reunir con ustedes hoy. —¿Corte? —Lord Darrow levantó sus cejas grisáceas. Entonces él lentamente pasó su mirada sobre Lysandra, luego Aedion, y finalmente Rowan. Ren estaba observándolos a todos, algo como anhelo y consternación en su rostro—. ¿Esto es lo que consideras una corte? —Obviamente, la corte se expandirá una vez que estemos en Orynth… —Y para ese caso, no veo como siquiera pueda ser una corte, dado que tú aún no eres una reina. Ella mantuvo su barbilla en alto. —No estoy segura de entender lo que quieres decir. Darrow dio un sorbo de su tarro de cerveza. El ruido sordo hecho por la taza mientras la ponía sobre la mesa hizo eco a través del cuarto. Detrás de él, Murtaugh se había quedado quieto como muerto. —Cualquier gobernador de Terrasen debe ser aprobado por las familias gobernantes de cada territorio. Hielo, frío y antiguo, corrió por sus venas. Aelin deseo que pudiera culpar a la cosa que colgaba de su cuello. —Está diciéndome —dijo ella con mucha calma, el fuego palpitando en sus intestinos, bailando con su lengua—, que aunque soy la última Galathynius viva, ¿mi trono aún no me pertenece? Pudo sentir la atención de Rowan puesta sobre ella, pero no quitó la mirada de Lord Darrow. —Le estoy diciendo, Princesa, que aunque tú seas la última persona viva, descendiente directo de Brannon, hay otras posibilidades, otras direcciones a las cuales ir, si eres considerada inadecuada.


—Weylan, por favor —interrumpió Murtaugh—, no aceptamos la oferta de reunirnos para esto. Sino para discutir el reconstruir, el ayudarla y trabajar con ella. Todos lo ignoraron. —¿Otras posibilidades como usted? —le preguntó Aelin a Darrow. El humo se movía en su boca. Ella se lo tragó y envió dentro, casi ahogándose con él. Darrow no hizo más que un estremecimiento. —No veo como esperas que nosotros que permitamos que una asesina de diecinueve años desfile por nuestro reino y comience a ladrar órdenes, sin importar su linaje. Piensa en ello, toma un fuerte respiro. Hombres, dinero, ayuda para tu ya roto pueblo. Eso es lo que ofrece Darrow, lo que puedes ganar, si tan solo pudieras controlar tu maldito temperamento. Sofocó el fuego en sus venas a meras brasas. —Entiendo que mi historia personal pueda ser considerada problemática… —Encuentro todo en ti, Princesa, problemático. Sin mencionar tu elección de amigos y miembros de corte. ¿Puedes explicarme porqué una prostituta está en tu compañía y se hace pasar por una dama? ¿Por qué uno de los sirvientes de Maeve está sentado a tu lado? —Hizo una mueca en dirección a Rowan—. Príncipe Rowan, ¿no es así? —debió haber unido toda la información que el mensajero le susurró en su oído al llegar—. Oh sí, hemos escuchado de ti. Que interesante giro de eventos, que incluso cuando nuestro reino es débil y su heredero tan joven, uno de los más confiables guerreros de Maeve logra conseguir un puesto seguro, después de tantos años de contemplar nuestro reino con tanta consternación. O quizás la mejor pregunta es, ¿por qué servir a los pies de Maeve cuando podías gobernar al lado de la Princesa Aelin? Tomó demasiado esfuerzo en no tornar sus dedos en puños. —El Príncipe Rowan es mi carranam. Él está sobre toda duda. —Carranam. Un término olvidado hace mucho. ¿Qué otras cosas te enseñó Maeve en Doranelle esta primavera? Ella se tragó su respuesta cuando la mano de Rowan se encontró con la suya por debajo de la mesa, su rostro aburrido, sin interés. La calma de una feroz y helada tormenta. ¿Permiso para hablar, Majestad? Tuvo el presentimiento de que Rowan iba a disfrutar mucho, pero mucho la tarea de triturar a Darrow en piezas pequeñas. También tenía el sentimiento de que disfrutaría mucho, pero mucho el unírsele. Aelin asintió silenciosamente, más que nada por la pérdida de palabras mientras batallaba por mantener sus flamas a raya. Honestamente, se sintió levemente mal por Darrow mientras el Príncipe Fae le dirigía una mirada


que traía consigo trescientos años de fría violencia. —¿Me está acusando de tomar el juramento de sangre de mi reina con deshonor? Nada humano, nada piadoso en esas palabras. Para su sorpresa, Darrow no se encogió. Al contrario, levantó sus cejas hacia Aedion, y luego sacudió su cabeza hacia Aelin. —¿Diste tu juramento sagrado a este... macho? Ren se sobresaltó un poco mientras observaba a Aedion, la cicatriz rígida contra su piel bronceada. Ella no había estado ahí para protegerlo de ello. O para proteger a las hermanas de Ren cuando su academia de magia se convirtió en un matadero durante la invasión de Adarlan. Aedion captó la sorpresa de Ren y suavemente sacudió su cabeza, como diciendo, lo explicaré luego. Pero Rowan se acomodó en su silla con una sonrisa, y era una cosa horrible, terrible de verse. —He conocido a muchas princesas con reinos a heredar, Lord Darrow, y le puedo decir que absolutamente ninguna de ellas fue lo suficientemente estúpida como para permitir que un hombre las manipulara de esa forma, y mucho menos lo es mi reina. Pero si yo fuera a hacer mi camino al trono, elegiría un mucho más pacífico y próspero reino —dijo, encogiéndose de hombros—. Pero no creo que mi hermano y hermana en este cuarto me permitirían vivir por mucho tiempo si sospecharan que busco el mal para mi reina, o para su reino. Aedion asintió severamente, pero detrás de él, Lysandra se enderezó, no en coraje o sorpresa, sino por orgullo. Rompió el corazón de Aelin tanto como lo llenó de luz. Aelin le sonrió lentamente a Darrow, sus flamas acumulándose. —¿Cuánto tiempo le tomó para hacer una lista de todas las formas posibles para insultarme y acusarme durante esta reunión? Darrow la ignoró y giró su barbilla hacia Aedion. —Estás muy callado esta noche. —No creo que quieras escuchar en este momento mis pensamientos, Darrow —contestó Aedion. —Tu juramento de sangre es robado por un príncipe extranjero, tu reina es una asesina que apunta a prostitutas para servirle, y a pesar de eso, ¿tú no tienes nada que decir? La silla de Aedion crujió, y Aelin se atrevió a mirarlo, para encontrarlo agarrando los lados de la silla tan fuerte que sus nudillos estaban blancos. Lysandra, aunque rígida en su respaldo, no le dio a Darrow el placer de sonrojarse en vergüenza. Y ella tuvo suficiente. Chispas danzaron en las puntas de sus dedos bajo la mesa. Pero Darrow continuó antes de que Aelin pudiera hablar o incinerar el cuarto.


—Tal vez, Aedion, si deseas todavía obtener un puesto oficial en Terrasen, podrías ver si tus parientes en Wendlyn han reconsiderado tu proposición de compromiso de hace muchos años. Ver si te van a reconocer como familia. Qué diferencia pudiera haber hecho, si nuestra amada Princesa Aelin se hubiera comprometido, si Wendlyn no hubiera rechazado la oferta de formalmente unir nuestros reinos, probablemente a petición de Maeve —una sonrisa en dirección a Rowan. Su mundo tembló un poco. Incluso Aedion palideció. Nadie había indicado que había habido un intento oficial de comprometerlos. Que los Ashryvers habían verdaderamente llevado a Terrasen a la guerra y ruina. —¿Qué van a decir nuestras adorables masas de nuestra princesa salvadora —musitó Darrow, poniendo sus manos extendidas en la mesa—, cuando ellos oigan sobre el cómo ella ha gastado su tiempo mientras ellos sufrían? —una bofetada en la cara, una tras otra—. Pero —agregó Darrow—, siempre has sido bueno en prostituirte muy bien, Aedion. Aunque me pregunto si la Princesa Aelin sabe que… Aelin se lanzó. No con fuego, pero con hierro. La daga temblando entre los dedos de Darrow brillaba con la luz de la chimenea crepitante. Aelin gruñó en el rostro del hombre viejo, Rowan y Aedion medio fuera de sus sillas, Ren yendo por su espada, pero mirando con náusea, náusea hacia la vista de un leopardo fantasma ahora sentado donde Lysandra había estado hace un momento. Murtaugh observó a la cambia-formas. Pero Darrow fulminó con la mirada a Aelin, su rostro blanco por la ira. —¿Quieres arrojar insultos hacia mí, Darrow? Adelante —siseó Aelin, su nariz casi tocando la de él—. Pero si insultas a los míos una vez más, no volveré a fallar —ella movió sus ojos hacia la daga entre los dedos extendidos del anciano, un pelo separando la daga de su piel moteada. —Veo que heredaste el temperamento de tu padre —se mofó Darrow—. ¿Es así como planeas gobernar? Cuando no te agrade alguien, ¿lo vas a amenazar? —Deslizó la mano de la daga y retrocedió lo suficiente para cruzarse de brazos—. ¿Qué pensaría Orlon de este comportamiento, de esta intimidación? —Escoge tus palabras sabiamente, Darrow —le advirtió Aedion. Darrow levantó sus cejas. —Todo el trabajo que he hecho, todo lo que he sacrificado estos diez años pasados, ha sido en el nombre de Orlon, para honrarlo y salvar su reino, mi reino. No tengo planes de dejar que una mimada y arrogante niña destruya eso con su temperamento y rabietas. ¿Disfrutaste las riquezas de Rifthold estos años, Princesa? ¿Te fue muy fácil olvidarnos en el Norte mientras estabas comprando ropas y sirviendo para el monstruo que asesinó a tu familia y amigos? Hombres, y dinero, y una Terrasen unida.


—Incluso tu primo, a pesar de toda su prostitución, nos ayudó en el Norte. Y Ren Allsbrook —una mano señalando hacia donde Ren—, mientras tú vivías en lujos, ¿Sabías que Ren y su abuelo estaban raspando juntos cada cobre que podían, todo para encontrar una manera de mantener el esfuerzo de los rebeldes vivo? ¿Que dormían en cuclillas en chozas y dormían bajo caballos? —Es suficiente —dijo Aedion. —Deja que siga —dijo Aelin, sentándose de vuelta en su silla y cruzándose de brazos. —¿Qué más hay por decir, Princesa? ¿Crees que la gente de Terrasen estará encantada de tener a una reina que sirvió a su enemigo? ¿Aquella que compartió la cama con el hijo de su enemigo? Lysandra gruñó suavemente, haciendo temblar los vasos. Darrow estaba imperturbable. —¿Y una reina quien indudablemente comparte ahora la cama con un Príncipe Fae quien sirvió al otro enemigo a nuestras espaldas? ¿Qué se supone que nuestro pueblo piense de eso? Ella no quería pensar cómo Darrow había adivinado, cómo había leído en ellos. —Quien comparte mi cama —dijo ella—, no es de tu incumbencia. —Y es por eso que no estás en condiciones para gobernar. Con quien compartes la cama es preocupación de todos. ¿Le mentirás a tu gente sobre tu pasado, negando que serviste al ya muerto rey, y que serviste a su hijo, también, de una manera diferente? Debajo de la mesa, la mano de Rowan se disparó para sostener la de ella, sus dedos cubiertos en hielo que calmaron el fuego que comenzaba a arder en sus uñas. No en advertencia o reprimenda, sino para decirle que él, también, estaba peleando en un esfuerzo por controlar las ganas de usar el plato de comida de peltre para golpear la cabeza de Darrow. Así que ella no desvió la mirada de Darrow, incluso mientras entrelazaba sus dedos con los de Rowan. —Le diré a mi gente —dijo Aelin suave pero no débil—, la completa verdad. Les mostraré las cicatrices en mi espalda de Endovier, las cicatrices en mi cuerpo por años como Celaena Sardothien, y les diré que el nuevo Rey de Ádarlan no es un monstruo. Les diré que tenemos un enemigo: ese bastardo en Morath. Y Dorian Havilliard es la única oportunidad de supervivencia, y futura paz en nuestros dos reinos. —¿Y si no lo es? ¿Destruirás su castillo de piedra como hiciste con el de cristal? Chaol había mencionado esto, meses atrás. Ella debió considerarlo más, que los humanos ordinarios demandarían respuestas respecto a su poder. Contra el poder de la corte juntándose alrededor de ella. Pero dejó que Darrow creyera que ella había quebrado el castillo de vidrio; le dejó creer que ella había asesinado al rey. Mejor eso que la potencialmente desastrosa verdad. —En caso de que todavía desees ser parte de Terrasen —continuó Darrow cuando ninguno de ellos


le contestó—, estoy seguro que Aedion puede encontrar un uso para ti en La Perdición. Pero no tengo ningún uso para ti en Orynth. Aelin levantó sus cejas. —¿Hay algo más que quieras decirme? La mirada de Darrow se volvió dura. —No reconozco tu derecho de gobernar; no te reconozco como la Reina de Terrasen. Tampoco lo hacen los Señores de Sloane, Ironwood, y Gunnar, quienes conforman los restos de la mayoría de lo que en su tiempo fue la corte de tu tío. Incluso si la familia Allsbrook se alía contigo, sigue siendo un voto contra cuatro. El General Ashryver no tiene tierras o título aquí, por decir un resultado. En lo que consta de Lady Lysandra, Caraverre no es un territorio reconocido, así como tampoco reconocemos su linaje o tu compra de esas tierras —palabras formales, para declaraciones formales—. Y ya sea que busques regresar a Orynth y ocupar tu trono sin nuestra invitación, será considerado un acto de guerra y traición —Darrow sacó un pedazo de papel de su chaqueta, lleno de fina escritura y cuatro diferentes firmas al fondo—. A partir de este momento, hasta que se decida lo contrario, podrás permanecer como Princesa por sangre, pero no reina.


Capítulo 5 Traducido por Sergio Palacios Corregido por Cotota

Aelin se quedó viendo y viendo a ese pedazo de papel, a los nombres que habían firmado mucho antes de esa noche, los hombres que habían decidido contra ella sin reunirse con ella, los hombres que habían cambiado su futuro, su reino, con solamente sus firmas. Tal vez debió haber esperado a hacer esta reunión hasta que estuviera en Orynth, hasta que su gente la viera regresar y entonces hubiera sido más difícil el echarla de la acera del palacio. Aelin tomó un respiro. —Nuestra perdición se encuentra en el Sur de Ádarlan, y ¿es en esto en lo que se enfocan? Darrow se burló. —Cuando tengamos necesidad de tus... habilidades, enviaremos un mensaje. Ningún fuego ardía en ella, ni siquiera una brasa. Como si Darrow hubiera apretado en ella su puño, apagándola. —La Perdición —dijo Aedion con un tono de esa legendaria insolencia—, no contestará a nadie que no sea Aelin Galathynius. —La Perdición —le espetó Darrow— es nuestra ya de comandar. Dada la situación de que no hay un gobernador apropiado para el trono, los señores controlan los ejércitos de Terrasen —una vez más analizó a Aelin, como si sintiera su vago plan de públicamente regresar a su ciudad, para hacerle más difícil a él el callarla, brillando mientras se formaba la idea—. Pon un pie en Orynth, y afrontarás las consecuencias. —¿Es esa una amenaza? —gruñó Aedion, una mano lanzándose a agarrar la empuñadura de la Espada de Orynth envainada a su lado. —Es la ley —dijo Darrow simplemente—. Una que generaciones de gobernadores Galathynius han honrado. Había tantos rugidos en su cabeza, tantos como un vacío quieto en el mundo había más allá. —El Valg marcha hacia nosotros, un rey Valg marcha hacia nosotros —dijo Aedion, empujando, el general encarnado—, y tu reina, Darrow, puede ser la única persona capaz de mantenerlo a raya. —La guerra es un juego de números, no magia. Tú bien sabes esto, Aedion. Peleaste en Theralis —la


gran planicie antes de Orynth, anfitriona de la decisiva y final batalla mientras el imperio había barrido sobre ellos. La mayoría de las fuerzas y comandantes de Terrasen no habían escapado de la masacre, tanta que los ríos corrieron completos de sangre al día siguiente. Si Aedion había peleado ahí... Dioses, él debía de tener apenas catorce. Su estómago se retorció. Darrow concluyó—. La magia nos falló ya una vez. No confiaremos en ella de nuevo. Aedion espetó: —Vamos a necesitar aliados. —No hay aliados —dijo Darrow—. A menos que Su Alteza decida ser útil y darnos hombres y ejércitos a través del matrimonio —una mirada dura hacia Rowan—, estamos solos. Aelin se debatía sobre revelar lo que sabía, el dinero que había planeado y matado para obtener, pero… Algo frío y aceitoso resonó a su alrededor. Matrimonio hacia un rey extranjero, o príncipe o emperador. ¿Sería este el precio? No solo en derramamiento de sangre, sino ¿renunciar a sueños? Para ser una princesa eterna, pero ¿nunca una reina? Para pelear con no sólo magia, pero también con el poder de su sangre: La realeza. No podía mirar a Rowan, no podía mirar a esos ojos verde-pino sin sentirse enferma. Se había reído una vez de Dorian –reído y regañado por admitir que la idea del matrimonio a cualquiera que no fuera su alma gemela era aborrecible. Lo reprendió por escoger amor sobre la paz de su reino. Tal vez los dioses sí la odiaban. Tal vez esta era su prueba. El escapar de una esclavitud sólo para caminar a otra. Tal vez este era el castigo por esos años en las riquezas de Rifthold. Darrow le dirigió una pequeña y satisfactoria sonrisa. —Encuéntrame aliados, Aelin Galathynius, y tal vez pueda considerar tu posición en el futuro de Terrasen. Piensa en ello. Gracias por pedirnos que nos reuniéramos. Silenciosamente, Aelin se levantó de la silla. Los otros hicieron lo mismo. Excepto Darrow. Aelin arrancó el pedazo de papel que él había firmado y examinó las malditas palabras, las firmas garabateadas. El crepitar del fuego era el único sonido. Aelin lo silenció. Y las velas. Y al candelabro de hierro sobre la mesa. La oscuridad se hizo, silencio cortado sólo por las inhalaciones gemelas de respiración de Murtaugh y Ren. El golpeteo de la lluvia sonando en el cuarto oscuro. Aelin habló en la oscuridad, hacia donde Darrow estaba sentado:


—Le sugiero, Lord Darrow, que se acostumbre a esto. Porque si perdemos esta guerra, la oscuridad reinará para siempre. Hubo un chasquido y una chispa –a continuación un cerillo chisporroteaba mientras encendía la vela de la mesa. La mirada arrugada, llena de odio de Darrow parpadeaba a la vista. —Los hombres pueden hacer su propia luz, Heredera de Brannon. Aelin observó la flama solitaria que Darrow había encendido. El papel en sus manos se hizo cenizas. Antes de que pudiera hablar, Darrow lo hizo: —Esa es nuestra ley, nuestro derecho. Ignoras ese decreto, Princesa, y estarás profanando todo por lo que tu familia vivió y murió. Los Señores de Terrasen han hablado. La mano de Rowan se mantuvo firme en su espalda. Pero Aelin miró a Ren, su rostro duro. Y sobre el rugido de su cabeza, le dijo: —Ya sea que votes o no en mi favor, hay un lugar para ti en esta corte. Por todo en lo que ayudaste a Aedion y al capitán hacer. Por Nehemia —Nehemia, quien había trabajado con Ren, peleado con él. Algo como dolor ondulaba en los ojos de Ren, y el abrió su boca para hablar, pero Darrow le cortó: —Que desperdicio de vida fue esa—espetó Darrow—. Una princesa realmente dedicada a su gente, quien peleó hasta su último aliento por… —Una palabra más —dijo Rowan suavemente—, y no me importa cuántos señores te apoyen y cuáles sean tus leyes. Una palabra más sobre eso, y te destriparé antes de que puedas levantarte de esa silla. ¿Entendido? Por primera vez, Darrow miró a los ojos de Rowan y palideció ante la muerte que se encontraba esperándolo ahí. Pero las palabras del lord habían encontrado su marca, dejando un estremecedor sentido de entorpecimiento a su paso. Aedion recogió la daga de Aelin de la mesa. —Tendremos tus pensamientos en consideración —recogió su escudo y puso una mano en el hombro de Aelin para guiarla fuera del cuarto. Fue sólo el avistamiento de ese escudo lastimado y lleno de cicatrices, la antigua espada colgando a su lado, lo que puso sus pies en movimiento, deslizándose a través de ese entorpecimiento denso. Ren se movió para abrir la puerta, dando un paso hacia el pasillo para escanearlo, y dándole a Lysandra bastante espacio mientras ella pasaba, Evangeline y Ligera en su felpuda cola, sin miedo a seguir ocultando secretos. Aelin encontró la mirada del joven lord y tomó aire para decir algo, cuando Lysandra gruñó en el pasillo. Una daga estaba instantáneamente en la mano de Aelin, inclinada y lista.


Pero era el mensajero de Darrow, precipitándose hacia ellos. —Rifthold —dijo jadeando mientras derrapaba para detenerse, arrojando gotas de lluvia hacia ellos—. Uno de los exploradores de la Brecha Ferian acaba de llegar corriendo. Las brujas Ironteeth vuelan hacia Rifthold. Van a saquear la ciudad.

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Aelin se paró en un claro mientras salían del brillo de la posada, la fría lluvia empapando su pelo y causando escalofríos en su piel. Mojándolos a todos, porque Rowan ahora se acomodaba las espadas extra que le daba, conservando cada gota de su magia por lo que estaba a punto de hacer. Dejaron que el mensajero soltara la información que había recibido, que no era mucha la verdad. Las brujas Ironteeth fijas en la Brecha Ferian estaban ahora volando hacia Rifthold. Dorian Havilliard iba a ser su objetivo. Vivo o muerto. Ellas llegarían a la ciudad caída la noche mañana, y una vez tomaran Rifthold… la red de Erawan sobre la mitad del continente estaría completa. Ninguna fuerza de Melisande, Fenharrow, o Eyllwe podrían alcanzarlo, y ninguna de las fuerzas de Terrasen, tampoco. No sin invertir meses en atravesar las montañas. —No hay nada que se pueda hacer por la ciudad —dijo Aedion, su voz cortando entre la lluvia. Los tres permanecieron bajo cubierta de un gran roble, todos manteniendo un ojo sobre Ren y Murtaugh, quienes estaban hablando con Evangeline y Lysandra, de vuelta en su forma humana. Su primo continuó, la lluvia chocando contra el escudo en su espalda—. Si las brujas vuelan a Rifthold, entonces prácticamente Rifthold está perdido. Aelin se preguntaba si Manon Blackbeak estaría liderando el ataque, si eso era una bendición. La Líder del Ala les había salvado una vez ya, pero sólo como paga por una deuda de vida. Dudaba que la bruja se vería obligada a aventarles un hueso tan pronto. Aedion volteó a ver a Rowan. —Dorian debe ser salvado a toda costa. Conozco el estilo de Perrington –Erawan. No creas ninguna promesa que haga, y no dejes que capturen vivo a Dorian —Aedion pasó una mano por su pelo empampado por la lluvia y agregó—, o a ti, Rowan. Eran las palabras más horribles que había escuchado. El asentimiento de confirmación por parte de Rowan hizo que sus rodillas temblaran. Ella no quiso pensar en los dos viales de vidrio que Aedion le había puesto en las manos al príncipe antes. Lo que contenían. Ni siquiera sabía cómo o cuándo las había obtenido. Nada más que eso. Nada más que…


—Lo salvaré —murmuró Rowan, rozando su mano con la de ella. —No te pediría esto si no fuera… Dorian es vital. Lo perdemos, y perderemos todo soporte en Ádarlan —Y uno con algunas personas con magia que pudieran enfrentarse contra Morath. El asentimiento de Rowan fue duro. —Te sirvo, Aelin. No te disculpes por ponerme en uso. Porque sólo Rowan, conduciendo en los vientos con su magia, podía alcanzar Rifthold a tiempo. Incluso ahora, él podría estar ya muy tarde. Aelin tragó duro, luchando con el sentimiento de que el mundo estaba siendo arrancado bajo sus pies. Un atisbo de un movimiento cerca del árbol atrajo su mirada, y Aelin mantuvo su mirada neutra mientras estudiaba lo que había sido dejado por pequeñas y delgadas manos en la base del viejo roble. Ninguno de los otros parpadeó siquiera hacia esa dirección. Rowan terminó de alistar sus armas, observándola a ella y a Aedion con una mirada franca de un guerrero. —¿Dónde nos reuniremos una vez que asegure al príncipe? —Ve al norte —dijo Aedion—. Mantente lejos de la Brecha Ferian. Darrow apareció en el otro lado del claro, ladrando una orden a Murtaugh sobre que fuera a él. —No —dijo Aelin. Ambos guerreros se giraron. Ella se dirigió al norte entre la turbia lluvia y los truenos. No pondría un pie en Orynth; ella no vería su hogar. Encuéntrame aliados, le había dicho con desprecio Darrow. No se había atrevido a ver qué le habían dejado la Gente Pequeña en aquel árbol azotado por la lluvia a tan sólo unos metros de ahí. —Si Ren es de confianza —le dijo Aelin a Aedion—, dile que vaya con La Perdición, que esté listo para marchar y meter presión por el Norte. Si no podremos liderarlos, entonces tendremos que trabajar sobre las órdenes de Darrow lo mejor que podamos. Las cejas de Aedion se levantaron. —¿En qué estás pensando? Aelin se giró hacia Rowan. —Consigue un barco y viaja al sur con Dorian. Ir por tierra es muy arriesgado, pero tus vientos en el mar pueden tenerte ahí en unos días. A la Bahía de la Calavera.


—Mierda —Aedion dio un respiro. Pero Aelin apuntó con un pulgar sobre su hombro a Ren y Murtaugh y le dijo a su primo: —Me dijiste que ellos estaban en comunicación con el Capitán Rolfe. Has que uno de ellos nos escriba una carta de recomendación. Ahora mismo. —Creí que tú conocías a Rolfe —dijo Aedion. Aelin le dirigió una breve sonrisa. —Él y yo partimos en... malos términos, por decirlo de alguna forma. Pero si Rolfe puede volverse de los nuestros... Aedion terminó por ella: —Entonces tendremos una pequeña flota que pueda unir al Norte y al Sur, y enfrentarse a los bloqueos1. Y fue bueno el que ella hubiera tomado todo ese oro de Arobynn para pagar por ello. —Bahía de la Calavera puede ser el único lugar seguro para nosotros para escondernos, para contactar a otros reinos —eno se atrevió en decirles que Rolfe tal vez podría tener más que una flota de barcos. Le dijo a Rowan—: Espera por nosotros ahí. Nos iremos directo a la costa esta noche, y zarparemos a las Islas Muertas. Estaremos dos semanas detrás de ti. Aedion le dio unas palmadas en el hombro a Rowan en señal de despedida y se dirigió hacia Ren y Murtaugh. Un latido después, el anciano estaba cojeando hacia la posada, con Darrow sobre sus talones, demandando respuestas. Mientras Murtaugh escribiera esa carta, a ella no le importaba. A solas con Rowan, le dijo: —Darrow espera de mí que tome esta orden, sumisa. Pero si podemos reunir a un equipo en el Sur, podemos empujar a Erawan justo hacia las espadas de La Perdición. —Eso podría todavía no convencer a Darrow y los demás... —Me encargaré de eso más tarde —dijo, salpicando agua mientras sacudía su cabeza—. Por ahora, no tengo planes de perder esta guerra sólo porque un viejo bastardo ha descubierto que le gusta jugar al rey. La mirada de Rowan era fiera y oscura. Se inclinó, rozando sus labios con los de ella. —No tengo planes de dejarle mantener ese trono tampoco, Aelin. 1

Bloqueos: se refiere a grupos de barcos que delimitan una zona, defendida por ellos. Como una “frontera” marítima.


Ella sólo pudo respirar. —Vuelve a mí —el pensamiento de lo que le esperaba en Rifthold le golpeó de nuevo. Dioses, oh, dioses. Si algo le pasaba a él... Rowan acarició su mejilla mojada con uno de sus nudillos, siguiendo el contorno de su boca con su pulgar. Ella puso una mano en su musculoso pecho, justo con esos dos frascos de veneno estaban ocultos. Por un latido se debatió en volver ese líquido en vapor. Pero si Rowan era atrapado, si Dorian era atrapado... —No puedo... no puedo dejarte ir… —Sí puedes —le dijo con poca oportunidad de argumentar. La voz de su príncipe comandante—. Y lo harás —Rowan de nuevo acarició sus labios—. Cuando me encuentres de nuevo, tendremos esa noche. No me importa dónde o quién esté cerca —le dio un beso en su mejilla y le dijo sobre su piel húmeda por la lluvia—. Tú eres mi Corazón de Fuego. Ella tomó su rostro con ambas manos, y lo atrajo hacia ella para besarlo. Rowan pasó sus brazos alrededor de ella, estrujándola contra él, sus manos moviéndose como si estuvieran sintiendo la esencia de ella en sus palmas. Su besar era salvaje, hielo y fuego entrelazados. Incluso la lluvia parecía pausarse mientras ellos al fin se separaron, jadeando. Y a través de la lluvia y el fuego y el hielo, a través de la oscuridad y el relampagueo y los truenos, una palabra pasó por su cabeza, una respuesta y un reto y una verdad que inmediatamente negó, ignoró. No por ella misma, sino por él, por él… Rowan cambió con un resplandor más brillante que el relámpago. Para cuando ella terminó de parpadear, un enorme halcón estaba aleteando a través de los árboles y hacia la noche agitada por la lluvia. Rowan soltó un chillido mientras viraba a la derecha, hacia la costa, el sonido de una despedida y una promesa y un grito de guerra. Aelin se tragó toda la opresión en su garganta mientras Aedion se aproximaba a ella y la tomaba por el hombro. —Lysandra quiere que Murtaugh se lleve a Evangeline. Para un “entrenamiento de señorita”. La niña se reúsa a ir. Tal vez tengas... ayudar. La niña estaba en efecto aferrada a su señora, los hombros temblando con la fuerza de su llanto. Murtaugh volteó a ver sin poder hacer nada, ahora de regreso de la posada. Aelin caminó por el lodo, el suelo chapoteando. Qué tan lejos, hacía cuánto tiempo, su agradable mañana parecía. Tocó el cabello empapado de Evangeline, y la niña se giró lo suficiente para Aelin para que le dijera a ella: —Eres una miembro de mi corte. Y como tal, respondes a mí. Eres inteligente, y valiente, y alegre,


pero nos estamos dirigiendo a oscuros y horribles lugares en donde incluso yo temo entrar. Los labios de Evangeline temblaron. Algo en el pecho de Aelin se tensó, pero dejó escapar un leve silbido, y Ligera, quien se había estado cubriendo de la lluvia bajo sus caballos, se escabulló hacia ellos. —Necesito que cuides a Ligera —dijo Aelin, acariciando la cabeza del sabueso, sus largas orejas—, porque en esos oscuros y horribles lugares, un perro puede estar en peligro. Tú eres la única a quien puedo confiarle su seguridad. ¿Puedes cuidarla por mí? —ella pudo haberlos apreciado más, esos felices, tranquilos, y aburridos momentos en el camino. Debió haber saboreado cada segundo que estuvieron juntos, a salvo. Sobre la niña, el rostro de Lysandra era duro, sus ojos brillando con algo más que la lluvia. Pero la dama asintió hacia Aelin, incluso aunque estudiaba a Murtaugh una vez más con una atención de depredador. —Quédate con Lord Murtaugh, aprende sobre su corte y sus trabajos, y protege a mi amiga —le dijo Aelin a Evangeline, poniéndose en cuclillas para besar la cabeza empapada de Ligera. Una vez. Dos veces. Ligera distraída lamía la lluvia de su rostro—. ¿Puedes hacer eso? —le repitió Aelin. Evangeline miró al perro, y luego a su señora. Y asintió. Aelin besó la mejilla de la niña y le susurró a su oído: —Usa tu magia en estos viejos miserables mientras estás en ello —se retiró para guiñarle un ojo a la niña—. Gáname de vuelta mi reino, Evangeline. Pero la niña estaba más allá de sonrisas, y asintió de nuevo. Aelin besó a Ligera una vez más y se giró a su primo quien la esperaba mientras Lysandra se hincaba en el lodo ante la niña, cepillando hacia atrás su pelo mojado y hablando muy bajo para sus oídos Fae. La boca de Aedion era una línea firme mientras dirigía sus ojos lejos de Lysandra y la niña e inclinaba su cabeza hacia Ren y Murtaugh. Aelin comenzó a andar a su lado, haciendo pausa a unos metros de distancia de los señores Allsbrook. —Su carta, Majestad —dijo Murtaugh, extendiendo un tubo sellado con cera. Aelin lo tomó, inclinando su cabeza en señal de gracias. —A menos que quieras cambiar de un tirano a otro —le dijo Aedion a Ren—, te sugiero que prepares a La Perdición y a los otros para empujar desde el Norte. Murtaugh contestó por su nieto: —Darrow tiene buenas intenciones. —Darrow —le interrumpió Aedion—, es ahora un hombre con los días contados.


Todos voltearon a ver a Aelin. Pero ella observaba la posada asomándose a través de los árboles, y al anciano otra vez gritando por ellos, una fuerza de la naturaleza en su propio derecho. Ella dijo: —No tocaremos a Darrow. —¿Qué? —espetó Aedion. —Apuesto todo mi dinero a que él ya tomó las medidas necesarias para que si llega a sucederle una muerte prematura, nosotros no podamos poner un pie en Orynth nunca más —Murtaugh le dio un asentimiento sombrío. Aelin se encogió de hombros—. Así que no lo tocaremos. Jugaremos su juego, sus reglas y leyes y juramentos. Algunos pasos a lo lejos, Lysandra y Evangeline aún hablaban suavemente, la niña ahora llorando en los brazos de su señora, Ligera ansiosa acariciando su cadera. Aelin se encontró con la mirada de Murtaugh. —No te conozco, Lord, pero fuiste leal a mi tío, a mi familia todos estos largos años —deslizó una daga guardada en una funda oculta en su muslo. Ellos se encogieron mientras la deslizaba sobre su palma. Incluso Aedion se sobresaltó. Aelin apretó su palma ensangrentada convirtiéndola en un puño, manteniéndola en el aire entre ellos—. Por esa lealtad, entiendes lo que las promesas de sangre significan para mí cuando digo que si esa niña es lastimada, física o de otra forma, no me importa qué leyes existan, que reglas rompa —Lysandra se había girado hacia ellos, sus agudos sentidos detectando sangre—, si Evangeline es lastimada, ustedes arderán. Todos ustedes. —¿Amenazando a tu corte leal? —bufó una fría voz mientras Darrow se detenía unos pies atrás. Aelin le ignoró. Murtaugh tenía los ojos como platos, igual que Ren. Su sangre se filtraba entre la tierra. —Que ésta sea su prueba. Aedion juró. Él entendía. Si los Señores de Terrasen no podían mantener a una niña a salvo en su reino, no se podían asegurar de salvar a Evangeline, de cuidar a alguien que no les daría ningún beneficio, ganarles dinero o rangos... ellos merecían perecer. Murtaugh hizo de nuevo una reverencia. —Tu deseo es mi orden, Majestad —agregó con voz queda—. Yo perdí a mis nietas. No perderé a otra —con eso, el anciano caminó hacia donde Darrow esperaba, haciéndolo a un lado. Su corazón se tensó, pero Aelin le dijo a Ren, la cicatriz escondida por las sombras de su capucha empapada por la lluvia: —Desearía tener tiempo para hablar. Tiempo para permitirme explicar. —Eres buena alejándote de este reino. No veo porque ahora sería diferente. Aedion dejó escapar un gruñido de advertencia, pero Aelin lo cortó:


—Júzgame todo lo que quieras, Ren Allsbrook. Pero no le falles a este reino. Ella pudo ver las palabras no dichas en los ojos de Ren. Como tú hiciste por diez años. El golpe la impactó bajo y profundo, pero se giró. Mientras lo hacía, notó como los ojos de Ren se fijaban en la pequeña niña, en las cicatrices brutales que pasaban por el rostro de Evangeline. Casi gemelas a las de él. Algo en su mirada se relajó, sólo un poco. Pero Darrow estaba ahora caminando a velocidad de rayo hacia Aelin, haciendo a un lado a Murtaugh, su rostro blanco de la ira. —Tú... —empezó. Aelin levantó su mano, fuego saltando en sus dedos, la lluvia volviéndose vapor arriba de ellos. La sangre corría por su muñeca gracias al corte profundo, hermano del otro corte en su mano derecha, brillante como el rubí de Goldryn, asomado por encima del hombro. —Haré una promesa más —dijo, volviendo su mano ensangrentada un puño mientras la bajaba hacia ellos. Darrow se tensó. La sangre goteaba sobre el suelo sagrado de Terrasen, y su sonrisa se volvió letal. Incluso Aedion contuvo la respiración a su lado. Aelin dijo: —Te prometo que no importa que tan lejos vaya, sin importar el costo, cuando llames por mi ayuda, yo iré. Te lo prometo por mi sangre, en el nombre de mi familia, que no le daré la espalda a Terrasen como tú me la has dado a mí. Te prometo, Darrow, que cuando el día llegue y te arrastres por mi ayuda, pondré a mi reino antes de mi orgullo y no te mataré por esto. Creo que el verdadero castigo será que me veas en el trono por el resto de tu miserable vida. Su cara se había vuelto de blanca a morada. Ella simplemente se dio la vuelta. —¿A dónde crees que vas? —demandó Darrow. Así que Murtaugh no le había dicho todos los detalles sobre su plan de ir a las Islas Muertas. Interesante. Ella miró sobre su hombro. —A llamar por viejas deudas y promesas. Para levantar un ejército de asesinos y ladrones y exiliados y plebeyos. Para terminar lo que se empezó hace mucho, mucho tiempo. Silencio fue su respuesta. Así que Aelin y Aedion se dirigieron a donde Lysandra ahora los monitoreaba, con una mirada solemne bajo la lluvia, Evangeline abrazándose a sí misma y Ligera recostada contra la pequeña y silenciosa sollozante niña. Aelin le dijo a la cambia formas y al general, encerrando el vacío de su corazón, encerrando el dolor


y la preocupación de su mente: —Viajamos ahora. Y cuando ellos se dispersaron para ir por los caballos, Aedion dando un beso suave a Evangeline en su cabeza empapada antes de que Murtaugh y Ren la guiaran de vuelta a la posada con considerable gentileza, Darrow alejándose a zancadas sin dar ningún tipo de despedida, cuando Aelin estaba sola, finalmente se aproximó a ese roble viejo. La Gente Pequeña había sabido del ataque de los wyverns esta mañana. Así que ella supuso que esta pequeña efigie, la cual estaba ya desbaratándose por la incesante lluvia, era otro tipo de mensaje. Uno sólo para ella. El templo de Brannon en la costa había sido hecho cuidadosamente, un inteligente y pequeño armatoste de ramas y rocas para formar los pilares y el altar... y en la roca sagrada en su centro, habían creado un ciervo blanco de lana de oveja, sus majestuosas cornamentas no más que espinas curveadas. Una orden, a dónde ir, qué necesitaba obtener. Ella estaba dispuesta a escuchar, a seguir la corriente. Incluso si significaba decirle a los otros la mitad de la verdad. Aelin destruyó la reconstrucción del templo pero conservó al ciervo en su palma, la lana desinflándose por la lluvia. Los caballos relinchaban mientras Aedion y Lysandra los acarreaban más cerca, pero Aelin lo sintió un latido antes de que él emergiera de los distantes árboles cubiertos por el velo de la noche. Demasiado lejos en el bosque para ser nada más que un fantasma, un fragmento del sueño de un antiguo dios. Apenas respirando, lo miró tanto como se atrevió, y cuando Aelin montó en su caballo, se preguntó si sus compañeros podían ver que no era lluvia lo que brillaba en su rostro mientras se cubría con su capucha negra. Se preguntaba si ellos, también, habían visto al Señor del Norte parado observando en la profundidad del bosque, el brillo inmortal del ciervo blanco silencioso en la lluvia, llegando a darle a Aelin Galathynius una despedida.


Capítulo 6 Traducido por Cotota Corregido por Reshi

Dorian Havilliard, Rey de Adarlan, odiaba el silencio. Se había convertido en su compañero, caminando junto a él a través de los pasillos vacíos de su castillo de piedra, en cuclillas en la esquina de su desordenada habitación de la torre por la noche, sentado en la mesa en cada comida. Siempre había sabido que un día sería rey. No había esperado heredar un trono destrozado y una fortaleza desocupada. Su madre y su hermano menor todavía estaban instalados en su residencia de la montaña en Ararat. No había enviado a buscarlos. Les había dado la orden de que se quedaran, en realidad. Aunque solo fuera porque eso significaría el regreso de la acicalada corte de su madre, y él con mucho gusto tomaría el silencio a sus risitas disimuladas. Aunque solo fuera porque eso significaría mirar el rostro de su madre, el rostro de su hermano y mentir acerca de que había destruido el castillo de cristal, que había sacrificado la mayor parte de sus cortesanos, y que había terminado con su padre. Mentir acerca de lo qué había hecho su padre, el demonio que había morado dentro de él. Un demonio que se había reproducido con su madre, no una vez, sino dos veces. De pie en el pequeño balcón de piedra encima de su torre privada, Dorian contempló la mancha brillante de Rifthold bajo el sol poniente, la cinta espumosa del Avery emprendiendo su camino al interior del mar, curvándose alrededor de la ciudad como anillos de una serpiente, y luego fluyendo directamente a través del corazón del continente. Levantó las manos ante la vista, las palmas ásperas por los ejercicios y el manejo de la espada que había vuelto a aprender una vez más. Sus guardias favoritos, los hombres de Chaol, estaban todos muertos. Torturados y asesinados. Sus recuerdos de su tiempo bajo el control del collar de piedra del Wyrd eran tenues y borrosos. Pero en sus pesadillas, a veces estaba en el calabozo bajo este castillo, con sangre que no era suya cubriendo sus manos, gritos que no eran los suyos zumbando en sus oídos, rogándole misericordia. No él, se dijo. El príncipe Valg lo había hecho. Su padre lo había hecho. Todavía había tenido dificultades para reunir su mirada con el nuevo Capitán de la Guardia, un


amigo de Nesryn Faliq, cuando le había pedido al hombre que le mostrara cómo luchar, que le ayudara a ser más fuerte, más rápido. Nunca más. Nunca más volvería a ser débil e inútil y asustadizo. Dorian echó su mirada hacia el sur, como si pudiera ver todo el camino a Antica. Se preguntó si Chaol y Nesryn habían llegado allí, se preguntó si su amigo ya estaba en la Torre Cesme, si ya tenía curado su cuerpo roto por los dotados maestros. El demonio dentro de su padre había hecho eso, también, rompiendo la columna vertebral de Chaol. El hombre que luchó dentro de su padre había impedido el golpe final. Dorian no había poseído ningún control, ninguna fuerza, cuando él observó al demonio usar su propio cuerpo, cuando el demonio había torturado y matado y hecho lo que quisiera. Tal vez su padre había sido el hombre más fuerte al final. El mejor hombre. No es que él hubiera tenido la oportunidad de conocerlo como hombre. Como humano. Dorian flexionó los dedos, la chispa helada en la palma de su mano. Salvaje magia, y sin embargo no había nadie aquí para enseñarle. Nadie se atrevía a preguntar. Se apoyó contra la pared de piedra al lado de la puerta del balcón. Él apoyó la mano en la línea pálida marcando su garganta. Incluso con las horas que había pasado fuera entrenando, la piel donde el collar había estado una vez establecido no se había oscurecido a un bronceado dorado. Tal vez siempre permanecería pálido. Tal vez sus sueños siempre serían perseguidos por una voz sibilante del príncipe demonio. Tal vez él siempre se despertaría con el sudor sintiéndose como la sangre de Sorscha sobre él, al igual que la sangre de Aelin cuando la apuñaló. Aelin. Ni una palabra de ella, o de cualquier persona relacionada con el regreso de la reina a su reino. Intentó no preocuparse, a contemplar el por qué había tanto silencio. Ese silencio, cuando los exploradores de Nesryn y Chaol le trajeron la noticia de que Morath se movía. Dorian miró dentro, hacia la pila de papeles en su desordenado escritorio, e hizo una mueca. Todavía tenía una desagradable cantidad de papeleo que hacer antes de dormir: cartas por firmar, planes que leer… Un trueno murmuró al otro lado de la señal. Tal vez era una señal de que debía ir a trabajar, a menos que quisiera estar hasta las oscuras horas de la madrugada una vez más. Dorian se volvió, suspirando fuertemente por la nariz, y el trueno retumbó de nuevo. Demasiado pronto, y el sonido era demasiado corto.


Dorian escaneó el horizonte. Sin nubes, nada más que el cielo rojo y rosa y dorado. Pero la ciudad descansando a los pies de la colina del castillo pareció detenerse. Incluso el sucio Avery pareció detener su deslizamiento cuando el boom volvió a sonar. Había oído ese sonido antes. Su magia se agitaba en sus venas, y se preguntó qué percibió cuando el hielo recubrió su balcón contra su voluntad, de manera tan rápido y fría que las piedras se quejaron. Intentó enrollarla de nuevo dentro de sí, como si fuera una bola de hilo que se había caído de sus manos, pero no le hizo caso, extendiéndose más gruesa, más rápido sobre las piernas. A lo largo del arco de la puerta, detrás de él, curvándose por la cara de la torre– Un cuerno sonó en el oeste. Una nota alta, balando. Se cortó antes de que terminara. Por el ángulo de la terraza, no podía ver de dónde venía. Se precipitó a su habitación, dejando su magia para las piedras, y se precipitó por la ventana abierta occidental. Estaba a mitad de camino a través de los pilares de libros y papeles cuando vio el horizonte. Cuando su ciudad comenzó a gritar. Definiéndose en la distancia, borrando la puesta de sol como una tormenta de murciélagos, volaba una legión de wyverns. Brujas armadas totalmente, rugiendo sus gritos de batalla hacia el manchado color del cielo.

l

Manon y sus Trece habían estado volando sin parar, sin dormir. Habían dejado dos aquelarres de escolta detrás ayer, sus wyverns demasiado agotados para mantenerse al día. Sobre todo cuando las Trece hicieron todas aquellas carreras y patrullas adicionales durante meses, y en silencio, construyendo sólidamente su resistencia. Volaron alto para mantenerse ocultas, y por los huecos de las nubes, el continente había parpadeado por debajo en variados tonos de verde verano y amarillo y reluciente zafiro. Hoy había estado lo suficientemente claro para que ninguna nube las ocultara cuando se precipitaron hacia Rifthold, el sol comenzando su descenso final en el oeste. Hacia su patria perdida. Con la altura y la distancia, Manon vio totalmente la carnicería en el horizonte, por fin revelando la expansión de la ciudad capital. El ataque había comenzado sin ella. La legión de Iskra seguía cayendo sobre ella, todavía rodeando el palacio y la pared de cristal que lucía como una cresta sobre


la ciudad en el borde oriental. Ella empujó a Abraxos con las rodillas, una orden silenciosa para ir más rápido. Lo hizo, pero a duras penas. Él estaba cansado. Todos ellos lo estaban. Iskra quería la victoria para sí misma. Manon no tenía ninguna duda de que la heredera Yellowlegs había recibido órdenes para detenerse… pero solo una vez que Manon llegara. Perra. Perra por llegar aquí en primer lugar, por no esperar… Más y más cerca ellas arrasaban la ciudad. Los gritos llegaron hasta ellos muy pronto. Su capa roja se convirtió en una rueda de remolino. Manon dirigió a Abraxos hacia el castillo de piedra en la cima de la colina, apenas asomándose por encima de ese cristal que brillaba en la pared, la pared que había recibido orden de derribar, y esperaba que no hubiera sido demasiado tarde en un solo sentido. Y ella sabía qué demonios estaba haciendo.


Capítulo 7 Traducido por Andiie RS Corregido por Reshi

Dorian había hecho sonar la alarma, pero los guardias ya lo sabían. Y cuando se había precipitado a bajar las escaleras de la torre, le bloquearon el camino, diciéndole que se quedara en su torre. Trató de seguir otra vez, ayudar, pero le rogaron que se quedara. Le rogaron, para que así no lo perdieran. Fue la desesperación, y lo joven que sonaban sus voces, lo que lo mantuvieron en su torre. Pero no inservible. Dorian se situó en su balcón, con una mano alzada ante él. Desde esa distancia, no podía hacer nada mientras que los wyverns desataban el infierno más allá de la pared de cristal. Despedazaban a través de edificios, desgarrando techos con sus garras, tomando gente -su gentede la calle. Cubrieron los cielos con una manta de colmillos y garras, y aunque desde la ciudad los guardias los atacaban, los wyverns no se detenían. Dorian convocó su magia, ordenándole obedecer, convocando hielo y viento a su palma, dejándola construir. Debió haber entrenado, debió haberle pedido a Aelin que le enseñara algo mientras ella estaba aquí. Los wyverns volaron más cerca del castillo y de la pared de cristal que lo rodeaba, como si quisieran enseñarle que tan impotente era antes de que vinieran por él. Déjalos venir. Déjalos acercarse lo suficiente a su magia. Tal vez él no tuviera el alcance de Aelin, tal vez no fuera capaz de envolver a la cuidad con su poder, pero si ellos se acercaban lo suficiente… Él no sería débil o se acobardaría otra vez. El primero de los wyverns impactó con la pared de cristal. Enorme, mucho más grande que la bruja de pelo blanco y su montura con cicatrices. Seis de ellos fueron por su castillo, por su torre. Por su rey. Entonces les daría un rey. Los dejó que se arrastraran más cerca, apretando sus dedos en un puño; excavando hacia abajo, abajo, abajo dentro de su magia. Muchas brujas permanecían en la pared de cristal, golpeando contra ella con las colas de sus wyverns, agrietando poco a poco el cristal opaco. Como si los seis que habían volado hacia el castillo fueran lo suficiente como para saquear el castillo. Podía ver sus figuras ahora, ver sus trajes de cuero tachoneados con hierro, la puesta de sol centelleando en las enormes corazas de los wyverns mientras corrían deprisa por encima de los todavía no sanados pisos del castillo. Y cuando Dorian pudo ver sus dientes de hierro mientras le sonreían, cuando los gritos de los guardias que tan valientemente disparaban flechas desde las puertas del castillo y las ventanas se convirtieron en un estruendo en sus oídos, extendió su mano hacia las brujas. Hielo y viento rasgaron dentro de ellas, haciendo trizas bestia y jinete. Los guardias gritaron alarmados, luego cayó un aturdidor silencio. Dorian jadeó en busca de aire, jadeó para recordar su nombre y lo que era cuando la magia se drenó


de él. Había matado cuando estaba esclavizado, pero nunca por su propia decisión. Y mientras la carne muerta llovía, con un ruido sordo en los terrenos del castillo, mientras la sangre se mezclaba con el aire… Más, su magia protestaba, descendiendo y ascendiendo en espiral al mismo tiempo, arrastrándolo otra vez dentro de sus gélidos remolinos. Más allá de la agrietada pared de cristal, su ciudad estaba sangrando. Gritando de terror. Cuatro wyverns más cruzaron la desmoronante pared de cristal, inclinándose mientras que sus jinetes observaban a sus hermanas despedazadas. Llantos se quebraron desde sus gargantas inmortales, los zarcillos en las cintas amarillas a través de sus cabezas chasqueando en el viento. Dispararon sus wyverns hacia el cielo, como si se estuvieran alzando y alzando y luego se fueran a caer directamente encima de él. Una sonrisa bailó en los labios de Dorian cuando desató su magia de nuevo, un látigo bifurcado rompiendo contra los ascendentes wyverns. Más sangre y pedazos de wyverns y brujas cayeron al suelo, todos cubiertos de hielo tan grueso que se destrozaban tras las losas del patio. Dorian excavó aún más adentro. Tal vez si pudiera llegar a la ciudad, podría emitir una red más amplia. Fue entonces cuando el otro ataque tomó lugar. No por el frente o arriba o abajo. Si no por un costado. Su torre se meció hacia un lado, y Dorian fue arrojado hacia delante, impactando contra el balcón de piedra, evitando por poco caer por el borde. La piedra se agrietó y madera se astilló, y había evitado ser aplastado por un pedazo de roca solo por la magia que había arrojado sobre sí mismo cuando se cubrió la cabeza. Se giró hacia el interior de su cuarto. Un gran y enorme hoyo se había abierto en un costado y en el techo. Y encaramada en la piedra resquebrajada, una sólidamente construida bruja ahora le sonreía con dientes de hierro capaces de desgarrar carne, una descolorida cinta de cuero amarillo en torno a sus cejas. Desató su magia, pero chisporroteó con una luz mortecina. Muy pronto, muy rápido, se dio cuenta. Muy descontrolada. Sin tiempo suficiente para alzar lo más hondo de su poder. Las cabezas de los wyverns se deslizaron dentro de la torre. Detrás de él, otros seis wyverns embistieron la pared, alzándose por su parte expuesta. Y la muralla misma… la muralla de Aelin… Bajo esas frenéticas, furiosas garras y colas… se colapsó completamente. Dorian observó la puerta que daba a las escaleras de la torre, donde los guardias ya deberían de estar cargando a través. Solo el silencio permaneció. Muy cerca, pero llegar a esa puerta requeriría pasar en frente de las fauces del wyvern. Exactamente por lo que la bruja estaba sonriendo. Una oportunidad, tendría una sola oportunidad de hacer esto. Dorian apretó los dedos, sin conceder a la bruja tiempo para estudiarlo un poco más. Arrojó una mano hacia delante, hielo aplastante brotó de su palma hacia los ojos del wyvern. Rugió, retrocediendo, y entonces corrió. Algo afilado cortó su oreja y se incrustó en la pared detrás de él. Una daga. Siguió corriendo a toda prisa hacia la puerta. La cola latigueó a través de su visión, basto un latido de su corazón antes de que impactara en su costado. Su magia era una capa alrededor de él, escudando sus huesos, su cráneo, y fue lanzado contra la pared de piedra. Lo suficientemente fuerte que las piedras se agrietaron. Lo suficientemente fuerte que la mayoría de los humanos estarían muertos. Estrellas y oscuridad danzaron en su visión. La puerta estaba tan cerca. Dorian trató de levantarse, pero sus extremidades no le obedecieron.


Aturdido; aturdido por el calor húmedo goteaba justo por debajo de sus costillas. Sangre. No era un corte profundo, pero suficiente para lastimar, cortesía de una de las espinas que estaban en esa cola. Espinas cubiertas de un brillo verdoso. Veneno. Algún tipo de veneno que debilitaba y paralizaba antes de que te matara. No sería tomado de nuevo, no a Morath, o al duque y sus collares. Su magia azotó contra la paralización provocada por el veneno, un beso letal. Magia curativa. Pero lenta, debilitada por su descuidado momentos antes. Dorian intentó arrastrarse hasta la puerta, jadeando a través de sus rechinantes dientes. La bruja ladró un comando a su wyvern y Dorian se recuperó lo suficiente como para estirar la cabeza. Para verla sacar sus espadas y empezar a desmontar. No, no, no… La bruja no llegó al suelo. Un latido de corazón después encaramada a su silla de montar, balanceando una pierna por encima. Al siguiente, su cabeza se había ido, su sangre rociando a su wyvern mientras este rugía y se giraba. Y era impactado contra la torre por otro, wyvern más pequeño, lleno de cicatrices y vicioso, con alas resplandecientes. Dorian no se quedó a ver qué es lo que pasaba, no se lo preguntó. Se arrastró hacia la puerta, su magia devorando el veneno que debió haberlo matado, un torrente furioso de luz peleando con toda la fuerza posible en contra de la verdosa oscuridad. Piel rajada, músculo, y hueso hormigueando mientras se tejían juntas lentamente y esa chispa parpadeo y se consumió en sus venas. Dorian estaba alcanzando el picaporte de la puerta cuando el pequeño wyvern aterrizó en el arruinado hoyo de su torre, sus enormes colmillos goteando sangre en el diseminado papeleo del que había estado quejándose hace unos minutos. Su blindada y ágil jinete desmontó, las flechas en el carcaj a través de su espalda chocando contra la empuñadura de la poderosa espada ahora atada con correa junto al carcaj. Ella se quitó el casco coronado con delgadas, cuchillas en forma de lanceta. Reconoció su cara antes de que recordara su nombre. Reconoció el cabello blanco, como la luz de la luna sobre agua, que se derramaba por su negra, y escamada armadura; reconoció los ojos de oro quemado. Reconoció esa imposiblemente bella cara, llena de fría sed de sangre y astucia malvada. —Levántate —gruñó Manon Blackbeak. l Mierda. El mundo era un canto estable en la cabeza de Manon mientras acechaba a través de las ruinas de la torre del rey, la armadura tronando contra las piedras caídas, papel revoloteando, y libros diseminados.


Mierda, mierda, mierda. Iskra no estaba en ningún lado en el que se la pudiera encontrar, no en el castillo, al menos. Pero su aquelarre si estaba. Y cuando Manon había divisado a esa centinela Yellowlegs encaramada dentro de la torre, preparándose para reclamar esa muerte para ella misma… un siglo de entrenamiento e instinto se depositaron sobre Manon. Todo lo que había tomado era un golpe de Cuchilla de Viento1 mientras Abraxos volaba, y la centinela de Iskra estaba muerta. Mierda, mierda, mierda. Luego Abraxos atacó la montura restante, una montura de mirada aburrida que no tuvo ni oportunidad de rugir antes de que los dientes de Abraxos se afianzaran alrededor de su ancho cuello y sangre y carne volaron mientras caían a través del aire. No tuvo ni un latido de corazón disponible para maravillarse que Abraxos no había perdido la batalla, que no había cedido. Su wyvern con corazón de guerrero. Le daría una ración de carne extra. La oscura y sangrienta chaqueta del joven rey estaba cubierta con polvo y suciedad. Pero sus ojos azul zafiro estaban despejados, más bien muy abiertos, mientras ella le rugía otra vez por encima de la estridente ciudad, “levántate.” Alcanzó una mano hacia la manija de hierro de la puerta. No para pedir ayuda o para escapar, se dio cuenta, si no como un soporte para poder levantarse. Manon estudió sus largas piernas, más musculosas que la última vez que lo vio. Entonces notó la herida asomándose a través del costado de su estropeada chaqueta. No profunda ni salía a borbotones, pero… Mierda, mierda, mierda. El veneno de la cola del wyvern era mortal en la peor situación, paralizadora en el mejor. Paralizadora con solo un rasguño. Debería estar muerto. O muriendo. —¿Qué es lo que quieres? —dijo él con la voz áspera, sus ojos pasando de ella a Abraxos, quien estaba ocupado monitoreando los cielos en busca de cualquier otro ataque, sus alas susurrando con impaciencia. El rey se estaba comprando tiempo a sí mismo, mientras su herida sanaba. Magia. Solo la magia muy poderosa podría haberlo salvado de la muerte. Manon chasqueó. —Tranquilo —y lo jaló para ponerlo en pie. Él no retrocedió ante su toque, o ante sus uñas de hierro que se engancharon y rasgaron a través de su chaqueta. Era más pesado de lo que había esperado, como si hubiera comprimido más músculo debajo de sus ropas también. Pero con su fuerza de inmortal, cargarlo para ponerlo de pie requería solo un poco de energía. Había olvidado lo alto que era. Cara a cara. Dorian suspiró mientras bajaba la cabeza para mirarla y respiro. 1

Cuchilla de Viento/Wind-Cleaver: espada de Manon.


—Hola, brujita —alguna antigua y depredadora parte de ella se despertó ante la media sonrisa. Se incorporó ladeando sus orejas hacia él. Ni una bocanada de miedo. Interesante. Manon ronroneó de vuelta. —Hola, principito —Abraxos gruñó en advertencia, y Manon giró la cabeza para descubrir otro a wyvern volando brusca y rápidamente por ellos—. Vete —dijo, dejándolo que se sostuviera por sí mismo mientras tiraba de la puerta para abrirla. Los gritos de los hombres que se encontraban varios niveles abajo se elevaron para encontrarlos. Dorian se hundió contra la pared, como si mantuviera toda su atención en permanecer vertical—. ¿Existe alguna salida? ¿Otra salida? El rey la juzgó con una franqueza que la puso a gruñir. Detrás de ellos, como si la Madre hubiera extendido su mano, un poderoso viento golpeó al wyvern y a su jinete lejos de la torre, haciéndolos caer en la ciudad. Incluso Abraxos rugió, adhiriéndose a las rocas de la torre tan fuerte que la roca se agrietaba bajo sus garras. —Hay pasajes—dijo el rey—. Pero tú... —Entonces encuéntralos. Vete —él no se movió del punto dónde estaba apoyado contra la pared. —¿Por qué? —la pálida línea aún se recortaba a través de su garganta, el fuerte contraste contra su bronceada piel. Pero ella no aceptaba el cuestionamiento de parte de los mortales. Ni siquiera por reyes. Ya no más. Así que ignoró su pregunta y dijo: —Perrington ya no es como parece. Es un demonio en un cuerpo mortal, y ha desalojado a su anterior piel para ponerse una nueva. Un hombre de cabello rubio. Cría al mal en Morath, un mal que planea desatar en cualquier momento. Esta es solo una muestra —chasqueó una mano con punta de hierro hacia la destrucción que los rodeaba—. Una manera de romper sus espíritus y ganar el favor de otros reinos poniéndolos a ustedes como el enemigo. Reúne a tus fuerzas antes de que tenga la oportunidad de incrementar sus números a un tamaño inconquistable. Él no quiere tomar solo esta tierra, sino toda Erilea. —¿Por qué será que su jinete heredera me está diciendo esto? —dijo Dorian. —Mis razones no son de tu incumbencia. Escapa —otra vez, ese poderoso viento estalló contra el castillo, empujando hacia atrás cualquier fuerza cercana, dejando a las piedras gimiendo. Un viento que olía a pino y nieve, una familiar y extraña esencia. Antiguo y hábil y cruel. —Mataste a esa bruja —en efecto, la sangre de la centinela manchaba las piedras. Cubría a Cuchilla del Viento y a su tirado casco. Asesina de brujas. Manon empujó fuera el pensamiento, junto con la pregunta que venía implícita. —Me debes una deuda de vida, Rey de Adarlan. Prepárate para el día en el que venga a reclamarla. La sensual boca de Dorian se apretó. —Pelea con nosotros. Ahora, pelea con nosotros contra él ahora —a través de la puerta, gritos y


exclamaciones de guerra rasgaban el aire. Las brujas se las habían arreglado para aterrizar en algún lado, para haberse infiltrado en el castillo. Sería una cuestión de minutos antes de que fueran encontrados. Y si para entonces el rey no se había ido… Tiró de él lejos de la pared y lo empujó hacia la escalera. Sus piernas se doblaron, y colocó una bronceada mano contra la Antigua pared de piedra mientras le lanzaba una mirada por encima del ancho hombro. Una mirada. —¿No sabes reconocer a la muerte cuando la ves? —siseó, bajo y vicioso. —He visto la muerte, y peor —dijo él, esos ojos azul zafiro congelados mientras la inspeccionaban desde la cabeza hasta la blindada punta de la bota y de regreso otra vez—. La muerte que tu ofreces es amable comparada con eso —eso hirió algo en ella, pero el rey ya estaba cojeando por las escaleras, una mano colocada en la pared. Moviéndose tan malditamente lento mientras el veneno dejaba su cuerpo, su magia seguramente batallando con todo lo que no lo dejara en este lado de la vida. La puerta en la base de la torre se destrozó. Dorian se detuvo ante las cuatro centinelas Yellowlegs que entraron deprisa, gruñendo hasta el hueco central de la torre. Las brujas se detuvieron, parpadeando ante su Líder del Ala. Cuchilla de Viento sacudiéndose en su mano. Mátalo, mátalo ahora, antes de que puedan propagar las palabras que has compartido con él… Mierda, mierda, mierda. Manon no tenía que decidir. En un torbellino de acero, las Yellowlegs murieron antes de que pudieran girarse hacia que había explotado a través de la puerta. Cabello plateado, cara y cuello tatuados, y orejas ligeramente puntiagudas. La fuente de ese viento. Dorian maldijo, tambaleándose un paso, pero los ojos del guerrero Fae estaban posados en ella. Solo ira letal brillaba ahí. El aire en la garganta de Manon se convirtió en nada. Un sonido estrangulado salió de ella, y trastabilló hacia atrás, arañando su garganta como si pudiera labrar una salida de aire. Pero la magia del hombre se mantuvo firme. Él la mataría por lo que había tratado de hacerle a su reina. Por la flecha que Asterin había disparado, intentando penetrar el corazón de la reina. Una flecha que el salvó cuando saltó enfrente de ella. Manon cayó de rodillas. El rey estaba inmediatamente al lado de ella, estudiándola por un latido de corazón antes de que rugiera hacia la parte baja de las escaleras. —¡NO! —eso era todo lo que se necesitaba. Aire inundó su boca, sus pulmones, y Manon jadeó, espalda arqueada mientras ella tomaba aire. Su clase no tenía escudos mágicos que las protegieran de ataques como ese. Solo cuando estaban más desesperadas, más furiosas, una bruja podía convocar el núcleo de su magia, con devastadoras consecuencias. Aún las más sanguinarias y desalmadas de ellas solo susurraban acerca del acto: El rendimiento. La cara de Dorian nadaba en su lacrimosa visión. Manon aún jadeaba en busca de ese fresco, aire salvavidas mientras él decía: —Encuéntrame cuando hayas cambiado de opinión, Blackbeack. Después el rey se había ido.


Capítulo 8 Traducido por Mary Aguilar Corregido por Reshi

Rowan Whitethorn había llegado sin alimento ni agua por dos días. Había llegado a Rifthol demasiado tarde. La capital estaba bajo las garras de las brujas y de sus wyverns. Había visto varias ciudades caer por siglos para saber que esta había caído. Incluso si las personas se unieron, sería solo para satisfacer más muertes con su cabeza. Las brujas ya habían derribado el muro de vidrio de Aelin. Otra iniciativa calculada por Erawan. Había sido un esfuerzo dejar a los inocentes luchar por sus propios medios, para correr fuerte y rápido al castillo de piedra y la torre del rey, había sido una orden dada para él por su reina. Él había llegado demasiado tarde—pero no si un atisbo de esperanza. Dorian Havilliard tropezó y se apresuró hacia abajo por los pasillos del castillo. Rowan, con su profundo sentido del olfato y oído manteniéndolos en zonas donde el conflicto se intensificaba. Si los túneles secretos estaban vigilados, si no podían llegar hacia las alcantarillas… Rowan calculaba plan tras plan, pero ninguno terminaba bien. —Por aquí— jadeo el Rey, era la primera cosa que Dorian había dicho mientras corría por las escaleras. Estaban en una parte residencial del palacio, que Rowan sólo había visto desde la parte exterior cuando exploraba— en forma de halcón. Las habitaciones de la reina —Hay una salida secreta en el dormitorio de mi madre. Las puertas pálidas de la recamara real habían sido bloqueadas. Rowan atacó a través de ellas con la mitad de un pensamiento, empalando el lujoso mobiliario y el arte de las paredes con astillas de madera. Adornos y objetos de valor hechos añicos. —Lo siento— Rowan, dijo al rey: sin sentirlo en absoluto. Su magia parpadeaba en un aleteo lejano para hacerle saber que estaba agotando. Dos días de cabalgar por los vientos a una velocidad de vértigo, combatiendo los wyverns, había tomado su peaje.


Dorian inspecciono el daño de forma casual. —Alguien lo habría hecho de todos modos— no había ningún sentimiento, ningún dolor detrás de ello. Se apresuró por el cuarto, cojeando un poco. Si el rey hubiera poseído una fracción menos de magia, él podría haber sucumbido a la cola venenosa del dragón. Dorian alcanzo un gran retrato dorado, de una mujer hermosa de cabello castaño con un bebe de ojos color zafiro mirando en sus brazos. El rey lo miró por un latido de corazón más largo de lo necesario, lo suficiente para que Rowan se diera cuenta de todo. Pero Dorian arrastró la pintura hacia él, para revelar una pequeña trampilla. Rowan vio que el rey entraba dentro de ésta, con una vela en la mano, antes de utilizar su magia para hacer flotar la pintura de vuelta a su lugar de descanso, y, a continuación, cerrar la puerta detrás de ellos. El pasillo era apretado, las piedras polvorientas. Pero el viento delante susurraba sobre espacios abiertos, sobre humedad y moho. Rowan envió un poco de magia para sondear las escaleras que ahora se dirigían hacia abajo y a las muchas salas por delante. Ningún signo de hundimiento de cuando ellos habían destruido la torre del reloj. Ningún signo de enemigos acechando, o el tufo corrupto de los Valg y sus bestias. Una pequeña suerte. Sus oídos hada recogieron los sonidos sordos de los gritos y los gritos de los moribundos por encima de ellos. —Debería quedarme—Dijo Dorian suavemente. Un regalo de la magia del rey, entonces —el oído realzado. La magia cruda que podría concederle cualquier regalo: hielo, llamas, curación, sentidos aumentados y fuerza. Quizás el cambio de forma, si lo intentara. —Eres más útil a tu gente vivo —dijo Rowan, su voz a la intemperie contra las piedras. El agotamiento le fastidiaba, pero él lo apartó. Descansaría cuando estuvieran a salvo. El rey no respondió. —he visto muchas ciudades caer. He visto reinos enteros caer. Y la destrucción que vi cuando volaba, es suficiente para decir que ni siquiera con tus considerables dones podrías hacer. —Dijo Rowan. No estaba completamente seguro de lo que ellos harían si aquella destrucción fuera atraída hacia las puertas de Orynth. O por qué Erawan estaba esperando para hacerlo. Pensaría sobre eso más tarde. —Debería morir con ellos—fue la respuesta del rey. Llegaron a la parte inferior de la escalera, que daba paso ahora a la amplitud en cámaras respirables. Rowan serpenteaba nuevamente su magia a través de los numerosos túneles y escaleras. En el de la derecha sugirió una alcantarilla en la parte inferior. Bien. —He sido enviado aquí para impedir que hicieras justamente eso—dijo Rowan por fin. El rey le echó un vistazo sobre su hombro, estremeciéndose un poco por el movimiento donde


todavía se extendía la herida. Rowan sospechó que era una herida profunda realizada hace unos minutos antes, ahora sólo una cicatriz roja en el lateral de su chaqueta rasgada. —Ibas a matarla— Él sabía a quién se refería el rey. —¿Por qué me dijiste que no lo hiciera? — Entonces el rey le relató el encuentro mientras se adentraban más profundo en la entrañas del castillo. —Yo no confiaría en ella— dijo Rowan después que Dorian hubiera terminado. —Pero quizás lo dioses nos lanzaran un hueso. Quizás la heredera Blackbeak se una a nuestra causa. Si sus crímenes no eran descubiertos primero. Pero incluso si ellos sólo tenían trece brujas y sus wyverns, si aquel aquelarre fuese el más experto de todas las Ironteeth… eso podría significar la diferencia entre la caída de Orynth o el levantamiento contra Erawan. Alcanzaron las alcantarillas del castillo. Incluso las ratas escapaban por la pequeña entrada de la corriente, como si los bramidos de los wyverns fueran una sentencia de muerte. Pasaron por un arco sellado por piedras, sin duda derrumbadas por la erupción de fuego del infierno este verano. El pasaje de Aelin, se dio cuenta Rowan con un profundo tirón en el pecho. Y unos pasos más adelante, un antiguo grupo de manchas de sangre seca en las piedras a lo largo de la orilla del agua. Un humano flotaba allí, manchado y sucio. —Ella destripó a Archer Finn justo allí—dijo Dorian, siguiendo su mirada. Rowan no se permitió pensar acerca de eso, o que esos imbéciles habían dado involuntariamente a una asesina una habitación que conectaba con la recámara de su reina. Había un barco amarrado al poste de piedra. Su casco casi podrido, pero bastante sólido. Y la rejilla al pequeño castillo había permanecido abierta. Rowan lazo su magia hacia afuera, probando el aire más allá de las alcantarillas. Ninguna señal de alas, ninguna sangre perfumada en su trayectoria. Una parte tranquila, de este castillo. Si las brujas hubieran sido inteligentes, habrían tenido centinelas vigilando cada pulgada de él. Pero de los gritos y suplicas que continuaban encima. Rowan sabía que las brujas estaban demasiado perdidas en su sed de sangre para pensar claramente. Al menos durante unos minutos. Rowan movió su barbilla al barco. —Sube—


Dorian miró con el ceño fruncido el moho y la putrefacción —tendremos mucha suerte si esto no se derrumba alrededor de nosotros. —De ti—Rowan corrigió. —Alrededor de ti. Yo no voy a subir. Dorian oyó su tono de voz y sabiamente subió. —Que estás… Rowan dio un tirón de su capa y lo lanzó sobre el rey. —Túmbate y pon esto sobre ti— con la cara un poco pálida, Dorian obedeció. Rowan rompió las cuerdas con un destello de sus cuchillos, el cambio, alas que baten bastante fuerte informaron a Dorian lo que estaba pasando, la magia de Rowan gimió y tiró mientras era empujado por lo que parecía un vacío, serpenteando el navío de las alcantarillas como si alguien accidentalmente lo hubiera desatado. Volando a través de la boca de alcantarilla, rodeó el barco con una pared de aire duro que contenía el aroma del rey y mantenía cualquier flecha que perforara su cuerpo. Rowan miró atrás sólo una vez mientras volaba sobre el pequeño río, muy por encima de la barca. Sólo una vez, en la ciudad que había forjado y roto y protegido su reina. Su muro de cristal no era más que trozos y fragmentos relucientes en las calles y la hierba. Estas últimas semanas de viaje habían sido una tortura—la necesidad de reclamarla, de saborearla, le sacaba de sus casillas. Y dado lo que Darrow había dicho… quizá, a pesar de su promesa cuando partió, había sido una buena cosa no haber llegado hasta el final. Aquello había estado en su subconsciente mucho antes de Darrow y sus decretos de mierda: él era un príncipe, pero sólo de nombre. No tenía ningún ejército, ningún dinero. Los sustanciales fondos que poseía estaban en Doranelle —y Maeve nunca permitiría que los reclamara. Probablemente habían sido ya distribuidos entre sus entrometidos primos, junto con sus tierras y residencias. No importaba si algunos de ellos —los primos con los que había sido criado— se negasen a aceptarlos, con la lealtad y terquedad típica de los Whitethorn Ahora, todo lo que Rowan podía ofrecer a su reina era la fuerza de su espada, la profundidad de su magia y la lealtad de su corazón. Esas cosas no ganan guerras. Había olisqueado la desesperación en ella perfumado, aunque su rostro lo ocultaba, cuando Darrow había hablado. Y él conocía la fiereza de su alma: Ella lo haría. Considerar el matrimonio con un extranjero Príncipe o Señor. Incluso si esta cosa entre ellos… incluso si él sabía que no era mera lujuria, o incluso sólo amor. Esta cosa entre ellos, la fuerza, podría devorar el mundo.


