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El nacimiento de Versus
Versus surge de otro lugar. No es la que aparece en las Metamorfosis o en los Fastos de Ovidio en el momento en que la Hora le tiende un manto a Venus Anadiómena, la Venus que sale del agua.
¿Cuánto tiempo tardó Versus para llegar a nosotros colocada, en lugar de en una enorme concha marina, en lo que parece ser una gran vasija de piedra volcánica? Si bien los pies de Versus quedan atrapados en ella, se dispone a irse sin dejar de mirar, con los ojos en blanco, al chico —¿representación de la Naturaleza?— que esparce semillas de las cuales surge una mano volátil.
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El muchacho se encuentra aprisionado en el nicho y sólo destacan su cuello y cabeza, pero sopla, sigue soplando desde su sitial de piedra negra. No ostenta la libertad del dios Céfiro que, en la obra El nacimiento de Venus de Sandro Botticelli (creada en una fecha incierta entre 1478 y 1487), impulsa a la diosa hacia la orilla de una playa. Céfiro lleva en brazos a su esposa Cloris, diosa de los jardines, y el aire que impele a Venus hasta la tierra va cargado de flores.
Es improbable que Versus haya nacido, como su antípoda Venus, de imaginar la fertilización del mar con los testículos de un padre, en este caso el dios Urano: mito pagano del cual derivó uno de los ideales de belleza renacentista del llamado Quattrocento italiano, que retomó símbolos de la antigüedad greco- latina para reinterpretarlos en las aspiraciones de una nueva espiritualidad cristiana.
La Versus de nuestros días carga un animal híbrido, entre lechuza y gato, de cabeza y cuerpo voluminoso. En la tierra por donde andará hay restos fosilizados de un mar ya inexistente. A ras de la piedra oscura de donde emerge, la miran tres pares de ojos sin rostro ni cuerpo. No hay alegoría de las Horas o de las Estaciones, o de alguna Gracia que tienda a Versus el manto que parece simbolizar la identificación femenina con la armonía. La prenda se ofrece en cambio a la Venus celestial y terrenal de Botticelli cuyos elementos iconográficos habrían sido concebidos bajo el impulso del círculo neoplatónico del filósofo Marsilio Ficino y del mecenas Lorenzo de Medici, llamado el Magnífico.
Versus aparece desnuda, pero sin la actitud pudorosa que ostenta su lejana predecesora, quien fue pintada con la técnica del temple sobre un lienzo de uno setenta y dos por dos setenta y ocho metros de tela, en suaves tonos pastel donde predominan los verdes secos y el blanco marfil, con toques azules y rosados. En el trazo de Venus se muestra la desenvoltura en las líneas, alejada de la preocupación por la proporción real de la figura humana, que ejerció Botticelli.
Ubicada actualmente en la Galería de los Uffizi en Florencia, la Venus recién nacida del artista se cubre el seno derecho y el sexo con su larga cabellera dorada, y mira hierática pero serena, quizá melancólica, hacia un punto desconocido, rodeada de mar y bosque. Se dice que la idea de este pudor y de la llegada a tierra en una concha la tomó Botticelli de una pieza teatral y de las Estancias del poeta, filólogo y traductor Angelo Poliziano.
En el siglo IV a.C., Venus había sido representada saliendo del agua por el pintor griego Apeles y fue llamada entonces Afrodita Anadiómena. La pintura se perdió, pero quedó citada por el historiador Plinio el Viejo en su Historia natural. La referencia a dicha obra habría sido otra de las fuentes que sustentaron a la Venus de Botticelli. Es curioso que una presumible recreación de tal pintura, aparecida en Pompeya, muestre a la diosa sin el pudor erótico con el que es representada siglos más tarde, seguramente bajo la influencia de la Academia Platónica florentina.
En la obra El nacimiento de Versus se agotó el agua, el mito y el pudor. Versus se coloca frente a su antecesora, Venus, no para llegar sino para salir de un ideal. Emerge como nuestra contemporánea, con su cuerpo rotundo, mostrando los pequeños labios vaginales, el profuso vientre y la fuerza de sus brazos con los cuales da cara a un mundo devastado. Su actitud indica que la impulsa su propia mirada. Que se presta a actuar aun tomada por los pies; aun en medio de un paisaje apocalíptico: atenida a sí misma. Un bosque raquítico, sin follaje, es su puerta de salida.

La artista Siegrid Wiese retomó y resignificó los símbolos utilizados por Botticelli. Encontró para Versus (2022) el relato de su metamorfosis. La libertad, acotada, de este personaje que no puede ser más una diosa, parece reconocer con gravedad a lo que se enfrenta. La pieza que da cuenta de su nacimiento es ajena a protagonizar la verdad de una idea sobre la belleza y el amor; no se afana en mostrar la unión del espíritu con la materia. Si acaso la criatura que sopla en su entorno fuera un dios, este se encuentra tan ceñido como ella a la roca del presente.
Versus viene del hoy. Su imagen burla las huellas de un origen que le es ajeno. La técnica escogida para ella es la litografía. El dibujo, preciso, y las texturas, livianas y ásperas, nacen de la piedra, son grabados en ella para reproducir en serie, en formato pequeño, de cuarenta y cuatro por setenta centímetros, entintada con colores negro y blanco oliváceo, su condición de contraria.







