El retrato de dorian gray

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Oscar Wilde

globo. Dorian Gray se acercó a la mesa y sirvió el té. Los otros dos se acercaron lánguidamente y examinaron lo que había bajo las tapaderas. -Vayamos esta noche al teatro -propuso lord Henry-. Habrá algo que ver en algún sitio. He quedado para cenar en White’s, pero sólo se trata de un viejo amigo, de manera que le puedo mandar un telegrama diciendo que estoy enfermo o que no puedo ir en razón de un compromiso ulterior. Creo que sería una excusa bastante simpática, ya que contaría con la sorpresa de la sinceridad. -¡Es tan aburrido ponerse de etiqueta! -murmuró Hallward-. Y, cuando ya lo has hecho, ¡se tiene un aspecto tan horroroso! -Sí -respondió lord Henry distraídamente-, la ropa del siglo XIX es detestable. Tan sombría, tan deprimente. El pecado es el único elemento de color que queda en la vida moderna. -No deberías decir cosas como ésa delante de Dorian, Harry. -¿Delante de qué Dorian? ¿El que nos está sirviendo el té o el del cuadro? -De ninguno de los dos. -Me gustaría ir al teatro con usted, lord Henry -dijo el muchacho. -Venga, entonces; y tú también, Basil. -La verdad es que no puedo. Será mejor que no. Tengo muchísimo trabajo. -Bien; en ese caso, iremos usted y yo, señor Gray. -Encantado. El pintor se mordió el labio y, con la taza en la mano, se acercó al cuadro.

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