Y si no lo controlaban, se controlaban, muy bien podría provocar el final del mismo. Esa fue la razón por la que no había pronunciado las palabras que había pensado decirle desde hacía algún tiempo, aún cuando cada instinto estaba rugiendo en él para hacerlo cuando se separaron. Y quizá perder a Aelin sería su castigo por permitir que muriera su compañera. Su castigo para finalmente dejar ir el dolor y el desamor. El ritmo de olas era apenas perceptible en el rugido de los inocentes y wyverns gritando por ayuda que nunca llegaría. Encerró el dolor en el pecho, y las ganas de darse la vuelta. Esto era la guerra. Estas tierras podrían soportar cosas mucho peores en los próximos días y meses. Su reina, no importa cómo él intentaba protegerla, podría soportar cosas mucho peores. En el momento en el que el pequeño navío se deslizaba serpenteando por el pequeño río hacia el delta del Avery, un Halcón de cola blanca elevándose encima de él, los muros del castillo se bañaron en sangre.


Capítulo 9 Traducido por Karla Sbraccia Corregido por Sandra

Elide Lochan sabía que estaba siendo cazada. Durante tres días ahora, había tratado de perder a lo que sea que la estuviese siguiendo a través de la interminable extensión de Oakwald. Y en el proceso, ella misma se había perdido. Tres días casi sin dormir, apenas deteniéndose el tiempo suficiente para buscar comida y agua. Giró una vez hacia el sur, para dar marcha atrás y apartarlo de su rastro. Había terminado dirigiéndose durante un día en esa dirección. Luego hacia el oeste, hacia las montañas. Luego hacia el sur, posiblemente este; no podía decirlo. Había estado corriendo entonces. Oakwald, tan denso que apenas podía seguir al sol. Y sin una vista clara de las estrellas, sin atreverse a parar y encontrar un árbol fácil de subir, no pudo encontrar al Señor del Norte, su baliza a casa. Al mediodía del tercer día, estaba cerca del llanto. De agotamiento, de ira, de un miedo profundo hasta los huesos. Lo que sea que tomó su tiempo cazándola seguramente se tomaría su tiempo al matarla. Su cuchillo temblaba en su mano mientras se detenía en un claro, un repentino, ágil arroyo bailando a través de él. Su pierna le dolía, su arruinada e inútil pierna. Ella le habría ofrecido al dios oscuro su alma por unas horas de paz y seguridad. Elide dejó caer el cuchillo en la hierba junto a ella, cayendo de rodillas delante del arroyo y bebiendo rápido y profundo. El agua llenó el vacío en su estómago dejado por bayas y raíces. Volvió a llenar su cantimplora, con las manos temblando incontrolablemente. Temblando tanto que dejó caer la tapa de metal en la corriente. Maldijo, sumergiéndose en el agua fría hasta los codos mientras buscaba la tapa, acariciando las rocas resbaladizas y las vides de algas de río, rogando una pausa solitaria… Sus dedos se cerraron sobre la tapa cuando el primer aullido sonó a través del bosque. Elide y el bosque se quedaron inmóviles. Había oído perros ladrando, había escuchado a los coros fantasmales de los lobos cuando había sido transportada desde Perranth a Morath. Esto no era ninguno. Esto era...


Habían habido noches en Morath en las que había sido sacada del sueño debido a aullidos como este. Aullidos que había creído eran imaginarios cuando no sonaron de nuevo. Nadie nunca los mencionó. Pero ahí estaba el sonido. Ese sonido. Vamos a crear maravillas que harán temblar al mundo. Oh, dioses. Elide atornilló a ciegas la tapa a la cantimplora. Lo que sea que pudiera ser, se acercaba rápidamente. Tal vez un árbol, un árbol alto, podría salvarla. Esconderla. Tal vez. Elide se giró para empujar su cantimplora en su bolso. Pero un guerrero estaba agachado al otro lado del arroyo, un largo, perverso cuchillo equilibrado sobre su rodilla. Sus ojos negros la devoraban, su cara dura por debajo de una igual oscuridad, cabello largo hasta los hombros cuando dijo en una voz como el granito. —A menos que quieras ser el almuerzo, chica, te sugiero que vengas conmigo. Una pequeña y antigua voz le susurró al oído que al fin había encontrado a su implacable cazador. Y ahora los dos se convirtieron en las presas de alguien más.

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Lorcan Salvaterre escuchó los gruñidos en aumento en el antiguo bosque y sabía que probablemente estaban a punto de morir. Bueno, la chica estaba a punto de morir. Ya sea en las garras de lo que los persiguió o al final de la hoja de Lorcan. Aún no lo había decidido. Humana. Su esencia a canela y bayas de saúco de ella era completamente humana, y sin embargo ese otro olor se mantuvo, ese tinte de oscuridad revoloteando a su alrededor como las alas de un colibrí. Él podría haber sospechado que ella había convocado a las bestias si no fuera por el olor del miedo tiñendo el aire. Y por el hecho de que la había estado rastreando durante tres días ahora, dejándola perderse a sí misma en el enmarañado laberinto de Oakwald, y había encontrado poco para indicar que estaba esclavizada por un Valg. Lorcan se puso de pie, y sus ojos oscuros se ensancharon mientras absorbía su imponente altura. Ella permaneció de rodillas por el arroyo, una mano sucia estirándose por la daga que tontamente había descartado en la hierba. No era tonta o lo suficiente desesperada como para levantarla contra


él. —¿Quién eres? Su ronca voz era baja no el alto tono dulce que había esperado de su delicado cuerpo, totalmente curvado. Baja, fría y constante. —Si quieres morir —dijo Lorcan—. Entonces adelante: sigue haciendo preguntas. —Se dio la vuelta, hacia el norte. Y fue entonces cuando comenzó la segunda serie de gruñidos. De la otra dirección. Dos manadas acercándose, La hierba y la tela se agitaban, y cuando levantó la vista, la chica estaba de pie, daga en ángulo, el rostro enfermizamente pálido al darse cuenta de lo que estaba sucediendo: estaban siendo arreados. —Este u Oeste —dijo Lorcan. En los cinco siglos que había estado matando su camino a través del mundo, él nunca había oído gruñidos como esos de ninguna clase o bestia. Liberó su hacha de donde la tenía atada a su lado. —Este. —La chica respiró, con los ojos como dardos de una a otra dirección—. Me..me dijeron que me mantuviera fuera de las montañas. Wyverns, grandes, bestias aladas, las patrullan. —Sé lo que es un wyvern —dijo. Algún temperamento se quebró en sus ojos oscuros ante su tono, pero el miedo se lo llevó. Ella comenzó a retroceder hacia la dirección que había elegido. Una de las criaturas soltó un grito de lamento. No un sonido canino. No, este era agudo, chillando, como un murciélago. Pero más profundo. Más hambriento. —Corre —dijo. Ella lo hizo. Lorcan tenía que darle crédito a la chica: a pesar de la pierna aún herida, a pesar del cansancio que la había hecho descuidada estos últimos días, se cernió como un ciervo a través de los árboles, su terror probablemente descartando cualquier dolor. Lorcan saltó el ancho arroyo en un fácil movimiento, cerrando la distancia entre ellos en cuestión de latidos. Lentos; estos humanos eran tan condenadamente lentos. Su respiración ya era irregular mientras se arrastraba a si misma hasta una colina, haciendo el ruido suficiente para alertar a sus seguidores. Estrellándose en la maleza detrás de ellos, desde el sur. Dos o tres por el sonido de ello. Grandes, por las ramas rompiéndose y el golpeteo de pisadas. La chica alcanzó la parte superior de la colina, tropezando. Se quedó en posición vertical, y Lorcan observó la pierna otra vez. No había ninguna razón para haberla seguido durante tanto tiempo si moría ahora. Por un instante, contempló el peso en su chaqueta, la Llave del Wyrd escondida. Su magia era fuerte, la más fuerte


de cualquier varón semi-Hada en ningún otro reino, ningún dominio. Pero si utilizaba la llave… Si utilizaba la llave, entonces merecía la condenación que caería sobre él. Así que Lorcan arrojó un neto de su poder detrás de ellos, una barrera invisible flotando espirales negras de viento. La chica se puso rígida, azotando su cabeza a él mientras el poder ondulaba lejos en una onda. Su piel palideció aún más, pero ella continuó, mitad cayéndose, mitad corriendo abajo por la colina. El impacto de cuatro cuerpos masivos contra su magia llegó un momento más tarde. El aroma de su sangre mientras se cortaba a sí misma sobre roca y raíz se empujó hacia su nariz. Ella no era ni de lejos lo suficientemente rápida. Lorcan abrió la boca para ordenarle que se apresurara cuando el muro invisible se rompió. No roto, pero agrietado, como si esas bestias lo hubieran dividido. Imposible. Nadie podía pasar a través de esos escudos. Ni siquiera Rowan-estoy en celo-Whitethorn Pero, efectivamente, la magia se había dividido La chica cayó al barranco en la parte inferior de la colina, casi sollozando ante la plana amplia zona boscosa extendiéndose delante. Ella corrió a toda velocidad, la trenza oscura golpeando, la mochila rebotando contra su delgada espalda. Lorcan se movió detrás de ella, mirando los árboles de lado y lado mientras los gruñidos y crujidos comenzaron de nuevo. Estaban siendo arreados, ¿pero hacia qué? Y si estas cosas habían rasgado su magia en pedazos... Hacía mucho, mucho tiempo desde que había tenido un nuevo enemigo para estudiar, para domar. —Sigue adelante —gruñó, y la chica no hizo mucho más que mirar por encima de su hombro como Lorcan golpeó una parada entre dos robles imponentes. Había estado en una espiral hacia abajo en su magia durante días, planeando usarla con la chica humana-pero-no cuando se aburrió de acecharla. Ahora su cuerpo estaba lleno de ella, el poder doliendo por salir. Lorcan volteó su hacha en su mano, una, dos veces, el metal cantando a través de la espesura del bosque. Un viento frío afilado en negra niebla bailaba entre los dedos de su otra mano. No un viento como el de Whitethorn, y no luz y fuego como el de la puta reina de Whitethorn. Ni siquiera magia cruda como la del nuevo Rey de Adarlan. No, la magia de Lorcan era una de voluntad —de muerte y pensamiento y destrucción. No había ningún nombre para ella. Ni siquiera su reina había sabido lo que era, de donde había venido. Un regalo del dios oscuro, de Hellas, Maeve lo había meditado, un regalo oscuro, para su oscuro guerrero. Y dejado así. Una sonrisa salvaje bailó en los labios de Lorcan mientras dejaba que su magia subiera a la superficie, dejaba que su oscuro rugido llenara sus venas.


Él había derrumbado ciudades con este poder. No creía que a estas bestias, sin importar como cayeran, les iría mucho mejor. Aminoraron el paso mientras se acercaban, sintiendo que un depredador los esperaba, midiéndolo. Por primera vez en un maldito largo tiempo, Lorcan no tenía palabras para lo que vio. Tal vez debería haber matado a la chica. Una muerte a su mano sería misericordiosa en comparación con lo que gruñía delante de él, en cuclillas bajo enormes garras, trituradoras de carne. No era un Sabueso del Wyrd. No, estas cosas eran mucho peores. Su piel era de un azul moteado, tan oscuro que era casi negro. Cada larga extremidad, ligeramente musculosa había sido implacablemente diseñada y perfeccionada. Para las largas garras al final de sus manos, manos de cinco dedos, ahora curvadas ante la anticipación de un ataque. Pero no eran sus cuerpos lo que lo aturdieron. Era la forma en que las criaturas se detuvieron, sonriendo bajo sus rotas narices como de murciélago, para revelar hileras dobles de dientes como agujas, y entonces se pusieron de pie sobre sus patas traseras. De pie en su completa altura, como un hombre que se arrastra podría levantarse. Lo eclipsaban por al menos 30 centímetros. Y los atributos físicos que parecían alarmantemente familiares se confirmaron cuando el más cercano a él abrió su horrible boca y dijo: —No hemos probado la carne de tu clase aún. El hacha de Lorcan se movió hacia arriba. —No puedo decir que haya tenido el placer, tampoco. Había muy, muy pocas bestias que podían hablar las lenguas de los mortales y Hadas. La mayoría lo había desarrollado a través de la magia, la desgracia ganada o bendecida. Pero allí, en los ojos entornados de placer en anticipación a la violencia, brillaban oscuros ojos humanos. Whitethorn le había advertido de lo que estaba ocurriendo en Morath, había mencionado que los Sabuesos del Wyrd podrían ser la primera de muchas cosas terribles en ser liberadas. Lorcan no se había dado cuenta de que esas cosas tendrían cerca de dos metros y medio de altura y parte humana, parte de lo que sea que Erawan había hecho para convertirlo en esto. El más cercano se atrevió a dar un paso, pero siseó, siseó a la línea invisible que había dibujado. El poder de Lorcan parpadeaba y latía en las garras de los dedos envenenados de la criatura, mientras empujaba el escudo. Cuatro contra uno. Normalmente, probabilidades favorables para él.


Normalmente. Pero él llevaba la Llave del Wyrd que buscaban, y ese anillo de oro que había robado de Maeve, después dado y robado de Aelin Galathynius. El anillo de Athril. Y si le entregaban cualquiera a su amo... Entonces Erawan poseería las tres Llaves del Wyrd. Y sería capaz de abrir una puerta entre los mundos para dar rienda suelta a sus hordas Valg en espera sobre todos ellos. Y en cuanto al anillo de oro de Athril... Lorcan no tenía ninguna duda de que Erawan destruiría el anillo forjado por la misma Mala, el único objeto en Erilea que concedía inmunidad a su portador contra la Piedra del Wyrd... y los Valg. Así que Lorcan se movió. Más rápido de lo que podían llegar a detectar, arrojó su hacha a la criatura más lejana a él, su enfoque puesto en su compañero, mientras empujaba el escudo. Todos ellos se giraron hacia su compañero cuando el hacha golpeó su cuello, profunda y permanente. Todos se volvieron para verlo caer. Letal por naturaleza, pero sin entrenamiento. La atención de las bestias desviada por un instante, los siguientes dos cuchillos de Lorcan volaron. Las dos cuchillas incrustadas hasta la empuñadura en sus rígidas frentes, sus cabezas tambaleándose hacia atrás mientras los estrepitosos golpes los pusieron de rodillas. El del centro, el que había hablado, desató un grito primario que hizo que los oídos de Lorcan zumbaran. Se lanzó a por el escudo. Rebotó, la magia más densa esta vez. Lorcan sacó su larga espada y un cuchillo. Y sólo podía ver como la cosa le rugía al escudo y golpeaba contra él con ambas manos con estropeadas garras... y su magia, su escudo, fundido bajo su tacto. Dio un paso a través de su escudo como si fuera una puerta. —Ahora vamos a jugar. Lorcan se agachó en una postura defensiva, preguntándose cuán lejos la chica había llegado, si siquiera se había vuelto para mirar lo que los perseguía. Los sonidos de su huida se habían desvanecido. Detrás de la criatura, sus compañeros temblaban. No, revivían. Cada uno de ellos levantó una fuerte mano llena de garras hacia las dagas a atravesando sus cráneos, y tiraron de ellas hacia fuera. El metal raspó sobre hueso.


Sólo el que tenía su cabeza ahora atada por solo unos cuantos tendones se mantuvo abajo. Decapitación, entonces. Incluso si eso significaba acercarse lo suficiente para hacerlo. La criatura ante él sonrió con alegría salvaje. —¿Qué eres? —dijo Lorcan entre dientes. Los otros dos estaban ahora en sus pies, las heridas en sus cabezas ya curadas, erizados en amenaza. —Somos cazadores de Su Majestad Oscuro —dijo el líder con una reverencia burlona—. Somos los ilken. Y hemos sido enviados para recuperar a nuestra presa. ¿Esas brujas habían enviado a estas bestias por él? Cobardes, para no hacer su propia cacería. El ilken continuó, dando un paso hacia él con piernas que se doblaban hacia atrás. —Íbamos a dejarte tener una muerte rápida, un regalo —Sus fosas nasales se ampliaron, olfateando el bosque silencioso—. Pero como te has interpuesto entre nosotros y nuestra presa... saborearemos tu largo final. No él. Él no era lo que los wyverns habían estado acechando en estos días, lo que estas criaturas habían venido a reclamar. No tenían idea de lo que llevaba, de lo que era. —¿Qué quieres de ella? —preguntó, vigilando la aproximación progresiva de los tres. —No es de tu incumbencia —dijo el líder. —Si hay una recompensa en ello, te ayudaré. Oscuros ojos sin alma destellaron hacia él. —¿Tu no proteges a la chica? Lorcan se encogió de hombros, rezando para que no pudieran oler su engaño mientras le compraba a ella más tiempo, comprarse a si mismo tiempo para resolver el rompecabezas de su poder. —Ni siquiera sé su nombre. Los tres ilken se miraron entre sí, una mirada de pregunta y decisión. Su líder dijo: —Es importante para nuestro rey. Recupérala, y él te llenará de un poder mucho más grande que el de escudos débiles. ¿Era ese el precio para los seres humanos que habían sido una vez, magia que era de alguna manera inmune a lo que fluía de forma natural en este mundo? ¿O la elección había sido tomada de ellos, con tanta seguridad como sus almas habían sido robadas, también? —¿Por qué es importante?


No estaban por la labor de confesar. Se preguntó cuánto tiempo tomaría reponer el suministro de cualquiera que fuera el poder que les permitió dividir la magia. Tal vez estaban comprándose a sí mismos tiempo, también. El ilken dijo: —Es una ladrona y una asesina. Debe ser llevada a nuestro rey por justicia. Lorcan podría haber jurado que una mano invisible le tocó el hombro. Él conocía ese toque, había confiado en él toda su vida. Lo había mantenido vivo este tiempo. Un toque en su espalda para seguir adelante, para luchar y matar y respirar en la muerte. Un toque en el hombro para en cambio correr. Para saber que sólo la perdición esperaba adelante, y la vida se tendía detrás. El ilken sonrió una vez más, sus dientes brillantes en la penumbra del bosque. A modo de respuesta, un grito rompió desde el bosque detrás de él.


Capítulo 10 Traducido por Irais A. Galvez Corregido por Cotota

Elide Lochan se paró frente a una criatura nacida de las pesadillas de un dios oscuro. A través del claro, se elevaba sobre ella, sus garras clavándose en la marga del suelo del bosque. —Allí estas —silbó entre dientes más afilados que los de un pez—. Ven conmigo niña, y te concederé un final rápido. Mentía. Vio cómo la evaluaba, las garras encrespadas como si ya pudiera sentirlas triturando en su vientre suave. La cosa había aparecido en su camino como si una nube de noche se hubiera dejado caer allí, y se echó a reír cuando ella gritó. Su cuchillo se sacudió cuando se levantó. Se paraba como un hombre, hablaba como uno. Y sus ojos... Eran absolutamente desalmados, sin embargo, la forma de ellos... Eran humanos, era monstruoso, ¿qué horrible mente había imaginado una cosa así? Sabía la respuesta. Ayuda. Necesitaba ayuda. Pero el hombre del arroyo probablemente estaba muerto en las garras de otros animales. Se preguntó por cuánto tiempo su magia había resistido. La criatura dio un paso hacia ella, sus musculosas piernas cerrando la distancia demasiado rápido. Ella retrocedió hacia los árboles, a la dirección por la que había venido. —¿Es tu sangre tan dulce como tu cara, niña? —su lengua grisácea probó el aire entre ellos. Piensa, piensa, piensa. ¿Qué haría Manon ante dicha criatura? Manon, ella recordó, estaba equipada con garras y colmillos por su cuenta. Sin embargo una pequeña voz le dijo al oído, Tú también. Usa lo que tienes. Había otras armas a parte de las de hierro y acero. A pesar de que sus rodillas temblaban, Elide levantó la barbilla y se encontró con los ojos negros y humanos de la criatura. —Cuidado —dijo, bajando la voz al ronroneo que Manon tan a menudo había usado para asustar a la astucia de todo el mundo. Elide metió la mano en el bolsillo de su abrigo, sacando el fragmento


de piedra y apretándolo en su puño, queriendo que otra presencia mundana llenara el claro, el mundo. Rezó para que la criatura no viera en su puño, no preguntara qué estaba en él mientras ella seguía con voz cansina—. ¿Crees que el Rey Oscuro estará contento si me haces daño? —miró bajo su nariz a él. O lo mejor que pudo mientras se enderezaba aunque fuera varios pies más pequeña—. He sido enviada a buscar a la chica. No interfieras. La criatura parecía reconocer las pieles de combate entonces. Parecía olfatear ese extraño, aroma que rodeaba alrededor la roca. Y vaciló. Elide mantuvo la cara una máscara de desagrado frío. —Apártate de mí vista. Ella casi vomitó cuando empezó a caminar hacia él, hacia una muerte segura. Pero pisoteó a lo largo, rondando como Manon había hecho tan a menudo. Elide se obligó a mirarlo a la horrible cara como de murciélago, a su paso. —Dile a tus hermanos que si interfieren de nuevo, yo personalmente voy a supervisar la delicia que experimentaran en las mesas de Morath. La duda todavía bailaba en sus ojos, junto con el miedo real. Eran un golpe de suerte, esas palabras y frases, en base a lo que había oído. Ella no se permitió considerar lo que habían hecho para que tal criatura temblara con la mención. Elide estaba a cinco pasos de la criatura, muy consciente de que su columna vertebral era ahora vulnerable a esas garras y dientes de trituración, cuando eso preguntó: —¿Por qué huyes a nuestra aproximación? Ella dijo sin volverse, con esa voz fría, viciosa de Manon Blackbeak: —No tolero las preguntas de los subordinados. Ya has perturbado mi búsqueda y lesionado mi tobillo con tu ataque inútil. Ora para que no recuerde tu cara cuando vuelva a la Fortaleza. Ella supo su error en el momento en que contuvo la respiración sibilante. Aun así, mantuvo sus piernas en movimiento, la espalda recta. —Qué casualidad —reflexionó—, que nuestra presa de manera similar es coja. Que Anneith la salvara. Tal vez no había notado la cojera hasta entonces. Tonta. Tonta. Correr no le haría ningún bien, correr proclamaría a la criatura que había ganado, que estaba en lo correcto. Se detuvo, como si su temperamento hubiera sido arrancado de su correa, y chasqueó la cara hacia la criatura. —¿Sobre qué estas silbando? — lo dijo con convicción y rabia absoluta.


Una vez más la criatura se detuvo. Una oportunidad, sólo una oportunidad. La criatura iba a saber muy pronto que había sido engañado. Elide mantuvo su mirada. Era como mirar una serpiente muerta a los ojos. Dijo con la calma letal que a las brujas les gustaba usar: —No me hagas revelar lo que Su Oscura Majestad puso dentro de mí sobre la mesa. Como en respuesta, la piedra en su mano latía, y ella podría haber jurado que la oscuridad parpadeaba. La criatura se estremeció y retrocedió un paso. Elide no consideró lo que había hecho mientras se burlaba una última vez y se alejó. Lo hizo quizá media milla antes de que el bosque estuviera de nuevo lleno del parloteo de vida. Cayó de rodillas y vomitó. Nada más que bilis y agua salió. Estaba tan ocupada lanzando hasta sus entrañas por el miedo estúpido y alivio que no notó el acercamiento de nadie hasta que fue demasiado tarde. Una mano ancha apretó en su hombro, dándole vueltas a su alrededor. Ella sacó su daga, pero era demasiado tarde. La misma mano la soltó para golpear la cuchilla a la hierba. Se encontró mirando el rostro salpicado de tierra del hombre de la corriente. No, no era suciedad. Sangre que apestaba, sangre negra. —¿Cómo? —dijo, tropezando un paso de distancia. —Tú primero —gruñó, pero giró la cabeza hacia el bosque detrás de ellos. Ella siguió su mirada. No vio nada. Cuando miró a su dura cara, yacía una espada contra su garganta. Ella trató de retroceder, pero él la agarró del brazo, sosteniéndola como trozo de acero en su piel. —¿Por qué hueles como uno de ellos? ¿Por qué te persiguen? Había embolsado la piedra, o de lo contrario podría haberle mostrado. Pero el movimiento podría causar que golpeara, y esa pequeña voz susurró que mantuviera la piedra oculta. Ella ofreció otra verdad. —Debido a que he pasado los últimos meses en Morath, viviendo entre ese olor. Ellos me buscan porque me las arreglé para liberarme. Huyo a la seguridad del norte.


Más rápido de lo que podía ver, bajó la cuchilla sólo para cortarla sobre su brazo. Un rasguño, poco más que un susurro de dolor. Ambos vieron como su sangre roja surgió y escurría. Parecía suficiente respuesta para él. —Puedes llamarme Lorcan —dijo, aunque ella no había preguntado. Y con eso, la atrajo sobre su ancho hombro como un saco de patatas y corrió. Elide sabía dos cosas en cuestión de segundos: Que las criaturas restantes –sin embargo eran muchas– tenían que estar sobre su pista y acercándose rápido. Tenían que haberse dado cuenta de que los había engañado para liberarse. Y que el hombre, moviéndose rápido como el viento entre las robles, era semi-Fae.

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Lorcan corrió y corrió, sus pulmones engullendo grandes bocanadas de aire asfixiante de la selva. Colgada al hombro, la chica ni siquiera gemía mientras las millas pasaron. Había llevado paquetes más pesados que ella por rangos de una montaña entera. Lorcan desaceleró cuando su fuerza por fin comenzó a flanquear, la gastó más rápido gracias a la magia que había utilizado para logar dominar a esas tres bestias, el maltrato más allá de su inmunidad natural, y entonces mató a dos, mientras fijaba al otro el tiempo suficiente para correr a toda velocidad por la chica. Había tenido suerte. La chica, al parecer, había sido inteligente. Corrió antes de detenerse, poniéndola en el suelo con fuerza suficiente para que ella hiciera una mueca –hizo una mueca y saltó un poco en ese tobillo herido. Su sangre había fluido roja en vez del negro hediondo que implicaba la posesión de Valg, pero todavía no se explicaba cómo había sido capaz de intimidar a un ilken a la sumisión. —¿A dónde vamos? —dijo ella, balanceando su bolso para sacar su cantimplora. Esperó las lágrimas y oraciones y súplicas. Ella simplemente desenroscó la tapa del recipiente revestido de cuero y bebió profundamente. Entonces, para su sorpresa, le ofreció un poco. Lorcan no lo tomó. Ella simplemente volvió a beber. —Vamos a la orilla del bosque, al Río Acanthus.


—¿Dónde…dónde estamos? —la vacilación dijo basta: había calculado el riesgo de revelar lo vulnerable que estaba con esa pregunta... y decidió que estaba demasiado desesperada por la respuesta. —¿Cuál es tu nombre? —Marion —ella le sostuvo la mirada con una especie de acero inquebrantable que lo tenía inclinando la cabeza. Una respuesta por una respuesta. Él dijo: —Estamos en el medio de Adarlan. Estabas alrededor de un día de caminata hasta el río Avery. Marion parpadeó. Se preguntó si ella siquiera sabía o había considerado cómo iba a cruzar el poderoso cuerpo de agua que se había llevado naves capitaneados por el más experimentado de los hombres y las mujeres. Ella dijo: —¿Estamos apurados, o me puedo sentar por un momento? Escuchó los sonidos de la selva para cualquier indicio de peligro, y luego hizo un gesto con la barbilla. Marion suspiró mientras se sentaba en el musgo y las raíces. Ella lo observó. —Creía que todos los Fae estaban muertos. Incluso los semi-Fae. —Soy de Wendlyn. Y tú —dijo, las cejas ligeramente elevadas— eres de Morath. —No de…Escapo de… —¿Por qué, y cómo? Sus ojos entornados le contaron lo suficiente: sabía que él aún no la creía, no del todo, sangre roja o no. Sin embargo, ella no respondió, en su lugar se inclinó sobre sus piernas a desatarse una bota. Sus dedos temblaban un poco, pero ella lo consiguió a través de los cordones, tirando fuera la bota, retirando el calcetín, y enrollando por la pierna el pantalón de cuero para revelar… Mierda. Había visto un montón de cuerpos arruinados en sus días, había arruinado un montón, pero rara vez eran dejados sin tratar. La pierna de Marion era un lío de tejido cicatrizado y hueso torcido. Y justo por encima de su tobillo estaban heridas aun curándose donde sin lugar a dudas habían habido grilletes. Ella dijo en voz baja: —Los aliados en Morath por lo general están sanos. Su magia oscura seguramente podría curar un inválido, y seguramente ellos no tendrían ningún uso para uno. Por eso se las había arreglado tan bien con la renguera. Ella había tenido años para dominarla, por


la coloración del tejido de la cicatriz. Marion echó la pierna del pantalón hacia abajo, pero dejó su pie desnudo, masajeando. Ella siseó entre dientes. Él se sentó en un tronco caído a unos pocos pies de distancia, quitándose su propia mochila para desvalijar a través de ella. —Dime lo que sabes de Morath —dijo, y le tiró una lata de ungüento directa desde Doranelle. La chica lo miró, sus ojos afilados observando lo que era, de dónde era, y lo que posiblemente contenía la lata. Cuando ella se los llevó a la cara, ella asintió en silencioso de acuerdo a su oferta: alivio del dolor en busca de respuestas. Desenroscó la tapa, y él captó la forma en que su boca se abrió mientras ella inhalaba las penetrantes hierbas. El dolor y el placer bailaron a través de su rostro cuando se empezó a frotar el ungüento en sus viejas heridas. Y mientras trabajaba, hablaba. Marion le dijo de la anfitriona de las Ironteeth, de la Líder del Ala y las Trece, de los ejércitos acampados alrededor de la guarida de la montaña, de los lugares donde sólo hacían eco los gritos, de las innumerables forjas y herreros. Describió su propio escape: sin previo aviso, no sabía cómo, el castillo había explotado. Lo había visto como su oportunidad, disfrazándose con el traje de una bruja, agarrando una de sus mochilas, y corriendo. En el caos, nadie la había perseguido. —He estado corriendo durante semanas —dijo—. Al parecer, apenas he recorrido la mitad de la distancia. —¿A te diriges dónde? Marion miraba hacia el norte. —Terrasen. Lorcan sofocó un gruñido. —No te estás perdiendo mucho. —¿Tú tienes noticias de ello? —la alarma llenó esos ojos. —No —dijo, encogiéndose de hombros. Ella terminó de frotar su pie y tobillo—. ¿Qué hay en Terrasen? ¿Tu familia? —no había preguntado por qué había sido llevada a Morath. A él no le importaba escuchar su triste historia. Todo el mundo tenía una, había descubierto. El rostro de la chica se tensó. —Estoy en deuda con una amiga, alguien que me ayudó a salir de Morath. Ella me pidió que encontrara a alguien llamada Celaena Sardothien. Así que esa es mi primera tarea: saber quién es, dónde está. Terrasen parece un mejor lugar para empezar que Adarlan.


No había engaño, ningún susurro de este encuentro siendo nada más que oportunidad. —Y entonces —la chica continuó, el brillo en sus ojos cada vez mayor—, necesito encontrar a Aelin Galathynius, la Reina de Terrasen. Fue un esfuerzo para no ir por su espada. —¿Por qué? Marion miro hacia él, como si de alguna manera incluso se hubiera olvidado que él estaba allí. —Escuché un rumor de que ella está levantando un ejército para detener al de Morath. Tengo la intención de ofrecer mis servicios. —¿Por qué? —dijo de nuevo. Al margen de la inteligencia que la había mantenido fuera de las garras del ilken, no vio ninguna otra razón para que la perra-reina necesitara a la chica. La boca entera de Marion se tensó. —Porque soy de Terrasen y creí que mi reina estaba muerta. Y ahora ella está viva, y luchando, así que voy a luchar con ella. De manera que ninguna otra chica será sacada de su casa y llevada Morath y olvidada. Lorcan se debatió en decirle lo que sabía: que sus dos misiones eran una y la misma. Pero eso llevaría a las preguntas de ella, y no estaba de humor. —¿Por qué deseas ir a Morath? Todo el mundo está huyendo de él. —Fui enviado por mi ama para detener la amenaza que representa. —Eres un hombre, un macho —no era un insulto, pero Lorcan se le quedó mirando de todos modos. —Tengo mis habilidades, al igual que tú tienes las tuyas. Sus ojos se clavaron en sus manos, ahora con costra de sangre negra seca. Se preguntó, sin embargo, si ella estaba imaginando la magia que había provocado allí. Esperó a que Marion preguntara más, pero ella se puso el calcetín, luego su bota, y amarró los cordones por arriba. —No debemos descansar por mucho tiempo —ciertamente. Ella cayó sobre sus pies, haciendo un poco una mueca, pero frunció el ceño mirando hacia su pierna. Lorca tomó eso como respuesta suficiente con respecto a la eficiencia de la pomada. Ella se inclinó para recuperar la lata, su cortina oscura de pelo barriendo sobre su cara. En algún momento, se había liberado de su trenza. Se levantó, arrojándole la lata. La cogió con una mano. —Una vez que llegamos al Acanthus, ¿entonces qué?


Se guardó la lata en su capa. —Hay un sinnúmero de comerciantes con caravanas y carnavales de temporada vagando por las llanuras, pasé a muchos en mi camino aquí. Algunos incluso podrían estar tratando de cruzar el río. Entraremos en uno de ellos. Ocultos. Una vez que hemos cruzado y paseemos bastante lejos en los pastizales, tomarás uno camino al norte; yo iré al sur. Sus ojos se estrecharon ligeramente. Pero Marion dijo: —¿Por qué quieres viajar conmigo? —Hay más detalles sobre el interior de Morath que quiero que me digas. Voy a mantenerte fuera de peligro, y tú me los proporcionarás. El sol comenzó su descenso final, bañando el bosque en oro. Marion frunció el ceño ligeramente. —¿Lo juras? ¿Qué me protegerás? —No te dejé con el ilken hoy, ¿verdad? Ella lo miró con una claridad y franqueza que lo hizo detenerse. —Júralo. Rodó sus ojos. —Lo prometo —la chica no tenía idea de que durante los últimos cinco siglos, las promesas eran la única moneda que realmente negociaba—. No voy a abandonarte. Ella asintió, aparentemente satisfecha con eso. —Entonces te diré lo que sé. Empezaron a caminar en dirección este, lanzando su mochila sobre su hombro. Pero Marion dijo: —Van a estar a la caza de nosotros en cada paso, buscando en los vagones. Si me pudieron encontrar aquí, me encontrarán en cualquier camino principal. Y encontrarlo a él, también, si las brujas estaban todavía buscando por su sangre. Lorcan dijo: —¿Y tienes alguna idea para evitar esto? Una leve sonrisa bailaba alrededor del capullo rosa de su boca, a pesar de los horrores que habían escapado, su miseria en el bosque. —Podría.


Capítulo 11 Traducido por Karla Sbraccia Corregido por Cotota

Manon Blackbeak aterrizó en Morath más que lista para comenzar a cortar gargantas. Todo se había ido a la mierda. Todo. Ella había acabado con esa perra Yellowlegs y su wyvern, salvado al rey de ojos zafiro, y visto al Príncipe Fae asesinar a esas cuatro otras centinelas Yellowlegs. Cinco. Cinco brujas Yellowlegs ahora yacían muertas, ya sea por su mano o por su falta de acción. Cinco miembros del aquelarre de Iskra. Al final, apenas había participado en la destrucción de Rifthold, dejándola a las otras. Pero se había puesto otra vez su yelmo coronado, entonces ordenó a Abraxos navegar a la torre más alta del castillo de piedra y rugir su victoria, y dominio. Incluso en las distantes paredes blancas de la ciudad, despedazando a los guardias y a la gente huyendo, los wyverns se habían detenido a su orden de retirarse. Ni un aquelarre desobedeció. Las Trece la habían encontrado momentos más tarde. No les dijo lo que había sucedido, pero ambas Sorrel y Asterin la miraron de cerca: la primera para inspeccionar los cortes o heridas recibidas durante el “ataque” que Manon había afirmado que ocurrió, la última porque había estado con Manon ese día que habían volado a Rifthold y pintado un mensaje para la Reina de Terrasen en sangre Valg. Con las Trece posadas en las torres del castillo, algunas drapeadas a lo largo de ellas como gatos o serpientes, Manon había esperado a Iskra Yellowlegs. Mientras Manon ahora acechaba por los tenues y apestosos pasillos de Morath, ese yelmo coronado metido en el hueco de su brazo, Asterin y Sorrel sobre sus talones, repasó esa conversación de nuevo. Iskra había aterrizado en el único espacio que quedaba: un pedacito más bajo de techo debajo de Manon. El posicionamiento había sido intencional. El cabello castaño de Iskra se había desenredado de su apretada trenza, y su rostro altivo estaba salpicado con sangre humana mientras le había gruñido a Manon: —Esta fue mi victoria.


Su rostro velado en sombras debajo del yelmo, Manon había dicho: —La ciudad es mía. —Rifthold era mío para tomar, tú sólo estabas para supervisar —un destello de dientes de hierro. En la torre a la derecha de Manon, Asterin gruñó en señal de advertencia. Iskra puso sus ojos oscuros en la centinela rubia y gruñó de nuevo—. Saca a tu manada de perras de mi ciudad. Manon midió a Fendir, el macho de Iskra. —Has dejado tu huella lo suficiente. Tu trabajo se ha notado. Iskra temblaba de rabia. No por las palabras. El viento había cambiado, soplando hacia Iskra. Soplando la esencia de Manon hacia ella. —¿A cuál? —Hervía Iskra—. ¿A cuál de las mías mataste? Manon no había cedido, no había permitido ni un atisbo de remordimiento o preocupación brillar. —¿Por qué debería conocer cualquiera de sus nombres? Ella me atacó mientras me acercaba a mi presa, con ganas de conseguir al rey para sí misma y dispuesta a atacar a una heredera para ello. Se merecía su castigo. Especialmente porque mi presa se escapó mientras me ocupaba de ella. Mentirosa, mentirosa, mentirosa. Manon reveló sus dientes de hierro, la única parte de su cara visible debajo de aquel yelmo coronado. —Otras cuatro yacen muertas en el interior del castillo, a mano del príncipe Fae que vino a rescatar al rey, mientras yo me ocupaba de tu perra rebelde. Considérate afortunada, Iskra Yellowlegs, de que no tomo la pérdida de tu piel también. El rostro bronceado de Iskra se había puesto pálido. Estudió a Manon, todas las Trece ensambladas. Entonces dijo: —Haz lo que quieras con la ciudad. Es tuya —dijo con un destello de una sonrisa mientras levantaba su mano y señalaba a Manon. Las Trece se tensaron a su alrededor, flechas sacadas en silencio y apuntadas a la heredera Yellowlegs—. Pero tú, Líder del Ala... —esa sonrisa creció y tiró de las riendas de su wyvern, preparándose para surcar los cielos—. Eres una mentirosa, Asesina de Brujas. Entonces ella se había ido. Elevándose no por la ciudad, sino por los cielos. En cuestión de minutos, desapareció de la vista, navegando hacia Morath. Hacia la abuela de Manon.


Manon ahora miró a Asterin, luego a Sorrel, mientras desaceleraron hasta detenerse antes de girar la esquina que llevaría al salón del consejo de Erawan. Donde sabía que Iskra, y su abuela, y las otras Matronas estarían esperando. En efecto, una mirada alrededor de la esquina reveló a las Terceras y Cuartas de varios aquelarres en guardia, mirándose las unas a las otras tan sospechosamente como los hombres de cara blanca posados junto a las puertas dobles. Manon le dijo a su Segunda y Tercera: —Esto va a ser un lío. Sorrel dijo en voz baja: —Nos ocuparemos de ello. Manon apretó el casco un poco más fuerte. —Si todo va mal, tienen que tomar a las Trece e irse. Asterin respiró. —No puedes entrar ahí, Manon, aceptando la derrota. Niégalo hasta tu último aliento —si Sorrel ya se había dado cuenta de que Manon había matado a esa bruja para salvar a su enemigo, no lo demostró. Asterin demandó—. ¿Adónde siquiera iríamos? Manon dijo: —No sé ni me importa. Pero cuando esté muerta, las Trece serán un objetivo para cualquier persona con una cuenta pendiente —una lista muy, muy larga. Sostuvo la mirada de su Segunda—. Consigue sacarlas. A cualquier costo. Se miraron la una a la otra. Sorrel dijo: —Haremos lo que pidas, Líder del Ala. Manon esperó, esperó por cualquier objeción de su Segunda, pero los ojos oscuros de Asterin eran brillantes cuando ella inclinó su cabeza y murmuró su acuerdo. Un nudo en el pecho de Manon se aflojó, y movió sus hombros una vez antes de alejarse. Pero Asterin agarró su mano. —Ten cuidado. Manon debatió chasquearle para no ser una tonta cobarde, pero... ella había visto lo que su abuela era capaz de hacer. Estaba tallado en la carne de Asterin. No entraría luciendo culpable, luciendo como una mentirosa. No, ella haría que Iskra se arrastrara para el final. Así que Manon tomo una sólida respiración antes de reanudar su paso tormentoso, la capa roja ondeando detrás de ella en un viento fantasma.


Todo el mundo se quedó mirando mientras se acercaban. Pero eso era de esperarse. Manon no se dignó a reconocer a las Terceras y Cuartas ensambladas, a pesar de que las evaluó a través de su visión periférica. Dos jóvenes del aquelarre de Iskra. Seis viejas, dientes de hierro salpicados de óxido, de los aquelarres de las Matronas. Y… Había otras dos centinelas jóvenes en el pasillo, con bandas trenzadas de cuero azul teñido sobre sus cejas. Petrah Blueblood había venido. Si las herederas y sus Matronas estaban todas reunidas... Ella no tenía lugar para el miedo en su cáscara de un corazón. Manon abrió las puertas, Asterin sobre sus talones, Sorrel cayendo atrás para unirse a las demás en el pasillo. Diez brujas se volvieron hacia Manon cuando entró. Erawan no estaba a la vista en ninguna parte. Y a pesar de que su abuela estaba en el centro de donde todas se pararon en la habitación, su propia Segunda contra la pared de piedra detrás de Manon, alineada con las otras cuatro Segundas reunidas, la atención de Manon fue a la heredera de cabellos dorados. A Petrah. No había visto a la heredera Blueblood desde el día de los Juegos de Guerra, cuando Manon había salvado su vida de una caída mortal. Salvado su vida, pero fue incapaz de salvar la vida de la wyvern de Petrah, cuya garganta había sido despedazada por el macho de Iskra. La heredera Blueblood de pie junto a su madre, Cresseida, ambas altas y delgadas. Una corona de estrellas de hierro sobre la pálida frente de la Matrona, la cara debajo ilegible. A diferencia de la de Petrah. Precaución, alerta brillaba en sus ojos azul profundo. Llevaba su traje de cuero de montar, una capa de azul medianoche colgando de ganchos de bronce en los hombros, su trenza dorada serpenteando sobre su pecho. Petrah siempre había sido extraña, la cabeza en las nubes, pero esa era la manera de las Bluebloods. Místicas, fanáticas, extremistas estaban entre los más agradables términos utilizados para describirlas a ellas y a su adoración a la Diosa de las Tres Caras Pero había un vacío en la cara de Petrah que no había estado allí hace meses. El rumor había afirmado que la pérdida de su wyvern había roto a la heredera, que no se había levantado de la cama durante semanas. Las brujas no se lamentan, porque las brujas no aman lo suficiente como para permitir que las rompiera. Incluso si Asterin, ahora ocupando su lugar junto a la Segunda de la Matrona Blackbeak, había demostrado lo contrario. Petrah asintió, una ligera inclinación de la barbilla, más que un mero reconocimiento de una


heredera a otra. Manon se volvió hacia su abuela antes de que alguien pudiera darse cuenta. Su abuela se paró en sus voluminosos vestidos negros, su cabello oscuro trenzado sobre la corona de su cabeza. Al igual que la corona que su abuela buscó para ellas, para ella y Manon. Grandes Reinas de Wastes, una vez le había prometido a Manon. Incluso si eso significaba vender a cada bruja en esta habitación. Manon se inclinó hacia su abuela, hacia las otras dos Matronas reunidas. Iskra gruñó desde el lado de la Matrona Yellowlegs, una antigua y doblada anciana con trozos de carne aún en sus dientes del almuerzo. Manon fijó a la heredera con una mirada fría mientras se enderezaba. —Tres están reunidas —comenzó su abuela, y todos los huesos en el cuerpo de Manon se pusieron rígidos. —Tres Matronas, en honor a las tres caras de nuestra Madre —Doncella, Madre, Anciana. Era por eso que la Matrona Yellowlegs era siempre antigua, por qué la Blackbeak era siempre una bruja en su mejor momento, y por qué Cresseida, como la Matrona Blueblood, todavía se veía joven y fresca. Pero Manon no se preocupaba por eso. No cuando las palabras eran dichas. —La Hoz de la Anciana cuelga por encima de nosotros —entonó Cresseida—. Que sea la hoja de justicia de la Madre. Esto no era una reunión. Esto era un juicio. Iskra comenzó a sonreír. Como si un hilo se tejiera entre ambas, Manon pudo sentir a Asterin enderezarse detrás de ella, sentir a su Segunda preparándose para lo peor. —La sangre llama a la sangre —raspó la anciana Yellowlegs—. Vamos a decidir cuánto se debe. Manon se mantuvo inmóvil, sin atreverse a mostrar ni una pulgada de miedo, de recelo. Los juicios de las brujas eran brutales, exactos. Por lo general, los problemas eran resueltos con tres golpes a la cara, costillas y estómago. En raras ocasiones, sólo en las circunstancias más graves, las tres matronas se reunían para impartir juicio. La abuela de Manon dijo: —Estás acusada, Manon Blackbeak, de segar a una centinela Yellowlegs sin provocación más allá de tu propio orgullo. Los ojos de Iskra quemaron positivamente.


—Y, como la centinela era parte del propio aquelarre de la heredera Yellowlegs, también es un crimen contra Iskra —la cara de su abuela estaba apretada con rabia, no por lo que había hecho Manon, pero por ser descubierta—. A través de ya sea tu propio descuido o mala planificación, las vidas de otros cuatro miembros del aquelarre fueron terminadas. Su sangre, también, mancha tus manos —los dientes de hierro de su abuela brillaron en la luz de las velas—. ¿Niegas estos cargos? Manon mantuvo la espalda recta, miró a cada una de ellas a los ojos. —No niego que maté a la centinela de Iskra cuando intentó reclamar mi premio correspondiente. No niego que las otras cuatro fueron asesinadas por el Príncipe Fae. Pero sí niego cualquier falta de mi parte. Iskra siseó. —Se puede oler la sangre de Zelta en ella, oler el miedo y el dolor. Manon se burló. —Hueles eso, Yellowlegs, debido a que tu centinela tenía el corazón de una cobarde y atacó a otra hermana de armas. Cuando se dio cuenta que no iba a ganar nuestra lucha, ya era demasiado tarde para ella. La cara de Iskra se contrajo con furia. —Mentirosa… —Dinos, Heredera Blackbeak —dijo Cresseida—. Lo que sucedió en Rifthold tres días pasados. Así que Manon lo hizo. Y por primera vez en su siglo de miserable existencia, le mintió a sus mayores. Tejió un fino tapiz de mentiras, creyendo las historias que les dijo. Mientras terminaba, señaló a Iskra Yellowlegs. —Es de conocimiento común que la heredera Yellowlegs ha codiciado por mucho tiempo mi posición. Tal vez se precipitó de nuevo aquí para lanzarme acusaciones así podría robar mi lugar como Líder del Ala, al igual que su centinela trató de robar a mi presa. Iskra se encrespó pero mantuvo su boca cerrada. Petrah dio un paso hacia adelante, sin embargo, y habló. —Tengo preguntas para la heredera Blackbeak, si no sería una impertinencia. La abuela de Manon parecía que preferiría tener sus propias uñas arrancadas, pero las otras dos asintieron. Manon se enderezó, preparándose para lo que Petrah pensaba que estaba haciendo. Los ojos azules de Petrah estaban tranquilos cuando se encontró con la mirada de Manon. —¿Me considerarías tu enemigo o rival?


—Te considero una aliada cuando la ocasión lo requiere, pero siempre una rival, sí —era la primera cosa verdadera que Manon había dicho. —Y sin embargo, me salvaste de una muerte segura en los Juegos de Guerra. ¿Por qué? Las otras matronas se miraron las unas a las otras, con rostros ilegibles. Manon levantó la barbilla. —Debido a que Keelie peleó por ti mientras moría. Yo no permitiría que su muerte fuera desperdiciada. Podía ofrecerle a un compañero guerrero nada menos. Al oír el nombre de su wyvern muerto, el dolor se dibujó en el rostro de Petrah. —¿Recuerdas su nombre? Manon sabía que no era una pregunta intencionada. Pero asintió de todos modos. Petrah enfrentó a las Matronas. —Ese día, Iskra Yellowlegs casi me mata, y su macho masacró a mi hembra. —Hemos tratado con eso —interrumpió Iskra, con los dientes destellando—. Y descartado como accidental… Petrah levantó una mano. —No he terminado, Iskra Yellowlegs. Nada más que brutal acero en esas palabras cuando se dirigió a la otra heredera. Una pequeña parte de Manon estaba contenta de no estar en el extremo receptor de eso. Iskra vio el asunto sin terminar que esperaba en ese tono y retrocedió. Petrah bajó la mano. —Manon Blackbeak tuvo la oportunidad de dejarme morir ese día. La elección más fácil hubiera sido dejarme morir, y ella no estaría siendo acusada como lo está ahora. Pero arriesgó su vida, y la vida de su montura, para librarme de la muerte. Una deuda de vida, eso era lo que había entre ellas. ¿Pensaba Petrah llenarla hablando en su favor ahora? Manon contuvo su mueca. Petrah continuó. —No comprendo por qué Manon Blackbeak me salvaría únicamente para luego traicionar a sus hermanas Yellowlegs. Ustedes la coronaron Líder del Ala por su obediencia, disciplina y brutalidad, no dejen que la ira de Iskra Yellowlegs manche las cualidades que vieron en ella entonces, y que todavía brillan hoy. No pierdan a su Líder del Ala por un malentendido.


Las Matronas de nuevo se miraron entre ellas mientras Petrah se inclinaba, retrocediendo a su lugar a la derecha de su madre. Pero las tres brujas continuaron esa discusión no hablada entre ellas. Hasta que la abuela de Manon dio un paso adelante, las otras dos cayendo atrás, cediéndole la decisión a ella. Manon casi se hundió en alivio. Ella acorralaría a Petrah la próxima vez que la heredera fuera tan tonta como para estar afuera sola, hacerla admitir el por qué había hablado a favor de Manon. La mirada oro y negro de su abuela era dura. Implacable. —Petrah Blueblood ha dicho la verdad. Esa tensa, apretada cuerda entre Manon y Asterin se aflojó, también. —Sería un desperdicio perder a nuestra obediente, leal Líder del Ala. Manon había sido golpeada antes. Podía soportar los puños de su abuela de nuevo. —¿Por qué debería la heredera del Clan de Brujas Blackbeak dar su vida por la de una mera centinela? Líder del Ala o no, sigue siendo la palabra de heredera contra heredera en este asunto. Pero la sangre aun ha sido derramada. Y la sangre se debe pagar. Manon de nuevo agarró su yelmo. Su abuela sonrió un poco. —La sangre derramada debe ser igual —entonó su abuela. Su atención se movió sobre el hombro de Manon—. Así que tú, nieta, no morirás por esto. Pero una de tus Trece lo hará. Por primera vez en un largo, largo tiempo, Manon sabía a lo que el temor, a lo que la impotencia humana, sabía cuándo su abuela dijo, el triunfo iluminando sus ojos antiguos. —Tu Segunda, Asterin Blackbeak, deberá pagar la deuda de sangre entre nuestros clanes. Ella muere al amanecer mañana.


Capítulo 12 Traducido por Yunn Hedz Corregido por Cotota

Sin Evangeline retrasándolos, Aelin, Aedion, y Lysandra viajaron con poco descanso mientras se dirigían hacia la costa. Aelin permaneció en su forma Fae para mantenerse al ritmo con Aedion, a quien ella admitió a regañadientes que era el mejor jinete, mientras que Lysandra se desplazaba dentro y fuera de distintas formas de aves para explorar la tierra por delante de cualquier peligro. Rowan la estuvo instruyendo en la forma de hacerlo, las cosas a tener en cuenta y lo que debía evitar o cómo conseguir un vistazo más de cerca, mientras habían estado en el camino estas semanas. Pero Lysandra encontró poco que informar de los cielos, y Aelin y Aedion encontraron pocos peligros en el suelo mientras cruzaban los valles y llanuras de las bajas tierras de Terrasen. Poco quedaba del alguna vez rico territorio. Aelin trató de no pensar en ello demasiado, en las haciendas raídas, las granjas abandonadas, las caras delgadas de las personas cada vez que se aventuraban en la ciudad, con capas y disfrazados, por los suministros que se necesitaban desesperadamente. A pesar de que se había enfrentado a la oscuridad y resurgido llena de luz, susurró una voz en su cabeza, Tú has hecho esto, tú hiciste esto, tú hiciste esto. Esa voz a menudo sonaba como el tono glacial de Weylan Darrow. Aelin dejó piezas de oro en su camino, escondido bajo una taza de té ofrecido a ella y Aedion en una mañana tormentosa; lo dejo en la caja de pan de un agricultor que les había dado rodajas y un poco de carne para Lysandra en forma de halcón; lo deslizó en el cajón de monedas de un posadero que les había ofrecido un recipiente adicional gratis de estofado al ver la rapidez con la que se comieron su almuerzo. Pero el oro no aliviaba las grietas en su corazón, la horrible voz que la atormentaba en su vigilia y en sus sueños. Para el momento en el que llegaron a la antigua ciudad portuaria de Ilium una semana más tarde, había parado de dejar oro. Se había empezado a sentir más como un soborno. No para su gente, que no tenían la menor idea que había estado entre ellos, sino para su propia conciencia. Las llanuras verdes finalmente se transformaron en costas rocosas, áridas millas antes de que la ciudad de paredes blancas se levantara entre el mar de un color turquesa pálido y la amplia desem-


bocadura del río Florine que serpenteaba hacia el interior, todo el camino hasta Orynth. El pueblo de Illium era tan antiguo como Terrasen, y probablemente había sido olvidado por los comerciantes y la historia si no fuera por el templo en ruinas en el borde del noreste de la ciudad, atrayendo peregrinos para mantenerlo floreciendo. Se le llamaba , El Templo de la Piedra, había sido construido en torno a la misma roca donde Brannon había colocado su pie por primera vez sobre el continente antes de navegar por el río Florine hacia su fuente en la base de los Staghorns. Cómo la Gente Pequeña supo cómo conservar el templo para ella, no tenía idea. El corpulento y expansivo templo de Ilium se había erigido en un pálido acantilado con vistas imponentes del tormentoso y bello pueblo detrás de él y el océano infinito más allá, tan azul que hacia recordar a Aelin las aguas tranquilas del Sur. Aguas a donde Rowan y Dorian deberían estar dirigiéndose, si tenían suerte. Aelin trató de no pensar en eso, tampoco. Sin el príncipe Fae a su lado, había un horrible silencio sin fin. Casi tan silencioso como las blancas paredes de la ciudad, y las personas en su interior. Encapuchados y armados hasta los dientes debajo de sus pesadas capas, Aelin y Aedion atravesaban las puertas abiertas, no más de dos cautelosos peregrinos en su camino hacia el templo. Disfrazados por discreción, y por el hecho de que Illium estaba ahora bajo la ocupación Adarlaniana. Lysandra había traído la noticia esa mañana después de volar por delante, deteniéndose en forma humana sólo el tiempo necesario para informarles. —Deberíamos haber ido al norte hacia Eldrys —murmuró Aedion mientras cabalgaban junto a un grupo de centinelas de rostro duro en armadura Adarlaniana, los soldados solamente mirando hacia ellos para notar el observador halcón con nariz afilada posado en el hombro de Aelin. Ninguno señaló el escudo oculto entre las alforjas de Aedion, cuidadosamente oculto por los pliegues de la capa. O las espadas que ambos habían ocultado también. Damaris estaba donde había sido guardada durante estas semanas en el camino: atada debajo de las pesadas bolsas que contenían los antiguos libros de hechizos que había tomado prestados de biblioteca real de Dorian en Rifthold—. Todavía podemos dar la vuelta. Aelin le lanzó una mirada por debajo de las sombras de su capucha. —Si piensas por un momento que voy a dejar esta ciudad en manos de Adarlan, puedes irte al infierno —Lysandra chasqueó su pico en señal de acuerdo. La Gente Pequeña no se había equivocado al enviar el mensaje de venir aquí, su conservación del templo era casi perfecta. A través de cualquier magia que poseían, habían previsto las noticias mucho antes de que llegaran a Aelin en el camino: Rifthold había caído, su rey había desaparecido y la ciudad era saqueada por las brujas. Alentado por esto, y por el rumor de que ella no estaba tomando de nuevo su trono, sino más bien huyendo, el Señor de Meah, el padre de Roland Havilliard y uno de los señores más poderosos de Adarlan, se había marchado con su guarnición de tropas más cerca de la frontera en Terrasen. Y reivindicado este puerto para sí mismo. —Cincuenta soldados están acampando aquí —le advirtió Aedion a ella y a Lysandra.


La cambiaformas solo hinchó sus plumas como diciendo, ¿Y? Su mandíbula se apretó. —Créeme, quiero un pedazo de ellos, también. Pero… —No me estoy escondiendo en mi propio reino —intervino Aelin—. Y no voy a irme sin enviar un recordatorio de a quien le pertenece esta tierra. Aedion se mantuvo en silencio mientras doblaban por la esquina, dirigiéndose hacia la pequeña posada junto al mar que Lysandra también había explorado esa mañana. En el otro lado de la ciudad desde el templo. El templo que los soldados tenían el coraje de usarlo como cuartel. —¿Se trata de enviar un mensaje a Adarlan, o a Darrow? —Preguntó Aedion al fin. —Se trata de liberar a mi pueblo, que ha tenido que lidiar con estos Adarlanianos de mierda por demasiado tiempo —espetó Aelin, mientras controlaba las riendas de su yegua en el patio de la posada. Las garras de Lysandra se clavaron en su hombro en un silencioso acuerdo. A unos metros más allá de la desgastada pared del patio, el mar brillaba como un zafiro brillante—. Nos movemos al caer la noche. Aedion permaneció en silencio, con el rostro parcialmente oculto mientras el propietario de la posada se escabullía y les aseguraba una habitación para la noche. Aelin dejó que su primo se inquietara un poco, manteniendo su magia bajo control. Ella no había liberado nada esa mañana, deseando tener toda su fuerza para lo que iban a hacer esta noche, pero la tensión ahora tiró de ella, una picazón sin alivio, un filo que no podía controlar. Sólo cuando estaban instalados en su pequeña habitación de dos camas, y Lysandra se sentó en el alféizar de la ventana, Aedion dijo: —Aelin, sabes que ayudaré, sabes que quiero a estos bastardos fuera de aquí. Pero la gente de Ilium ha vivido aquí durante siglos, conscientes de que en la guerra, son los primeros en ser atacados. Y estos soldados podrían fácilmente volver tan pronto se fueran, él no necesitaba agregar. Lysandra picoteó la ventana, una solicitud tranquila. Aelin se acercó, abrió la ventana para dejar entrar la brisa del mar en revoloteo. —Los símbolos tienen poder, Aedion —dijo ella, mirando a la cambiaformas mientras abanicaba sus moteadas alas. Ella había leído libros y libros sobre eso durante la ridícula competencia en Rifthold. Él resopló. —Lo sé. Créeme, los he usado como una ventaja para mí tan a menudo como pudiera —acarició la empuñadura de hueso de la Espada de Orynth para dar énfasis—. Ahora que lo pienso, le dije exactamente lo mismo una vez a Dorian y a Chaol —él negó con la cabeza ante el recuerdo.


Aelin simplemente se apoyó en el alféizar de la ventana. —Ilium solía ser la plaza fuerte de los Mycenianos. —Los Mycenianos no son más que un mito, ellos fueron desterrados hace trescientos años. Si estás buscando un símbolo, ellos son bastante anticuados, y divisores. Ella lo sabía. Los Mycenianos habían gobernado Ilium no como nobleza, sino como señores del crimen. Y durante una guerra hace mucho tiempo, su letal flota había sido tan crucial para ganar que habían sido declarados legítimos por el rey que gobernaba en ese momento. Hasta que habían sido exiliados siglos después por su negativa a acudir en ayuda de Terrasen en otra guerra. Se encontró con la mirada de ojos verdes de Lysandra mientras la cambiaformas bajaba sus alas, suficientemente frías. Ella había estado distante en el camino esta semana, prefiriendo las plumas o pelaje en vez de la piel. Tal vez debido a que alguna pieza de su corazón ahora cabalgaba hacia Orynth con Ren y Murtaugh. Aelin acarició la sedosa cabeza de su amiga. —Los Mycenianos abandonaron a Terrasen para que no murieran en una guerra en la que no creían. —Y se separaron y desaparecieron poco después, para no ser vistos de nuevo —respondió Aedion—. ¿Cuál es tu punto? ¿Crees que liberando a Illium los convocará de nuevo? Ellos están lejos, Aelin, y sus dragones de mar con ellos. De hecho, no había ninguna señal en cualquier lugar en esta ciudad de la legendaria flota y guerreros que habían navegado a las guerras a través de mares distantes y violentos, que habían defendido estas fronteras con su propia sangre derramada sobre las olas más allá de las ventanas. Y la sangre de sus dragones de mar, siendo tanto aliados como armas. Sólo cuando el último de los dragones había muerto, con el corazón roto por haber sido desterrados de las aguas de Terrasen, los Mycenianos habían verdaderamente estado perdidos. Y sólo cuando los dragones de mar regresaran los Mycenianos, también, volverían a casa. Al menos eso era lo que sus antiguas profecías afirmaban. Aedion comenzó a quitar las hojas adicionales ocultas en sus alforjas, a excepción de Damaris, y las ató, una por una. Comprobó dos veces que el cuchillo de Rowan estuviera asegurado a su lado antes de que dijera a Aelin y Lysandra, aún junto a la ventana: —Sé que las dos tienen la creencia de que los hombres estamos aquí para proveerles con una bonita vista y comida, pero yo soy un general de Terrasen. Tenemos que encontrar un ejército, no gastar nuestro tiempo persiguiendo fantasmas. Si no conseguimos una horda para ir al Norte a mediados de otoño, las tormentas de invierno nos mantendrán alejados por tierra y mar. —Si estás tan versado en que los símbolos tienen poder, Aedion —dijo ella—, entonces sabes porque qué Ilium es vital. No podemos permitir que Adarlan lo domine. Por una docena de razones —eestaba segura de que su primo ya había calculado todas ellas. —Entonces recupera la ciudad —desafió Aedion—. Pero nosotros necesitamos zarpar en la madrugada —los ojos de su primo se estrecharon—. El templo. Es también por el hecho que tomaron el templo, ¿no es así?


—Ese templo es mi derecho de nacimiento —dijo Aelin—. No puedo permitir que este insulto quede impune —ella movió sus hombros. Revelar sus planes, explicarse a ella misma… Necesitaría algún tiempo para acostumbrarse. Pero había prometido que iba a tratar de ser más abierta... acerca de su conspiración. Y por esta cuestión, al menos, ella podría ser más abierta—. Tanto para Adarlan como para Darrow. No si un día pienso reclamar mi trono. Aedion lo consideró. Luego resopló, un atisbo de sonrisa en su rostro. —Una reina indiscutible, no sólo de sangre, sino también de leyendas —su cara se mantuvo contemplativa—. Tú serías la reina indiscutible si pudieras hacer que la llama del rey floreciera de nuevo. —Lástima que Lysandra sólo puede cambiarse a sí misma y no a las cosas —murmuró Aelin. Lysandra chasqueó su pico en acuerdo, hinchando sus plumas. —Dicen que la llama del rey floreció una vez durante el reinado de Orlon —reflexionó Aedion—. Sólo una flor, que se encuentra en Oakwald. —Lo sé —dijo Aelin en voz baja—. La mantuvo dentro de un cristal en su escritorio —todavía recordaba las pequeñas flores de color rojo y naranja, tan simples en su creación, pero tan vibrantes que siempre le habían quitado el aliento. Habían florecido en los campos y en las montañas en todo el reino el día en que Brannon puso un pie en este continente. Y durante siglos después, si alguna vez se encontró una solitaria flor, el soberano actual era considerado bendecido, el reino verdaderamente en paz. Antes de que la flor fuera descubierta en la segunda década del reinado de Orlon, la última había sido vista noventa y cinco años antes. Aelin tragó saliva. —¿Acaso Adarlan…? —Darrow la tiene —dijo Aedion—. Fue la única cosa de Orlon que consiguió antes de que los soldados tomaran el palacio. Aelin asintió, su magia parpadeando en respuesta. Incluso la Espada de Orynth había caído en las manos de Adarlan, hasta que Aedion la había ganado de nuevo. Sí, su primo entendía quizás más que cualquier otra persona el poder que un solo símbolo podía ejercer. Cómo la pérdida o la reivindicación de uno podrían quebrar o reunir un ejército, un pueblo. Suficiente, era suficiente la destrucción y el dolor infligido a su reino. —Vamos —dijo a Lysandra y Aedion, en dirección a la puerta—. Será mejor que comamos antes de levantar el infierno.


