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(las seis de la tarde). Al pasar junto a una de las casas rodantes, lo saludó un matrimonio que estaba sentado a la sombra de la suya; la pareja solía sentarse allí a esa hora y saludar a los transeúntes invitándolos a que les hicieran una visita. Nació una amistad entre los tres, trascurriendo muchas semanas antes de que se enteraran de que todos ellos hacían terapia conmigo. Al principio casi todo el esfuerzo por trabar amistad recayó en la pareja, pero, al cabo de reiteradas visitas, Harold se volvió menos pasivo y mostróse más interesado en la relación. Aunque muchos terapeutas abrigan la esperanza de que un paciente solitario encontrará un amigo, Erickson prefiere asegurarse de que eso ocurra disponiendo directamente la relación, o bien pidiéndole al paciente que vaya a un sitio donde él sabe que es muy probable que la establezca (en este caso, el paciente suele creer que la relación surgió de manera espontánea). La próxima tarea de Harold constituyó un pedido más directo: «Algún tiempo después de consolidarse su amistad con el matrimonio, le asigné a Harold la tarea de establecer otra relación nueva, dándole una dirección y diciéndole que fuera allí, observara todo sin perder detalle, aprendiera bien y a fondo, y visitara frecuentemente el lugar». Así fue como conoció a Joe, el impedido que se dedicaba a trabajos menores, trabando con él una gran amistad, que duró hasta la muerte de Joe, dos años después. Al concertar de este modo las relaciones, Erickson procura evitar la posibilidad de que el vínculo con el terapeuta pueda sustituir, o aun impedir, el establecimiento de un conjunto más normal de relaciones. El mismo terapeuta provoca otras amistades. El paso siguiente en este proceso de socialización fue aceptar las lecciones de piano de una profesora anciana, a cambio de trabajos generales, con lo cual Harold experimentó una relación de aprendizaje con una mujer y, asimismo, una relación en la cual él era el hombre competente que realizaba lo que el esposo enfermo no podía hacer. Una vez que Harold fue capaz de relacionarse con un matrimonio, un amigo masculino y una mujer de edad, Erickson le pidió que diera otro paso más, sugiriéndole que aprendiera a bailar y también a nadar en la YMCA (Asociación Cristiana de Jóvenes, rama masculina). Harold manifestó un violento disgusto y perturbación emocional ante ambas sugerencias. Me explicó en tono agitado que en la YMCA las mujeres podían usar la piscina una vez por semana, y que la sola idea de sumergir su cuerpo en un agua tan contaminada le era intolerable. En cuanto al baile, exigía mantener

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contacto voluntario con cuerpos femeninos, cosa que tampoco podía soportar. Con asustada y trabajosa insistencia me volvió a explicar que él era homosexual, que las mujeres le repugnaban y que ya tenía bastantes dificultades con que el mundo se las impusiera como para que yo viniese a añadir otras con mis pedidos irrazonables. Erickson impartía aquí dos directivas simultáneas de desigual dificultad, para que el paciente pudiera rechazar una y cumplir la otra. En este caso, la sugerencia de aprender a bailar le era más aborrecible que la de aprender a nadar en la YMCA, institución puramente masculina. Sin embargo, con un poco de estímulo, Harold logró realizar ambas actividades. Cuando objetó la idea de nadar y bailar, le ofrecí una analogía: El estaba dispuesto a cosechar a mano las legumbres sembradas en un campo fertilizado, que habían sido fumigadas con insecticida, pues sabía que después podía lavarse, lavar las legumbres Y aprovechar su valor nutritivo. Afirmé con tono dogmático que, del mismo modo, podría subsanar las consecuencias de la natación y el baile con un buen jabón fuerte, agua y una toalla. Esencialmente, deseché sus objeciones en forma sumaria y después empecé a señalar que el sitio preferido para aprender a bailar era la academia profesional, donde todos los contactos serían fríos e impersonales. Parte del razonamiento lógico utilizado para las dos actividades fue que él, como trabajador, adquiriría dos habilidades físicas diferentes aunque basadas ambas en el ritmo. Harold aprendió pronto a nadar y bailar. Comenzó a usar un jabón determinado para sus lavados rituales luego de las clases; le comenté que había otra marca que no era mejor, pero sí tan buena como esa; a decir verdad, los dos jabones eran muy adecuados. De este modo, Erickson manipuló en parte una compulsión de lavarse como forma de estimular las nuevas actividades sociales. Después empezó a socavarla quitándole ritualidad, como suele hacerlo con esta clase de compulsiones: serviría una marca de jabón u otra, un momento u otro, una intensidad de lavado u otra. Mientras le pedía a Harold que participara (aunque fuese de un modo impersonal) en actividades sociales donde estaban involucradas las mujeres, Erickson dedicó las sesiones terapéuticas a aplicar su método para cambiar las ideas de un paciente y reclasificar diversos aspectos de su vida: Cuando Harold pareció receptivo para comprender las cosas sexuales, introduje ese tema en las sesiones terapéuticas, señalán-

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