Comisio n de la verdad

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reparativa), constituye el dispositivos central en el escenario transicional para la producción de esta idea de una “fractura” de lo temporal. Hay que decir que no obstante el testimonio es necesario para la dignificación de las múltiples víctimas, proyecto político-moral con el cual nos identificamos plenamente, también hay que afirmar que este testimonio puede ser en cierta medida amaestrado, fetichizado, incluso en su verdad existencial, si es sacado de contextos históricos más amplios, si se convierte en certificación técnica y mediática de una verdad, incluso “enlatado” para el consumos masivo de verdades digeribles.4 En este sentido, una política de memoria (centrada en la palabra hablada) situada en la periferia del esclarecimiento histórico, puede iluminar tanto como oscurecer (Castillejo, 2010) Si bien es cierto que el establecimiento de esta línea entre el “pasado violento” y el “presente por venir” (si se acompaña de otros elementos de política social) será siempre mejor que la continuación de la violencia (entendida esquemáticamente como la continuación de la guerra), es importante también establecer lo que dicha implantación naturaliza haciéndolo ininteligible. Diversos especialistas han señalado las dificultades en aplicar o incluso imaginar el prospecto de un futuro (“post-violencia”) en escenarios donde hegemonías políticas y económicas (en el centro mismo del conflicto que se supone supera) son y continúan siendo (como se ha demostrado en Sudáfrica y Centro América) enraizadas históricamente en la cotidianidad del presente (Marais, 2001; Bond, 2008; Alfred, 2009). La pregunta es apenas obvia: ¿cómo una paz sostenible (entendida no sólo en sentido “militar” sino “social”) se puede consolidar si, en estos ámbitos nacionales particulares, la segregación crónica y de la desigualdad endémica no hacen parte stricto sensu de las discusiones sociales sobre lo que constituye el pasado violento que aún habita el presente? Mas aún, ¿hasta qué punto estas las leyes de unidad nacional y reconciliación (que con

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No sólo el “testimonio”, un artefacto que permite la articulación de la experiencia violenta, requiere un contexto apropiado (Castillejo, 2009: 230). Aquí, conscientemente, me desprendo de las definiciones de testimonio asociadas a la palabra hablada, y lo asocio también a posibilidades corpóreas y visuales de testificar (Castillejo, 2013a:17). Hay condiciones que posibilitan e incluso determinan su contenido. De la misma manera, cuando se habla de silencio no solamente se hace referencia al silenciamiento (la represión), cuando a través de la violencia inmediata, la amenaza o el terror se busca callar al otro. También hay condiciones sociales y culturales que permiten el silencio como una posibilidad. El testimonio, por definición, tiene lo que podrían llamarse silencios que son “instalados”, difíciles de hablar por razones culturales o de otra índole, y que las sociedades “no se dan cuenta de que no se dan cuenta”.

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