Jodorowsky alejandro la danza de la realidad

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Libros el Tintero Ésta fue mi consulta: «Mi hermano se ahorcó a los 28 años, el día de su cumpleaños. Yo he cargado en cierta manera la pena culpable de mi madre por esta desaparición tan brutal. ¿Cómo deshacerme de ella? Me respondiste: «Carga dentro de un saco blanco, en la espalda, durante 28 días, una bola de petanca que has pintado de negro. Después ofrécesela a tu madre, diciéndole: "Esta bola es tuya, te la devuelvo». Fui a ver a mi madre y justo antes de que sacara la bola y se la diera, me dijo: «Me gustaría hacerte una camisa negra>>, y comenzó a tomarme las medidas. Me sorprendí mucho, la deje hacer y luego le di la bola. Ella la observo, rascó con una uña y sonriendo me dijo: <<La pintura se parte fácilmente». Le respondí: «El negro se va, pero el peso queda». Ella se puso a llorar. La tomé en mis brazos durante mucho rato. Hoy respiro mucho mejor. 3 El color perdido Un mínimo detalle, doloroso, obstaculiza el desarrollo general. Muchas veces comparo un problema considerado pequeño a un clavo en el zapato. Aunque de tamaño reducido, afecta a la totalidad de nuestra marcha. Este es el testimonio de José Zaragoza, poeta mexicano que vive en París: Conociendo la obra de A. J. acudí a hacerme leer las cartas del Tarot, En aquel entonces estaba obsesionado con la idea de que yo provocaba miedo entre las gentes, idea reforzada por el hecho de ser extranjero. Sin más ni más, el señor J. me dijo: <<Al diablo hay que vestirlo de rojo», y me aconsejó que me vistiera de pies a cabeza con prendas de ese color. Yo simplemente rehusé porque le tenía un miedo pavoroso al ridículo. Pero al día siguiente, por orgullo más que por convicción decidí llevar adelante la prescrita medicina, añadiendo un paliacate tarahumara que, como se sabe, es rojo y se lleva en la frente. La experiencia fue terrible. En la esquina de mi casa me encontré con un grupo de personas que me miraban sorprendidas. «Voy a una fiesta de disfraces>>, les tartamudeé. En el metro la cosa se tornó casi insoportable. Todo el mundo me miraba, de cabo a rabo. Me sentí mal porque, habiendo querido siempre pasar desapercibido, en tales circunstancias aquello resultaba imposible. De regreso a mi casa me sentí sumamente fatigado y sucio. Tomé una ducha y me sentí mejor. Al otro día noté que mi percepción había cambiado de manera importante. Sentía como si hubiera tomado una dosis de mezcalina. El rojo lo veía como naranja, el naranja como amarillo etc. Salí a la calle y constaté que efectivamente mi percepción había cambiado y que debía acostumbrarme a ver de manera; diferente toda la gama de los colores cálidos. A pesar de que esta situación resultaba algo embarazosa no me sentí del todo mal y alcancé a realizar mis actividades normales. Vestido de rojo acudí a todos los lugares adonde suelo acudir, vi a toda las personas que suelo ver, etc. A la semana ya había integrado a mi persona el color prescrito. Fue entonces cuando recordé un hecho definitivo de mi infancia: cierto día mi madre, Por una pequeña falta, me reprendió de una manera feroz, diciéndome «¡Eres http://www.libroseltintero.com

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