Capítulo 13 Traducido por Yunn Hedz Corregido por Cotota

Había pasado un largo tiempo desde que Dorian había visto tantas estrellas. Muy por detrás de ellos, el humo todavía manchaba el cielo, las columnas iluminadas por la luz de la luna creciente. Al menos los gritos se habían desvanecido hacía millas atrás. Junto con el batir de poderosas alas. Sentado detrás de él en el bote de un solo mástil, el Príncipe Rowan Whitethorn contemplaba la extensa y negra calma del mar. Estaban navegando hacia el sur, empujados por la propia magia del príncipe, hacia las Islas Muertas. El guerrero Fae los había hecho llegar rápidamente a la costa, donde no había tenido ningún reparo sobre robar el barco, mientras que su propietario estaba enfocado en la cubierta de pánico de la ciudad en el oeste. Y todo el tiempo, Dorian había estado en silencio, inútil. Tal como lo había sido mientras que su ciudad era destruida, su pueblo asesinado. —Deberías comer —dijo Rowan desde el otro extremo de la pequeña embarcación. Dorian miró hacia el saco de suministros que Rowan también había robado. Pan, queso, manzanas, pescado seco... El estómago de Dorian se revolvió. —Fuiste atravesado por una púa envenenada —dijo Rowan, su voz no más fuerte que las olas rompiendo contra su barco mientras el rápido viento los empujaba desde atrás—. Tu magia se drenó mientras te mantenía vivo y caminando. Es necesario que comas, o de lo contrario no la vas a reponer —una pausa—. ¿Acaso Aelin no te advirtió sobre eso? Dorian tragó. —No. En realidad, no tuvo el tiempo para enseñarme acerca de la magia —miró hacia la parte trasera del barco, donde Rowan se sentó con una mano apoyada en el timón. La vista de esas orejas puntiagudas era todavía un shock, incluso meses después de reunirse con el hombre. Y el cabello plateado… No como el pelo de Manon, que era de un blanco puro de la luz de luna sobre la nieve. Se preguntó qué había sido de la Líder del Ala, a quién había matado por él, por qué lo había perdonado. No perdonado. Rescatado. Él no era un tonto. Sabía que lo había hecho por razones que serían beneficiosas para ella. Ella era tan diferente a él como el guerrero que estaba sentado en el otro extremo de la barca, incluso aún


más. Y, sin embargo, esa oscuridad, esa violenta, cruda y honesta forma de mirar el mundo... no habría secretos con ella. No habría mentiras. —Necesitas comer para mantener tu fuerza —Rowan continuó—. Tu magia se alimenta de tu energía, se alimenta de ti. Mientras más descansado estés, mayor es la fuerza. Aún más importante, mayor es el control. Tu poder es tanto parte de ti como la magia en sí. Si se deja a sus propias necesidades, te consumirá, te usará como una herramienta —los dientes de Rowan destellaron mientras sonreía—. A cierta persona que conocemos le gusta desviar su poder, usarlo en cosas frívolas para mantener su control —Dorian podía sentir la mirada de Rowan inmovilizándolo como un golpe físico—. La elección es tuya de cuánto lo permites en tu vida, cómo usarlo, pero dejar pasar demasiado tiempo sin dominarla, Majestad, y te destruirá. Un escalofrío recorrió la espalda de Dorian. Y tal vez era el océano abierto, o las infinitas estrellas por encima de ellos, pero Dorian dijo: —No fue suficiente. Ese día... ese día en que Sorscha murió, no fue suficiente para salvarla —Él puso las manos en su regazo—. Sólo desea destruir. Se hizo el silencio, por tiempo suficiente para que Dorian se preguntara si Rowan se había quedado dormido. No se había atrevido a preguntar cuando el príncipe durmió por última vez; ciertamente había comido lo suficiente como lo haría un hombre muerto de hambre. —Yo no estuve allí para salvar a mi compañera cuando fue asesinada, tampoco —dijo Rowan por fin. Dorian se enderezó. Aelin le había dicho muchas cosas acerca de la historia del príncipe, pero no esto. Supuso que no era su secreto, su pena para compartir. —Lo siento —dijo Dorian. Su magia había sentido el vínculo entre Aelin y Rowan, el vínculo que iba más allá de sangre, de su magia, y él había asumido que era simplemente porque eran compañeros, y no querían decirle a todo el mundo. Pero si Rowan ya tenía una compañera, y la había perdido... Rowan dijo: —Vas a odiar el mundo, Dorian. Te vas a odiar a ti mismo. Vas a odiar tu magia, y odiarás cualquier momento de paz o la felicidad. Pero yo tenía el lujo de un reino en paz y no dependiendo de mí. Tú no. Rowan cambió el timón, ajustando su curso para adentrarse en el mar ya que la costa sobresalía a su encuentro, una pared ascendente de acantilados. Él sabía que viajaban con rapidez, pero tenían que estar casi a medio camino de la frontera sur, y viajando mucho más rápido sin darse cuenta bajo el amparo de la oscuridad. Dorian dijo al fin:


—Soy el soberano de un reino roto. Mi gente no sabe quién los gobierna. Y ahora que estoy huyendo... —él negó con la cabeza, el agotamiento royendo sus huesos—. ¿Le he entregado mi reino a Erawan? ¿Qué, qué puedo hacer desde aquí? El crujido de la nave y la corriente de agua eran los únicos sonidos. —Tu pueblo sabe que no estabas entre los muertos. Depende de ti decirles cómo interpretarlo, si es que deben verlo como que los abandonaste, o si quieres que te vean como un hombre que se está yendo para encontrar ayuda, para salvarlos. Debes dejarlo claro. —Al ir a las Islas Muertas. Un movimiento de cabeza. —Aelin, cómo era de esperar, tiene una tensa historia con el Señor Pirata. Tú no. Está en tu mejor interés hacer que te vea como un aliado ventajoso. Aedion me dijo una vez que las Islas Muertas fueron invadidas por el general Narrok y varias de las fuerzas de Erawan. Rolfe y su flota huyeron, y aunque Rolfe es ahora una vez más el gobernante de la Bahía de la Calavera, esa desgracia podría ser tu camino con él. Convéncelo de que no eres el hijo de tu padre, y que le otorgarás a Rolfe y a sus piratas privilegios. —¿Quieres decir convertirlos en corsarios? —Tienes el oro, tenemos oro. Si prometiendo dinero a Rolfe y rienda suelta para saquear los barcos de Erawan nos asegura una armada en el sur, seríamos tontos si no lo hacemos. Dorian consideró las palabras del príncipe. —Nunca he conocido a un pirata. —Conociste a Aelin cuando ella todavía estaba fingiendo ser Celaena —dijo Rowan con sequedad—. Te puedo prometer que Rolfe no será mucho peor. —Eso no es tranquilizador. Una risa resopló. Se hizo el silencio entre ellos de nuevo. Por fin, Rowan dijo: —Lo siento, sobre Sorscha. Dorian se encogió de hombros, y se odió a sí mismo por el gesto, como si disminuyera lo que Sorscha había significado, lo valiente que había sido, lo especial. —Sabes —dijo—, a veces me gustaría que Chaol estuviera aquí, para ayudarme. Y a veces me alegro de que no lo esté para que no estuviera en riesgo de nuevo. Estoy contento de que esté en Antica con Nesryn —estudió al príncipe, las letales líneas de su cuerpo, la quietud depredadora con la que estaba sentado, incluso cuando estaba a cargo de su barco—. ¿Podrías…podrías enseñarme acerca de la magia? No todo, quiero decir, pero… lo que pudieras, siempre que podamos. Rowan lo consideró por un momento, y luego dijo:


—He conocido a muchos reyes en mi vida, Dorian Havilliard. Y es raro el hombre que pidió ayuda cuando la necesitaba, que tenía que dejar a un lado el orgullo. Dorian estaba bastante seguro de que su orgullo había sido destrozado bajo las garras del príncipe Valg. —Te voy a enseñar todo lo que pueda antes de llegar a la Bahía de la Calavera —dijo Rowan—. Podemos encontrar a alguien que haya escapado de los asesinos, alguien que pueda enseñarte más que yo. —Le enseñaste a Aelin. Una vez más, el silencio. Entonces: —Aelin es mi corazón. Le enseñé lo que sabía, y funcionó porque nuestras magias se comprendieron entre sí en el fondo, del mismo modo que lo hicieron nuestras almas. Eres... diferente. Tu magia es algo que rara vez me he encontrado. Necesitas a alguien que lo entienda, o al menos que te entrene. Pero yo puedo enseñarte el control; te puedo enseñar acerca de llegar hasta el fondo de tu poder, y cuidar de ti mismo. Dorian le dio las gracias. —La primera vez que conociste a Aelin, ¿sabías que….? Un resoplido. —No. Dioses, no. Quisimos matarnos el uno al otro —la diversión parpadeó—. Ella estaba... en un lugar muy oscuro. Los dos lo estábamos. Pero ambos guiamos al otro fuera de él. Encontramos una forma, juntos. Por un latido del corazón, Dorian sólo podía mirar. Como si leyera su mente, Rowan dijo: —Vas a encontrar tu camino, también, Dorian. Vas a encontrar la salida. No tenía las palabras adecuadas para transmitir lo que había en su corazón, por lo que suspiró hacia el estrellado cielo infinito. —Hacia la Bahía de la Calavera, entonces. La sonrisa de Rowan fue en destelló blanco en la oscuridad. —Hacia la Bahía de la Calavera.


Capítulo 14 Traducido por Yunn Hedz Corregido por Cotota

Vestido en color negro-batalla de la cabeza a los pies, Aedion Ashryver se mantuvo en las sombras de la calle al otro lado del templo y observó a su prima escalar el edificio junto a él. Ya habían asegurado un pasaje en un barco para mañana por la mañana, junto con otro barco mensajero para navegar a Wendlyn, con cartas suplicando a los Ashryvers por ayuda firmados tanto por Aelin como por el propio Aedion. Debido a lo que habían aprendido hoy... Había estado en Ilium suficientes veces en la última década para saber su camino alrededor. Por lo general, él y su Perdición acampaban afuera de las paredes de la ciudad y disfrutaban tan a fondo en las tabernas que habían terminado vomitando en su propio casco la mañana siguiente. Un lejano llanto del silencio de asombro se oía mientras que él y Aelin habían caminado por las polvorientas y pálidas calles, disfrazados y poco sociables. En todas esas visitas a la ciudad, él nunca se había imaginado que atravesaría esas calles con su reina, o que su rostro sería tan serio mientras veía a las personas asustadas e infelices, las cicatrices hechas de la guerra. No hubo flores lanzadas en su camino, no hubo trompetas que cantaran su regreso. Sólo el oleaje del mar, el aullido del viento, y el sol abrasador por encima de ellos. Y la rabia ondulando de Aelin a la vista de los soldados estacionados alrededor de la ciudad… Todos los extraños eran observados lo suficiente que habían tenido que tener cuidado al proteger su nave. Para la ciudad, el mundo, estarían abordando la Dama de Verano a media mañana, en dirección norte hacia Suria. Pero en su lugar estarían escabulléndose en el Cantor del Viento justo antes del amanecer para navegar hacia el sur llegado el amanecer. Habían pagado en oro el silencio del capitán. Y su información. Habían estado a punto de salir de la cabina del hombre cuando él había dicho: —Mi hermano es un comerciante. Se especializa en las mercancías procedentes de tierras lejanas. Él me trajo noticias la semana pasada de que varios barcos fueron vistos reuniéndose a lo largo de la costa occidental del territorio Fae. Aelin había preguntado: —¿Para navegar hacia aquí? —al mismo tiempo que Aedion había exigido: —¿Cuántos barcos?


—Cincuenta, todos barcos de guerra —el capitán había dicho, mirándolos con cuidado. Sin duda asumiendo que eran agentes de una de las muchas coronas en juego en esta guerra—. Un ejército de guerreros Fae acampaban en la playa más allá. Parecían estar esperando la orden para zarpar. La noticia probablemente se difundió rápidamente. Causando pánico a la gente. Aedion había escrito una nota para enviar advertencias a su segundo de preparar a la Perdición, y contrarrestar los salvajes rumores. El rostro de Aelin había palidecido un poco, y él apoyó una mano firme entre sus omóplatos. Pero ella sólo se había tensado más ante su contacto y le preguntó al capitán: —¿Su hermano tiene la sensación de que la reina Maeve se ha aliado con Morath, o que ella está viniendo para ayudar Terrasen? —Ninguno —el capitán interrumpió—. Él solo navegaba cerca, aunque si la armada estaba desplegada así, dudo que era secreto. No sabemos nada más, tal vez las naves eran para otra guerra. La cara de su reina no demostraba nada en la oscuridad de la capucha. Aedion hizo lo mismo. Excepto que su rostro se había mantenido de esa manera todo el camino de vuelta, y en las horas desde entonces, cuando habían afilado sus armas y luego se deslizaron de nuevo a las calles bajo el amparo de la oscuridad. Si Maeve de hecho estaba reuniendo un ejército para hacerles frente... Aelin se detuvo en lo alto del techo, la brillante empuñadura de Goldryn envuelta en una tela para ocultar su resplandor, y Aedion miró entre su figura oscura y las patrullas de vigilancia de Adarlan patrullando las paredes del templo metros abajo. Pero su prima volvió la cabeza hacia el mar, como si pudiera ver todo el camino hasta llegar a Maeve y su flota en espera. Si la perra inmortal se había aliado con Morath... Seguramente Maeve no sería tan estúpida. Tal vez los dos gobernantes oscuros se destruirían mutuamente en su búsqueda de poder. Y es probable que destruyeran este continente en el proceso. Sin embargo, un Rey Oscuro y una Reina Oscura unidos contra la Portadora de Fuego… Tenían que actuar con rapidez. Cortar la cabeza de una serpiente antes de tratar con la otra. Hubo un gruñido entre dientes, y Aedion miró hacia donde Lysandra esperaba detrás de él, a la espera de la señal de Aelin. Ella estaba en su ropa de viaje, un poco gastada y sucia. Ella había estado leyendo un libro de aspecto antiguo en toda la tarde. Criaturas Olvidadas de lo Profundo o como se llamará. Una sonrisa tiró de sus labios mientras se preguntaba si ella lo había tomado prestado o robado. La dama miró hacia donde Aelin seguía de pie en el techo, nada más que una sombra. Lysandra se aclaró la garganta un poco y dijo en una voz demasiado baja para que cualquiera pudiera escuchar, ya sea la reina o los soldados en la calle: —Aceptó el decreto de Darrow con demasiada calma. —Difícilmente llamaría a todo esto calma —pero él sabía lo que la cambia formas quería decir. Des-


de que Rowan se había ido, desde que había llegado la noticia de la caída de Rifthold, Aelin había estado presente la mitad del tiempo. Distante. Los pálidos ojos verdes de Lysandra lo inmovilizaron en el suelo. —Es la calma antes de la tormenta, Aedion. Cada uno de sus instintos depredadores se animó. Los ojos de Lysandra se movieron de nuevo a la esbelta figura de Aelin. —Una tormenta se acerca. Una gran tormenta. No las fuerzas acechándose en Morath, no Darrow conspirando en Orynth o Maeve reuniendo su armada, pero la mujer en ese techo, las manos apoyadas en el borde mientras se ponía en cuclillas. —¿No tienes miedo de...? —él no podía decir el resto. De algún modo se había acostumbrado a tener a la cambia formas cuidando de la espalda de Aelin, había encontrado la idea poderosamente atractiva. Rowan a su derecha, Aedion a su izquierda, Lysandra a su espalda: nada ni nadie podría llegar a su reina. —No, no, nunca —dijo Lysandra. Algo se tranquilizó en su pecho—. Pero cuanto más lo pienso, más... más parece que todo esto ya fue planeado, establecido hace mucho tiempo. Erawan tuvo décadas antes de que Aelin naciera para atacar, décadas en las que nadie con sus poderes, o con los de Dorian, existió para desafiarlo. Sin embargo, el destino o la fortuna quisieron que él se moviera ahora. En el momento en que una Portadora de Fuego camina sobre la tierra. —¿A dónde quieres llegar? —él había considerado todo esto antes, durante esas largas vigilancias en la carretera. Todo era horrible, imposible, pero, muchas cosas en sus vidas desafiaban la lógica o la normalidad. La cambia formas junto a él lo demostraba. —Morath está desatando sus horrores —dijo Lysandra—. Maeve se mueve a través del mar. Dos diosas caminan de la mano con Aelin. Más que eso, Mala y Deanna han velado por ella toda de su vida. Pero tal vez no la vigilan. Tal vez...la están moldeando. Para que un día la puedan desatar, también. Y me pregunto si los dioses han pesado los costos de esa tormenta. Y si consideran que las bajas valen la pena. Un escalofrío se deslizó por su espina dorsal. Lysandra continuó, en voz tan baja que Aedion se preguntó si no temía que la reina escuchará, pero sí los dioses: —Aún tenemos que ver el alcance total de la oscuridad de Erawan. Y creo que todavía tenemos que ver el alcance total del fuego de Aelin. —Ella no es un inconsciente peón —él desafiaría a los dioses, encontraría una manera de matarlos, si amenazaban Aelin, si consideraban estas tierras como un digno sacrificio para derrotar al Rey Oscuro.


—¿Es realmente tan difícil para ti estar de acuerdo conmigo por una sola vez? —Nunca estoy de acuerdo. —Siempre tienes una respuesta para todo —ella sacudió la cabeza—. Eres insoportable. Aedion sonrió. —Es bueno saber que finalmente estoy consiguiendo meterme debajo de tu piel. ¿O son pieles? Ese asombrosamente bello rostro se volvió positivamente malvado. —Cuidado, Aedion. Muerdo. Aedion se inclinó un poco más cerca. Él sabía que había líneas con Lysandra, sabía que había límites que no cruzaría, no empujaría. No después de lo que ella había soportado desde la infancia, no después de que había recuperado su libertad. No después de lo que había pasado, también. Incluso si él aún no le había dicho Aelin algo al respecto. ¿Cómo podría hacerlo? ¿Cómo podía explicar lo que le habían hecho, lo que él se había visto obligado a hacer en esos primeros años de la conquista? Pero coquetear con Lysandra era inofensivo, tanto para él como para la cambia formas. Y dioses, era bueno hablar con ella durante más de un minuto entre las formas. Así que chocó sus dientes y le dijo: —Es bueno que sepa cómo hacer que las mujeres ronroneen. Ella se rio en voz baja, pero el sonido murió mientras miraba hacia su reina de nuevo, la brisa del mar moviendo su sedoso cabello oscuro. —En cualquier momento —le advirtió. A Aedion le importaba una mierda lo que pensaba Darrow, de lo que se había burlado. Lysandra había salvado su vida, había luchado por su reina y había puesto todo en la línea, incluyendo a su pupila, para rescatarlo de la ejecución y reunirlo con Aelin. Había visto con qué frecuencia los ojos de la cambia formas se precipitaban detrás de ellos los primeros días, como si pudiera ver a Evangeline con Murtaugh y Ren. Él incluso sabía que parte de ella se quedó con la chica, al igual que una parte de Aelin se quedó con Rowan. Se preguntó si alguna vez lo sentiría, ese grado de amor. Por Aelin, sí, pero... era una parte de él, así como sus órganos eran una parte de él. Nunca había sido una opción, como el desinterés de Lysandra con esa niña había sido, como Rowan y Aelin se habían escogido entre sí. Tal vez era estúpido considerarlo, teniendo en cuenta lo que había sido entrenado para hacer y lo que les esperaba en Morath, pero... Él nunca lo diría en mil años, pero mirando a Aelin y Rowan, a veces los envidiaba. Ni siquiera quería pensar en qué más Darrow había querido decir, que una unión entre Wendlyn y Terrasen se había intentado hace más de diez años, con el matrimonio entre él y Aelin siendo el precio de venta, sólo para ser rechazado por sus parientes a través del mar.


Amaba a su prima, pero la idea de tocarla de esa manera hizo que su estómago se revolviera. Tenía la sensación de que ella devolvía el sentimiento. Ella no le había mostrado la carta que había escrito a Wendlyn. No se le había ocurrido hasta ahora pedirle verla. Aedion miró fijamente la figura solitaria ante la inmensidad del oscuro mar. Y se dio cuenta de que no quería saber. Era un general, un guerrero perfeccionado por la sangre y la rabia y la pérdida; había visto y hecho cosas que todavía lo despertaban, noche tras noche, pero...No quería saber. Aún no. Lysandra dijo: —Debemos salir antes del amanecer. No me gusta el olor de este lugar. Él inclinó la cabeza hacia los cincuenta soldados acampado dentro de las paredes del templo. —Obviamente. Pero antes de que pudiera hablar, llamas azules brillaron en las puntas de los dedos de Aelin. La señal. Lysandra cambió a un leopardo fantasma, y Aedion se desvaneció en las sombras mientras que ella soltó un rugido que despertó a las casas cercanas. La gente se derramó fuera de sus puertas mientras que los soldados abrían las puertas al templo para ver de qué se trataba la conmoción. Aelin estuvo fuera de la azotea en un par de ágiles maniobras, aterrizando con una felina gracia mientras que los soldados salían a la calle, con las armas hacia fuera y los ojos muy abiertos. Esos ojos crecieron cuando Lysandra se escabulló al lado de Aelin, gruñendo. Cuando Aedion se puso a caminar a su otro lado. Juntos, se quitaron las capuchas. Alguien jadeó detrás de ellos. No por sus cabellos de oro, sus caras. Pero por la mano envuelta en llamas azules mientras que Aelin la levantaba por encima de su cabeza y decía a los soldados que les apuntaban con ballestas: —Fuera de mi templo. Los soldados parpadearon. Uno de los habitantes del pueblo detrás de ellos comenzó a llorar cuando una corona de fuego apareció en lo alto del cabello de Aelin. Cuando poco a poco la tela que cubría a Goldryn se quemaba y el rubí brillaba de color rojo sangre. Aedion sonrió a los bastardos Adarlanianos, desenganchó el escudo de su espalda, y dijo: —Mi señora les da una opción: váyanse ahora... o nunca se irán. Los soldados se miraron. La llama alrededor de la cabeza de Aelin quemó más brillante, un faro en la oscuridad. Los símbolos de hecho tienen poder. Allí estaba ella, coronada por llamas, una fuerza contra la noche. Así que Aedion sacó la espada de Orynth de su vaina a lo largo de su columna vertebral. Alguien gritó a la vista de la antigua y


poderosa espada. Cada vez más soldados llenaban el patio del templo más allá de la puerta. Y algunos dejaron caer sus armas abiertamente, levantando sus manos. Retrocediendo. —Cobardes desgraciados —gruñó un soldado, moviéndose hacia el frente. Un comandante, por las decoraciones en su uniforme rojo y dorado. Humano. No había anillos negros en ninguno de ellos. Su labio se curvó al contemplar a Aedion, el escudo y la espada con un ángulo listo para atacar—. El Lobo del Norte —la mueca se profundizó—. Y la perra respiradora de fuego. Aelin, a su crédito, sólo parecía aburrida. Y como había dicho la última vez a los soldados humanos reunidos allí, cambiando el peso de pie: —Vivan o mueran; es su elección. Pero decídanse ahora. —No le hagan caso a la perra —rompió el comandante—. Simples trucos de salón, dijo el Señor de Meah. Pero otros cinco soldados dejaron caer sus armas y corrieron. Corriendo directamente hacia las calles. —¿Alguien más? —preguntó Aelin en voz baja. Treinta y cinco soldados permanecieron, con armas hacia fuera, rostros serios. Aedion había luchado en contra y junto a estos hombres. Aelin lo miró cuestionándolo. Aedion asintió. El comandante tenía sus garras en ellos, sólo se retirarían cuando el hombre lo ordenara. —Ven entonces. Vamos a ver lo que tienes que ofrecer —se burló el comandante—. Tengo a la preciosa hija de un granjero con la que quiero terminar. Como si estuviera soplando una vela, Aelin exhaló una bocanada hacia el hombre. En primer lugar, el comandante se quedó en silencio. Como si cada pensamiento, cada sentimiento se hubiera detenido. A continuación, su cuerpo parecía más rígido, como si hubiera sido convertido en piedra. Y por un instante, Aedion pensó que el hombre había sido convertido en piedra mientras que su piel, su uniforme Adarlaniano, se tomaba distintas tonalidades de gris. Pero a medida que la brisa del mar soplaba, y el hombre simplemente se deshacía en nada más que cenizas, Aedion se dio cuenta con un poco de shock lo que ella había hecho. Lo había quemado vivo. De adentro hacia afuera. Alguien gritó. Aelin se limitó a decir: —Te lo advertí —unos pocos soldados retrocedieron. Pero la mayoría mantuvo su posición, el odio y el asco a la magia brillaba, a su reina, a él.


Y Aedion sonrió como lobo cuando levantó la espada de Orynth y se lanzó a sí mismo contra la línea de soldados de la izquierda que levantaban las armas, Lysandra lanzándose hacia la derecha con un gruñido gutural, y Aelin haciendo llover llamas de oro y rubí sobre el mundo.

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Recuperaron el templo en veinte minutos. Habían pasado sólo el diez antes de que tuvieran el control, los soldados ya sea muertos o, si se habían rendido, arrastrados a la mazmorra de la ciudad por los hombres y las mujeres que se habían unido a la lucha. Los otros diez minutos transcurrieron mientras recorrían el lugar en busca de atacantes. Pero sólo encontraron sus equipos y negación, y la vista del templo en tan mal estado, las paredes sagradas talladas con los nombres de los brutos Adarlanianos, las antiguas urnas de interminable fuego extinguido o utilizado como orinales… Aelin había dejado a todos ver cuando envió un fuego arrasador por el lugar, tragándose cualquier rastro de los soldados, la eliminación de años de suciedad y polvo y excrementos de gaviota para revelar los gloriosos y antiguos grabados debajo, tallados en cada pilar y el paso y la pared. El complejo del templo se componía de tres edificios alrededor de un enorme patio: los archivos, la residencia de los sacerdotes muertos hace mucho tiempo, y el templo propiamente como tal, donde la antigua Roca estaba. Fue en los archivos, la zona más defendible, donde dejó a Aedion y Lysandra para encontrar algo adecuado para usar como cama, un muro de llamas ahora abarca todo el sitio. Los ojos de Aedion todavía brillaban con la emoción de la batalla cuando ella había dicho que quería un momento a solas cerca de la Roca. Él había luchado muy bien, y ella se aseguró de dejar algunos hombres con vida para que él pudiera derribarlos. No era el único símbolo aquí esta noche, no era el único observado. Y en cuanto a la cambia formas que había atacado a esos soldados con tal salvaje ferocidad... Aelin la dejó de nuevo en forma de halcón, posada sobre una podrida viga en los cavernosos archivos, mirando a la enorme representación de un dragón de mar tallado en el suelo, al fin revelada por el fuego abrasador. Uno de los muchos tallados similares, el patrimonio de un pueblo exiliado desde hace mucho tiempo. Desde cualquier espacio en el interior del templo, el romper de las olas en la orilla susurraba o rugía. No había nada para absorber el sonido, para disminuirlo. Grandes y extensas habitaciones y patios donde debería haber habido altares y estatuas y jardines de reflexión estaban totalmente vacíos, el humo de su fuego todavía presente. Bien. El fuego podría destruir, pero también limpiar. Ella se arrastró por los terrenos oscurecidos del complejo del templo hacia el más íntimo y sagrado de los santuarios que se extendía hasta el borde del mar. La luz dorada se filtró en el suelo rocoso


ante las escaleras del santuario, luz de la eternamente-ardiente llama para honrar el don de Brannon. Aún vestida de negro, Aelin era poco más que una sombra mientras atenuaba el fuego a somnolientas brasas y entraba en el corazón del templo. Una gran pared de mar había sido construida para hacer retroceder la ira de las tormentas de la propia piedra, pero aun así, el espacio estaba húmedo, el aire lleno de salmuera. Aelin limpió la masiva antecámara y salió entre los dos gruesos pilares que enmarcaban el santuario interior. En su otro extremo, abierto a la ira del mar más allá, surgía la enorme Roca negra. Era suave como el cristal, sin duda por las manos reverentes que la habían tocado a lo largo de milenios, y tal vez tan grande como un vagón de un mercado de granjeros. Sobresalía hacia arriba, dominando sobre el mar, y la luz de las estrellas rebotaba en su picada superficie de mientras que Aelin extinguía cada llama con excepción de la única vela blanca que se agitaba en el centro de la Roca. Los tallados del templo no revelaron marcas de Wyrd o más mensajes de la Pequeña Gente. Sólo remolinos y ciervos. Tendría que hacerlo de la manera antigua, entonces. Aelin subió las pequeñas escaleras que permitían a los peregrinos acercarse para contemplar la sagrada Roca, luego subió a ella.


Capítulo 15 Traducido por Yunn Hdez Corregido por Cotota

El mar pareció detenerse. Aelin sacó la llave del Wyrd de su chaqueta, dejándola descansar entre sus pechos mientras se sentaba en el saliente borde de la piedra y miró hacia el nocturno mar. Y esperó. Lo plateado de la luna creciente estaba empezando a descender cuando una profunda voz masculina dijo detrás de ella: —Te ves más joven de lo que pensaba. Aelin se quedó mirando el mar, mientras que su estómago se apretó. —Pero hermosa, ¿verdad? No oyó ningún paso, pero la voz estaba definitivamente más cerca cuando dijo: —Al menos mi hija estaba en lo cierto acerca de tu humildad. —Es curioso, ella nunca dio a entender que tenías sentido del humor. Un susurro del viento a su derecha, y a continuación, largas y musculadas piernas debajo de una armadura antigua aparecieron junto a ella, pies calzados con sandalias colgando sobre las olas. Finalmente se atrevió a volver la cabeza, dándose cuenta que la armadura tenía un cuerpo masculino de gran alcance y un ancho y hermoso rostro. Él podría haber engañado a cualquiera de que era de carne y hueso, si no fuera por el pálido resplandor de la luz azul a lo largo de sus bordes. Aelin inclinó la cabeza ligeramente hacia Brannon. Una media sonrisa era su único reconocimiento, su cabello rubio rojizo cambiante a la luz de la luna. —Una batalla brutal pero eficiente —dijo. Ella se encogió de hombros. —Me dijeron que viniera a este templo. He encontrado que estaba ocupado. Lo desocupé. De nada.


Sus labios formaron una sonrisa. —No me puedo quedar mucho tiempo. —Pero vas a lograr darme tantas advertencias crípticas cómo sea posible, ¿verdad? Las cejas de Brannon se levantaron, sus ojos de color coñac arrugándose con diversión. —Hice que mis amigos te enviaran un mensaje para venir aquí por una razón, sabes. —Oh, estoy segura de ello —no se habría arriesgado a reclamar el templo de otra manera—. Pero primero cuéntame sobre Maeve —había tenido que esperar lo suficiente desde que aventaron su mensaje en su regazo. Ella tenía sus propias condenadas preguntas. La boca de Brannon se apretó. —Especifica lo que necesitas saber. —¿Puede ser asesinada? La cabeza del rey giró hacia ella. —Ella es antigua, Heredera de Terrasen. Era antigua cuando yo era un niño. Sus planes son de gran alcance. —Lo sé, lo sé. ¿Pero moriría si clavo una cuchilla en su corazón? ¿Si le corto la cabeza? Una pausa. —No sé. —¿Qué? Brannon negó con la cabeza. —No lo sé. Todo Fae puede morir, sin embargo, ella ha vivido más tiempo que nuestras esperanzas de vida, y su poder... nadie realmente entiende su poder. —Pero viajaste con ella para poder recuperar las Llaves… —No sé. Pero siempre temía mi fuego. Y el tuyo. —¿No es Valg, verdad? Una risa baja. —No. Fría como uno, pero no —los bordes de Brannon comenzaron a desdibujarse un poco. Pero vio la pregunta en sus ojos y asintió para que continuara.


Aelin tragó, su mandíbula apretándose un poco mientras se obligaba a respirar. —¿El poder es cada vez más fácil de manejar? La mirada de Brannon se suavizó un poco. —Sí y no. Cómo afecta tus relaciones con aquellos a tu alrededor se vuelve más duro que controlar la fuente de poder, y aun así estás atado a él. La magia no es un regalo fácil en cualquier forma, sin embargo, el fuego… No quemamos sólo con nuestra magia, sino también con nuestras propias almas. Para mejor o peor —su atención se desvió hacia Goldryn, mirando por encima del hombro, y él se rió por la silenciosa sorpresa—. ¿La bestia en la cueva esta muerta? —No, pero me dijo que te echa de menos y que debes hacerle una visita. Él está solo ahí afuera. Brannon rió de nuevo. —Nos hubiéramos divertido juntos, tú y yo. —Estoy empezando a desear que te hubieran mandado para lidiar conmigo en vez de tu hija. El sentido del humor debe saltarse una generación. Tal vez fue la peor cosa que pudo haber dicho. Porque el sentido del humor al instante desapareció de ese hermoso rostro moreno, esos ojos de color coñac se volvieron fríos y duros. Brannon agarró su mano, pero sus dedos atravesaron los de ella, directo hasta la misma piedra. —La Cerradura, Heredera de Terrasen. Te convocado aquí por ella. En los Pantanos de Piedra, se encuentra una ciudad hundida, la Cerradura está escondida allí. Es necesaria para unir las llaves en la destruida Puerta del Wyrd. Es la única manera de conseguir que regresen de nuevo a esa puerta y sellarla de forma permanente. Mi hija te ruega… —¿Qué Cerradura…? —Encuentra la Cerradura. —¿Dónde, en los Pantanos de Pierda? No es exactamente una pequeña… Brannon se había ido. Aelin frunció el ceño y empujó el amuleto de Orynth de regreso en su camisa. —Por supuesto que hay una maldita Cerradura —murmuró. Ella gimió un poco mientras bajaba sus pies, y frunció el ceño hacia el oscuro mar que se estrellaba a meros metros de distancia. A la reina a través de el, preparando su armada. Aelin le sacó la lengua. —Bueno, si Maeve aun no está preparada para atacar, sin duda esto la va a obligar a hacerlo —Aedion salió detrás de las sombras de un pilar cercano. Aelin se puso rígida, siseó.


Su primo le sonrió, su dentadura blanca. —¿Crees que no sabía que tenías algo más en la manga de por qué nos trajiste a este templo? ¿O que en esta primavera en Rifthold no me enseñó nada acerca de tu tendencia a estar planeando cosas a la vez? Ella rodó los ojos, dando un paso fuera de la sagrada piedra y pisando fuerte por las escaleras. —Asumo que has oído todo. —Brannon incluso me guiñó un ojo antes de desaparecer. Ella apretó la mandíbula. Aedion apoyó el hombro contra el pilar tallado. —Una Cerradura, ¿eh? ¿Y cuando, precisamente, ibas a informarnos sobre este nuevo cambio de dirección? Se dirigió hacia él. —Cuando se me antojara, ahí es cuando. Y no es un cambio en la dirección, todavía no. Tener aliados sigue siendo nuestro objetivo, no las ordenes crípticas de miembros de la realeza muertos. Aedion se limitó a sonreír. Una ondulación en las oscuras sombras del templo llamó su atención, y Aelin dejó escapar un suspiro. —Ustedes dos son honestamente insoportables. Lysandra se posó en la parte superior de una estatua que estaba cerca y chasqueó su pico con descaro. Aedion deslizó un brazo alrededor de los hombros de Aelin, guiándola de regreso hacia la destartalada residencia dentro del recinto. —Nueva corte, nuevas tradiciones, dijiste. Incluso para ti. Comenzando con un menor número de esquemas y secretos que toman años de mi vida cada vez que haces una gran revelación. Aunque sin duda disfrutamos ese nuevo truco con la ceniza. Muy artístico Aelin le clavó en el costado. —No te… Las palabras se detuvieron cuando unos pasos crujieron sobre la tierra seca del patio cercano. El viento sopló cerca, llevando un aroma que conocían demasiado bien. Valg. Uno poderoso, si es que había entrado a través de su muro de llamas. Aelin desvainó a Goldryn mientras que la espada de Aedion chillaba en voz baja, la Espada de Orynth reluciendo como el acero recién forjado bajo la luz de la luna. Lysandra se mantuvo en alto, agachándose más en las sombras.


—¿Vendidos o suerte de mierda? —murmuró Aedion. —Probablemente ambas cosas —murmuró Aelin mientras que una figura aparecía a través de dos pilares. Era robusto, con un ligero sobrepeso, no toda la belleza imposible que los príncipes Valg preferían cuando habitaban un cuerpo humano. Pero el inhumano hedor, incluso con ese collar en su ancho cuello... Por lo tanto mucho más fuerte de lo habitual. Por supuesto, Brannon no podría haberse tomado la molestia de advertirle. El Valg salió a la luz de los braseros sagrados. Los pensamientos se arremolinaban en su cabeza cuando vio su rostro. Y Aelin sabía que Aedion había tenido razón: sus acciones esta noche habían enviado un mensaje. Una declaración de su ubicación. Erawan había estado esperando este encuentro mucho más tiempo que un par de horas. Y el rey Valg sabía ambos lados de su historia. Porque era el Jefe Supervisor de Endovier quien les sonreía.

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Ella todavía soñaba con él. Con esa rubia cara común mirándola de reojo, mirando a las otras mujeres en Endovier. Con su risa cuando fue despojada hasta la cintura y azotada en plena luz del día, luego dejada colgada de sus ataduras en el sol abrasador o el penetrante frío. Con su sonrisa cuando ella fue metida en esos pozos sin luz; la sonrisa todavía entendida a lo ancho cuando la sacaron de allí días o semanas más tarde. La empuñadura de Goldryn se sentía viscosa en su mano. Fuego quemó al instante a lo largo de los dedos de la otra. Maldijo a Lorcan por robar de nuevo el anillo de oro, por llevarse esa poca inmunidad, de redención. Aedion estaba mirando entre ellos, leyendo el reconocimiento en sus ojos. El Supervisor de Endovier se burló de ella: —¿No vas a presentarnos, esclava? La quietud absoluta que se deslizaba sobre el rostro de su primo le dijo lo suficiente sobre lo que estaba pasando, junto con la mirada a las tenues cicatrices en sus muñecas, donde los grilletes habían estado. Aedion se deslizó entre ellos, sin duda leyendo cada sonido, sombra y aroma para ver si el hombre


estaba solo, calculando que tan difícil y que tanto tendrían que luchar para salir de allí. Lysandra voló a otro pilar, lista para cambiar y atacar con tan solo una palabra. Aelin trató de reunir el aplomo que la había protegido y sacado de todo aquello. Pero todo lo que veía era al hombre arrastrando a esas mujeres detrás de los edificios; lo único que escuchaba era el golpe de esa rejilla de hierro sobre su fosa sin luz; todo lo que olía era la sal y la sangre y los cuerpos sin lavar; lo único que sentía era la abrasadora humedad de su sangre deslizándose por su desfigurada espalda. No voy a tener miedo; no voy a tener miedo. —¿Acaso se han acabado los chicos guapos en los reinos para que lo uses? —Aedion arrastró las palabras, comprándoles tiempo para averiguar las probabilidades. —Ven un poco más cerca —el capataz sonrió—, y vamos a ver si eres un mejor cambio, General. Aedion dejó escapar una risa baja, la Espada de Orynth siendo levantada un poco más alto. —No creo que seas capaz de sobrevivir a mí. Y fue la visión de aquella espada, la espada de su padre, la espada de su pueblo... Aelin levantó la barbilla, y las llamas que rodeaban su mano izquierda brillaron con más fuerza. Los llorosos ojos azules del capataz se deslizaron a los de ella, estrechándose con diversión. —Es una lástima que no tuvieras ese pequeño regalo cuando te puse en esos pozos. O cuando pinté la tierra con tu sangre. Un bajo gruñido fue la respuesta de Aedion. Pero Aelin se obligó a sonreír. —Ya es tarde. Acabo de aplastar a tus soldados. Vamos a sacar esta conversación fuera del camino para que pueda tener algo de descanso. El capataz curvó los labios. —Vas a aprender modales muy pronto, chica. Todos ustedes. El amuleto entre sus pechos parecía quejarse, un destello de un salvaje y antiguo poder. Aelin lo ignoró, dejando fuera cualquier pensamiento sobre él. Si el Valg, si Erawan, tuviera una brisa de que poseía lo que tan desesperadamente buscaban… El capataz volvió a abrir la boca. Ella atacó. El fuego lo estampó contra la pared más cercana, subiendo por su garganta, a través de las orejas, de la nariz. Llamas que no quemaban, llamas que eran una mera blanca luz cegadora. El supervisor rugió, destrozándose mientras su magia lo cubría, se fundía con él.


Pero no había nada dentro para aferrarse. No había oscuridad para ser quemada, no había ninguna brasa a la que dar vida. Solamente… Aelin se tambaleó hacia atrás, la magia desvaneciéndose y las rodillas cediendo como si hubiera sido herida. Su cabeza palpitó, y las náuseas se agitaban en sus intestinos. Ella conocía ese sentimiento, ese sabor. Hierro. Como si el núcleo del hombre estuviera hecho de hierro. Y ese aceitoso y horrible regusto… Piedra del Wyrd. El demonio dentro del capataz dejó escapar una risa ahogada. —¿Qué son los collares y los anillos en comparación con un corazón sólido? Un corazón de hierro y Piedra del Wyrd para reemplazar el corazón de los cobardes. —¿Por qué? —ella suspiró. —Fui puesto aquí para demostrar lo que te espera si es que tu corte y tu deciden visitar Morath Aelin estrelló su fuego en él, restregando su interior, golpeando ese núcleo de oscuridad pura en el interior. Una vez más, de nuevo, otra vez. El supervisor seguía rugiendo, pero Aelin siguió atacando, hasta… Vomitó todo en las piedras que estaban entre ellos. Aedion la levantó. Aelin levantó la cabeza. Se había quemado su ropa, pero no tocó la piel. Y allí, latiendo contra las costillas como si se tratara de un puño que perforara a través de la piel, estaba su corazón Golpeaba contra su piel, huesos y carne estirados. Aelin se echó hacia atrás. Aedion pusó una mano en su trayectoria mientras que el supervisor se arqueó en agonía, con la boca abierta en un grito silencioso. Lysandra voló por debajo de las vigas del techo, cambiando a la forma de leopardo a su lado y gruñendo. Una vez más, el puño golpeó desde el interior. Y luego huesos fueron rotos, perforando hacia el exterior, rasgando a través de músculos y la piel como si su cavidad torácica fueran los pétalos de una flor que se abre. No había nada en su interior. No había sangre, no había órganos. Sólo una poderosa y eterna oscuridad, y dos parpadeantes brasas doradas en su núcleo. No brasas. Ojos. Brillando con antigua malicia. Se estrecharon en reconocimiento y placer. Tomó cada onza de su fuego para armase de valor, para inclinar la cabeza en un ángulo vivaz y arrastrando las palabras: —Por lo menos sabes cómo hacer una buena entrada, Erawan.


Capítulo 16 Traducido por Roxana Bonilla Corregido por Sandra

El capataz habló, pero la voz no era la suya. Y la voz no era de Perrington. Era una voz nueva, una voz antigua, una voz de un mundo y una época diferente, una voz que se alimentaba de gritos, sangre y dolor. Su magia se agitó contra el sonido, e incluso Aedion maldijo en voz baja, todavía tratando de ponerla detrás de él. Pero Aelin se mantuvo firme contra la oscuridad que los miraba desde el pecho agrietado del hombre. Y sabía que, incluso si su cuerpo no se había roto de manera irreparable, no quedaba nada en su interior para salvar de todos modos. Nada que valiera la pena salvar para empezar. Ella flexionó los dedos a los costados, reuniendo su magia contra la oscuridad que se enrollaba y se arremolinaba dentro del pecho destrozado del hombre. Erawan dijo: —Creo que la gratitud está a la orden, Heredera de Brannon. Ella movió las cejas hacia arriba, saboreando humo en su boca. Calma, murmuró a su magia. Tenía que ser cuidadosa, tenía que ser tan cuidadosa para que no viera el amuleto alrededor de su cuello, para que no sintiera la presencia de la última Llave del Wyrd en su interior. Con las dos primeras ya en su posesión, si Erawan sospechaba que la tercera Llave estaba en este templo, y que su total dominio sobre esta tierra y todas las demás estaba lo suficientemente cerca para conseguirlo... Tenía que mantenerlo distraído. Así que Aelin resopló. —¿Exactamente, por qué debería agradecerte? Las brasas de los ojos se deslizaron hacia arriba, como si inspeccionaran el cuerpo hueco del capataz. —Por este pequeño regalo de advertencia. Por librar al mundo de unas pocas alimañas más. Y por hacer darte cuenta de lo inútil que será ponerte en mi contra, susurró esa voz directamente en su cráneo. Ella lanzó fuego hacia el exterior en una maniobra ciega, tropezando contra Aedion ante la caricia en esa hermosa voz espantosa. Por la cara pálida de su primo, supo que él también la había escuchado, sentido su tacto violador.


Erawan rió. —Me sorprende que trataras de salvarlo primero. Teniendo en cuenta lo que te hizo en Endovier. Mi príncipe apenas podía soportar estar dentro de su mente, ya era tan vil. ¿Encuentras placer en decidir quién será salvado y quién está más allá de eso? Así de fácil, convertirte en una pequeña diosa ardiente. Náusea, verdadera y fría, la golpeó. Pero fue Aedion quien sonrió satisfecho: —Pensaría que tendrías mejores cosas que hacer, Erawan, que burlarte de nosotros en las horas muertas de la mañana. ¿O es sólo una forma de sentirte mejor acerca de Dorian Havilliard deslizándose a través de tus redes? La oscuridad siseó. Aedion apretó el hombro de ella en señal de advertencia silenciosa. Termínalo ahora. Antes de que Erawan pudiera golpear. Antes de que pudiera sentir que la Llave del Wyrd que buscaba estaba a escasos pies de distancia. Así que Aelin inclinó su cabeza a la fuerza mirándolos a través de carne y hueso. —Sugiero que descanses y recuperes fuerzas, Erawan —ronroneó ella, guiñándole un ojo con cada fragmento de bravuconería que quedaba en ella—. Lo vas a necesitar. Se escuchó una risa baja mientras las llamas empezaban a aletear en sus ojos, calentando su sangre con una deliciosa calidez bienvenida. —En efecto. Especialmente teniendo en cuenta los planes que tengo para el aspirante a rey de Adarlan. El corazón de Aelin se detuvo. —A lo mejor deberías haberle dicho a tu amante que se disfrazara antes de que sacara a Dorian Havilliard de Rifthold —esos ojos se estrecharon hasta convertirse en rendijas—. Cuál era su nombre... Oh, sí —Erawan respiró, como si alguien se lo hubiera susurrado—. Príncipe Rowan Whitethorn de Doranelle. Qué gran premio sería él. Aelin cayó en picado hacia el fuego y la oscuridad, negándose a ceder una pulgada al terror que se arrastraba sobre ella. Erawan canturreó: —Mis cazadores ya están rastreándolos. Y voy a hacerles daño, Aelin Galathynius. Voy a afiliarlos en mis generales más fieles. Comenzando con tu Príncipe Fae. Un ariete del azul más caliente golpeó en ese hoyo en la cavidad torácica del hombre, en esos ojos ardientes. Aelin mantuvo su magia concentrada en ese pecho, en los huesos y carne derritiéndose, dejando sólo el corazón de hierro y la Piedra Wyrd sin tocar. Su magia fluía a su alrededor como una corriente


creciente más allá de una roca, quemando ese cuerpo, a esa cosa dentro de él. —No te molestes en salvar cualquier parte de él —Aedion gruñó suavemente. Con su magia rugiendo fuera de ella, Aelin miró por encima del hombro. Lysandra estaba ahora en forma humana al lado Aedion, con los dientes apretados hacia el capataz La mirada le costó. Oyó el grito de Aedion antes de que ella sintiera el puño de oscuridad de Erawan estrellarse contra su pecho. Sintió el aire presionarse contra ella cuando fue arrojada hacia atrás, sintió su cuerpo estamparse contra la pared de piedra antes de que la agonía de esa oscuridad realmente penetrara en ella. Su respiración paró, su sangre se detuvo. Levántate. Levántate. Levántate. Erawan rió suavemente mientras Aedion fue al instante a su lado, arrastrándola a sus pies mientras su mente y su cuerpo trataban de reordenarse a sí mismos. Aelin lanzó su poder de nuevo, dejando a Aedion creer que ella le permitía mantenerla en posición vertical simplemente porque se olvidó de dar un paso más lejos, no porque sus rodillas temblaban tan violentamente que no estaba segura de que pudiera soportarlo. Pero su mano se mantuvo estable, al menos, mientras la extendía. El templo alrededor de ellos se estremeció ante la fuerza del poder que arrojó de sí misma. Polvo y escombros caían desde el alto techo encima; columnas se balanceaban como amigos borrachos. Los rostros de Aedion y Lysandra brillaban a la luz azul de su llama, sus facciones sorprendidas pero fijas con sólida determinación, e ira. Ella se inclinó más hacia Aedion mientras su magia rugía fuera ella, su agarre más apretado en la cintura. Cada latido del corazón era toda una vida; cada respiración dolía. Pero el cuerpo del capataz finalmente se destrozó bajo su poder, los escudos oscuros alrededor cedieron ante ella. Y una pequeña parte de ella se dio cuenta de que sucedió solamente cuando Erawan se dignó a salir, esos divertidos ojos como brasas consumiéndose hasta ser nada. Cuando el cuerpo del hombre fue sólo cenizas, Aelin hizo retroceder su magia, envolviendo su corazón en ella. Agarró el brazo de Aedion, tratando de no respirar demasiado fuerte, que no escuchara el roce de sus pulmones maltratados, que no se diera cuenta de cuan fuerte una sola pluma de oscuridad le había golpeado. Un ruido sordo resonó en el templo silencioso cuando el trozo de hierro y Piedra Wyrd cayeron. Ese era el costo, el plan de Erawan. Que se diera cuenta de que la única merced que podría ofrecer


a su corte sería la muerte. Si alguna vez fueran capturados... él la haría observar mientras todos ellos eran vaciados y llenados de su poder. Le haría mirar sus rostros cuando hubiese terminado, y encontrado ningún rastro de sus almas en su interior. Entonces se pondría a trabajar en ella. Y Rowan y Dorian... Si Erawan los estaba cazando en este mismo momento, si supiera que estaban en la Bahía Calavera y cuán fuerte realmente le había golpeado… Las llamas de Aelin se juntaron en un fuego tranquilizante, y finalmente encontró suficiente fuerza en sus piernas para empujarse lejos del agarre de Aedion. —Tenemos que estar en ese barco antes del amanecer, Aelin —dijo—. Si Erawan no nos estaba engañando… Aelin se limitó a asentir. Tenían que llegar a la Bahía Calavera tan rápido como los vientos y las corrientes pudieran llevarlos. Pero cuando se volvió hacia el arco del templo, en dirección a los archivos, miró su pecho, completamente intacto, aunque el poder de Erawan le había pegado como una lanza arrojada. Había fallado. Por tres pulgadas, Erawan había estado a punto de golpear el amuleto. Y posiblemente detectado la Llave del Wyrd en su interior. Sin embargo, el golpe todavía resonaba contra sus huesos en ondas brutales. Un recordatorio de que ella podría ser la Heredera de Fuego... pero Erawan era el Rey de la Oscuridad.


Capítulo 17 Traducido por Roxana Bonilla Corregido por Sandra

Manon Blackbeak observó al cielo negro por encima de Morath desteñirse a gris podrido en la última mañana de vida de Asterin. No había dormido la totalidad de la noche; no había comido o bebido; no había hecho nada más que afilar a Cuchilla de Viento en la gélida apertura del nido wyvern. Una y otra vez, había afilado la hoja, apoyada contra el cálido costado de Abraxos, hasta que sus dedos estuvieron demasiado entumecidos de frío como para mantener agarre de la espada o piedra. Su abuela había ordenado que Asterin fuese encerrada en las entrañas más profundas del calabozo de la Guarida, tan fuertemente custodiada que era imposible escapar. O un rescate. Manon había jugueteado con la idea durante las primeras horas después de anunciada la sentencia. Pero rescatar Asterin sería traicionar a su Matrona, a su clan. Su error, fue su propio error, sus propias malditas decisiones, que habían llevado a esto. Y si ella traspasaba esa línea de nuevo, el resto de las Trece serían eliminadas. Tuvo suerte de que no hubiera sido despojada de su título como Líder del Ala. Al menos todavía podría liderar a su Clan, protegerlas. Mejor que permitir que alguien como Iskra tomara el mando. El asalto de la legión de la Brecha Ferian en Rifthold bajo el mando de Iskra había sido descuidado, caótico, no era el cuidadoso y sistemático saqueo que Manon hubiera planeado de habérsele pedido. No haría ninguna diferencia ahora si la ciudad estaba en la ruina completa o medio destruida. No alteraba el destino de Asterin. Así que había poco que hacer, aparte de afilar su antigua hoja y memorizar las Palabras de Solicitud. Manon tendría que decirlas en el momento oportuno. Este último regalo podría dárselo a su prima. Su único regalo. No la larga, lenta tortura y decapitación que era típica de una ejecución bruja. Pero la rápida misericordia de la propia hoja de Manon. Botas se arrastraron sobre la piedra e hicieron crujir la paja que cubría el suelo del nido. Manon conocía ese paso, lo conocía tan bien como la propia marcha de Asterin. —¿Qué? —le dijo a Sorrel sin mirar atrás. —El amanecer se acerca —dijo su Tercera.


Futura segunda. Vesta se convertiría en Tercera, y... y tal vez Asterin al fin vería a ese cazador suyo, vería a la brujilla prematura que habían tenido juntos. Asterin nunca más montaría los vientos; Asterin nunca más se elevaría en el lomo de su montura celeste. Los ojos de Manon se deslizaron al otro lado del nido wyvern, moviendo sus dos patas, despierta cuando los otros no. Como si pudiera sentir la fatalidad de su señora haciendo señas con cada momento que pasaba. ¿Qué sería de la hembra cuando Asterin se hubiera ido? Manon se puso de pie, Abraxos empujando la parte posterior de sus muslos con su hocico. Ella se inclinó, rascando su cabeza escamosa. Estaba segura sobre a quién se suponía que estaba reconfortando. Su capa carmesí, tan sangrienta y sucia como el resto de ella, todavía estaba sujeta en su clavícula. Las Trece se convertirían en doce. Manon encontró la mirada de Sorrel. Pero la atención de su Tercera estaba en Cuchilla de Viento, desnuda en la mano de Manon. Su Tercera dijo: —Eso significa que prepararás las Palabras de Solicitud. Manon trató de hablar. Pero no pudo abrir la boca. Así que se limitó a asentir. Sorrel miró hacia el arco abierto más allá de Abraxos. —Desearía que hubiera tenido la oportunidad de ver los Wastes. Sólo una vez. Manon se obligó a levantar la barbilla. —Nosotras no deseamos. Nosotras no esperamos —dijo a su futura Segunda. Los ojos de Sorrel se volvieron hacia ella, algo como dolor intermitente allí. Manon recibió el golpe interno. Ella dijo—: Seguiremos adelante, nos adaptaremos. Sorrel dijo en voz baja, pero no débilmente: —Ella va morir para mantener tus secretos. Fue lo más cercano que había llegado al franco desafío. Al resentimiento. Manon enfundó a Cuchilla de Viento a su lado y se dirigió a la escalera, incapaz de encontrarse con la mirada curiosa de Abraxos. —Entonces me habrá servido bien como Segunda, y será recordada por ello. Sorrel no dijo nada. Así que Manon descendió a la penumbra de Morath para matar a su prima.


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La ejecución no se iba a realizar en el calabozo. Más bien, su abuela había seleccionado una amplia terraza con vistas a una de las infinitas caídas en el barranco enroscada alrededor de Morath. Las brujas estaban agrupadas en el balcón, prácticamente vibrando con sed de sangre. Las Matronas estaban delante del grupo reunido, Cresseida y la Matrona Yellowlegs flanqueadas por cada una de sus herederas, todas frente a las puertas abiertas a través del cuales Manon y las Trece salieron de la torre de la Guarida. Manon no oyó el murmullo de la multitud; no oyó el rugido del viento rasgando entre las altas torres; no oyó el golpe de los martillos en las forjas del valle. No cuando su atención se dirigió a Asterin, de rodillas antes de las matronas. Ella, también, se enfrentaba a Manon, todavía en su traje de cuero de montar, su pelo dorado enmarañado y salpicado de sangre. Ella levantó la cara. —Era justo —la abuela de Manon arrastró lentamente las palabras, silenciando a la multitud—, que Iskra Yellowlegs también vengara a los cuatro centinelas sacrificados en tu guardia. Tres golpes por cada uno de los centinelas muertos. Doce golpes en total. Pero por los cortes y contusiones en la cara de Asterin, el labio partido, la forma en que acunaba su cuerpo mientras se inclinaba sobre sus rodillas... Había sido mucho más que eso. Lentamente, Manon miró a Iskra. Cortes desfiguraban sus nudillos, todavía en carne viva por los golpes que le había dado a Asterin en el calabozo. Mientras Manon había estado arriba, melancólica. Manon abrió la boca, su rabia era un ser vivo golpeando violentamente en sus entrañas, en su sangre. Pero Asterin habló en su lugar: —Alégrate de saber, Manon —su Segunda dijo ásperamente con una leve sonrisa presumida—, que tuvo que encadenarme para hacerlo. Los ojos de Iskra destellaron. —Aun así gritaste, perra, cuando te azoté. —Basta —interrumpió la abuela de Manon, agitando una mano. Manon apenas oyó la orden.


Habían azotado a su centinela como a un subordinado, como a una bestia mortal. Alguien gruñó, baja y viciosa, a su derecha. El aliento salió de ella cuando se encontró a Sorrel, una roca inamovible, una roca sin sentimientos, desnudando sus dientes hacia Iskra, hacia los reunidos aquí. La abuela de Manon dio un paso adelante, llena de disgusto. Detrás de Manon, las Trece eran una inamovible pared en silencio. Asterin comenzó a explorar sus caras, y Manon se dio cuenta de que su Segunda comprendió que era la última vez que lo haría. —La sangre se paga con sangre —dijeron al unísono la abuela de Manon y la Matrona Yellowlegs, recitando sus rituales mayores. Manon irguió su columna, esperando el momento adecuado. —Cualquier bruja que desee extraer sangre en nombre de Zelta Yellowlegs puede pasar al frente. Uñas de hierro se deslizaron fuera de las manos de todo el aquelarre Yellowlegs. Asterin solo miró a las Trece, con la cara ensangrentada inmóvil, los ojos claros. La Matrona Yellowlegs dijo: —Formen una fila. Manon se abalanzó. —Invoco el derecho de ejecución. Todo el mundo se congeló. La cara de la abuela de Manon palideció de ira. Pero las otros dos Matronas, incluso la Yellowlegs, se limitaron a esperar. Manon dijo, con la cabeza en alto: —Reclamo el derecho a la cabeza de mi Segunda. La sangre se paga con sangre, pero por el filo de mi espada. Ella es mía, y su muerte será mía. Por primera vez, la boca de Asterin se apretó, los ojos brillantes. Sí, ella entendió que era el único regalo que Manon podía darle, el único honor que quedaba. Fue Cresseida Blueblood quien intervino antes de que los otras dos Matronas pudieran hablar. —Por salvar la vida de mi hija, Líder del Ala, te será concedido. La Matrona Yellowlegs giró la cabeza hacia Cresseida, una réplica en sus labios, pero era demasiado tarde. Las palabras habían sido pronunciadas, y las reglas debían ser obedecidas a cualquier precio. Con la capa roja Crochan aleteando detrás de ella en el viento, Manon se atrevió a dar un vistazo a su abuela. Sólo el odio brillaba en esos antiguos ojos, odio, y un destello de satisfacción por que


Asterin sería acabada después de décadas de ser considerada una Segunda indigna. Pero al menos esta muerte era ahora suya para dar. Y al este, deslizándose sobre las montañas como oro fundido, el sol comenzó a elevarse. Cien años había tenido con Asterin. Siempre había pensado que tendrían un centenar más. Manon dijo suavemente a Sorrel: —Dale la vuelta. Mi Segunda verá el amanecer por última vez. Sorrel, obediente, dio un paso adelante, girando a Asterin para hacer frente a las Brujas Mayores, a la multitud por la barandilla, y a la rara salida del sol perforando a través de la oscuridad de Morath. La sangre empapaba a través de la parte posterior de los cueros de su Segunda. Y sin embargo Asterin se arrodilló, cuadrando los hombros y con la cabeza alta, ya que no veía en el amanecer, sino a Manon mientras ella caminaba alrededor de su Segunda para tomar un lugar a pocos pies de las Matronas. —En algún momento antes del desayuno, Manon —dijo su abuela a unos pocos pies detrás. Manon sacó a Cuchilla de Viento, la hoja cantando en voz baja mientras se deslizaba libre de su vaina. La luz del sol hacía resplandecer el balcón cuando Asterin susurró, en voz tan baja que sólo pudo oírla Manon: —Lleva mi cadáver a la cabaña. Algo en el pecho de Manon se rompió, se rompió con tanta violencia que se preguntó si era posible que alguien no lo hubiera escuchado. Manon levantó su espada. Todo lo que tomaría era una palabra de Asterin y ella podría salvar su propio pellejo. Derramar los secretos de Manon, sus traiciones, y ella saldría libre. Sin embargo, su Segunda no pronunció ni una palabra. Y Manon entendió en ese momento que había fuerzas mayores que la obediencia y la disciplina, y la brutalidad. Comprendió que no había nacido sin alma; ella no había nacido sin corazón. Porque allí estaban ambos, rogándole no blandir la hoja. Manon miró a las Trece, de pie alrededor Asterin en un medio círculo. Una por una, levantaron dos dedos hacia sus frentes.


Un murmullo recorrió la multitud. El gesto no honraba a una Bruja Mayor. Sino a una Reina Bruja. No había habido una Reina Bruja en quinientos años, ya sea entre las Crochans o las Ironteeth. Ni una. El perdón brillaba en los rostros de sus Trece. El perdón y la comprensión y lealtad que no eran obediencia ciega, sino forjada en el dolor y la batalla, en la victoria y la derrota compartida. Forjada en la esperanza de una mejor vida, un mejor mundo. Por fin, Manon encontró la mirada de Asterin, las lágrimas deslizándose por el rostro de su Segunda. No de miedo o dolor, pero a modo de despedida. Un centenar de años, y todavía Manon deseaba que hubieran tenido más tiempo. Por un instante, pensó en esa montura de color azul celeste en el nido, el wyvern que esperaría y esperaría por un jinete que nunca volvería. Pensó en una tierra rocosa verde extendiéndose hacia el mar occidental. Con las manos temblorosas, Asterin llevó los dedos a la frente y los extendió. —Lleva a nuestra gente a casa, Manon —ella respiró. Manon puso en posición a Cuchilla de Viento, preparándose para el golpe. La Matrona Blackebeak dijo bruscamente: —Termina de una vez, Manon. Manon encontró los ojos de Sorrel, luego los de Asterin. Y Manon dio a las Trece su orden final. —Corran. Entonces Manon Blackbeak se giró y blandió a Cuchilla de Viento hacia abajo, hacia su abuela.


Capítulo 18 Traducido por Irais A. Galvez Corregido por Ella R

Manon sólo vio el destello de los dientes de hierro oxidados de su abuela, el brillo de las uñas de hierro mientras ella las levantaba para protegerse de la espada, pero fue demasiado tarde. Manon envió a Cuchilla de Viento hacia abajo, un golpe que habría cortado a la mayoría de los hombres por la mitad. Sin embargo, su abuela se precipitó hacia atrás con suficiente rapidez que la espada surcó su torso, rasgando la tela y piel, mientras cortaba entre sus pechos en una línea superficial. Sangre azul roció, pero la Matrona continuó moviéndose, bloqueando el siguiente golpe de Manon con sus uñas de hierro con tanta fuerza que Cuchilla de Viento rebotó. Manon no miró para ver si las Trece obedecían. Pero Asterin estaba rugiendo; rugiendo y gritando que parara. Los gritos se hicieron más distante, a continuación, se hizo eco, como si estuviera ahora adentro de la sala, siendo arrastrada cada vez más lejos. No había sonidos de sus perseguidores, como si los espectadores estuvieran demasiado aturdidos. Bien. Iskra y Petrah tenían las espadas desenvainadas y los dientes de hierro hacia abajo mientras pasaban entre sus Matronas y Manon, arreando a sus dos grandes brujas lejos de allí. La Matrona del aquelarre Blackbeak se lanzó hacia delante, sólo para ser detenida por una mano. —Mantente fuera —ordenó su abuela, jadeante mientras Manon la rodeaba. Sangre azul se filtraba hacia abajo delante de su abuela. Una pulgada más cerca, y estaría muerta. Muerta. Su abuela le enseñó los dientes oxidados. —Ella es mía —sacudió la barbilla hacia Manon—. Hacemos esto de la manera antigua. El estómago de Manon se revolvió, pero envainó la espada. Con un movimiento de sus muñecas sus uñas salieron hacia afuera, y al chasquear la mandíbula, sus dientes descendieron. —Vamos a ver cuán buena eres, Líder del Ala —su abuela siseó, y atacó.


Manon nunca había visto a su abuela luchar, nunca se entrenó con ella. Y una pequeña parte de ella se preguntó si era porque su abuela no quería que otros supieran cuán hábil era. Manon apenas podía moverse lo suficientemente rápido como para evitar que las uñas rasgaran su rostro, su cuello, su barriga, cediendo paso tras paso tras paso. Sólo tenía que hacer esto durante lo suficiente para comprar tiempo a las Trece para que llegaran a los cielos. Su abuela cortó su mejilla, pero Manon bloqueó el golpe con el codo, cerrando la articulación hacia abajo con fuerza en el antebrazo de su abuela. La bruja gritó de dolor, y Manon giró fuera de su alcance, dando vueltas de nuevo. —No es muy fácil atacar ahora, ¿o si, Manon Blackbeak? —Jadeó su abuela mientras que se estudiaban entre sí. Nadie se atrevía a moverse alrededor de ellas; las Trece habían desaparecido, incluso hasta la última de ellas. Casi se desplomó de alivio. Ahora debía mantener a su abuela ocupada el tiempo suficiente para evitar que diera a los espectadores la orden de perseguirlas—. Es mucho más fácil con una cuchilla, el arma de los cobardes seres humanos —su abuela hervía—. Con los dientes, las uñas... tienes que darle significado. Se abalanzaron la una a la otra, una parte fundamental de ella se agrietaba con cada cuchillada y arrastre y bloqueo. Se apartaron otra vez. —Tan patética como tu madre —escupió su abuela—. Tal vez morirás como ella, también, con mis dientes en tu garganta. Su madre, a quien había matado mientras ella estaba saliendo, quien había muerto dándola a luz… —Durante años, he tratado de quitar su debilidad fuera de ti, entrenándote —Su abuela escupió sangre azul sobre las piedras—. Por el bien de las Ironteeth, hice de ti una fuerza de la naturaleza, una guerrera sin igual. Y así es como me lo pagas… Manon no dejó que las palabras la desconcertaran. Fue por la garganta, sólo para hacer una finta y rasgar. Su abuela gritó de dolor, genuino dolor, mientras las garras de Manon trituraban su hombro. La sangre bañaba su mano, la carne se aferraba a sus uñas… Manon se tambaleó hacia atrás, la bilis le quemaba la garganta. Vio venir el golpe pero sin embargo no tuvo tiempo para detenerlo, mientras la mano derecha de su abuela cortaba a través de su vientre. Cuero, tela y piel rasgada. Manon gritó. La sangre, caliente y azul, se precipitó fuera de ella antes de que su abuela se hubiera lanzado de nuevo.


Manon empujó una mano contra su abdomen, presionando contra la piel desmenuzada. La sangre se escurría entre sus dedos, salpicando sobre las piedras. En lo alto, un wyvern rugió. Abraxos. La Matrona Blackbeak rió, sacudiendo la sangre de Manon fuera de sus uñas. —Voy a cortar a tu wyvern en pequeños pedazos y darlo de comer a los perros. A pesar de la agonía en su vientre, la visión de Manon se afiló. —No si yo te mato primero. Su abuela se rio entre dientes, todavía dando vueltas, evaluándola. —Estas despojada del título como Líder del Ala. Estás despojada de tu título de heredera —paso a paso, cada vez más cerca, una víbora serpenteando alrededor de su presa—. A partir de este día, eres Manon Asesina de Brujas, Manon Asesina de Familiares. Las palabras la golpearon como piedras. Manon retrocedió hasta la barandilla del balcón, presionando la herida en su estómago para evitar la pérdida de sangre. La multitud se apartó como el agua a su alrededor. Sólo un poco más, solo un minuto o dos. Su abuela se detuvo, parpadeando hacia las puertas abiertas, como si se hubiese dado cuenta que las Trece habían desaparecido. Manon atacó de nuevo antes de que pudiera dar la orden de perseguirlas. Golpear con fuerza, dar una estocada, acuchillar, esquivar… se movían en un torbellino de hierro, sangre y piel. Pero a medida que Manon se retorcía, las heridas en su estómago empeoraron y tropezó. Su abuela no desperdició ni un latido. Golpeó. No con sus uñas o dientes, sino con el pie. La patada en el estómago de Manon la hizo gritar, un rugido de nuevo respondido por Abraxos, encerrado en lo alto. Moriría pronto, al igual que ella. Rezó para que las Trece lo liberaran, lo dejaran unírseles a ellas donde sea que huyeran. Manon se estrelló contra la barandilla de piedra del balcón y se desplomó sobre los azulejos negros. Sangre azul filtrándose fuera de ella, manchando los muslos de sus pantalones. Su abuela se acercó lentamente, jadeando. Manon se aferró a la barandilla del balcón, arrastrándose hasta ponerse de pie una última vez. —¿Quieres saber un secreto, Asesina de Familiares? —Respiró su abuela. Manon se desplomó contra la barandilla del balcón, la caída por debajo se veía infinita y como un alivio. La llevarían a las mazmorras, ya sea para usarla para la reproducción de Erawan, o para


torturarla hasta que suplicara morir. Quizás ambas. Su abuela habló en voz tan baja que incluso Manon apenas pudo oírla por encima de sus propios jadeos para tomar aire. —Mientras que tu madre trabajaba para darte a luz, ella confesó quien era tu padre. Ella dijo que... que serías tú quien rompiera la maldición, quien nos salvaría. Dijo que tu padre era un extraño tipo de Príncipe Crochan. Y que tu sangre mezclada sería la clave —su abuela llevó sus uñas a su boca y lamió la sangre azul de Manon. No. No. —Así que tú has sido una Asesina de Familiares toda tu vida —ronroneó su abuela—Cazando a esas Crochans, tus parientes. Cuando eras una brujita, tu padre te buscó por tierras y mares. Él nunca dejó de amar a tu madre. Amarla —escupió—. Y amarte a ti. Así que lo maté. Manon contempló la caída por debajo, la muerte que llamaba. —Su desesperación fue deliciosa cuando le dije lo que había hecho con ella. En lo que te convertiría. No en un signo de paz, sino de guerra. Hecho. Hecho. Hecho. Las uñas de hierro de Manon astillaron la piedra oscura de la barandilla del balcón. Y entonces su abuela pronunció unas palabras que la rompieron. —¿Sabes por qué esa Crochan estuvo espiando en la Brecha Ferian durante esta primavera? Había sido enviada para encontrarte a ti. Después de ciento dieciséis años de búsqueda, finalmente habían averiguado la identidad del hijo perdido de su príncipe muerto. La sonrisa de su abuela era horrible en su triunfo absoluto. Manon juntó fuerza en sus brazos, en sus piernas. —Su nombre era Rhiannon, nombrada así tras la última reina Crochan. Y ella era tu media hermana. Ella misma me lo confesó en nuestras mesas. Pensó que así salvaría su vida. Y cuando vio en lo que te habías convertido, optó por dejar que aquel conocimiento muriera con ella. —Soy una Blackbeak —dijo Manon con voz áspera, la sangre asfixiando sus palabras. Su abuela dio un paso, sonriendo mientras canturreaba: —Tú eres una Crochan. La última de su línea de sangre real, luego de la muerte de tu hermana a tus propias manos. Eres una Reina Crochan.


El silencio absoluto de las brujas se agrupó. Su abuela llegó dónde ella se encontraba. —Y vas a morir como una para el momento en que haya terminado contigo. Manon no dejó que las uñas de su abuela la tocaran. Un estallido sonó cerca. Manon utilizó la fuerza que había reunido en sus brazos y piernas, para arrojarse a la cornisa de piedra del balcón. Y se rodó fuera de ella hacia el aire libre.

l

Aire y rocas y viento y sangre… Manon chocó contra una cálida y curtida piel, gritando cuando el dolor de sus heridas oscureció su visión. Encima, en algún lugar lejano, su abuela estaba chillando órdenes. Manon clavó las uñas en la piel curtida, enterrando sus garras profundamente. Debajo de ella, hubo un ladrido de incomodidad que reconoció. Abraxos. Pero ella se mantuvo firme, y él abrazó al dolor mientras se inclinaba hacia un lado, desviándose fuera de la sombra de Morath. Ella las sentía a su alrededor. Manon logró abrir los ojos, acomodando el cristalino techo contra el viento en su lugar. Edda y Briar, sus Sombras, ahora estaban flanqueándola. Sabía que habían estado allí, esperando en las sombras con sus wyverns, oyendo cada una de esas últimas palabras condenatorias. —Las otras han continuado volando. Nos enviaron a recuperarte —Edda, la mayor de las hermanas, gritó por encima del rugido del viento—. Tú herida… —Es poco profunda —dijo Manon bruscamente, forzando el dolor a un lado para centrarse en la tarea en cuestión. Estaba sobre el cuello de Abraxos, la silla de montar unos pies detrás de ella. Una a una, cada respiración era una agonía, ella liberó sus uñas de su piel y se deslizó hacia la silla de montar. Él niveló el vuelo, ofreciendo aire suave para que se abrochara al arnés. La sangre se filtraba a través de las gubias en su vientre; pronto la montura se volvió resbaladiza. Detrás de ellos, varios rugidos hicieron que las montañas temblaran.


