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Marcelino Champagnat Se recrudece la persecución Cuando amanecía el año 1831 los instigadores anticlericales arreciaron en sus ataques a la Iglesia. El campo de la educación era un objetivo apropiado. Una orden real llamaba a cumplir el servicio militar a todos los maestros de las escuelas religiosas que carecían de autorización. Si se cumplían estas ordenanzas a rajatabla, el Instituto de Marcelino, que aún no estaba legalizado, iba a resultar seriamente perjudicado. ¿Podría darse una situación peor? Sí. Los funcionarios del gobierno recién destinados en el Loira pusieron en el punto de mira a los hermanos. Escipión Mourgue, el nuevo Prefecto, no se privó de escribir estas cosas: “El Instituto de los Hermanitos de María no merece ningún tipo de respaldo ya que es de todos sabido que sus miembros son de una ignorancia deplorable... En Feurs han desempeñado lo que ellos llaman su enseñanza, aunque yo creo que deberíamos denominarlo garantía de ignorancia asegurada... Francia ha pasado demasiado tiempo inclinándose ante la espada y la cruz”. Mourgue se subió a la parra más todavía al saber que el pueblo no quería desprenderse de los hermanos y su escuela. Así que arremetió también contra todos ellos. “Me he encontrado con gente estúpida –apostillaba– que quiere que se mantenga ese sistema degradante”. Lo cierto es que aquella “gente estúpida” ya había conocido el colapso educativo que siguió a la Revolución de 1789, y no tenían el menor interés en volver a repetir la experiencia.

Se cierra la escuela de Feurs Ignorando el sentir del pueblo, el alcalde de la Feurs, de tendencia anticlerical, tomó la decisión de expulsar a los her76


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