Breviario de insumisión pirata, de Vivian Abenshushan

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masas.” Bajo la figura del autor multitudinario, el proyecto Luther Blissett oponía un sentido cultural y económico distinto (es decir, horizontal, excéntrico, abierto, basado en el intercambio o trueque, regulado por el menor número de leyes posibles) al sistema capitalista (centralizado, estandarizado, obsesionado por la propiedad, ultra regulado, especulador, cerrado). Una vez que la cultura fue confiscada por el puro ánimo de lucro, todos los luthers pensaron que era tiempo de despertar el espíritu pirata y saquear las bodegas y aprender el arte de la cleptografía y devolver el botín a su lugar de origen. VI. Partido pirata La cultura actual es una cultura estrangulada, amenazada de muerte. Cualquiera que por curiosidad se asome a la página legal de Hombre lento de J.M. Coetzee, publicado por Random House, encontrará esta advertencia: “Queda estrictamente prohibida la distribución de ejemplares de la obra mediante alquiler o préstamo público.” ¿Qué significa esto? El despojo de la biblioteca pública. Es decir, la conversión de la cultura en un lugar cerrado, siempre lucrativo, privatizado. En su libro Free Culture, Lawrence Lessig, creador de las licencias Creative Commons, una forma de descarga, copia y distribución de archivos a través de internet que no requiere pago ni permiso, ha descrito la degeneración de los derechos de propiedad (desde el copyright hasta las patentes) como una forma de concentración de poder que amenaza la tradición cultural. El copyright, que había nacido para encontrar un equilibrio entre los intereses del autor, el editor y el lector, se ha transformado en las últimas décadas en una política de acaparamiento que afecta tanto a los ciudadanos como a los libros, porque inhibe la circulación de las obras, quitándole a la cultura la sangre que la hace vivir. Algo más grave: la legislación de la propiedad intelectual nos pone ahora a todos bajo sospecha. De acuerdo a ella, en poco tiempo el maestro que le preste Hombre lento a sus alumnos, se volverá pirata. Lo mismo que el padre de familia que copie un disco para regalar. O la secretaria que use por esnobismo la palabra loft, hoy patentada. Finalmente llegará el día en que tendremos que pagar por hablar. A cada palabra tendremos que pedir permiso o pagar regalías o ir a la cárcel. El lenguaje se privatizará, como ha sucedido ya con gran parte de la cultura popular. ¿Y qué pasará con el arte? Tendrá que ser ori-­‐gi-­‐nal o desaparecerá. La era de la cita, el préstamo, la parodia, el collage, llegará ¡al fin! a su término. Los paladines del buen gusto podrán entonces descansar. No es una exageración: hoy el collage se encuentra penado por la ley de derechos de autor (si usted pensaba comenzar a recortar, asesórese antes...) Es una lástima que Tristan Tzara y Marcel Duchamp no hayan vivido en esta era pirata; junto con sus secuaces harían fiestas tumultuarias en prisión, gritando antipoemas, con parches y patas de palo. El panorama, sin embargo, no parece tan desastroso; después de todo, los excesos de la propiedad intelectual nos obligarán a estar permanentemente fuera de la ley. Seremos todos piratas. Tal vez por eso, por sus posibilidades de expansión, ha nacido el partido que defiende los derechos de los usuarios de internet, los lectores, los que escuchan música, van al teatro o gustan del cine, los fotógrafos, los maestros universitarios, los escritores, los inventores, los programadores de software. Es el Partido Pirata. Nació en Suecia hace un par de años y ya tiene filiales en España, Estados Unidos, Chile, Italia, Austria, Alemania, Holanda, Polonia, Brasil, Sudáfrica… Siguiendo la tradición de la que proviene —el enclave pirata de tipo multirracial— éste es un partido de afiliación internacional, algo así como la Cofradía de los


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