—No podemos permitir que alcancen a las otras —Manon alcanzó a decir. Briar, con su pelo negro ondeando tras ella, se le acercó. —Seis Yellowlegs pisándonos los talones. Del aquelarre personal de Iskra. Acercándose rápido. Con una cuenta pendiente, sin duda les habían dado vía libre para que las mataran. Manon inspeccionó los picos y barrancos de las montañas que los rodeaban. —Dos cada una —le ordenó. Los wyverns negros de las Sombras eran enormes, expertos en sigilo, pero devastadores en una pelea—. Edda, tú lleva dos hacia el oeste; Briar, tu estrella a los otros dos hacia el este. Dejen los dos últimos para mí. No había señales del resto de las Trece en las nubes grises o en las montañas. Bien, se habían escapado. Era suficiente. —Mátenlos, luego encuentran a las otras —Manon ordenó, cubriéndose con un brazo la herida. —Pero, Líder del Ala… El título casi socavó su voluntad. Pero Manon ladró: —Es una orden. Las Sombras inclinaron la cabeza. Entonces, como si compartieran una mente, un corazón, se inclinaron hacia ambas direcciones, alejándose de Manon como pétalos al viento. Como sabuesos rastreando un aroma, cuatro Yellowlegs se separaron de su grupo para hacer frente a cada una de las Sombras. Los dos en el centro volaron más rápido, más duro, separándose para encerrar a Manon. Su visión se volvió borrosa. No era una buena señal, no era una buena señal en absoluto. Ella le susurró a Abraxos: —Hagamos de esto una última función digna de una canción —él rugió en respuesta. Las Yellowlegs pasaron lo suficientemente cerca de Manon para que ella pudiese contar sus armas. Un grito de batalla rompió, proveniente de la que estaba a su derecha. Manon clavó su talón izquierdo en el costado de Abraxos. Como una estrella fugaz, el arremetió hacia abajo, hacia los picos de las montañas cubiertos de ceniza. Las Yellowlegs se zambulleron con ellos. Manon se dirigió hacia una quebrada que atravesaba la columna vertebral de la cordillera, su visión


proyectándose en blanco y negro y con niebla. Un escalofrío se arrastró en sus huesos. Las paredes de la quebrada se cerraron alrededor de ellos como las fauces de una bestia poderosa, y ella tiró de las riendas una vez. Abraxos extendió sus alas y se deslizó a lo largo de un lado de la quebrada antes de tomar una corriente y nivelarse, aleteando como el infierno a través del corazón de la grieta, pilares de piedra sobresaliendo del suelo como lanzas. Las Yellowlegs, tan atrapadas en su sed de sangre, sus wyverns demasiado grandes y voluminosos, retrocedieron ante el barranco, ante la curva cerrada… Un golpe seco y un chillido, y toda la quebrada se estremeció. Manon se tragó su ladrido de agonía para mirar hacia atrás. Uno de los wyverns había entrado en pánico, demasiado grande para el espacio, y chocó contra una columna de piedra. Huesos rotos y sangre caían hacia abajo. Pero el otro wyvern había logrado encauzar, y ahora navegaba hacia ellos, sus alas tan anchas que casi rozaban cada lado del barranco. Manon jadeó a través de sus dientes con sangre: —Vuela, Abraxos. Y su gentil, con corazón de guerrero montura voló. Manon se centró en mantenerse en la silla de montar, en mantener el brazo presionado contra su herida para contener la sangre, en mantener ese frío letal lejos de ella. Había sufrido lesiones suficientes para saber que su abuela había golpeado profunda y severamente. La quebrada se desvió a la derecha, y Abraxos tomó la vuelta con una habilidad experta. Rezó para oír un ruido sordo, seguido del rugido del wyvern perseguidor al golpear las paredes, pero ninguno llegó. Manon conocía estos cañones mortales. Ella había volado a través de aquel camino en innumerables ocasiones durante las interminables e inútiles patrullas estos meses. Las Yellowlegs aisladas en la Brecha Ferian, no lo habían hecho. —Hasta el final, Abraxos —dijo. Su rugido fue la única confirmación. Una oportunidad. Tendría una sola oportunidad. Entonces ella podría morir con mucho gusto, sabiendo que las Trece no serían perseguidas. Hoy no, al menos. Vuelta tras vuelta, Abraxos se precipitó por la quebrada, estrellando su propia cola contra las rocas para enviar escombros volando a las Yellowlegs. La jinete esquivó las rocas, su wyvern meneándose en el viento. Más cerca, Manon la necesitaba más cerca. Tiró de las riendas de Abraxos, y él comprobó su velocidad.


Vuelta tras vuelta tras vuelta, la roca negra relampagueaba, borrosa al igual que su propia visión. La Yellowleg estaba lo suficientemente cerca como para lanzar una daga. Manon miró por encima del hombro con su mala visión a tiempo para verla hacer precisamente eso. No una, sino dos dagas, metal brillando en la luz tenue del cañón. Manon se preparó para el impacto del metal contra carne y hueso. Abraxos tomó la última curva mientras la centinela lanzó sus dagas a Manon. Una torre, un impenetrable muro de piedra negro se erguía a pocos pies de distancia. Pero Abraxos se disparó hacia arriba, tomando la corriente ascendente y navegando fuera del corazón de la quebrada, tan cerca que Manon podía tocar la pared sin salida. Las dos dagas se clavaron en la roca donde Manon había estado momentos antes. Y la centinela Yellowleg, en su voluminoso y pesado wyvern, lo hizo también. La roca gimió, mientras el wyvern y su jinete chocaron contra de ella. Y cayeron al suelo del barranco. Jadeante, con el aliento rasposo, húmedo y con sangre, Manon dio unas palmaditas en el lado de Abraxos. Incluso el gesto fue débil. —Bien hecho —logró decir. Las montañas se volvieron pequeñas otra vez. Oakwald se extendió ante ella. Árboles, la protección de los árboles podrían ocultarla... —Oak... —dijo, con voz áspera. Manon no terminó de dar la orden, antes de que la Oscuridad se arrastrara a reclamarla.


Capítulo 19 Traducido por Ella R Corregido por Cotota

Elide Lochan se mantuvo callada durante los dos días en los cuales, junto a Lorcan, caminaron a través de los límites orientales de Oakwald, hacia las llanuras más allá. Ella no le había hecho las preguntas que parecían ser más importantes, en cambio, decidió dejarlo que creyera que era una muchacha tonta, cegada de gratitud hacia él por haberla salvado. Él rápidamente había olvidado que, a pesar de haberla llevado hacia afuera, ella había sido quien se había salvado a sí misma. Y él había aceptado su nombre, el nombre de su madre, sin dudarlo. Si Vernon estaba tras sus pasos… había sido un error de idiota, pero no había manera de deshacer lo ya hecho, al menos no sin levantar sospechas por parte de Lorcan. Por lo que mantuvo su boca cerrada, tragándose sus preguntas. Como por qué él la estaba cazando. O quién era su señora para comandar tal poderoso guerrero, por qué quería ir hacia Morath, por qué continuaba tocando un objeto debajo de su chaqueta oscura. Y por qué había estado tan sorprendido, aunque lo había intentado ocultar cuand había mencionado a Celaena Sardothien y a Aelin Galathynius. Elide no tenía dudas de que el guerrero tuviera secretos, y a pesar de su promesa de protegerla, ni bien obtuviera todas las respuestas que necesitaba, aquella protección desaparecería. Sin embargo, durmió profundamente estas dos últimas noches, gracias al estómago lleno de carne, cortesía de la caza de Lorcan. Él había rejuntado dos conejos, y cuando ella había devorado toda su parte en cuestión de minutos, él le había dado la mitad de lo que le quedaba. Ella no se había molestado en ser cortés negándose. Era media mañana cuando la luz en el bosque se volvió más brillante, el aire más fresco. Y luego el rugido de aguas poderosas, el Acanthus. Lorcan acechó adelante y Elide pudo haber jurado que hasta los árboles se inclinaron lejos de él cuando levantó una mano para indicarle de modo silencioso que esperara. Ella obedeció, se quedó merodeando en la penumbra de los árboles, rezando para que él no los hiciera regresar hacia el embrollo de Oakwald, para que a no le negaran este pasó hacia el brillante y vasto mundo… Lorcan hizo otra seña, para que avanzara. Todo estaba despejado. Elide guardó silencio mientras avanzaba, parpadeando hacia el abrumante sol, desde la última fila de árboles hasta que llegó al lado de Lorcan en una alta y pedregosa ribera.


El río era enorme, con turbulentas sombras grises y marrones, las últimas aguas de deshielo proveniente de las montañas. Tan amplio y salvaje que supo que no podría atravesarlo nadando, y que el cruce tendría que hacerse en algún otro lado. Pero pasando el río, como si el agua fuese un límite entre dos mundos… Colinas y praderas de césped verde esmeralda se imponían al otro lado del Acanthus, como un mar sibilante bajo un cielo azul sin nubes, estirándose lejos hacia el eterno horizonte. —No puedo recordar —murmuró ella; las palabras apenas audibles sobre la rugiente canción del río—, la última vez que vi… —En Perranth, encerrada en aquella torre, solo había podido echar un vistazo a la ciudad, tal vez al lago también, si el día estaba lo suficientemente despejado. Luego, había estado prisionera en aquel vagón, después en Morath, donde solo había montañas, cenizas y ejércitos. Y durante la huida con Manon y Abraxos, había estado demasiado perdida en el miedo y la aflicción como para notar algo. Pero ahora… Ella no podía recordar la última vez que había visto los rayos de sol bailar sobre las praderas, o pajaritos marrones balancearse y precipitarse hacia la brisa caliente que los envolvía. —El camino se encuentra cerca de una milla aguas arriba —dijo Lorcan, sus oscuros ojos indiferentes hacia el Acanthus o los pastos ondulantes más allá—. Si quieres que tu plan funcione, ahora sería el momento para prepararte. Ella le lanzó una mirada asesina. —Tú tienes que hacer la mayoría del trabajo —con un movimiento de cejas negras. Elide clarificó—: Si este ardid ha de tener éxito, por lo menos tienes que… pretender ser humano. Nada sobre el hombre sugería que su herencia humana era propia en él. —Esconde un poco más tus armas —continuó—. Deja solo la espada al alcance. Incluso la poderosa espada sería una mortal señal reveladora de que Lorcan no era un viajero ordinario. Ella hurgó en el bolsillo de su chaqueta hasta extraer una tira de cuero extra. —Ata tu cabello hacia atrás. Te verás menos… —Su voz se fue apagando al notar la leve diversión con un dejo de advertencia en sus ojos— salvaje. —Se obligó a decir, colgando la tira de cuero entre ellos. Los anchos dedos de Lorcan se cerraron alrededor de ésta, frunciendo los labios mientras obedecía—. Y desabróchate la chaqueta —continuó, rebuscando en su catálogo mental de características, alguna que le hiciera parecer menos amenazante, menos intimidante. Lorcan obedeció aquella orden también y pronto, la camisa gris oscura debajo de su ajustada chaqueta negra se dejó ver, revelando un ancho y musculoso pecho. Se veía más inclinado a trabajar arduamente, que a los campos de batalla, por lo menos. —¿Y tú? —dijo él, sus cejas todavía alzadas. Elide se inspeccionó y apoyó su bolso en el suelo. Primero, se quitó la chaqueta de cuero, aunque se sintió como si una capa de piel se le hubiese desprendido, luego enrolló las mangas de su camisa blanca. Pero sin el ajustado cuero, el tamaño real de sus pechos se podía ver, señalándola como


una mujer, y no la niña que la gente asumía que era. Luego se volvió hacia su cabello; extrajo mechones de sus trenzas y las reacomodó en un moño en lo alto de su cabeza. El peinado de una mujer casada, en vez de los mechones volando al viento y las trenzas de la juventud. Guardó su chaqueta dentro de su bolso, poniéndose de pie derecha para mirar a Lorcan. Sus ojos viajaron desde sus pies hacia su cabeza, y volvió a fruncir el ceño. —Los pechos más grandes no probarán ni esconderán nada. Sus mejillas se calentaron. —Tal vez distraigan a los hombres lo suficiente como para que no hagan preguntas. Al decir eso, comenzó a dirigirse río arriba, intentando no pensar en los hombres que había tocado y de quienes se había burlado en aquella celda. Pero si la llevaba a salvo a través del río, usaría su cuerpo para su beneficio. Los hombres verían lo que querían ver: una bonita joven a quien no se le ponían los pelos de punta por su atención, quien hablaba de forma amable y cálida. Alguien digno de confianza, alguien dulce y a la vez anodino. Lorcan rastreó a su alrededor y luego la alcanzó para caminar junto a ella como un verdadero acompañante y no como un tipo de escolta que estaba allí por obligación, durante la última media milla alrededor de la curva del río. Caballos, carretas y gritos les dieron la bienvenida antes de que pudieran verlos. Pero allí estaba: un extenso y erosionado puente de piedra, vagones, carretas y jinetes alineados en tropel a cada lado. Y cerca de dos docenas de guardias, vistiendo los colores de Adarlan, supervisaban cada orilla, recolectando peajes y… Verificando los vagones, inspeccionando cada rostro y a cada persona. Los ilken sabían sobre su cojera. Elide aminoró el paso, manteniéndose cerca de Lorcan mientras se acercaban a las barracas en ruinas de su lado del río. Siguiendo el camino, flanqueado por árboles, se encontraban unos edificios en el mismo estado deplorable, que eran un frenesí de actividad. Una posada y una taberna. Para que los viajeros esperasen lejos de la frontera con un trago o una comida, o tal vez alquilasen una habitación cuando hubiese clima desapacible. Tantas personas, humanos. Nadie parecía estar en pánico, o herido, o enfermo. Y los guardias, a pesar de sus uniformes, se movían como hombres mientras controlaban los vagones pasando las barracas, que servían como paradas de cobro de peajes y cuarteles para dormir. Ella le dijo a Lorcan mientras se dirigían hacia el camino de tierra y la distante frontera: —No sé qué clase de magia posees, pero si puedes hacer mi cojera algo menos evidente… Antes de que pudiera terminar, una fuerza como el viento de una noche helada empujó contra su tobillo y su pantorrilla, y luego se envolvió alrededor de su pierna en un agarre sólido. Una tobillera.


Sus pasos se igualaron y ella tuvo que retener la urgencia de mirar boquiabierta a la sensación de caminar firme y segura. No se permitió disfrutarlo, saborearlo, no cuando sería probable que solo durara hasta que hubiesen despejado el puente. Los vagones de los comerciantes estaban detenidos, llenos de productos de quienes no habían querido arriesgarse a cruzar el río Avery hacia el norte; los rostros serios de sus conductores, debido a la espera y a las inminentes inspecciones. Elide echó un vistazo a los conductores, a los comerciantes y a los otros viajeros… Cada uno de ellos hacía gritar a sus instintos de que serían traicionados al segundo que pidieran transporte u ofrecieran una moneda a cambio de mantenerse en silencio. Rastrear la fila llamaría la atención de los guardias, por lo que Elide utilizó cada paso para estudiarla, mientras parecía que se dirigía hacia la parte trasera. Pero llegó al final de la fila con las manos vacías. Lorcan, sin embargo, lanzó una aguda mirada detrás de ella, hacia la taberna, cubierta de cal para, sin duda, esconder las rocas próximas a derrumbarse. —Vamos a conseguir algo de comer mientras esperamos —dijo él, lo suficientemente fuerte como para que el vagón frente a ellos lo oyera y lo descartara. Ella asintió. Alguien más podría estar adentro, y su estómago estaba gruñendo. Excepto… —No tengo dinero —murmuró mientras se acercaban a la blanquecina puerta de madera. Mentira. Ella tenía oro y plata de Manon. Pero no lo iba a exhibir frente a Lorcan, con promesa o sin ella. —Yo tengo bastante —dijo él severamente, y ella delicadamente se aclaró la garganta. Él levantó sus cejas. —No harás que ganemos aliados si te ves así —dijo ella, dándole una pequeña y dulce sonrisa—. Entra allí viéndote como un guerrero y llamarás la atención. —¿Qué debería ser, entonces? —Lo que sea que necesitemos que seas cuando llegue el momento. Solo que… no más resplandeciente. Él abrió la puerta y para el momento en que sus ojos se ajustaron al brillo que desprendían los candelabros de hierro forjado, el rostro de Lorcan había cambiado. Sus ojos podían nunca ser cálidos, pero una afable sonrisa estaba en su cara, sus hombros relajados, como si estuviera ligeramente molesto por la espera, pero deseoso por una buena comida. Casi se veía humano. La taberna rebosaba de gente, el ruido tan ensordecedor que ella apenas pudo hablar lo suficientemente alto a la cantinera que se encontraba más cerca para ordenar el almuerzo. Se apretujaron entre las apiñadas mesas y Elide notó que más de un par de ojos se dirigían primero hacia su pecho y luego hacia su rostro. Entreteniéndose.


Se tragó la sensación de estar arrastrándose y mantuvo sus pasos pausados mientras se dirigía a una mesa pegada contra la pared de atrás, que una pareja con aspecto cansado acababa de desocupar. Un bullicioso grupo de ocho estaba apiñado alrededor de una mesa a unos centímetros de ellos, una mujer de mediana edad con una risa estridente instantáneamente se señalaba como su líder. Los demás en la mesa, una hermosa mujer con cabello color azabache, un hombre barbudo de pecho fuerte y grueso, cuyas manos eran tan grandes como los platos de la comida, y algunas personas de aspecto escandaloso, mantenían su vista clavada en la mujer mayor, estimando sus respuestas y escuchando atentamente lo que ella tenía para decir. Elide se deslizó en la desgastada silla de madera, Lorcan reclamó para sí la que estaba frente a ella; su tamaño hizo que se ganara una mirada del hombre barbudo y la mujer de mediana edad en la mesa. Elide sopesó aquella mirada. Evaluación. No para una lucha, tampoco para intimidar. Más bien para apreciar y calcular. Elide se preguntó durante un latido si Anneith había alentado a la otra pareja para que se alejara y liberara justo aquella mesa para ellos. Por esa misma mirada. Elide tendió su mano sobre la mesa, la palma hacia arriba, y le brindó a Lorcan una sonrisa somnolienta, la misma que una vez había visto que dirigía una criada de la cocina a un cocinero de Morath. —Esposo —dijo suavemente, contorneando los dedos. La boca de Lorcan se tensionó, pero tomó su mano igualmente, sus dedos empequeñecidos contra los de él. Sus callosidades rasparon contra las suyas. Él lo notó en el mismo tiempo que Elide, y desplazó su mano para ahuecar la de ella y así poder inspeccionar su palma. Ella cerró su mano, girándola para volver a agarrar la de él. —Hermano —murmuró Lorcan, para que nadie más pudiese escuchar—. Soy tu hermano. —Tú eres mi esposo —dijo ella en el mismo tono—. Estamos casados hace tres meses. Sígueme en esto. Él echo un vistazo a su alrededor, sin notar la mirada de evaluación que le estaban dando. La duda todavía bailaba en sus ojos, junto con una pregunta silenciosa. Ella simplemente dijo: —Los hombres no temerán ante la amenaza de un hermano. Aún seguiría sin reclamar, aún estaría abierta a… invitaciones. He visto el poco respeto que tienen los hombres hacia algo que creen que tienen derecho a reclamar. Por lo que eres mi marido —siseó— hasta que diga lo contrario. Una sombra parpadeó en los ojos de Lorcan, junto con otra pregunta. Una a la que ella no quería


ni podía responder. Su mano se apretó contra la de ella, demandándole que lo mirara. Ella se negó. Su comida llegó, afortunadamente, antes de que Lorcan pudiera preguntar. Estofado, vegetales comestibles y conejo. Ella atacó, casi derritiendo su paladar con la primera mordida. El grupo detrás de ellos comenzó a hablar nuevamente, y ella escuchó mientras comía, seleccionando partes y trozos, como si fuesen caracoles en una costa. —Tal vez les podemos ofrecer una representación para que reduzcan el precio del peaje a la mitad —dijo el hombre rubio con barba. —Improbable —dijo la líder—. Aquellos idiotas nos cobrarían por la función. Peor, disfrutarían de la representación y demandarían que nos quedemos un rato. No podemos permitirnos perder tiempo. No cuando otras compañías ya están moviéndose. No queremos llegar a todas las ciudades de las llanuras después que todo el mundo. Elide casi se ahogó con su estofado. Anneith debió haber liberado esta mesa, entonces. Su plan había sido encontrar una compañía o un carnaval en el que pudiera participar, disfrazarse como trabajadores, y esto… —Si pagamos el precio completo del peaje —dijo la mujer hermosa—, es posible que lleguemos al primer pueblo muertos de hambre y apenas capaces de hacer la función. Elide levantó su mirada hacia Lorcan, él asintió. Tomó un sorbo del jugo de su estofado, armándose de valor, pensando en Asterin Blackbeak. Encantadora, confiada, intrépida. Ella siempre había tenido su cabeza en un ángulo vivaz, una soltura de sus extremidades, un dejo de sonrisa en sus labios. Elide tomó una respiración, dejando que aquellos recuerdos se sumieran en músculos, carne y hueso. Luego giró en su silla, un brazo envuelto alrededor de su espalda, mientras se inclinaba hacia su mesa y decía con una sonrisa: —Lamento interrumpir su almuerzo, pero no pude evitar escuchar su conversación —todos se volvieron hacia ella con las cejas levantadas, los ojos de la líder fueron directamente hacia el rostro de Elide. Ella vio la evaluación: joven, bonita, inmaculada para llevar una vida dura. Elide mantuvo su expresión simpática, queriendo que sus ojos se alegraran—. ¿Forman parte de alguna clase de compañía teatral? —ella señaló a Lorcan con un movimiento de cabeza—. Mi marido y yo hemos estado buscando entrar a una durante semanas sin suerte… están todas llenas. —También la nuestra —dijo la líder. —Cierto —respondió Elide alegremente—, pero el precio de aquel peaje es excesivo… para cualquiera. Y si fuésemos a estar en un negocio juntos, tal vez solo de forma temporal… —la rodilla de Lorcan tocó la suya en señal de advertencia. Ella lo ignoró—. Estaríamos contentos de contribuir con la tarifa…compensar cualquier diferencia adeudada.


La mirada de evaluación de la mujer se volvió una de precaución. —Sin duda somos un carnaval. Pero no tenemos la necesidad de agregar nuevos miembros. El hombre barbudo y la hermosa mujer dispararon miradas a la mujer, reprimendas en sus ojos. Elide se encogió de hombros. —Bien, entonces. Pero en caso de que cambie de opinión antes de su partida, mi esposo —un gesto hacia Lorcan, quien estaba dando su mejor intento de una sonrisa casual—, es un experto lanzador de espadas. Y en nuestro grupo anterior ganaba bastantes monedas compitiendo contra hombres que buscaban superarlo en las proezas de fuerza. La líder puso sus afilados ojos sobre Lorcan, inspeccionando su altura, sus músculos y postura. Elide supo que había adivinado bien sobre la vacante que necesitaban llenar cuando la mujer le dijo: —¿Y tú qué hacías para ellos? —Trabajaba como pitonisa… ellos me llamaban su oráculo —un gesto desdeñoso—. Principalmente sombras y suposiciones —tendría que ser, considerando el pequeño hecho de que no sabía leer. La mujer continuó poco impresionada: —¿Y cuál era el nombre de su grupo? Probablemente ellos los conocían… conocían cada grupo que rondaba por las llanuras. Ella escaneó su memoria buscando algo que la ayudase, algo… Yellowlegs. Las brujas en Morath habían mencionado una vez a Baba Yellowlegs, quien había viajado con un carnaval para evitar que la descubrieran, quien había muerto en Rifthold este invierno sin explicación… Detalle tras detalle, enterrados en las catacumbas de su memoria, ahora desbordaban. —Estuvimos en el Carnaval de los Espejos —dijo Elide. Reconocimiento, sorpresa, respeto, brillaban en los ojos de la líder—. Hasta que Baba Yellowlegs, nuestra dueña, fue asesinada en Rifthold este invierno pasado. Nos fuimos y hemos estado buscando trabajo desde entonces. —¿Desde dónde han venido, entonces? —preguntó el hombre barbudo. Fue Lorcan quien respondió esta vez. —Mi familia vive en el lado oeste de los Colmillos. Hemos pasado los últimos meses junto a ellos, esperando a que la nieve se derritiera, ya que el paso se tornó muy peligroso. Cosas extrañas han estado sucediendo —agregó— en las montañas estos días. La compañía se quedó quieta.


—Sin duda —dijo la mujer pelinegra. Ella miró a su líder. —Ellos podrían ayudarnos a pagar el peaje, Molly. Y desde que Saul se fue, aquel acto ha quedado vacío… —probablemente era su lanzador de espadas. —Como dije —Elide se metió en la conversación con la bonita sonrisa de Asterin—, estaremos aquí durante poco tiempo, así que si cambian de opinión… háganoslo saber. Si no… —saludó con su cuchara abollada—. Buen viaje. Algo centelleó en los ojos de Molly, pero la mujer los miró de reojo una vez más. —Buen viaje —murmuró. Elide y Lorcan regresaron a su mesa. Y cuando la cantinera fue a cobrarles por la comida, Elide buscó dentro del bolsillo interno de su chaqueta y extrajo una moneda de plata. Los ojos de la camarera se abrieron con sorpresa, pero fueron los afilados ojos de Molly, y los de los demás en la mesa, los que Elide notó mientras la joven desaparecía para luego volver con su cambio. Lorcan se mantuvo en silencio cuando Elide dejó una generosa propina en la mesa, pero ofrecieron sonrisas agradables cuando abandonaron la mesa y la taberna. Elide fue directamente hacia la parte trasera de la fila, todavía manteniendo aquella sonrisa en su rostro, su espalda derecha. Lorcan avanzó furtivamente cerca suyo, no lo suficientemente notable para el frente en el que se estaban colocando. —¿Con que no tenías dinero, eh? Ella le dio una mirada de costado. —Parece que me equivoque. Hubo un destello de dientes blancos cuando él sonrió, genuinamente esta vez. —Bien, esperemos que tú y yo tengamos lo suficiente, Marion, porque Molly está a punto de hacerte una oferta. Elide se volvió ante el ruido de pisadas de unas botas negras y encontró a Molly ante ellos, los otros estaban merodeando, algunos se escabullían alrededor de la taberna, para sin duda recuperar los vagones. Las duras facciones de Molly estaban ruborizadas, como si hubiese estado discutiendo. Pero ella solo chasqueó la lengua y dijo: —Lapso temporal. Si son una mierda, quedan afuera y no les devolveremos el dinero del peaje.


Elide sonrió, no fingiendo del todo. —Marion y Lorcan a su servicio, señora.

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Su esposa. Por todos los dioses Llevaba vivo más de quinientos años y esto… esta muchacha, joven, demonio, lo que sea que fuera, había engañado y mentido para conseguir un trabajo. Un lanzador de espadas, sin duda. Lorcan merodeó en las afueras de la taberna, con Marion a su lado. Un pequeño grupo, debido a la falta de fondos, junto a otro que había conocido días mejores, se dio cuenta cuando dos vagones amarillos aparecieron tambaleándose estrepitosamente, tirados por cuatro caballos. Marion observó cuidadosamente como Molly trepaba al el asiento del conductor al lado de la belleza pelinegra, quien no le presto ni la mínima atención a Lorcan. Bien, teniendo a Marion como su maldita esposa desde luego había puesto un fin a algo más que aprecio con la despampanante mujer. Era un esfuerzo no gruñir. No había estado con una mujer desde hacía meses ahora. Y por supuesto, por supuesto, había tenido el tiempo y el interés en una… solo para ser encadenado por las mentiras de alguien más. Su esposa. Por lo menos Marion no era desagradable a la vista, notó mientras ella obedecía los ladridos de Molly que le ordenaban que subiera a la parte trasera del segundo vagón. Algunos de los otros miembros del grupo los siguieron en caballos de estado lamentable. Marion tomó la mano extendida del hombre barbudo y éste fácilmente la arrastró dentro del vagón. Lorcan rastreó, evaluando a todos los del grupo, a todos en el pequeño pueblo improvisado. Un número de hombres y algunas mujeres, había notado Marion cuando pasó dando zancadas. El dulce rostro a dúo con las pecaminosas curvas, y sin la cojera, con el cabello fuera de su cara… Ella sabía exactamente lo que estaba haciendo. Sabía que la gente notaría esas cosas, pensaría sobre ellas, en vez de su astuta mente y las mentiras con las que los alimentaba. Lorcan ignoró la mano que el hombre barbudo le ofrecía y saltó dentro de la parte trasera del vagón, recordándose que debía sentarse cerca de Marion, poner un brazo sobre sus huesudos hombros y verse aliviado y feliz de volver a pertenecer a un grupo. Provisiones llenaron el vagón, junto con otras cinco personas las cuales todas sonrieron a Marion, y luego rápidamente alejaban la vista de él.


Marion apoyó una mano en su rodilla y Lorcan evitó la urgencia de encogerse. Había sido una sorpresa más temprano, el sentir lo ásperas que eran aquellas delicadas manos. No había sido solo una prisionera en Morath, sino que también una esclava. Los callos eran antiguos y lo suficientemente densos que era probable que hubiese trabajado durante años. Trabajo duro, por lo que se veía, y con aquella pierna arruinada… Intentó no pensar en el sabor fuerte del miedo y dolor que había sentido cuando ella le había contado lo poco que creía en la bondad y decencia de los hombres. No dejo que su imaginación hurgara demasiado profundo respecto al por qué ella podía sentirse de esa manera. El vagón estaba caliente, el aire empapado de transpiración humana, heno, la mierda de los caballos alineados frente a ellos, el fuerte olor del hierro proveniente de las armas. —¿Viajan ligeros de pertenencias? —preguntó el hombre barbudo; Nik, había dicho que se llamaba. Mierda. Se había olvidado que los humanos viajaban con el equipaje como si se estuviesen mudando a alguna parte… —Perdimos la mayoría mientras viajábamos fuera de las montañas. Mi esposo —dijo Marion, con un encantador fastidio—, insistió en que vadeáramos un arroyo caudaloso. Tengo suerte que se haya molestado en ayudarme, ya que desde luego no fue tras nuestras provisiones. Nik soltó una risita por lo bajo. —Sospecho que estaba más enfocado en salvarte a ti, que en los bolsos. Marion puso sus ojos en blanco, dándole un golpecito en la rodilla a Lorcan. Él casi se encogió ante cada toque. Incluso con sus amantes, fuera de la cama, no le gustaba el contacto casual y descuidado. Algunas encontraban aquello intolerable. Algunas pensaban que podían transformarlo en un hombre decente, quien solo quería un hogar y una buena mujer que trabajara a su lado. Ninguna de ellas había tenido éxito. —Puedo salvarme a mí misma —dijo Marion alegremente—. Pero sus espadas para el acto, nuestras provisiones de comida, mis ropas… —un sacudón de cabeza—. Su acto puede llegar a ser un poco deslucido hasta que encontremos algún lugar donde comprar más suministros. Nik se encontró con la mirada de Lorcan y la sostuvo durante más tiempo del que la mayoría de los hombres se atrevía. De lo que hacía para el carnaval, Lorcan no estaba seguro. A veces actuaba, pero definitivamente era parte de la seguridad. La sonrisa de Nik se desvaneció un poco. —La tierra más allá de los Colmillos no es buena. Los de tu pueblo deben ser gente dura para vivir allí. Lorcan asintió. —Una vida más dura —dijo— de la que quiero para mi mujer.


—La vida en el camino no es mucho mejor —rebatió Nik. —Ah —Marion se metió en la conversación—, ¿pero no lo es? ¿Una vida de cielos abiertos y carreteras, de deambular donde el viento te lleve, sin tener que responder a nada y a nadie? Una vida de libertad… —ella sacudió su cabeza—. ¿Qué más podría pedir que vivir una vida sin ser controlada por jaulas? Lorcan sabía que las palabras no eran mentira. Él había visto su expresión cuando habían contemplado la hermosa llanura. —Dicho por alguien quien ha pasado el tiempo suficiente en el camino —dijo Nik—, siempre termina de dos maneras con los de nuestro tipo: te estableces en un lugar y nunca más vuelves a viajar o deambulas para siempre. —Quiero ver la vida, ver el mundo —dijo Marion, su voz cada vez más suave Quisiera ver todo. Lorcan se preguntó si Marion tendría la oportunidad de hacer aquello si él fallaba en su tarea, si la Llave del Wyrd que llevaba, terminaba en manos equivocadas. —Mejor no deambular muy lejos —dijo Nik, frunciendo el ceño—. No después de lo que sucedió en Rifthold, o lo que se está fraguando en Morath. —¿Qué sucedió en Rifthold? —lo cortó Lorcan, lo suficientemente duro que Marion le dio un apretón su rodilla. Nik rascó distraídamente su barba color trigo. —La ciudad entera ha sido saqueada, una invasión, dicen, de terrores voladores con mujeresdemonios como sus jinetes. Brujas, si uno cree los rumores. Ironteeth, sacadas directamente de la leyenda —dijo Nik con un escalofrío. Santos dioses. La destrucción habría sido un panorama que contemplar. Lorcan se forzó a escuchar, a concentrarse y no comenzar a calcular casualidades y lo que significaría para esta guerra, mientras Nik continuaba: —No hubo palabra sobre el joven rey. Pero la ciudad pertenece a las brujas y a sus bestias. Dicen que viajar al norte es hacer frente a una trampa mortal; viajar al sur es otra trampa mortal… Así que —un encogimiento de hombros—, nos dirigiremos al este. Tal vez podamos encontrar una forma de evitar lo que sea que esté esperando en cualquier dirección. Tal vez la guerra llegue y tengamos que dispersarnos con los vientos —Nik lo miró por encima del hombro—. Los hombres como tú y yo podemos estar conscriptos. Lorcan retuvo una oscura risita. Nadie podía forzarlo a nada, salvo una persona y ella… Su pecho se tensó. Era mejor no pensar en su reina. —¿Tú crees que ambos lados hagan eso? ¿Forzar a los hombres a luchar? —Las palabras de Marion sonaron jadeantes. —No lo sé —dijo Nik; el aroma y el sonido del río ahora eran tan abrumadores que Lorcan supo


que estaban cerca del peaje. Buscó dentro de su bolsillo el dinero que Molly había demandado. Era mucho más que su parte justa, pero no le importaba. Estas personas podían irse al infierno al momento que estuvieran seguramente escondidos en lo profundo de las infinitas llanuras—. Las fuerzas del Duque Perrington podrían no querernos, si tienen a las brujas y las bestias de su lado. Y mucho peor, quiso decir Lorcan. Sabuesos del Wyrd e ilkens y los dioses sabrán qué más. —Pero Aelin Galathynius —meditó Nik. La mano de Marion se volvió a apoyar débilmente sobre la rodilla de Lorcan—. Quién sabe qué es lo que hará. No ha pedido ayuda, no ha llamado a los soldados para que acudan a ella. Sin embargo, mantuvo a Rifthold en su agarre, mató al rey y destruyó su castillo. Pero devolvió la ciudad. El banco debajo de ellos gimió cuando Marion se inclinó hacia adelante. —¿Qué sabes sobre Aelin? —Rumores por aquí y por allí —dijo Nik, encogiéndose de hombros—. Dicen que es tan hermosa como un pecado, y más fría que el hielo. Dicen que es una tirana, una cobarde, una puta. Dicen que ha sido bendecida por los dioses… o maldecida por ellos. ¿Quién sabe? Diecinueve parece una edad horriblemente joven para llevar semejante carga… Los rumores sostienen que su corte es fuerte, dura. Una cambia formas cuida sus espaldas, y dos príncipes guerreros la flanquean en ambos lados. Lorcan pensó en aquella cambia formas, quien había vomitado bruscamente no una, sino dos veces, sobre él; pensó en aquellos príncipes guerreros… Uno de ellos era el hijo de Gavriel. —¿Nos salvará o nos condenará a todos? —Consideró Nik, ahora controlando la línea que serpenteaba detrás de su vagón—. No sé si me gusta mucho la idea de que todo esté en sus manos, pero… si ella gana, tal vez la tierra mejore… la vida en sí mejore. Y si ella falla… tal vez todos nos merezcamos una maldición, de cualquier forma. —Ella ganará —dijo Marion con una fuerza tranquila. Las cejas de Nik se elevaron. Hombres gritaron y Lorcan dijo: —Dejaría la charla sobre ella para otro momento. Botas crujieron y luego, hombres uniformados estaban mirando en la parte trasera del vagón. —Fuera —ordenó uno—. Alinéense —los ojos del hombre se atoraron en Marion. El brazo de Lorcan se apretó alrededor de ella, mientras una fea y muy familiar luz llenaba los ojos del soldado. Lorcan se tragó un gruñido y le dijo a ella: —Ven, esposa. El soldado lo había notado, entonces. El hombre retrocedió un paso, algo pálido, y luego ordenó que inspeccionaran los suministros. Lorcan saltó hacia afuera primero, tomando a Marion de la cintura para ayudarla a bajar del vagón.


Cuando ella logró alejarse un paso, él la acercó de un tirón de vuelta contra él, un brazo alrededor de su abdomen. Se encontró con la mirada de cada soldado mientras pasaban, y se preguntó quién estaría cuidando a la belleza pelinegra al frente. Un momento más tarde, la muchacha junto con Molly pasaron por allí. Un oscuro sombrero bordeado colgaba sobre la cabeza de la belleza, la mitad de su rostro moreno oscurecido, su cuerpo escondido dentro de un pesado abrigo que alejaba las miradas de cualquier curva femenina. Incluso el aspecto de su boca era desagradable; como si la mujer se hubiese metido dentro de la piel de otra persona completamente. Sin embargo, Molly le dio un empujoncito a la mujer para colocarla entre Lorcan y Nik. Luego tomo la bolsa con dinero de la mano que Lorcan tenía libre sin ni siquiera unas gracias. La belleza pelinegra se inclinó hacia adelante para murmurarle a Marion: —No los mires a los ojos, y no les respondas si te hablan. Marion asintió, agachando la cabeza y concentrándose en el suelo. Contra él, podía sentir el corazón de ella acelerándose… salvaje, a pesar de la calmada sumisión que estaba escrita sobre cada línea de su cuerpo. —Y tú —le siseó la belleza mientras los soldados inspeccionaban su vagón, y tomaban lo que quisieran—. Molly dice que si comienzas una pelea, estás fuera, y no pagaremos la fianza para sacarte de prisión. Así que deja que hablen y que se rían, pero no interfieras. Lorcan debatió entre decir que podía masacrar a toda aquella guarnición si tuviera ganas, pero asintió. Luego de cinco minutos, gritaron otra orden. Molly entregó el dinero de Lorcan junto con el suyo, para pagar el peaje, más un excedente para un “pase rápido”. Después estuvieron todos de vuelta en el vagón, ninguno atreviéndose a ver qué se habían robado. Marion estaba temblando levemente contra él, que la mantenía apretada a su lado, pero su expresión estaba en blanco, aburrida. Los guardias no habían tenido mucho para cuestionarles; no habían preguntado por una mujer con renguera. El Acanthus rugía debajo de ellos al cruzar el puente, las ruedas de los vagones retumbaban contra las antiguas piedras. Marion continuaba temblando. Lorcan volvió a estudiar su rostro, el indicio de rojo en sus mejillas, su boca apretada. No temblaba por el miedo, notó al capturar un olorcillo de su esencia. Un leve olor fuerte, tal vez, pero mayormente algo rojo y caliente, algo salvaje e intenso… Ira. Estaba hirviendo de furia, tanto que la hacía temblar. Por la inspección, por las miradas lascivas de los guardias. Una idealista, eso era lo que Marion era. Alguien quien quería luchar por su reina, quien creía, al igual que Nik, que este mundo podía mejorar.


Mientras llegaban al otro lado del puente, los soldados los dejaron pasar sin protestar, mientras serpenteaban hasta cruzar la frontera en aquel lado y emergían en las llanuras, Lorcan se asombró ante aquella rabia, ante la creencia de un mundo mejor. No quería decirles a Marion ni a Nik que su sueño era un sueño de tontos. Marion se relajó lo suficiente para mirar hacia afuera de la parte trasera del vagón, a los pastizales que flanqueaban la ancha carretera de tierra, al cielo azul, al río rugiente, y a la inminente expansión de Oakwald detrás de ellos. Y por toda su ira, un vacilante tipo de asombro creció en sus oscuros ojos. Él lo ignoró. Lorcan había visto lo peor y lo mejor de los hombres durante quinientos años. No había tal cosa como un mundo mejor, como un final feliz. Porque no había finales. Y no habría nada esperando por ellos en esta guerra, nada esperando por una joven esclava que había logrado escapar, más que una frívola tumba.


Capítulo 20 Traducido por Ella R Corregido por Cotota

Lo único que necesitaba Rowan Whitethorn era un lugar para descansar. No le importaba una mierda si era una cama o una pila de heno, o incluso debajo de un caballo en un establo. Mientras fuese tranquilo y hubiese un techo que lo cubriera del torrencial velo de la lluvia, no le importaba. La Bahía de la Calavera era lo que se esperaba, y a la vez no. Edificios destartalados pintados de todos colores, la mayoría en mal estado, desbordaban de gente que cerraba ventanas y recogía la ropa que colgaba en las sogas, frente a la tormenta que había perseguido a Rowan y a Dorian dentro de la bahía minutos antes. Encapuchados y cubiertos por una capa, nadie les había hecho ninguna pregunta una vez que Rowan hubo volteado cinco monedas de cobre al jefe del muelle. Lo suficiente para que no abrierá la boca, pero no lo suficiente para garantizar que alguno de los ladrones que posiblemente estaban monitoreando los muelles fueran tras de ellos. Dorian había mencionado dos veces ahora, que no estaba seguro de cómo Rowan seguía funcionando. Para ser honesto, Rowan tampoco lo sabía. Se había permitido dormitar solo algunas horas en los últimos días. El agotamiento se avecinaba, deteriorando fuertemente el agarre en su magia, su concentración. Cuando Rowan no había estado discutiendo con los vientos para impulsar su esquife a través de las vibrantes aguas cálidas del archipiélago de las Islas Muertas, había estado elevándose a lo alto para controlar si se avecinaban enemigos. No había visto ninguno. Solo el océano turquesa y las blancas arenas salpicadas con oscuras piedras volcánicas. Todo aquello rodeado por el follaje verde esmeralda y las montañosas islas que se extendían tan lejos como los ojos de un halcón podían ver. Los truenos resonaron a través de la Bahía de la Calavera y el mar turquesa más allá del puerto parecía brillar intensamente, como si un relámpago distante hubiese iluminado el océano entero. Junto a los muelles, una taberna pintada de color cobalto permanecía ligeramente resguardada, incluso con la tormenta parecía cernirse sobre ellos. El Dragón del Mar. Los propios cuarteles generales de Rolfe, llamados así tras su barco, según los reportes de Aelin. Rowan consideró ir hacia ellos, nada más que dos viajeros perdidos buscando refugio por la tormenta. Pero él y el joven rey habían elegido otro camino, durante las incansables horas que había cumplido su promesa de enseñarle a Dorian sobre la magia. Habían trabajado solo por minutos a la vez, ya que no sería muy útil si el rey rompía su pequeño bote, en el caso que su poder se escurriera de sus ataduras. Por lo que habían sido ejercicios con hielo: evocar una bola de escarcha en su palma, para


luego dejar que se derritiera. Una y otra vez. Incluso ahora, plantado como una piedra en medio de un torrente de gente acarreando mercancías lejos de la furia de la tormenta, el rey estaba flexionando y relajando sus dedos, dejando que Rowan se orientara, mientras su mirada viajaba sobre la bahía en forma de herradura, hasta la colosal cadena extendida a través de su desembocadura, actualmente debajo de la superficie. Rompedor de Barcos, era llamada la cadena. Incrustada con bálanos y cubierta con una bufanda de algas marinas, estaba conectada a la torre de vigilancia en ambos lados de la bahía, donde los guardias la levantarían o la bajarían para dejar salir a los barcos. O dejarlos dentro hasta que hubiesen pagado los considerables peajes. Habían tenido suerte que la cadena hubiera estado ya baja, anticipándose a la tormenta. Debido a que su plan para anunciar que estaban allí sería… calmo. Diplomático. Ya que necesitaba serlo, dado que la última vez que Aelin había puesto un pie en la Bahía de la Calavera, dos años atrás, había roto aquella cadena. Y destrozado una de las torres de vigilancia, ahora reconstruidas (Rolfe, al parecer, había agregado una torre gemela sobre la bahía desde entonces), además de media ciudad. E inutilizado los timones de cada barco en el puerto, incluyendo el apreciado Dragón del Mar de Rolfe. Rowan no estaba sorprendido, pero al ver el alcance del infierno que ella había desatado… Santos dioses. Por lo que el anuncio de la llegada de Dorian sería lo opuesto a aquello. Alquilarían habitaciones en una posada respetable y luego solicitarían una audiencia con Rolfe. Apropiado y digno. Los relámpagos destellaron y Rowan escaneó rápidamente la calle delante de ellos, una mano agarrando su capucha para que el viento no revelase su herencia Fae. Una posada con paredes color esmeralda se encontraba en la otra punta de la cuadra, su cartel dorado golpeteando contra el salvaje viento. EL OCÉANO ROSA. La posada más bonita de la ciudad, les había dicho el jefe del muelle cuando habían preguntado. Ya que por lo menos necesitaban parecer como si les fuera bien con el dinero que luego ofrecerían a Rolfe. Y tener algo de descanso, aunque fuera algunas pocas horas. Rowan dio un paso hacia la posada, casi decayendo por el alivio, y miró por encima del hombro para indicarle al rey que lo siguiera. Pero, como si los propios dioses quisieran ponerlo a prueba, una ráfaga de viento frio por la lluvia roció sus rostros, y una sensación punzó en su despertar. Un cambio en el aire. Como un gran bolsillo de poder agrupado cerca de ellos, haciéndoles señas para que se acercaran a él. Su mano empapada voló instantáneamente hacia el cuchillo que estaba a su lado, mientras inspeccionaba los techos, que solo revelaban una cortina de lluvia. Rowan aclaró su mente, escuchando a la ciudad y la tormenta alrededor de ellos. Dorian alejó el pelo mojado de su rostro, y abrió la boca para hablar, hasta que notó el cuchillo.


—Tú también lo sientes. Rowan asintió, la lluvia chorreando por su nariz. —¿Qué sientes tú? El inexperto poder del rey podría captar diferentes sensaciones, diferentes indicios, que los que su viento, su hielo y su instinto podían detectar. Pero sin el entrenamiento adecuado, podía no estar claro. —Se siente… antiguo —dijo Dorian apenado, y sobre la tormenta—: Salvaje, despiadada. No puedo deducir nada más. —¿Te hace acordar al Valg? Si había una persona que lo sabría, sería el rey antes que él. —No —dijo Dorian, suprimiendo su mirada—. Ellos eran aberrantes a mi magia. Esta cosa aquí… Solo hace que mi magia curiosee. Precavida, pero curiosa. Pero está escondido, de alguna manera. Rowan enfundó su cuchillo. —Entonces mantente cerca y alerta.

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Dorian nunca había estado en un lugar como la Bahía de la Calavera. Incluso con la pesada lluvia azotándolos mientras cazaban la fuente de aquel poder a lo largo de la calle principal, se había maravillado con la mezcla de anarquía y completo orden que reinaba en la ciudad isleña. No se inclinaba ante ningún rey, ni nadie que tuviera sangre azul, sin embargo estaba regida por el Señor de los Piratas quien había arañado su camino al poder, gracias a sus manos tatuadas con un mapa de los océanos del mundo. Un mapa, según los rumores, que había revelado donde le aguardaban los enemigos, los tesoros y las tormentas. El costo: su alma eterna. Aelin había confirmado una vez que en efecto, Rolfe no tenía alma y que sin dudas, estaba tatuado. En cuanto al mapa… Ella se había encogido de hombros diciendo que Rolfe había asegurado que había dejado de moverse cuando la magia había caído. Dorian se preguntó si aquel mapa ahora indicaba que él y Rowan estaban caminando por su ciudad, si los marcaba como enemigos. Tal vez la llegada de Aelin sería sabida mucho antes que pusiera un pie en la isla. Encapuchados, cubiertos con una capa y empapados por completo, Dorian y Rowan recorrieron un amplio circuito por las calles vecinas. La gente había desaparecido rápidamente y las embarca-


ciones en el puerto se mecían salvajemente debido a las olas que lamían el amplio atracadero y llegaban hasta los adoquines. Las palmeras azotaban y ni siquiera las gaviotas se atrevían a moverse. Su magia permanecía dormida, emitiendo un murmullo de descontento cuando él se había puesto rígido ante los fuertes ruidos que provenían de adentro de las tabernas, posadas y tiendas por las que pasaban. A su lado, Rowan se abrió paso entre la tormenta, la lluvia y el viento parecían partirse en dos para él. Llegaron al embarcadero, el masivo y preciado buque de Rolfe se mecía en las agitadas aguas, las velas atadas frente a la tormenta. Por lo menos Rolfe estaba allí. Por lo menos aquello había salido bien. Dorian estaba tan ocupado observando el barco que casi choca contra la espalda de Rowan, cuando el príncipe guerrero se detuvo. Se tambaleó hacia atrás, Rowan afortunadamente no hizo comentarios al respecto, luego inspeccionó el edificio que había llamado la atención del príncipe. Su magia se espabiló, al igual que un ciervo alarmado. —No debería estar siquiera sorprendido —refunfuñó Rowan, y el cartel pintado de azul se agitó con el viento sobre la entrada de la taberna. EL DRAGÓN DEL MAR. Dos guardias estaban plantados en la mitad de la cuadra, no llevaban uniformes, pero el hecho de estar parados en medio de una tormenta con las manos en sus espadas, los delataba como tales. Rowan inclinó su cabeza en una forma que le indicó a Dorian que el príncipe probablemente estaba contemplando si valía la pena arrojar a los hombres hacia el agitado puerto. Pero nadie los detuvo cuando Rowan le dio a Dorian una mirada de advertencia y luego abrió la puerta que conducía a la taberna personal del Señor de los Piratas. Luz dorada, especias, pisos y paredes de madera lustrados les dieron la bienvenida. Estaba vacía, a pesar de la tormenta. Completamente vacía, salvo por la docena de mesas. Rowan cerró la puerta detrás de Dorian, escaneando la habitación, las pequeñas escaleras en la parte de atrás. Desde donde estaban, Dorian podía ver las letras que cubrían la mayoría de las mesas. Cazador de Tormentas. Señora Ann. Tigre Estrellado. Las popas de los navíos. Cada mesa estaba construida con ellas. No habían sido tomadas de los naufragios. No, aquel era un salón de trofeos, un recordatorio para aquellos que habían conocido al Señor de los Piratas de cómo se había ganado su corona. Todas las mesas parecían centradas alrededor de una en la parte trasera, más grande y más desgastada que las otras. Zorro Marino. Las enormes tiras estaban marcadas con quemaduras y gubias, pero la inscripción se mantenía nítida. Como si Rolfe no quisiera nunca olvidar cual barco era uti-


lizado como su mesa personal. Pero en cuanto al hombre en sí y al poder que habían sentido… No había señal de ninguno. Una puerta detrás de la barra se abrió, y una delgada joven con cabellos castaños salió de ella. Su mandil la delataba como la camarera, pero sus hombros estaban echados hacia atrás, su cabeza en alto, sus ojos grises y afilados mientras los escudriñaba y continuaba poco impresionada. —Él se estaba preguntando cuando ustedes vendrían a fisgonear —dijo la joven, con un acento rico y marcado, como el de Aedion. Rowan dijo: —¿Oh? La camarera sacudió su delicada barbilla hacia la angosta escalera de madera en la parte de atrás. —El Capitán quiere verlos en su oficina. Piso de arriba, segunda puerta. —Por qué. Incluso Dorian sabía que no debía ignorar aquel tono. Pero la muchacha se había limitado a agarrar un vaso y acercarlo a la luz que desprendían las velas en busca de manchas, luego había extraído un trapo de su mandril. Tatuajes gemelos de rugientes dragones de mar grises se dejaban ver alrededor de sus bronceados antebrazos, las bestias parecían deslizarse cuando sus músculos giraban con el movimiento. Sus escamas hacían juego con el color de sus ojos a la perfección, notó cuando ella posó sus ojos sobre Dorian y Rowan una vez más antes de decir fríamente: —No lo hagan esperar.

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Dorian murmuró a Rowan mientras subían por las oscuras escaleras crujientes: —Podría ser una trampa. —Posiblemente —dijo Rowan con igual calma—. Pero considera que se nos permitió acudir a él. Si fuera una trampa, el movimiento más inteligente habría sido atraparnos desprevenidos. Dorian asintió, algo relajándose en su pecho. —¿Y tú, tu magia está… mejor? Las duras facciones no le decían nada.


—Me las arreglaré —no era una respuesta. A lo largo del pasillo ubicado en el segundo piso, cuatro jóvenes con mirada de acero estaban apostados con finas espadas cuyas empuñaduras fueron hechas luego de haber atacado a los dragones marinos, seguramente la marca de su capitán. Ninguno se molestó en hablar, mientras él y Rowan buscaban la puerta indicada. El Príncipe Fae golpeó una vez. Un gruñido fue todo lo que tuvieron como respuesta. Dorian no sabía qué esperaba del Señor de los Piratas. Pero un hombre con pelo negro, pasando por poco los treinta años, holgazaneando en un diván de terciopelo rojo, frente a la curva de las ventanas salpicadas por la lluvia no era lo que esperaba.


Capítulo 21 Traducido por Ella R Corregido por Cotota

El Señor de los Piratas de la Bahía de la Calavera no se giró desde donde estaba, tumbado en el diván, con pilas de papeles cubriendo la desgastada alfombra azul cobalto debajo de él. Según las prolijas columnas que Dorian apenas podía distinguir, desde donde él y Rowan estaban ubicados a pocos pasos dentro de la oficina del hombre, los papeles parecían estar repletos con cálculos de mercancías o expensas, ganadas ilícitamente, o de otra manera. Pero Rolfe continuó observando como las embarcaciones se ladeaban y mecían en el puerto, la sombra de la cadena hundida del Rompedor de Barcos surcaba al mundo echado a la suerte de la tormenta más allá de ellos. Rolfe probablemente se había enterado de su llegada, no gracias a ningún mapa mágico, sino por estar sentado allí. En efecto, oscuros guantes de cuero adornaban sus manos; el material estaba gastado y agrietado debido al paso del tiempo. No dejaban entrever ni un atisbo de los legendarios tatuajes. Rowan no se movió; apenas parpadeó mientras asimilaba al capitán y a la oficina. El mismo Dorian había participado en demasiadas maniobras políticas, como para conocer los usos del silencio, el poder de quién hablaba primero. El poder de hacer esperar a alguien. El repiqueteo de la lluvia contra la ventana y el amortiguado goteo de sus propias ropas empapadas sobre la andrajosa alfombra llenaban el silencio. El Capitán Rolfe hizo tamborilear un dedo enguantado contra el brazo del diván, al tiempo que observaba la bahía por un instante más largo, como si se asegurara que el Dragón del Mar continuara flotando. Luego se volvió hacia ellos. —Quítense las capuchas. Quiero saber con quién estoy hablando. Dorian se puso rígido ante la orden, pero Rowan dijo: —Su camarera nos dejó sobreentendido que usted sabía malditamente bien quienes somos. Una media sonrisa irónica apareció en los labios de Rolfe, la esquina superior izquierda marcada con una pequeña cicatriz. Por fortuna no de Aelin. —Mi camarera habla demasiado. —¿Entonces por qué la mantienes aquí?


—Un regalo para los ojos, que difícilmente vienen por aquí —dijo Rolfe, desenrollando sus pies. Era tan alto como Dorian y sus ropas eran simples, negras de fina elaboración. Un florete elegante colgaba a un lado, junto con una daga haciendo juego. Rowan resopló, pero para sorpresa de Dorian, se quitó la capucha. Los ojos verde mar de Rolfe destellaron, sin duda ante el cabello plateado, las orejas puntiagudas y los ligeramente alargados colmillos. O el tatuaje. —Un hombre con la misma afición por la tinta que yo —dijo Rolfe con un movimiento de cabeza apreciativo—. Creo que tú y yo nos entenderemos bien, Príncipe. —Macho —corrigió Rowan—. Las hadas masculinas no son hombres humanos. —Semánticas —dijo Rolfe, volviendo su atención hacia Dorian—. Así que tú eres el rey por quien todo el mundo está tan agitado. Dorian finalmente llevó su capucha hacia atrás. —¿Qué hay sobre ello? Con una mano enguantada, Rolfe señaló un escritorio cubierto de papeles y dos sillas revestidas ante este. Como el mismo hombre, era elegante pero desgastada, ya fuese por el tiempo, el uso o las batallas del pasado. Y aquellos guantes… ¿cubrían los mapas tatuados allí? Rowan le hizo a Dorian una seña para que se sentara. Las llamas de las velas quemaban a lo largo de la alcantarilla, mientras ellos pasaban y tomaban asiento. Rolfe bordeó las pilas de papeles en el piso y tomó su lugar en el escritorio. Su silla tallada, de respaldo alto podría bien haber sido un trono de algún reino distante. —Pareces increíblemente calmado para ser un rey que acaba de ser declarado traidor de la corona y ladrón del trono. Dorian se alegró de haber estado en proceso de sentarse. Rowan levantó una ceja. —¿Según quién? —Según los mensajeros que llegaron ayer —dijo Rolfe, inclinándose hacia atrás en su asiento y cruzando sus brazos—. El Duque Perrington, ¿o debería llamarlo Rey Perrington ahora?, emitió un decreto firmado por la mayoría de los lores y señoras de Adarlan, que lo nombraba a usted, Su Majestad, un enemigo de su reino y afirmaba que él había liberado a Rifthold de sus garras, luego de que tú y la Reina de Terrasen hubieran masacrado a tantos inocentes esta primavera. También declaró que cualquier aliado —un movimiento de cabeza hacia Rowan—, es un enemigo. Y que serás aplastado por sus ejércitos si no te rindes. El silencio se apoderó de su mente. Rolfe continuó, un poco más gentil. —Tu hermano ha sido nombrado heredero de Perrington y Príncipe de la corona.


Oh dioses. Hollin era un niño, pero sin embargo… algo se había podrido dentro de él, infectado… Él lo había dejado allí. En vez de lidiar con su madre y su hermano, él les había ordenado que se quedaran en aquellas montañas. Donde ahora eran como ovejas rodeadas por una manada de lobos. Deseaba que Chaol estuviera con él. Deseaba que el tiempo solo… se detuviera, para que pudiera arreglar todas estas piezas fracturadas de él mismo, ponerlas en alguna clase de orden, si no recomponerlas por completo. Rolfe dijo: —Por la mirada en tu rostro, adivino que tu llegada aquí sin duda tiene algo que ver con el hecho de que Rifthold ahora yace en ruinas y que la gente está huyendo a donde puede. Dorian expulsó los pensamientos traicioneros y dijo, con voz cansina: —Vine para averiguar de qué lado está usted, Capitán, en lo que concierne a este conflicto. Rolfe se acomodó hacia adelante en su asiento, sus antebrazos descansando sobre el escritorio. —Debes estar sin duda desesperado, entonces —una rápida mirada a Rowan—. ¿Y tú reina esta igualmente desesperada por mi ayuda? —Mi reina —dijo Rowan— no forma parte de esta discusión. Rolfe se limitó a sonreírle a Dorian. —¿Tu deseas saber de qué lado estoy? Estoy del lado que se mantenga alejado de mi territorio. —Hay rumores —contrarrestó Rowan calmadamente— que afirman que la zona más oriental de este archipiélago ya no forma parte de tu territorio, en cualquier caso. Rolfe sostuvo la mirada de Rowan. Un latido de corazón transcurrió. Luego otro. Un músculo se movió en la mandíbula de Rolfe. Luego se quitó los guantes para revelar sus manos tatuadas desde la punta de los dedos hasta la muñeca. Después volvió las palmas hacia arriba, mostrando un mapa del archipiélago y qué… Dorian y Rowan se inclinaron hacia adelante al ver que las aguas azules en efecto fluían, pequeños puntos entre ellas, navegaban. Y en la zona más oriental del archipiélago, curvándose hacia el mar… Aquellas aguas eran grises, las islas un marrón rojizo. Pero nada se movía, no había puntos que indicaran barcos. Como si el mapa se hubiera congelado. —Tienen magia que los protege, incluso de esto —dijo Rolfe —. No puedo estimar un cálculo de sus navíos, sus hombres o sus bestias. Los exploradores nunca regresan. Este invierno, oímos rugidos provenientes de las islas, algunos casi humanos, otros definitivamente no. A menudo avistamos… cosas sobresaliendo de aquellas rocas. Hombres, pero a la vez no. Dejamos la zona sin controlar


durante mucho tiempo, y ahora pagamos el precio. —Bestias —dijo Dorian—. ¿Qué clase de bestias? Una sonrisa triste, la cicatriz estirándose. —De las que hacen que considere huir de este continente, Su Majestad. La condescendencia golpeó algo suelto en el talante de Dorian. —He atravesado más pesadillas de las que se imagina, Capitán. Rolfe bufó, pero sus ojos fueron a la pálida línea que atravesaba la garganta de Dorian. Rowan se inclinó hacia atrás en su silla con una perezosa gracia; el Comandante de Guerra personificado. —Debe ser una sólida tregua la que usted mantiene, entonces, si continua acampando aquí con muy pocos navíos en su puerto. Rolfe simplemente volvió a ponerse sus desgastados guantes. —Mi flota debe ejercer un poco de piratería de vez en cuando, sabes. Hay cuentas que pagar y todo eso. —Me imagino. Especialmente cuando emplea a cuatro guardias para que vigilen su pasillo. Dorian captó el hilo de lo que Rowan pensaba y le dijo al Príncipe Hada: —No sentí el olor del Valg en la ciudad —no, lo que sea que haya sido aquel poder… se había camuflado en la nada ahora. —Eso es porque —dijo Rolfe, arrastrando las palabras, cortando lo que tenían que decir— matamos a la mayoría de ellos. El viento azotó contra las ventanas, salpicando lluvia sobre ellas. —Y en lo que respecta a los cuatro hombres en el pasillo, ellos son todo lo que queda de mi tripulación. Gracias a la batalla que tuvimos durante esta primavera para reclamar esta isla, luego de que el general de Perrington nos la haya robado. Dorian maldijo en voz baja y de forma vil. El capitán asintió. —Pero nuevamente soy el Señor de los Piratas de la Bahía de la Calavera, y si las islas del este están tan lejos como piensa llegar Morath, entonces Perrington y sus bestias pueden tenerlas. El Punto Muerto1 es apenas algo más que cuevas y rocas, de todas formas. —¿Qué clase de bestias? —preguntó Dorian nuevamente. 1

Dead End, en inglés.


Los pálidos ojos verdes de Rolfe se oscurecieron. —Wyverns de Mar. Las Brujas comandan los cielos con sus dragones, pero estas aguas ahora son regidas por bestias engendradas de las batallas navales, los infames daños de un antiguo patrón. Imagínense una criatura de la mitad del tamaño de un barco de primera categoría, más rápida que un delfín de carrera, y el daño que puede causar con sus dientes y sus garras, junto con una venenosa cola del tamaño de un mástil. Peor, si matas a una de sus sanguinarias crías, los adultos te cazarán hasta el fin del mundo —Rolfe se encogió de hombros—. Así que encontrará, Su Majestad, ningún interés de mi parte en disturbar las islas del este, en cuanto ellos no me disturben aún más. No tengo interés en hacer algo, salvo continuar obteniendo beneficios de mis esfuerzos —sacudió una mano vagamente hacia los papeles desparramados de arriba abajo. Dorian se mordió la lengua. La oferta que había planeado hacer… Sus fondos pertenecían a Morath ahora. Dudaba que los corsarios se ofrecieran como voluntarios basados en créditos. Rowan le dio una mirada que decía lo mismo. Otra ruta para lograr que Rolfe se uniera a su causa, después de todo. Dorian escudriñó la oficina, el gusto se inclinaba hacia las ropas elegantes, sin embargo, había muy poco sin usar. La ciudad semi-destrozada alrededor de ellos. Los cuatro sobrevivientes de la tripulación. La manera en que Rolfe había mirado la línea blanca alrededor de su garganta. Rowan abrió su boca, pero Dorian dijo: —No fueron simplemente asesinados, su tripulación. Algunos fueron secuestrados, ¿no es así? Los ojos verde mar de Rolfe se tornaron fríos. Dorian continuó: —Capturados, junto con otros, y llevados hacia las Islas Muertas. Usados para obtener información sobre cómo y dónde golpearlo a usted. La única forma de liberarlos cuando los enviaron de vuelta, como demonios dentro de sus cuerpos, fue decapitarlos. Quemarlos. Rowan preguntó bruscamente: —¿Eran anillos o collares lo que usaban, Capitán? La nuez de Adán de Rolfe subió y bajó. Después de un largo momento, dijo: —Anillos. Ellos dijeron que habían sido liberados. Pero no eran los mismos hombres que… —Un sacudón de cabeza—. Demonios —dijo en un respiro, como si explicara algo. —. Eso es lo que él puso en ellos. Así que Rowan le contó. Del Valg, de su princesa y de Erawan, el último rey Valg. Incluso Rolfe tuvo la sensatez de verse perturbado mientas Rowan concluía; —Se ha desprendido del disfraz de Perrington. Es solo Erawan ahora… Rey Erawan, aparentemente. Los ojos de Rolfe vagaron hacia el cuello de Dorian nuevamente, y le resultó casi imposible no


tocarse la cicatriz que tenía allí. —¿Cómo sobreviviste a aquello? Incluso cortamos los anillos, pero mis hombres… se habían ido. Dorian sacudió su cabeza. —No lo sé —el no tener respuesta no significaba que los hombres de Rolfe fuesen… menos, por no haber sobrevivido. Quizás él había sido infestado por un príncipe Valg, quien había disfrutado tomándose su tiempo. Rolfe corrió una hoja de papel de su escritorio, leyéndola nuevamente por un instante, como si fuera una mera distracción mientras pensaba. Al fin dijo: —Eliminar lo que queda de ellos en las Islas Muertas no hará una mierda contra el poderío de Morath. —No —contrarrestó Rowan—, pero si tenemos al archipiélago, podemos utilizar esas islas para librar una batalla desde los mares, mientras atacamos por tierra. Podemos usar estas islas para albergar flotas provenientes de otros reinos, de otros continentes. Dorian agregó: —Mi Mano se encuentra actualmente en el continente sur, en Antica precisamente. Él les persuadirá para que envíen una flota —es lo mínimo que Chaol podía hacer por él, por Adarlan. —Ninguna vendrá —dijo Rolfe—. No han venido en diez años, desde luego no vendrán ahora — escudriñó a Rowan y luego agregó con una pequeña sonrisa de superioridad—. Especialmente luego de las últimas noticias. Esto no terminaría bien, decidió Dorian cuando Rowan preguntó rotundamente: —¿Qué noticias? Rolfe no respondió, se limitó a observar la bahía tormentosa, o lo que fuese que llamara su atención allí afuera. Unos cuantos meses duros para el hombre, se dio cuenta Dorian. Alguien aferrándose a este lugar a través de pura arrogancia y fuerza de voluntad. Y todas aquellas mesas abajo, ensambladas con partes de navíos conquistados… ¿Cuántos enemigos estaban circulando, esperando una oportunidad para vengarse? Rowan abrió la boca, sin duda para exigir una respuesta, cuando Rolfe golpeó fuertemente su bota tres veces contra el desgastado suelo de madera. Otro golpe sonó como respuesta en la pared. El silencio cayó entre ellos. Dado el odio que Rolfe sentía hacia los Valg, Dorian dudaba que Morath estuviera a punto de saltar a cerrar su boca, pero… se deslizó dentro de su magia, a medida que las pisadas producían un ruido sordo por el pasillo. Por el aspecto tenso del rostro tatuado de Rowan, supo que el príncipe estaba haciendo lo mismo. Especialmente cuando Dorian sintió que su magia se acercaba a la del Príncipe Fae, al igual que lo había hecho aquel día sobre el castillo de cristal, junto con Aelin.


Las pisadas se detuvieron fuera de la puerta de la oficina y, nuevamente, aquel pulso de la extraña y poderosa magia se alzó. La mano de Rowan se deslizó a una distancia casual del cuchillo de caza que llevaba en el muslo. Dorian se concentró en su respiración, en jalar líneas y trozos de su magia. El hielo ardió en sus palmas mientras la puerta de la oficina se abría. Dos machos con cabello dorado aparecieron en el umbral. El gruñido de Rowan resonó a través del suelo de madera y a lo largo de los pies de Dorian, mientras él asimilaba los músculos, las orejas puntiagudas, la boca grande que revelaba los colmillos… Los dos extraños, la fuente de aquel poder… eran Fae. El que tenía los ojos oscuros como la noche y una afilada sonrisa miró a Rowan y dijo lentamente: —Me gustaba tu pelo cuando estaba más largo. Una daga incrustada en la pared, apenas un milímetro alejado de la oreja del macho fue la única respuesta de Rowan.


Capítulo 22 Traducido por Ella R Corregido por Cotota

Dorian no vió cuando el Príncipe Hada lanzó la daga, hasta que la hoja produjo un ruido seco al clavarse en la pared de madera, su empuñadura aún temblando debido al impacto. Pero el macho de ojos oscuros y piel bronceada, tan hermoso que Dorian tuvo que parpadear, sonrió con superioridad a la daga temblando arriba de su cabeza. —¿Tu puntería fue así de mala cuando cortaste tu cabello? El otro macho a su lado, bronceado, con ojos de leon y una constante clase de tranquildad para él, levantó sus amplias y tatuadas manos. —Rowan, baja tus armas. No estamos aqui por ti. Porque ya había más armas en las manos de Rowan. Dorian ni siquiera había oído cuando se levantó, mucho menos cuando desenvainó la espada o la elegante hachuela que tenía en la otra mano. La magia de Dorian se retorció en sus venas mientras estudiaba a los dos extraños. Aquí estás, decía. Junto a Rowan, su magia se había acostumbrado al impactante abismo de poder del príncipe, pero tres de estos machos juntos, antiguos, poderosos y prístinos… Ellos eran su propia vorágine. Podían destrozar esta ciudad sin nisiquiera intentarlo. Se preguntó si Rolfe se había percatado de ello. El Señor de los Piatas dijo secamente: —Asumo que se conocen. El serio de ojos dorados asintió, sus pálidas ropas tan parecidas como las que Rowan prefería: tela texturada y eficiente, apta para los campos de batalla. Una franja de tatuajes negros rodeaba el musculoso cuello del macho. El estómago de Dorian dio un tumbo. Desde la distancia, podría muy bien haber sido otra clase de collar negro. Rowan dijo tensamente: —Gavriel y Fenrys solían… trabajar conmigo. Los ojos verde mar de Rolfe se lanzaron entre ellos, evaluando, pesando. Fenrys, Gavriel. Dorian conocía esos nombres. Rowan los había mencionado durante su viaje hasta


aquí… Dos miembros del cadre1 de Rowan. Rowan le explicó a Dorian: —Están jurados con sangre a Maeve. Al igual que yo solía estar. Eso significaba que estaban bajo sus órdenes. Y si Maeve había enviado no uno, sino dos de sus tenientes a este continente, estando ya Lorcan aqui… Rowan dijo entre dientes, envainando sus armas. —¿Qué negocios tienen con Rolfe? Dorian libró su magia dentro suyo. Se asentó en su centro como un trozo de cinta caída. Rolfe agitó una mano a los machos. —Ellos son los portadores de las noticias que te prometí, entre otras cosas. —Y estábamos a punto de sentarnos a almorzar —dijo Fenrys, aquellos oscuros ojos bailando—. ¿Les importa? —Fenrys no esperó su respuesta, sino que se escbulló de vuelta al vestíbulo y salió de allí. El que estaba tatuado, Gavriel, suspiró lentamente. —Es una larga historia, Rowan, y una que tú y el Rey de Adarlan —un rápido vistazo en su dirección— deben oír —hizo gestos hacia el vestíbulo y dijo, completamente impávido—: Tú sabes que Fenrys se pone de mal humor cuando no come. —Escuché eso —dijo una profunda voz masculina desde el vestíbulo. Dorian se contuvo de sonreír, observando la reacción de Rowan, en cambio. Pero el Príncipe Fae solo sacudió su cabeza hacia Gavriel en una orden silenciosa para que los guiara. Ninguno de ellos, ni siquiera Rolfe, habló mientras descendían hacia el salon principal. La camarera se había ido, solo vasos relucientes detrás del bar eran la prueba de que ella había estado allí. Y en efecto, devorando un plato caliente de algo que olía como estofado de pescado, Fenrys ahora los esperaba en una mesa en la parte trasera. Gavriel se deslizó en el asiento al lado del guerrero, su plato casi lleno derramándose un poco cuando la mesa se movió, y le dijo a Rowan cuando el príncipe se detuvo en la mitad de la habitación: —Está… —El guerrero Fae hizo una pausa, como si estuviese sopesando las palabras y pensando en cómo podría reaccionar Rowan si la pregunta estaba mal planteada. Dorian supo porqué al siguiente instante—. ¿Está Aelin Galathynius contigo? Dorian no sabía donde mirar: a los guerreros ahora reunidos en la mesa, a Rowan a su lado, o a 1 Cadre: hace referencia al grupo de guerreros Fae que Maeve mantiene a su alrededor: Gavriel, Vaughan, Lorcan, Fenrys y Connall son los que hemos conocido hasta ahora. Rowan fue miembro anterior a él, cuando estaba jurado a ella.


