mujeres

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que conocí a mi primer marido. Estábamos en la escuela secundaria y él estaba recostado contra la pared en lugar de estar en clase, y entonces me dije: “Parece bastante alocado. Apuesto a que yo podría ponerle los pies sobre la tierra.” ¿Lo ve? Yo siempre estaba tratando de arreglar las cosas. Bueno, me dirigí a Baird y lo invité a bailar. Se sorprendió mucho y creo que también se sintió un poco halagado. Bailamos un rato y después me dijo que él y sus amigos se marchaban a otro sitio, y me preguntó si yo querría acompañarlos. Si bien la idea me tentaba, le dije que no, que había ido allí a bailar y eso era todo lo que quería hacer. Seguí bailando con los hombres de negocios y después de un rato él volvió a invitarme a bailar. Y lo hicimos. Había muchísima gente allí. No cabía un alfiler. Poco después, mi amiga y yo salíamos y él estaba sentado con otra gente en una mesa ubicada en un rincón. Me hizo señas de que me acercara y así lo hice. Me dijo: “Tienes mi número de teléfono en tu persona”. Yo no sabía de qué hablaba. Extendió la mano y sacó su tarjeta del bolsillo del suéter que yo tenía puesto. Era de esos que tienen un bolsillo grande en la parte delantera, y él había puesto su tarjeta allí la segunda vez que volvimos a la pista de baile. Yo estaba asombrada. No me había dado cuenta de que lo había hecho. Y me encantaba saber que aquel hombre apuesto se había tomado ese trabajo. Bueno, yo también le di mi tarjeta. Me llamó unos días más tarde y fuimos a almorzar. Me miró con cierta desaprobación cuando llegué. Mi automóvil era un poco viejo y de inmediato me sentí inadecuado…y luego aliviada, al ver que, de todos modos, almorzaría conmigo. Estaba muy tieso y frío, y decidí que me correspondía a mí hacerlo sentir cómodo, como si de alguna manera la culpa fuese mía. Sus padres irían a visitarlo en la ciudad y no se llevaba bien con ellos. Recitó una larga lista de reproches contra ellos, que a mí no me parecieron tan graves, pero traté de escucharlo con compasión. Salí de ese almuerzo pensando que no tenía nada en común con él. No la había pasado tan bien. Me había sentido incómoda y fuera de equilibrio. Cuando me llamó dos días después y volvió a invitarme a salir, me sentí aliviada. Si él lo había pasado suficientemente bien para invitarme otra vez, entonces todo estaba bien. En realidad, nunca estuvimos bien juntos. Siempre había algo que andaba mal y yo trataba de enmendarlo. Me sentía muy tensa con él y los únicos buenos momentos eran cuando la tensión disminuía un poco. Esa leve disminución de la tensión pasaba por felicidad. Pero de alguna manera aún me atraía poderosamente. Sé que parece una locura, pero llegué a casarme con ese hombre sin que siquiera me agradara. El quebró la relación varias veces antes de casarnos, diciendo que conmigo no podía ser tal como era él. No puedo decir lo devastador que era aquello. Yo le rogaba que me dijera qué necesitaba que yo hiciera para sentirse más cómodo. El sólo respondía: “Tú sabes lo que tienes que hacer.” Pero yo no lo sabía. Casi me volví loca tratando de adivinarlo. De todos modos, el matrimonio


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