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Psikolibro

la vida. Y en nombre de ésta se pronunciará la condenación. Peligro moral antes que peligro para la religión. La creencia es un elemento del orden; con ese título, hay que velar sobre ella. Para el ateo, o el impío, en quie nes se teme la debilidad del sentimiento, el desorden de la vida antes que la fuerza de la incredulidad, el internamiento desempeña la función de reforma moral para una adhesión más fiel a la verdad. Hay todo un lado, casi pedagógico, que hace de la casa de internamiento una especie de manicomio para la verdad: aplicar una coacción moral tan rigurosa como sea necesaria para que la luz resulte inevitable: "Quisiera decir que no existe Dios, a ver un hombre sobrio, moderado, casto, equilibrado; hablaría al menos sin interés, pero este hombre no existe. " 286 Durante largo tiempo, hasta d'Holbach y Helvétius, la época clásica estará casi segura de que tal hombre no existe; durante largo tiempo existirá la convicción de que si se vuelve sobrio, moderado y casto aquel que afirma que no hay Dios, perderá todo el interés que pueda tener en hablar de ese modo, y se verá reducido así a reconocer que hay un Dios. Es éste uno de los principales significados del internamiento. El uso que se hace de él revela un curioso movimiento de ideas, por el cual ciertas formas de la libertad de pensar, ciertos aspectos de la razón van a emparentarse con la sinrazón. A principios del siglo XVII, el libertinaje no era exclusivamente un racionalismo naciente: asimismo, era una inquietud ante la presencia de la sinrazón en el interior de la razón misma, un escepticismo cuyo punto de aplicación no era el conocimiento, en sus límites sino la razón entera: "Toda nuestra vida no es, propiamente hablando, más que una fábula, nuestro conocimiento, más que una necedad, nuestra certidumbre más que cuentos: en resumen, todo ese mundo no es más que una farsa y una perpetua comedia. " 287No es posible establecer separación entre el sentido y la locura; aparecen en conjunto, en una unidad indescifrable, donde indefinidamente pueden pasar el uno por la otra: "No hay nada tan frívolo que en alguna parte no pueda ser muy importante. No hay locura, siempre que sea bien seguida, que no pase por sabiduría. " Pero esta toma de conciencia de una razón ya comprometida no hace risible la búsqueda de un orden, pero de un orden moral, de una medida, de un equilibrio de las pasiones que asegure la dicha mediante la policía del corazón. Ahora bien, el siglo XVII rompe esta unidad, realizando la gran separación esencial de la razón y de la sinrazón, del cual sólo es expresión institucional el internamiento. El "libertinaje" de principio de siglo, que vivía de la experiencia inquieta de su proximidad y a menudo de su confusión, desaparece por el hecho mismo; no subsistirá, hasta el fin del siglo XVIII, más que bajo dos formas, ajena la una a la otra: por una parte, un esfuerzo de la razón por formularse en un racionalismo en que toda sinrazón toma los visos de lo irracional; y, por otra parte, una sinrazón del corazón que hace plegarse a su lógica irrazonable los discursos de la razón. Luces y libertinaje se yuxtapusieron en el siglo XVIII, pero sin confundirse. La separación simbolizada por el internamiento hacía difícil su comunicación. El libertinaje, en la época en que triunfaban las luces, ha llevado una existencia oscura, traicionada y acosada, casi informulable antes de que Sade compusiera Justine, y sobre todo Juliette, como formidable libelo contra los "filósofos" y 286 287

La Bruyère, Caractères, cap. XVI, parte II, ed. Hachette, p. 322. La Mothe le Vayer, Dialogues d'Orasius Tubero, 1716, t. I, p. 5.

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