Rolfe que tenía las cejas alzadas mientras se inclinaba contra la barandilla de las escaleras, sin tener idea de que la reina era su gran enemiga. Rowan sacudió su cabeza una vez, un rápido y cortante movimiento. —Mi reina no está en nuestra compañía. Fenrys levantó las cejas pero continuó devorando su comida, su chaqueta gris desabotonada revelaba un moreno pecho musculoso que se entreveía por la abertura de su camisa blanca. Un bordado dorado se arremolinaba a lo largo de las solapas de la chaqueta, el único signo de riqueza ente ellos. Dorian no sabía muy bien lo que había sucedido la primavera pasada con el cadre de Rowan, pero… ellos obviamente no habían terminado en buenos términos. Por lo menos no por parte de Rowan. Gavriel se levantó para agarrar dos sillas, las más cercanas a la salida, notó Dorian. Quizás Gavriel era el que mantenía la paz entre el cadre. Rowan no hizo un solo movimiento para ayudarlos. Era tan fácil olvidarse que el príncipe tenía siglos de manejar cortes extranjeras, había ido a guerras y vuelto de ellas. Con estos machos. Rowan no se molestó en ser diplomático, sin embargo dijo: —Diganme de qué va esta maldita noticia. Fenrys y Gavriel intercambiaron una mirada. El primero simplemente rodó sus ojos y le hizo a Gavriel un gesto con su cuchara para que hablara. —La flota de Maeve está navegando hacia este continente. Dorian se alegró de no haber tenido nada en su estómago. Las palabras de Rowan sonaron guturales cuando preguntó: —¿Esa perra se está aliando con Morath? —Le brindó a Rolfe lo que Dorian consideraba una mirada fria como el hielo—. ¿Usted se está aliando con ella? —No —dijo Gavriel imparcialmente. Para darse mérito, Rolfe se limitó a encogerse de hombros. —Te lo he dicho, no quiero formar parte en esta guerra. —Maeve no es de la clase que comparte poder —interrumpió Gavriel tranquilamente—. Pero antes que nos fuéramos, ella estaba alistando una escuadra para partir hacia Eyllwe. Dorian exhaló un silbido. —¿Por qué Eyllwe? ¿Es posible que estuviera enviando ayuda?


Por la mirada en el rostro de Rowan, Dorian podía decir que el príncipe ya estaba catalogando, marcando y analizando lo que sabía de su antigua reina, de Eyllwe y cómo se relacionaba con todo lo demás. Dorian intentó controlar su acelerado corazón, sabiendo que probablemente ellos pudieran oír su cambio de ritmo. Fenrys bajó su cuchara. —Dudo que esté enviando ayuda a alguien en absoluto, por lo menos en lo que concierne a este continente. Y además ella no nos contó sus razones específicas. —Siempre se los dijo —contrarrestó Rowan—. Nunca se ha guardado una información así. Los oscuros ojos de Fenrys se movieron rápidamente. —Eso era antes que tú la humillaras al cambiarla por Aelin del Fuego Salvaje. Y antes que Lorcan la abandonara también. No confía en ninguno de nosotros ahora. Eyllwe… Maeve tenía que saber lo querido que el reino era para Aelin. Pero enviar una flota… Tenía que haber algo allí, algo que valiera su tiempo. Dorian recordó cada lección que se le había enseñado, cada libro que había leído en el reino. Pero no le despertó nada. Rowan dijo: —Maeve no puede creer que puede conquistar Eyllwe, por lo menos no durante un período extendido de tiempo, no sin arrastrar a todo su ejército aquí y dejar a su reino desprotegido. Pero tal vez se había esparcido escasamente a Erawan, incluso si el costo de la invasión de Maeve fuese excesivo… —Repito —dijo Fenrys —, no conocemos los detalles. Solo se lo dijimos —un movimiento de barbilla hacia donde Rolfe continuaba inclinado contra la barandilla, cruzado de brazos— como una advertencia de cortesía, entre otras cosas. Dorian notó que Rowan no preguntó si hubieran extendido la cortesía hacia ellos si no hubiesen estado allí. O qué exactamente, eran las otras cosas. El príncipe le dijo a Rolfe: —Necesito despachar mensajes. Inmediatamente. Rolfe estudió sus manos enguantadas. —¿Por qué molestarse? ¿No llegará el destinatario lo suficientemente pronto? —¿Qué? —Dorian se abrazó a si mismo ante el temperamento hiviendo de rabia en el tono de Rowan. Rolfe sonrió. —Dicen los rumores que Aelin Galathinius destruyó al General Narrok y a sus tenientes en Wendlyn.


Y que lo ha logrado con un Príncipe Fae a su lado. Impresionante. Los colmillos de Rowan se dejaron ver. —¿Y su punto, Capitán, es…? —Solo deseo saber si Su Majestad, la Reina de Fuego, espera un gran desfile a su llegada. Dorian dudaba que a Rolfe le gustase mucho su otro título: la Asesina de Adarlan. El gruñido de Rowan fue suave. —Repito, ella no vendrá aqui. —¿Oh? Quieres decir que su amante va a rescatar al Rey de Adarlan, y, en vez de llevarlo hacia el norte, él lo trae aquí, ¿y eso no significa de alguna manera que tendré la oportunidad de pronto jugar al anfitrión con ella? Al mencionar la palabra amante, Rowan le dio a Fenrys una mirada letal. El hermoso macho, realmente no había otra manera de describirlo, solo se encogió de hombros. Pero Rowan le dijo a Rolfe: —Ella me pidió que trajera al Rey Dorian para persuadirlo a usted para que se una a nuestra causa. Pero como usted no tiene interés en ningún plan que no sea el suyo, parecería que nuestro viaje fue en vano. Por lo que prescindiremos de usted en esta mesa, especialmente si es incapaz de despachar mensajeros —Rowan fijó su vista en las escaleras detrás de Rolfe—. Puede retirarse. Fenrys se ahogó con una risa oscura, pero Gavriel se tensó cuando Rolfe siseó: —No me importa quien seas y qué poder ejerces. Tú no me das órdenes en mi territorio. —Mejor váyase acostumbrando a acatarlas —dijo Rowan, su voz estaba calma en una forma que hacía que cada instinto de Dorian se preparase para correr—, porque si Morath gana esta guerra, ellos no se conformarán con dejarlo contonearse por estas islas, pretendiendo ser el rey. Ellos le bloquearán el acceso a cada puerto y a cada río, negarán sus comercios con las ciudades de las que ha terminado dependiendo. ¿Quienes serán sus compradores cuando no quede nadie para adquirir sus mercaderías? Dudo que Maeve se moleste –o lo recuerde siquiera. Rolfe lo cortó. —Si estas islas son saqueadas, navegaremos hacia otras, y otras. Los mares son mi cielo; sobre las olas, siempre seremos libres. —Dificilmente lo llamaría a acuclillarse en su taberna por miedo a los asesinos del Valg que están libres. Las manos enguantadas de Rolfe se flexionaron y luego volvieron a su antigua posición, y Dorian se preguntó si agarraría el florete a su lado. Pero entonces, el Señor de los Piratas se dirigió a Fenrys y a Gavriel.


—Nos reuniremos aquí mañana a las once —cuando su mirada se posó en Rowan, esta se volvió más dura—. Envía a todos los malditos mensajeros que quieras. Puedes quedarte hasta que tu reina llegue, lo cual no tengo duda que hará. En esa ocasión, oiré lo que la legendaria Aelin Galathynius tenga que decir por ella misma. Hasta entonces, lárguense de aqui —Sacudió su barbilla hacia Gavriel y Fenrys nuevamente—. Pueden hablar con los príncipes en sus malditos albergues —Rolfe se fue ofendido hacia la puerta principal, abriéndola de un tirón para revelar una cortina de lluvia y a los cuatro jóvenes de mirada dura merodeando en el muelle empapado. Sus manos salieron disparadas hacia sus armas, pero Rolfe no hizo ningún movimiento para reunirlos. Se limitó a señalar la puerta. Rowan observó al hombre durante un momento, luego se dirigió a sus antiguos compañeros. —Vamonos. No eran lo suficientemente estúpidos para discutir.

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Esto era malo. Innegablemente malo. La magia de Rowan se crispó mientras trataba de mantener los escudos alrededor suyo y de Dorian intactos. Pero no dejó que Fenrys ni Gavriel sintieran un olorcillo de su agotamiento, no reveló ni un poco del esfuerzo que le costaba mantener la magia y concentrarse al mismo tiempo. Rolfe podría muy bien ser una causa perdida contra Erawan o Maeve, especialmente una vez que viera a Aelin. Si ella hubiese estado presente durante esta conversación, Rowan tenía el presentimiento que hubiese terminado con el Dragon del Mar, ambos, la posada y el navío anclado al puerto, en llamas. Pero aquellos wyverns de mar… y la escuadra de Maeve… Pensaría en eso más tarde. Pero mierda. Solo, mierda. La posadera sin sentido del Océano Rosa no hizo preguntas cuando Rowan pagó dos habitaciones, las mejores que la posada podía ofrecer. No cuando puso una moneda de oro en el mostrador. Alojamiento por dos semanas, además de todas las comidas, establo para los caballos si tuvieran alguno y servicio de lavandería ilimitada, había ofrecido con una mirada a sus ropas. Y lo que fuese que los invitados desearan, añadió cuando Rowan silbó afiladamente, y Dorian, Fenrys y Gavriel cruzaron el patio adoquinado, encapuchados mientras rodeaban la efusiva fuente. La lluvia caia sobre las palmeras en macetas, haciendo crujir las buganvillas color violeta que trepaban por las paredes hacia los balcones pintados de blanco, todavía cerrados por la tormenta. Rowan pidió a la mujer que enviara suficiente comida como para ocho personas, luego acechó las escaleras pulidas en la parte trasera del sombrío comedor, los otros formando una fila detrás de él. Fenrys afortunadamente mantuvo su boca cerrada hasta que llegaron a la habitación de Rowan, se deshicieron de sus capas y Rowan encendió algunas velas. El acto solo dejó un vacío en su pecho.


Fenrys se hundió en una de las sillas acolchonadas ante el oscuro hogar, pasando un dedo por su brazo pintado de negro. —Que fino lugar. ¿Cual de las realezas está pagando, entonces? Dorian, quien estaba a punto de reclamar el asiento cerca del pequeño escritorio ante el ventanal cerrado, se tensó. Gavriel le dió a Fenrys una mirada que decía, Por favor no armes un alboroto. —¿Acaso hace la diferencia? —pregunto Rowan mientras iba de pared a pared, levantado los cuadros enmarcados de una exhuberante flora en busca de algúna mirilla o punto de acceso a la habitación. Después verificó debajo de la cama con sábanas blancas, sus postes de madera negra besados por la luz de las velas, intentando no pensar en aquello por todas sus resoluciones… ella había compartido esta habitación con él. Esta cama. El lugar era seguro, sereno, incluso con el ritmo de la lluvia cayendo en el patio y sobre el techo, el olor a fruta dulce denso en el aire. —Alguien debe tener dinero para financiar esta guerra —ronroneó Fenrys, mirando como Rowan finalmente se inclinaba contra una cómoda baja junto a la puerta—. Aunque quizás considerando el decreto de ayer por parte de Morath, se estarán mudando a unos cuartos más… economicos. Bueno, aquello decía suficiente sobre lo que Fenrys y Gavriel sabían con respecto al decreto de Erawan, en lo referente a Dorian y sus aliados. —Preocúpate de tus propios asuntos, Fenrys —dijo Gavriel. Fenrys bufó, jugando con un pequeño bucle de cabello dorado de su nuca. —Cómo te las arreglas para caminar con tanto acero encima, Whitethorn, siempre ha sido un misterio para mí. Rowan dijo suavemente: —Cómo nadie nunca ha intentado cortarte la lengua para que dejes de hablar, siempre ha sido un misterio para mí también. Una risita ahogada. —Me han dicho que es mi mejor rasgo. Por lo menos las mujeres piensan así. Una risa se le escapó a Dorian por lo bajo, el primer sonido proveniente del rey que Rowan había atestiguado. Rowan apoyó las manos sobre la cómoda. —¿Cómo mantuviste tu aroma escondido? Los ojos de león de Gavriel se oscurecieron. —Un nuevo truco de Maeve, para mantenernos invisibles en una tierra donde no reciben a los de nuestra clase amigablemente —sacudió su barbilla hacia Rowan y Dorian—. Aunque parece que no es totalmente efectivo.


—Ustedes dos mejor que tengan una maldita buena explicación de porqué están aquí. Y porqué arrastraron a Rolfe dentro de lo que sea que fuese. Fenrys dijo lentamente: —Tú consigues siempre lo que quieres Rowan, y sin embargo continúas siendo un bastardo frío como el hielo. Lorcan estaría orgulloso. —¿Dónde está Connall? —Fue la burlona respuesta de Rowan, nombrando al gemelo de Fenrys. El rostro de Fenrys se tensó. —¿Dónde crees que esté? Uno de nosotros siempre es el ancla. —Ella dejaría de retenerlo como garantía si tú no hicieras tu descontento tan obvio. Fenrys siempre había sido un grano en el culo. Y Rowan no había olvidado que fue él quien había deseado la tarea de manejar a Aelin Galathynius esa primavera pasada. Fenrys amaba las cosas salvajes y hermosas, y tener a Aelin colgada ante él… Maeve debía saber que era una tortura. Quizás era una tortura para Fenrys, también, estar lejos del agarre de Maeve, sabiendo que su gemelo se había quedado en Doranelle, que si Fenrys nunca regresaba… Connall sería castigado de formas inimaginables. Era cómo la reina los había atrapado en primer lugar: las crías eran algo extraño entre los Fae, ¿pero gemelos? Incluso más raro. Y para unos gemelos dotados con fuerza antes de nacer, que crecieran para convertirse en machos cuyo dominio competía al mismo nivel que los de guerreros siglos más antiguos que ellos… Maeve los había codiciado. Fenys había rechazado la oferta de unirse a su servicio. Por lo que ella fue tras Conall; el que era oscuro donde Fenrys era dorado, el que era tranquilo cuando Fenrys rugía, el que reflexionaba cuando Fenrys cometía una imprudencia. Fenrys obtuvo lo que quiso: mujeres, gloria, riqueza. Connall, si bien era habilidoso, siempre quedó en la sombra de su gemelo. Entonces, cuando la reina se acercó para hablarle sobre un juramento de sangre, en el momento que Fenrys, no Connall, había sido seleccionado para luchar en la guerra contra los Akkadianos… Connall lo había llevado a cabo. Y cuando Fenrys regresó para encontrar a su hermano bajo el control de la reina, y supo lo que Maeve lo había obligado a hacer a puertas cerradas… Fenrys había hecho una oferta: él haría el juramento, pero solo para hacer que Maeve dejara de molestar a su hermano. Por más de un siglo ahora, Fenrys había servido en el dormitorio de la reina, se había sentado encadenado con grilletes junto a su trono oscuro. A Rowan podría haberle agradado el macho. Lo hubiese respetado. Si no fuese por su maldita bocaza. —Entonces —dijo Fenrys, consiente de que no había respondido la demanda de información de Rowan—, ¿tendremos que llamarte pronto Rey Rowan? Gavriel murmuró:


—Por los dioses en el cielo, Fenrys —dio un suspiro como si hubiese atravesado un largo sufrimiento, y luego agregó—: Tu llegada, Rowan, fue un giro afortunado de eventos. Rowan enfrentó al macho frente a él; el segundo al mando de Maeve ahora que Rowan había dejado una vacante para el título. Como si el guerrero de cabellos dorados hubiese leído el nombre de sus ojos, Gavriel preguntó: —¿Dónde está Lorcan? Rowan se había estado debatiendo cómo responder aquella pregunta, desde el momento en que lo había visto. Que Gavriel haya preguntado… ¿por qué ellos habían ido a la Bahía de la Calavera? —No sé donde está Lorcan —dijo Rowan. No era una mentira. Si tenían suerte, su antiguo comandante obtendría las otras dos Llaves del Wyrd, se daría cuenta que Aelin lo había engañado, y vendría corriendo, entregándoselas a ella para que entonces las destruya. Si tenían suerte. Gavriel dijo: —No sabes dónde está, pero lo has visto —Rowan asintió. Fenrys resopló. —¿De verdad vamos a jugar a verdades y mentiras? Solo dinos, bastardo. Rowan clavó su mirada en Fenrys. El Lobo Blanco de Doranelle le devolvió una sonrisa. Que los dioses los ayuden a todos si Fenrys y Aedion alguna vez se sentaban en la misma habitación juntos. Rowan dijo: —¿Estás aquí por orden de Maeve, antes que la flota? Gavriel sacudió su cabeza. —Nuestra presencia no tiene nada que ver con la flota que está navegando. Ella nos envió para cazarlo. Ya sabes el crimen que ha cometido. Un acto de amor, aunque solo fuese en el retorcido sentido en que Lorcan podía amar las cosas. Solo en la retorcida manera en que amaba a Maeve. —Él asegura estár haciéndolo de acuerdo con los intereses de ella —dijo Rowan casualmente, consiente de que el rey estaba sentado a su lado. Rowan conocía bien la afilada inteligencia subestimada, debajo de aquella sonrisa encantadora. Sabía que el valor de Dorian no estaba en su divina magia, sino en su mente. Se había aferrado al temor y al trauma de Rolfe a manos del Valg y había extendido los cimientos, de los que se aseguraría que Aelin explotaría. —Lorcan siempre ha sido arrogante en ese tema —dijo lentamente Fenrys—. Esta vez ha cruzado el límite.


—¿Así que han sido enviados aquí para recuperar a Lorcan? Aquellos tatuajes en la garganta de Gavriel, marcas que el mismo Rowan había tatuado, se movieron con cada palabra, cuando él dijo: —Nos han enviado aquí para matarlo.


Capítulo 23 Traducido por Karla Sbraccia Corregido por Sandra

Dioses santos. Rowan se congeló. —Eso explica por qué estáis aquí vosotros dos, entonces. Fenrys apartó su cabello de sus ojos oscuros. —Tres, en realidad. Vaughan se fue ayer por la tarde para volar al norte, mientras tomamos el Sur. —Vaughan, con su forma de águila pescadora, podría cubrir el lejano duro terreno con mayor facilidad—. Aterrizamos en esta ciudad de mierda para ver si Rolfe tenía tratos con Lorcan, sobornarlo para que nos alertara si Lorcan pasaba por aquí de nuevo, buscando contratar un barco. —Bahía Calavera sería uno de los pocos puertos donde Lorcan podía hacer tal cosa sin preguntas— Advertir a Rolfe sobre la armada de Maeve fue parte de convencer al bastardo para ayudarnos. Vamos a hacer nuestro camino en el continente desde aquí, iniciaremos nuestra búsqueda en el Sur. Y ya que estas tierras son bastante grandes... —Un destello de dientes blancos en una sonrisa salvaje—. Cualquier indicio sobre su paradero general sería muy apreciado, Príncipe. Rowan se debatió. Pero si atrapaban a Lorcan, y el comandante tenía la posesión de incluso una de las llaves del Wyrd... Si traían a la vez al comandante y a las llaves de vuelta a Maeve, especialmente si ella ya estaba navegando por Eyllwe por cualquiera fueran sus razones... Rowan se encogió de hombros. —Me lavé las manos de todos ustedes esta primavera. Los asuntos de Lorcan son suyos. —Tu cabrón… —gruñó Fenrys. Gavriel interrumpió —¿Si pudiéramos negociar? Había algo como dolor, y arrepentimiento, en los ojos de Gavriel. De todos ellos, Gavriel probablemente había sido su único amigo. Rowan se debatió si debería decirle sobre el hijo que estaba ahora haciendo su camino hasta aquí. Se debatió si a Aedion le gustaría la oportunidad de conocer a su padre... tal vez antes de que la guerra los hiciera cadáveres a todos.


Pero Rowan dijo: —¿Les ha dado Maeve permiso para negociar en su nombre? —Sólo recibimos nuestras ordenes —Fenrys arrastró las palabras—, y el permiso de utilizar todos los medios necesarios para matar a Lorcan. No mencionó a tu reina en absoluto. Por lo que equivale a un sí. Rowan se cruzó de brazos. —Me envían un ejército de guerreros de Doranelle, y les diré dónde está Lorcan, y a donde planea ir. Fenrys soltó una risa áspera. —Tetas de la Madre, Rowan. Incluso si pudiéramos, la Armada ya está en uso. —Supongo que tendré que conformarme con vosotros dos, entonces. Dorian tuvo el buen sentido de no parecer tan sorprendido como los antiguos hermanos de armas de Rowan. Fenrys se echó a reír. —¿Qué? ¿Trabajar para tu reina? ¿Luchar en sus batallas? —¿No es eso lo que quieres, Fenrys? —Rowan lo fijó con una mirada—. ¿Servir a mi reina? Has estado tirando de la correa durante meses. Bueno, aquí está tu oportunidad. Toda la diversión se borró de la hermosa cara de Fenrys. —Eres un bastardo, Rowan. Rowan se volvió a Gavriel. —Estoy asumiendo que Maeve no especificó cuándo tenían que hacer esto. —Una inclinación poco profunda fue su única confirmación—. Y técnicamente estarían cumpliendo con su mandato. El juramento de sangre operaba en específicas, claras demandas. Y dependía del contacto físico cercano para permitir que el tirón consiguiera someter al cuerpo. A esta distancia... ellos tenían que obedecer las órdenes de Maeve, pero podrían utilizar cualquier laguna en el lenguaje para su propio beneficio. —Lorcan podría ni bien haber desaparecido para el momento en el que consideres que nuestro trato se ha cumplido —respondió Fenrys. Rowan sonrió un poco. —Ah, pero la cosa es... el camino de Lorcan eventualmente lo llevará justo de vuelta a mí. A mi reina. Quién sabe cuánto tiempo tomará, pero él nos encontrará de nuevo. Momento en el cual, él será suyo. —Dio unos golpecitos con un dedo contra su bíceps—. La gente va a estar hablando de esta guerra por mil años. Más tiempo. —Rowan sacudió su barbilla hacia Fenrys—. Tú nunca has


evitado una pelea. —Eso es si sobrevivimos —dijo Fenrys—. ¿Y qué de los dones de Brannon? ¿Cuánto tiempo durará una sola llama contra la oscuridad que se reúne? Maeve ocultó sus motivos acerca de la armada y Eyllwe, pero al menos nos dijo quien realmente reina en Morath. Cuando Rowan había caminado a través de la puerta del Dragón de Mar, se había preguntado qué dios había enviado la tormenta que los había empujado a llegar a la Bahía Calavera en este día, en este momento. Juntos, él y el cadre habían tomado una legión de las fuerzas de Adarlan ésta primavera y ganado, fácilmente. E incluso si Lorcan, Vaughan y Connall no estaban con ellos... un guerrero Hada era tan bueno como un centenar de soldados mortales. Quizás más. Terrasen necesitaba más tropas. Bueno, aquí estaba un ejército de tres hombres. Y en contra de las legiones aéreas Ironteeth, necesitarían la velocidad y la fuerza Fae y siglos de experiencia. Juntos, habían saqueado ciudades y reinos por Maeve; juntos, habían librado la guerra y la terminaron. Rowan dijo: —Hace diez años, no hicimos nada para parar esto. Si Maeve hubiera enviado una fuerza, podríamos haber evitado que creciera tan fuera de control. Nuestros hermanos fueron cazados y asesinados y torturados. Maeve dejó que sucediera por despecho, porque la madre de Aelin no cedería a sus deseos. Así que sí, mi Corazón de Fuego es una llama en el mar de oscuridad. Pero ella está dispuesta a luchar, Fenrys. Está dispuesta a encargarse de Erawan, encargarse de Maeve y de los propios dioses, si eso significa que la paz se puede tener. Al otro lado de la sala, los ojos de Dorian se habían cerrado. Rowan sabía que el rey lucharía, y caería luchando hasta el final, y que su regalo podría hacer una diferencia entre la victoria y la derrota. Sin embargo... él era inexperto. Aún sin probar, a pesar de todo lo que había soportado. —Pero Aelin es una persona —prosiguió Rowan—, e incluso sus dones podrían no ser suficientes para ganar. Sola —respiró, encontrando la mirada de Fenrys, luego la de Gavriel—, ella morirá. Y una vez que la llama se apague, se acabó. No hay una segunda oportunidad. Una vez que ese fuego se extinga, estamos todos condenados, en cada tierra y en cada mundo. Las palabras eran veneno en su lengua, sus mismos huesos doloridos ante el pensamiento de esa muerte, lo que le haría si llegara a suceder. Gavriel y Fenrys se miraron entre sí, hablando de esa manera silenciosa que solía hacer con ellos. Había una carta que Rowan tuvo que jugar para convencerlos, convencer a Gavriel. Incluso si la especificidad del mando de Maeve lo pudiera permitir, ella podría muy bien castigarlos por actuar en torno a sus órdenes. Lo había hecho antes; todos ellos llevaban las cicatrices de eso.


Conocían el riesgo, tan bien como lo hacía Rowan. Gavriel negó con la cabeza ligeramente hacia Fenrys. Antes de que pudieran recurrir a decir que no, Rowan le dijo a Gavriel: —Si no luchas en esta guerra, Gavriel, entonces condenas a tu hijo a morir. Gavriel se congeló. Fenrys escupió. —Tonterías —Incluso Dorian estaba boqueando un poco. Rowan se preguntó cuán molesto Aedion estaría cuando dijo: —Piensa en mi propuesta. Pero estas al tanto de que tu hijo viene a Bahía Calavera. Es posible que desees esperar para decidir hasta que lo conozcas. —¿Quién…? —Rowan no estaba seguro de que Gavriel estuviera respirando correctamente. Las manos del guerrero estaban apretadas con tanta fuerza que las cicatrices sobre sus nudillos estaban de un blanco lunar—. ¿Tengo un hijo? Una parte de Rowan se sentía como el cabrón que Fenrys afirmaba que era y no el macho que Aelin creía que era mientras asentía. La información habría salido tarde o temprano. Si Maeve se hubiera enterado primero, ella podría haber maquinado para atrapar a Aedion, podría haber enviado al cadre a matarlo o a robarlo. Pero ahora, Rowan supuso, que había atrapado al cadre él mismo. Era sólo una cuestión de cuán desesperadamente Gavriel quería conocer a su hijo... y cuanto miedo tenían de fallarle a Maeve en caso de que no encontraran a Lorcan. Así que Rowan dijo fríamente: —Manténganse fuera de nuestro camino hasta que ellos lleguen y nosotros nos quedaremos fuera del suyo. Ponerse de espaldas a ellos iba en contra de todo instinto, pero Rowan mantuvo sus escudos apretados, su magia se propagó para alertarlo si cualquiera siquiera respiraba mal mientras se giraba para abrir la puerta de la habitación en una despedida silenciosa. Tenía mucho que hacer. Comenzando con escribirle una advertencia a la familia real de Eyllwe y a las fuerzas de Terrasen. Terminando con tratar de averiguar cómo diablos podían librar dos guerras a la vez. Gavriel se levantó, con el rostro flojo, pálido, algo como devastación escrito allí. Rowan atrapó la chispa de comprensión que destelló a través de los ojos de Dorian un instante antes de que el rey la enterrara. Sí, a primera vista, Aedion y Aelin parecían hermanos, pero era la sonrisa de Aedion la que revelaba su herencia. Gavriel sabría en un latido... si la esencia de Aedion no lo delataba primero. Fenrys dio un paso más cerca del macho, una mano sobre su hombro mientras entraban al pasillo. Para ambos Rowan y Fenrys, Gavriel siempre había sido su interlocutor. Nunca entre ellos, no, él y Fenrys... era en cambio más fácil estar sobre la garganta del otro.


Rowan dijo a sus dos ex compañeros: —Si siquiera le insinúan sobre el hijo de Gavriel a Maeve, nuestro trato ha terminado. Nunca encontrarán a Lorcan. Y si Lorcan aparece... Yo felizmente le ayudaré a matarlos. —Rowan rezó no tener que llegar a eso, a una pelea tan brutal y devastadora. Esta era la guerra, sin embargo. Y no tenía intención de perderla.


Capítulo 24 Traducido por Andiie RS Corregido por Ella R

El Cantor del Viento zarpó de Ilium al amanecer, su tripulación y capitán inconscientes de que los dos individuos encapuchados, y su halcón mascota, quienes habían pagado en oro no tenían la intención de quedarse durante todo el viaje hasta Leriba. Como pudieran unir las piezas del rompecabezas sabrían que esos dos individuos eran nada más y nada menos que el general y la reina que habían liberado a su pueblo la noche anterior, pero no los dejarían darse cuenta. Era considerado un viaje sencillo, a lo largo de la costa del continente, aunque Aelin se preguntó si al expresar esa afirmación garantizaría que no fuera un viaje fácil. Primero, estaba el asunto de navegar por las aguas de Adarlan, cerca de Rifthold, específicamente. Si las brujas patrullaban lejos del mar… Pero no tenían otra opción, no con la red que Erawan había estirado a través del continente. No con su amenaza de encontrar y capturar a Rowan y Dorian aun zumbando en su mente, junto con el palpitante moretón morado en su pecho, justo sobre su corazón. De pie en la cubierta de la nave, el creciente sol tiñendo la bahía turquesa de Ilium en tonos dorados y rosas, Aelin se preguntó si la próxima vez que viera esas aguas, estarían teñidas de rojo. Se preguntó por cuánto tiempo los soldados de Adarlan permanecerían en su lado de la orilla. Aedion dio varios pasos hacia ella, acabado con su tercera inspección. —Todo se ve bien. —Lysandra dijo que todo estaba despejado. —En efecto, desde muy arriba en el mástil principal de la nave, a la mirada de halcón de Lyssandra no se le escapaba nada. Aedion frunció el ceño. —Sabes, ustedes las damas podrían dejarnos hacer las cosas de vez en cuando. Aelin alzó una ceja. —¿Dónde estaría la diversión en eso? —Pero sabía que eso sería poner en marcha una discusión, invitando a que los otros, a que Aedion, pelearan por ella. Había sido lo bastante malo en Rifthold, al saber que esos anillos y collares podrían esclavizarlos, y lo que Erawan le había hecho a ese capataz… como un experimento. Aelin echó un vistazo a la apresurada tripulación, conteniéndose de ordenarles que se apuraran. Cada minuto retrasado era un minuto en el que Erawan se acercaba a Rowan y a Dorian. Era solo cuestión de tiempo hasta que un reporte llegara a él con información sobre su paradero. Aelin golpeó ligeramente el pie en la cubierta. Siempre le había gustado el olor y la sensación del mar. Pero ahora… aun el beso de esas olas parecía decir Apúrense, apúrense.


—El Rey de Adarlan, y Perrington supongo, me tuvieron en su agarre por años —dijo Aedion. Su voz estaba lo suficientemente tensa como para que Aelin desviara la vista del mar hacia él. Se había agarrado a la barandilla de madera, las cicatrices en sus manos rígidas en contraste con su piel bronceada por el verano. —. Se reunieron conmigo en Terrasen, en Adarlan. Por los dioses, me mantuvo en su mazmorra de mierda. Y aun así no me hizo eso a mí. Me ofreció el anillo pero no se dio cuenta de que usaba uno falso en su lugar. ¿Por qué no rajarme a la mitad y corromperme? Él debió haber sabido, él tuvo que saber que tú vendrías por mí. —El rey dejó a Dorian en paz el tiempo que pudo, quizás esa bondad se extendió hacia ti también. Quizás él sabía que si tú te hubieras ido, yo bien podría haber decidido dejar que su mundo se fuera al infierno y no haberlo liberado por despecho. —¿Habrías hecho eso? Las personas que amas solo son armas que van a ser usadas contra ti, Rowan le había dicho una vez. —No malgastes tu energía preocupándote acerca de lo que pudo haber sido. —Ella sabía que no había contestado su pregunta. Aedion no la miró mientras decía—: Sabía lo que había sucedido en Endovier, Aelin, pero al ver a ese capataz, al oír lo que estaba diciendo… —Su garganta se movió. —Estaba tan cerca de las minas de sal. Ese año… estaba acampando junto con La Perdición justo sobre la frontera durante tres meses. Ella giró bruscamente la cabeza hacia él. —No iremos por ese camino. Erawan envió a aquel hombre por una razón, por esta razón. Sabe acerca de mi pasado, quiere que sepa que está al tanto de él, y lo usará en mí. En nuestra contra. Usará a cualquiera que conozcamos, si así lo requiere. Aedion suspiró. —¿Me habrías contado lo que pasó la noche anterior si no hubiera estado ahí? —No lo sé. Apuesto a que te habrías despertado en cuanto hubiera descarrillado mi poder sobre él. Él resopló. —Es difícil de errar. El lloriqueo de las gaviotas precipitándose sobre su cabeza llenó el silencio que le siguió a ese comentario. A pesar de su declaración de no mantenerse en el pasado, Aelin dijo cuidadosamente—: Darrow dijo que peleaste en Theralis. —Había querido preguntar eso durante semanas, pero no había podido controlar los nervios. Aedion fijó su mirada en las agitadas aguas. —Eso fue hace mucho tiempo. Ella tragó para bajar el ardor en su garganta. —Apenas tenías catorce años. —Sí, los tenía. —Su mandíbula se apretó. Ella se podía imaginar la carnicería. Y el horror, no solo de un chico matando y luchando, sino viendo a las personas que le importaban caer. Uno por uno. —Lo siento —dijo en un exhalo. —. Siento que hayas tenido que soportar aquello.


Aedion se giró hacia ella. No había pista de su altiva arrogancia e insolencia. —Theralis es el campo de batalla que más veo… en mis sueños —Se puso a frotar una salpicadura sobre barandilla. —. Darrow se aseguró de que me mantuviese lejos de lo más duro, pero estábamos agobiados. Era inevitable. Él nunca le había contado, que Darrow había tratado de protegerlo. Puso una mano encima de la mano de Aedion y la apretó. —Lo siento —dijo de nuevo. No se animó a preguntar nada más. Él se encogió de hombros. —Mi vida como guerrero había sido escogida mucho antes de esa batalla. En efecto, ella no conseguía imaginárselo sin aquella espada y escudo, ambos actualmente atados con una correa sobre su espalda. Ella no pudo decidir si eso era algo bueno. El silencio se estableció entre ellos, pesado y viejo y cansado. —No lo culpo —dijo Aelin por fin. —No culpo a Darrow por negarme la entrada a Terrasen. Yo hubiese hecho lo mismo, hubiese juzgado igual si fuese él. Aedion frunció el ceño. —Pensé que ibas a luchar en contra de su decreto. —Lo haré —juró. —. Pero… entiendo porqué Darrow lo hizo. Aedion la observó antes de asentir. Un oscuro asentimiento, de un soldado a otro. Ella puso una mano sobre el amuleto debajo de sus ropas. Su antiguo, espiritual poder flotó hasta ella, y un escalofrío bajó por su espalda. Encuentra la Cerradura. Lo bueno es que la Bahía de la Calavera quedaba de paso en su camino hacia los Pantanos de Piedra en Eyllwe. Y mejor aún que su gobernante tenía un mapa mágico tatuado en las manos. Un mapa que revelaba enemigos, tormentas… y tesoros escondidos. Un mapa para encontrar cosas que no deseaban ser encontradas. Aelin bajó su mano, apoyando ambas sobre la barandilla y examinando la cicatriz a través de cada palma. Tantas promesas y juramentos hechos. Tantas deudas y favores que atender todavía. Aelin se preguntó qué respuestas y juramentos se encontraría en la Bahía Calavera. Si es que llegaban antes de que Erawan lo hiciera.


Capítulo 25 Traducido por Andiie RS Corregido por Ella R

Manon Blackbeak despertó con los susurros de las hojas, el distante canto de los pájaros cautelosos, y el hedor de la marga y vieja madera. Ella gimió mientras abría los ojos, entrecerrándolos ante la torda luz del sol que se colaba a través de las pesadas copas de los árboles. Ella conocía esos árboles. Oakwald. Seguía atada a la silla de montar, Abraxos estaba tumbado debajo de ella, su cuello estirado para poder monitorear sus respiraciones. Sus oscuros ojos se ensancharon con pánico mientras gemía, tratando de incorporarse. Había caído de llano sobre su espalda, indudablemente había estado acostada ahí por bastante tiempo, a juzgar por la sangre azul que cubría los costados de Abraxos. Manon levantó la cabeza para examinar su estómago y ahogó un grito cuando los músculos se contrajeron. Un calor húmedo goteó de su abdomen. Las heridas apenas habían cicatrizado, por eso se estaban rasgando tan fácilmente. Su cabeza palpitaba como cientos de forjas. Y su boca estaba tan seca que apenas podía mover la lengua. Primera tarea: bajar de la silla de montar. Después trataría de evaluarse a sí misma. Luego agua. Un arroyo farfullaba cerca, lo bastante cerca que se preguntó si Abraxos habría escogido aquel sitio a propósito. Él resopló preocupado, y ella siseó mientras su estómago se desgarraba un poco más. —Detente —dijo con voz áspera. —. Estoy…bien. No estaba bien, ni siquiera cerca de estarlo. Pero no estaba muerta. Y eso era un comienzo. La otra mentira: su abuela, las Trece, el reclamo Crochan… Lidiaría con eso cuando no tuviese un pie en la Oscuridad.


Manon se quedó ahí durante unos largos minutos, respirando a pesar del dolor. Limpiar la herida; detener el sangrado. No tenía nada encima más que cuero, y su blusa… No tenía la fuerza suficiente para hervir el lino. Debería rezar para que su gracia inmortal mantuviera al margen cualquier infección. Sangre Crochan en ella… Manon se incorporó en un repentino tirón, no dándose tiempo para negarse, mordiendo su labio tan fuerte para reprimir un grito, que hizo que sangrara llenando su boca de un sabor cobrizo. Pero al menos estaba incorporada. Sangre goteó por debajo del cuero que utilizaba para volar, pero se concentró en desabrochar el arnés, una hebilla a la vez. No estaba muerta. La Madre todavía tenía algún uso para ella. Libre del arnés, Manon miró fijamente la respiración de Abraxos sobre el suelo cubierto de musgo. Que la Oscuridad la amparara, esto iba a doler. El solo hecho de mover su cuerpo para girar su pierna hacia un costado la hizo apretar los dientes para evitar un sollozo. Si las uñas de su abuela hubieran estado envenenadas, ya estaría muerta. Pero habían estado dentadas, dentadas en vez de afiladas, y llenas de óxido. Una larga cabeza empujó su rodilla, y encontró a Abraxos ahí, con el cuello estirado, su cabeza justo debajo de sus pies y el ofrecimiento en sus ojos. No confiando en mantenerse consiente por mucho tiempo, Manon se deslizó sobre su amplia, ancha cabeza, respirando a través de las ondas de ardiente dolor. Su aliento calentó su fría piel mientras la depositaba suavemente sobre el claro lleno de hierba. Se recostó sobre su espalda, dejando que Abraxos la olfateara, un débil gimoteo provenía de él. —Bien… —ella jadeó. —Estoy…

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Manon se despertó al atardecer. Abraxos estaba enroscado alrededor de ella, su ala acomodada de tal modo que improvisaba un abrigo.


Al menos estaba caliente. Pero su sed… Manon gimió, y el ala se retrajo instantáneamente, revelando una cabeza curtida y ojos preocupados. —Tú… mamá gallina —jadeó, deslizando sus brazos debajo de ella y empujándose hacia arriba. Oh dioses, oh dioses, oh dioses… Pero ya estaba sentada. Agua. Ese arroyo… Abraxos era demasiado grande como para andar entre los árboles, pero necesitaba agua. Pronto. ¿Cuántos días habían pasado? ¿Qué tanta sangre había perdido? —Ayuda —ella respiró. Unas poderosas mandíbulas se cerraron alrededor del cuello de su túnica, levantándola con tal generosidad que hizo que el pecho de Manon se apretara. Se tambaleó, arrastrando una mano sobre su curtido costado, pero se mantuvo derecha. Agua, luego podría dormir más. —Espera aquí —dijo, trastabillando hacia el árbol más cercano, una mano en su vientre, Cuchilla de Viento se sentía como un peso en su espalda. Se debatió en dejar la espada atrás, pero cualquier movimiento extra, incluso el desatar la correa atada a través de su pecho, era impensable. Árbol tras árbol, se tambaleaba, las uñas clavándose en cada tronco para mantenerse a sí misma derecha, su respiración entrecortada llenando el silencio del bosque. Estaba viva, estaba viva… El arroyo era apenas más que un chorrito a través de las musgosas rocas. Pero era claro y rápido y la cosa más hermosa que había visto. Manon inspeccionó el agua. Si se arrodillaba, ¿se podría parar de nuevo? Dormiría aquí si tenía que hacerlo. Una vez que bebiera. Cuidadosamente, con los músculos temblando, se arrodilló en la orilla. Se tragó su sollozo mientras se inclinaba ante el arroyo, mientras más sangre emanaba de su herida. Bebió los primeros manojos sin parar, luego fue más despacio, su estómago doliendo dentro y fuera ahora. Una ramita se rompió, y Manon ya estaba sobre sus pies, su instinto sobrepasando el dolor tan rápido que la agonía la golpeó un instante más tarde. Pero de todas maneras escaneó los árboles, las rocas, las copas de los árboles y pequeñas colinas. Una fría voz femenina dijo desde el otro lado del arroyo—: Parece que caíste muy lejos de tu nido, Blackbeak. Manon no podía detectar a quién pertenecía, a que bruja a quien había conocido… Por detrás de las sombras de un árbol, una impactante mujer emergió.


Su cuerpo era flexible y ligero, su cabello castaño suelto cubría parcialmente su desnudez. Ni una sutura de ropa cubriendo aquella piel de color crema. Ni una cicatriz o marca estropeaba su piel pura como la nieve. El sedoso cabello de la mujer se movía con ella mientras se acercaba. Pero la mujer no era una bruja. Y sus ojos azules… Corre. Corre. Ojos de un azul glaciar resplandecían aún en la sombra del bosque. Y una boca totalmente roja, hecha para la habitación, se partió en una muy blanca sonrisa mientras analizaba a Manon, la sangre, la herida. Abraxos rugió en advertencia, haciendo temblar el suelo, los árboles, las hojas. —¿Quién eres? —Manon dijo, su voz tosca. La joven mujer ladeó la cabeza, como un petirrojo que veía a gusano retorcerse. —El Rey Oscuro me llama su Sabueso Sanguinario. Manon hizo que cada respiración contara mientras reunía fuerzas. —Nunca he escuchado hablar de ti —le dijo con voz áspera. Algo muy oscuro como para ser sangre se deslizó bajo la piel color crema en el abdomen de la mujer, luego desapareció. Colocó una pequeña, hermosa mano en el lugar donde se había retorcido, sobre la curva de su tenso vientre. —No habrías escuchado de mí. Hasta tu traición, estuve escondida debajo de esas otras montañas. Pero cuando él afiló el poder que existía dentro de mi propia sangre… —Esos ojos azules taladraron a Manon, y era maldad la que brillaba ahí. —Él podría hacer mucho contigo Blackbeak. Muchísimo. Me mandó para que llevara a su jinete coronado a su lado una vez más… Manon dio un paso hacia atrás, solo uno. —No hay dónde escapar. No con tu vientre apenas dentro de ti. —Ella sacudió su castaño cabello detrás de un hombro. —Oh, que diversión tendremos ahora que te encontramos, Blackbeak. Todos nosotros. Manon se tensó, desenvainando a Cuchilla del Viento mientras la forma de la mujer resplandecía como un sol negro, luego se onduló, los bordes expandiéndose, cambiando suavemente, hasta que… La mujer había sido una ilusión. Un encanto. La criatura que había yacido ante ella había nacido en la oscuridad, tan blanca que dudaba que alguna vez hubiera sentido el beso del sol hasta ahora. Y la mente que la había inventado… La imaginación de alguien nacido en otro mundo, uno donde las pesadillas merodeaban en la oscura y fría tierra. El cuerpo y la cara eran vagamente humanas. Pero, Sabueso Sanguinario. Sí, eso era conveniente. Las fosas nasales eran enormes, los ojos tan largos y sin párpados que se preguntó si el mismo Erawan se los habría extraído, y su boca… Los dientes eran muñones negros, la lengua gruesa y roja, para probar el aire. Y fuera de ese cuerpo blanco, la forma de viajar de Manon: alas. —Verás —el Sabueso Sanguinario ronroneó. —. ¿Verás lo que puede darte? Ahora puedo probar el viento, oler su propia médula. Justo como te olí a ti a través de la tierra. Manon dejó un brazo puesto sobre su vientre mientras el otro temblaba, levantando a Cuchilla del


Viento. El Sabueso Sanguinario se rió, bajo y suave. —Voy a gozar esto, supongo —dijo, y se precipitó. Viva, estaba viva, y se mantendría de esa forma. Manon se echó para atrás, deslizándose entre dos árboles, tan cerca que la criatura los golpeó, una pared de madera en su camino. Esos ojos de ternero se estrecharon con ira, y sus blancas manos, terminadas en garras capaces de excavar en la tierra, se hundieron en la madera mientras se movía hacia atrás… Solo para estancarse. Tal vez la Madre la estaba cuidando. El Sabueso Sanguinario se había introducido a sí mismo entre dos árboles, mitad fuera, mitad dentro, gracias a esas alas, la madera estrujándose… Manon corrió. Dolor rasgó a través de ella con cada paso, y sollozó a través de los dientes mientras corría deprisa entre los árboles. Un chasquido y un crujido de madera y hojas sonaron en su espalda. Manon se empujó a sí misma, una mano presionando contra su herida, agarrando a Cuchilla del Viento lo bastante fuerte que se sacudía. Pero ahí estaba Abraxos, ojos salvajes, las alas ya aleteando, preparándose para el vuelo. —Vamos —dijo con voz áspera, lanzándose contra él cuando la madera crujió atrás de ella. Abraxos la atrapó en el momento en que ella dio un salto en su dirección, pero no sobre él, sino hacia sus garras, en esas poderosas garras que la envolvían debajo de sus pechos, su estómago goteando un poco más mientras se levantaba hacia arriba, arriba, arriba, a través de madera y ramas y nidos. El aire chasqueaba bajo sus botas, y Manon con los ojos llorosos se asomó hacia abajo para ver las garras del Sabueso Sanguinario tratando de alcanzarla desesperadamente. Pero era demasiado tarde. Con un chillido de furia en sus labios, el Sabueso Sanguinario retrocedió unos cuantos pasos hacia el borde del claro, preparándose para hacer una carrera y saltar hacia aire, mientras las alas de Abraxos se sacudían como el infierno. Despejaron el cielo, sus alas aplastando ramas, arrojándolas hacia el Sabueso Sanguinario. El viento estrellándose contra Manon mientras Abraxos volaba con ella, más alto y más alto, en dirección al este, hacia las planicies, este y sur… La cosa no se detendría durante mucho tiempo. Abraxos lo sabía también. Lo había planeado. Un parpadeo de blanco rompió a través de las copas de los árboles debajo de ellos.


Abraxos arremetió. Una rápida y letal zambullida, su rugido de furia haciendo que la cabeza de Manon zumbara. El Sabueso Sanguinario no tuvo tiempo de inclinarse mientras la poderosa cola de Abraxos se cerró de golpe contra ella, púas de acero cubiertas de veneno dando en el blanco. Sangre negra y podrida salió disparada; las alas de membrana color marfil se dividieron. Después fueron de regreso hacia arriba mientras el Sabueso Sanguinario caía a través de las copas de los árboles, muriendo o herido, a Manon no le importaba. —Te encontraré —el Sabueso Sanguinario chirrió desde el suelo del bosque. Viajaron millas antes de que las palabras gritadas se desvanecieran. Manon y Abraxos se detuvieron lo suficiente para que ella trepara a su espalda y se atara a ella. No había ninguna señal de otros wyverns en los cielos, ni un indicio de que el Sabueso Sanguinario los estuviera persiguiendo. Quizás el veneno la mantendría escondida durante un tiempo, si no lo hacía permanentemente. —A la costa —Manon dijo por encima del viento mientras el cielo sangraba de color carmesí hasta volverse una oscuridad final. —. Un lugar seguro. La sangre goteó entre sus dedos, más rápido y más fuerte que antes, solo un momento antes de que la Oscuridad la reclamara de nuevo.


Capítulo 26 Traducido por Sandra Corregido por Cotota

Incluso después de dos semanas en la Bahía Calavera, siendo totalmente ignorados por Rolfe a pesar de sus peticiones de reunirse con ellos, Dorian no se había habituado por completo al calor y la humedad. Le perseguía día y noche, despertándole empapado en sudor, persiguiéndole dentro del Océano Rosa cuando el sol estaba en su cénit. Y desde que Rolfe se había negado a verles, Dorian trataba de llenar sus días con otras cosas a parte de quejarse por el calor. Las mañanas eran para practicar su magia en un claro de la jungla a unas pocas millas de distancia. Peor, Rowan le hacía correr hasta allí y de regreso; y cuando volvían para comer, tenía la “opción” de comer antes o después de uno de los agotadores entrenamientos de Rowan. Honestamente, Dorian no tenía ni idea de cómo Aelin había sobrevivido meses a eso, cómo se había enamorado del guerrero mientras lo hacía. A pesar de que suponía que tanto la reina como el príncipe poseían una vena sádica que los hacía compatibles. Algunos días, Fenrys y Gavriel se reunían con ellos en el patio de la posada para ejercitarse o para señalar cosas acerca de la técnica de Dorian con la espada y la daga sin habérselo pedido. Algunos días, Rowan les permitía quedarse, otros, les echaba con un gruñido. Esto último, Dorian se dio cuenta, sucedía cuando incluso el calor y el sol no podían alejar las sombras de los últimos pocos meses, cuando se despertaba sintiendo el sudor como la sangre de Sorscha, cuando no podía soportar siquiera el roce de su túnica contra su cuello. No sabía si agradecerle al Príncipe Fae por haberlo notado u odiarlo por la amabilidad. Durante las tardes, él y Rowan merodeaban por la ciudad en busca de rumores y noticias, mirando a los hombres de Rolfe tan cerca como los miraban a ellos. Sólo siete capitanes de la armada empobrecida de Rolfe estaban en la isla, ocho incluyendo a Rolfe, con aún menos embarcaciones ancladas en la bahía. Algunos habían huido tras el ataque del Valg; algunos ahora dormían con los peces en el fondo del puerto, junto con sus barcos. Los informes llegaron de Rifthold: la ciudad bajo el mando de las brujas, la mayor parte de ella en ruinas, la nobleza y los mercaderes habían huido a otros estados del país y abandonado la pobreza para valerse por sí mismos. Las brujas controlaban las puertas de la ciudad y los muelles, nada ni nadie atrancaba en ellos sin que ellas lo supieran. Peor aún, los barcos de la Brecha Ferian estaban navegando abajo por el Avery hacia Rifthold, llevando extraños soldados y bestias que habían transformado la ciudad en su terreno de caza personal.


Erawan no estaba siendo tonto con los planes de esta guerra. Esos barcos merodeando por el Avery eran demasiado pequeños, había dicho Rowan, y no había forma de que la fuerza situada en el Punto Muerto fuera la totalidad de la armada de Erawan. Así que, ¿dónde había estado la flota de Adarlan todo este tiempo? Rowan había descubierto la respuesta después de cinco días de estancia: el Golfo de Oro. Parte de la flota había estado posicionada cerca de la costa noreste de Eyllwe, parte escondida en los puertos de Melisande, donde, según los rumores, su reina estaba permitiendo circular a los soldados de Morath en la dirección que quisieran. Erawan había dividido su flota con habilidad, emplazándola en tantos lugares estratégicos que Rowan informó a Dorian de que tendría que sacrificar tierras, aliados y ventajas geográficas para mantener otras. Dorian odiaba admitir al guerrero Fae que él nunca había oído hablar sobre ninguno de esos planes en los últimos años, las reuniones de su consejo sólo trataban de política, comercio y esclavos. Una distracción, se dio cuenta, una manera de mantener a los señores y gobernantes del continente enfocados en una cosa mientras otros planes eran puestos en marcha. Y ahora… si Erawan había convocado a la flota del golfo, probablemente navegarían alrededor de la costa sur de Eyllwe y saquearían todas las ciudades hasta que llegaran a la puerta de Orynth. Tal vez tuvieran suerte y la flota de Erawan se encontrara con la de Maeve. Aunque no habían escuchado nada de ésta última. Ni siquiera un susurro de dónde y cuán rápido navegaban sus barcos. O un susurro de dónde había ido Aelin Galathynius. Dorian sabía que Rowan cazaba por la ciudad, por noticias sobre ella. Así que Dorian y Rowan recogían núcleos de información y volvían a la posada cada noche para analizarlos junto con gambas especiadas de las templadas aguas del archipiélago y arroz al vapor de comerciantes del sur del continente, sus vasos de color naranja, infusiones descansando sobre los mapas y cartas de navegación que habían comprado en la ciudad. La información era sobre todo de segunda –o tercera mano–, y una prostituta corriente que patrullaba las calles que parecía saber tanto como los marineros que trabajaban en los muelles. Pero ninguna de las prostitutas o de los marineros tenía noticias de la suerte del Príncipe Hollin o de la Reina Georgina. La guerra se acercaba, y el destino de un niño y una reina trivial quien nunca se había molestado en tomar el poder por sí misma era de poco interés para cualquiera, excepto para Dorian, al parecer. En una tarde particularmente tórrida, refrescada ahora gracias a una tormenta eléctrica deslumbrante, Dorian había dejado su tenedor junto a su plato de peces de arrecife al vapor y dijo a Rowan: —Creo que estoy cansado de esperar a que Rolfe se reúna con nosotros. El tenedor de Rowan resonó en su plato cuando lo bajó, y esperó con calma sobrenatural. Dónde habían estado Gavriel y Fenrys por la tarde, le importaba poco. Dorian estaba realmente agradecido por su ausencia cuando dijo: —Necesito algo de papel, y un mensajero.


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Rolfe los convocó a ellos y al cadre en la taberna del Dragón del Mar tres horas después. Rowan había estado enseñándole a escudarse en los últimos días, y Dorian erigió uno alrededor de sí mismo cuando Rolfe los llevaba a los cuatro por el pasillo de encima de la taberna, en dirección a su despacho. Su idea se había desenvuelto suavemente, perfectamente. Nadie había notado que la carta que Rowan había mandado después de la comida era la misma carta que más tarde fue entregada a Dorian en la posada. Pero los espías de Rolfe se habían dado cuenta del shock que Dorian había representado mientras la leía, la consternación, el miedo y la rabia ante la noticia que había recibido. Rowan, como era de esperar, se había acelerado y gruñido ante las noticias recibidas. Se habían asegurado de que el criado que estaba fregando el pasillo hubiera escuchado su mención de que esa información alteraba el curso de la guerra, que el propio Rolfe podría ganar mucho de ella, o perder todo. Y ahora, a zancadas de la oficina del hombre, Dorian no podía decir si le complacía o le enervaba que fueran observados tan de cerca que su plan había funcionado. Gravriel y Fenrys, por suerte, no habían hecho preguntas. El Señor de los Piratas, vestido con una chaqueta azul pálido y oro, se detuvo ante la puerta de roble de su oficina. Sus guantes puestos, el rostro un poco demacrado. Dudaba que la expresión mejorase cuando Rolfe se diera cuenta de que no había ninguna noticia, y que tendría esta reunión tanto si quería como si no. Dorian captó que los tres machos Fae evaluaban cada respiración de Rolfe, su postura, escuchando los sonidos del primer y segundo oficial un nivel por debajo. Los tres intercambiaron imperceptibles asentimientos de cabeza. Aliados, al menos hasta que Rolfe les escuchase. Rolfe abrió la puerta, murmurando: —Espero que esto valga mi tiempo —y se dirigió hacia la penumbra más allá. A continuación, se detuvo en seco. Incluso en la luz acuosa, Dorian podía ver perfectamente a la mujer sentada en el escritorio de Rolfe, su ropa negra sucia, armas relucientes y sus pies apoyados sobre la superficie de madera oscura. Aelin Galathynius, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza, les sonrió a todos y dijo: —Me gusta mucho más este despacho que el otro, Rolfe.


Capítulo 27 Traducido por Stephany Sojo Corregido por Cotota

Dorian no se atrevió a moverse cuando Rolfe dejó salir un gruñido. —Tengo un recuerdo claro, Celaena Sardothien, de decir que si tu ponías un pie en mi territorio de nuevo, tu vida acabará. —Ah —dijo Aelin, bajando sus manos pero dejando sus pies todavía apoyados sobre la mesa de Rolfe—. Pero ¿dónde estaría la diversión en eso? Rowan todavía era como la muerte al lado de él. La sonrisa de Aelin se convirtió en felina cuando finalmente bajó sus pies y corrió sus manos a lo largo de un lado de la mesa, evaluando la suave madera como si fuera un caballo de premio. Ella inclino su cabeza a Dorian. —Hola, Majestad. —Hola, Celaena —dijo con toda la calma que pudo, muy consciente de que los dos machos Fae detrás de él podían escuchar su corazón tronando. Rolfe giró la cabeza hacia él. Porque era Celaena quien estaba sentada aquí, para cualquier propósito, era Celaena Sardothien en esta habitación. Ella apuntó con su barbilla hacia Rolfe. —Has visto mejores días, pero considerando que la mitad de tu flota te abandonó, yo diría que luces lo suficientemente decente. —Sal de mi silla —dijo Rolfe demasiado bajo. Aelin no hizo tal cosa. Ella solamente le dio a Rowan un barrido sensual desde los pies a la cara. La expresión de Rowan permaneció ilegible, la intención en sus ojos, cercanos a brillar. Y luego Aelin le dijo a Rowan con una sonrisa secreta. —Tú, no lo sé, pero me gustas. Los labios de Rowan tiraron hacia arriba. —No estoy en el mercado, por desgracia.


—Lástima —dijo Aelin, ladeando la cabeza mientras notaba un plato de pequeñas esmeraldas en la mesa de Rolfe. No lo hagas, no… Aelin limpió las esmeraldas en una mano, seleccionándolas mientras miraba a Rowan debajo de sus pestañas. Debe ser una rara y asombrosa belleza para serle tan fiel. Dioses sálvenlos a todos ellos. Él podría haber jurado que Fenrys tosió detrás de él. Aelin tiró las esmeraldas en el plato de metal como si fueran trozos de cobre, el ruido sordo siendo el único sonido. —Debe ser inteligente —ruido sordo— y fascinante —ruido sordo— y muy, muy talentosa —Ruido sordo, ruido sordo, ruido sordo hacían las esmeraldas. Ella examino las cuatro gemas restantes en su mano—. Debe ser la persona más maravillosa que jamás haya existido. Otra tos detrás de él, de Gavriel esta vez. Pero Aelin solo tenía ojos para Rowan cuando el guerrero le dijo: —Es de hecho eso. Y más. —Hmmm —dijo Aelin, rodando las esmeraldas en su palma llena de cicatrices con experta facilidad. Rolfe gruñó: —Qué. Estás. Haciendo. Tú. Aquí. Aelin vertió las esmeraldas en el plato. —¿Es esa la manera de hablar con una vieja amiga? Rolfe se dirigió hacia la mesa, y Rowan se estremeció con moderación cuando el Señor de los Piratas apoyó las manos sobre la superficie de la mesa. —Lo último que escuché, es que tu maestro estaba muerto, y vendiste el gremio a sus subalternos. Eres una mujer libre. ¿Qué haces en mi ciudad? Aelin se encontró con sus ojos verde mar, con una irreverencia que Dorian se preguntó si había nacido con ella o se había perfeccionado a través de la habilidad, y la sangre y la aventura. —La guerra está llegando, Rolfe. ¿No se me permite sopesar mis opciones? Pensé ver qué planeas hacer tú. Rolfe miro por encima de su hombro ancho a Dorian. —Los rumores dicen que ella era tu Campeona este otoño. ¿Quieres tratar con esto? Dorian dijo suavemente:


—Vas a encontrar Rolfe, que uno no trata con Celaena Sardothien. Uno sobrevive a ella. Un destello de una sonrisa de Aelin. Rolfe rodo los ojos y le dijo a la reina asesina: —Así que, ¿cuál es el plan, entonces? Hiciste un negocio para salir de Endovier, te convertiste en la Campeona del Rey, y ahora que él está muerto, ¿deseas ver cómo puedes beneficiarte? Dorian intentó no estremecerse. Muerto, su padre estaba muerto y en sus propias manos. —Sabes cómo funcionan mis gustos —dijo Aelin—. Incluso con la fortuna de Arobynn y la venta del gremio… La guerra puede ser un tiempo provechoso para las personas que son inteligentes con sus negocios. —¿Y dónde está la mocosa de dieseis años autosuficiente que destruyó seis de mis naves, robó dos de ellas y destruyó mi ciudad, todo por el bien de doscientos esclavos? Una sombra brilló en los ojos de Aelin que envió un escalofrío por la columna de Dorian. —Pasa un año en Endovier, Rolfe, y se aprende rápidamente cómo jugar un tipo diferente de juego. —Te lo dije —Rolfe hervía de veneno silencioso—. Tú tendrás que pagar un día por tanta arrogancia. La sonrisa de Aelin se convirtió en letal. —De hecho lo hice. Y lo mismo hizo Arobynn Hamel. Rolfe parpadeó, sólo una vez, luego se enderezó. —Sal de mi asiento. Y vuelve a poner la esmeralda que deslizaste bajo tu manga. Aelin inhaló, y con un destello de sus dedos, una esmeralda, la cuarta que Dorian había olvidado, apareció entre sus dedos. —Bueno. Al menos tu vista no está fallando en tu vejez. —Y la otra —dijo Rolfe con los dientes apretados. Aelin volvió a sonreír. Y luego se echó hacia atrás en la silla de Rolfe, levantó la cabeza, y escupió una esmeralda que de alguna manera ella había mantenido oculto bajo su lengua. Dorian vio el arco de la joya limpiamente a través del aire. Un golpe seco en el plato fue el único sonido. Dorian miró a Rowan. Pero el deleite brillaba en los ojos del príncipe, el deleite y el orgullo y la lujuria que se cocía a fuego. Dorian apartó rápidamente la mirada. Aelin le dijo al Señor de los Piratas: —Tengo dos preguntas para ti.


La mano de Rolfe se movió hacia su espada. —No estás en posición privilegiada para hacer preguntas. —¿No lo estoy? Después de todo, te hice una promesa hace dos años y medio. Una que firmaste. Rolfe gruñó. Aelin apoyó su barbilla sobre un puño. —¿Tienes tú o tiene cualquiera de tus barcos comprando, negociando, o transportando esclavos desde ese… día desafortunado? —No. Una leve inclinación de cabeza satisfecha —¿Y proporcionaste un refugio para ellos aquí? —No hemos salido de nuestro camino, pero si alguno llegara, sí —cada palabra era más apretada que la anterior, un resorte a punto de estallar hacia adelante y estrangular a la reina. Dorian oró para que el hombre no fuera lo suficientemente tonto para lanzarse sobre ella. No con Rowan observando cada uno de sus alientos. —Bien y bien —dijo Aelin—. Inteligente de ti, no mentirme. Como me tomé la libertad cuando llegué esta mañana para mirar en tus almacenes, dar una vuelta en los mercados. Y entonces me encontré aquí... —ella pasó las manos sobre los papeles y libros sobre la mesa—, para ver tus libros de contabilidad por mí misma —ella arrastró un dedo por una página que contenía varias columnas y números—. Textiles, especias, artículos de porcelana para el comedor, arroz del continente del sur, y diversos contrabandos, pero... no hay esclavos. Tengo que decir que estoy impresionada. Tanto porque cumpliste tu palabra y por mantener bien cuidados los registros. Un bajo gruñido. —¿Sabes lo que me costó tu truco? Aelin movió sus ojos hacia un trozo de pergamino en la pared, varias dagas, espadas, e incluso tijeras incrustadas en ella, prácticas de tiro, al parecer, por Rolfe. —Bueno, está la lista del bar del que salí sin pagar... —dijo sobre el documento, que era de hecho una lista de elementos, y sagrados dioses, era una gran suma de dinero. Rolfe se volvió hacia Rowan, Fenrys, y Gavriel. —¿Quieren mi ayuda en esta guerra? Aquí está el costo. Mátenla. Ahora. Entonces mis barcos y hombres son suyos. Los ojos oscuros de Fenrys brillaban, pero no hacia Rolfe, cuando Aelin se puso de pie. Sus ropas eran negras desgastadas por el viaje, su cabello dorado brillando a la luz gris. E incluso en una habitación de asesinos profesionales, se llevó la mayor parte de aire.


—Oh, yo no creo que lo hagan —dijo—. O incluso puedan. Rolfe se volvió a ella. —Encontrarás que no eres tan hábil en la cara de los guerreros Fae. Ella señaló una de las sillas frente al escritorio. —Es posible que desees sentarte. —Vete al infierno Aelin dejó escapar un silbido. —Permítame presentarle a usted, capitán Rolfe, a la incomparable, la hermosa, y la absoluta y absolutamente versátil Reina de Terrasen. Las cejas de Dorian se arrugaron. Pero sonaron pasos, y entonces– Los machos se giraron mientras Aelin Galathynius de hecho entró en la habitación, vestido con una túnica de color verde oscuro igual de desgastada y sucia, el pelo de oro suelto, con los ojos de color turquesa y oro riendo cuando pasó de largo ante una boca abierta Rolfe y se sentó en el brazo del sillón de Aelin. Dorian no podía decirlo, sin el sentido del olfato de un Fae, no podía decirlo. —¿Qué…qué maldad es esta?—soltó Rolfe entre dientes, dando un solo paso. Aelin y Aelin se miraron entre sí. La de negro sonrió hacia la recién llegada. —Oh, es magnífica, ¿verdad? La de verde sonrió, pero a pesar de su alegría, toda su malvada travesura... Era una sonrisa suave, hecha con una boca que estaba quizás menos acostumbrada a gruñidos y dientes al descubierto y alejarse diciendo cosas horribles, arrogantes. Lysandra, entonces. Las dos reinas se enfrentaron a Rolfe. —Aelin Galathynius no tenía gemela —gruñó, una mano en su espada. Aelin de negro, la verdadera Aelin, que había sido uno de ellos desde el principio, hizo rodar sus ojos. —Ugh, Rolfe. Arruinas mi diversión. Por supuesto que no tengo una gemela. Ella tiró su barbilla hacia Lysandra, y la carne de la cambiadora brilló y se fundió, el pelo convirtiéndose en una pesada, recta caída de cabellos oscuros, su piel siendo besada por el sol, con los ojos brillando de un llamativo verde. Rolfe ladró en alarma y se tambaleó hacia atrás sólo para que Fenrys lo sostuviera con una mano


en el hombro cuando el guerrero Fae dio un paso adelante, con los ojos muy abiertos. —Una cambia formas —respiró Fenrys. Aelin y Lysandra se fijaron en el guerrero con una mirada impresionada que habría enviado a hombres inferiores a correr. Incluso el plácido rostro del Gavriel estaba flojo a la vista de la cambia formas: sus tatuajes moviéndose mientras tragaba. El padre de Aedion. Y si Aedion estaba aquí con Aelin... —A pesar de estar tan intrigado como yo de ver al cadre presente —dijo Aelin—, ¿va a verificar que Su Gran Excelencia Pirata que soy quien digo ser, y podemos pasar a asuntos más urgentes? La cara de Rolfe estaba blanca de la furia al darse cuenta de que todos habían conocido quien verdaderamente se sentó delante de ellos. Dorian dijo: —Ella es Aelin Galathynius. Y Celaena Sardothien. Pero fueron Fenrys y Gavriel, de la parte exterior, a quién Rolfe se volvió. Gavriel asintió, los ojos de Fenrys ahora fijos en la reina. —Ella es quien dice ser. Rolfe se volvió hacia Aelin, pero la reina frunció el ceño hacia Lysandra mientras la cambia formas le entregó un tubo con un sello de cera. —Hiciste tu pelo más corto. —Trata de llevar el pelo largo como este y mira si duras más de un día —dijo Lysandra, tocando el cabello cepillado de su clavícula. Rolfe caminó hacia ellos. Aelin sonrió a su compañero y se enfrentó al Señor de los Piratas. —Por lo tanto, Rolfe —la reina, arrastrando las palabras, lanzaba el tubo de mano en mano—, vamos a hablar de este pequeño negocio de negarte a ayudar a mi causa.


Capítulo 28 Traducido por Cocota Corregido por Ella R

Aelin Galathynius no se molestó en contener su suficiencia cuando Rolfe señaló la mesa grande al lado derecho de su oficina, mucho más grande que el pedazo de mierda de oficina en donde una vez ella y Sam lo conocieron. Ella alcanzó de un paso su asiento designado antes de que Rowan estuviera a su lado, una mano sobre su codo. Su cara, oh, dioses, ella había extrañado esa cara dura e inquebrantable, estaba tensa cuando él se inclinó para susurrar con la suavidad de un Fae. —El cadre está trabajando con nosotros con la condición de conducirlos a Lorcan, puesto que Maeve los mandó a matarlo. Me he negado a revelar su paradero. La mayoría de la flota de Adarlan está en el Golfo de Oro gracias a algún acuerdo asqueroso con Melisande para utilizar sus puertos y la propia escuadra de Maeve está navegando hacia Eyllwe… si es para atacar o ayudar, no lo sabemos. Bueno, era agradable saber que el absoluto el infierno les esperaba y que la información sobre la armada de Maeve era correcta. Pero entonces Rowan añadió—: Y te extrañé como los demonios. Ella sonrió a pesar de lo que le había dicho, retrocediendo para mirarlo. Intacto, ileso. Era más de lo que podía haber esperado. Incluso con la noticia que hubo entregado. Aelin decidió que particularmente no le importaba una mierda quién estaba viendo y se puso de puntillas para rozar su boca contra la suya. Había utilizado todo su ingenio y habilidades para evitar dejar rastros de su olor que él detectara, y el deleite sorprendido en su rostro había valido absolutamente la pena. La mano de Rowan en su brazo la apretó mientras se alejaba. —El sentimiento, Príncipe — murmuró—, es mutuo. Los otros estaban haciendo lo posible para no verlos, salvo por Rolfe, que todavía estaba hirviendo. —Oh, no luzca tan enfadado, Capitán —dijo, alejándose de Rowan y deslizándose en un asiento frente a Rolfe. —. Me odia, lo odio, y ambos odiamos que nos digan qué hacer los entrometidos gobernantes de imperios… es una combinación perfecta. Rolfe escupió. —Casi destruiste todo por lo que he trabajado. Tu lengua de plata y arrogancia no te ayudarán en esto. Solo por el placer de hacerlo, ella le sonrió y le sacó la lengua. No era una cosa real, pero una lengua


bífida de fuego de plata se retorció como una serpiente en el aire. Fenrys se atragantó con una risa oscura. Ella no le hizo caso. Se ocuparía de su presencia allí después. Ella solo rezó para ser capaz de advertirle a Aedion antes de que se encontrara con su padre, quien ahora estaba sentado dos asientos más allá, y la miraba boquiabierto como si ella tuviera diez cabezas. Dioses, incluso la expresión era como la de Aedion. ¿Cómo no se dio cuenta esa primavera en Wendlyn? Aedion había sido un niño la última vez que ella lo había visto, pero ahora era un hombre… Con la inmortalidad de Gavriel, incluso lucían de la misma edad. Diferentes de muchas maneras, pero esa mirada… era un reflejo. Rolfe no estaba sonriendo. —Una reina que juega con fuego no es alguien que pueda ser un aliado sólido. —Y un pirata cuyos hombres lo abandonaron en la primera prueba de lealtad lo hace un comandante naval de mierda, sin embargo, aquí estoy, en esta mesa. —Cuidado, chica. Me necesitas más de lo que yo te necesito a tí. —¿Lo hago? —Un baile, es lo que era todo aquello. Mucho antes de que ella hubiera puesto un pie en esta horrible isla, esto había sido un baile, y ahora estaba entrando en su segundo movimiento. Dejó la carta de recomendación sellada por Murtaugh sobre la mesa entre ellos. — La forma en que lo veo, tengo el oro y tengo la capacidad de elevarlo de un delincuente común a un respetable, establecido hombre de negocios. Fenharrow puede discutir quién es el dueño de estas islas, pero… ¿y si fuera a darle mi apoyo a usted? ¿Y si fuera a convertirlo no un Señor Pirata sino en un Rey Pirata? —¿Y quién comprobaría la palabra de una princesa de diecinueve años de edad? Ella sacudió con fuerza su barbilla hacia el tubo sellado con cera. —Murtaugh Allsbrook lo haría. Él le escribió una bonita y larga carta sobre ello. Rolfe levantó el tubo, lo estudió y con una risita lo arrojó hacia el cubo de basura. El golpe hizo eco a través de la oficina. —Yo lo haría —dijo Dorian, inclinándose hacia delante antes de que Aelin pudiera gruñir por la carta ignorada. —. Nosotros ganaremos esta guerra, y tendrás a los dos reinos más grandes en este continente proclamándote el indiscutible Rey de los Piratas. La Bahía de la Calavera y las Islas Muertas no se convertirían en un refugio para tu pueblo, sino en un buen hogar. Un nuevo reino. Rolfe dejó escapar una risa baja. —La charla de jóvenes idealistas y soñadores. —El mundo —dijo Aelin—, será salvado y rehecho por los soñadores, Rolfe. —El mundo será salvado por guerreros, hombres y mujeres que derramen su sangre por él. No por promesas vacías y sueños dorados. Aelin puso sus manos sobre la mesa.


