El retrato de dorian gray

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Oscar Wilde

Capítulo 7 Aquella noche, por alguna razón, el teatro estaba abarrotado, y el gordo empresario judío que los recibió en la puerta, sonriendo trémulamente de oreja a oreja con expresión untuosa, procedió a escoltarlos hasta el palco con pomposa humildad, agitando sus gruesas manos enjoyadas y hablando a voz en grito. Dorian Gray sintió que le desagradaba más que nunca. Le pareció que viniendo en busca de Miranda se había encontrado con Calibán. A lord Henry, por el contrario, más bien le gustó. Al menos eso fue lo que dijo, e insistió en estrecharle la mano, asegurándole que estaba orgulloso de conocer al hombre que había descubierto a una joya de la interpretación y que se había arruinado a causa de un poeta. Hallward se divirtió con los rostros del patio de butacas. El calor era insoportable, y la enorme lámpara ardía como una dalia monstruosa con pétalos de fuego amarillo. Los jóvenes del paraíso se habían quitado chaquetas y chalecos, colgándolos de las barandillas. Hablaban entre sí de un lado a otro del teatro y compartían sus naranjas con las llamativas chicas que los acompañaban. Algunas mujeres reían en el patio de butacas, con voces chillonas y discordantes. Desde el bar llegaba el ruido del descorchar de las botellas. -¡Qué lugar para encontrar a una diosa! -dijo lord Henry. -¡Es cierto! -respondió Dorian Gray-. Pero fue aquí donde la encontré, y Sibyl es la encarnación de la divinidad. Cuando actúe, te olvidarás de todo. Esas gentes vulgares y

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