Valdez Kuri Laura - Ecohabitat

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objetivo, y funcional desde el punto de vista práctico, de ayudar a hacer algo por mejorar el mundo y no sólo pasárnosla bien. La experiencia de la asociación civil prosperó y de 1977 a 1979 ese colectivo de animados jovenazos tenía varios proyectos funcionando en dos o tres zonas rurales del país (incluida una en el Distrito Federal). Pero desde ahí vino una disyuntiva, que resolvimos adquiriendo el predio de Textintla. La disyuntiva era: ¿habitar en el Distrito Federal –en donde se concentran recursos de todo tipo, o dedicar nuestra energía a poblar en una región rural (impulsando algo que, para ese tiempo pintaba hasta como experiencia autosostenible, de adquirir un predio forestal que se pagara a sí mismo al cultivarlo y comercializar sus excedentes maderables)? La respuesta fue sencilla: aunque tuviéramos posibilidad de poblar en un sitio rústico, requeríamos un espacio de operación (y de

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Fachadas de Textintla, Distrito Federal

formación, socialización y adquisición de bienes culturalmente sofisticados, que no existen en el mundo rural...) que nos hizo decidir que, bueno, poblaríamos en zona urbana, un caidero para nuestras aventuras principalmente rurales. Vale la pena precisar esa idea: lo que requeríamos era un lugar donde caer en la Ciudad de México –como aeropuerto u hotel– después de cada aventura rural. Ese lugar donde caerle, que fuera un pequeño espacio para cada quien (o cada pareja), en urbanía mayor, fue el objeto de nuestra búsqueda. Tal vez conviene resaltar que estábamos –y seguimos– concientes de la condición especial de poder elegir entre alternativas, no sólo por ser jóvenes, estar más o menos formados en escuela superior, estar en esa maravillosa edad de no cargar grandes compromisos encima, sino también por ciertas condiciones de soporte económico básico, de origen familiar, que buena parte de nosotros tenía por detrás, y que ayudaban, en su mayor parte a nivel personalfamiliar. Así las cosas, llegamos al predio y fue interesante la forma como topamos con él. Sabíamos lo que queríamos, que era un lugar para caerle, barato, bien comunicado, que no estuviera frente a grandes avenidas o ruidos metropolitanos y que fuera lo suficientemente seguro como para que una chava joven pudiera llegar a él sola, en la noche, sin perder en el intento. La técnica fue verdaderamente sistemática: nos dimos a la tarea, cada quien, de pa-sear por alguna parte de la ciudad que nos gustara, buscando las oportunidades que no salen en el clasificado de los periódicos. Con


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