—Quizás. Pero si ganamos esta guerra, será un nuevo mundo… uno libre. Esa es mi promesa, para usted y para cualquier persona que vaya a marchar bajo mi bandera. Un mundo mejor. Y tendrá que decidir cuál será su lugar en él. —Esa es la promesa de una niña que todavía no sabe cómo funciona realmente el mundo —dijo Rolfe—. Los maestros son necesarios para mantener el orden, para mantener las cosas funcionando productivamente. No terminará bien para aquellos que buscan solo destruirlas. Aelin ronroneó—: ¿Quieres oro, Rolfe? ¿Quieres un título? ¿Quieres gloria o una mujer o tierra? ¿O es solo la sed de sangre la que te maneja? —Ella le dio una mirada afilada a sus manos enguantadas. — ¿Cuál sería el costo del mapa? ¿Cuál sería el objetivo final para ese sacrificio tuviera lugar? —No hay nada que puedas ofrecer o decir, Aelin Galathynius, que no pueda alcanzar por mí mismo —Una sonrisa maliciosa. —. A menos que piensen en ofrecerme tu mano y hacerme rey de tu territorio… esa podría ser una propuesta interesante. Bastardo. Egoísta, horrible bastardo. Él la había visto con Rowan. Se mantenía con calma mientras ambos tomaban asiento, la muerte en los ojos de Rowan. —Parece que le estás apostando al caballo equivocado —canturreó Rolfe. Él movió sus ojos hacia Dorian—. ¿Qué noticias has recibido? Pero ese caballo equivocado le cortó suavemente. —No hay ninguna. Pero te alegrará saber que tus espías en el Océano Rosa sin duda están haciendo su trabajo. Y que Su Majestad es un actor consumado. —Aelin contuvo una risa. La cara de Rolfe se oscureció. —Salgan de mi oficina. Dorian dijo fríamente—: ¿Debido a un pequeño rencor te niegas a considerar aliarte con nosotros? Aelin resopló. —Dificilmente llamaría a la destrucción de su pobre ciudad de mierda y de sus naves un “pequeño rencor”. —Tienes dos días para irte de esta isla —dijo Rolfe, sus dientes apretados. —. Después de eso, la promesa que hice dos años y medio atrás todavía se mantendrá —Una burla a sus compañeros—. Llévate a tú… colección de animales salvajes contigo. Humo se enroscó en su boca. Había esperado un debate, pero… Era momento de reagruparse, un tiempo para ver lo que Rowan y Dorian habían hecho y planificar los próximos pasos. Dejó que Rolfe pensara que ella dejaba el baile sin terminar por ahora. Aelin caminó en el estrecho pasillo, una pared de músculo a sus espaldas y a su lado, y se enfrentó a otro dilema: Aedion. Él estaba merodeando fuera de la posada para monitorizar cualquier fuerza hostil. Si ella iba directo hacia él, sería llevarlo cara a cara con su perdido hace mucho tiempo y completamente ajeno padre. Aelin dio tres pasos por el pasillo cuando Gavriel dijo detrás de ella—: ¿Dónde está él?


Lentamente, se volvió a mirarlo. El rostro moreno del guerrero era apretado, los ojos llenos de tristeza y acero. Ella sonrió. —Si te refieres al dulce, querido Lorcan… —Sabes a quién me refiero. Rowan dio un paso entre ellos, sin que su cara dura produzca algo. Fenrys se metió en el pasillo, cerrando la puerta del despacho de Rolfe, y los observó con oscura diversión. Oh, Rowan le había contado mucho sobre él. Un rostro y cuerpo que mujeres y hombres matarían por poseer. Lo que Maeve le obligó a hacer, lo que había dado por su gemelo. Pero Aelin se pasó la lengua por los dientes y le dijo a Gavriel—: No sería mejor preguntar ¿Quién es él? Gavriel no sonrió. No se movió. Estaba comprando tiempo, ganando tiempo para Aedion… —A ti no te toca decidir cuándo, dónde y cómo te reunirás con él —dijo Aelin. —Es mi hijo, maldecido por los dioses. Creo que tengo el derecho de hacerlo. Aelin se encogió de hombros. —Ni siquiera tienes la oportunidad de decidir si se te permite llamarlo así. Esos ojos castaños brillaron; las manos tatuadas se cerraron en puños. Pero Rowan dijo—: Gavriel, ella no tiene la intención de alejarlo de ti. —Dime dónde está mi hijo. Ahora. Ah, allí estaba. La cara del León. El guerrero quien derribó ejércitos, cuya reputación hacía que los soldados más fríos se estremecieran. Cuyos guerreros caídos estaban tatuados por todo su cuerpo. Pero Aelin miró sus uñas, y luego frunció el ceño ante la sala que quedó vacía detrás de ella. —No tengo ni idea de dónde ha ido. Parpadearon, luego se giraron a contemplar dónde Lysandra había estado una vez. Donde ella había ahora desaparecido, volando, resbalando o arrastrándose lentamente hacia la ventana abierta. Para alejar a Aedion. Aelin solo le dijo a Gavriel, su voz plana y fría—: No vuelvas a darme órdenes.

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Aedion y Lysandra ya estaban esperando en el Océano Rosa y mientras entraban al bonito patio, Aelin apenas sacó la energía necesaria para comentarle a Rowan que estaba sorprendida de que no hubiera cedido ante el pedido del guerrero.


Dorian, unos pasos detrás, se rió en voz baja, lo cual era bueno, supuso. Bueno que se estuviera riendo. No lo había hecho la última vez que lo vio. Y habían pasado semanas desde que ella misma había reído, sintió que aquel peso se levantaba el tiempo suficiente como para hacerlo. Le dio a Rowan una mirada que le decía que lo encontraría en el piso de arriba y se detuvo a mitad de su camino a través del patio. Dorian, sintiendo su intención, se detuvo también. El aire de la noche estaba cargado de fruta dulce y enredaderas, la fuente en el centro gorgoteando en voz baja. Se preguntó si el dueño de la posada procedía del Desierto Rojo, si ellos habrían visto el uso del agua, la piedra y la vegetación en la Fortaleza de los Asesinos Silenciosos. Pero Aelin le murmuró a Dorian—: Lo siento. Sobre lo de Rifthold. El rostro curtido por el verano del rey se tensó. —Gracias… por la ayuda. Aelin se encogió de hombros. —Rowan está siempre buscando una excusa para mostrarse. Los rescates dramáticos le dan propósito y finalidad a su aburrida e inmortal vida. Se escuchó una tos acentuada desde las puertas del balcón abierto por encima de ellos, lo suficientemente afilada como para informarle que Rowan la había oído y no olvidaría la pequeña broma cuando estuvieran solos. Esbozó una sonrisa. Fue una sorpresa y una delicia, supuso, que una relajada y respetuosa calma fluyera entre Rowan y Dorian durante su paseo hasta aquí. Hizo un gesto para que el rey continuara junto a ella y le dijo en voz baja, muy consciente de cuántos espías poseía Rolfe dentro del edificio. —Parece que tú y yo estamos actualmente sin coronas, gracias a unas pocas piezas de papel de mierda. Dorian no le devolvió la sonrisa. Las escaleras crujieron bajo sus pies mientras se dirigían a la segunda planta. Estaban casi en la sala que Dorian había indicado cuando dijo—: Tal vez es una cosa buena. Ella abrió y cerró la boca, y optó, por una vez, guardar silencio, moviendo la cabeza un poco al entrar a la recámara. La reunión estaba en silencio, totalmente. Rowan y Dorian dispusieron con todo detalle lo que les había sucedido, Aedion presionando para saber el recuento de las brujas, sus armaduras, la forma en que volaban, las formaciones que utilizaban. Cualquier cosa para alimentar a la Perdición, para amplificar sus defensas en el norte, independientemente de quién los mandara. El general del Norte, quién tomaría todas las piezas y construiría su resistencia. Pero la gran facilidad con la que la legión de las Dientes de Hierro había tomado la ciudad… —Manon Blackbeak —reflexionó Aedion—, sería una aliada valiosa, si podemos conseguir que volviera. Aelin echó un vistazo a los hombros de Rowan, donde una pequeña cicatriz ahora estropeaba la


piel de oro debajo de su ropa. —Tal vez tener a Manon para enfurecer a sus parientes encendería una batalla interna entre las brujas —dijo—. A lo mejor nos ahorrarían la tarea de matarlas y se destruirían entre sí. Dorian se enderezó en su silla, pero solo el cálculo frío se arremolinaba en sus ojos cuando respondió—: Pero ¿qué es lo que quieren? Más allá de nuestras cabezas, quiero decir. ¿Por qué aliarse con Erawan en absoluto? Y todos ellos parecieron ver entonces el fino collar de cicatrices que estropeaban la base de la garganta de Aelin, donde el aroma la marcaba de forma permanente como una Asesina de Brujas. Baba Yellowlegs había visitado el castillo este invierno para esa alianza, pero ¿y si hubiera habido algo más? —Podemos contemplar los porqués y el cómo más tarde —declaró Aelin. —. Si nos encontramos con cualquiera de las brujas, las capturamos con vida. Quiero resolver algunas dudas. Luego ella explicó lo que había visto en Ilión. La orden que Brannon le había dado: Encontrar la Cerradura. Bueno, él y su pequeña misión podían hacer la fila. Era interminable, supuso mientras cenaba aquella noche cangrejo sazonado con especias y arroz. Esta carga, estas amenazas. Erawan había estado planeando esto durante décadas. Tal vez durante siglos, mientras él dormía, había planeado llevar a cabo todo esto. Y ella estaba a punto de recibir nada más que las órdenes oscuras de miembros de la realeza muertos hace mucho tiempo para encontrar una manera de detenerlo, contaba con nada más que malditos meses para reunir una fuerza contra él. Dudaba que fuera una coincidencia que Maeve navegara por Eyllwe en el mismo momento en que Brannon le ordenó que fuera a los Pantanos de Piedra en la península suroeste. O que la maldita flota de Morath estuviera tan cerca del Golfo de Oro, justo por el otro lado. No era tiempo suficiente para hacer lo que necesitaban, para arreglar las cosas. Pero… pequeños pasos. Ella tenía que lidiar con Rolfe. El pequeño detalle para asegurar la alianza de su pueblo. Y el mapa que ella todavía tenía que convencerlo de usar para ayudarla en la búsqueda de la Cerradura. Pero primero… mejor asegurar que el infernal mapa efectivamente funcionaba.


Capítulo 29 Traducido por Cocota Corregido por Ella R

Demasiados animales merodeando por las calles a esa hora podían atraer el tipo equivocado de atención. Pero Aedion todavía deseaba que la Cambiaformas estuviera usando piel o plumas en lugar de… esto. No es que fuera un dolor de ojos el verla como una mujer joven de pelo castaño y ojos verdes. Ella podría haber pasado como una de las preciosas doncellas de las montañas del norte de Terrasen con esa coloración. Era debido a quién tenía que ser Lysandra mientras esperaban justo dentro de un callejón. Debido a quién se suponía que debía ser él, también. Lysandra se apoyó contra la pared de ladrillo, un pie apoyado contra él para revelar el largo de su muslo de color blanco cremoso. Y Aedion, con su mano apoyada contra la pared al lado de la cabeza de ella, no era más que un cliente de una hora. No había sonidos en el callejón, excepto el repiqueteo de las ratas excavando a través de la fruta podrida, putrefacta. La Bahía de la Calavera era precisamente la pocilga que él esperaba que fuera, tal como su Señor Pirata. Quién ahora, sin saberlo, llevaba encima el único mapa que conducía a la Cerradura que Aelin tenía que ordenado encontrar. Cuando Aedion se había quejado de que por supuesto era un mapa que no podían robar, Rowan fue quien sugirió este… plan. Trampa. Lo que sea que fuese. Miró la delicada cadena de oro colgando alrededor de la pálida garganta de Lysandra, trazando su longitud por debajo de la parte delantera de su corpiño, donde el Amuleto de Orynth estaba ahora escondido debajo. —¿Admirando la vista? Aedion parpadeó frente a la generosa visión de sus pechos. —Lo siento. Sin embargo, la Cambiaformas de alguna manera notó los pensamientos agitados en su cabeza. —¿Piensas que esto no va a funcionar? —Creo que hay un montón de cosas valiosas en esta isla, ¿por qué Rolfe se molestaría en ir tras esto? —Tormentas, enemigos, y tesoros, era lo que el mapa mostraba. Y desde que él y Lysandra no eran los dos primeros… solo uno, al parecer, sería capaz de aparecer en ese mapa tatuado en las manos de Rolfe.


—Rowan afirmó que Rolfe encontraría el amuleto suficientemente interesante como para ir tras él. —Rowan y Aelin tienen una tendencia para decir una cosa y que signifique algo completamente distinto —Aedion exhaló una respiración por la nariz. —. Ya hemos estado aquí una hora. Ella arqueó una ceja castaña rojiza. —¿Tienes algún otro lugar para ir? —Estás cansada. —Todos estamos cansados —dijo bruscamente. Él cerró la boca, sin querer que su cabeza fuera arrancada por el momento. Cada cambio sacaba algo de Lysandra. Cuánto más grande fuera el cambio, cuánto más grande fuera el animal, más pronunciado era el costo. Aedion había sido testigo de su transformación de mariposa a abejorro, a colibrí, a murciélago en el lapso de unos pocos minutos. Pero pasar de humano a leopardo fantasma, oso, alce o caballo, ella había demostrado una vez, le tomaba más tiempo entre cambios; la magia teniendo que sacar fuerzas para convertirse de ese tamaño, para llenar el cuerpo con todo su inherente poder. Pasos casuales sonaron, acentuados por un silbido de dos notas. La respiración de Lysandra rozó su mandíbula ante el sonido. Aedion, sin embargo, se tensó ligeramente a medida que esos pasos se acercaban, y se encontró mirando al hijo de su gran enemigo. Rey, ahora. Pero seguía siendo un rostro que había odiado, que se mofó de él, que se debatió en cortar en pequeños pedazos durante muchos, muchos años. Una cara que había visto borracha y fuera de sus cabales en fiestas hace apenas estaciones atrás; una cara que había visto enterrada en contra cuellos de mujeres cuyos nombres nunca se molestó en aprender; una cara que se había burlado de él en esa mazmorra. Ese rostro estaba ahora con una capucha y para todo el mundo, parecía que estaba allí para solicitar los servicios de Lysandra, una vez que Aedion terminara con ella. El general apretó los dientes. —¿Qué? Dorian miró a Lysandra, como si analizara la mercancía, y Aedion luchó contra el impulso de erizarse. —Rowan me envió para ver si tenían alguna evolución —El príncipe y Aelin estaban de regreso en la posada, bebiendo en la sala comedor, donde todos los ojos de los espías de Rolfe pudieran verlos e informar sobre ellos. Dorian parpadeó ante Cambiaformas, comenzando a decir—: Y por los dioses, realmente puedes asumir cualquier forma. Lysandra se encogió de hombros, la irreverente prostituta de calle que debatía su precio. —No es tan interesante como piensas. Me gustaría ver si puedo convertirme en una planta. O un poco de viento. —¿Puedes… hacer eso? —Por supuesto que ella puede —dijo Aedion, apoyándose en la pared y cruzándose de brazos.


—No —dijo Lysandra, fulminando con la mirada en dirección a Aedion. —. Y no hay nada que informar. Ni siquiera un olorcillo de Rolfe o de sus hombres. Dorian asistió, deslizando sus manos en los bolsillos. Silencio. El tobillo de Aedion ladró de dolor cuando Lysandra sutilmente le dio una patada. Mantuvo su ceño fruncido cuando le dijo al rey—: Así que tú y Whitethorn no se mataron el uno al otro. Las cejas de Dorian se arrugaron. —Me salvó la vida, casi se quemó al hacerlo. ¿Por qué debería estar otra cosa salvo agradecido? —Lysandra le dio a Aedion una sonrisa de suficiencia. Pero el rey le preguntó—: ¿Vas a ver a tu padre? Aedion se encogió de hombros. Había estado contento por su aventura esta noche, para evitar decidir aquello. Aelin no sacó el tema, y él se había alegrado de ir allí, incluso cuando lo ponía en riesgo de toparse con el macho. —Por supuesto que lo veré —dijo Aedion con fuerza. La cara de Lysandra, pálida como la luna, estaba en calma, estable mientras lo miraba; el rostro de una mujer entrenada para escuchar a los hombres, para no mostrar nunca sorpresa… A él no le molestaba lo que ella había sido, o lo que interpretaba ahora, solo los monstruos que habían visto la belleza en la cual la niña se convertiría y la llevaron a ese burdel. Aelin le contó lo que Arobynn le había hecho al hombre que ella había amado. Era un milagro que la Cambiaformas pudiera sonreír en absoluto. Aedion señaló con la barbilla a Dorian. —Ve a decirle a Aelin y Rowan que no necesitamos que merodeen. Podemos manejarlo por nuestra propia cuenta. Dorian se puso rígido, pero salió del callejón, no más que un insatisfecho posible cliente. Lysandra pasó una mano sobre el pecho de Aedion y le dijo entre dientes—: Ese hombre ha soportado suficiente, Aedion. Un poco de amabilidad no te mataría. —Él apuñaló a Aelin. Si lo conocieras tanto como lo hago yo, no lo adularías tanto… —Nadie espera que lo adules. Sin embargo, una palabra amable, un poco de respeto… Él rodó los ojos. —Mantén la voz baja. Ella lo hizo, pero continuó—: Él fue esclavizado; fue torturado durante meses. No solo por su padre, sino por esa cosa dentro de él. Él fue violado, e incluso si no puedes perdonarlo por apuñalar a Aelin en contra de su propia voluntad, entonces trata de tenerle un poco de compasión por aquello. —El corazón de Aedion repiqueteó por la ira y el dolor en su rostro. Y esa palabra que ella había usado… Tragó saliva, echando un vistazo a la calle detrás de ellos. No había señales de que alguien estuviera a la caza de un tesoro. —Conocí a Dorian como un imprudente, arrogante…


—Yo sabía que tu reina era de la misma manera. Éramos niños entonces. Se nos permitía cometer errores, descubrir quién queremos ser. Si le darás a Aelin el regalo de tu aceptación… —No me importa si era tan arrogante y vanidoso como Aelin, no me importa si fue esclavizado por un demonio que poseyó su mente. Lo miro y veo a mi familia masacrada, veo esas huellas que conducían al río, y escucho a Quinn decirme que Aelin se ahogó y murió. —Su respiración era irregular, y su garganta quemaba, pero lo ignoró. Lysandra dijo—: Aelin lo perdonó. Aelin no se lo recriminó ni una sola vez. Aedion gruñó. Lysandra le gruñó de vuelta y mantuvo fijamente su mirada no con el rostro entrenado o construido para los dormitorios, sino con el verdadero que se hallaba debajo, salvaje, irrompible e indomable. No importaba qué cuerpo llevara, ella encarnaba a los Staghorns, el corazón de Oakwald. Aedion dijo con la voz ronca—: Lo intentaré. —Esfuérzate más. Inténtalo mejor. Aedion apoyó la palma de su mano contra la pared y se inclinó para mirar con el ceño fruncido su rostro. Ella no cedió ni una pulgada. —Existe un cierto orden y rango en nuestra corte, lady, y la última vez que revisé, no eras la número tres. No me des órdenes. —Esto no es un campo de batalla —dijo entre dientes Lysandra. —. Todos los rangos son una formalidad. Y la última vez que yo revisé… —Ella clavó su dedo en su pecho, justo entre sus pectorales, y él pudo haber jurado que la punta de una garra perforó la piel debajo de su ropa. —, tú no eras lo suficientemente patético como para imponer rangos de y así ocultarte por estar equivocado. Su sangre chispeó y vibró. Aedion se encontró disfrutando de las curvas sensuales de su boca, ahora presionada en una delgada línea debido a la ira. El temperamento irascible en sus ojos se desvaneció, y cuando alejó su dedo como si se hubiera quemado, él se congeló ante el pánico que llenó sus rasgos en su lugar. Mierda. Mierda… Lysandra retrocedió un paso, demasiado casual para que se tratase de otra cosa que no fuera un movimiento calculado. Pero Aedion intentó, por el bien de ella, dejar de pensar en su boca… —¿Realmente quieres conocer a tu padre? —preguntó ella con calma. Con demasiada calma. Él asintió, tragando saliva. Demasiado pronto, ella no querría que el toque de un hombre se prolongase durante mucho tiempo. Tal vez para siempre. Y él estaría condenando si la empujaba a eso antes de que ella quisiera. Y dioses antiguos, si alguna vez Lysandra miraba a cualquier hombre con un interés de esa forma… él estaría contento por ella. Contento de que ella estuviera eligiendo por sí misma, incluso si no era él a quien ella elegía… —Yo… —Aedion tragó saliva, obligándose a recordar lo que le habían preguntado. Su padre. Claro. —. ¿Él quiso verme? —Fue lo único que pudo pensar en preguntar.


Ella inclinó la cabeza hacia un lado, un movimiento tan felino que él se preguntó si ella no estaría usando demasiado tiempo la piel de leopardo fantasma. —Casi arrancó la cabeza de Aelin cuando ella se negó a decirle dónde estabas y quién eras —Hielo llenó sus venas. Si su padre había sido grosero con ella… —, pero me dio la sensación —aclaró rápidamente Lysandra al ver que él se ponía tenso. —, que es el tipo de hombre que respetaría tus deseos, si optas por no verlo. Sin embargo, en esta pequeña ciudad, con la compañía que estamos teniendo… eso podría resultar imposible. —¿También tuviste la sensación de que aquello podría persuadirlo para ayudarnos? ¿El conocerme? —No creo que alguna vez Aelin te pidiera eso a ti —dijo Lysandra, poniendo una mano sobre el brazo que continuaba apoyado por encima de su cabeza. —¿Qué le digo siquiera? —murmuró Aedion. —. He escuchado muchas historias sobre él, el León de Doranelle. Es un maldito caballero blanco. No creo que vaya a aprobar a un hijo que la mayoría de las personas llaman la Puta de Adarlan. —Ella chasqueó la lengua, pero Aedion la inmovilizó con una mirada. —¿Qué harías tú? —No puedo responder a esa pregunta. Mi propio padre… —Ella sacudió la cabeza. Él sabía acerca de eso; el padre Cambiaformas que había abandonado a su madre o ni siquiera había sabido que estaba embarazada. Y luego la madre que había arrojado a Lysandra a la calle cuando descubrió su linaje. —Aedion, ¿qué quieres hacer? No por nosotros, no por Terrasen, sino por ti. Inclinó un poco la cabeza, mirando de reojo a la calle de nuevo en silencio. —Toda mi vida ha sido… no sobre lo que yo quiero. No sé cómo elegir esas cosas. No, desde el momento en que hubo llegado a Terrasen a los cinco años, había sido entrenado, su camino había sido elegido. Y cuando Terrasen ardió gracias a las antorchas de Adarlan, otra mano se había apoderado de la correa de su destino. Incluso ahora, con la guerra sobre ellos… ¿Había algo que realmente quería para sí mismo? Todo lo que quiso había sido el juramento de sangre. Y Aelin se lo había entregado a Rowan. Él no estaba resentido con ella por eso, ya no, pero… No se dio cuenta de que había pedido tan poco. Lysandra dijo en voz baja—: Yo sé. Yo sé lo que se siente. Él levantó la cabeza, encontrando sus ojos verdes de nuevo en la oscuridad. A veces deseaba que Arobynn Hamel todavía siguiera vivo, solo para poder matar él al rey de los asesinos. —Mañana por la mañana —murmuró—. ¿Vendrás conmigo? A verlo. Ella guardó silencio durante un momento antes de decir—: ¿De verdad quieres que vaya contigo? Lo hacía. No podía explicar por qué, pero él la quería allí. Ella se colaba bajo su piel tan condenadamente fácil, pero… Lysandra lo afianzaba. Tal vez porque era algo nuevo. Algo que no había encontrado, algo que no lo había llenado de esperanza, dolor y deseos. No muchos de ellos, al menos. —Si no te importa… sí. Te quiero allí.


Ella no respondió. Él abrió la boca, pero pasos sonaron. Ligeros. Demasiado casuales. Se inclinaron más en las sombras del callejón, la pared sin salida asomándose detrás de ellos. Si esto iba mal… Si iba mal, tenían de su lado a una Cambiaformas capaz de triturar un tropel de hombres. Aedion le dirigió a Lysandra una sonrisa cuando se inclinó sobre ella una vez más, su nariz olisqueando la esencia de su cuello. Aquellos pasos se acercaron y Lysandra soltó una respiración, su cuerpo volviéndose dócil. Desde las sombras de su capucha él vigilaba el callejón adelante, las sombras y los rayos de la luz de la luna preparándolo para lo que pudiera suceder. Ellos habían elegido el callejón sin salida por una razón. La chica se dio cuenta de su error un paso más tarde. —Oh. Aedion alzó la vista, sus propias facciones ocultas dentro de la capucha, cuando Lysandra ronroneó a la joven que coincidía perfectamente con la descripción de la mesera de Rolfe que Rowan les había dado. —Estaré lista en dos minutos, por si quieres esperar tu turno. El color manchó las mejillas de la chica, pero les dirigió una mirada pétrea, escaneándolos de pies a cabeza. —Giro equivocado —dijo. —¿Estás segura? —canturreó Lysandra. —. Un poco tarde en la noche para dar un paseo. La camarera de Rolfe les dirigió una aguda mirada y se marchó de nuevo por la calle. Ellos esperaron. Un minuto. Cinco. Diez. Ningún otro se aproximó. Aedion al fin se apartó, Lysandra observando la entrada del callejón. La Cambiaformas enredó un rizo castaño rojizo alrededor de su dedo. —Parece poco probable que fuera un ladrón. —Algunos dicen cosas similares acerca de ti y de Aelin —canturreó Lysandra en acuerdo. Aedion reflexionó—: Tal vez era apenas una exploradora… los ojos de Rolfe. —¿Por qué molestarse? ¿Por qué no solo venir y tomar la cosa? Aedion volvió a mirar el amuleto que desaparecía bajo el corpiño de Lysandra. —Tal vez pensó que estaba buscando otra cosa. Lysandra, sabiamente, no sacó el amuleto de Orynth fuera de su vestido. Sin embargo, sus palabras quedaron flotando entre ellos, mientras escogían cuidadosamente su camino de vuelta al Océano Rosa.


Capítulo 30 Traducido por Cocota Corregido por Ella R

Después de dos semanas de lenta marcha a través de las fangosas llanuras, Elide estaba cansada de usar el nombre de su madre. Cansada de estar constantemente alerta para escuchar los ladridos de Molly para que limpiara después de cada comida (un error, sin duda, el haberle dicho a la mujer que tuvo alguna experiencia lavando platos en cocinas ocupadas), cansada de escuchar a Ombriel, la belleza de pelo oscuro que no actuaba en todo el carnaval pero era la sobrina de Molly y su guardiana del dinero, cuando le cuestionaba sobre cómo se había herido la pierna, de dónde venía su familia y cómo había aprendido a observar a los demás con tanta intensidad que podía girar una moneda como si fuera un oráculo. Al menos Lorcan apenas la usaba, ya que ellos apenas habían hablado mientras la caravana marchaba a través de los campos llenos de barro. El suelo estaba tan saturado con la lluvia veraniega que caía diariamente por las tardes, que los vagones a menudo se quedaban atascados. Apenas habían recorrido algo de distancia en absoluto, y cuando Ombriel agarraba a Elide mirando fijamente hacia el norte, le preguntaba, otra pregunta recurrente, qué había en el norte para llamar su atención con tanta frecuencia. Elide siempre mentía, siempre la eludía. La situación de dormitorio entre Elide y su marido, afortunadamente, era más fácil de evitar. Con la tierra empapada, dormir era casi imposible. Por lo que las mujeres se recostaban donde podían en los dos vagones, dejando que los hombres echaran a la suerte cada noche quién obtendría cualquier espacio restante y dormiría en el suelo encima de un improvisado piso de juncos. Lorcan, de alguna manera, siempre conseguía sacar la paja más corta, ya fuera por sus propios medios, por los juegos de manos de Nik, quién dirigía la seguridad y el juego de azar nocturno, o simplemente por pura mala suerte. Pero por lo menos aquello mantenía a Lorcan lejos, muy lejos de ella, y mantenía sus interacciones al mínimo. Las pocas conversaciones que habían tenido, mantenidas cuando él la acompañaba a sacar agua de una corriente agitada o a recoger cualquier tipo de leña que pudiera encontrarse en la llanura, no la molestaron mucho, tampoco. Él le exigió más detalles en cuánto a Morath, más información sobre la ropa de los guardias, los ejércitos acampando alrededor de ellos, los siervos y las brujas. Había comenzado por la parte superior de la Fortaleza, con los nidos de águilas, wyverns y brujas. Luego ella descendió, piso por piso. Les había tomado estas dos semanas para lograr abrirse camino hacia los subniveles, y sus compañeros no tenían idea de que mientras la joven pareja casada se escabullía para buscar más “leña”, los susurros de dulces promesas eran la última de las cosas en


sus mentes. Cuando la caravana se detuvo esa noche, Elide se dirigió hacia un grupo de árboles en el centro del campo para qué se podría utilizar para su gran fogata. Lorcan se arrastró a su lado, tan silencioso como los pastos silbantes alrededor de ellos. El relinchar de los caballos y las conversaciones de sus compañeros preparándose para la cena se desvanecieron detrás de ellos, y Elide frunció el ceño cuando su bota se hundió profundamente en el barro. Ella tiró de él, su tobillo ladrando por tener que sostener su peso, y apretó los dientes hasta que… La magia de Lorcan empujó contra su pierna, una mano invisible liberando su bota, haciendo que ella cayera sobre él. Su brazo y costado eran tan duros e inflexibles como la magia que había usado, y ella se alejó una vez que se hubo recuperado, la hierba alta crujiendo debajo suyo. —Gracias —murmuró. Lorcan acechó por delante y dijo sin mirar hacia atrás—: Acabamos en las tres mazmorras y en sus entradas ayer por la noche. Háblame de lo que hay dentro de ellas. Su boca se secó un poco al recordar la celda en la que se había acuclillado, el oscuro y estancado aire… —No sé lo que hay dentro —mintió ella, siguiéndolo. —. El sufrimiento de personas, sin duda. Lorcan se encorvó, lasu oscura cabeza desapareciendo bajo una ola de hierba. Cuando salió, dos palos estaban presos entre sus enormes manos. Él los partió con poco esfuerzo—: Describiste todo lo demás sin ningún problema. Sin embargo, tu olor cambió hace un momento. ¿Por qué? Ella pasó junto a él, inclinándose una y otra vez para recoger toda la madera dispersa que pudo encontrar. —Ellos hicieron cosas horribles ahí abajo —dijo por encima del hombro. —. A veces se podía oír a la gente gritando. —Ella rezó para que Terrasen fuera mejor. Tenía que serlo. —¿A quiénes mantienen allí? ¿Soldados enemigos? —Posibles aliados, sin duda, para lo que planeaban hacer. —A quien fuera que quisieran torturar. —Las manos de los guardias, sus expresiones de desprecio… —¿Supongo que te marcharás tan pronto como termine de describir el último hoyo de Morath? — Arrancó palo tras palo, su tobillo oponiéndose con cada cambio en su equilibrio. —¿Hay algún problema si lo hago? Ese fue nuestro trato. Me he quedado más tiempo de lo que pensaba. Se giró, encontrándolo con un brazo lleno de palos grandes. Bruscamente los volcó sobre la pequeña pila que sostenía en sus brazos y sacó el hacha de su costado, las ramas cayendo detrás de él. —Entonces estoy a punto de jugar a la esposa abandonada, ¿cierto? —Ya estás jugando al oráculo, ¿así que cual es la diferencia en hacer otro papel? —Lorcan empujó


su hacha hacia abajo sobre la rama con un sólido ¡thwack! La hoja se hundió inquietantemente profunda; la madera se quejó. —Describe las mazmorras. Estaba siendo justo y aquello era lo que habían negociado, después de todo: su protección y ayuda para sacarla del camino del peligro, a cambio de lo que sabía. Y había sido complaciente con todas las mentiras que ella había soltado a su compañía; callado, sin embargo había estado de acuerdo con ella. —Las mazmorras desaparecieron —Alcanzó a decir Elide—. O la mayoría de ellas debieron desaparecer. Junto con las catacumbas. Thwack, thwack, thwack. Lorcan cortó la rama, la madera produciendo un grito al astillarse. Se puso a cortar otra sección. —¿Desaparecidas en aquella explosión? —Levantó su hacha, los músculos de su poderosa espalda moviéndose debajo de su camisa oscura, pero se detuvo. —Dijiste que estabas cerca del patio cuando ocurrió la explosión, ¿cómo sabes que las mazmorras desaparecieron? Bien. Ella había mentido al respecto. Pero… —La explosión provino de las catacumbas y se llevó con ella algunas de las torres. Es de suponer que las mazmorras estarían en su camino, también. —No hago planes basados en suposiciones —Volvió a cortar en dos la rama, y Elide rodó los ojos a su espalda. —. Dime el diseño de la mazmorra del norte. Elide se volvió hacia el sol poniente que manchaba los campos con naranja y oro más allá de ellos. —Figúratelo tú mismo. El ruido del metal contra la madera se detuvo. Hasta el viento en las hierbas se calmó. Pero ella había soportado la muerte y la desesperación y el terror, y ella le había contado lo suficiente; había volteado cada horrible piedra, mirado en cada esquina oscura de Morath para él. Su rudeza, su arrogancia… Él podía irse al infierno. Ella apenas había puesto un pie sobre la hierba cuando Lorcan estuvo delante de ella, no más que una sombra letal personificada. Incluso el sol parecía evitar los amplios planos de su rostro bronceado, no obstante, el viento se atrevía a ondular las hebras de seda negra de su cabello. —Tenemos un trato, chica. Elide se reunió con esa mirada careciente de profundidad. —No especificaste cuándo tenía que decirte. Así que me puedo tomar todo el tiempo que quiera para recordar detalles, si deseas exprimirme hasta el último de ellos. Mostró sus dientes. —No juegues conmigo. —¿O qué? —Ella lo rodeó como si no fuera más que una roca en un arroyo. Por supuesto, caminar con mal genio era un poco difícil cuando cojeaba con cada paso, pero mantuvo la barbilla en alto.


—. Mátame, hazme daño, y aún estarás sin respuestas. Más rápido de lo que pudo ver un brazo la atacó, agarrándola por el codo. —Marion —gruñó. Ese nombre. Miró su severo y salvaje rostro; un rostro nacido en una época diferente, en un mundo diferente. —Quitame tu mano de encima. Lorcan, para su sorpresa, lo hizo inmediatamente. Pero su rostro no cambio, no parpadeó, cuando dijo—: Vas a decirme lo que quiero saber… La cosa en su bolsillo empezó a zumbar y golpear, un latido de corazón fantasma en sus huesos. Lorcan dio un paso, sus fosas nasales dilatadas con delicadeza. Como si pudiera sentir el despertar de la piedra. —Qué eres —dijo en voz baja. —No soy nada —respondió, su voz hueca. Tal vez cuando encontrara a Aelin y a Aedion, ella encontraría un propósito, alguna manera de ser útil para el mundo. Por ahora, ella era una mensajera, una recadera de esa piedra, para Celaena Sardothien. Sin embargo Elide podría encontrar a una persona en este vasto mundo sin fin. Tenía que llegar al norte, y rápidamente. —¿Por qué vas con Aelin Galathynius? La pregunta era demasiado tensa para ser casual. No, cada pulgada del cuerpo de Lorcan parecía apretado. Rabia contenida e instintos depredadores. —Conoces a la reina —ella respiró. Él parpadeó. No por la sorpresa, sino para ganar tiempo. Él lo sabía, y estaba considerando qué decirle a ella, de qué manera… —Celaena Sardothien está bajo el servicio de la reina —dijo—. Tus dos caminos son uno. Encuentra a una y encontrarás a la otra. Él hizo una pausa, esperando. ¿Esta sería su vida, entonces? ¿Gente, desgraciada, siempre mirando por sí mismos, cada bondad viniendo con un costo? ¿Su propia reina, al menos, la miraría con calidez en sus ojos? ¿Aelin siquiera la recordaría? —Marion —dijo de nuevo, la palabra mezclada con un gruñido. El nombre su madre. Su madre, y su padre. Las últimas personas que la habían mirado con verdadero afecto. Incluso Finnula, todos esos años encerrada en esa torre, siempre la había visto con una mezcla de piedad y temor. No podía recordar la última vez que había sido abrazada. O consolada. O le habían sonreído con


cualquier clase de amor verdadero por ser quién era. Las palabras de repente se tornaron duras, la energía para sacar a relucir una mentira o replica era demasiado alta como para preocuparse. Así que Elide ignoró la orden de Lorcan y se dirigió hacia el grupo de vagones pintados. Manon había venido por ella, se recordó a sí misma con cada paso. Manon, y Asterin, y Sorrel. Pero incluso ellas la habían dejado sola en el bosque. La lástima, se recordó a sí misma, la autocompasión no le harían ningún bien. No con tantas millas entre ella y cualquier atisbo de un futuro que tuviera oportunidad de encontrar. Pero incluso cuando ella llegara, entregara su carga y se encontrara con Aelin… ¿qué podía ofrecerle? Ni siquiera podía leer, dioses antiguos. La simple idea de explicarle eso a Aelin, a alguien… Pensaría en eso más tarde. Ella podría lavar la ropa de la reina si tenía que hacerlo. Al menos no tenía la necesidad de saber leer y escribir para hacer eso. Elide no escuchó a Lorcan en ese tiempo mientras se acercaba, los brazos cargados con enormes troncos. —Me dirás lo que sabes —dijo entre dientes. Ella casi suspiró, pero él agregó —, una vez que estés… mejor. Ella supuso que, para él, la tristeza y la desesperación eran algún tipo de enfermedad. —Bien. —Bien —él dijo de vuelta. Sus compañeros estaban sonriendo cuando ella y Lorcan regresaron. Habían encontrado un terreno seco al otro lado de los vagones, lo suficientemente sólido para instalar las tiendas de campaña. Elide vio que habían levantado una para ella y Lorcan y deseó que volviera a llover.

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Lorcan había entrenado a suficientes guerreros para saber cuándo no presionar. Había torturado a suficientes enemigos para saber cuándo estaban a un paso de quebrarse en formas que los dejarían inútiles. Por lo que Marion, cuando su olor había cambiado, cuando incluso él había sentido el extraño poder de otro mundo, oculto en su sangre, cambiando a dolor… peor, a desesperanza… Le había querido decir que no se molestara en tener esperanza, de todos modos. Pero ella estaba apenas en la adultez. Tal vez la esperanza, tonta como era, la había sacado de


Morath. O por lo menos su inteligencia lo había hecho, con mentiras y todo. Él había tratado con suficiente gente, había matado, se había acostado y había luchado junto a bastantes personas, como para saber que Marion no era mala, conspirativa, o totalmente egoísta. Deseó que ella fuera todo aquello, porque eso lo haría más fácil; haría su tarea mucho más fácil. Pero si ella no le contaba acerca de Morath, si él la quebraba por presionarla demasiado… Necesitaría todas las ventajas cuando se metiera en la Fortaleza. Y cuando escapara de nuevo. Ella lo había hecho una vez. Quizás Marion era la única persona viva que había logrado escapar. Estaba a punto de explicarle eso a ella cuando él vio lo que estaba mirando: la tienda de campaña. Su tienda de campaña. Ombriel se adelantó, echando una mirada cautelosa como de costumbre a su camino, y astutamente le informó a Elide que por fin tendrían una noche a solas. Con los brazos llenos de troncos, Lorcan solo podía ver como aquel rostro pálido por la tristeza y la desesperación se transformaba en juventud y travesuras, en anticipado rubor, tan fácilmente como si hubiese estado sosteniendo una máscara. Ella incluso le dio un vistazo coqueto antes de sonreírle a Ombriel y correr para volcar sus brazos llenos de ramas y ramitas en el hoyo que habían preparado para el fuego nocturno. Poseía el buen sentido de, por lo menos, sonreírle a la mujer que se suponía que era su esposa, pero cuando dejó caer su propia carga en el hoyo del fuego, ella se había alejado hacia la carpa, montada a una buena distancia de las demás. Era pequeña, se dio cuenta con horror. Probablemente destinada para el lanzador de espada que la utilizó la última vez. La figura delgada de Marion se deslizó a través de las solapas de tela blanca con apenas una ondulación. Lorcan solo frunció el ceño antes de agacharse para meterse adentro. Y se mantuvo inclinado ligeramente. Su cabeza atravesaría la tela que servía de techo si se ponía de pie en toda su altura. Alfombras tejidas se juntaban por encima de los juncos en el congestionado interior, y Manon estaba al otro lado de la tienda, encogiéndose ante el saco de dormir en el improvisado suelo. La carpa probablemente tenía suficiente espacio para una cama y una mesa adecuada, si era necesario, pero a menos que estuvieran acampando más de una noche, dudaba de que obtuvieran alguna de esas cosas. —Voy a dormir en el suelo —ofreció él con suavidad. —. Usa la bolsa de dormir. —¿Qué pasa si alguien viene? —Entonces les diremos que tuvimos una pelea. —¿Todas las noches? —Marion se giró, sus ricos ojos encontrándose con los suyos. El frío y cansado rostro estaba de vuelta.


Lorcan consideró sus palabras. —Si alguien entra en nuestra tienda de campaña sin permiso esta noche, nadie aquí cometerá el mismo error otra vez. Había castigado a hombres en los campos de guerra por menos. Pero sus ojos permanecieron cansados, completamente poco impresionados e inmóviles. —Bien —dijo de nuevo. Demasiado cerca, demasiado cerca del borde de quebrarse totalmente. —Puedo buscar algunas cubetas, calentar el agua y podrías bañarte aquí, si quieres. Montaré guardia afuera. Comodidades para la criatura, para conseguir que ella confíe en él, para que esté agradecida, para que quiera ayudarle. Para aliviar esa peligrosa fragilidad. En efecto, Marion bajó la mirada hacia sí misma. La camisa blanca ahora cubierta de tierra, los pantalones de cuero marrón estaban sucios, las botas… —Voy a ofrecerle a Ombriel una moneda para que lave todo para ti esta noche. —No tengo más ropa que ponerme. —Puedes dormir sin ellas La cautela se perdió en un instante de desconcierto. —¿Contigo aquí? Evitó el impulso de rodar los ojos. Ella soltó—: ¿Qué pasa con tu propia ropa? —¿Qué hay con ellas? —Tú… Estás muy sucio, también. —Puedo esperar otra noche —Ella probablemente suplicaría dormir en el vagón si él se encontraba aquí desnudo… —¿Por qué debería ser la única desnuda? ¿No funcionaría mejor el engaño si tú y yo aprovecháramos la oportunidad a la vez? —Eres muy joven —dijo cuidadosamente—. Y yo soy muy viejo. —¿Cuántos años tienes? Ella nunca lo había preguntado. —Viejo.


Ella se encogió de hombros. —Un cuerpo es un cuerpo. Apestas tanto como yo. Dormirás afuera si no te lavas. Una prueba, no impulsada por un deseo o la lógica, pero… para ver si él la escucharía. Quién tenía el control. Conseguirle un baño, hacer lo que le pedía… Otorgarle un sentido de control sobre la situación. Él le dio una leve sonrisa. —Bien —repitió él. Cuando Lorcan se empujó a través de la tienda de nuevo, cargando con agua, descubrió a Marion sentada en el saco de dormir, descalza, ese arruinado tobillo y pie extendiéndose ante ella. Sus pequeñas manos estaban apoyadas en la carne destrozada, descolorida, como si los hubiera estado frotando para aliviar el dolor. —¿Qué tanto te duele todos los días? —A veces él utilizaba su magia para darle un soporte al tobillo. Cuando recordaba hacerlo. No era muy a menudo. El enfoque de Marion, sin embargo, se fue derecho a la caldera humeante que él había puesto en el piso, luego al cubo que había acarreado encima de su hombro para usarlo también. —Lo he tenido desde que era una niña —dijo ella distante, como si estuviera hipnotizada por el agua limpia. Se levantó sobre sus desiguales pies, haciendo una mueca ante su pierna destrozada. —. Aprendí a vivir con él. —Esa no es una respuesta. —¿Por qué te importa? —Las palabras eran poco más que un aliento mientras soltaba su pelo largo y grueso, su vista aún fija en el baño. Tenía curiosidad; quería saber cómo, cuándo y por qué. Marion era hermosa, seguramente el arruinarla de esa manera había sido con alguna mala intención. O para prevenir algo peor. Ella al fin le dio un vistazo. —Dijiste que montarías guardia. Pensé que querías decir afuera. Resopló. De hecho lo hizo. —Disfrútalo —dijo, deslizándose fuera de la tienda una vez más. Lorcan estaba de pie sobre la hierba, monitoreando el campamento ocupado, la gran cuenca que formaba el cielo al oscurecer. Odiaba las llanuras. El exceso de espacio abierto; demasiada visibilidad. Detrás de él, sus oídos captaron el suspiro y el silbido del cuero deslizándose hacia abajo sobre la piel, el roce de telas pesadas desprendiéndose. Luego, más débiles y suaves sonidos de unas ropas más delicadas deslizándose fuera. Después silencio, seguido de un ruido muy, muy tranquilo. Como si ella no quisiera que ni siquiera los dioses oyeran lo que estaba haciendo. El heno crujiendo. Luego el ruido sordo del colchón siendo levantado y cayendo… La pequeña bruja estaba ocultando algo. El heno crujió de nuevo mientras ella regresaba a la caldera. Ocultando algo debajo del colchón, algo que estaba llevando con ella y no quería que él lo supiera.


El agua salpicó, y Marion dejó escapar un gemido de sorprendente profundidad y sinceridad. Él bloqueó el sonido. Pero incluso mientras lo hacía, los pensamientos de Lorcan se desviaron hacia Rowan y la perra de su reina. Marion y la reina tenían la misma edad, una era oscura, la otra de oro. ¿Se molestaría en absoluto la reina con Marion una vez que llegara? Probablemente, si despertaba su curiosidad de por qué ella deseaba ver a Celaena Sardothien, pero… ¿qué pasaría después? No era de su incumbencia. Había dejado su conciencia sobre los adoquines de las callejuelas de Doranelle cinco siglos atrás. Él había matado a hombres que suplicaron por sus vidas, destruyó ciudades enteras y ni una vez se volvió a mirar a los escombros humeantes. Rowan lo había hecho, también. Malditos dioses, Whitethorn había sido su más eficaz general, asesino y verdugo durante siglos. Habían devastado reinos y luego se emborrachaban y se acostaban con el estupor de las siguientes celebraciones que duraban días sobre las ruinas. Ese invierno, él había tenido un maldito buen comandante a su disposición, brutal y feroz, y dispuesto a hacer casi cualquier cosa que Lorcan le ordenara. La siguiente vez que había visto a Rowan, el príncipe había estado rugiendo, desesperado por lanzarse en la oscuridad letal para salvar la vida de una princesa sin trono. Lorcan lo había sabido, en ese momento. Lorcan había sabido, cuando él lo había sostenido en la hierba fuera de Mistward, el príncipe golpeando y gritando por Aelin Galathynius, que todo estaba a punto cambiar. Sabía que el comandante que había valorado había cambiado irrevocablemente. Ya no iban a inundarse en vino y mujeres; Rowan ya no miraría hacia el horizonte sin algún atisbo de nostalgia en sus ojos. El amor había roto a una perfecta herramienta de matar. Lorcan se preguntó si le llevaría más siglos dejar de estar tan molesto al respecto. Y la reina, princesa, fuera cual fuera la manera en que Aelin se llamaba a sí misma… Ella era una tonta. Podría haber intercambiado el anillo de Athril por los ejércitos de Maeve, por una alianza para borrar a Morath de la tierra. Incluso sin saber lo que era el anillo, ella podría haberlo utilizado para su provecho. Pero ella había elegido a Rowan. Un príncipe sin corona, sin ejército, sin aliados. Ellos merecían perecer juntos. La cabeza empapada de Marion salió de la tienda, y Lorcan se torció para ver la pesada manta de lana envuelta a su alrededor como un vestido. —¿Puedes llevar la ropa ahora? —Ella arrojó su pila hacia fuera. Había atado en su ropa interior con su camisa blanca y los cueros… Nunca estarían secos antes de la mañana, y probablemente se encogerían hasta ser inútiles si se lavaban incorrectamente. Lorcan se inclinó, recogiendo el bulto de ropa y tratando de no mirar dentro de la tienda para


averiguar lo que ella había escondido debajo del saco de dormir. —¿Qué hay de la guardia permanente? Llevaba el pelo pegado a la cabeza, lo que aumentaba las líneas afiladas de sus pómulos, su nariz fina. Pero sus ojos estaban brillantes de nuevo, sus labios una vez más como un capullo de rosa, cuando ella dijo—: Por favor, haz que los laven. Con rapidez. Lorcan no se molestó en asentir mientras llevaba su ropa fuera de la tienda, dejando que se sentara en el interior parcialmente desnuda. Ombriel estaba cocinando lo que fuera que estaba en la olla sobre el fuego. Estofado de conejo probablemente. De nuevo. Lorcan examinó la ropa en sus manos. Treinta minutos más tarde, regresó a la tienda, un plato de comida en la mano. Marion se sentó en el saco de dormir, los pies extendiéndose ante ella, la manta colocada por debajo de sus hombros. Su piel era tan pálida. Nunca había visto una piel tan limpiamente blanca. Como si nunca le hubieran permitido salir al exterior. Sus cejas oscuras se fruncieron ante el plato, entonces vio el bulto bajo su brazo. —Ombriel estaba ocupada, así que lavé la ropa yo mismo. Ella se sonrojó. —Un cuerpo es un cuerpo —él repitió simplemente. —. Lo mismo ocurre con la ropa interior. Ella frunció el ceño, pero su atención estaba fija de nuevo en el plato. Lo colocó delante de ella. — Traje tu cena, ya que asumí que no querrías sentarte entre todos envuelta en la cobija —El soltó el monto de ropa sobre su saco de dormir. —. Y te conseguí ropa de Molly. Ella te cobrará por eso, por supuesto. Pero al menos no dormirás desnuda. Ella rebuscó en el guiso, sin ni siquiera darle las gracias. Lorcan estaba a punto de salir cuando ella dijo—: Mi tío… Él es un comandante de Morath. — Lorcan se congeló. Y miró directamente a la bolsa de dormir. Pero Marion continuó entre bocado y bocado. —Él… me encerró en el calabozo una vez. El viento en los pastos murió; la fogata mucho más allá de su tienda de campaña parpadeaba, la gente alrededor de ella acurrucándose más cerca juntos como insectos nocturnos que se quedaban en silencio y las pequeñas, peludas criaturas de las llanuras correteaban fuera de sus madrigueras. Marion, o bien no se dio cuenta del aumento de su poder oscuro, la magia besada por la misma Muerte, o no le importó. Ella continuó. —Su nombre es Vernon, y él es inteligente y cruel, y probablemente tratará de mantenerte vivo si te encuentra. Él maneja a la gente para ganar poder para sí mismo. No tiene piedad, ni alma. No hay ningún código moral que lo guíe. Ella regresó a su comida, había terminado por la noche. Lorcan dijo en voz baja—: ¿Te gustaría que lo mate por ti? Sus límpidos ojos negros subieron a su rostro. Y por un momento, pudo ver a la mujer en que se


había convertido, en la que se estaba convirtiendo. Alguien que, independientemente del lugar en el que hubiera nacido, una reina la premiaría por tenerla a su lado. —¿Habrá un costo? Lorcan ocultó su sonrisa. Inteligente y astuta, pequeña bruja. —No —dijo, y era en serio. —. ¿Por qué te encerró en el calabozo? La garganta blanca de Marion tragó saliva una vez. Dos veces. Ella parecía sostener su mirada por un esfuerzo de voluntad, por la negación no de ceder ante él, sino ante sus propios temores. — Porque deseaba ver si su línea de sangre se podía cruzar con el Valg. Por eso me llevaron a Morath. Para ser usada para engendrar, al igual que una yegua premiada. Cada pensamiento se vació de la cabeza de Lorcan. Había visto, tratado y soportado muchas, muchas cosas indecibles, pero esto… —¿Tuvo éxito? —se las arregló para preguntar. —No conmigo. Hubo otras antes que yo, quienes… La ayuda llegó demasiado tarde para ellas. —La explosión no fue accidente, ¿cierto? Un pequeño movimiento de cabeza. —¿Lo hiciste tú? —Miró hacia la bolsa de dormir, a lo que fuese que estaba oculto debajo. Una vez más, una sacudida de cabeza. —No voy a decir quién, ni cómo. No sin poner en riesgo la vida de las personas que me salvaron. —Fueron los ilken… —No. Los ilken no son las criaturas que fueron criadas en las catacumbas. Aquellos… aquellos provenían de las montañas de alrededor de Morath. Por medio de métodos mucho más oscuros. Maeve tenía que saberlo. Ella tenía que saber lo que estaban haciendo en Morath. Los horrores que se estaban engendrando allí, el ejército de demonios y bestias que competían contra cualquier leyenda. Ella nunca se aliaría con tanto mal, nunca sería tan tonta como para aliarse con el Valg. No cuando ella había librado una guerra contra ellos milenios atrás. Pero si ella no luchaba… ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que estas bestias aullaran alrededor de Doranelle? ¿Antes de que su propio continente estuviera en estado de sitio? Doranelle podría resistir. Pero probablemente él estaría muerto, una vez que encontrara una manera de destruir las llaves y Maeve lo castigara. Y con él muerto y Whitethorn probablemente convertido en carroña, también… ¿cuánto tiempo duraría Doranelle? ¿Décadas? ¿Años? Una pregunta se coló en la mente de Lorcan, llevándolo hasta la actualidad, a la pequeña tienda cubierta. —Tu pie que ha estado arruinado por años, sin embargo. ¿Él te encerró en el calabozo tanto tiempo? —No —dijo ella, ni siquiera pestañeando ante su dura descripción. —. Yo estuve en el calabozo solo


durante una semana. El tobillo, la cadena… Él me hizo eso mucho antes. —¿Qué cadena? Ella parpadeó. Y él supo que ella había evitado decirle un detalle en particular. Pero ahora que lo veía… podía distinguir, entre la masa de cicatrices, una banda blanca. Y allí, en torno a su prefecto, precioso otro tobillo, estaba su gemelo. Un viento mezclado con polvo y frialdad de una tumba royó a través del campo. Marion se limitó a decir—: Cuando mates a mi tío, pregúntaselo tú mismo.


Capítulo 31 Traducido por Cocota Corregido por Ella R

Bien, por una parte, al menos el mapa de Rolfe funcionaba. Había sido idea de Rowan, en realidad. Y ella quizás se había sentido un poco culpable al dejar que Aedion y Lysandra creyeran que el Señor de los Piratas solo había ido tras el amuleto de Orynth, pero… por lo menos ahora sabían que su mapa profano funcionaba. Y que, sin duda, el Señor de los Piratas vivía con terror de que el Valg volviera a este puerto. Se preguntó qué había hecho Rolfe con ello, lo que su mapa le había mostrado de la Llave del Wyrd. Si revelaba la diferencia entre eso y los anillos de Piedra del Wyrd con los que habían sido esclavizados sus hombres. Cualquiera que fuera la razón, el Señor Pirata había enviado a su camarera a explorar cualquier indicio del Valg, sin darse cuenta de que Rowan había seleccionado ese callejón sin salida para asegurarse de que solamente alguien enviado por Rolfe se aventuraría tan al interior de éste. Y puesto que Aelin no tenía alguna duda de que Aedion y Lysandra habían logrado colarse inadvertidamente a través de las calles… Bueno, al menos esa parte de su noche había salido bien. En cuanto al resto de ella… Era más de medianoche cuando Aelin se preguntó cómo demonios ella y Rowan alguna vez volverían a la normalidad si sobrevivían a esta guerra. Si no habría algún día en que no fuera tan fácil saltar por encima de los tejados como si fueran piedras en un arroyo, entrar a la habitación de alguien y presionar una cuchilla en la garganta del ocupante. Hicieron los dos primeros en el lapso de quince minutos. Y cuando encontraron a Gavriel y Fenrys esperándolos en su habitación compartida en la posada Dragón de Mar, Aelin supuso que no necesitaba molestarse con el tercero1. Aunque tanto ella como Rowan mantuvieron sus manos de manera casual al alcance de sus dagas, mientras se inclinaba contra la pared al lado de la ventana ahora cerrada. Habían descorrido el pestillo con el viento de Rowan, solo para que una vela se encendiera en el momento en que la ventana se abrió. Revelando a dos guerreros Fae con rostros de piedra, ambos vestidos y armados. —Podrían haber utilizado la puerta —dijo Fenrys con los brazos cruzados, un poco demasiado informal. —¿Por qué molestarse cuando una entrada espectacular es mucho más divertida? —respondió Aelin. La hermosa cara de Fenrys se contrajo con diversión que no llegó a sus ojos onix. —Qué pena sería 1

La enumeración corresponde a lo que mencionó en el párrafo anterior: saltar por los tejados, entrar a la habitación de alguien y mantener una cuchilla

contra el cuello de una persona.


que te pierdas algo de eso. Ella le sonrió. Él le devolvió la sonrisa. Ella supuso que ambas sonrisas eran menos que una mueca y más… dientes expuestos. Ella resopló. —Ustedes dos lucen como si hubiesen disfrutado su verano en Doranelle. ¿Cómo está la dulce tía Maeve? Las manos tatuadas de Gavriel se cerraron en puños flojos. —Me niegas el derecho de ver a mi hijo y sin embargo irrumpes en mi habitación en la oscuridad de la noche demandándonos que divulguemos información sobre nuestra reina. —Uno, yo no te he negado nada, gatito. Fenrys dejó escapar lo que podría haber sido una risa ahogada. —Es la decisión de tu hijo, no la mía. No tengo tiempo suficiente para vigilarlo o realmente preocuparme. —Mentiras. —Debe ser difícil encontrar el tiempo para cuidarlo en absoluto —Interrumpió Fenrys—, cuando te estás enfrentando a un período de vida mortal —Una astuta y cortante mirada a Rowan. —. ¿O es que ella debería Asentarse2 pronto? Oh, él era un bastardo. Un amargo y contundente bastardo, el lado risueño de la moneda forjado por el entrenamiento hosco de Lorcan. Maeve tenía ciertamente un tipo. La cara de Rowan no dijo nada. —La cuestión del Asentamiento de Aelin no es de tu incumbencia. —¿No lo es? Saber si ella es inmortal cambia las cosas. Muchas cosas. —Fenrys —advirtió Gavriel. Ella sabía lo suficiente sobre eso, la transición que atravesaban los Fae de sangre pura, y algunos demi-Fae, una vez que sus cuerpos se establecieran en la juventud inmortal. Era un duro proceso, sus cuerpos y su magia necesitaban de meses para adaptarse a la repentina congelación y reordenación de su proceso de envejecimiento Algunos Fae no tenían control sobre su poder, algunos incluso los perdían totalmente durante el tiempo que tardaban en Asentarse. Y los demi-Fae… algunos podían vivir más de lo normal, algunos podrían tener el verdadero regalo de la inmortalidad. Como Lorcan. Y posiblemente Aedion. Ellos lo averiguarían en los próximos años, si salía a su madre… o al hombre sentado al otro lado de la habitación. Si sobrevivían a la guerra. Y en cuanto a ella… no se permitía pensar en eso. Precisamente por las razones que Fenrys afirmaba. —No veo en qué cambiaría —le dijo ella—. Ya hay una reina inmortal. Sin duda, una segunda no 2

Hace referencia cuando el metabolismo de las Fae, demi-Fae o Brujas se “asientan”, como Rowan, Manon, las Trece, la Matrona etc.; es decir, llegan a

cierta edad y quedan con ese aspecto para siempre.


sería nada nuevo. —¿Y vas a entregar juramentos de sangre a los hombres que llamen tu atención, o solo tendrás a Whitethorn a tu lado? Podía sentir la agresión comenzando a escurrirse en Rowan, y ella estaba medio tentada a gruñir, Son tus amigos. Trata con ellos. Pero él se mantuvo en silencio, conteniéndose a sí mismo, cuando ella dijo—: No parecían tan interesados en mí ese día en Mistward. —Créeme, él lo estaba —murmuró Gavriel. Aelin levantó una ceja. Pero Fenrys le estaba dando a Gavriel una mirada que prometía una muerte lenta. Rowan explicó—: Fenrys fue el que… se ofreció para entrenarte cuando Maeve nos dijo que vendrías a Wendlyn. Así que fue él. Interesante. —¿Por qué? Rowan abrió la boca, pero Fenrys le interrumpió. —Me habría sacado de Doranelle. Y probablemente nos habríamos divertido mucho más, de todos modos. Sé lo que el bastardo de Whitethorn puede llegar a ser cuando se trata de entrenar. —Ustedes dos se habrían quedado en aquella azotea en Varese y bebido hasta morir —dijo Rowan—. Y en cuanto al entrenamiento… Estás vivo el día de hoy, gracias a eso, muchacho. Fenrys rodó los ojos. Más joven, ella se dio cuenta. Aún viejo para los estándares humanos, pero Fenrys era y se sentía más joven. Más salvaje. —Hablando de Varese… —dijo Aelin con fresca diversión. —, y Doranelle… —Te avisé —dijo Gavriel en voz baja—, que es poco lo que sabemos acerca de los planes de Maeve, y aún menos lo que podemos revelar debido a las limitaciones del juramente de sangre. —¿Cómo lo hace? —Preguntó sin rodeos Aelin. —Con Rowan no es… Cada orden que le doy, incluso las más casuales, son suyas para decidir qué hacer con ellas. Solo cuando tironeo enérgicamente del lazo puedo hacer que… se rinda. E incluso entonces es más bien una sugerencia. —Es diferente con ella —dijo Gavriel suavemente. —. Depende del líder a quién se le ha jurado. Ustedes dos prestaron juramento el uno al otro con amor en sus corazones. Tú no tenías ningún deseo de poseerlo o gobernarlo. Aelin trató de no estremecerse ante la verdad de la palabra, amor. Ese día… cuando Rowan la había mirado a los ojos mientras bebía su sangre… había empezado a darse cuenta de lo que era. Que el sentimiento que los atravesaba, tan poderoso que no había lenguaje para describirlo… No era una simple amistad, sino algo nacido y se fortalecido por esta. —Maeve —añadió Fenrys—, lo ofrece con esas cosas en mente. Y así el vínculo en sí nace de la obediencia hacia ella, sin importar qué. Ella ordena, nosotros nos sometemos. Para lo que sea que


desee. —Las sombras bailaron en sus ojos, y los dedos de Aelin se cerraron en puños. El hecho que Maeve haya sentido la necesidad de obligar a cualquiera de ellos a meterse en su cama… Rowan le había dicho que su linaje familiar, aunque distante, era todavía lo suficientemente cercano como para impedir que Maeve lo buscara, pero los demás… —Por lo que no podrían romperlo por su cuenta. —Nunca, si lo hiciéramos, la magia que nos une a ella nos mataría en el proceso —dijo Fenrys. Ella se preguntó si él lo había intentado. Cuantas veces. Él inclinó la cabeza hacia un lado, el movimiento puramente lupino. —. ¿Por qué preguntas eso? Porque si Maeve de alguna manera podía reclamar propiedad sobre la vida de Aedion gracias a su línea de sangre, no podría hacer nada para ayudarlo. Aelin se encogió de hombros. —Porque me desvié de la idea. —Ella le dedicó una pequeña sonrisa que sabía que volvía a Rowan y a Aedion locos, y, sí. Parecía que era una manera segura de molestar a cualquier macho Fae, porque la ira cruzó el rostro estúpidamente perfecto de Fenrys. Ella miró sus uñas. —Yo sé que ustedes dos están en edad avanzada y ya ha pasado su hora de dormir, así que haré esto rápido: la flota de Maeve está navegando hacia Eyllwe. Ahora somos aliados. Pero mi camino podría llevarme directo a un conflicto con esa flota, tal vez con ella, lo desease o no. —Rowan se tensó ligeramente y deseó que no pareciera débil el echarle un vistazo a él, tratando de leer lo que provocó la reacción. —Nuestra… su red de información es demasiado extensa —contrarrestó Rowan. —. No hay una posibilidad de que no sepa ya que la flota del imperio está acampando en el Golfo de Oro. Aelin se preguntó con qué frecuencia su Príncipe Fae tenía que corregirse a sí mismo en silencio acerca de los términos que utilizaba. Nuestra, su… Se preguntó si alguna vez se percataba de los dos machos frunciendo el ceño ante ellos. —Maeve podría interceptarlo —reflexionó Gavriel—. Podría derrotar a la flota de Morath como prueba de sus intenciones para ayudarte a ti, y luego… utilizarlo en cualquier plan que tenga más allá de aquello. Aelin chasqueó la lengua. —Incluso con soldados Fae en esas naves, no sería tan estúpida como para correr el riesgo de tales pérdidas catastróficas solo para entrar en mis gracias de nuevo. —No importaba que Aelin supiera que aceptaría cualquier oferta de ayuda de Maeve, riesgosa o no. La sonrisa de Fenrys brilló. —Oh, las pérdidas de vidas Fae son de poco interés para ella. Es probable que solo aumenten su excitación al respecto. —Cuidado —dijo Gavriel. Dioses, casi sonaba idéntico a Aedion con ese tono. Aelin continuó—: Independientemente. Ustedes dos saben lo que enfrentamos con Erawan; sabes lo que quería de mí Maeve en Doranelle. Lo que a Lorcan le quedaba por hacer. —Sus rostros habían recuperado la calma de guerreros y no vacilaron tanto cuando ella preeguntó—: ¿Maeve les dio la


orden de tomar esas llaves de Lorcan también? ¿Y el anillo? ¿O solo su vida la que reclamarán? —Si decimos que nos dio la orden de recuperar todo —Fenrys arrastró las palabras, apoyando las manos detrás de él en la cama. —, ¿vas a matarnos, Heredera de Fuego? —Dependerá de lo útil que resultes ser cómo aliado —dijo Aelin simplemente. El peso que colgaba entre sus pechos bajo la camisa retumbó como si fuera una respuesta. —Rolfe tiene armas —dijo Gavriel en voz baja. —, o las recibirá. Aelin levantó una ceja. —¿Y oír hablar sobre eso me costará? Gavriel no era lo suficientemente estúpido como para preguntar por Aedion. El guerrero se limitó a decir—: Se llaman lanzas de fuego. Los alquimistas en el sur del continente las desarrollaron para sus propias guerras por el territoro. Más que eso, no sabemos, pero el dispositivo puede ser manejado por un solo hombre, con un efecto devastador. Y con portadores de magia todavía acostumbrándose a sus regalos devueltos, o en su mayoría muertos gracias a Adarlan… Ella no estaría sola. No era la única portadora de fuego en aquel campo de batalla. Pero solo si la armada de Rolfe se unía a la de ella. Si él hacía lo que ella cuidadosamente, tan cuidadosamente, estaba guiándolo a hacer. Llegar al continente austral tomaría meses que no tenía. Pero si Rolfe ya había ordenado un suministro… Aelin asintió con la cabeza a Rowan una vez más, y se alejaron de la pared. —¿Eso es todo? —Exigió Fenrys. —. ¿Podremos saber lo que van a hacer con esta información, o somos sus lacayos, también? —No confías en mí; yo no confío en ti —dijo Aelin. —. Es más fácil así. —Ella dio un codazo para abrir la ventana. —Pero gracias por la información. Las cejas de Fenrys se levantaron tanto que ella se preguntó si Maeve había pronunciado aquellas palabras en su oído. Y sinceramente deseó haber derretido a su tía aquel día en Doranelle. Ella y Rowan saltaron y se treparon a los tejados de la Bahía de la Calavera, las antiguas tejas todavía húmedas por la lluvia del día. Cuando el Océano Rosa brilló como una joya pálida una cuadra adelante, Aelin se detuvo en las sombras al lado de una chimenea y murmuró—: No hay margen para el error. Rowan le puso una mano en el hombro. —Lo sé. Haremos que valga. Los ojos le ardían. —Estamos jugando un juego contra dos monarcas que han gobernado y conspirado durante más tiempo que la mayoría de los reinos que han existido. —E incluso para ella, las probabilidades de


ser más inteligente y maniobrar mejor que ellos… —Al ver el cadre, cómo Maeve los contiene… Ella estuvo tan cerca de separarnos esta primavera. Tan cerca. Rowan deslizó el pulgar sobre su boca. —Incluso si Maeve me hubiera mantenido esclavizado, habría luchado. Cada día, cada hora, con cada respiración. —Él la besó suavemente y le dijo sobre sus labios—: Habría luchado por el resto de mi vida para encontrar una manera de volver otra vez a ti. Lo supe desde el momento en que emergiste de la oscuridad del Valg y me sonreíste a través de tus llamas. Se tragó el nudo en la garganta y levantó una ceja. —¿Estabas tan dispuesto a hacer eso antes de todo esto? Eran muy pocos beneficios en ese entonces. Diversión y algo más profundo bailó en sus ojos. —Lo que sentí por ti en Doranelle y lo que siento por ti ahora es lo mismo. Solo que en ese entonces no creí que alguna vez llegaría la oportunidad de actuar en base a ello. Ella sabía por qué necesitaba oírlo, él lo sabía, también. Las palabras de Darrow y Rolfe bailaban alrededor de su cabeza, un interminable coro de amargas amenazas. Pero Aelin solo sonrió socarronamente hacia él. —Entonces actúa de inmediato, Príncipe. Rowan dejó escapar una risa baja, y no dijo nada más mientras reclamaba su boca, empujando su espalda contra la derruida chimenea. Ella se abrió para él, y su lengua se deslizó dentro, exhaustiva, perezosa. Oh, dioses… esto. Esto era lo que la hacía perder la cabeza, este fuego entre ellos. Podrían reducir el mundo entero a cenizas con él. Él era de ella y ella era de él, y se habían encontrado el uno al otro a través de siglos de derramamiento de sangre y pérdida, a través de océanos, reinos y guerras. Rowan se echó hacia atrás, respirando con dificultad, y le susurró contra sus labios—: Incluso cuando estás en otro reino, Aelin, tu fuego todavía está en mi sangre, en mi boca. —Ella dejó escapar un suave gemido y se arqueó contra él mientras su mano rozaba la parte trasera, sin preocuparse de si alguien los veía en las calles debajo. —Tú dijiste que no me tomarías contra un árbol la primera vez —respiró ella, deslizando sus manos por sus brazos, por toda la amplitud de su esculpido pecho. —. ¿Qué pasa con una chimenea? Rowan resopló otra risa y mordió su labio inferior. —Recuérdame otra vez por qué te he echado de menos. Aelin se rió, pero el sonido fue silenciado rápidamente cuando Rowan reclamó de nuevo su boca y la besó con profundidad bajo la luz de la luna.


