NEGRO CANADA Saqueo, corrupción y criminalidad en África

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13 de la teoría del complot, el que precisamente, fingirán denunciar. Pero la idea de que todos estos testigos, informes, actores sociales quieran hablar mal y al unísono contra los honestos canadienses que trabajan para el crecimiento de África, simplemente parece poco seria. No es nuestra pretensión fundamentar los argumentos –que resumimos en este libro-, más allá de los trabajos que los han presentado. Además, citamos también la respuesta de las empresas mencionadas en esos documentos de dominio público, en el momento en que éstas reaccionaron públicamente. No sería apropiado exigir a un colectivo de autores, sin fondos, que investigue todos estos temas, más allá de lo que con mucho esfuerzo han tratado de poner al descubierto. En ese sentido formulamos una sola petición a las autoridades públicas, si es que todavía hay razones para esperar algo de ellas, la de establecer una comisión de investigación cuya independencia de los miembros esté más allá de toda sospecha, a fin de evaluar el impacto de las inversiones políticas, industriales y financieras en África desde hace veinte años. Hay que realizar en Canadá una investigación como aquella que Christophe Lutundula y miembros de su comisión elaboraron en el este del Congo. A esto, deberían seguir juicios y reparaciones sustanciales a las poblaciones presumiblemente afectadas. Pero solo una relación de fuerzas basada fundamentalmente en el pensamiento político y no exclusivamente en el saber experto, permitiría lograrlo. Este libro no constituye una simple condena de las empresas que operan en campos mafiosos y sobre las cuales nos resulta imposible investigar en última instancia, ni tampoco una profesión de fe ciega en las fuentes que hemos seleccionado, tan pronto como las encontrábamos pertinentes, sino más bien un llamado a la búsqueda de soluciones de investigación para que los asuntos controvertidos de las empresas canadienses en suelo africano sean evaluados libremente y con total independencia. El mismo Gobierno de Canadá no está en posición de ofrecer en el presente un punto de vista creíble. Nos ha demostrado claramente que no tiene ninguna intención de hacerlo. Que el público canadiense esté informado de los crímenes cometidos en su nombre y que él mismo financia en ciertos casos, a través de las inversiones de sus gobiernos, sus carteras de acciones privadas, sus cotizaciones a los fondos de pensión, es el primer paso para establecer un marco independiente. Para algunos, a quienes se les ha venido contando desde su más tierna infancia que el Canadá es amigo del género humano y que se encuentra moralmente libre de todo pasado colonial, estas historias parecerán increíbles. De hecho, se encuentran a años luz de la propaganda habitual sobre la bondad intrínseca del Sujeto canadiense.


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