Adolf hitler mi lucha

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raza. Los pecados contra la sangre y la raza constituyen el pecado original de este mundo y el ocaso de una humanidad vencida. Deplorable en extremo era la situación de la Alemania de la anteguerra frente a la gravedad de este problema. ¿Qué se hizo para contener la infección de nuestra juventud en las grandes ciudades? ¿Qué se hizo para contrarrestar eficazmente la prostitución y la corrupción de la vida sexual? ¿ Y qué se hizo, en fin, ante la creciente propagación sifilítica en el pueblo, resultante de ese estado de cosas? La respuesta fluye fácil con sólo puntualizar lo que debió haberse hecho. En todos los casos, donde se trata de llenar necesidades o cometidos aparentemente imposibles, se impone concentrar la atención completa de un pueblo hacia el problema en cuestión, presentándolo tal como si de su solución dependiese el ser o el no ser. Sólo así podrá un pueblo hacerse capaz y apto para la realización de esfuerzos y de hechos verdaderamente eminentes. Este principio tiene también su validez para el individuo en particular, siempre que aspire a grandes cometidos. La prostitución es un oprobio para la humanidad y no se la puede destruir mediante prédicas morales o por la sola virtud de sentimientos piadosos. Su limitación y finalmente su desaparición suponen, como cuestión previa, descartar una serie de condiciones preliminares, siendo la primera de todas la de facilitar la posibilidad del matrimonio, de acuerdo con la naturaleza humana, a una edad menos tardía que en la actualidad. El grado a que ha llegado el desvarío y la incomprensión en muchas gentes de nuestros tiempos, nos prueba el hecho, no raro, de madres de la “buena sociedad” que, según dicen, sentiríanse satisfechas si sus hijas tuviesen por esposos a hombres que ya se “rompieron los cuernos”, etc. La descendencia será entonces el resultado palpable de esas “racionales” uniones conyugales. Si aún se tiene en cuenta que además la natalidad queda restringida a un mínimun coartando el fenómeno de la selección natural y, como por otra parte, debe cuidarse la vida incluso del más miserable ser humano, sólo queda por interrogar, ¿para qué subsiste la institución del matrimonio y con qué finalidad? Así degeneran los pueblos civilizados precipitándose poco a poco en la ruina. Tampoco el matrimonio puede ser considerado como un fin en sí mismo, sino que debe servir a un objetivo más elevado, cual es la multiplicación y la conservación de la especie y de la raza. Esta es su razón de ser y su misión primordial. La importancia enorme que entraña esta cuestión debería comprenderse sobre todo en una época en que la llamada república “socialista”, por su incapacidad para solucionar el problema de la vivienda, impide sencillamente la realización de infinidad de matrimonios y da con ello pábulo a la prostitución. Otra de las causas que obstaculiza el matrimonio en edad oportuna, radica en nuestro absurdo sistema de la distribución de sueldos, sin considerar el factor familia y la subsistencia de ésta. Quiere esto decir, resumiendo lo anterior, que sólo será posible abordar con verdadera eficacia la lucha contra la prostitución, el día en que, mediante una fundamental reforma de las condiciones sociales, se haga factible el matrimonio a una edad menor de lo que en la actualidad ocurre. En esto consiste lo esencial de la solución del problema. En segundo término incumbe a la educación y a la enseñanza la tarea de desarraigar una serie de defectos que hoy casi no se toman en cuenta. La educación, por ejemplo, debe tender a que el tiempo libre de que dispone el educando sea empleado en un provechoso entrenamiento físico. A esa edad no tiene él derecho alguno a barloventear por calles ni cinemas, sino que debe dedicarse, aparte de sus cotidianas labores, a fortalecer su joven organismo para que, cuando un día ingrese en la lucha por la existencia, la realidad de la vida no lo encuentre desprevenido. Encaminar y realizar, orientar y dirigir: esa es la tarea de la educación para la juventud y su rol no consiste exclusivamente en insuflar sabiduría. Es también su cometido anular la concepción errónea de que el ejercicio físico es cuestión personal de cada uno. No existe la libertad de pecar a costa de la progenie y con ello, de la raza. Paralelamente al proceso de la educación del cuerpo, debe iniciarse la lucha contra el emponzoñamiento del alma. El conjunto de nuestra vida de relación semeja en la actualidad un vivero de ideas y de estimulantes sexuales. Basta analizar el contenido de los programas de nuestros cinemas, varietés y teatros para llegar a la irrefutable conclusión de que todo esto no es precisamente el alimento espiritual que conviene a la juventud. Nuestra vida de relación tienen que ser liberada del perfume estupefaciente, así como del pudor fingido, indigno del hombre. Solo después de la ejecución de estas medidas, puede contarse con la posibilidad de una acción médico-profiláctica de resultado eficaz. Pero tampoco aquí puede tratarse de procedimientos a medias, sino de las más radicales decisiones. Es un contrasentido el dar a enfermos incurables la posibilidad constante, por decirlo así, de contagiar a los sanos.


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