Capítulo 32 Traducido por Cocota Corregido por Ella R

Aedion había estado despierto la mitad de la noche, debatiendo los méritos de cada lugar posible donde se podría reunir con su padre. En la playa parecía estar pidiendo una conversación privada que no estaba totalmente seguro de que quería tener; en el cuartel de Rolfe se sentía demasiado público; el patio de la posada se sentía demasiado formal… Se había sacudido y dado vuelta en su cama, casi dormido cuando escuchó a Aelin y a Rowan regresar pasada la medianoche. No le sorprendía que se hubieran escabullido sin decírselo a nadie. Pero al menos ella había ido con el Príncipe Fae. Lysandra, durmiendo como un tronco, no se había movido cuando sus pasos crujieron en el pasillo de afuera. Ella apenas había podido cruzar las puertas horas antes, Dorian ya estaba dormido en su catre, antes que ella cambiara a su cuerpo habitual y se balanceara sobre sus pies. Aedion apenas se había dado cuenta de su desnudez, no cuando ella se tambaleó y él se lanzó para agarrarla antes de que cayera sobre la alfombra. Ella había parpadeado aturdida hacia él, su piel pálida. Así que él la había puesto suavemente sobre el borde de la cama, tirando de una manta y envolviéndola alrededor de ella. —Has visto a un montón de mujeres desnudas —Había dicho ella, sin molestarse en mantenerla en su lugar. —. Hace demasiado calor para la lana. Así que la manta se deslizó por su espalda mientras ella se inclinaba hacia adelante, apoyando sus antebrazos en las rodillas y respirando profundamente. —Dioses, me marea tanto. Aedion puso una mano en su espalda desnuda y la acarició suavemente. Ella se puso rígida al tacto, pero él dibujó grandes y luminosos círculos sobre esa piel aterciopelada. Después de un momento, ella dejó escapar un sonido que podría haber sido un ronroneo. El silencio se prolongó durante un tiempo suficiente hasta que Aedion se dio cuenta de que de alguna manera ella se había quedado dormida. Y no el sueño normal, sino el sueño en el que a veces Aelin y Rowan entraban con el fin de permitir recuperarse de su magia. Tan profundo y exhaustivo que ningún entrenamiento podría penetrarlo, ningún instinto podría anteponérsele. El cuerpo había reclamado lo que necesitaba, a cualquier coste, a cualquier vulnerabilidad. Acomodándola entre sus brazos antes de que pudiera caer directamente sobre su cara, Aedion la arrastró sobre un hombro y la llevó hacia la cabecera de la cama. Corrió las sábanas frescas de algodón con una mano y luego la acostó, su cabello, nuevamente largo, cubriendo sus pechos grandes y firmes. Muchos más pequeños que los que había visto en ella por primera vez. No le importaba el tamaño que tenían, eran hermosos de todas formas. No se había despertado de nuevo, y él se había deslizado a su propio catre. Solo se durmió una vez


que la luz hubo cambiado al goteo grisáceo y acuoso que precede al amanecer, se despertó justo después de la salida del sol, y se dio por vencido totalmente. Dudaba que cualquier rastro de sueño acudiera a él hasta que la reunión ocurriera. Así que Aedion se duchó y vistió, debatiendo si luciría como un tonto por cepillarse el pelo para su padre. Lysandra estaba despierta cuando volvió de nuevo a la habitación, el color afortunadamente de vuelta en sus mejillas, el rey todavía dormido en su catre. Pero la Cambiaformas inspeccionó a Aedion y le dijo—: ¿Qué es lo que llevas puesto?

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Lysandra hizo que se cambiara su ropa sucia de viaje, irrumpió en la habitación de Aelin y Rowan, vistiendo solamente su propia sábana, y se llevó todo lo que quería del armario del Príncipe Fae. Aelin ladró un ¡Fuera! que probablemente se escuchó desde el otro lado de la bahía, y Lysandra sonrió con maldad felina al regresar, extendiendo una camisa verde y pantalones hacia él. Cuando él salió del baño, la muchacha ya estaba vestida con ropas propias, que él no sabía de dónde había conseguido. Era simple: botas altas hasta la rodilla, y una camisa blanca metida dentro de unos pantalones negros y ajustados. Había dejado la mitad de su pelo suelto, la otra mitad amarrado, y ahora enroscaba la masa sedosa que había quedado libre sobre su hombro. Lysandra lo observó con una sonrisa de aprobación. —Mucho mejor. Mucho más principesco y menos… desaliñado. Aedion le dio una reverencia burlona. Dorian se agitó, una fresca brisa comenzó a palpitar, como si su magia se hubiese despertado también, echó un vistazo a los dos, luego al reloj de repisa sobre la chimenea. Tiró de la almohada sobre sus ojos y se volvió a dormir. —Muy de la realeza —dijo Aedion, dirigiéndose a la puerta. Dorian gruñó algo a través de la almohada que Aedion optó por no oír. Él y Lysandra desayunaron tranquilamente en el comedor, aunque tuvo que forzar la mitad de la comida hacia abajo. La Cambiaformas no hizo preguntas, ya sea por consideración o porque estaba tan ocupada llevando a su cara cada bocado ofrecido en la mesa del buffet. Dioses, las mujeres en su corte comían más que él. Se suponía que la magia quemaba sus reservas de energía tan rápido que era un milagro que no estuvieran arrancándose las cabezas de un mordisco constantemente.


Se dirigieron a la taberna de Rolfe en silencio, también, los centinelas apostados en la puerta se hicieron a un lado, sin ni siquiera una pregunta. Él cogió el mango de la puerta cuando Lysandra finalmente dijo—: ¿Estás seguro? Él asintió. Y eso fue todo. Aedion abrió la puerta y encontró al cadre precisamente donde había supuesto que estaría a esas horas: comiendo el desayuno en la taberna. Los dos machos se detuvieron cuando ellos entraron. Y los ojos de Aedion fueron directamente al hombre de cabellos dorados, uno de los dos, pero… No se podía negar cuál era su… Gavriel dejó el tenedor en el plato a medio comer. Vestía ropas como las de Rowan, y al igual que el Príncipe Fae, estaba fuertemente armado, incluso en el desayuno. Aelin era su otro lado de una moneda clara, pero Gavriel era un reflejo turbio. Los afilados y amplios rasgos; la dura boca, la había heredado de él. El cabello dorado era diferente; más iluminado por el sol a diferencia del largo a la altura del hombro color miel dorada de Aedion. Y la piel de Aedion era un tono oro Ashryver, no el bañado por el sol e intenso bronceado. Poco a poco, Gavriel se puso de pie. Aedion se preguntó si él también había heredado aquella gracia, la quietud depredadora, la ilegible y absorta cara, o si ambos habían sido entrenados de esa manera. La encarnación del León. Había querido hacerlo de esa manera, un poco más que una emboscada, para que su padre no tuviera tiempo de preparar discursos bonitos. Él quería ver lo que haría su padre cuando se enfrentara a él, qué clase de macho era, cómo reaccionaba a algo… El otro guerrero, Fenrys, estaba mirando entre ellos, un tenedor a mitad de camino entre su boca abierta. Aedion se obligó a caminar, las rodillas sorprendentemente firmes, incluso cuando su cuerpo se sentía como si pertenecía a otra persona. Lysandra se mantuvo a su lado, sólida y con los ojos brillantes. Con cada paso que daba, su padre lo inspeccionaba, su cara no cediendo a nada, hasta que… —Luces… —respiró Gavriel, hundiéndose en su silla. —. Luces mucho como ella. Aedion sabía que Gavriel no se refería a Aelin. Incluso Fenrys veía al León ahora, la pena ondulando en aquellos ojos castaños. Pero Aedion apenas recordaba a su madre. Apenas recordaba algo más que su moribundo y destrozado rostro. Así que dijo—: Murió para que tu reina no pusiera sus garras sobre mí.


No estaba seguro de que su padre estuviera respirando. Lysandra se acercó aún más, una sólida roca en el agitado mar de su rabia. Aedion inmovilizó a su padre con una mirada, sin estar seguro de dónde venían las palabras, la ira, pero allí estaban, saliendo de sus labios como látigos. —Podrían haberla curado en los recintos Fae, pero ella no iba a acercarse a ellos, no los dejaría venir por temor a Maeve —Escupió el nombre. —, al saber que yo existía. Por temor a que estuviera esclavizado a ella, como tú lo estabas. El rostro moreno de Gavriel había sido drenado de todos los colores. Lo que fuera que Gavriel hubiera sospechado hasta ahora, a Aedion no le importaba. El Lobo le gruñó al León—: Ella tenía veintitrés años de edad. Nunca se casó, y su familia la repudió. Ella se negó a decirle a alguien quien me había engendrado, y tomó tu desdén, tu humillación, sin una pizca de autocompasión. Ella lo hizo porque me amaba a mí, no a ti. Y de repente deseó haberle pedido a Aelin que viniera, para que pudiera decirle que quemara a aquel guerrero hasta convertirlo en cenizas, como había hecho con el comandante en Ilium, porque el mirarlo a la cara, su cara… él lo odió. Él lo odiaba por los veintitrés años de edad que su madre había tenido, más joven que lo era él ahora cuando ella murió, sola y triste. Aedion gruñó—: Si la perra de tu reina intenta llevarme, le cortaré la garganta. Si ella le hace daño a mi familia más de lo que ya hizo, te cortaré la tuya, también. Su padre dijo con la voz ronca—: Aedion. El sonido del nombre que su madre le había dado en sus labios… —No quiero nada de ti. A menos que pienses ayudarnos, en cuyo caso no opondré… resistencia. Pero más allá de eso, no quiero nada de ti. —Lo siento —dijo su padre, los ojos del Leon llenos de un dolor tan grande que Aedion se preguntó si no habría golpeado a un hombre ya caído. —Yo no soy a quién tienes que pedirle perdón —dijo, volviéndose hacia la puerta. La silla de su padre raspó contra el suelo. —Aedion. Aedion siguió caminando, Lysandra caminando a su lado. —Por favor —dijo su padre cuando la mano de Aedion se cerró sobre la manija. —Vete al infierno —dijo Aedion, y salió. No regresó al Océano Rosa. No podía soportar estar cerca de la gente, estar cerca de sus sonidos y olores. Así que se dirigió hacia la espesa montaña, ubicada por encima de la bahía, perdiéndose a sí mismo en la selva de hojas y sombras y suelo húmedo. Lysandra iba un paso detrás de él, tan silenciosa como él. No fue hasta que encontró un afloramiento rocoso que sobresalía de un lado de la montaña que pasaba por lo alto de la bahía, de la ciudad, más allá de las aguas cristalinas, que se detuvo. Que se


sentó. Y respiró. Lysandra se sentó junto a él en la roca plana, cruzando sus piernas debajo de ella. Él dijo—: No tenía planeado decir nada de eso. Estaba mirando hacia la cercana torre de vigilancia situada en la base de la montaña. Miró cómo sus ojos verdes contemplaban el nivel inferior donde el Rompe-navíos se envolvía alrededor de una gran rueda, la escalera exterior en espiral hasta la propia torre, hasta los niveles superiores, donde una catapulta, y un masivo arpón montado en la torreta, ¿o era una ballesta gigantesca?, estaban inmovilizados en el lugar, el asiento de su portador y una flecha apuntando hacia un enemigo invisible en la bahía más abajo. Con el tamaño del arma y la máquina que había sido manipulada para lanzarla hacia la bahía, no dudaba que podía romper a través de un caso y causar un letal daño a un barco. O arponear a tres hombres a través él. Lysandra dijo simplemente—: Hablaste desde el corazón. Tal vez fue bueno que él oyera eso. —Lo necesitamos para trabajar con nosotros. Podría haberlo convertido en un enemigo. Ella colocó el pelo sobre su hombro. —Confía en mí, Aedion, no lo hiciste. Si le hubieras dicho que caminara por las brasas, lo habría hecho. —Se dará cuenta muy pronto de lo que, exactamente, soy, y quizás no esté tan desesperado. —¿Quién, exactamente, crees que eres? —Ella frunció el ceño. —¿La Puta de Adarlan? ¿Es eso lo que todavía piensas de ti mismo? El general que mantuvo a su reino unido, que salvó a su pueblo cuando fue olvidado incluso por su propia reina, ese es el hombre que conozco —Ella gruñó en voz baja, pero no hacia él. —. Y si empieza a señalar con el dedo, yo le recordaré que él ha servido a esa perra en Doranelle durante siglos sin preguntar. Aedion resopló. —Pagaría un buen dinero para verte enfrentarlo cara a cara. Y a Fenrys. Ella lo empujó con el codo. —Di la palabra, General, y voy a transformarme en la cara de sus pesadillas. —¿Y qué criatura es esa? Ella le dio una pequeña sonrisa de complicidad. —Algo en lo que he estado trabajando. —No quiero saber, ¿cierto? Los dientes blancos destellaron. —No, realmente no quieres. Se rió, sorprendido de que aún pudiera hacerlo. —Es un bastardo guapo, le doy el crédito por eso —Creo que a Maeve le gusta coleccionar hombres bonitos. Aedion resopló. —¿Por qué no? Ella tiene que tratar con ellos durante toda la eternidad. Mejor


también sean agradables a la vista. Ella volvió a reír, y el sonido le quitó un peso de encima.

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Cargando con Goldryn y Damaris por primera vez, Aelin entró al Dragón del Mar dos horas más tarde y deseó los días en que podía dormir sin el temor o la urgencia de algo tirando de ella. Deseó los días en que ella podía haber tenido tiempo para acostarse con su maldito amante y no optara por atrapar unas cuantas horas de sueño en su lugar. Ella lo había querido. Ayer por la noche, habían vuelto a la posada, y ella se había bañado más rápido de lo que alguna vez lo había hecho. Incluso había surgido del baño desnuda… y había encontrado a su Príncipe Fae dormido encima de la brillante cama blanca, todavía vestido, viéndose como si hubiese tenido la intención de cerrar los ojos mientras ella se lavaba. Y el pesado agotamiento de él… Ella había dejado a Rowan descansar. Se acurrucó junto a él por encima de las mantas, todavía desnuda, y cayó inconsciente antes de que su cabeza se asentara contra su pecho. Llegaría un momento, ella lo sabía, cuando no serían capaz de dormir de manera tan segura, tan profundamente. Unos cinco minutos antes de que Lysandra irrumpiera, Rowan se había despertado y había comenzado el proceso de despertarla a ella, también. Poco a poco, burlonamente, con golpecitos de propiedad a lo largo de su torso desnudo, sus muslos, acentuados con pequeños besos y mordiscos por su boca, su oreja, su cuello. Pero tan pronto como Lysandra entró como un trueno en la habitación para robar ropa para Aedion, tan pronto como le había explicado a dónde iría él… la interrupción había durado. Le había hecho recordar qué, exactamente, necesitaba llevar a cabo el día de hoy. Con un hombre actualmente inclinado a matarla a ella y una flota esparcida y paralizada. Gavriel y Fenrys ahora estaban sentados con Rolfe a la mesa en la parte trasera de la taberna, sin señales de Aedion, ambos con los ojos abiertos mientras ella se contoneaba. Se podría haber pavoneado ante la mirada, si Rowan no hubiese estado merodeando directamente detrás de ella, ya preparado para cortar sus gargantas. Rolfe se puso de pie. —¿Qué estás haciendo aquí? —Yo tendría mucho, mucho cuidado con forma en que le habla a ella hoy, Capitán —dijo Fenrys con más cautela y consideración de la que ella lo había visto usando ayer. Sus ojos estaban fijos en Rowan, quien de hecho observaba a Rolfe como si fuera la cena. —. Elija sus palabras sabiamente. Rolfe miró a Rowan, vio su rostro, y pareció captarlo.


Tal vez la precaución haría que Rolfe estuviera más inclinado a estar de acuerdo con su solicitud hoy. Si jugaba bien. Si hubiera jugado bien todas las cosas. Aelin le dio a Rolfe una pequeña sonrisa y se apoyó en la mesa vacía al lado de ellos, las astilladas letras doradas en los listones formaban la palabra Cortador de Niebla. Rowan tomó el lugar junto a ella, su rodilla cepillando la suya. Cómo si incluso unos pocos pies de distancia fueran insoportables. Pero ella sonrió un poco más ampliamente a Rolfe. —Vine a ver si habías cambiado de opinión. Acerca de mi alianza. Rolfe tamborileó sus dedos tatuados sobre la mesa, justo sobre algunas letras doradas que decían Trilladora. Y al lado de esta… un mapa del continente estaba extendido entre Rolfe y los guerreros Fae. No era el mapa que realmente, realmente necesitaba, ahora que sabía que la maldita cosa funcionaba, pero… Aelin se puso rígida ante lo que vio. —¿Qué es eso? —dijo, señalando las figuritas de plata acampando en la parte central del continente, una línea impenetrable desde la Brecha Ferian hacia la desembocadura del Avery. Y las figuras adicionales en el Golfo de Oro. Y en Melisande y Fenharrow y cerca de la frontera del norte de Eyllwe. Gavriel, luciendo un poco como si alguien le hubiera golpeado en la cabeza dioses, ¿cómo había ido la reunión con Aedion?, dijo antes de que Rolfe pudiera conseguir que Rowan le destrozara la garganta por cualquier respuesta que ya tuviera preparada—: El Capitán Rolfe recibió la noticia esta mañana. Quería nuestro consejo. —Qué es esto —dijo ella, apuñalando con un dedo cerca de la línea principal de las figuras estiradas a través del centro del continente. —Es el último informe —Rolfe arrastró las palabras. —, de las ubicaciones de los ejércitos de Morath. Se han puesto en posición. La ayuda al Norte es ahora imposible. Y están preparados para atacar Eyllwe.


Capítulo 33 Traducido por Isa Martinez Corregido por Cotota

—Eyllwe no tiene un ejército —dijo Aelin, sintiendo la sangre drenarse de su cara—. Ahí no hay nada ni nadie para pelear después de la primavera, salvo por las bandas de militares rebeldes. Rowan le dijo a Rolfe: —¿Tienes los números exactos? —No —dijo el capitán—. Las noticias llegaron solo como advertencia, para mantener cualquier envío fuera del Avery. Quería sus opiniones —dio un asentimiento con la barbilla al cadre—, para entregarlo. Aunque supongo que debería haberte invitado también, pues parecen interesados en hablar sobre mis negocios. Ninguno de ellos se dignó a responder. Aelin escaneó esa línea, la línea de ejércitos. —¿Cuán rápido se pueden mover? — dijoRowan. —Las legiones salieron de Morath hace cerca de tres semanas atrás —informó Gavriel—. Se mueven más rápido que cualquier ejército que hubiera visto. El momento en que… No. No, no, eso no podía ser, por Ilium, porque ella se burló de él… —Es una exterminación —dijo Rolfe de mala manera. Ella cerró los ojos, tragando saliva. Aunque el capitán no se atreviera a hablar. Rowan deslizó una mano a lo largo de su espalda, en un consuelo silencioso. Él sabía, estaba uniéndolo también. Ella abrió sus ojos, esa línea de fuego en su visión, su corazón, y dijo: —Es un mensaje. Para mí —desplegó su puño, mirando la cicatriz. —¿Por qué atacar Eyllwe entonces? —preguntó Fenrys—. ¿Y porque moverse a su posición pero no saquearlo? Ella no podía decir las palabras en voz alta. Que ella había traído eso sobre Eyllwe por burlarse de Erawan, porque él sabía de quién se había cuidado Celaena Sardothien, y quería romper su espíritu,


su corazón, mostrándole lo que podía hacer con sus ejércitos. Lo que ellos podrían hacer, siempre que a él le apeteciera. No a Terrasen… pero al reino de la amiga que amó tan entrañablemente. El reino que ella juró proteger, salvar. Rowan dijo: —Tenemos lazos personales con Eyllwe. Él sabe que le importa. Los ojos de Fenrys se demoraron en ella, escaneándola. Pero Gavriel, con la voz estable, dijo: —Erawan ahora tiene todo al sur del Avery. Salvo por el archipiélago. E incluso ahí, tiene un punto de apoyo en el Punto Muerto. Aelin permaneció en ese mapa, en el espacio que ahora lucía tan pequeño al norte. Al oeste, la vasta extensión de los Wastes se explayó a donde las montañas continentales se dividían. Y su mirada zigzagueaba en un pequeño nombre en la costa oeste. Briarcliff. El nombre cambió dentro de ella, el estremecimiento la despertó, y se dio cuenta que habían estado hablando, debatiendo cual ejército podría moverse con rapidez a ese terreno. Se frotó la cien, mirando esa mota en el mapa. Considerando la deuda de vida contraída con ella. Su mirada se arrastró abajo, al sur. Al Desierto Rojo. Donde otra deuda de vida estaba, muchas deudas de vida, esperando ser cobradas. Aelin se dio cuenta de que le habían preguntado algo, pero no le dio importancia a la figura de afuera que le dijo en voz baja a Rolfe: —Vas a darme tu armada. Vas a armarlos con esas lanzas de fuego que sé que has ordenado, y lo enviarás con cualquier extra a la flota Myceniana cuando llegue. Silencio. Rolfe rompió en carcajadas y se sentó de nuevo —Como el infierno que lo soy —agitó la mano tatuada sobre el mapa, las aguas entintadas en el produciendo y cambiando en un cierto patrón el cual se preguntó si solo ella podía leer. Un patrón que ella necesitaba que él fuera capaz de leer, para encontrar la Cerradura—. Esto demuestra cuán completamente superada estas —mordió sus palabras—. La flota Myceniana es poco más que un mito. Un cuento para dormir. Aelin observaba la empuñadura de la espada de Rolfe, a la posada en sí y su barco anclado justo afuera.


—Eres el heredero del pueblo de Myceniano—dijo Aelin—. Y he venido a reclamar la deuda que le deben a mi línea de sangre. Rolfe no se movió ni parpadeó. —¿O todas las referencias del dragón del mar eran producto de algún fetiche personal? —preguntó Aelin. —Los Mycenianos se han ido —dijo Rolfe rotundamente. —No lo creo. Creo que se han estado escondiendo aquí, en las Islas Muertas, por mucho, mucho tiempo. Y que de alguna manera acabó de rasgar su camino de regreso al poder. Los tres hombres Fae se observaron entre ellos. Aelin le dijo Rolfe: —He liberado Ilium de Adarlan. Tomé de vuelta la ciudad, tu antiguo hogar, para ti. Para los Mycenianos. Es tuya, si te atreves a reclamar a tu pueblo como herencia. La mano de Rolfe se sacudió ligeramente. Empuño su mano, colocándola debajo de la mesa. Ella permitió que un destello de su magia se elevara a la superficie y entonces permitió al oro en sus ojos brillar como una llama. Gavriel y Fenrys se enderezaron cuando su poder llenó la habitación, cuando llenó la ciudad. Las llaves del Wyrd entre sus pechos comenzaron a tamborilear, susurrando. Ella sabía que no había nada humano, nada mortal en su cara. Sabía eso porque la piel trigueña de Rolfe había palidecido con un brillo enfermizo. Cerró los ojos y soltó un suspiro. El zarcillo de poder que había reunido ondulaba la distancia en una línea invisible. El mundo se estremeció en su despertar. Una campana sonó en la ciudad una vez, dos veces, en su fuerza. Incluso las aguas en la bahía se estremecieron a su paso dentro y hacia fuera en el archipiélago. Cuando Aelin abrió los ojos, la mortalidad había regresado. —¿Qué demonios fue eso? —demandó Rolfe. Fenrys y Gavriel estaban muy interesados en el mapa después de aquello. Rowan dijo suavemente: —Mi señora tiene que liberar trozos de su poder cada día o podría consumirla. A pesar de sí misma, a pesar de lo que había hecho, decidió que quería a Rowan llamándola mi señora al menos una vez cada día.


Rowan continuó, presionando a Rolfe sobre el movimiento de los ejércitos. El Señor de los Piratas, a quien Lysandra había confirmado semanas atrás que era Myceniano gracias a los propios espías de Arobynn y sus compañeros de negocios, parecía casi incapaz de hablar, gracias a la oferta que había dispuesto para él. Pero Aelin se limitó a esperar. Aedion y Lysandra llegaron después de algún tiempo, y su primo solo se salvó de la mirada de Gavriel mientras su atención continuaba en el mapa y cayó en la mentalidad del general, demandando detalles largos y minuciosos. Pero Gavriel silenció con una mirada a su hijo, viendo en los ojos de su prima un dardo sobre el mapa, escuchando los sonidos de sus voces como si eso fuera una canción que tratara de memorizar. Lysandra se desvió a la ventana, monitoreando la bahía. Como si pudiera ver la ondulación que Aelin había enviado al mundo. La cambiaformas le había dicho a Aedion por ahora, el por qué habían ido realmente a Ilium. No solo para ver a Brannon, no solo para salvar a esas personas… pero por esto. Ella y la cambiaformas habían tramado el plan durante aquella larga noche de relojes juntos en el camino, teniendo en cuenta todos los peligros y beneficios. Dorian se acercó diez minutos más tarde, sus ojos yendo directamente a Aelin. Él también lo había sentido. El rey dio un saludo amable a Rolfe, y luego permaneció en silencio mientras se le informaba sobre el posicionamiento de los ejércitos de Erawan. Entonces se deslizó en un asiento al lado de ella, mientras que los otros hombres continuaron discutiendo las rutas de suministro y armas, siendo llevados círculo tras círculo por Rowan. Dorian simplemente le dio una mirada ilegible y dobló el tobillo sobre la rodilla. El reloj dio las once, y Aelin se puso de pie en medio de todo lo que Fenrys había estado diciendo acerca de varias armaduras y Rolfe veía la posible inversión en el mineral para abastecer la demanda. El silencio se hizo de nuevo. Aelin le dijo Rolfe: —Gracias por tu hospitalidad. Y se dio la vuelta. Dio un paso antes de que él demandara: —¿Eso es todo? Ella miró sobre su hombro, Rowan se aproximaba a su lado. Aelin dejó que un poco de su flama ardiera en la superficie. —Sí, si no me darás el ejército, si no te unirás con la mitad de los Mycenianos y regresar a Terrasen, entonces, encontraré a alguien que lo haga. —No hay nadie más.


De nuevo, sus ojos fueron al mapa sobre la mesa. —Una vez dijiste que pagaría por mi arrogancia. Y lo hice. Muchas veces. Pero Sam y yo tomamos la ciudad completa y la flota, y las destruimos. Todo por dos mil vidas que tú considerabas menos que humanas. Entonces quizás he estado desestimándome a mí misma. Quizás no te necesito después de todo. Ella se volvió de nuevo, y Rolfe se mofó: —Sam murió aun suspirando por ti, o ¿finalmente dejaste de tratarlo como basura? Hubo un sonido ahogado, y golpe sordo y el traqueteo de unos lentes. Ella observó lentamente hasta encontrar a Rowan con su mano alrededor del cuello de Rolfe, el capitán presionado sobre el mapa, las figuras esparcidas por todas partes, Rowan gruñendo entre dientes cerca de la rasgadura de la oreja de Rolfe. Fenrys sonrió un poco. —Te dije que eligieras tus palabras cuidadosamente, Rolfe. Aedion parecía estar haciendo su mejor esfuerzo por ignorar a su padre cuando le dijo al capitán: —Un gusto conocerte —luego se encaminó hacia donde Aelin, Dorian, y Lysandra esperaban junto a la puerta. Rowan se inclinó, murmurando algo al oído de Rolfe que lo hizo palidecer, entonces lo empujó con un poco más de fuerza contra la mesa antes de pavonearse hacia Aelin. Rolfe puso sus manos sobre la mesa, empujando hacia arriba para ladrar sin duda algunas palabras estúpidas contra ellos, pero se contuvo. Como si un pulso lo golpeara a través de su cuerpo. Volteó sus manos, ajustando los bordes de sus palmas juntas. Sus ojos se levantaron, pero no a ella. A las ventanas. A las campanas que habían comenzado a sonar en las torres de vigilancia gemelas que flanqueaban la entrada de la bahía. El repique frenético en las calles más allá vacilante, silenciado. Cada gemido queriendo decir que estaba lo suficientemente claro. La cara de Rolfe palideció. Aelin observó como la negrura que la tinta había grabado allí, se extendió a través de los dedos, a sus palmas. Tan negro como solo un Valg podía hacerlo. Oh, no había duda de que ahora el mapa estaba trabajando. Ella les dijo a sus compañeros:


—Déjennos. Ahora. Rolfe ya estaba saltando hacia ella, hacia la puerta. No dijo nada cuando él la abrió, caminando hacia el muelle, donde su primer compañero y cabo ya estaban corriendo tras él. Aelin cerró la puerta detrás de Rolfe y examinó a sus amigos. Y al cadre. Fue Fenrys quien habló primero, poniéndose de pie y mirando por la ventana mientras Rolfe y sus hombres se precipitaban. —Recuérdame nunca sacar tu lado malo. Dorian dijo en voz baja: —Si esa fuerza llega a esta ciudad, estas personas… —No lo harán —dijo Aelin, encontrándose con la mirada de Rowan. Ojos verdes como un pino le sostenían la propia. Muéstrales porqué eres mi juramento de sangre, ella le dijo en silencio. Un indicio de una sonrisa maliciosa. Rowan se volvió hacia ellos. —Vámonos. —¿Irnos? —Espetó Fenrys, apuntando a la ventana—. ¿A dónde? —Hay un barco —dijo Aedion— anclado en el otro lado de la isla —Él inclinó la cabeza hacia Lysandra—. Tú pensarías que notarían un bote siendo arrastrado hacia el mar por un tiburón anoche, pero… La puerta se abrió de golpe, y la imponente figura de Rolfe llenó el espacio. —Tú. Aelin puso una mano sobre su pecho. —¿Yo? —Tú enviaste esa magia fuera de aquí; tú los convocaste. Ella soltó una risa, empujando fuera de la mesa. —Si alguna vez me entero de un talento tan útil, lo usaré para convocar a mis aliados, creo. O los Mycenianos, ya que pareces tan firme en que no existen —ella miró por encima de su hombro, el cielo todavía estaba claro—. Buena suerte —dijo ella, dando un paso a su alrededor. Dorian espetó: —¿Qué?


Aelin observó al Rey de Adarlan por encima. —Esta no es nuestra batalla. Y no voy a sacrificar el destino de mi reino a través de una escaramuza con el Valg. Si tienes algún sentido, no lo harás, también —la cara de Rolfe estaba desencajada de ira, incluso cuando el miedo, profundo y verdadero, brillaba en sus ojos. Ella dio un paso hacia las calles caóticas pero se detuvo, volviéndose hacia el Señor de los Piratas—. Supongo que el cadre va a venir conmigo también. Ya que ahora son mis aliados. En silencio, Fenrys y Gavriel se acercaron, y ella podría haber suspirado con alivio de que lo hicieron sin lugar a dudas, que Gavriel estaba dispuesto a hacer lo que fuera para estar cerca de su hijo. Rolfe siseó: —¿Piensas que la retención de tu ayuda me va a influir para ayudarte? —pero lejos más allá de la bahía, entre las islas distantes, una nube de oscuridad se formó. —Quise decir lo que dije, Rolfe. Puedo hacerlo bien sin ti, armada o no. Mycenianos o no. Y esta isla se ha vuelto peligrosa para mi causa —ella inclinó la cabeza hacia el mar—. Ofreceré una oración a Mala por ti —ella palmeó la empuñadura de Goldryn—. Un pequeño consejo, de una criminal profesional a otro: cortarles la cabeza. Es la única forma de matarlos. A menos que los quemes vivos, pero yo apuesto más que saltarás del barco y nadarás a la orilla antes de que tu flama pueda causarles daño. —¿Y qué hay de tu idealismo, qué hay de esa niña que me robó doscientos esclavos? ¿Dejarás a las personas de esta isla perecer? —Sí —dijo simplemente—. Te lo dije, Rolfe, que Endovier me enseñó algunas cosas. Rolfe lanzó una maldición. —¿Crees que Sam se prestaría para esto? —Sam está muerto —dijo ella—, porque hombres como tú y Arobynn tienen poder. Pero el reino de Arobynn ya ha terminado —ella sonrió ante el horizonte oscuro—. Parece que el tuyo terminará pronto también. —Tu perra… Rowan gruñó, dando un paso antes de que Rolfe se apartara. Pisadas sonaban en la tierra, entonces el cabo de Rolfe llenó la puerta. Jadeó mientras descansaba una mano en el umbral, la otra agarrando el pomo en forma de dragón de mar de la espada. —Estamos hasta el cuello de mierda. Aelin se detuvo. La cara de Rolfe se tensó. —¿Qué tan malo? —preguntó el capitán. Se secó el sudor de la frente.


—Ocho buques de guerra llenos de soldados, al menos un centenar de cada uno, más en los niveles más bajos que no pude ver. Están flanqueados por dos wyverns marinos. Todo moviéndose rápido como vientos de tormenta llevándoselos. Aelin cortó una mirada a Rowan. —¿Qué tan rápido podemos llegar a ese barco? Rolfe estaba mirando los pocos barcos en el puerto, con el rostro muy pálido. El Rompedor de Barcos afuera en la bahía, la cadena actualmente por debajo de la superficie en calma. Fenrys, al ver la mirada del capitán, observó: —Los wyverns marinos se ajustarán a esa cadena. Obtendrán gente de esta isla. Utiliza cada bote y la balandra que tengas y sácalos fuera. Rolfe se volvió lentamente a Aelin, sus ojos verde mar hirviendo de odio. Y resignación. —¿Es un intento por llamar mi atención? Aelin jugó con el final de su trenza. —No. Es una conveniente oportunidad, pero no. Rolfe los examinó a todos, el poder que podría nivelar esta isla si así lo deseaban. Su voz era ronca cuando al fin habló. —Quiero ser almirante. Quiero todo este archipiélago. Quiero Ilium. Y cuando la guerra termine, quiero Señor delante de mi nombre, como era antes en los nombres de mis antepasados, ​​hace largo tiempo atrás. ¿Qué hay de mi pago? Aelin lo observó a su vez, toda la sala en silencio mortal en comparación con el caos del exterior. —Por todo buque de Morath que saquees, puedes mantener lo que sea oro y tesoros a bordo del mismo. Pero las armas y municiones irán al frente. Te daré la tierra, pero no hay títulos reales más allá de los de Señor de Ilium y Rey del Archipiélago. Si tienes descendencia, voy a reconocerlos como tus herederos, así como cualquier niño que Dorian pudiera tener. Dorian asintió con gravedad. —Adarlan te reconocerá a ti y tus herederos, y esta tierra como tuya. Rolfe siseó: —Tú envía a esos bastardos hacia lo negro profundo y mi flota es tuya. No puedo garantizar que los Mycenianos se levantarán, sin embargo. Hemos estado dispersados ​​demasiado lejos y demasiado tiempo. Sólo un pequeño número vive aquí, y no se moverán sin la debida motivación... —miró hacia la barra, como si hubiera esperado ver a alguien detrás de ella. Pero Aelin tendió la mano, sonriendo débilmente.


—Déjamelo a mí. La piel tatuada se reunió con cicatrices como carne cuando Rolfe le dio la mano. Con la fuerza suficiente para romper los huesos, pero lo hizo bien. Envió una pequeña llama ardiente en los dedos. Él siseó, tirando hacia atrás su mano, y Aelin sonrió. —Bienvenido al ejército de Su Majestad, Corsario Rolfe —hizo un gesto hacia la puerta abierta—. ¿Vamos?

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Aelin estaba loca, se dio cuenta Dorian. Brillante y malvada, pero loca. Y tal vez era la mayor, gran mentirosa sin arrepentimientos que había encontrado nunca. Había sentido su llamada barrer a través del mundo. Sintió el fuego zumbar contra su piel. No hubo duda de a quién pertenecía. Y no había duda de que había ido derecho al Punto Muerto, donde las fuerzas que moraban allí no sabrían que había una persona viva con ese tipo de llama a su disposición, y rastrearían la magia de vuelta aquí. No sabía lo que había desencadenado, porqué lo había elegido ahora, pero… Pero Rowan había informado a Aelin cómo el Valg daba caza a Rolfe. Cómo se había visto el día de hoy la ciudad y la noche, aterrado de su regreso. Entonces Aelin lo había utilizado a su favor. Los Mycenianos, santos dioses. Eran poco más que un cuento para dormir con una moraleja de precaución. Pero aquí estaban, cuidadosamente ocultos y lejos. Hasta que Aelin los había ahuyentado con humo. Y cuando el Señor de los Piratas y la Reina de Terrasen se dieron la mano y ella sonrió a Rolfe, Dorian se dio cuenta de que... tal vez podría tener un poco más de maldad y locura, también. Esta guerra no se ganaría en sonrisas y modales. Sería ganada por una mujer dispuesta a jugar con toda una isla llena de gente para conseguir lo que necesitaba para salvar a todos. Una mujer cuyos amigos estaban igualmente dispuestos a seguir el juego, para rasgar sus almas en pedazos si eso significaba salvar la mayor población. Sabían del peso de la vida en pánico alrededor de ellos si jugaban mal. Quizás Aelin más que cualquier otra persona. Aelin y Rolfe asechaban a través de la puerta abierta y la taberna en la calle más allá. Detrás de él, Fenrys dejó escapar un silbido. —Que los Dioses te ayuden, Rowan, esa mujer es...


Dorian no esperó a escuchar el resto mientras seguía al pirata y la reina en la calle, Aedion y Lysandra detrás de él. Fenrys se mantuvo a distancia de los demás, pero se mantuvo cerca de Gavriel, con la mirada fija en su hijo. Dioses, se parecían tanto, se movían igual, el León y el Lobo. Rolfe ladró a sus hombres que esperaban en una línea delante de él: —Todo buque que pueda soportar los hombres navegará ahora —recitó órdenes, delegando a sus hombres en varias naves a lo largo de la tripulación para hacerlos trabajar, incluyendo su propia nave, mientras que Aelin se quedó allí, con las manos apoyadas en las caderas, mirando a todos ellos Ella dijo al capitán: —¿Cuál es tu barco más rápido? Señaló el suyo. Ella le sostuvo la mirada, y Dorian esperó por el descabellado e imprudente plan. Pero ella, sin mirar cualquiera de ellos, dijo: —Rowan, Lysandra, Fenrys, y Gavriel, estarán conmigo. Aedion, ve al norte en la torre de vigilancia con un hombre y monten el arpón. Cualquier nave que se acerque demasiado a la cadena, abre un agujero a través de sus condenados dioses —Dorian se puso rígido cuando al fin se dirigió a él, viendo las órdenes ya en sus ojos. Él abrió la boca para protestar, pero Aelin dijo simplemente—: Esta batalla no es lugar para un rey. —¿Y lo es para una reina? No había diversión, nada más que helada calma mientras le entregó una espada que no se había dado cuenta que había estado llevando a su lado. Damaris. Goldryn todavía estaba atada a su espalda, su rubí brillando como una brasa viva como ella dijo: —Uno de nosotros tiene que vivir, Dorian. Tomarás la torre sur de vigilancia, quédate en la base, y ten lista tu magia. Cualquier fuerza que intente cruzar la cadena, tienes que sacarla. No con el acero, pero si con magia. Sujetó a Damaris en su cinturón para la espada, un peso extra. —¿Y qué vas a hacer? —exigió. Como si fuera la respuesta, su poder se retorcía en su estómago, como un aspa rizada para golpear. Aelin miró a Rowan, a su mano tatuada. —Rolfe, consigue las cadenas de hierro que han dejado los esclavos con los que traficabas. Vamos a necesitarlas. Por ella, por Rowan. Como un cheque contra su magia, si se salían de control. Porque Aelin... Aelin iba a llevar la nave directo al corazón de la flota enemiga y los golpearía a todos ellos fuera del agua.


Capítulo 34 Traducido por Carolina Suarez C. Corregido por Cotota

Ella era una mentirosa, asesina, y ladrona, y Aelin tenía el presentimiento de que sería llamada peor cuándo acabara la guerra. Pero cuando una natural oscuridad se reunía en el horizonte, se preguntó si había mordido más de lo que sus colmillos y sus amigos podían masticar. No dejo que el miedo tuviera ni una pulgada de ella. No hizo nada excepto dejar que el humo de la fogata fuera hacia ella. Asegurar esta alianza sólo era una parte del plan. La otra parte, la gran parte... Era el mensaje. No a Morath. Para el mundo. A cualquier potencial aliado que estuviera mirando en el continente, contemplando si era de hecho una causa perdida. Hoy su mensaje viajaría como trueno a través de los reinos. Ella no era una princesa rebelde, rompiendo castillos enemigos y matando a los reyes. Era una fuerza de la naturaleza. Era una calamidad y una comandante de los guerreros inmortales de leyenda. Y si esos aliados no se le unían… Quería que pensaran en hoy, en lo que ella haría, y que se preguntaran si tal vez la encontrarían en sus costas, en sus puertos, un día, también. Ellos no habían venido hace diez años. Ella quería que supieran que no los había olvidado. Rolfe terminó de ladrar órdenes a sus hombres y se precipitó a bordo del Dragón del Mar, Aedion y Dorian precipitándose a toda velocidad en los caballos para llevarlos a sus respectivas torres de vigilancia. Aelin giro hacia Lysandra, la cambia formas monitoreando todo calmadamente. Aelin dijo en voz baja: —¿Sabes que necesito que hagas? Los ojos verde musgo de Lysandra eran brillantes cuando ella asintió. Aelin no se permitió abrazar a la cambia formas. No se permitió mucho mientras tocaba la mano de su amiga. No con Rolfe mirando. No con todos los ciudadanos de esta ciudad mirando, los Mycenianos perdidos entre ellos. Así que Aelin se limitó a decir:


—Buena caza. Fenrys dejó salir un sonido ahogado, como si se diera cuenta de lo que le había exigido a su cambia formas. Junto a él, Gavriel todavía estaba demasiado ocupado mirando a Aedion, que no había echado una mirada hacia su padre antes de blandir su escudo y su espada en su espalda, poniendo una mirada de lamento, y galopó a la torre de vigilancia. Aelin le dijo Rowan, el viento ya bailando en el pelo de plata de su príncipe guerrero: —Nos movemos ahora. Y así lo hicieron. La gente estaba entrando en pánico en las calles mientras la fuerza oscura tomaba forma en el horizonte: enormes barcos con velas negras, que convergían en la bahía como si estuvieran de hecho cargados con un viento sobrenatural. Pero Aelin, Lysandra cerca de ella, se marchó a la torre del Dragón del Mar, Rowan y sus dos compañeros llevaban el paso detrás de ellos. Personas detenidas y boquiabiertas subían por la pasarela, asegurando y reordenando sus armas. Cuchillos y espadas, el hacha de Rowan relucía mientras él la clavaba a su lado, un arco y un carcaj lleno de flechas negras con plumas que Aelin supuso que Fenrys podía disparar con una precisión mortal, y más hojas. A medida que merodeaban agitándose en la cubierta del Dragón del Mar, la madera pulida meticulosamente, Aelin supuso que juntos formaban un arsenal caminante. Tan pronto como Gavriel puso un pie a bordo fue arrastrado por los hombres de Rolfe. Los otros, sentados en los bancos que flanqueaban la cubierta, levantaron los remos, dos hombres en un asiento. Rowan les hizo un gesto con la barbilla a Gavriel y Fenrys, y los dos sin nada más que decir fueron a reunirse con los hombres, su cadre cayendo en el rango y ritmo que era mayor que en otros reinos. Rolfe salió por una puerta que sin duda llevaba a sus habitaciones, dos hombres detrás de él que llevaban enormes cadenas de hierro. Aelin camino hacia ellos. —Ánclenlas al palo mayor y asegúrense de que hay suficiente espacio para que lleguen justo... aquí —ella señaló hacia donde ella se encontraba, en el centro de la cubierta. Era suficiente espacio limpio para todo el mundo, suficiente espacio para que ella y Rowan trabajaran. Rolfe ladró una orden para que empezaran a remar, mirando a Fenrys y Gavriel, que remaban un remo cada uno, mostrando los dientes debido a la fuerza considerable en el movimiento. Lentamente, el barco comenzó a moverse, los otros a su alrededor emocionándose. Pero primero tenían que estar fuera de la bahía, tenían que conseguir pasar el límite del Quebrador de Barcos.


Los hombres de Rolfe aseguraban las cadenas alrededor del mástil, dejando suficiente longitud para para que llegaran a Aelin. El hierro le proporcionaría una mordida, un ancla para recordarle quién era, lo que era. El hierro la mantendría atada cuando la inmensidad de su magia, la magia de Rowan, amenazara con llevársela. El Dragón del Mar avanzó sobre el puerto, los llamados y gruñidos de los hombres de Rolfe mientras remaban ahogaron el ruido de la ciudad detrás de ellos. Ella lanzó una mirada hacia la torre de vigilancia, para ver a Dorian llegar, entonces el cabello dorado de Aedion se veía por la escalera exterior de caracol hacia el enorme arpón montado en la parte superior. Su corazón se tensó por un momento mientras recordaba entre el pasado y el ahora un tiempo en que había visto a Sam corriendo por esas mismas escaleras, no para defender esta ciudad, sino para destruirla. Se sacudió esos recuerdos y se volvió a Lysandra, que se situaba en la cubierta, mirando a su primo también. —Ahora. Incluso Rolfe hizo una pausa por su pedido en la palabra. Lysandra se sentó en la barandilla de madera con gracia, giró sus piernas a un lado... y se dejó caer en el agua. Los hombres de Rolfe se precipitaron al carril. La gente en los barcos que los flanqueaban hizo lo mismo, al ver a la mujer zambullida en el azul vivo. Pero no era una mujer la que salió. A continuación, en el fondo, Aelin pudo distinguir el brillo y el cambio y la propagación. Los hombres comenzaron a maldecir. Pero Lysandra siguió creciendo y creciendo por debajo de la superficie, a lo largo del piso el puerto de arena. Más rápido, los hombres remaban. Pero la velocidad de la nave era nada en comparación con la velocidad de la criatura que emergió de las olas. Un ancho hocico de color verde jade, acribillada con dentadura blanca, sopló un fuerte aliento a continuación, arqueándose hacia atrás bajo el agua, revelando en un instante una enorme cabeza y ojos astutos y luego desapareció. Algunos hombres gritaron. Rolfe apoyó una mano en el volante. Su primera compañera, esa espada de dragón de mar recién pulida a su lado, cayó a sus rodillas. Lysandra guiaba, y ​​dejaba ver su largo y potente largo que rompía la superficie poco a poco mientras se sumergía hacia abajo, sus escamas de jade brillando como joyas en el sol cegador del


mediodía. Verían la leyenda directamente de sus profecías: los Mycenianos sólo volverían cuando los dragones de mar lo hicieran. Y así Aelin se había asegurado de que uno se presentara justo en el puerto. —Santos Dioses —murmuró Fenrys desde donde remaba. De hecho, esa fue la única reacción que Aelin pudo dar mientras el dragón de mar iba hacia el fondo, a continuación nadando por delante. Ya que esas poderosas aletas, alas que Lysandra extendía bajo el agua, se metían dentro de sus pequeños brazos delanteros y patas traseras, su cola enorme, como picos que servía como un timón. Algunos de los hombres de Rolfe estaban murmurando: —Un dragón, un dragón para defender nuestra propia nave... Las leyendas de nuestros padres... —de hecho, la cara de Rolfe estaba pálida mientras miraba hacia el lugar donde Lysandra se había desvanecido en la nada, sin soltar el volante para evitar caerse. Dos wyverns de mar... contra un dragón de mar. Para todo el fuego en el mundo que no funcionaría bajo el mar. E iban a tener una oportunidad de diezmar esos barcos, no podía haber una interferencia por debajo de la superficie. —Vamos, Lysandra —Aelin suspiro, y envió una oración a Temis, la Diosa de las Cosas Salvajes, para mantener a la cambiadora ligera e inquebrantable bajo las olas.

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Aedion tiró el escudo de su espalda y se estrelló contra el asiento ante el arpón gigante de hierro, su longitud quizá una mano más alta que él, con una cabeza más grande que la suya. Sólo había tres lanzas. Tendría que hacer valer sus tiros. Al otro lado de la bahía, podía simplemente hacer que el rey tomara la posición a lo largo de la almena en el nivel más bajo de la torre. En la misma bahía, el barco de Rolfe remó más y más hacia el Quebrador de Barcos para debilitar la cadena. Aedion pisó uno de los tres pedales que le permitían pivotar el lanzador, agarrando el asa a cada lado mientras colocaba la lanza en su lugar. Con cuidado, precisamente, apuntó el arpón hacia el borde exterior de la bahía, donde las dos ramas de la isla se inclinaron hacia la otra para proporcionar un paso hacia el puerto. Las olas rompían un poco más allá, un arrecife. Bueno para romper los buques en contra, y, sin


duda, donde Rolfe plantaría su barco, con el fin de engañar a la flota de Morath en ensartase a sí mismos en ella. —¿Qué demonios es eso? —uno de los centinelas manejando el artillero respiró, apuntando hacia las aguas de la bahía. Una poderosa y larga sombra recorría por delante del Dragón del Mar bajo el agua, más rápido que el barco, más rápido que un delfín. Su cuerpo largo y serpenteante se disparó a través del mar, llevado por las alas que también habían podido ser aletas. El corazón de Aedion se detuvo en seco. —Es un dragón de mar —alcanzó a decir. Bueno, al menos ahora sabía qué forma secreta Lysandra había estado trabajando. Y por qué Aelin había insistido en entrar al interior del templo de Brannon. No sólo para ver al rey, no sólo para recuperar la ciudad para los Mycenianos y Terrasen, sino... para que Lysandra pudiera estudiar el tamaño natural, los detalles de los dragones de mar. Para convertirse en un mito viviente. Esas dos... Oh, esas astutas e intrigantes diablillas. Una reina de leyendas, de hecho. —Cómo... cómo... —el centinela se volvió hacia los otros, balbuceaban entre sí—. ¿Nos va a defender? Lysandra se acercó al Quebrador de Barcos, girando y formando arcos, inclinándose lo largo de las rocas como si consiguiera una sensación en su nueva forma. Consiguiendo una idea en el poco tiempo que tenían. —Sí —Aedion respiró cuando el terror inundó sus venas—. Sí, lo hará.

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El agua estaba caliente, tranquila, y sin edad. Y ella era una sombra en escala que alejó al pez de color joya que se deslizó entre sus casas de coral; era una amenaza que se elevaba a través del agua que hizo que los pájaros blancos que flotando en la superficie se dispersaran en vuelo, ya que sintieron su paso a continuación. Los rayos de sol se transmitían en pilares a través del agua, y Lysandra, y la pequeña parte que mantenía humana, se sentía como si se estuviera deslizando a través de un templo de la luz y la sombra. Pero allí, lejos, se llevaban a cabo ecos y vibraciones que sentía. Incluso los depredadores más grandes de estas aguas revoloteaban, moviéndose a los mares abiertos más allá de las islas. Ni si-


quiera la promesa del agua teñida de color rojo podría mantenerlos en el camino de las dos fuerzas a punto de chocar. Por delante, los poderosos enlaces del Quebrador de Barcos se hundían en las profundidades, al igual que el colosal collar de alguna diosa que se inclinaba para beber el mar. Ella había estado leyendo acerca de ellos, los largamente olvidados y muertos desde hace mucho tiempo atrás dragones de mar, a instancias de Aelin. Gracias a que su amiga había sabido que Rolfe tendría mano escasa con los Mycenianos con los que sólo podía conseguir hasta el momento, pero si podían ejercer el poder del mito... la gente podría reunirse a su alrededor. Y con un hogar para ofrecerles finalmente, entre estas islas y Terrasen... Lysandra había estudiado las tallas de los dragones de mar en el templo, una vez que Aelin había quemado la suciedad en ellos. Su magia había llenado las cavidades que los tallados no habían mostrado. Al igual que las nasales que destrozaban cada aroma de la corriente, los oídos que descifraban las distintas capas de sonido. Lysandra se precipitó por el arrecife más allá de los labios entreabiertos de la isla. Tendría que guardar las alas, pero aquí... aquí se pondría de pie. Aquí tendría que dar rienda suelta a su instinto salvaje, yaciendo en la parte de ella que sentía y cuidaba. Estas bestias, o como fueran hechas, sólo eran eso: bestias. Animales. Ellos no lucharían con moral y códigos. Ellos lucharían hasta la muerte, y lucharían por sobrevivir. No tendrían piedad, ni compasión. Tendría que luchar como ellos lo hacían. Ella lo había hecho antes, se había vuelto salvaje no sólo ese día el castillo de cristal, sino la noche anterior que había sido capturada y esos hombres habían tratado de tomar a Evangeline. Esto no sería diferente. Lysandra clavó las garras curvadas, triturando el hueso en el arrecife para sostener su posición en contra del empuje de la corriente, y miró hacia el azul silencioso que se extendía sin fin por delante. Así comenzó su vigilia de la muerte.


Capítulo 35 Traducido por Cotota Corregido por Reshi

Encaramada en el carril del Dragón de Mar, agarrando la escalera de cuerda que fluía desde el mástil levantado, Aelin saboreó la espuma refrescante que rociaba su cara mientras la nave avanzaba a través de las ondas. Una vez que el barco estuvo separado de los otros, Rowan dejó que sus vientos llenaran sus velas, poniendo al Dragón de Mar volar hacia la cadena gigantesca. Era difícil no mirar atrás cuando pasaban por la cadena sumergida… y luego el Rompedor de Barcos comenzó a levantarse fuera del agua. Sellándolos fuera de la bahía, donde los otros barcos de Rolfe esperaban a salvo detrás de la línea de la cadena, para vigilar la ciudad ahora observándolos silenciosamente. Si todo iba bien, solo necesitarían este barco, le había dicho a Rolfe. Y si iba mal, entonces sus naves no harían la diferencia de todos modos. Apretando la cuerda con fuerza, Aelin se asomó, el vibrante azul y blanco de abajo pasando en un rápido desenfoque. No demasiado rápido, le había dicho a Rowan. No malgastes tu fuerza, apenas dormiste anoche. Acababa de inclinarse para pellizcarse la oreja antes de deslizarse sobre el banco de Gavriel para concentrarse. Él seguía allí, su poder permitiendo que los hombres cesaran de remar y se prepararan para lo que se extendía hacia ellos. Aelin volvió a mirar hacia delante, hacia aquellas velas negras que borraban el horizonte. La Llave del Wyrd en su pecho murmuró en respuesta. Podía sentirlos: su magia podía probar la maldad en el viento. Ninguna señal de Lysandra, pero estaba allí. El sol cegaba las olas mientras la magia de Rowan se hacía más lenta, trayendo un deslizamiento constante hacia los dos picos de la isla que se curvaba el uno hacia el otro. Era hora. Aelin se apartó de la barandilla, las botas golpeando la madera empapada de la cubierta. Muchos ojos se volvieron hacia ella, hacia las cadenas que se extendían por la cubierta principal.


Rolfe caminó hacia ella, descendiendo desde el alcázar elevado, donde había estado manejando el timón. Ella recogió una cadena pesada de hierro, preguntándose qué había sostenido antes. Rowan se levantó en sus pies en un movimiento constante, agraciado. La alcanzó cuando Rolfe lo hizo. El capitán demando: —¿Y ahora? Aelin sacudió la barbilla hacia las naves lo bastante cerca como para distinguir las figuras que se apretujaban en las distintas cubiertas. Muchas, muchas figuras. —Los atraemos lo más cerca que podamos. Cuando puedas ver el blanco de sus ojos, nos gritas. Rowan agregó: —Y luego anclas del lado de estribor. Dale la vuelta. —¿Por qué? —preguntó Rolfe mientras Rowan la ayudaba a sujetar el grillete alrededor de su muñeca. Ella rechazó el hierro, su magia retorciéndose. Rowan agarró su barbilla entre el pulgar y el índice, haciéndole ver su mirada fija, cuando le dijo a Rolfe: —Porque no queremos los mástiles en el camino cuando abramos fuego. Parecen una parte bastante importante de la nave. Rolfe gruñó y se alejó. Los dedos se deslizaron hasta cubrir su mandíbula, su pulgar rozando su mejilla. —Extraemos nuestro poder, lento y constante. —Lo sé. Él inclinó la cabeza, con las cejas levantadas. Una media sonrisa curvó su pecaminosa boca. —Has estado dándole vueltas a tu poder durante días, ¿verdad? Ella asintió. Había tomado la mayor parte de su concentración, había sido un esfuerzo el permanecer en el presente, manteniéndose activo y consciente mientras estaba excavando de un lado a otro, tirando todo su poder como pudiera sin llamar la atención. —No quería arriesgarme aquí. No si estabas drenado por salvar a Dorian. —Si me recupero, te lo haré saber. Así que ese pequeño espectáculo de la mañana… —Una manera de sacar ventaja completa del poder —dijo con ironía—. Y hacer que Rolfe se moje —él se rió entre dientes y soltó su rostro para pasar por ella el otro grillete. Odiaba ese antiguo y


horrible tacto en su piel, sobre la suya, mientras lo cerraba alrededor de su muñeca tatuada. —Apresúrate —dijo Rolfe desde donde había vuelto a su sitio al timón. De hecho, los barcos estaban alcanzándolos. Ninguna señal de esos wyverns de mar, aunque la cambia pieles también permanecía fuera de vista. Rowan apretó su cuchillo de caza, el acero brillante bajo el sol abrasador. Mediodía. Precisamente por qué había entrado en la oficina de Rolfe casi dos horas antes. Ella había prácticamente tocado la campana de la comida para los invasores en el Punto Muerto. Había apostado que no esperarían hasta el anochecer, pero al parecer temían a la ira de su amo si ella deslizaba sus redes más de lo que le temían a la propia luz. O eran demasiado estúpidos para darse cuenta de que la heredera de Mala sería más poderosa. —¿Quieres hacer los honores, o yo debería? —dijo Rowan. Fenrys y Gavriel se habían puesto de pie, con las cuchillas levantadas mientras vigilaban desde una distancia segura. Aelin extendió su mano libre, su palma marcada y le quitó el cuchillo. Una rebanada rápida tenía a su piel picando, sangre caliente calentando su pegajosa piel por el agua de mar. Rowan tomó el cuchillo un latido del corazón más tarde, y el olor de su sangre llenó su nariz, poniendo sus sentidos alerta. Pero extendió su palma ensangrentada. Su magia se arremolinaba alrededor de su mundo, crujiendo en sus venas, sus oídos. Ella retuvo el impulso de golpear su pie en el suelo, de rodar sus hombros. —Lento —dijo Rowan, como si sintiera el gatillo que su poder estaba ahora encendiendo—, y firme. Su brazo encadenado se deslizó alrededor de su cintura para abrazarla. —Estaré contigo en cada paso del camino. Levantó la cabeza para estudiar su rostro, los planos ásperos y el curvado tatuaje. Se inclinó para besarle la boca. Y cuando sus labios se encontraron con los de ella, él unió sus palmas sangrantes. La magia se sacudió a través de ella, antigua, perversa y astuta, y ella se arqueó contra él, con las rodillas dobladas cuando su poder calamitoso rugió. Sabía que todos los que estaban en cubierta veía a dos amantes abrazados. Pero Aelin bajó, bajó, bajó a su poder, sintiéndolo hacer lo mismo con el suyo, sintiendo que cada gota de hielo, viento y relámpagos salían chocando contra él. Y cuando llegó a ella, el núcleo de su poder cedió al suyo, derritiéndose y convirtiéndose en brasas e incendios forestales. Se convirtió en el corazón fundido de la tierra, dando forma al mundo y dando a luz nuevas tierras. Más y más profundamente, ella fue. Aelin tenía una vaga sensación de que el barco se mecía bajo ello, sintiendo que el débil mordisco del hierro rechazaba su magia, sintiendo la presencia de Fenrys y Gavriel parpadeando alrededor


de ellos como velas. Habían pasado meses desde que salió profundamente del abismo de su poder. Durante el tiempo que había entrenado con Rowan en Wendlyn, el límite de su poder se había autoimpuesto. Y entonces ese día con el Valg, ella se había roto a través de él, había descubierto todo un nivel oculto debajo. Lo sacó de ella cuando rodearon a Doranelle con su poder, tardando un día entero para cavar tan profundo, preparando lo que necesitaba. Aelin había iniciado ese descenso tres días atrás. Ella esperaba que se detuviera después del primer día. Para golpear ese fondo que sintió antes una vez. No lo hizo. El brazo de Rowan aún la abrazaba fuertemente contra ella, y tenía la distante y oscura sensación de que su abrigo se rascaba ligeramente contra su rostro, la dureza de las armas atadas por debajo, el olor de él frotándose sobre ella, calmándola. Ella era una piedra que se dejó caer en el mar de poder, su poder. Abajo y abajo y abajo. Ahí, ahí estaba en el fondo. El fondo cubierto de cenizas, el pozo de un cráter inactivo. Solo la sensación de sus propios pies contra la cubierta de madera le impedía hundirse en esa ceniza, aprendiendo lo que podía dormir debajo de ella. Su magia susurró para empezar a cavar a través de esa ceniza y fango. Pero el puño de Rowan se apretó en su cintura. —Fácil —murmuró en su oído—. Fácil. Aún más de su poder fluía hacia ella, el viento y el hielo arremolinándose con su poder, arremolinándose en un torbellino. —Ciérralo ahora —le advirtió Rolfe desde cerca, en otro mundo. —Apunta al centro de la flota —le ordenó Rowan—. Envía los barcos que flanquean que se dispersan


sobre el arrecife —donde se hundirían, dejando a los sobrevivientes para ser liquidados con las flechas lanzadas por Fenrys y los hombres de Rolfe. Rowan tenía que estar alerta, entonces, viendo la fuerza que se aproximaba. Podía sentirlos, sentir que su magia se elevaba en respuesta a la oscuridad que se acumulaba más allá del horizonte de su conciencia. —Está casi al alcance —dijo Rolfe. Ella empezó a levantarse, arrastrando el abismo de llamas y brasas con ella. —Tranquila —murmuró Rowan. Más arriba, más alto, Aelin se levantó, de vuelta hacia el mar y la luz del sol. Aquí, esa luz del sol parecía acudir. A mí. Su magia surgió para ella, para esa voz. —¡Ahora! —ladró Rolfe. Y como una bestia salvaje liberada de su correa, su magia estalló.

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Ella lo había estado haciendo tan bien cuando Rowan le entregó su poder. Lo rechazó varias veces, pero… tenía el descenso bajo control. Incluso si su poder… si el pozo había sido más profundo que antes. Era fácil olvidar que ella todavía estaba creciendo, que su poder maduraría con ella. Y cuando Rolfe gritó ¡Ahora!, Rowan sabía que había olvidado su juicio. Un pilar de llama que no ardía salió de Aelin, estrellándose contra el cielo, convirtiendo el mundo en rojo, naranja y oro. Aelin fue arrancada de sus brazos con su fuerza, y Rowan agarró su mano en un apretón aplastante, negándose a permitir que rompiera esa línea de contacto. Los hombres a su alrededor tropezaron hacia atrás, cayendo sobre sus traseros mientras se quedaban boquiabiertos de terror y asombro. Más arriba, esa columna de llama se arremolinaba, un torbellino de muerte y vida y renacimiento. —Dioses santos —susurró Fenrys tras él. Todavía la magia de Aelin se derramaba en el mundo. Aún se quemaba más, salvaje.


Tenía los dientes apretados, la cabeza echada hacia atrás mientras jadeaba, con los ojos cerrados. —Aelin —le advirtió Rowan. El pilar de llama comenzó a expandirse, ahora atado con azul y turquesa. Llama que podría derretir el hueso, romper la tierra. Demasiado. Él le había dado demasiado, y ella había cavado demasiado profundo en su poder– A través de las llamas que los encerraban, Rowan vislumbró a la frenética flota enemiga, moviéndose ahora para huir, para salir de la distancia. La exhibición en curso de Aelin no era para ellos. Porque no había escapatoria, no con el poder que había arrastrado con ella. La exhibición era para los demás, para la ciudad que los miraba. Para que el mundo supiera que no era una mera princesa jugando con brasas bonitas. —Aelin —dijo Rowan de nuevo, tratando de tirar de ese vínculo entre ellos. Pero no había nada. Solo la bofetada de alguna bestia inmortal y antigua. Una bestia que había abierto un ojo, una bestia que hablaba en la lengua de mil mundos. El hielo inundó sus venas. Llevaba la Llave del Wyrd. —Aelin —pero Rowan lo sintió entonces. Sentía que el fondo de su poder se abría como si la bestia dentro de esa Llave del Wyrd hubiera pisado fuertemente con su pie, y la ceniza y la roca incrustada se desmoronaran debajo de ella. Y reveló un turbulento, fundido núcleo de magia debajo de él. Como si fuera el ardiente corazón de la propia Mala. Aelin se sumergió en ese poder. Se bañó en él. Rowan trató de moverse, trató de gritarle para que se detuviera– Pero Rolfe, con los ojos muy abiertos con lo que solo podía ser terror y temor, rugió ante ella: —¡Abran fuego! Ella oyó eso. Y tan violentamente como había perforado el cielo, ese pilar de fuego disparado, se disparó contra ella, enrollándose y envolviéndose dentro de ella, fusionándose en un núcleo de poder tan caliente que chisporroteaba él, quemando su alma misma– Las llamas parpadearon en el mismo instante en que llegó a Rowan con manos ardientes y le quitó los últimos restos de su poder.


Justo cuando arrancó la mano de la suya. Justo cuando su poder y la Llave del Wyrd entre sus pechos se fusionaron. Rowan cayó de rodillas, y había una grieta dentro de su cabeza, como si el trueno se deslizara a través de él. Cuando Aelin abrió los ojos, se dio cuenta de que no era un trueno, sino el sonido de una puerta que se abría de golpe. Su rostro se volvió inexpresivo. Fría como las lagunas entre las estrellas. Y sus ojos… Turquesa quemada brillante… alrededor de un núcleo de plata. Sin ningún toque de oro para ser encontrado. —Esa no es Aelin —susurró Fenrys. Una débil sonrisa floreció en su boca, nacida de la crueldad y la arrogancia, y examinó la cadena de hierro envuelta alrededor de su muñeca. El hierro se derritió, el mineral fundido chisporroteando a través de la cubierta de madera y en la oscuridad por debajo. La criatura que miraba a través de los ojos de Aelin enrolló sus dedos en un puño. La luz se filtraba entre sus dedos apretados. Luz blanca fría. Zarcillos parpadearon, plata llameante… —Aléjate —le advirtió Gavriel—. Aléjate y no mires. Gavriel estaba de rodillas, con la cabeza inclinada y los ojos apartados. Fenrys siguió su ejemplo. —Deanna —susurró Rowan. Ella dirigió los ojos a él en pregunta y confirmación. Y ella le dijo, con una voz que era profunda y hueca, joven y vieja: —Cada llave tiene una cerradura. Dile a la Reina Que Fue Prometida que la recupere pronto, porque todos los aliados del mundo no harán ninguna diferencia si ella no maneja la Cerradura, si ella no pone esas llaves en ella. Dile que la llama y el hierro, enlazados juntos, se funden en plata para saber lo que debe ser encontrado. Un simple paso es todo lo que necesitará. Entonces apartó la vista de nuevo. Y Rowan se dio cuenta de cuál era el poder en su mano. Se dio cuenta de que la llama que ella desataría sería tan fría que ardería, se dio cuenta de que era el frío de las estrellas, el frío de la luz robada. No fuego salvaje, sino fuego de la luna.

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En un momento estaba allí. Y entonces no lo estaba. Y luego fue empujada a un lado, encerrada en una caja sin llave, y el poder no era suyo, su cuerpo no era suyo, su nombre no era suyo. Y ella podía sentir al Otro allí, llenándola, riéndose en silencio mientras se maravillaba del calor del sol en su rostro, de la húmeda brisa marina que cubría sus labios con sal, ante el dolor de la mano ahora sanada de su herida. Había transcurrido tanto tiempo desde que el Otro sintió esas cosas, las había sentido enteramente y no como algo intermedio y diluido. Y esas llamas… sus llamas y su amada magia… ahora le pertenecían al Otro. A una diosa que había caminado por la puerta temporal que colgaba entre sus pechos y se apoderó de su cuerpo como si fuera una máscara para usar. No tenía palabras, porque no tenía voz, ni yo, ni nada– Y solo podía mirar a través de una ventana mientras sentía a la diosa, que tal vez no la había protegido, sino que la había perseguido toda su vida, pues en este momento, en esta oportunidad, examinaba la oscura flota que estaba por delante. Tan fácil de destruir. Pero más vida brillaba, detrás. Más vida para borrar, para oír sus gritos agonizantes con sus propios oídos, para presencia de primera mano lo que era dejar de ser de una manera que lo diosa nunca podría… Observó cómo su propia mano, envuelta en una llama blanca y palpitante, comenzó a moverse desde donde había estado dirigida hacia la oscura flota. Hacia la ciudad desprotegida en el corazón de la bahía. El tiempo se desaceleró y se estiró mientras su cuerpo giraba hacia esa ciudad, mientras su propio brazo se levantaba, su puño apuntando hacia el corazón. Había gente en los muelles, los vástagos de un clan pedido, algunos corriendo de la pantalla de fuego que desencadenó momentos atrás. Sus dedos comenzaron a desplegarse. —¡No! La palabra era un rugido, una súplica, y la plata y el verde brillaron en su visión. Un nombre. Un nombre resonó a través de ella mientras se lanzaba en la trayectoria de ese puño, ese fuego lunar, no solo para salvar a los inocentes en la ciudad, sino para salvar a su alma de la agonía si ella los destruía a todos–


Rowan. Y como su rostro quedó claro, su tatuaje bajo el sol, cuando ese puño lleno de inimaginable poder ahora se abría hacia su corazón– No había fuerza en ningún mundo que pudiera mantenerla contenida. Y Aelin Galathynius recordó su propio nombre cuando se estrelló contra la jaula en la que la diosa la había empujado, mientras agarraba a esa diosa por la maldita garganta y la lanzaba hacia fuera, a través de ese agujero que la infiltró y lo selló– Aelin se aferró a su cuerpo, a su poder. Fuego como el hielo, el fuego robado de las estrellas– El pelo de Rowan seguía moviéndose mientras se estrellaba contra su puño desenrollado. El tiempo se lanzó de nuevo, lleno y rápido e implacable. Aelin solo tenía suficiente para arrojarse de lado, para mover el puño ahora abierto, apuntarlo a cualquier parte menos a él– El barco debajo de ella, el centro y el flanco izquierdo de la flota oscura más allá de ella, y el borde exterior de la isla detrás de él estallaron en una tormenta de fuego y hielo.


Capítulo 36 Traducido por Akasha San Corregido por Cotota

No era tan tranquilo debajo de las olas, incluso cuando los apagados sonidos de los gritos, de la colisión, de la muerte hicieron eco hasta ella. Aelin se hundió, de la misma manera en la que se había hundido en su poder, el peso de la llave del Wyrd alrededor de su cuello como una pesada carga. Deanna. Ella no sabía cómo, no sabía por qué. La Reina Que Fue Prometida. Sus pulmones obstruidos y quemados. Shock. Tal vez había entrado en shock. Se hundió más, tratando de encontrar su camino de regreso a su cuerpo, a su mente. El agua salada picó sus ojos. Una mano grande y fuerte agarro la parte posterior de su cuello y tiró, remolcándola en brazos con movimientos constantes. Que había hecho, que había hecho, que había hecho… La luz y el aire explotaron a su alrededor, y la mano que la sujetaba por el cuello ahora rodeaba su pecho, tirando de ella contra un duro cuerpo masculino, manteniendo su cabeza por encima de las turbulentas olas. —Te tengo —dijo una voz que no era la de Rowan. Otros. Debía de haber otros en el barco, y ella había hecho bien en matarlos a todos. —Majestad —dijo el hombre, una pregunta y una tranquila orden. Fenrys. Ese era su nombre. Ella parpadeó, y su nombre, su título, su destructivo poder la golpearon al regresar, el mar y la batalla y la amenaza del enjambre de Morath. Más tarde. Más tarde se ocuparía de esa diosa en celo que había pensado usarla como una sacerdo-


tisa. Más tarde, contemplaría cómo destrozaría cada mundo hasta dar con Deanna y hacerla pagar. —Espera —dijo Fenrys por sobre el caos que se filtraba: hombres gritando, el gemido de cosas al romperse, el crujir de las llamas—. No te sueltes. Antes de que pudiera recordar cómo hablar, se desvanecieron en la nada. En una oscuridad que era sólida e insustancial y que la apretó con fuerza. Entonces estaban de nuevo en el agua, flotando entre las olas mientras se reorientaba y escupía en busca de aire. Se habían movido, de alguna manera habían saltado distancias, juzgando por el panorama completamente diferente de restos flotando alrededor de ellos. Fenrys la sostuvo contra él, su intrincado tatuaje. Cualquiera que fuera la magia que poseyera para moverlos entre distancias cortas se llevó todo lo que tenía. Contuvo una profunda respiración. Entonces se hundieron de nuevo, dentro de la oscuridad, vacío, y sin embargo apretado. Solo pasaron un par de latidos antes de que el agua y el cielo regresaran. Fenrys gruñó, apretando el brazo alrededor de ella mientras nadaba con el otro hacia la orilla, apartando los escombros. Su respiración era ahora un sonido áspero y húmedo. Cualquiera que fuera su magia, la gastó. Pero Rowan, dónde estaba Rowan… Ella hizo un sonido que podría haber sido su nombre, podría haber sido un sollozo. Fenrys jadeó. —Él está en el arrecife, está bien. Ella no le creyó. Golpeó el brazo del guerrero Fae hasta que la soltó, se deslizó en las frías aguas abiertas y giró hacia el lugar donde Fenrys se dirigía. Otro débil sonido salió de ella cuando vio a Rowan de pie en el arrecife con el agua hasta las rodillas. Su brazo ya estaba extendido hacia ella, a pesar de que aún les separaban treinta metros. Bien. Ileso. Vivo. Un Gavriel igualmente empapado a su lado, frente a ella… Oh dioses, oh dioses. La sangre manchaba el agua. Había cuerpos por todas partes. La flota de Morath… La mayor parte se había ido. Nada más que oscura madera astillada a través del archipiélago y pedazos quemados de tela y cuerda. Sin embargo, tres naves permanecieron. Tres naves que ahora convergían en las ruinas del Dragón del Mar, acercándose, como las nubes de una tormenta. —Tienes que nadar —gruñó Fenrys a su lado, su dorado cabello empapado pegado a su cabeza—. Ahora mismo. Tan rápido como puedas.


Ella giró la cabeza hacia él, parpadeando para alejar el escozor del agua salada. —Nada ahora —gruñó Fenrys, unos caninos se divisaron en el agua, y ella no se permitió considerar que estaba rondando por debajo de ellos mientras él la tomaba nuevamente del cuello y prácticamente la aventaba hacia adelante. Aelin no esperó. Se concentró en el brazo extendido de Rowan mientras nadaba, su cara mostraba una cuidadosa calma, el comandante en una batalla. Su magia estaba agotada, su magia era una tierra baldía y la de él… ella le había robado su poder. Piensa en eso más adelante. Aelin empujó hacia abajo y pasó por debajo de grandes trozos de escombro, pasó… Pasó cadáveres. Los hombres de Rolf. Muertos en el agua. ¿Estaría el capitán entre ellos en alguna parte? Probablemente había matado a su primer y único aliado humano en esta guerra, y a su único camino directo a la Cerradura. Y si las noticias de su muerte se propagaban… —¡Más rápido! —ladró Fenrys. Rowan envainó la espada, sus rodillas se doblaron. Entonces él estaba nadando hacia ella, rápido y suave, pasando entre y debajo de las olas, el agua parecía desprenderse de él. Ella quería gruñir que podía hacerlo sola, pero… La alcanzó, no pudo decir nada antes de que se deslizara detrás de ella. Ayudándola al igual que Fenrys. ¿Y qué podía hacer él en el agua sin su magia, contra las enormes fauces abiertas de un wyvern marino? Ignoró la sensación aplastante en su pecho y se precipitó por el arrecife, Gavriel esperaba donde Rowan había estado. Debajo de ella, la plataforma del coral apareció por fin, y ella casi sollozó, sus músculos temblaban cuando Gavriel se agachó para que ella pudiera alcanzar su mano extendida. El León fácilmente la arrastró fuera del agua. Sus rodillas se doblaron tan pronto como sus botas se estabilizaron en las irregulares cabezas del coral, pero Gavriel mantuvo su agarre sobre ella, dejando que se apoyara en él sutilmente. Rowan y Fenrys estaban afuera un latido después, y el príncipe estaba instantáneamente ahí, con las manos sobre su cara, su pelo empapado nuevamente manchado, escaneando sus ojos. —Estoy bien —carraspeó ella, con la voz ronca. Por la magia o la diosa o el agua salada que había tragado—. Soy yo. Eso fue suficiente para Rowan, quien miraba las tres naves que se dirigían hacia ellos. A su otro lado, Fenrys se había doblado, jadeaba con las manos sobre las rodillas. Levantó su cabeza para mirarla, su pelo goteaba, pero le dijo a Rowan.


—Estoy agotado, tendremos que esperar hasta que me recupere o nadar hasta la orilla. Rowan le dio un rápido movimiento de cabeza que Aelin interpretó como una señal de entendimiento y agradecimiento, y entonces miró hacia atrás. El arrecife parecía ser una extensión de la negra costa rocosa muy por detrás de ellos, pero con la marea, tendrían que nadar por tramos. Arriesgándose a lo que estuviera debajo del agua… Debajo del agua. Con Lysandra. No había señales del wyvern o del dragón. Aelin no sabría decir si eso era algo bueno o malo.

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Aelin y los machos Fae habían llegado al arrecife y ahora estaban encima de él con el agua hasta las rodillas. Lo que sea que había sucedido… había ido horriblemente mal. Tan mal que Lysandra podría haber jurado una feroz, salvaje presencia que olvidó esquivar su larga sombra mientras el mundo arriba explotaba. Cayó del coral, la corriente rompiendo y arremolinándose. Madera y cuerda y lona llovieron en la superficie, algunos hundiéndose profundamente. Luego aparecieron cuerpos y brazos y piernas. Sin embargo… ahí estaban el capitán y su comandante luchando contra los restos flotantes que los enredaban, tratando de arrastrarlos hacia el fondo arenoso. Sacudiendo su sorpresa, Lysandra se deslizo hacia ellos. Rolfe y su hombre se congelaron cuando se acercó, buscando armas a los lados debajo de las olas. Sin embargo, ella alejó los restos que seguramente los hubiera ahogado, a continuación, empezó a nadar de regreso, dejó que se agarraran a ella. No tenía mucho tiempo… Rolfe y su comandante se aferraron a sus piernas, adhiriéndose como percebes mientras ella los propulsaba a través del agua, pasando las ahora ennegrecidas ruinas. En el lapso de un minuto ella los dejó sobre una pared de rocas, y emergió sólo el tiempo suficiente para engullir una respiración antes de la inmersión. Había más hombres luchando en el agua. Ella se unió a ellos, esquivando escombros, hasta… La sangre manchaba el agua. Y no de los chorros que habían estado tiñendo el agua antes de que el barco explotara. Grandes, turbulentas nubes de sangre. Como si unas grandes mandíbulas se hubieran cerrado al-


rededor de un cuerpo y hubieran puesto presión. Lysandra se lanzó hacia adelante, su poderosa cola golpeando de ida y vuelta, su cuerpo ondulante, compitiendo contra los tres botes que se dirigían hacia los sobrevivientes. Tenía que actuar ahora, mientras los wyverns estaban distraídos saciándose. El hedor del barco negro le llegó incluso bajo las olas. Como si la negra madera hubiera sido barnizada en sangre podrida. A medida que se acercaba a la parte baja de una de las naves, dos poderosas sombras tomaron forma en el azul. Lysandra sintió caer su atención sobre ella al momento que su cola golpeo el casco. Una vez. Dos veces. Madera rompiéndose. Gritos amortiguados provenientes de arriba. Retrocedió, tomó impulso, y golpeo con su cola el casco por tercera vez. La madera se rompió y se astilló, arrancándole escamas, pero el daño estaba hecho. El agua estaba siendo aspirada más allá de ella, más y más, derramándose a través de la madera como una herida mortal que iba creciendo. Dio marcha atrás, lejos de la tracción del agua, hacia abajo, abajo y abajo mientras los dos wyverns que se daban un frenético festín de hombres se detuvieron. Lysandra corrió hacia el próximo barco. Debía lograr que los barcos se hundieran, así sus aliados podrían con los soldados que fueran saliendo nadando del agua uno por uno. La segunda nave fue más prudente. Lanzas y flechas silbaron a través del agua, hacia ella. Se lanzó al suelo arenoso, entonces, se impulsó hacia arriba, arriba, arriba, arriba, hacia el vulnerable vientre de la nave, preparó su cuerpo para el impacto… Otro impacto la alcanzó antes de que llegara a la nave. Más rápido de lo que podía percibir, deslizándose desde uno de los lados de la nave, el wyvern marino se lanzó hacia ella. Garras rompieron y cortaron, y ella giró por instinto, azotando su cola tan fuerte que el wyvern cayó al agua provocando borbotones. Lysandra se lanzó hacia atrás, consiguiendo una vista del wyvern mientras este la miraba desde abajo. Oh, dioses. Era casi dos veces su tamaño, hecho del más oscuro azul, su parte inferior blanca salpicada de azul. El cuerpo era parecido al de una serpiente, alas apenas más grandes que aletas a lo largo de los costados. No hecho para la velocidad o viajes largos, pero… pero para ser largo, con garras curvea-


das, de grandes fauces ahora abiertas, saboreando la sangre y la sal y la esencia de ella, revelaban dientes delgados y afilados como los de una anguila. Colmillos en forma de gancho. Para sujetar y destrozar. Detrás del wyvern, otro se unió a la formación. Los hombres pataleaban y gritaban por encima de su cabeza. Si no conseguía hundir las naves enemigas… Lysandra apretó sus alas a sus costados. Deseo haber tomado una bocanada más grande de aire, haber llenado sus pulmones al tope de su capacidad. Abanicando con su cola la corriente, dejó que la sangre de donde la madera de la nave había atravesado su piel fluyera hacia ellos. Supo el momento en que la sangre llegó a ellos. El momento en el que supieron que no era un animal ordinario. Entonces Lysandra se sumergió. Rápido y con fluidez, Lysandra se sumergió en las profundidades. Si hubieran sido criados para matar, entonces ella hubiera tenido que ser más rápida. Lysandra se deslizo debajo de ellos, pasando bajo sus sombras antes de que ellos pudieran siquiera girar. Se dirigió a mar abierto. Vamos, vamos, vamos– Como una jauría tras una liebre, le dieron caza. Había un banco de arena flanqueado por arrecifes justo al norte. Se dirigió hacia allí, nadando como el infierno. Uno de los wyverns era más rápido que el otro, lo suficiente para que el chasquido de sus fauces agitara el agua en su cola– El agua se volvió más clara, más brillante. Lysandra se impulsó en línea recta al arrecife que se asomaba por encima de las profundidades, un pilar de vida y actividad. Giró alrededor del banco de arena… Otro wyvern apareció delante de ella, el segundo se mantenía cerca de su cola. Muy listos. Pero Lysandra se arrojó a un lado, a las aguas poco profundas del banco de arena, y dejó que el movimiento la impulsara, una y otra vez, cerca y más cerca a la estrecha lengua de arena. Clavó su garrar profundamente, buscando agarre, arena rociándola y formando una costra en ella, y había dejado su cola levantada, su cuerpo mucho más pesado fuera del agua.


El wyvern que había pensado atraparla con la guardia baja rodeando el banco de arena en la otra dirección se impulsó fuera del agua y cayó en el banco de arena. Ella atacó, rápida como una cobra. Dejando su cuello expuesto, ella clavó sus dientes alrededor y apretó. Se sacudió, sacudió su cola, pero ella apretó hasta llegar a la espina dorsal. Arqueo su espalda cuando ella rompió su cuello. Sangre negra con sabor a carne rancia le inundó la garganta. Soltando al wyvern muerto, escaneo las aguas color turquesa, los restos flotantes, las dos naves restantes y el puerto– ¿Dónde estaba el segundo wyvern? ¿Dónde diablos estaba? Bastante listo, se dio cuenta, para saber cuándo la muerte estaba sobre él y buscar una presa más fácil. Eso era la aleta dorsal con espinas que se estaba sumergiendo. Con dirección a… Donde se encontraban Aelin, Rowan, Gavriel y Fenrys encima del arrecife, espadas desenvainadas, rodeados en todos sus flancos por agua. Lysandra se sumergió en las olas, arena y sangre se quedaron atrás. Uno más… sólo un wyvern más, entonces podría ocuparse de hundir las naves… El wyvern restante alcanzo el afloramiento del coral, ganando velocidad, como si quisiera saltar del agua y tragarse a la reina. No llegó a más de veinte metros de la superficie. Lysandra se arrojó contra él, ambos golpearon el coral con tanta fuerza que se estremeció debajo de ellos. Pero ella enterró sus garras en la espina del wyvern, su boca alrededor de su nuca, sacudiendo, dando todo por la canción de supervivencia, por los gritos que demandaban a su cuerpo matar, matar, matar– Cayeron a aguas abiertas, el wyvern aun peleaba, el agarre de su cuello se estaba perdiendo– No. Un barco de guerra se cernió sobre ellos, y Lysandra se hundió en lo más profundo, reunió toda su fuerza mientras extendía sus alas y se impulsaba hacia arriba– Golpeó el casco del barco que ahora estaba sobre ellos con el wyvern. La bestia rugió con furia. Golpeó otra y otra vez. El casco crujió. Al igual que el cuerpo del wyvern. Observó a la bestia quedarse inerte. Observó como el agua entraba a raudales por el casco ahora roto de la nave. Escucho a los soldados a bordo comenzar a gritar. Aflojo su agarre sobre la bestia y la dejo irse al fondo del mar.


Una nave más. Solo una nave más… Estaba tan cansada. Cambiar después no sería posible por unas horas. Lysandra salió a la superficie, respiró, preparándose. Los gritos de Aelin la alcanzaron antes de que pudiera sumergirse de nuevo. Pero no eran de dolor… eran de advertencia. Una palabra, una y otra vez. Una palabra para ella. Nada. Lysandra giró la cabeza hacia donde la reina estaba de pie sobre el arrecife. Pero Aelin estaba apuntando detrás de Lysandra. No hacia la nave que quedaba… hacia el mar abierto. Donde tres grandes formas rompían a través de las olas, dirigiéndose hacia ella.


Capítulo 37 Traducido por Akasha San Corregido por Cotota

La reina de Aedion estaba en el arrecife, Rowan a su lado, su padre y Fenrys flanqueándolos. Rolfe y la mayoría de sus hombres estaban en el lado opuesto de la bahía a la boca del arrecife. Y a través del canal entre ellos… Una nave de guerra. Un dragón marino. Y tres wyverns de mar. Wyverns de mar adultos. Los primeros dos… no habían llegado a crecer completamente. —Oh, mierda —el centinela que estaba junto a Aedion en la torre de vigilancia empezó a maldecir—. Oh, mierda. Oh, mierda. Oh, mierda. Los wyverns marinos que Rolfe había reclamado, irían al fin del mundo para matar a quien hubiera matado a su descendencia. Sólo estar en el corazón del continente le habría salvado, e incluso entonces, las aguas nunca volverían a ser seguras. Y Lysandra había matado a dos. Parecía que no habían llegado por si solos. Y de los vítores de los soldados Valg a bordo de la nave restante… había sido una trampa. Las crías habían sido la carnada. Las crías habían sido solo un poco más grandes que Lysandra. Los adultos, eran tres veces su tamaño. Más largos que la nave de guerra ahora ahí, los arqueros disparaban a los hombres que intentaban nadar hasta la orilla en el canal que se había convertido en una trampa mortal para el dragón marino verde. El dragón marino verde que se encontraba entre las tres monstruosas criaturas y su reina, varada en esas rocas sin una pizca de magia en sus venas. Su reina, gritando una y otra vez a Lysandra que nadara, que cambiara, que huyera. Pero Aedion había visto a Lysandra tomar la forma de las dos crías. En la segunda se había quedado rezagada. Y él había visto sus transformaciones tan a menudo en


los últimos meses para saber que no podría cambiar lo suficientemente rápido ahora, tal vez no tenía siquiera la fuerza necesaria para hacerlo. Estaba atrapada en su forma, tanto como sus compañeros lo estaban en el arrecife. Y si Lysandra intentaba siquiera llegar a la orilla… él sabía que los wyverns la alcanzarían antes de ella pudiera llegar a aguas poco profundas. Cada vez más rápido, los tres wyverns se acercaron. Lysandra permaneció en la boca de la bahía. Manteniendo la línea. El corazón de Aedion se detuvo. —Está muerta —uno de los centinelas masculló entre dientes—. Oh, dioses. Está muerta– —Cierra tú maldita boca —gruñó Aedion, observando la bahía, deslizándose en ese frío y calculador lugar que le permitía tomar decisiones en las batallas, sopesando costos y riesgos. Dorian, sin embargo, tuvo una idea antes que él. Al otro lado de la bahía, con una mano levantada y brillante como una estrella, Dorian señalaba a Lysandra una y otra vez con su poder. Ven, ven, ven, el rey parecía estar llamándola. Los tres wyverns se hundieron bajo las olas. Lysandra giró, hundiéndose… Pero no hacia Dorian. Aelin dejó de gritar. Y la magia de Dorian se apagó. Aedion solo observó como la sombra cambiaba de forma mientras se disparaba hacia los tres wyverns, encontrándolos de frente. Los tres wyverns se irguieron, la garganta de Aedion se secó. Y por primera vez, odio a su prima. Odio a Aelin por haberle pedido esto a Lysandra, pedirle defenderlos y asegurar que los Mycenianos pelearan por Terrasen. Odio a las personas que habían dejado cicatrices tales en Lysandra que estaba dispuesta a tirar su vida. Odiaba… se odiaba a si mismo por estar atrapado en esta inútil torre, con un arma de guerra capaz de sólo un disparo a la vez. Lysandra puso como objetivo al wyvern del medio, y cuando solo cien metros los separaban, giró hacia la izquierda. Rompieron la formación, uno buceaba poco profundo, uno se mantuvo en la superficie, y el otro se hundió de nuevo. Querían encerrarla. Encerrarla en un punto desde donde la tuvieran atrapada desde cualquier ángulo y entonces partirla en pedazos. Sería sucio y cruel.


Lysandra se disparó a través del canal. En trayectoria recta… Directamente hacia la nave de guerra restante. Hubo una lluvia de flechas dirigidas a ella. La sangre fluyo desde donde algunas flechas atravesaron sus escamas de jade. Ella siguió nadando, su sangre mantenía a los wyverns cerca de ella, el que estaba más cerca de la superficie, en un frenesí, impulsándose a sí mismo para saborear más de su sangre, morderla… Lysandra se acercó a la nave, tomando flecha tras flecha y saltó fuera del agua. Chocó contra los soldados y la madera del mástil, laminado, retorciéndose, y destrozando, los mástiles gemelos rompiéndose bajo su cola. Golpeó el otro lado, se hundió en un movimiento, sangre roja brillante por todos lados. El wyvern a su espalda dio un poderoso salto hacia el barco describiendo un arco que le quitó el aliento a Aedion. Pero con los tocones dentados de los mástiles apuntando hacia arriba como lanzas… El wyvern cayó justo encima con un crujido que Aedion escucho a través de la bahía. Peleó, pero ahora la madera se encontraba atravesándolo y saliendo por su espalda. Y debajo del enorme peso… la nave empezó a agrietarse y hundirse. Lysandra no perdió tiempo estudiando la situación, y Aedion apenas podía respirar mientras ella se disparó de nuevo a través de la bahía, los dos wyverns estaban tan horriblemente cerca que sus estelas se combinaban. Uno se sumergió, las profundidades se lo tragaron. Pero el segundo, continuaba a su cola… Lysandra dirigió a uno hasta el alcance de Dorian. Se acercó lo más que pudo a la orilla y a la torre, trayendo al segundo wyvern con ella. El rey extendió ambas manos. El wyvern continuó más allá, solo para azotar el agua convertida en hielo. Hielo sólido, como nunca había existido. Los centinelas junto a Aedion se quedaron en silencio. El wyvern rugió, tratando de liberarse, pero el hielo del rey lo aprisionó más, atrapándolo. Cuando la bestia dejó de moverse, escarcha en forma de escamas lo cubrían del hocico hasta la cola. Dorian lanzó un grito de guerra. Y Aedion tuvo que admitir que el rey no era tan inútil después de todo, cuando la catapulta detrás de Dorian, y la roca del tamaño de un vagón fue lanzada hacia la bahía.


Justo encima del wyvern congelado. La roca encontró hielo y carne. Y el wyvern se rompió en mil pedazos. Rolfe y sus hombres estaban vitoreando, gente vitoreaba desde los muelles de la ciudad. Pero aún quedaba un wyvern a la izquierda del puerto. Y Lysandra estaba… Ella no tenía idea de donde estaba el wyvern. El alargado cuerpo color verde golpeó el agua, sumergiéndose bajo las olas, casi frenético. Aedion escaneó la bahía, girando en la silla de artillería mientras lo hacía, buscando alguna pista de la colosal y oscura sombra —¡A TU IZQUIERDA! —rugió Gavriel a través de la bahía, la magia, sin duda, amplificaba su voz. Lysandra giró y allí estaba el wyvern, acelerando desde las profundidades, como si fuera un tiburón, emboscando a su presa. Lysandra comenzó a moverse. Un campo de restos flotantes se extendía a su alrededor, las naves hundidas de sus enemigos como islas de la muerte, y allí había una cadena… si pudiera llegar a ella y escalar… no, era demasiado pesada, demasiado lenta. Se acercó de nuevo hacia la torre de Dorian, pero el wyvern no se acercaba. Sabía la fatalidad que le esperaba ahí. Se mantuvo fuera del rango de alcance, jugando con ella mientras regresaba al campo de escombros entre las naves enemigas. Hacia el mar abierto. Aelin y los otros observaban con impotencia desde el afloramiento del arrecife mientras los dos monstruos se deslizaban, el wyvern lanzaba pedazos de casco roto y mástiles al aire, destinados a la cambia formas. Uno golpeo a Lysandra en el costado y ella se hundió. Aedion se levantó de su asiento, un grito en sus labios. Pero ahí estaba ella, sangre fluyendo a medida que avanzaba y avanzaba, mientras conducía al wyvern a través del corazón de los escombros, luego dio un giro, cerrado. El wyvern la siguió a través de la sangre que enturbiaba el agua, lanzando un chorro de arena que ella esquivó ágilmente. Lo había sumido en un frenesí de sangre. Y Lysandra, maldita sea, lo guio hacia los restos de las naves enemigas, donde soldados Valg trataban de salvarse. El wyvern pasó a través de soldados y madera como si no fueran más que velos de gasa. Saltando a través del agua, girando alrededor de escombros y coral y cuerpos, el sol brillando sobre verdes escamas y sangre escarlata, Lysandra guio al wyvern en una danza de la muerte. Cada movimiento más lento a medida que su sangre goteaba en el agua.


Y entonces, cambio de dirección. Dirigiéndose a la bahía. Hacia la cadena. Giró hacia el norte, hacia él. Aedion examinó la masiva lanza delante de él. Doscientos cincuenta metros de aguas abiertas la separaban del alcance de su flecha. —NADA —Aedion rugió aún si ella no podía escucharlo—. ¡NADA, LYSANDRA! El silenció se extendió por toda la Bahía de la Calavera mientras el dragón color jade nadaba por su vida. El wyvern la estaba alcanzando, buceando por debajo. Lysandra pasó por debajo de los eslabones de la cadena, y la sombra del wyvern se extendió debajo de ella. Tan pequeña. Ella era tan pequeña comparada con él, una mordida era todo lo que bastaba. Aedion se obligó a sentarse de nuevo en la silla de artillero, sujetado las palancas y haciendo girar la máquina mientras ella nadaba y nadaba hacia él. Un disparo. Eso era todo lo que él tendría. Un maldito tiro. Lysandra se lanzó hacia adelante, y Aedion sabía que ella era consciente de que la muerte se cernía sobre ella. Sabía que ella estaba forzando ese corazón de dragón marino hasta casi detenerlo. Sabía que el wyvern había alcanzado el fondo y ahora se lanzaba hacia arriba, arriba, arriba hacia su vulnerable vientre. Unos cuantos metros más, solo unos cuantos latidos más. El sudor se deslizó por la frente de Aedion, su corazón latía tan violentamente que lo escuchaba como si fueran truenos. Movió la lanza, ligeramente, ajustando su puntería. El wyvern salió de las profundidades, fauces abiertas, listo para cortarla por la mitad de un tajo. Lysandra entró en el rango de alcance y saltó, un salto limpio que la sacó del agua, toda escamas brillantes y sangre. El wyvern saltó tras ella, agua fluyendo de sus fauces abiertas al tiempo que se eleva. Aedion disparó, golpeando las palmas en las palancas. El largo cuerpo de Lysandra se arqueó alejándose de las fauces mientras el wyvern salía limpiamente del agua, dejando al descubierto su blanca garganta. La masiva lanza de Aedion la atravesó limpiamente. Sangre brotó de las fauces abiertas, y los ojos de la criatura de desviaron cuando cayó hacia atrás.


Lysandra chocó contra el agua, provocando un penacho tan alto que bloqueó la vista de ambos mientras caían al mar. Cuando el agua se calmó, no había más que su sombra, y una creciente mancha de sangre negra. —Usted… Usted… —balbuceó el centinela. —Vuelvan a cargar —ordenó, de pie en su asiento mientras escaneaba el agua burbujeante. Dónde estaba ella, dónde estaba ella… Aelin se alzó sobre los hombros de Rowan, escaneando la bahía. Y entonces, una cabeza verde asomó a la superficie. Sangre negra se pulverizó en el aire cuando sacó la cabeza cortada del wyvern del agua. Vítores, desenfrenados y salvajes vítores, explotaron de todos los rincones de la bahía. Pero Aedion ya se encontraba corriendo, saltando la mitad de las escaleras que lo llevarían hacia la playa, hacia donde Lysandra nadaba, su sangre reemplazando el licor negro que teñía el agua. Tan lento, cada uno de sus movimientos era tan dolorosamente lentos. Perdió su rastro mientras descendía por debajo de la línea de árboles, su pecho pesaba. Raíces y piedras arrancadas a su paso, pero sus veloces pies Fae volaron sobre el suelo hasta que se convirtió en arena, hasta que la luz rompió a tabes de los árboles, y ahí estaba ella, tumbada sobre la playa, sangrando por todas partes. Más allá de ellos, en la bahía, el Rompedor de Barcos atracó, y la flota de Rolfe fue a recoger a los soldados sobrevivientes, y salvar a cualquiera de los suyos que siguiera ahí afuera. Vagamente señaló hacia Aelin y los otros, dentro del agua, nadando hacia la tierra. Aedion cayó de rodillas, haciendo una mueca cuando lanzó arena sobre ella. Su cabeza era casi tan grande como él, pero sus ojos… esos ojos verdes, del mismo color que sus escamas… Llenos de dolor. Y cansancio. Levantó una mano hacia ella, pero ella mostró sus dientes, un gruñido bajo deslizándose fuera de ella. Él levanto las manos, alejándolas. No era la mujer la que lo miraba, era la bestia en la que se había convertido. Como si se hubiera entregado completamente a sus instintos, había sido la única forma para sobrevivir. Tenía heridas y cortes por todos lados. Goteaba sangre, empapando la blanca arena. Rowan y Aelin, uno de ellos podían ayudarla. Si pudieran convocar su magia después de lo que la reina había hecho. Lysandra cerró sus ojos, su respiración entrecortada.


—Abre tus malditos ojos —gruñó Aedion. Ella gruño de vuelta, pero abrió uno de sus ojos. —Ya llegaste muy lejos. No mueras en esta decadente playa. El ojo se entrecerró, con un toque de temperamento femenino. Tenía que traer a la mujer de vuelta. Que tomara el control. O la bestia nunca los dejaría acercarse lo suficiente para ayudarla. —Puedes agradecerme cuando tu pateado trasero se cure. Una vez más, el ojo lo observó con cautela, un parpadeo de temperamento. Pero el animal prevalecía. Aedion arrastró las palabras, incluso cuando su alivio comenzaba a romper su máscara de calmada arrogancia. —La mitad de los inútiles centinelas de la torre de vigilancia se han enamorado de ti —mintió—. Uno dijo que quería casarse contigo. La bestia dio un gruñido bajo. Se apoyó en un pie, pero mantuvo el contacto visual mientras sonreía. —¿Pero sabes lo que les dije? Les dije que ninguno de ellos tenía ninguna maldita posibilidad — Aedion bajo la voz, manteniendo su dolorida y exhausta mirada—. Porque yo me casaré contigo —le prometió—, algún día. Me casaré contigo. Seré generoso y te dejaré elegir cuando, aun si es dentro de diez años. O veinte. Pero un día, serás mi esposa. Sus ojos se estrecharon, en lo que solo podía llamar indignación y exasperación femeninas. Él se encogió de hombros. —Princesa Lysandra Ashryver suena bien, ¿no? Entonces el dragón resopló. Divertido. Exhausto, pero… divertido. Abrió sus mandíbulas, como si tratara de hablar, pero se dio cuenta de que no podía en ese cuerpo. Sangre de filtró a través de sus enormes dientes y se estremeció de dolor. Olas rompiéndose y estrellándose, y ahí estaban Aelin y Rowan, y su padre y Fenrys. Todos ellos empapados, cubiertos de arena y grises como la muerte. Su reina alcanzó a Lysandra con un sollozo, arrojándose a la arena antes de que Aedion pudiera advertirle. Pero Lysandra solo hizo una mueca cuando la reina puso una mano sobre ella, diciendo una y otra vez: —Lo siento, lo siento tanto. Fenrys y Gavriel, quienes tal vez habían salvado su vida con ese grito amplificado acerca de la ubicación de los wyverns, se detuvieron cerca de la línea de árboles mientras Rowan se acercaba,


inspeccionando las heridas. Fenrys vio la mirada de Aedion, vio la advertencia en su cara, si alguno se acercaba a la cambia formas, y dijo: —Ese fue un tiro endemoniadamente bueno, muchacho —su padre asintió en silencio con la cabeza. Aedion los ignoró a ambos. Cualquiera que fuera la magia de su prima y de Rowan que se había agotado, estaba restaurada. Las heridas de la cambia formas estaban de pronto cerradas, una por una. Despacio, dolorosamente despacio, pero… el sangrado se detuvo. —Perdió mucha sangre —observó Rowan hacia ninguno de ellos en particular—. Demasiada. —Nunca había visto algo así en mi vida —murmuró Fenrys. Ninguno de ellos lo había hecho. Aelin estaba temblando, una mano en su amiga, su cara tan blanca y diciéndoles que eran innecesarias las duras palabras que estuvieran guardando para ella. Su reina sabía el costo. Le había tomado tanto tiempo confiar en ellos para hacer algo. Si Aedion la enfrentaba ahora, incluso si aún lo anhelara… Aelin nunca podría delegar de nuevo. Porque si Lysandra no hubiera estado en el agua cuando las cosas fueron tan, tan mal… —¿Qué pasó? —Suspiró, capturando la mirada de Aelin—. ¿Qué demonios paso ahí afuera? —Perdí el control —dijo Aelin con voz ronca. Como si no pudiera evitarlo, su mano se desvió hacia su pecho. Donde, a través del blanco de su camisa, se podía distinguir el Amuleto de Orynth. Entonces lo supo. Supo exactamente lo que Aelin llevaba. ¿Qué hubiera interesado tanto a Rolfe en ese mapa, similar a la esencia Valg para hacer que viniera corriendo? Supo porque había sido tan importante, tan vital, el arriesgarlo todo para obtenerlo de Arobynn Hamel. Supo que había utilizado una llave del Wyrd hoy, y que eso casi los había matado a todos… Él estaba temblando ahora, la ira había tomado el control. Pero Rowan le gruñó, bajo y viciosamente: —Guárdalo para después —porque Fenrys y Gavriel se habían tensado, vigilando. Aedion le gruñó de vuelta. Rowan le dio una mirada fría y constante que le dijo que en tanto comenzara a hacer alusión a lo que llevaba la reina, le arrancaría la lengua. Literalmente. Aedion reprimió la ira. —No podemos llevárnosla, y está demasiado débil para cambiar. —Entonces esperaremos aquí hasta que pueda hacerlo —dijo Aelin. Pero sus ojos se dirigieron a la bahía, donde Rolfe estaba siendo ayudado en los barcos de rescate. Y a la ciudad poco más allá, donde aún vitoreaban. Una victoria, pero muy cercana a una derrota. Los sobrevivientes Mycenianos, salvados por uno de sus dragones largo tiempo perdidos. Aelin y Lysandra habían convertido antiguas profecías en hechos tangibles.


—Yo me quedaré —dijo Aedion—. Tú hazte cargo de Rolfe. Su padre se ofreció a sus espaldas. —Puedo conseguir algunos suministros de la torre de vigilancia. —Bien —dijo él. Aelin gimió, poniéndose de pie, pero bajó la mirada hacia él antes de tomar la mano extendida de Rowan. Dijo suavemente. —Lo siento. Aelin se alejó sin más despedidas.

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El León se mantuvo vigilando, manteniéndose fuera de vista y sin que lo escucharan mientras el Lobo velaba por el dragón aún extendido sobre la playa. Durante horas, el Lobo se mantuvo ahí. Mientras la marea limpiaba el puerto de sangre. Mientras las naves del Señor de los Piratas enviaban a cualquier enemigo restante contra el aplastante azul. Mientras la joven reina regresaba a la ciudad en el corazón de la bahía para manejar cualquier turbulencia. Una vez que el sol comenzó a ocultarse, el dragón se agitó, y poco a poco su forma brilló y se encogió, sus escamas se suavizaron hasta el tono de su piel, su hocico se fundió en un rostro humano impecable, y las rechonchas extremidades se alargaron en doradas piernas. La arena se pegó a su cuerpo desnudo, y ella trató de levantarse y falló. El Lobo se movió entonces, arrojando su capa alrededor de ella y la levanto en sus brazos. La cambia formas no se opuso, y sus ojos se cerraron mientras el Lobo echaba a andar por la playa hacia los árboles, con su cabeza apoyada contra su pecho. El León permaneció fuera de la vista y mantuvo su oferta de prestar ayuda. Escondida en las palabras que necesitó decir al Lobo, quien había derrotado a un wyvern marino con una flecha. Veinticuatro años y ya era un mito susurrado sobre las fogatas. Los eventos de hoy, sin duda, se contarían alrededor de fogatas en tierras donde el León no había vagado en todos sus siglos. El León observó al Lobo desvanecerse entre los árboles, con dirección a la cuidad al final del sendero, la cambia formas, inconsciente en sus brazos. Y el León se preguntó si él mismo sería mencionado en esas historias susurradas, si su hijo permitiría alguna vez que el mundo supiera quien lo había engendrado. O si acaso le importaba.


Capítulo 38 Traducido por Akasha San Corregido por Cotota

La reunión con Rolfe en el puerto de nuevo a salvo fue rápida. Franca. Y Aelin supo que si no conseguía salir de la cuidad en una o dos horas, ella bien podía explotar de nuevo. Cada llave tiene una cerradura, había dicho Deanna, un pequeño recordatorio de la orden de Brannon. Usa su voz. Y la había llamado por ese título… ese título que afectó alguna cuerda de horror y entendimiento en ella, tan profunda que aún trabajaba en lo que significaba. La Reina Que Fue Prometida. Aelin irrumpió en un saliente de la playa en el lado opuesto de la isla, tenía que correr, necesitaba mantener su sangre corriendo, necesitaba silenciar los pensamientos de su cabeza. Detrás de ella, los pasos de Rowan eran tan silenciosos como la muerte. Solo habían estado los dos en la reunión con Rolfe. Ensangrentado, empapado, el Señor de los Piratas se reunió con ellos en la habitación principal de su posada, su nombre ahora un recordatorio permanente de la nave que ella había destruido. Él demandó. —¿Qué diablos pasó? Y ella había estado tan cansada, tan molesta y llena de disgusto y desesperación, que había sido casi imposible reunir fanfarronería. —Cuando seas bendecido por Mala, descubrirás que a veces su control puede fallar. —¿Fallar? No sé de qué diablos hablaban ahí abajo, pero desde donde estoy parado, parece que perdieron la maldita cabeza y estaban a punto de disparar a mi ciudad. Rowan, apoyado en el borde de una mesa cercana, explicó. —La magia es un ser vivo. Cuando te encuentras tan al fondo, recordarte, recordar tu propósito, necesita mucho esfuerzo. El que mi reina lo hiciera antes de que fuera demasiado tarde es un logro en sí mismo. Rolfe no estaba impresionado. —Me parece que fuiste una niña pequeña jugando con un poder demasiado grande para manejarlo, y solo tu príncipe saltarín te hizo decidir no sacrificar a gente inocente.


Aelin cerró los ojos el tiempo que toma un latido, la imagen de Rowan saltando frente a ese puño de fuego lunar parpadeando frente a ella. Cuando abrió los ojos, dejo que su crepitante seguridad se convirtiera en algo frio y duro. —A mí me parece —dijo ella—, que el Señor de los Piratas de la Bahía de la Calavera y heredero largo tiempo perdido de Mycenian se alió con una joven reina tan poderosa que puede diezmar ciudades si así lo desea. Me parece que se ha hecho intocable con esa alianza, y cualquier tonto que tratara de hacerle daño, robarle, tendría que vérselas conmigo. Así que sugiero que salve todo lo que pueda de su precioso barco, lloré a las docenas de hombres de los cuales asumo la responsabilidad de su perdida y a cuyas familias voy a recompensar, y cierre su jodida boca. Se volvió hacia la puerta, el agotamiento y la rabia le mordían los huesos. Rolfe dijo a su espalda. —¿Quieres saber cuál fue el costo de este mapa? Ella se detuvo, Rowan mirando entre ellos, con el rosto impasible. Ella sonrió sobre su hombro. —¿Tú alma? Rolfe dejó escapar una risa ronca. —Sí, en cierto modo. Cuando tenía dieciséis, era poco más que un esclavo en una de esas purulentas naves, mi herencia Myceniana era sólo un billete para obtener una paliza —puso una mano tatuada en las letras de Trilladora—. Cada moneda que ganaba regresaba aquí, a mi madre y hermana. Y un día la nave fue atrapada por una tormenta. El capitán era un bastardo arrogante, se rehusó a buscar un puerto seguro, y la nave fue destruida. La mayor parte de la tripulación se ahogó. Me dejé arrastrar por un día, hasta que quedé varado en una isla en el borde del archipiélago, y desperté para encontrar a un hombre mirándome desde arriba. Le pregunté si estaba muerto, él se rió y preguntó que qué era lo que quería. Estaba delirando, le dije que quería ser capitán, que quería ser el Señor de los Piratas de la Bahía de la Calavera y hacer que los tontos y arrogantes capitanes cómo el que había matado a mis amigos se inclinaran ante mí. Creí que estaba soñando cuando explicó que si me concedía las habilidades para serlo habría un precio. Lo que más valorara en el mundo, él lo tendría. Le dije que lo pagaría, fuera lo que fuese. No tenía pertenencias, ni riquezas, ni familia de todos modos. Unas pocas monedas de cobre no serían nada. Él sonrió antes de desaparecer en la niebla. Desperté con el tatuaje en mis manos. Aelin esperó. Rolfe continuó. —Regresé aquí, encontré naves amigas usando el mapa que ese extraño había tatuado. El regalo de un dios, o eso pensaba. Pero no fue hasta que vi las cortinas negras en las ventanas de mi casa de campo que empecé a preocuparme. Y no fue hasta que supe que mi madre y hermana habían usado su poco dinero para alquilar un bote e ir en mi búsqueda, y que el bote había regresado a puerto, pero ellas no, que me di cuenta del precio que había pagado. Eso era lo que el mar clamaba.


Lo que él clamaba. Y eso me hizo lo suficientemente desalmado para perderme en esta ciudad, este archipiélago —los ojos verdes de Rolfe eran tan implacables como el Dios del Mar que lo bendijo y maldijo—. Ese fue el precio de mi poder. ¿Cuál será el tuyo, Aelin Galathynius? No respondió antes que la tormenta se fuera. La voz de Deanna hizo eco en su mente. La Reina Que Fue Prometida. Ahora, de pie en esa playa vacía y monitoreando la brillante extensión de mar mientras los últimos rayos de sol se desvanecían, Rowan dijo detrás de ella: —¿Usaste la llave de Wyrd porque querías? Ningún indicio de juicio, o condena. Solo curiosidad, y preocupación. Aelin habló con voz áspera. —No. No sé lo que paso. Un minuto eran ustedes… entonces ella vino —se frotó el pecho, evitando tocar la cadena de oro. Su garganta se cerró cuando toco la marca en su pecho, justo entre sus pectorales, donde su puño lo había golpeado—. ¿Cómo pudiste? —preguntó en un respiro, un temblor la recorrió—. ¿Cómo pudiste ponerte frente a mí de esa manera? Rowan dio un paso más cerca de ella, pero no más. El romper de las olas y los graznidos de las gaviotas que se dirigían a casa para pasar la noche llenaban el espacio entre ellos. —Si hubieras destruido la ciudad, yo habría tenido que destruirte a ti, y a cualquier esperanza de una alianza. El temblor empezó en sus manos, extendiéndose a sus brazos, su pecho, sus rodillas. Fuego y cenizas arremolinándose en su lengua. —Si te hubiera matado —dijo entre dientes, pero se atraganto con las palabras, incapaz de terminar ese pensamiento, la idea de... Su garganta quemaba, y ella cerró los ojos, llamas ondulaban a su alrededor—. Creí que había encontrado el fondo de mi poder —admitió, magia desbordándose, demasiado pronto, demasiado pronto después de que se hubiera vaciado—. Creí que lo que había encontrado en Wendlyn era el fondo. No tenía idea de que solo era… una antecámara. Aelin levantó sus manos, abrió sus ojos para encontrar sus dedos envueltos en llamas. La oscuridad se extendió por el mundo. A través del velo color oro y azul y rojo, miró a su príncipe. Levanto sus manos envueltas en llamas entre ellos. —Ella me robó, me tomó. Y pude sentirla, sentir su conciencia. Era como si ella fuera una araña, esperando en su red por décadas, sabiendo que un día sería lo suficientemente fuerte y estúpida para usar mi magia y la llave juntas. Tal vez hasta toque la campana que anuncia la cena —su fuego se volvió más caliente, brillante, y ella dejó que creciera y parpadeara. Una irónica, amarga sonrisa. —Parece que quiere que hagamos de la búsqueda de la Cerradura una prioridad, nos dio el mensaje


dos veces. En efecto. —¿No es suficiente el lidiar con Erawan y Maeve, para cumplir las órdenes de Brannon y Elena? ¿Ahora tengo que enfrentar la ira de los dioses respirando en mi nuca también? —Tal vez fue una advertencia, tal vez Deanna deseaba mostrarte cómo un dios no amigable podía ser utilizado si no tienes cuidado. —Ella disfrutó cada maldito segundo de lo que pasó. Ella quería ver de que era capaz mi poder, lo que puede hacer con mi cuerpo, con la llave —sus llamas se volvieron más ardientes, desgarrando su ropa hasta convertirla en cenizas, hasta que estuvo desnuda y solo vestía sus llamas—. Y el cómo me llamó, La Reina Que Fue Prometida. ¿Prometida cuándo? ¿A quiénes? ¿Para hacer qué? Nunca había oído esa frase en mi vida, ni siquiera antes de la caída de Terrasen. —Lo averiguaremos —y eso fue todo. —¿Cómo puedes estar tan… bien con esto? —ascuas brotaban de ella como un enjambre de luciérnagas. La boca de Rowan se tensó. —Créeme, Aelin, estoy todo menos bien con la idea de que eres sólo un juego para esos bastardos inmortales. Estoy cualquier cosa menos bien con la idea de que puedan apartarte de mí sólo así. Si pudiera cazaría a Deanna y la haría pagar por ello. —Ella es la diosa de la cacería. Creo que estarías en desventaja —sus flamas se apagaron un poco. Él le dio una media sonrisa. —Es una inmortal altiva. Está obligada a no mirar hacia arriba. Además… —se encogió de hombros—. Tengo a su hermana de mi lado —ladeó su cabeza, estudiando su fuego, estudiando su cara—. Tal vez esa es la razón por la cual Mala se me apareció esa mañana, porque me bendijo. —¿Por qué eres el único suficientemente arrogante y loco para cazar a una diosa? Rowan se quitó sus botas, aventándolas a la arena seca detrás de él. —Porque soy el único lo suficientemente arrogante y loco para pedirle a Mala Portadora de Fuego que me deje estar con la mujer que amo. Sus flamas se convirtieron en oro puro ante sus palabras, ante esa palabra. Pero ella dijo: —Tal vez eres el único lo suficientemente arrogante y loco para amarme. Su inalterable mascara se rompió. —Esta nueva profundidad en tu poder, Aelin, no cambia nada. Lo que Deanna hizo, no cambia nada. Aún eres joven, tu poder sigue creciendo. Y si esta nueva ola de poder nos da la más ligera ventaja


contra Erawan, entonces agradezcamos a los dioses oscuros por ello. Pero tú y yo aprenderemos a manejar tu poder juntos. No tienes que enfrentarlo sola; no decidirás que nadie puede amarte porque posees poderes que pueden salvar y destruir. Si empiezas a resentir ese poder… —negó con la cabeza—. No creo que podamos ganar esta guerra si te vas por ese camino. Aelin entró en las olas y cayó de rodillas, nubes de vapor a su alrededor como grandes penachos. —A veces —admitió sobre el agua sibilante—, me gustaría que alguien más peleara esta guerra. Rowan entró en las aguas burbujeantes, su magia protegiéndolo de su calor. —Ah —dijo, arrodillándose a su lado mientras ella continuaba mirando hacia el oscuro mar abierto—. Pero ¿quién más seria capaz de meterse bajo la piel de Erawan? Nunca subestimes el poder de una arrogante insufrible. Ella se rio entre dientes, comenzando a sentir el frio beso del agua sobre su desnudo cuerpo. —Desde que recuerdo, Príncipe, fue una arrogante insufrible la que se ganó tú irritante, inmortal corazón. Rowan se inclinó hacia el fino velo de la llama ahora fundiéndose en un dulce aire nocturno y mordió su labio inferior. Una aguda, insinuante mordida. —Ahí está mi Corazón de Fuego. Aelin le dejó levantarla entre las olas y la arena para mirarlo a la cara por completo, le dejó deslizar su boca a lo largo de su mandíbula, la curva de su pómulo, la punta de su oreja de hada. —Estos —dijo, mordisqueando el lóbulo de su oreja—. Me han estado tentando por meses —su lengua trazo la delicada punta, y su espalda se aqueo. Sus fuertes manos tomándola en la cadera—. A veces, mientras dormías a mi lado en Mistward, tomó toda mi concentración no inclinarme sobre ti y morderlos. Morderte toda. —Hmmm —dijo ella, ladeando la cabeza para darle un acceso completo a su cuello. Rowan obedeció su silenciosa demanda, dejando besos y suaves mordiscos en su garganta. —Nunca he tomado a una mujer en la playa —ronroneó contra su piel, aspirando suavemente en el espacio entre su cuello y su hombro—. Y mira que, estamos lejos de cualquier clase de… seguridad —una mano se desvió de su cadera para acariciar las cicatrices de su espalda, la otra ahueco su trasero, pegándola completamente a él. Aelin extendió sus manos sobre su pecho, tirando de su camisa blanca sobre su cabeza. Cálidas olas chocaban contra ellos, pero Rowan la sostuvo rápidamente, inamovible, inquebrantable. Aelin recobró su conciencia lo suficiente para decir. —Alguien podría venir a buscarnos. Rowan sopló una risa contra su cuello.


—Algo me dice —dijo, su aliento deslizándose por su piel—, que no te importará si nos descubren. Si alguien ve como planeo adorarte. Sintió las palabras flotando ahí, se sintió flotando ahí, al borde de un acantilado. Tragó. Pero Rowan la había atrapado cada vez que caía, primero, cuando había caído en ese abismo de desesperación y dolor; segundo, cuando el castillo se había roto y ella había caído a la tierra. Y ahora, esta tercera vez… Ella no sentía miedo. Aelin sostuvo la mirada de Rowan y dijo sin rodeos. —Te amo. Estoy enamorada de ti, Rowan. Lo he estado desde hace un tiempo. Y sé que hay límites en lo que puedes darme, y sé que tal vez necesites tiempo… Sus labios se aplastaron contra los de ella, y le dijo en su boca, dejando caer palabras más preciosas que rubíes y esmeraldas y zafiros dentro de su corazón, de su alma. —Te amo. No hay límites en lo que puedo darte, no necesito tiempo. Aun cuando este mundo sea un susurro olvidado de polvo entre las estrellas, te amaré. Aelin no supo cuándo comenzó a llorar, cuando su cuerpo empezó a temblar por la fuerza de su llanto. Ella nunca había dicho tales palabras, a nadie. Nunca se dejó ser tan vulnerable, nunca sintió esta sensación tan ardiente e infinito, tan demandante que podría morir por su fuerza. Rowan la echó hacia atrás, secando sus lágrimas con sus pulgares, una tras otra. Dijo suavemente, casi inaudible sobre el estruendo de las olas alrededor de ellos: —Corazón de fuego Ella sorbió sus lágrimas. —Buitre. Él rugió una risa y ella le dejó acostarla sobre la arena con una gentileza cercana a reverencial. Su esculpido pecho exhaló suavemente mientras recorría su desnudo cuerpo con la mirada. —Eres… tan hermosa. Ella sabía que no se refería a la piel ni a sus curvas ni a sus huesos. Pero Aelin siguió sonriendo, riendo por lo bajo. —Lo sé —dijo, levantando los brazos por sobre su cabeza, dejando el amuleto de Orynth en un lugar seguro, en lo alto de la playa. Sus dedos se hundieron en la suave arena mientras arqueaba la espalda en un lento movimiento. Rowan siguió cada movimiento, cada contracción de musculo y piel. Cuando su mirada se detuvo en sus pechos, brillando por el sudor, su expresión se volvió voraz. Luego su mirada se desvió más abajo. Abajo. Y cuando se detuvo en el vértice de sus muslos y sus ojos se volvieron vidriosos, Aelin le dijo:


—¿Te vas a quedar mirando toda la noche? La boca de Rowan se abrió ligeramente, su respiración entrecortada, su cuerpo mostrándole donde precisamente iba a terminar esto. Un viento fantasma sopló entre las palmeras, susurrando sobre las olas. Su magia se estremeció cuando sintió, más que vio, el escudo de Rowan cayendo alrededor de ellos. Ella envió su propio poder contra él, golpeando y tocando el escudo en chispas llameantes. Los caninos de Rowan brillaron. —Nada pasará a través del escudo. Y nada va a herirme, tampoco. Algo que estaba apretado en su pecho, se soltó. —¿Es tan diferente? Con alguien como yo. —No lo sé —admitió Rowan. Una vez más, sus ojos se deslizaron a lo largo de su cuerpo, como si pudiera ver a través de su piel su ardiente corazón—. Nunca había estado con… un igual. Nunca me hubiera permitido ser tan desatado. Por cada pequeño ataque de poder que lanzaba hacia él, él se lo devolvía. Ella se apoyó en sus codos, llevando su boca hacia la nueva cicatriz en su hombro, pequeña y dentada, tan larga como la punta de una flecha. La besó una, dos veces. El cuerpo de Rowan estaba tan tenso por encima de ella, que pensó que sus músculos estallarían. Pero sus manos eran gentiles mientras se desviaban a su espalda, acariciando sus cicatrices y los tatuajes que él había puesto sobre ella. Las olas le hacían cosquillas y la acariciaban, y él se colocó sobre ella, pero ella levantó una mano hacia su pecho, interrumpiendo su movimiento. Ella sonrió contra su boca. —Si somos iguales, entonces no entiendo porque aun estas medio vestido. No le dio oportunidad de explicarse mientras trazaba con su lengua la comisura de su boca, mientras sus dedos abrían la hebilla del cinturón de su gastada espada. No estaba segura de que estuviera respirando. Y solo para ver lo que haría, lo palmeo sobre el pantalón. Rowan soltó una maldición. Ella se rió en voz baja, beso su nueva cicatriz una vez más, y arrastró un dedo hacia abajo con pereza, indolentemente, manteniendo su mirada a cada centímetro que tocaba. Y cuando Aelin apoyó la palma de su mano en él otra vez, dijo. —Eres mío. Rowan comenzó a respirar de nuevo, irregular y salvaje como las olas que rompían a su alrededor.


Ella desabrochó el primer botón de su pantalón. —Soy tuyo —dijo entre dientes. Otro botón desabrochado. —Y me amas —dijo ella. No era una pregunta. —Cualquiera que sea el final —suspiró. Desabrochó el tercer y último botón, y él la soltó para tirar sus pantalones en la arena cercana, lanzando sus calzoncillos con ellos. La boca de Aelin se secó mientras lo miraba. Rowan había sido criado y perfeccionado para la batalla, y en cada pulgada era un guerrero de sangre pura. Él era la cosa más hermosa que jamás hubiera visto. Suyo, él era suyo, y… —Eres mía —dijo Rowan en un respiro, y ella sintió que reclamaba sus huesos, su alma. —Soy tuya —contestó. —Y me amas —tal esperanza y tranquila alegría en sus ojos, debajo de toda esa ferocidad. —Cualquiera que sea el final —por mucho, mucho tiempo había estado solo y errante. No más. Rowan la besó de nuevo. Lentamente. Suave. Una mano se deslizó hacia arriba por su torso mientras se recostaba sobre ella, sus caderas encajando en las de ella. Ella jadeó un poco al contacto, jadeó más cuando sus nudillos rozaron la pesada y dolorida parte inferior de su pecho. Mientras se inclinaba a besar el otro. Sus dientes rozaron su pezón, y sus ojos se cerraron, un gemido saliendo de su boca. Oh, dioses. Oh, ardientes, dioses en celo. Rowan sabía lo que estaba haciendo; el realmente, dioses malditos, lo sabía. Su lengua se movió contra su pezón, y ella echó su cabeza hacia atrás, sus dedos clavándose en sus hombros, instándole a hacer más, a tomarla más duro. Rowan gruñó en aprobación, su pecho aún en su boca, en su lengua, su mano trazando un perezoso camino de sus costillas hacia su cintura, sus muslos, y de regreso. Ella se arqueó en una demanda silenciosa. Un toque fantasma, como si el viento del norte le diera forma, la golpeó en su pecho desnudo. Aelin estalló en llamas. Rowan rió amenazadoramente a los rojos y dorados y azules que estallaron a su alrededor, iluminando las palmeras que se elevaban por el borde de la playa, las olas rompiendo detrás de él. Ella tal vez hubiera entrado en pánico, se hubiera mortificado, no le hubiera dejado llevar su boca


a la de ella, si él no tuviera esas manos fantasmas de hielo, como besos de viento trabajando en sus pechos, su propia mano dejando de acariciar, cada vez más cerca de donde ella lo necesitaba. —Eres magnifica —murmuró contra sus labios, su lengua deslizando en su boca. Su dureza empujó contra ella y ella sacudió su cadera, necesitando encajar contra él, hacer lo que fuera para aliviar el dolor entre sus piernas. Rowan gimió, y ella se preguntó si habría otro hombre en el mundo desnudo y boca abajo con una mujer en llamas, que mirara a esas llamas sin una pizca de miedo. Ella deslizó su mano entre ellos, y cuando cerró sus dedos alrededor de él, maravillándose del acero aterciopelado que envolvía, Rowan gimió otra vez, empujándose en su mano. Atrajo su boca contra la de ella, mirando fijamente esos ojos verde pino mientras deslizaba su mano por él. Él bajo la cabeza, no para besarla, sino para ver donde ella lo acariciaba. Un viento rugiente lleno de hielo y nieve estalló alrededor de ellos. Y fue su turno de reír. Pero Rowan agarró su muñeca, alejando su mano. Ella abrió su boca para protestar, queriendo tocar más, probar más. —Déjame —gruñó Rowan sobre el agua marina sobre la piel entre sus pechos—. Déjame tocarte — su voz tembló lo suficiente para que Aelin levantara su barbilla con su pulgar y su índice. Un destello de miedo y alivio asomaban detrás de su mirada lujuriosa. Como si hacer eso, tocarla, fuera un recordatorio de lo que había hecho hoy, que estaba a salvo, como si le hubiera dado placer. Ella se inclinó, rozando su boca contra la de él. —Haz tu peor esfuerzo, Príncipe. La sonrisa de Rowan era nada menos malvada mientras se alejaba para llevar una amplia mano desde su garganta hasta la unión de sus muslos. Ella se estremeció ante la pura posesión del toque, su respiración se volvió apretada mientras agarraba fuertemente sus muslos y abría sus piernas, dejándola al descubierto para él. Otra ola se estrelló, rompiéndose a su alrededor, el agua fría como cientos de besos a lo largo de su piel. Rowan besó su ombligo, luego su cadera. Aelin no podía apartar los ojos de su brillante cabello plateado con agua salada y luz de luna, de sus amplias manos sosteniéndola para él mientras su cabeza caía entre sus piernas. Y mientras Rowan la saboreaba en esa playa, mientras se reía contra su piel resbaladiza al tiempo que ella gritaba con voz ronca su nombre rompiéndose a través de las palmeras y la arena y el agua, Aelin dejó de lado toda razón. Ella se movía, ondeando sus caderas, pidiéndole más, más, más. Y Rowan lo hizo, deslizó un dedo dentro de ella mientras su lengua rozaba ese punto, y oh, dioses, ella iba a explotar como una estrella de fuego– —Aelin —gruño, su nombre como una petición.


—Por favor —ella gimió—. Por favor. Esas palabras fueron su perdición. Rowan se elevó sobre ella otra vez, y ella dejó escapar un sonido que bien podría haber sido un gemido, bien podría haber sido su nombre. Entonces Rowan tenía una mano apoyada en la arena al lado de su cabeza, entrelazando los dedos en su pelo, mientras lo guiaba a su interior. A su primer empujón, ella olvidó su propio nombre. Y mientras se deslizaba con embestidas suaves y ondulantes, llenándola centímetro a centímetro, ella olvidó que era una reina y que tenía un cuerpo separado al de él y un reino y un mundo que cuidar. Cuando Rowan estaba profundamente dentro de ella, temblando de contención mientras la dejaba adaptarse, ella levantó sus manos envueltas en llamas a su cara, viento y hielo soplaba y rugía a su alrededor, bailando a través de las olas ribeteadas en llamas. No había palabras en sus ojos; ni en los de ella. Las palabras no harían justicia. En ningún lenguaje, en ningún mundo. Él se inclinó, reclamando su boca mientras comenzaba a moverse, y se dejaron ir completamente. Podría haber estado llorando, o podrían ser las lágrimas de él sobre su rostro, convirtiéndose en vapor en medio de sus llamas. Ella arrastró sus manos por su poderosa y musculosa espalda, sobre cicatrices de batallas y horrores de largo tiempo atrás. Y como sus embestidas se volvieron más profundas, ella enterró sus dedos, arrastrando sus uñas a través de su espalda, reclamándolo, marcándolo. Su cadera golpeando al tiempo que ella dibujaba un camino de sangre, y ella se arqueó, dejando al descubierto su garganta. Para él, sólo para él. La magia de Rowan se volvió loca, aunque la boca en su garganta era cuidadosa, aun mientras sus caninos se arrastraban por su piel. Y al toque de esos letales dientes contra ella, la muerte que flotaba en las inmediaciones y las manos que siempre serian gentiles con ella, que siempre la amarían… La liberación explotó a través de ella como pólvora. Y aunque no podía recordar su nombre, recordó el de Rowan mientras lloraba al tiempo que él seguía moviéndose, exprimiendo hasta la última gota de placer, el fuego convirtiendo la arena alrededor de ellos en cristal. La liberación de Rowan llegó por la simple vista de la de ella, y él gimió su nombre para que lo recordara, uniéndose viento y hielo sobre el agua. Aelin lo sostuvo a través de ella, enviando su fuego como ópalo a que se arremolinara con su poder. Una y otra vez, mientras se derramaba en ella, hielo y fuego bailaron en el mar. El impacto continuó, silencioso y precioso, incluso cuando se calmó. Los sonidos del mundo regresaron, su respiración entrecortada como el silbido de las olas rompiéndose mientras le dejaba perezosos besos en la sien, la nariz, la boca. Aelin alejó sus ojos de la belleza de su magia combinada, de la belleza de ellos, y encontró que su cara era lo más hermoso de todo.


Estaba temblando, y también lo estaba Rowan mientras permanecía sobre ella. Él hundió su rostro en el hueco entre su cuello y su hombro, su respiración desigual calentando su piel. —Nunca… —trató, su voz ronca—. No sabía que podía ser… Ella pasó los dedos por su espalda llena de cicatrices una y otra vez. —Lo sé —suspiró—. Lo sé. Ya, ella quería más, ya estaba calculando cuanto tendría que esperar. —Una vez me dijiste que no mordías a las mujeres de otros hombres —Rowan se tensó un poco. Pero ella continúo con timidez—. Eso significa… ¿Qué morderías a tu mujer, entonces? Comprensión brilló en esos ojos verdes mientras levantaba la cabeza de su cuello para estudiar el lugar donde sus caninos habían perforado su piel. —Esa fue la primera vez en que perdí realmente el control, lo sabes. Quería aventarte de un precipicio, sin embargo, te mordí antes de saber lo que estaba haciendo. Creo que mi cuerpo lo sabía, mi magia lo sabía. Y tú sabias… —Rowan soltó una respiración entrecortada— tan bien. Te odie por ello. No podía dejar de pensar en ti. Me despertaba en la noche con tu sabor en mi lengua, despertaba pensando en tu tonta y hermosa boca —deslizó el pulgar sobre sus labios—. No quieres saber las cosas depravadas que he pensado acerca de esta boca. —Hmmm, puede ser, pero no has respondido a mi pregunta —dijo Aelin, incluso mientras los dedos de sus pies se cerraron en el agua cálida y la arena mojada. —Sí —dijo Rowan con voz grave—. Algunos machos disfrutan haciéndolo. Para marcar territorio, por placer… —¿Las mujeres muerden a los hombres? El comenzó a endurecerse dentro de ella cuando preguntó. Oh, dioses, amantes Fae. Todos deberían tener la maldita suerte de tener uno. Rowan habló con voz ronca. —¿Quieres morderme? Aelin observó su garganta, su glorioso cuerpo, y su cara que alguna vez odió ferozmente. Y se preguntó si era posible amar a alguien lo suficiente para morir por esa persona. Si fuera posible amar a alguien tanto que la distancia y la muerte no fueran una preocupación. —¿Estoy limitada a tu cuello? Los ojos de Rowan se dilataron, y el empuje que le dio por respuesta, fue respuesta suficiente. Se movieron juntos, ondulando como el mar delante de ellos, y cuando Rowan rugió de nuevo su nombre al negro salpicado de estrellas, Aelin esperaba que los dioses lo hubieran escuchado y supieran que sus días estaban contados.


Capítulo 39 Traducido por Akasha San Corregido por Cotota

Rowan no sabía si alegrarse, emocionarse o aterrorizarse de haber sido bendecido con una reina y amante con tan poca atención a la decencia. La había tomado tres veces en esa playa, dos en la arena, luego una tercera vez dentro de las cálidas aguas. Sin embargo, su sangre seguía electrificada. Y aun así él aun quería más. Habían nadado en aguas poco profundas para lavar la costra de arena en ellos, pero Aelin le había envuelto sus piernas alrededor de su cintura, besado su cuello, entonces lamió su oreja en el momento que él mordía la de ella, y él se había enterrado en ella de nuevo. Ella sabía la razón por la cual él necesitaba de su contacto, la razón por la que necesitaba su sabor en su lengua, y luego con el resto de su cuerpo. Ella necesitaba lo mismo. Él aun lo necesitaba. Cuando terminaron después de la primera vez, había quedado incapacitado, para tirar de su cordura y juntarla de nuevo después de la unión que había terminado con… su liberación. Lo rompió y lo unió de vuelta. Su magia había sido una canción, y ella había sido… Nunca había tenido nada como ella. Todo lo que le había dado, ella se lo había devuelto. Y cuando ella lo había mordido durante la segunda vez en la arena… su magia había dejado seis palmeras cercanas en astillas mientras llegaba a un clímax tan intenso que pensó que su cuerpo se rompería. Pero una vez que habían terminado, cuando se pusieron a caminar de verdad hacia la Bahía de la Calavera envuelta en nada más que sus llamas, él le había dado su camisa y cinturón. Lo que hizo poco para cubrirla, especialmente aquellas hermosas piernas, pero al menos era menos probable que iniciara una revuelta. Probablemente, tal vez. Sería demasiado obvio lo que habían hecho en esa playa al momento en que entraran en el rango de alcance de cualquier persona con un sentido del olfato sobrenatural. Él la había marcado, enriqueciendo la esencia que se había aferrado a ella antes. La había marcado profunda y realmente, y no había como deshacerlo, no había como lavarlo. Ella lo había reclamado, y él la había reclamado a ella, y sabía que ella estaba bien con lo que eso implicaba, justo como él sabía… él sabía que había sido una gran decisión por parte de ella. Una decisión final acerca de con quien compartiría el lecho real. El trataría de vivir a la altura de ese gran honor, trataría de encontrar la manera de probar que lo merecía. Para que así ella no pensara que le había apostado al caballo equivocado. De alguna manera. Se lo ganaría. Incluso cuando tenía tan poco que ofrecer más allá de su magia y su corazón. Pero también conocía a su reina. Y sabía que a pesar de la enormidad de lo que habían hecho, Aelin


también le había mantenido en esa playa para alejar a otros. Evitar el contestar sus preguntas y demandas. Pero dejó un pie dentro de Océano Rosa, vio luz en la habitación de Aedion, y supo que sus amigos no serían fáciles de evadir. De hecho, Aelin frunció el ceño ante la luz, rápidamente remplazado por una expresión de preocupación cuando recordó a la cambia formas que estaba inconsciente. Sus pies descalzos fueron silenciosos por las escaleras y corredores mientras corría hacia la habitación, sin molestarse en tocar antes de abrir de golpe la puerta. Rowan soltó una profunda respiración, intentando invocar su magia para apagar el fuego que aún corría por su sangre. Para calmar sus instintos rugiendo y provocándolo. No para tomarla, sino para eliminar a cualquiera que lo intentara. Un momento peligroso, para cualquier macho Fae, la primera vez que tomaban a una amante. Peor, cuando eso significaba algo más. Dorian y Aedion estaban sentados en dos sillones frente a la oscura chimenea, con los brazos cruzados. Y la cara de su primo palideció con lo que podría haber sido terror mientras él captaba la esencia de Aelin, las marcas en ambos e invisibles para ellos. Lysandra estaba sentada en la cama, su cara calmada pero sus ojos recorriendo a la reina. Fue la cambia formas la que ronroneó. —¿Disfrutaste el paseo? Aedion no se atrevía a moverse y estaba dando una mirada de advertencia a Dorian para que tampoco lo hiciera. Rowan controló la rabia que sintió al ver a otros machos cerca de su reina, recordándose que eran sus amigos, pero… Esa furia primigenia se esfumó cuando Aelin se estremeció de alivio al encontrar a la cambia formas casi completamente curada y lúcida. Pero su reina sólo se encogió de hombros. —¿No es eso para lo único que todos los hombres Fae sirven? Rowan arqueo las cejas, riendo mientras se debatía el recordarle como ella le había rogado por más, el cómo había pronunciado las palabras por favor y oh, dioses, y entonces unos extras por favor en medio del acto. Él disfrutaría sacando esos modales de ella otra vez. Aelin le lanzó una mirada, desafiándolo a hablar. Y a pesar de haberla poseído hace poco, a pesar del hecho de que aún podía saborearla, Rowan supo que cuando se encontraran en la cama de nuevo, ella no obtendría el descanso que quería. Las mejillas de Aelin se sonrojaron, mientras advertía sus planes, pero ella levantó el amuleto de su cuello, dejándolo caer en la mesita baja entre Aedion y Dorian, y dijo: —Descubrí que esta era la tercera llave del Wyrd cuando estaba en Wendlyn. Silencio.


Entonces, como si no hubiera hecho añicos cualquier sensación de seguridad, Aelin sacó el mutilado Ojo de Elena de su bolsa, lo levantó en el aire, y lo sacudió ante la barbilla del Rey de Adarlan. —Creo que es tiempo de que conozcas a tu ancestro.

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Dorian escuchó la historia de Aelin. Acerca de la llave del Wyrd que ella llevaba en secreto, sobre lo que había pasado ese día en la bahía, acerca de cómo habían engañado a Lorcan y cómo dejarían que el guerrero regresara por ellos, esperaban que con las otras dos llaves en sus manos. Y, si tenían suerte, para entonces ya habrían encontrado la Cerradura, cosa que le habían ordenado ya dos veces para recuperarla de los Pantanos de Piedra, la única cosa capaz de devolver las llaves del Wyrd a la puerta de la cual habían sido cortadas y poner fin a la amenaza de Erawan para siempre. Ningún número de aliados harían la diferencia si ellos no eran capaces de detener a Erawan de usar las llaves del Wyrd para liberar las hordas de Valg de su propio reino sobre Erilea. Su posesión de dos llaves del Wyrd había provocado tal oscuridad. Si conseguía la tercera, obtendría control sobre la Puerta del Wyrd y podría abrirla hacia cualquier mundo que deseara, usarla para traer a cualquier ejército conquistador… Tenían que encontrar esa Cerradura para anular las llaves. Cuando la reina hubo terminado, Aedion echaba humo silenciosamente, Lysandra tenía el ceño fruncido, y Aelin estaba ahora apagando las velas en la habitación con apenas un gesto de su mano. Dos libros antiguos, sacados de las abarrotadas alforjas de Aedion, estaban abiertos sobre la mesa. Él conocía esos libros, no tenía idea de que ella los había tomado de Rifthold. El deformado metal del amuleto del Ojo de Elena descansaba sobre uno de ellos mientras Aelin revisaba por segunda vez las marcas en las viejas páginas manchadas. La oscuridad cayó mientras ella usaba su propia sangre para grabar esas marcas en el suelo de madera. —Parece que nuestra cuenta por daños a esta ciudad va a aumentar —murmuró Lysandra. Aelin resopló. —Sólo lo cubriremos con la alfombra —terminó de hacer la marca, una marca del Wyrd, se dio cuenta Dorian con un escalofrío, y dio un paso hacia atrás, levantando el Ojo en su puño. —¿Ahora qué? —dijo Aedion. —Ahora mantenemos nuestras bocas cerradas —dijo Aelin con dulzura. La luz de la luna se extendió por el suelo, devorada por las oscuras líneas que ella había hecho. Aelin fue hacia Rowan donde, sentado en el borde de la cama, todavía sin camisa gracias a que la


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